viernes, 29 de abril de 2016

DE LA CALMA AL TERREMOTO (2x43)

Cuando mi pie encaja perfectamente en el segundo zapato de tacón que me pongo acabo de arreglarme. Después de maquillarme, peinarme y vestirme, estoy lista para ir a ver la famosa película que está en todos los carteles. Para el pelo he elegido unas ondas que suman volumen. Para el cuerpo, un vestido azul marino, largo y con la espalda al descubierto. Lo traje de Madrid por si alguna vez tenía que ir a alguna celebración y no me daba tiempo a ir de compras. En este caso no ha sido por falta de tiempo, sino de ganas. En cuanto al maquillaje, totalmente en contra de lo que suelo hacer, lo uso en abundancia. Base, pintalabios rojo, sombra de ojos oscura y una máscara de pestañas que aparenta mucho más de lo que tengo. No es propio de mi, pero los veo necesario por varias razones. La primera es la típica que todas las abuelas te recuerdan al decir que cuando una chica se ve guapa por fuera siente que por dentro también lo es. La segunda es que toda esa pinta es el mejor método que he encontrado para tapar la mala cara que llevo arrastrando desde hace unos días. Error tras error me voy viniendo abajo y salir de este pozo se complica por segundos. La necesito a ella, a mi lado, susurrándome que todo está perfecto. Las pequeñas mentiras que le he ido diciendo me consumen porque sé que no soy así. Nunca la había mentido y estoy segura de que la culpa es de la distancia. Que mis mentiras son solo una consecuencia más de los metros que nos separan.
Todo esto hace que cada vez esté más cerca de coger un avión y aterrizar en las pistas de su espalda. Dejar el trabajo y volver a mi casa, que es la suya, y abrazar su piel, que debería ser mi única frontera. Como es de esperar, ninguna de estas ideas se las puedo comunicar a Malú porque, después de tanto tiempo juntas, sé que haría lo que sea para que no abandonara mis sueños. Pero lo que ella no entiende es que mi único sueño es formar una vida a su lado. Solo así podré ser feliz y tener el futuro que deseo.

Confieso que, de primeras, no tenía ninguna gana de ir al cine. Pero luego pensé en Nathan y en cómo me salvó hace unas noches, no solo de un delincuente sino también de una noche de lágrimas sola en casa. Finalmente, siendo casi las siete y media de la tarde, cojo el pequeño bolso plateado que voy a llevar hoy y salgo de casa tras cerrar la puerta. Antes de dar un paso más, me quedo parada con la mirada al frente. Cojo y expulso aire un par de veces. Necesito fuerzas para salir de ahí con una sonrisa, la que antes portaba de manera habitual, y poder disimular mis ganas de llorar. Incluso, olvidar los motivos que provocan mi malestar. Levanto la vista, sonrío a la nada y doy un paso con el pie derecho. "Todo va a ir bien" es la oración que más se repite en mi interior.

El trayecto en coche no es demasiado largo. Los cines no están a más de quince minutos. En cuanto estoy cerca, puedo palpar el bullicio en el ambiente. Policía, multitud de personas andando por la acera y atasco. En la carretera un pequeño cartel indica que la zona VIP está a la derecha, por tanto elijo esa dirección, tal y como ponía en la carta. Una vez hecho esto, el tráfico es extremadamente menor y mis nervios bajan. Supongo que no habrá tanta gente al estar en esta zona y podré estar tranquila. Últimamente las grandes masas de gente me agotan más que nunca. De pronto, un chico con una chaqueta fluorescente me hace parar.

-¿Tiene acreditación para la zona VIP?

-Sí. - La cojo del asiento del copiloto, donde la había puesto al salir de casa, y se la muestro. Al joven asiente y sonríe.

-Creo que eres de las pocas personas a las que ha invitado Nathan.

-¿Cómo sabes que me ha invitado él? - Su afirmación me deja algo confusa. Entonces, me muestra un pequeño símbolo en la esquina del que no me había percatado en el que aparecen las iniciales del actor.

-A cada personaje de la película le han dado veinte entradas VIP como esta para que las reparta entre quien quiera pero, según la lista que me han dado, Nathan solo ha repartido cuatro de estas invitaciones. Una de ellas es la tuya. Es raro, porque el resto de actores las han agotado y, por la experiencia que tengo, lo normal es que incluso pidan más.

Me tiende la entrada y, tras una pequeña sonrisa, hace un gesto para que siga adelante con el coche. La información que me acaba de dar el chico me ha sorprendido totalmente. Me imagino a Nathan, el chico al que las masas adoran, repartiendo sus invitaciones a toda la gente que le rodea. Pero no. Su decisión en este día que se supone que debe ser importante para él es dejar que solo cuatro personas estén a su alrededor. Supongo que serán personas muy cercanas y ahí es donde entra la contradicción. ¿Por qué yo? No hace demasiado que nos conocemos, no hemos tenido más que algunas conversaciones y una cena juntos. Para ser sinceros, hace poco nos llevábamos como el perro y el gato y ahora mismo no sé como es nuestra relación. Es cierto que ha conseguido en poco tiempo que cambie mi forma de verle. Su faceta de chulo quedó como una simple máscara el día que fui a su casa y vi cómo trataba al servicio, a su perro y, sobre todo, a mi. Pero queda en eso: dos días de coincidencia y algunas risas en común. En estos momentos entiendo con mucha menos claridad qué hago aquí pero estoy deseando descubrirlo.

Un poco más adelante vuelven a pedirme que muestre la entrada y, a continuación, llegó al parking. Un chico con la misma indumentaria que el que me había hablado hace unos minutos me indica que mi plaza es la número 245, así que me dirijo allí y me llama la atención ver que en un cartel aparece mi nombre. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que en cada espacio para introducir el vehículo hay un nombre. Y no sé si será porque todo me llama la atención, porque me estoy moviendo en un mundo muy lejano al mío o una mezcla de ambas cosas, pero todo me parece nuevo y sorprendente.

Una vez en el interior, lo que se supone que tiene que ser un cine resulta un ir y venir de gente hablando y comentando cosas en un idioma que no es el mío y, a pesar de que lo entiendo bastante bien, no me hace sentir cómoda. Verles a todos en grupo, en risas, me hace recordar que estoy sola. Y no solo aquí, en estas paredes que acogen una celebración, sino en esta nueva ciudad que me está azotando con tantos quebraderos de cabeza. Tengo frío. O calor. No tengo claro ni eso ni cómo accedí a venir a sabiendas de que no conozco a nadie. Según mi entrada,  la sala en la que me toca ver la película es la 4 y, al verla al fondo del pasillo decido ir allí directamente. Queda casi una hora para que empiece pero no encuentro nada más apetecible que hacer con esa gente con la que no tengo nada que ver. De pronto, una mano tira de la mía y me introduce en una sala que, por ahora, se encuentra vacía. Antes de que pueda comenzar a hacerme preguntas me encuentro con su incansable sonrisa y con los ojos iluminados. Le miro de arriba a abajo inevitablemente: esmoquin negro con camisa blanca y tanto pantalón como chaqueta negros. Los zapatos, como era de esperar, del mismo color. Su punto de diferenciación está en una pajarita de color verde intenso. En cuanto mis ojos se detienen en ella no puedo evitar reírme haciendo que él también lo haga.

-Ya me conoces lo suficiente como para saber que no iba a venir sin llamar la atención. - Comenta. Ahora es él quien me mira de arriba a abajo. No tarda en volverme a mirar a los ojos, darme la mano y hacer que de una vuelta sobre mí misma. - Estás preciosa. -  Un hombre alto y fuerte entra de pronto provocando que me sobresalte y suelte su mano con rapidez.

-Nathan, te están buscando. No tardes mucho. - Asiente y vuelve a mirarme a mi.

-¿Te lo estás pasando bien? - Pregunta.

-Si te soy sincera, todo se me queda grande. Es algo nuevo para mi y encima no conozco a nadie.

-Me conoces a mi, ¿no?

-Sí, pero tú estás a tus cosas... - Aclaro.

-Por poco tiempo. En cuanto termine la película baja al parking. A la plaza 78.

-¿Para qué? - Quiero saber intrigada.

-Demasiadas preguntas, rubia. - Me da un beso en la mejilla sin que me lo espere y abre la puerta para irse. - No me falles.

Doy dos cortos pasos hacia atrás hasta que mi espalda encuentra la pared y ambas se funden. Solo quiero que el tiempo pase rápido para ver en la pantalla del cine el esperado "The end." y poder dirigirme al parking en el que me voy a encontrar con Nathan. Sabiendo lo poco que sé de él, lo único que tengo claro es que no puedo estar segura de nada de lo que quiera hacer. Las opciones pasean por mi cabeza como en un carrusel. Entre ellas está una cena, un paseo o una vuelta en su moto a máxima velocidad para que me agarre con firmeza a su cintura. Pero no. Algo me dice que si he podido imaginármelo significa que esa no es la respuesta correcta. Quiero que me sorprenda, porque es la única persona aquí que lo hace. Quiero que me haga olvidarme de que estoy sola, porque si no lo hace acabaría sumida en una depresión. Y quiero que me retenga, porque por mucho que tenga ganas, coger un avión y dejar el trabajo de mis sueños no es la solución. Cuando dejo de pensar en posibilidades y vuelvo a plantar los pies en el suelo me doy cuenta de que mi sonrisa no ha desaparecido desde que Nathan entró por la puerta. Aún la noto entre los vértices de mi boca, y cuando más soy consciente de ello más sonrío. Me acuerdo de su pajarita verde porque llevó a una risa compartida ente ambos. Quizás es por esos detalles por lo que di el pequeño gran paso entre odiarle y sentirme cómoda con él.

Salgo de la sala y vuelvo a encontrarme en el pasillo de antes, tan lleno de gente y tan vacío de sentimientos positivos a mi favor. Compro un refresco y me dirijo rápido a la sala tal y como tenía pensado hacer antes de que Nathan me asaltara. Está completamente vacía y no la alumbran más que unas luces tenues. Busco mi sitio y jugueteo con el móvil hasta que poco a poco se va ocupando cada butaca. Puntualmente, los actores entran en la sala y se sientan en las primeras filas. Acto seguido, las luces se apagan y la pantalla se enciende para que todo el público vuelque sus sentidos en la magia del cine.

Casi dos horas después la sala se funde en aplausos y vuelve a iluminarse. Los actores se ponen de pie y agradecen con múltiples gestos el entusiasmo de la gente. Observo a Nathan y si no fuera porque sé de su careta diría que se va a poner a llorar de un momento a otro. También me parece que por unos segundos su mirada y la mía se cruzan, pero rápidamente caigo en la imposibilidad de ese hecho. Demasiadas caras como para que sea capaz de encontrarme y detenerse en la mía.

En cuanto salen los actores, la seguridad del sitio indica que ya lo podemos hacer los demás. Esquivo a tres mujeres que charlan sin prisa, un hombre de la mano de un niño y una pareja de jóvenes para poder escaparme de allí la primera y no encontrarme de frente con el tumulto y con cortos pasos que eternicen mi salida de este lugar. De otras salas aún no ha salido demasiado gente tampoco por lo que los pasillos están casi vacíos y me facilitan el encuentro con la puerta del aparcamiento. La plaza número 78 que antes me había nombrado el actor no está muy lejos, tan solo tengo que andar un par de minutos. Allí encuentro su gran moto negra y maldigo todo lo que se pasa por mi cabeza. No quiero volver a montar en ella.

-¿Llevas mucho esperando? - Su voz a mi espalda hace que me gire. Inevitablemente mi mirada vuelve a dirigirse a su pajarita y, de nuevo, se me escapa la risa.

-Para nada. Has salido muy rápido.

-La verdad es que he dejado a más de una persona con la palabra en la boca para poder venir corriendo. - Mientras habla, se quita la pajarita y se desabrocha el primer botón de la camisa. - Pero no me apetecía estar con nadie que no fueras tú. - Me guiña un ojo y yo bajo la mirada con las mejillas ardiendo. - Bueno, ¿has visto que he traído la moto?

-¿No podemos ir en mi coche a donde sea que quieras llevarme?

-Podemos, claro. - Sonrío y empiezo a andar hacia mi vehículo. - Pero no quiero. Prefiero en mi moto. - Saca de la moto un par de cascos y me tiende uno. - Vamos, es un camino corto.

-¿Sabes que eres un caprichoso? -protesto resoplando. No estoy nada convencida de ir en la moto, así que me pongo el casco antes de arrepentirme.
-Confía en mi... -dice relajado mientras me ajusta las correas. Me mira en un intento de transmitirme esa confianza y sin duda lo consigue. Le respondo con una sonrisa que se puede intuir incluso a través del casco. Y es que no sé exactamente cuál es su don. Sólo sé que lo tiene.
Sube a la moto, hago lo mismo y me pego completamente a él. Todavía me acuerdo de la última vez que me subí en este trasto. Durante todo el trayecto tuve la sensación de que me iba a caer en cualquier momento. 
Cuando arranca me abrazo a su cuerpo como si no hubiera mañana. Pero me relajo al darme cuenta de que la conducción es más suave que la vez anterior. En apenas cinco minutos llegamos al parking de un edificio, donde aparca la moto. Sin darme opción a preguntar qué hacemos allí, me coge de la mano y me lleva dentro. Saluda a un par de personas antes de dirigirnos al ascensor.
Cuando ella entra en mi cabeza una lágrima resbala por mis mejillas. Por una parte porque me siento culpable, y por otra porque la necesito. La necesito a mi lado. Necesito deshacer los kilómetros que nos separan y volver a tenerla entre mis brazos.


-¿Y esto?
-Demasiadas preguntas Patri -Dice colocándose justo detrás de mí y tapándome los ojos con las dos manos.
-Nathan...
-Shhh -susurra muy cerca de mi oído apoyando su cabeza en mi hombro.-No digas nada.
Y no sé muy bien porque, pero le hago caso. Debería estar subiéndome por las paredes, no me gustan demasiado las sorpresas. Sin embargo en estos momentos estoy más tranquila que en todo el día. Y él es el culpable. Por fin nos detenemos. Sonrío intuitivamente al escuchar el sonido del ascensor al abrirse.
-¿Lista?
Afirmo moviendo la cabeza sin despegar palabra. Quita una mano de mis ojos para colocarla en mi cintura y así poder guiar mis pasos. Sigo sus indicaciones caminando muy despacio, tanto que tiene que empujarme ligeramente para que no se nos haga de día. Noto como su mano ejerce presión sobre mí para frenarme. Paramos y abre una puerta que al parecer nos saca de nuevo al exterior, ya que vuelvo a sentir el aire directamente sobre mi piel. Me libera de la mano que tiene todo el rato sobre mis ojos. Pero sus palabras me advierten de que no puedo abrirlos todavía. Camino hacia delante cuatro o cinco pasos más.
-Ábrelos... -su tono es tan suave que me cuesta incluso escucharlo. 
Lo hago. Al principio me impacta la altura a la que debemos estar y una sensación de vértigo me recorre entera. Menos mal que no tengo miedo a las alturas si no le habría matado. Pero pronto me enamoro perdidamente de ese lugar. Estamos en la azotea del edificio más alto de los Ángeles. Con la ciudad a nuestros pies. Hay luces y más luces por todos los lados, de todos los colores y formas. Es todo tan bonito que me arrepiento de no tener mi cámara conmigo.
-Nathan... Es increíble.
-Lo sé. Subo aquí a menudo. Me ayuda a pensar, a desconectar de los problemas... -dice mirando al horizonte apoyando los codos en la barandilla.
-Es precioso. ¿Cómo lo descubriste? -intento interesarme. Un lugar así tiene que tener historia.
-Fue mi padre el que me trajo aquí por primera vez. ¿No es alucinante lo insignificante que es todo? Nada importa desde aquí arriba. Todo es pequeño, los problemas también... 
-Ya, pero supongo que en algún momento hay que bajar y volver a la realidad.
-O no…
Sonrío mirándole. Me encanta descubrir este lado de él. Es tan diferente al actor, al tío que conocí en la primera sesión de fotos. Tan chulo, tan prepotente… Me encendía el simple hecho de tenerlo delante, aunque no hablara. Y me rio al pensar en lo mucho que pude llegar a odiarle.
-¿Qué pasa? -sonríe al verme.
-Nada. Estaba tan equivocada contigo… El Nathan que yo conocía jamás me habría mostrado esta cara.
-En realidad nunca había traído a nadie aquí... –gira la cabeza para que nuestras miradas se encuentren.
-Vaya...  Eso me convierte en especial.
-Lo eres. –se acerca a mí para susurrarme esta última frase.
-No me digas esas cosas porque al final me las voy a creer. –digo un poco en broma sin dejar de mirar sus ojos verdes.
-Eres tan diferente a las demás...
Sus ojos brillan, puedo verlos a pesar de la oscuridad que nos rodea. El silencio se adueña del momento. Su mirada se desvía hacia mis labios y casi sin darme cuenta la mía hace lo mismo. Se acerca despacio hacia mí, hasta que los roza en un beso corto que no pretendo evitar en ningún momento.
Cuando me separo observo la ciudad, intento hacer caso de sus palabras,  esas de que aquí arriba los problemas son pequeños, pero no lo consigo. De repente una pregunta me asalta, ¿Qué hago yo en esa ciudad tan grande, a tantos kilómetros de distancia de la mujer que amo? Me agobio al no encontrar la respuesta y al ser consciente de que estoy tonteando con un chico, que por otro lado me encanta. 
-¿Estás bien? Perdona si te ha molestado... -dice refiriéndose al beso.
-No es eso. Echo de menos España... Y estar aquí arriba me ha hecho pensar... No sé. -me limpio los ojos y vuelvo a mirarle.
-No debí haberte traído.
-Que sí, que está genial Nath. Venga no nos pongamos tristes vamos a tomar algo, tenemos que celebrar que tu película va a ser un éxito...
-¿Segura? -pregunta de forma prudente.
-¿Mi casa te parece bien? –propongo sin pensarlo dos veces.

Llegamos a mi casa donde voy a intentar desconectar de todo a golpe de alcohol. Sé que eso solo borrará mis problemas temporalmente, ni siquiera los borrará, solo hará que no me acuerde de ellos. No suelo hacerlo, pero esta noche lo necesito y la excusa de celebrar el éxito de Nathan es perfecta. Saco todas las botellas que encuentro por casa y las dejo sobre la mesa. Afortunadamente no son demasiadas, pero son suficientes.
-Tú como si estuvieras en tu casa...
Cojo dos vasos de chupito y los lleno de la primera botella que pillo. Whisky si no me equivoco. Le ofrezco uno a él y alzo el mío para realizar nuestro primer brindis de la noche.
-Por ti… Por tu peli -aclaro.
-Mejor por ti -dice antes de bebérselo sin pestañear.
Hago lo mismo y pongo cara de asco cuando me pasa por la garganta, lo que provoca la risa del actor. El primero siempre es el que más cuesta. Sin pararme a pensar vuelvo a rellenar los vasos con el mismo líquido.
-Por desconectar de los problemas. -esta vez ni siquiera me espero a que responda, me lo bebo de golpe sin más.
Tengo intención de echarme el tercero, pero a Nathan le parece que voy demasiado deprisa. Tal vez sea cierto. Me quita el vaso y la botella de las manos y las deja sobre la mesa. Le miro poniendo carita de niña.
-Eyy, relájate pequeña –dice rodeándome con sus brazos.
Me agarra por la cintura y me pega totalmente a él. Trago saliva, ni una pizca de aire cogería ahora mismo entre nosotros y eso me pone un pelín nerviosa. De nuevo sus labios se encuentran con los míos. Le respondo de manera efusiva y profundizamos el beso sin darnos cuenta. Creo que he dejado de ser consciente de la situación y eso puede jugarme una mala pasada. Me sobresalto cuando noto su mano cerca de la cremallera de mi vestido y por fin reacciono.
-Espera… Para, para. -exclamo apartándome de él.
-¿Qué pasa? -protesta sin entender nada.
-Hay una cosa en la que no he sido sincera del todo... -me siento en el sofá y le indico con un gesto que me acompañe.
-Tienes novio… -afirma mientras se sienta a mi lado.
-Novia -corrijo
Me mira. Por su gesto de sorpresa intuyo que no sabe muy bien que decir en ese momento, y lo confirmo cuando solo le sale repetir lo mismo.
-¿Novia?
-Lo siento tenía que habértelo dicho... -acaricio su mejilla. -Lo siento Nath, no debía haberte hecho ilusiones. Me encantas eh… Nunca me había pasado esto con un tío, pero tenía que decírtelo. Estoy enamorada y he estado a punto de cagarla, de hecho creo que lo he hecho.
-Bueno tranquila, solo ha sido un beso… -contesta él quitándole importancia al asunto.
-Han sido dos. Y no debería haber sido ninguno…
-No sé qué decir Patri.
-No digas nada -me levanto a servir dos nuevos chupitos y me llevo la botella hasta el sofá. Creo que la vamos a necesitar. Esta vez no digo nada, simplemente choco con su copa y me lo bebo de trago.
-Háblame de ella. ¿Lleváis mucho tiempo?
-¿Estás seguro de que quieres ser mi confidente? Te recuerdo que hace cinco minutos querías echarme un polvo. –digo bromeando para romper el hielo.
-Soy mejor confidente que amante.
Me rio por su última frase. Y no solo por eso, sino porque empieza a afectarme el alcohol. Mañana voy a tener una resaca de esas que dejan huella.
-Llevamos mucho tiempo, sí. Ella es… Es el pilar que sostiene mi vida. A veces no se qué hago aquí... Esto es lo que he soñado toda mi vida, pero ¿de qué me sirve todo esto si no la tengo cerca?
-Deberías verte. Te brillan los ojos cuando hablas de ella.
Sonrío al oír sus palabras. Me encanta poder hablarle de esto y que me escuche, encontrar un apoyo cuando estás sola en el culo del mundo es un alivio. Y sé que no es precisamente lo que quería hacer conmigo esta noche, sé que he seguido su juego hasta alargarlo demasiado… Y aún así me comprende y sigue a mi lado. ¿No es un amor?
-El amor lo puede todo ¿no? –dice poniéndole el punto filosófico a la noche.
-Empiezo a dudar que pueda con la distancia.
-Si yo fuera tú, lo dejaría todo y me iría a verla.
Sus palabras me hacen dudar. ¿Debería pillar unos días para volver a Madrid? ¿Cómo coño le cuento lo que ha pasado con Nathan? ¿Cómo le cuento que me he besado con un tío sin oponer resistencia? Volver a mentirle sería ir en contra de todos mis principios. De todas las promesas que nos hicimos. Creo que mañana cuando no me encuentre bajo los efectos del alcohol podré plantearme mejor todas estas cuestiones. Su voz me saca de mis pensamientos.
-Oye y a ti desde cuando te gustan las mujeres? -se interesa Nathan.
-¿A mí? Desde siempre chaval. -digo mordiéndome el labio inferior.
-¿Entonces tú con un tío nunca...? -no acaba la frase porque le interrumpo a mitad.
-Te hacen falta muchos chupitos para que te responda a esa pregunta –le miro arqueando una ceja.
-Pues bebamos. –me rellena el vaso, que hace un rato que ha dejado de ser de chupito. Me rio por su interés y vuelvo a brindar con él. En este momento me da igual porque hacerlo. Y así entre alcohol, sonrisas, lágrimas y abrazos nos tiramos el resto de la noche hasta altas horas de madrugada. Mejor dicho, hasta que se nos acabaron las botellas.
Me desperté sobresaltada por el sonido del timbre, que se quedó retumbando en mi cabeza durante un buen rato. Por un momento pensé que solo había sido un sueño. ¿Quién podría llamar a estas horas?  Me levanté a duras penas con un malestar importante. Miré hacia el lado y vi a Nathan durmiendo en mi cama. Recuerdo que perdí la noción del tiempo mientras vomitaba abrazada a la taza del váter, ahora ya sé que él me rescató y me llevo a la cama. Llevaba la ropa de la noche anterior, así que no había cometido ninguna locura. De nuevo el timbre sonó, despertando en esta ocasión al actor. Me dirigí hasta la puerta. El salón todavía olía a alcohol, hecho que hizo que se me revolviera todo el cuerpo. Abrí sin mirar…