jueves, 26 de junio de 2014

Capítulo 34.

Solo se escuchaba el cantar de los pájaros cuando me desperté en su cama por la mañana. Giré sobre mí misma y me encontré su rostro aún durmiente.  Tenía la boca ligeramente abierta. Se me pasó por la cabeza la imagen de un niño pequeño, estaba monísimo. Me iba a levantar cuidadosamente para preparar el desayuno, pero mi instinto malvado se activó y decidí despertarle. Cogí un pequeño papel que había en la mesilla y empecé a pasarlo delicadamente por su rostro. Rodeé sus ojos, lo deslicé por su nariz, garabateé en sus mejillas, recorrí la comisura de sus labios… Hasta que el chico frunció el ceño y cerró con más fuerza los ojos, provocando mi sonrisa. Pero Aitor dormía como un tronco. Dejé el papel a un lado y seguí haciendo lo mismo, pero ahora con la punta de mis dedos. Por fin, el joven gimió y empezó a moverse.

-Tengo sueño.  -  Dijo con voz ronca, sin abrir los ojos. – Estoy muy cansado.

-Normal, después de lo de anoche…  - Inmediatamente mostró una sonrisa de oreja a oreja en su cara.

Segundos después me dio un beso en la frente y me rodeó con sus tonificados brazos. Se quedó mirándome fijamente a los ojos. Uno frente al otro, sonriendo tontamente, y conectados por una intensa mirada. Nos lo decíamos todo sin necesidad de mediar palabra.

-Chocolate. – Dijo rompiendo el silencio.

-¡Qué buena idea! – Exclamé. Tenía un hambre atroz. – Podemos preparar chocolate con churros si tienes.

-No, tonta. – Comenzó a reírse. – Me refería al color de tus ojos.

-Ah… Jo, yo tenía hambre. – Le hice ver que estaba decepcionada. – Además, ¿por qué chocolate? La Coca-Cola es del mismo color… o el café.

-Pero el chocolate me gusta más. – Se pasó la lengua por los labios, relamiéndose. - ¿Sabías qué uno de los mayores placeres es el que sentimos al comer chocolate? Lo dicen los estudios. 

-Genial, pues entonces lo sustituimos por el sexo. – Intenté aparentar seriedad. 

-No, no. Prefiero el sexo. – Afirmó rotundamente.

-Pues búscate a una que te lo ofrezca.

-Es que contigo es mejor, seguro.

- Vale… Te perdono con una condición. – Me pasé el dedo por la barbilla y le miré de forma divertida. Ni siquiera tenía que perdonarle nada, pero me saldría con l mía. – Quiero chocolate con churros de desayuno.

-No tengo, lo siento.

-Pues te las apañas. – Me levanté de la cama y me encaminé hacia el baño. Antes de entrar le miré. – Voy a ducharme. Cuando salga quiero mi desayuno. – Le guiñé un ojo y cerré la puerta.

Mientras el agua me caía lentamente por el cuerpo pensaba en él. En lo nuestro.  Entre nosotros las cosas iban sobre ruedas. Mis amigas lo sabían, mi familia también, la prensa no sospechaba… era genial. A los periodistas les dejó de importar lo que tuviera con Patricia. Parecía que habían caído en la trampa y pensaban que entre la chica y yo no había nada más que amistad. Un par de veces a la semana nos dejábamos ver en público mostrando que éramos buenas amigas y ya está. De todas formas, yo no quería separarme completamente de ella. La necesitaba porque era una persona que me había aportado muchísimo y quería que formara parte de mi vida. Estaba a gusto a su lado y pensaba que con el tiempo podríamos llegar a ser grandes amigas. Estos mismos argumentos le expuse a ella, pero no se mostró muy satisfecha.  Me volvió a repetir lo de la otra vez: que no estaba preparada para ser solo mi amiga. Además había otro pequeño detalle: no le conté que había vuelto con Aitor. Si se lo decía estaba segura de que desaparecería para siempre. Ya la había perdido una vez y no quería sentirme así de rota por dentro nunca más. Y aún sabiendo que estaba pecando una vez más de egoísta le pedí por favor que no se fuera. Me rogó calma, que las cosas no se precipitaran e ir paso a paso. Eso sí estaba dispuesta a ofrecérselo. Era bueno para mí, para ella y para Aitor. A él no le hacía mucha gracia que quisiera a Patricia cerca.  Igualmente, asumió que era decisión mía y me iba a apoyar. Solo me suplicó que no volviera a fallarle. Y cometí otro fallo del cuál me arrepentiría porque le dije que Patri sabía que habíamos vuelto. Era una mentira temporal que no tardaría en remediar, pero al fin y al cabo era una mentira y me sentía fatal por ello. Nos habíamos jurado ser sinceros entre nosotros y yo lo estaba incumpliendo.

Con tantas cosas pasando por mi mente tardé un largo rato en salir del baño. Aitor no estaba en la habitación, incluso había hecho la cama. Abrí el armario y cogí algo de ropa para ponerme. Efectivamente, mi ropa estaba en su armario. Hace unos días decidimos llevar algo de ropa a la casa del otro para situaciones como estas. Me desenredé el pelo, sin secármelo, y fui al salón. Estaba de pie, poniendo unas tazas humeantes sobre la mesa. En unos platos había churros y porras a rebosar. Cada paso que avanzaba hacia allí olía mejor.



-Señorita, aquí está su desayuno. – Lo pronunció como si fuera un mayordomo mientras echaba la silla hacia atrás para que yo tomara asiento.

-¿Cómo lo has conseguido tan rápido?

-No sabes con quién estás hablando. – Alzó una ceja inquietantemente y empezó a reírse. – Y tampoco sabes que en la calle de al lado hay una churrería magnífica.

-Con esto queda confirmado: Estás perdonado. – Afirmé con la cabeza.

-¡Bien! – Exclamó alzando los brazos.

Se sentó a mi lado y empezamos a comer. Nunca pensé que diría esto pero  no pude acabar con toda la comida. Entre los churros, las porras y el chocolate me había llenado por completo.

-¿Sabes a qué me recuerda esto? – preguntó.

-Sorpréndeme.

- A el día que fuimos al bar a desayunar churros y la liaste porque no te dejé pagar. – Reímos los dos recordando la divertida escena.

-Ese día no había chocolate. – Señalé. – Y mejor, porque te has puesto perdido. Tienes toda la boca manchada.

-Límpiame tú.

Claramente no quería que le limpiara con una servilleta. Pero me había levantado con el día divertido y se me ocurrió otra cosa. Acerqué mi cabeza lentamente a la suya y cuando nuestras bocas estaban a punto de juntarse… ¡zas! Pasé una servilleta por sus labios, bruscamente.

-¡Ya estás! ¡Limpito!

-Joder, Malú. – Se pasaba las manos por la cara como si le hubiera hecho daño. – Qué bruta eres a veces…

-Perdooooona. – Entrelacé mis manos tras su cuello y me fui acercando a sus labios, hasta que al fin le besé. – Te quiero.

-Ya era hora de que me besaras… - Susurró en mi boca. – Te quiero.

Recogimos la mesa y nos tumbamos a reposar en el sofá. Pusimos la tele pero en escasos segundos nos sobraba por completo. Era mejor sentir su lengua debatiendo con la mía y sus dedos perderse en mi cabello. 

-¿Qué vamos a hacer esta mañana? – Preguntó.

-Tú no sé. Yo tengo que ir a una reunión con Sony. – Lo recordé cuando miré el reloj. Eran las once y había quedado en una hora.

-Vaya… ¿Vienes a comer?

-Sí, no creo que tarde mucho.

El disco nuevo ya había salido y la nueva gira acababa de empezar. Todo eran era éxito de ventas, así que no podía pedir más. Las entradas se agotaban en un abrir y cerrar de ojos. La reunión me parecía innecesaria, pero todos los directivos tenían afán de controlar las cosas milimétricamente.

-Toma. – Dijo mostrándome unas llaves. – Llévate las de repuesto. Me voy a ir a hacer la compra. Supongo que estaré cuando llegues, pero mejor prevenir…

Nos despedimos y salí del piso. Llegué dos minutos antes de la hora estimada a la sala, y aún así ya me miraron mal. Con esa gente no hay quien estuviera cómodo y relajado. Tal y como esperaba, la reunión duró menos de una hora porque no había problemas serios que solucionar. Una mañana perdida. Por lo menos llegaría antes a casa de mi chico.
Iba a llamar al timbre de su casa, pero recordé que me había dejado unas llaves para que abriera yo misma. Si estaba le daría una sorpresa, y si no me ahorraba llamar a lo tonto.

-¡Cari! ¡Ya estoy aquí! – Grité al girar la llave y abrir la puerta.

Sin embargo, al ver lo que tenía delante la sonrisa se evaporó inmediatamente de mi rostro. La madre de Aitor estaba llorando sentada en el sillón. Aitor y su padre estaban de pie. El hombre estaba enfurecido, con la cara descompuesta. Justo cuando les miré estaba pegándole un empujón a su hijo, haciendo que se tambaleara. Afortunadamente no llegó a caerse. Pero en su cara veía que no se encontraba bien. Estaba rojo y con los ojos llorosos. No sé cuál sería el motivo de aquella gresca, pero me daba miedo.


“He batallado tantas guerras que tengo miedo a perder la de verdad”

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