jueves, 3 de julio de 2014

FLASHBACK IV


Narra Patri...

-¿En qué sala estás? - Te pregunté mientras me jugaba la vida cruzando por una carretera llena de coches. 

-En la tres. - Tu voz sonaba apagada y mi retraso era el culpable. - ¿vas a tardar mucho?

-No tardo nada. 

Te colgué y aumenté la velocidad. Me encontraba mal e iba medio cojeando pero saber que tú estabas esperándome era un buen motivo para dejar a un lado las penas. 

Cuando entré en la sala empezó a darme igual todo porque lo que decía tu sonrisa me parecía mucho más importante. Me aprisionaste entre tus brazos y supe que nada más importaba. Ni la razón de mi retraso ni el motivo por el cuál ese día mi tono de piel era más pálido de lo normal. 
Supongo que el roce de nuestros cuerpos tiene efecto borrador y hace que se esfumen todas tus preguntas. Deja en un segundo plano cualquier cosa que no tenga que ver con seguir sintiéndonos cerca.

Cuando me soltaste empecé a mirar la sala. Ese día había tocado ambiente japonés, por lo tanto la decoración era muy básica. Una mesa extremadamente baja en el centro y una luz tenue que hacía un intento fallido de iluminar toda la habitación. Ni siquiera había sillas, justo ese día el suelo sería nuestro asiento. Qué mala suerte. Nos sentamos una al lado de la otra y observamos la carta. A las dos nos gustaba probar comidas exóticas, por lo que el sushi no sería un gran problema. 

-¿Has comprado la crema solar? - asentí y seguí intentando dominar los traicioneros palillos. - ¿Y has hablado con tu madre? - volví a afirmar y me coloqué de una forma distinta. Estaba agobiándome. Ya me encontraba mal y tus preguntas no ayudaban. - ¿seguro que no se nos olvida nada?

-¡Malú! ¡Nos vamos a una playa de Andalucía, no a recorrer África! 

Subí la voz haciendo que dejaras de hacerme preguntas y te fijaras en mi rostro. Estaba descompuesta. Totalmente blanca y la peor cara que jamás me habías visto. Me acariciaste la mejilla con la palma de tu mano. Por mi frente descendían algunas gotas frías de sudor. Inmediatamente te preocupaste porque sabías que algo no iba bien. 

-¿Te pasa algo, cielo? - Negué ligeramente con la cabeza. - ¿no quieres ir la playa?

-Claro que quiero ir, sabes que llevo meses esperándolo. 

-Pues mañana nos vamos y no te veo muy entusiasmada... 

Bajaste la cabeza apenada mientras me congelabas con tu suspiro. Justo en ese momento me miraste las piernas y tu cara pasó a ser de total preocupación. Parecía que habías visto un fantasma. Dirigí la mirada donde tú la tenías clavada y yo también me asusté. Mierda. Tenía una mancha de sangre y se notaba que era reciente. 

-Esto no es nada. - Pase la mano por encima del pantalón y volví a notar un intenso dolor. 

-Patricia, ¿qué te ha pasado? - Me fulminaste con la mirada convirtiéndome en nada. - ¿No te habrás metido en líos?

-No, Malú. Me cortaría depilándome o me habré dado un golpe con las prisas. -Intentaba tranquilizarte pero me conocías demasiado bien. 

-Enséñamelo. - Afirmaste rotundamente. - Quítate el pantalón. 

-¿Qué dices? ¿Cómo voy a desnudarme aquí? 

-No va a entrar nadie. - Cruzaste los brazos. - Vamos. 

-Que no Malú, habrá cámaras. 

-¡Me da igual! - chillaste. - Quiero ver qué te ha pasado. 

Imposible negarse. Empecé a desprenderme de mis vaqueros temiendo tu reacción al ver lo que trataba de ocultarte. No tardaste en ver la respuesta a mi malestar. Era un tatuaje recién hecho que ocupaba gran parte de mi muslo derecho. Casi se te cae la mandíbula al suelo. Llevaba la pierna envuelta en un film transparente que se había rajado. Mi piel estaba rozando con el pantalón y por eso se manchó de sangre. Y ese mismo roce era el que me provocaba el intenso dolor que tenía desde hace un rato. 



-No me puedo creer que al final te lo hayas hecho... - Apartaste la mirada bruscamente. - Ni siquiera me has avisado. 

-Ya te dije el otro día que quería hacérmelo. - Susurré tratando de excusarme. Tampoco era mi primer tatuaje. Llevaba el nombre de mi hermana en la nuca y la frase "never give up" en el tobillo. 

-Y yo te dije que para mi gusto era una locura porque es demasiado grande, pero ya que te lo haces podías habérmelo dicho. 

En ese aspecto tenías razón. La impaciencia había podido conmigo. Fui horas antes a casa de mi amigo tatuador y le comenté lo que quería hacerme. Empezamos a divagar y proponer diferentes bocetos hasta que encontré el ideal. Me encantó y no quería tardar en grabarlo para siempre en mi cuerpo. Sin pensármelo dos veces le pedí que me lo tatuase en el momento. Fueron horas de incipiente dolor al penetrar la aguja sobre mi piel pero el resultado mereció la pena. Era una cámara de fotos con distintos colores y de aspecto animado. 
Volví a ponerme los pantalones en su sitio y continuamos la comida en silencio. La incomodidad de escuchar únicamente el choque de los cubiertos me atormentaba. 

-¿Me perdonas? - Te pregunté pasando el brazo sobre tu hombro y poniendo morritos cerca de tu boca. 

-No te tengo que perdonar nada. - Sonreíste levemente dándome un soplo de esperanza. - Es sólo que me hubiera gustado acompañarte. 

-¿Sabes dónde sí me vas a acompañar? -Garabateabas en mi mano mientras esperabas la respuesta. - A la playa. 

Tus ojos cogieron ese brillo particular que me proporciona las fuerzas necesarias para superar cualquier obstáculo y romper cualquier norma. Besé tus labios con ganas y te juré que te iba a hacer pasar la mejor semana de tu vida. El mar, el sol y la mejor chica del mundo. ¿Qué más podía pedir? Siempre me he sentido afortunada de haberte encontrado. Te había apreciado como cantante casi toda mi vida, pero al conocerte personalmente me di cuenta de que tenías que ser mía. Tenía que conseguir que esos ojitos marrones que tanto me gustan se iluminaran más de lo normal y yo fuese el motivo. Y, bajo mi punto de vista, lo he conseguido en más de una ocasión. No sólo eso, sino que también creo haber logrado ser la destinataria de la mayoría de tus sonrisas. Y saber que muchos de tus mejores gestos son por y para mí me enamora más de ti y hace que siga queriendo enamorarte de mi cada día. 

A la mañana siguiente, cuando ni siquiera había salido el sol, me recogiste en mi casa. Cargamos mis maletas y pusimos dirección a Almería. Tardaríamos bastantes horas así que la música sería nuestra fiel compañera durante el trayecto. Conducías mientras cantábamos los éxitos del verano. Canciones con poco futuro pero que todo el mundo se sabía. Te agradezco que no sacaras tu mejor voz porque hubieras dejado mi orgullo por los suelos. ¿Cuánta veces te habré dicho que estoy enganchada a tu voz? Cuando cantas transmites mil sentimientos que nadie me había provocado antes, y en esos momentos en los que rasgas el tono siento mi corazón hacerse jirones. Aún es mejor cuando me cantas a escasos centímetros despertando cada vello de mi cuerpo. Pero sin duda mi parte favorita es cuando me susurras un 'te quiero' exhausto después de haberte hecho mía. Reproduzco esas palabras en mi mente una y otra vez cuando te necesito conmigo y no te tengo. 

Cambiamos las posiciones tras parar en una gasolinera para comer algo e ir al baño. Ahora conducía yo. El sol empezaba a aparecer al fondo de la carretera y pasábamos por calles intransitadas cuando se me ocurrió una idea. Giré bruscamente el volante y entré en un calle prohibida para los coches, ya sabes que soy experta en saltarme las normas. 

-¿Qué coño haces? - Te agarrabas con firmeza al asiento por el susto. 

-Tengo un idea. 

Bajé del coche cogiendo mi cámara y te hice un gesto para que me imitaras. Recorrí el cielo con la mirada en busca de la posición perfecta. Cuando creí haberla encontrado me tumbé en el suelo boca arriba. Te miré de forma pícara y me di cuenta de que estabas desconcertada. Acababa de parar de golpe en la carretera y me había tumbado en el asfalto sin motivo aparente. Golpeé el suelo con mi mano indicándote que te tumbaras a mi lado. Te negaste varias veces pero convencerte no fue complicado. Al fin y al cabo sé que tienes una pequeña vena rebelde semejante a la mía. 




-Ahora explícame qué hacemos aquí. - Dijiste mientras cogías la mano que te acababa de tender. 

-¿No te parece precioso? - Tomé alguna foto al paisaje. 

-Sí, lo es. - No te estaba mirando pero supe que en ese momento sonreíste, porque ya he aprendido a imaginarme tu sonrisa con todo detalle. 

-Seguro que nunca habías visto el amanecer así. - Bromeé a la vez que giraba la cabeza para observar tu expresión. 

-La verdad es que no. - En un abrir y cerrar de ojos me senté sobre tu cuerpo. - Siempre me sorprendes.

-Y lo seguiré haciendo. - Me acerqué a tus labios para darte un beso largo que no debería haber terminado jamás. - Sabes que me encanta. 

-¿El qué? ¿Sorprenderme o besarme?

-Las dos cosas. 

Agarré rápidamente la cámara y te hice una foto. Desde niña me había gustado capturar todo lo que me llamaba la atención. Me pasaba tardes enteras en el campo con una cámara de baja calidad para sacar algunas fotos. Al día siguiente iba ilusionada con mi madre a revelarlas y al llegar a casa nos sentábamos juntas para seleccionar las mejores. Nuestras favoritas iban siendo pegadas en álbumes que decorábamos a nuestro antojo. Y aún recuerdo todas y cada una de esas imágenes en los mismos álbumes y en la misma estantería de casa de mis padres. En especial hay unas cuantas que son mis favoritas y que cuando tu las vistes te enamoraste de ellas. Eran las de mi antiguo perro 'Bozzy'. Había de todo tipo: el animal saltando, comiendo, bailando... Muchas veces venías a mi casa, cogías el álbum y mirabas las fotos. Siempre te reías a pesar de haberlas visto miles de veces, pero ya sabemos todos hasta qué grado llega tu pasión por los animales. 

Nos pasamos un buen rato viendo el ascenso del sol hasta que volvimos a retomar el viaje. No quedaba casi nada para llegar a nuestro destino. Pasaríamos la semana en una casa que nos dejó un familiar tuyo. Esa fue la primera vez que íbamos, pero no la última. Con el tiempo se convirtió en nuestro lugar favorito para pasar las vacaciones. No era la casa más bonita del mundo pero si la que ha sido testigo de muchos de nuestros mejores momentos. 

Al llegar me hiciste una ruta para presentarme la casa. Un salón amplio sin mucho decoro, una cocina no demasiado grande, dos habitaciones con sus respectivos cuartos de baño y poco más. Sin duda la mejor parte era el jardín. Había una piscina rodeada de césped bien cuidado. Al lado se encontraban dos hamacas y una pequeña mesa. 

-Voy a ponerme el biquini y nos damos un bañito. - Dije entusiasmada en el borde de la piscina. 

-Sí, nos damos un baño, pero aquí no. -Me diste la mano. - Vamos a la playa. 

-Cielo, estará llena de gente y no querrás que nos vean. 

-Tú tranquila que yo lo tengo todo pensado. 

En esa ocasión fuiste tú la que me sorprendiste a mi. Preparamos las cosas y fuimos dando un paseo hasta la playa. Llevabas un gorro de paja y unas gafas de sol que hacían prácticamente imposible que alguien te reconociera. Aún así intentábamos no llamar la atención. Me hubiera encantado cogerte de la mano. No sé. Es un pequeño detalle que siempre me ha hecho ilusión y apenas podíamos practicar. Yo creo que por eso disfruté tanto de ese viaje que hicimos a Londres. No nos teníamos que ocultar. Íbamos de la mano o de la cintura y nos besábamos sin reparo en medio de la calle. De todas formas no me quejo, porque eso son detalles y el verdadero regalo es tenerte conmigo. Contigo he aprendido que estar piel con piel no es tan importante como estar corazón con corazón. 

Pasamos por enfrente de una playa que estaba a rebosar. Balones por los aires, familias haciendo uso de sus flotadores y algunos jóvenes tomando el sol. 

-¿Y esta es la playa en la que íbamos a pasar desapercibidas? - Pregunté vacilante a punto de entrar a la arena. 

-No, tonta. - reíste. - Todavía tenemos que andar un poco. 

-Venga ya... - Me senté en un banco que estaba a mi lado. - Podíamos haber cogido el coche. 

-No seas quejica. 

-Yo no me quejo pero... - Un par de chicas con cuerpos de escándalo y unos biquinis diminutos pasaron por delante quitándome el habla. - Madre mía. 

-¡Serás babosa! - Saliste andando con paso firme y malhumorada. - ¡Imbécil! 

-¡Oye! ¡Espera! - Fui corriendo detrás de ti y te abracé por la espalda. - Si yo sólo tengo ojos para ti. 

-Ya claro... ¡Pero sí te has comido a las chicas con la mirada!

Te quité la toalla que llevabas en el hombro y nos tapé con ella para que nadie nos viera. Entonces ataqué tu boca con frenesí dispuesta a hacerte perder la respiración y subir la temperatura de nuestros cuerpos. Mi intención era sacarte de quicio, pero al final fue tu lengua desenfrenada la que provocó ese efecto en mí. Perdí la noción del tiempo en tu sabor. Y ya no sé diferenciar si fue real o no, porque estar contigo es como vivir perdida en un sueño. 



-Yo sólo te como a ti. - Sonreíste bajo la penumbra de la toalla y yo besé tu frente.  Hacía tiempo que entendía lo que era la felicidad con cada una de tus sonrisas. 

Seguimos andando unos diez minutos hasta llegar al final de la playa. Ya creía que te habías vuelto loca y no sabías ni a dónde íbamos pero continuaste caminando por la arena muy segura de ti misma. Empezaste a meterte entre unas rocas que nos llevaron hasta una diminuta playa. Ni siquiera se podía llamar playa. Era un trozo de arena rodeado de piedras que daba al mar. Pero era perfecto. Una playa privada en la que tu y yo podíamos ser nosotras mismas. Las olas rompían contra las rocas provocando un agradable sonido que hacía el lugar más acogedor si cabe.
 
-¿Y éste sitio? - Te pregunté mientras lo inspeccionaba. 

-De pequeña era un bicho y me gustaba esconderme en todas partes. Un día encontré esto y me pareció mágico...

-Realmente lo es. Debería haberme traído la cámara, mierda. 

-Afortunadamente yo estoy en todo. - Abriste tu gran bolso de playa y sacaste de él mi cámara. 

-Te quiero, te quiero, te quiero. - Lo repetía mil veces mientras te llenaba de besos. - Eres la mejor. 

-¡No me hagas la pelota, eh!

-Es que tengo a la mejor novia del mundo. - Te di un último beso en la mejilla más fuerte que todos los anteriores. - Ponte ahí que te voy a hacer una foto. 



Te colocaste junto a una roca y sonreíste para la cámara. Y juro que tardé en darle al botón porque me quedé colgando en tu sonrisa, una vez más. Observé la abismal curva que formaban tus labios. Tienes muchísimos lunares en el cuerpo y probablemente podría situarlos todos, pero sin lugar a dudas mi favorito es el que tienes en la comisura del labio inferior. Tentador, apetecible y te hace extremadamente sexy. Me sacaste la lengua para llamar mi atención y en ese instante pulsé. Otra imagen tuya maravillosa, igual que las anteriores. Un día te dije que me tendrías que dejar hacerte una sesión de fotos para un disco y era totalmente en serio. Aún espero con ansia que se de la ocasión para hacerlo. Tú y yo solas en un estudio. Podrían ser las mejores fotos de mi vida. 

Extendimos las toallas en el suelo y guardé la cámara para que no se estropease por la arena. Te deshiciste del vestido para dejarme ver tu cuerpo diez frente al mar. Llevabas un biquini naranja que destacaba tu excelente bronceado. Tragué salida. Joder. Ahora que lo pienso es rara la vez que no me haya quedado prendada a tu imagen. El piercing del ombligo y los tatuajes embellecían aún más tu figura. Cuando logré que mi cerebro se reactivase me levanté y me quité la ropa. Mi cuerpo era mil veces más blanco que el tuyo. Nunca me ha resultado fácil coger color y me quemaba a la mínima. Pretendí ir rápidamente al agua, pero me lo impediste. Decías que cómo pensaba irme sin echarme crema. Además, me recordaste que debía ponerme una protección solar más intensa en el nuevo tatuaje. Estabas en todo. Para mi suerte decidiste echarme tú la crema. Me tumbé boca abajo y te sentaste en mi trasero. Probablemente decidiste ponerte justo ahí para provocarme, porque sabías que cada acercamiento a mi piel me ponía a mil por hora. Comenzaste a esparcir la crema de forma delicada, trazando curvas con tus dedos. ¿Existirá algo que hagas mal? De momento yo creo que no. Y tu truco es que le pones pasión a todo lo que haces. 

-¿Puedo irme ya al agua, mamá? - Pregunté quitándote de encima cuando ya no quedaba crema. 

-No, falta una cosa. 

Pusiste morritos, te correspondí con un beso fugaz y salí corriendo a meterme en el agua. Estaba a la temperatura idónea. Me sumergí completamente para empapar todo mi cuerpo. La playa. Siempre me ha parecido un lujo. En mi familia no solíamos tener dinero para ir de vacaciones y eran contadas las veces que podíamos hacer una escapada. Cuando te enteraste de esto te quedaste alucinada. Lo veías extraño porque pasaste tu infancia en playas andaluzas. Me dijiste que eso no podía ser y que ya estaba decidido el destino de nuestras siguientes vacaciones. Y por eso estábamos en Almería. 

Nadé hasta unas rocas próximas a la orilla. El agua era bastante clara y se distinguían perfectamente pequeños peces de colores que se apartaban a mi paso. 

-¡Malú! - Aún estabas echándote crema. - Ven a ver esto. - Te hiciste un imperfecto moño y entraste al agua conmigo. 

-¿Qué pasa? - Preguntaste mientras venías por detrás y entrelazabas las manos en mi vientre. 

-¡Mira ese pez rojo! Qué bonito... - Bajé la cara para intentar verlo mejor, pero fue una mala idea, porque de pronto noté tus manos en mi nuca introduciéndome de golpe bajo el agua. Cuando saqué la cabeza tú estabas alejándote de mi a carcajadas. - ¡Estúpida! ¡Podía haberme ahogado!

-Exagerada. - Corrí hasta alcanzarte. Tu intento de huir fue en vano porque te agarré de la cintura y comencé a hacerte cosquillas. Sabía que con eso te frenaría. - Ay, ¡para, para! - Caíste al suelo e intentabas apartarme de ti. - Por favor, por favor. - Me agarraste de la cabeza para subirme y que nuestras miradas se encontraran. Y ya está. Me olvidé de la ahogadilla. El mundo se paró, las estrellas se fundieron y el agua del mar se evaporó. Estando sumergida en tus ojos me tenías ganada. 

Fundimos nuestros labios. Primero un beso corto. Luego otro mucho más largo y ardiente. Me sacaste de mis casillas y yo no iba a ser menos. Aceleré el ritmo de mi lengua, ansiosa por seguir descubriéndote. Bajé hasta tu cuello y me recreé en él. Alternaba besos y pequeños mordiscos que te volvían loca. Y no lo voy a negar, a mi también. Tus manos hacían senderismo desde mi cuello hasta mi trasero. Al llegar ahí lo agarraste con fuerza, abriste las piernas y me pegaste más a ti. Volví a tu boca con infinitas ganas. Ladeé un poco el cuerpo y colé mi mano en la parte interior de tu biquini. Sin preámbulos me introduje en ti. Soltaste un gemido en mi boca y después vi tus ojos en blanco. Sonreí y cogí velocidad. 

- Te quiero. - Esas palabras exhaustas en mi oído cuando llegaste al límite. La mismas de las que he hablado antes. Mis favoritas por su significado y la forma en que lo decías. Siempre llegaban dándome un vuelco al corazón. 

Y así vivo yo. Marcada por el fuego de tu recuerdo. "Nos acabaremos olvidando la una de la otra". Eso me dijiste con lágrimas en los ojos el día de nuestra despedida. Y me mentiste. Hace dos meses de ello y no noto ningún avance. Tu ausencia sólo sirve para recordarme que no puedo vivir sin ti. Que te necesito a mi lado. ¿Cómo voy a echar al olvido tantos momentos vividos? Si tu lo has logrado dime cómo lo has hecho, porque yo no soy capaz. Nunca voy a encontrar a nadie que produzca lo que tu provocabas en mi. Con sólo una mirada, una sonrisa o incluso un simple suspiro me sabías quitar el aliento. 

Tu voz. Cómo la echo de menos. Me tengo que conformar con escucharte a través de mis auriculares y créeme que no es lo mismo. El otro día llenaste el Palacio de los Deportes. Me habías dicho en millones de ocasiones que era tu sueño y que querías vivirlo conmigo. Pero no ha podido ser. Estuve a punto de comprar las entradas muchas veces pero siempre me arrepentía porque sabía que eso solo haría más grande la herida. Así que pasé esa noche en mi cama, limpiándome las lágrimas e intentando sacarme la estaca del corazón sin ningún éxito. Lo único que me aliviaba era saber que, aunque no estabas conmigo, ese día sería importante en tu vida. 

Sueño cada día con que nuestros caminos se vuelvan a cruzar. Y si existe un destino tiene que unirnos porque no estoy preparada para no tenerte. Mi hogar es tu piel, y mi cuerpo se siente desamparado al no tener tus brazos atrapándolo. Vuelve a mi, porque sin ti no comprendo nada. 

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