jueves, 27 de agosto de 2015

ME DESBORDO (2x30)

Narra Patricia...

La llamada de Carol me deja totalmente fuera de juego. En estos momentos mi cabeza es una locura de deseos no compatibles. Por una lado quiero que lleguen las seis para verla, volver a tenerla cerca y saber qué estará pasando por su mente. Llevo desde que la vi por última vez intentando descifrar sus sentimientos. En cambio, me da miedo su actitud. La recuerdo destrozada al salir de mi casa anoche, y tenerla tan frágil entre mis manos me generaría una gran inestabilidad. ¿Qué quiere? ¿Por qué no me pide que me quede? ¿No le importa que me vaya? 

Lo que tengo claro es que en la merienda con mi hermana no vamos a resolver nuestros problemas. Ni a Malú ni a mi nos apetece montar una escena de lágrimas frente a ella, así que tendremos que fingir que todo va bien. Que nuestras vidas no están a punto de dar un giro de ciento ochenta grados. Sinceramente, creo que no voy a saber disimular. Siempre me han dicho que mis ojos hablan muchas veces incluso más que mi boca. Se me van a notar las ganas irrefrenables que tengo de abrazarla y decirle que podemos con esto y con todo lo que se nos ponga por delante. Hemos superado tantos obstáculos que ya no soy capaz de imaginarme uno que nos frene. Y ahora que las dudas vuelven a llamar a nuestra puerta, estoy decidida a no abrir. El problema es que yo no contaba con las grietas y con ese pequeño espacio que queda entre la madera y el suelo por los que cabe hasta el más pequeño de mis temores. Y de nuevo tengo que recibirlos y luchar contra ellos. Pero parece ser que está vez Malú no está de mi lado, y eso es como entrar en el campo de batalla sin escudo.

-¡Aquí estoy! ¡Puntual como un reloj! - Mi hermana me da un beso sonoro en la mejilla y entra rápidamente a casa. Siempre tiene la misma enorme sonrisa y por un momento me la contagia. Coloca en el sofá una bolsa grande que ha traído y empieza a mirar en el interior. - Por si no tenías cosas que me gustaran he traído yo comida. - Empieza a sacar alimentos a la vez que pronuncia su nombre y los va dejando en la mesa. Bizcocho, empanada, algo de fruta, jamón serrano, pan, mortadela... Pierdo la cuenta de todo lo que aparece. 

-Parece que vas a alimentar a un regimiento. 

-He cogido todo lo que he encontrado por casa. - Confiesa entre risas. - Así cada una puede coger lo que le apetezca. 

-Ya veo... Estoy segura de que nadie se va a quedar con hambre.

-Eso espero. - Coge un trozo de bizcocho y se lo mete a la boca. - Pero antes de preparar nada, me vas a contar qué te pasa. - Su comentario me pilla desprevenida. 

-¿Qué me va a pasar? - Disimulo. 

-¡Venga ya! - Exclama. - Te conozco lo suficiente como para saber que tu voz no estaba bien cuando me has descolgado el teléfono hace un rato. Además, tienes mala cara. 

-Bueno, es que no he dormido bien. - Bajo la cabeza, pero inmediatamente Carol coge mi mandíbula y me obliga a mirarla a los ojos. 

-¡Patricia! ¡Qué a mi no me puedes engañar!

-Lo sé... Pero lo tenía que intentar. - Por fin, admito que no estoy bien. Pero tampoco tengo ninguna intención de hacerle saber los motivos por ahora. 

-Cuéntame, por favor. 

-No puedo, Carol. Son cosas de trabajo. 

-Tú no te pones así por cosas de trabajo. 

-Cuando esas cosas me hacen estar mal con mi novia, sí.

Me doy la vuelta y ando hacia la cocina. Carolina me conoce, las dos lo sabemos, por eso ha comprendido que no es el momento de seguir con la conversación. Sin más, coge la comida que había dejado en la mesa y me acompaña a donde estoy para empezar a preparar juntas la merienda. 

Durante toda la tarde había estado pensado en la mala idea que era hacer una reunión entre Malú, mi hermana y yo teniendo en cuenta la situación en la que nos encontramos. Pero poco a poco he ido cambiando de opinión. Las ganas de tenerla a mi lado han superado a los miedos. Es más, he llegado a la conclusión de que nos vendrá bien desconectar unas horas. Olvidar Nueva York por un rato y divertirnos. Reírnos como solemos hacer. Besarnos como siempre. Mirarnos y sabernos unidas. No sé cómo reaccionaré al verla, pero ojalá sepa sacar pecho y rozar sus labios como si no hubiera pasado nada. Tras darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que voy a intentar que disfrutemos las tres de la tarde, y cuando se vaya mi hermana hablaremos largo y tendido sobre nuestro futuro. Me gustaría evitar el tema pero al fin y al cabo, si decido irme, tengo que coger un avión pasado mañana. Y necesito su ayuda para tomar una decisión. 

-¿A qué hora va a venir Malú? - Le pregunto a mi hermana un tanto nerviosa. Ella deja a un lado el cuchillo con el que está cortando un trozo de pan y mira su reloj.

-Debe estar a punto de llegar porque me dijo que sobre las seis y cuarto, y ya son casi y media. 

-Ya sabes que solo es puntual si se trata de temas de trabajo. 

Pero pasan las siete, las siete y media y las ocho, y Malú sigue sin aparecer. Ni siquiera contesta a los mensajes o coge las llamadas. Carol ha merendado como un animal, pero a mi se me ha cortado de golpe el poco apetito que me quedaba. Doy vueltas nerviosa por la casa, miro por la ventana con la esperanza de que aparezca su coche al fondo de la calle y vuelvo a intentar llamar en incontables ocasiones. Nada. No hay respuesta. Según mi hermana, no notó nada raro cuando hablaron por teléfono. Dice que no estaba especialmente alegre, pero que se imaginaba que andaría trabajando y no le dio importancia. Llamamos a su madre y a su hermano, y ninguno de los dos tiene noticias de la cantante. Ahora todos mis sentimientos se basan en el miedo. No me quiero ni imaginar que le haya pasado algo malo.

Le pido a mi hermana que se quede en mi casa por si aparece y yo, como último recurso, pongo rumbo hacia su casa. Conduzco rápido, con prisa, y al llegar aparco en doble fila frente a su puerta y bajo corriendo para llamar. Pero al otro lado solo se escuchan ladridos. Allí tampoco está y a mi la desesperación por no saber de ella me está volviendo loca. Ya no me importa irme a China, Madrid o Nueva York. Las dudas de trabajo se han esfumado. No me importa no tener una tarde de risas a su lado. Lo único que necesito es saber que está bien, sea donde sea. 

Vuelvo a mi casa desanimada, sin respuestas ni soluciones. Le pido a mi hermana que me deje sola y, a pesar de que se niega, consigo convencerla recordándola que mañana tiene clase. En cuanto estoy sola vuelvo a llamar a su familia. Siguen sin saber nada, pero me piden que esté tranquila. Confían en que Malú sepa lo que hace y me aseguran que si seguimos sin saber de ella mañana, tomaremos otras medidas. Al colgar, rompo inmediatamente a llorar de impotencia. No puedo quedarme tranquila si no sé si la persona a la que amo está bien, y tampoco tengo ni idea de cómo comprobarlo. Y me siento peor al darme cuenta de que llevo unos días con más lágrimas en el rostro que sonrisas. No soy así. Nunca lo he sido. Me caracterizo por reírme de los golpes que me da la vida. Pero ya no puedo más. Me desborda la situación.

Son más de las tres de la madrugada cuando mi móvil reproduce el típico sonido de notificación que indica que ha llegado un mensaje. Me pilla en la cocina, bebiendo algo de agua. No he conseguido descansar ni un mísero minuto en lo que lleva de noche. Me apresuro hasta el aparato que, por fin, me trae buenas noticias. Es José. "Malú me ha enviado un mensaje diciéndome que está bien, pero que la dejemos. Que necesita estar sola." En un principio, lo que siento es alegría. Está bien y eso me arrebata una sonrisa. Pero al analizarlo, se me tuerce el gesto. Yo sé por qué necesita estar sola y cuál ha sido el motivo de su desaparición. Necesito saber qué pasa por su mente. Solo soy capaz de imaginármela llorando, con la tristeza apoderándose de cada uno de sus actos. Y, de nuevo, más dudas. ¿Por qué no quiere saber de mi? ¿Por qué no he recibido ni un solo mensaje en el que me diga que no me preocupe? ¿Por qué no me dice que me quiere y me hace recordar que eso es lo único que importa?




Narra Malú...

No he pegado ojo en toda la noche y hace unas cuantas horas que he perdido la noción del tiempo. Debe ser temprano. Hace apenas minutos que se han dejado ver los primeros rayos de sol. Aparco el coche en la puerta de su casa y bajo con decisión. Tengo que verla.
El escaso sonido de las calles a esas horas consigue ponerme los pelos de punta. No se escucha nada en kilómetros a la redonda. Parece que el mundo está parado. No hay gente. No hay coches. No hay nada.

Cuando estoy ante su puerta dudo antes de llamar al timbre. Cierro los ojos, respiro hondo y pulso el botón. Pronto suenan sus pasos. Los distingo acercándose despacio hacia la puerta. Pasos que se paran. Que dudan en abrir o no. Su respiración se escucha a través de ese trozo de madera que nos separa. Y al final lo hace. Abre sin decir nada, sin ni siquiera mirarme. Se da media vuelta y camina hacia dentro. Lleva puesta una camiseta talla XXL que le cubre hasta las rodillas. Siempre las usa para dormir. Aunque tampoco tiene pinta de haber dormido mucho.


Entro y cierro la puerta. Sé que se avecina tormenta. Veo nubes negras. La tensión del ambiente me hace casi tocarlas. Pero también sé que es hora de enfrentarme a esta conversación. Resoplo un par de veces intentado contener la calma antes de entrar donde esta ella.


—¿Qué pasa Patri?


—¿Todavía te atreves a preguntármelo? Llevas dos putos días sin dar señales de vida -dice elevando el tono de voz.


No me mira. Pero puedo ver que sus ojos están hinchados y muestran evidentes señales de haber estado toda la noche llorando.


—Necesitaba despejarme. Asimilar todo lo que nos está pasando... -respondo con calma.


—Eso se llama huir, Malú. Y es de cobardes. -grita clavando su mirada en mis ojos.
Es la primera vez en todo el rato que me mira a los ojos. Y me duele la forma en que lo hace. Su mirada me atraviesa como si de un puñal se tratara. Me duelen sus palabras. La manera en que salen de su boca. Sabe dónde darme para hacerme daño. No esperaba encontrarla receptiva, pero tampoco en este plan. El momento me gana la batalla. Me supera. Y sé que ya estoy metida en esta guerra, así que no tengo miedo a continuarla.


—Patricia no me jodas... 


—¿Qué no te joda? No te dignaste a aparecer en la merienda que organizó mi hermana. Podrías al menos haberlo hecho por ella...


—No tenía ganas de ver a nadie ya te lo he dicho.


—Habría bastado con una llamada. Con saber que estabas bien. Te he estado llamando, joder.


—Me ha podido la situación Patri. ¿Qué quieres que te diga? ¡Nuestras vidas van a cambiar de la noche a la mañana! -exclamo de nuevo volviendo a reencontrarme con su mirada.


—¿Esa es tu excusa para desaparecer? ¿Y tú eres la madura?... La que no piensa ni un poquito en su novia.


—Venga ya Patri, sabes de sobra que eso es mentira. Además yo también he sacrificado muchas cosas por ti. ¡Ahora me apetecía desaparecer y punto!


Ríe sarcásticamente antes de volver a mirarme. No me gusta esa mirada. Parece estar todo el rato culpándome de esta situación.


—Ahora lo entiendo todo. Lo que pasa es que eres una egoísta. Una puta egoísta que piensa que es la única que ha renunciado a cosas por esta relación.


—Mira, déjalo. Ya veo que no tenía que haber venido -me encamino hacia la puerta con intención de irme. 


Hemos llegado a ese punto en el que somos incapaces de dialogar tranquilamente como dos personas adultas. Solo hay gritos, reproches y más gritos. Quiero terminar con esta discusión y en un momento de lucidez creo que lo mejor es irme. Sé por experiencia que cuando se pone así lo mejor es dejarla y que se le pase. Después de la tormenta siempre llega la calma, dicen.


—Eso. Huye otra vez. Total, no sabes hacer otra cosa... –vacila sin moverse sitio. 


—Te estás pasando, tía -deshago mis pasos y en un impulso inevitable la empujo hacia atrás.


Se aparta rápidamente y me fulmina con la mirada. Creo que en todos los años que llevamos juntas, nunca la había visto así. Mantiene la mirada fija en mi durante largos segundos. Y me desconcierta. Pero me desconcierta todavía más cuando me agarra ambas muñecas y me empotra contra la pared, dejándome fuera de combate.


—¿Qué yo me estoy pasando? -pregunta con tono amenazador sin quitarme la vista de encima.


Estamos tan cerca que necesito tragar saliva para mantener la compostura. Miro inevitablemente su boca. Creo que se da cuenta, porque se muerde el labio inferior con fuerza.


—¡Si, tú joder! ¡TÚ! -grito manteniendo su mirada.


Y antes de que pueda terminar la frase ataca mi boca con un beso violento. Me pilla desprevenida, pero no tardo en responder con la misma brusquedad. Saboreo su boca. La muerdo y ella hace lo mismo conmigo. Me quita la camiseta que llevo puesta y me arranca literalmente el sujetador. Y digo literalmente porque lo rompe. Pero ninguna paramos a reparar en ese detalle. Simplemente no importa.


Sin parar un solo segundo, fija su próximo blanco en mis pechos. Los muerde con ansia. Uno. Otro. Los dos a la vez. Su lengua me recorre con prisa. Intercala besos con mordiscos. Una mezcla de dolor y placer me invade entera. Me gusta. Me gusta ese lado salvaje. Esa tensión acumulada que ha terminado con la explosión de nuestros sentimientos. Sentimientos que han quedado desordenados por la casa. Igual que pronto lo hará nuestra ropa.


Me dejo contagiar por esa agresividad que me ha puesto a mil. O tal vez a algo más que eso. Me desprendo de su camiseta y la empujo sin cuidado contra la pared de enfrente. Muerdo su cuello, dejando marcas allá por donde paso. Y de nuevo nuestras lenguas batallan en una guerra donde solo puede haber un vencedor. Y nadie está dispuesto a rendirse. 


Su respiración está totalmente agitada. Necesita ayudarse de mi oxígeno para respirar. De repente deja de besarme. Me gira bruscamente dejándome de espaldas a ella. No sé cómo, pero entre empujones hemos terminado en la cocina. Me apoya violentamente contra la encimera y se deshace de mis pantalones. Estoy completamente pegada a ella. Noto su piel humedecida por el sudor. Mi nivel de excitación hace rato que ha sobrepasado los límites normales.


Vuelvo a girarme para tenerla enfrente. De un impulso me levanta y me sienta sobre el borde del mármol. Me besa con la misma efusividad del principio y se deshace de mi tanga con demasiada facilidad. Siento su mano. Sus dedos me rondan. Y ejerciendo un golpe seco con la mano derecha se introduce en mi. Sin más preámbulos. Suspiro y grito con fuerza. Con la misma que ella pone en cada una de sus embestidas.


No me da tregua. El ritmo que impone desde el primer momento es desenfrenado. Está fuera de si, y a mi me está volviendo absolutamente loca. Y lo peor es que me encanta. Busco su boca entre gemidos. Quiero ahogarlos con sus besos. Lo hago. Pero pronto esquiva mi boca para centrarse en aumentar aún más el ritmo. Y como era de esperar, estallo de placer al instante. Pero Patri no se detiene. Quiere darme más. Y no para hasta que de nuevo vuelvo a alcanzar el orgasmo. 


Estoy exhausta. Sin fuerzas. Y casi sin oxígeno. Ella está igual que yo, pero por triplicado. Su desgaste físico se evidencia con su respiración entrecortada. Apoya su frente contra la mía mientras intenta estabilizarla. Por un momento pienso que las aguas han vuelto a su cauce. Y una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi cara. Pero vuelvo a equivocarme.


—Vete -pronuncia aún sofocada.


—Patri...


—Vete Malú -repite seria.


Me bajo de la encimera. Me tiemblan las piernas, aunque no me extraña. Recupero todas las prendas que he perdido en este arrebato sexual y me visto de manera fugaz. Mi novia sigue en la cocina, apoyada donde hace solo unos minutos me ha llevado a la locura. La miro pero no me corresponde. Así que desisto en el intento y me voy dando un portazo.


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¡Hola! 

Bueno, solo quería decir que todo lo que narra Malú lo ha escrito @Apruebadeti_ . A mi me encanta como ha quedado, y estoy segura de que a vosotros también. Muchísimas gracias, Martita ;) Gracias a Marta he podido subir tan pronto. Casi la mitad del capítulo es su escena. Si hubiera tenido que escribirlo todo yo, no lo hubiera podido subir tan rápido. 

De paso aprovecho para agradeceros que sigáis leyendo la novela y os recuerdo que en Ask o Twiter estoy encantada de recibir ideas y opiniones, tanto buenas como malas. 

¡Un beso!

viernes, 21 de agosto de 2015

DECISIONES (2X29)

-No llores, amor. - Me pide mientras limpia con sus pulgares las gotas que resbalan por mis mejillas. - Lo mejor será que pienses, que pensemos las dos.

-Siento mucho todo esto, Malú. No era mi intención... Ya sabes que si quieres, puedo...

-Tranquila. - Me interrumpe. - Me voy a mi casa y hablamos mañana más relajadas. 

- Espera. - Agarro su mano cuando está a punto de despegarse del sofá. - No te vayas. Quédate esta noche. - Por unos segundos se lo piensa con la mirada en dirección al suelo, pero finalmente niega con la cabeza con un casi inapreciable movimiento y se marcha tras darme un beso en la frente y decirme que será mejor que no. Un minuto después me asomo a una ventana desde la que veo su coche y la observo entrar en él. Ahí, en el asiento del conductor, desaparece toda la calma y toda la compostura que mantenía entre mis cuatro paredes. Apoya la cabeza contra el volante y llora. Se rompe. Y yo me rompo desde arriba con ella mientras las lágrimas enturbian la dolorosa imagen que tengo ante mis ojos. 


Un rato antes...

Me abraza. Me abraza muy fuerte cubriendo con su cara mi hombro en cuanto abro la puerta del ático. Cierro y la envuelvo con mis brazos. Nos quedamos en esa posición un tiempo, no sé cuánto, pero es el anticipo a todo lo que nos deparan los próximos minutos. Observo sus ojos y no me hace falta poner demasiado empeño en ello para saber que ha llorado hace no mucho. Y los míos van por el mismo camino. Aunque no le he dicho aún nada, sabe que no es bueno lo que guardo en mi interior. Trago saliva y cojo su mano para conducirnos al salón. Nos sentamos una al lado de la otra. Ella con los pies en el suelo y yo con las piernas cruzadas, en posición de indio. Todavía no ha salido ninguna palabra de nuestros labios, pero se palpan los nervios en el ambiente. Solo hay que ver su pierna temblando, mis dedos haciéndome crujir los nudillos o las miradas esquivas para darse cuenta de que ha desaparecido la armonía que compartíamos la última vez que estuvimos juntas.

-¿Qué tal con Rosa? - Digo librándome de un soplo de aire contenido. Yo misma noto lo rota que está mi voz. 

-Bien. - Murmura la cantante. - Le he dejado claros los planes que tenemos. He seguido tus consejos...

-Me alegro tanto. Es tu vida y tú decides. No solo en aspectos relacionados con nosotras frente a Rosa, sino con todo y frente a todos. 

-Sí. No ha quedado muy conforme pero creo que lo solucionaremos. 

-Claro que sí. Habéis estado muchos años juntas y no...

-Patricia. - No me deja hablar y hace que, por primera vez desde que ha entrado en mi casa, nuestros ojos impacten. - Déjate de rodeos y dime ya lo que me tengas que decir porque como no lo hagas me voy a morir de los nervios. - Tajante. Cojo aire. No pensaba decírselo directamente. Mi plan era cenar juntas, hablar con tranquilidad y contárselo como le podría contar cualquier otra cosa poco importante, como si le contara que me he comprado unos pendientes preciosos que combinan a la perfección con el collar que me regaló la semana pasada. Pero ni mi plan era bueno ni con ella valen los planes. 

-Me han vuelto a ofrecer el trabajo en Los Ángeles que rechacé hace años.

-¿El que te propusieron antes de que cortásemos? - Asiento y me echo hacia atrás, apoyándome contra el respaldo del sofá. Malú se levanta y da vueltas por la habitación. De vez en cuando abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla inmediatamente arrepentida. Se muere de ganas por hacerme preguntas, y yo soy la única que le puede dar respuestas.

 -Mi jefe se enteró de que lo rechacé hace tiempo y habló con la empresa para ver si podían darme otra oportunidad. Al parecer tiene buena relación con ellos y le respondieron que estarían encantados de recibirme allí si seguía haciendo trabajos tan buenos como hace unos años. Julio lleva semanas preparando una presentación informativa en la que les indica cómo trabajo, incluso ha añadido fotos tomadas por mí. - Paro para coger aire. Lo he dicho todo del tirón porque sé que si parase me costaría volver a enlazar dos palabras seguidas sin que me temblaran las cuerdas vocales. Mientras lo explico, mi chica pierde la mirada por la ventana del salón, dándome la espalda y sin interrumpirme ni una sola vez. - Hace unos días me pidió que me hiciera una foto a mí misma sin darme más explicaciones. Hoy hemos comido juntos y se me ha ocurrido preguntarle, por eso me ha confesado todo. La foto era para tener una actual que mostrarle a la otra empresa e incluirla en su presentación.

-Patricia... - Se gira dejándome ver su rostro descompuesto. Mis palabras han aterrizado en sus facciones llenándolas de tristeza. - No sé qué decirte ni qué significa todo ésto.

Sinceramente, yo tampoco sé nada. No tengo nada claro en estos momentos. Por fin he vuelto con Malú después de tanto luchar por ello. Lo he conseguido. Salió del armario, dijo que estábamos juntas, me incluyó en uno de sus trabajos e, incluso, tenemos planes de formar una familia. Nuestra relación no se puede encontrar en un lugar mejor. Y ahora llega esto. Me ofrecen el trabajo que he querido siempre justo cuando he conseguido estabilizar mi vida con la persona a la que amo. Si no lo acepto perderé una de las mejores oportunidades profesionales que tendré jamás. Pero si lo acepto, a saber que será de mi relación con Malú y de los sueños que estaba cumpliendo a su lado. Rechacé una vez el trabajo porque estábamos en un momento fantástico y no quería romperlo. Y me quedé encantada porque era lo que yo deseaba hacer. Y ahora, que sí estamos bien, tengo miles de dudas. Si me voy, sería difícil mantener nuestra relación y totalmente imposible formar una familia. Tiene su vida y su carrera musical en España y Los Ángeles no podría aportarle nada. La realidad es que me encantaría ir allí con ella y empezar nuevos planes. Otra casa, otro entorno, otros amigos. Formar allí nuestras familia. Yo aquí no tengo nada que me retenga. Nada que no sea ella.

-No he aceptado, Malú. - Le digo sentándome más cerca de ella y agarrando una de sus manos temblorosas. - Es más, me he enfadado con mi jefe por tomar decisiones sin preguntarme a mí antes.

-Pero quieres aceptar... - Menciona en un hilo de voz.

-Yo quiero estar contigo.

-No quiero que decidas por mi. - Me mira a los ojos otra vez. Tiene una mirada tan intensa que siento una punzada por dentro, también provocada por las palabras que acaba de pronunciar. - Sé sincera contigo misma y haz lo que desees hacer. No quiero que dejes ese trabajo otra vez y te arrepientas.

-Necesito un futuro contigo. - Noto como las lágrimas descienden por mis mejillas. No sé hace cuánto tiempo se deslizan por mi piel, pero cada parpadeo hace que se multipliquen. - No puedes prometerme que nuestra vida juntas seguirá en pie si me voy. - Efectivamente, no puede hacerlo. Traga saliva y esconde la cara tras sus manos. Resopla un par de veces y empieza a acariciar mi pierna.

-Piénsalo bien, ¿vale?

-Si acepto, tengo que ir en tres días para mostrarles junto a mi jefe la presentación. - Creo que nunca me había temblado tanto la voz como al decir esas palabras. De nuevo el silencio y su rostro más desencajado. Pero, contra todo pronóstico, dibuja una minúscula sonrisa en su boca.

-Pues tienes tres días para decidir, amor.



Lo que pasa a continuación ya lo sabéis. Se marcha de mi casa manteniéndose firme, pero todas sus piezas se desmontan en cuanto se introduce en su coche y se encuentra a solas consigo misma. Y yo me quedo en la misma posición, tumbada en el sofá sin poder controlar el llanto ni un solo minuto, durante lo que resta de noche. Una de las cosas que más nerviosa me ponen es no poder controlar mis sentimientos. Pocas veces me pasa, y en esta ocasión me duele más que ninguna otra porque se trata de algo que no solo me afecta a mi. La decisión de irme o de quedarme cambiaría mi vida y la de la persona que más me importa.

Cuando entra la luz del sol por las cristaleras de mi casa me doy cuenta de que no he dormido nada. Mi cabeza ha estado dando vueltas sin cesar horas y horas intentando dar solución al problema que tengo enfrente, y todos esos tumbos se han traducido en un dolor incipiente en la sien, que también se desplaza a cuello, hombros y espalda. Trato de incorporarme delicadamente para no empeorarlo, pero cada mínimo movimiento se transforma en una mueca de dolor en mi rostro. 




Poco a poco, llego a la cocina, abro el armario y saco una pastilla. Pongo toda mi fe en que ese producto químico repare mis dolores, porque en unas horas he quedado con mi jefe y necesito de todas mis fuerzas para mantener con él la conversación en la que mi futuro se asentará en España o en Los Ángeles.

Afortunadamente, la ducha y la aspirina consiguen cambiarme un poco la mañana. Desayuno algo, me espabilo con el café y me miro al espejo. Las ojeras no me las quita nadie, al igual que las ganas infinitas de quedarme en casa llorando todo el día. Pero no puedo ni debo. Me atuso el pelo, retoco el pintalabios y, tras coger mi bolso, salgo del piso. Entro en el coche y al arrancar vuelvo a venirme a abajo. El reproductor de música se enciende automáticamente y deja que la voz de mi novia se introduzca por mis oídos y se me estremezca el cuerpo. Suena el disco nuevo, el que aún ni siquiera a salido al mercado. Son las maquetas de lo que más tarde serán éxitos. La voz de Malú así, en acústico, siempre me remueve por dentro. Y ahora más. Para colmo, no suena una canción cualquiera. Como ha dicho en varias entrevistas, este disco es más suyo que nunca porque la mayoría de canciones han sido compuestas por ella. Esta es una de esas canciones y, además, habla de nosotras. De cómo hay algunos amores tan especiales que sobrepasan tiempo, distancia y cualquier obstáculo.

-Tengo una canción que creo que te va a gustar. - Me decía hace unos meses saliendo de la sala de su casa que suele utilizar cuando quiere componer. Llevaba un moño deshecho del que asomaba un lápiz amarillo y zarandeaba un folio mientras se acercaba a mi. Cuando la tengo al lado, tiro de su cintura consiguiendo que se siente a mi lado. Y me sonría. Y a mi me de por sonreír más y por querer hacerla sonreír el resto de mis días.

-¿Y me la vas a cantar?

-No. - Puse cara de pena. - No es que no quiera. Lo que pasa es que solo tengo la letra. Hablaré con los demás y si les gusta podremos poner la música.

-Por lo menos déjame leerla. - Le supliqué dejándome caer en su hombro.

-Está bien. Pero con una condición. - Asentí. Para mantener unos segundos más la intriga y ponerme nerviosa, ella bebió del vaso que reposaba en la mesita de al lado.  - Tienes que corregirla.

-Sabes que no me gusta corregir tus canciones.

-Pero es que tú escribes muy bien... - Negué con la cabeza. - Ya que no aceptas componer canciones para mis discos, por lo menos ayúdame con las mías.

-Pero Malú...

-No hay peros. Te lo pido como favor.

Finalmente, me convenció para que la ayudara. Solo le hicieron falta unas palabras y algunos mimos para hacerlo. Sabe a la perfección cómo conseguir que haga lo que ella quiera. Leímos juntas la canción y lo primero que sentí fue sorpresa. No me esperaba que hablara de nosotras. Me encantó la forma en la que describió nuestro amor como algo resistente e irrompible. Algo que acaba con todas las reglas. Cómo algo que hay que cuidar y conservar porque puede hacerte vivir los mejores momentos de tu vida.

Apenas encontré defectos que reparar en la letra, por mucho que ella se empeñara. La canción me pareció grande aquel día en su casa, en su sofá, de mi mano, e igual de inmensa me sigue pareciendo ahora en mi coche. Pero ahora duele, porque no sé cuánto podré cuidar y conservar el amor del que habla. Apago el reproductor cuando no puedo reprimir una lágrima. La limpio rápidamente y pongo en marcha el vehículo antes de que los recuerdos me pongan una zancadilla y den lugar a un llanto que no podría cesar como el que me ha acompañado toda la noche.

-Perdona por el retraso, Julio. - Le digo a mi jefe al entrar en su despacho con prisas. Dejo mi bolso en la mesa y tomo asiento frente a él.

-No pasa nada. - Comenta observando cada uno de mis movimientos atentamente. - Solo por la mala cara que traes no puedo enfadarme contigo.

-Perdona... - Bajo la cabeza avergonzada. Por mucho que lo he intentado no he sido capaz de ocultar mi malestar interior.

-¿Estás bien?

-La verdad es que no. - Confieso. - Es por lo del trabajo que me has ofrecido. Sabes que es el trabajo que siempre he querido pero es muy difícil aceptarlo.

-Malú y tú sois adultas. Además, vuestra situación económica os permitiría veros bastante a menudo. Apenas notaríais la distancia. Como ya te dije, te ofrecen más del triple de dinero que la otra vez y un puesto mucho más alto. - Es uno de los datos que no le había contado a mi novia para que no le diera más vueltas a la cabeza. Para mi el dinero es lo de menos y no quiero guiarme por mis ingresos a la hora de elegir trabajo, aunque las razones que me está dando mi jefe para aceptarlo me provocan más dudas aún.

-Julio, Malú y yo teníamos planes nuevos. Queríamos irnos a vivir juntas y tener un hijo. - Se le abren los ojos enormemente formando unas pronunciadas arrugas en su frente. No se esperaba para nada lo que acabo de confesar. Necesitaba decírselo para que fuera consciente del por qué de todas mis dudas. - Si me voy puede que mantuviéramos la relación, pero los demás planes sería imposible.

-Vaya... Lo siento mucho, Patricia. De verdad creía que ayudarte a conseguir el trabajo no te iba a causar estos problemas.

-No pasa nada... Y siento mi reacción de ayer cuando me lo comunicaste. De primeras me enfadé y no tenía que haberlo hecho.

La conclusión de la conversación fue que el viaje para presentarme en el nuevo trabajo seguiría en pie a no ser que yo decidiera lo contrario. El consejo de Julio fue el mismo que me dio la cantante: soy yo la que tengo que valorar y decidir. Ambos tienen razón, pero yo siento un peso enorme encima al tener que elegir algo que va a cambiar mi vida.

Y si hay algo que me hiere más que todo este follón de sentimientos y decisiones es no saber nada de Malú desde que se marchó de mi casa anoche. Extraño su mensaje de cada mañana dándome los buenos días y la llamada de media mañana en la que me cuenta qué tal va. Extraño oír su voz, a pesar de que llevo apenas unas horas sin escucharla. Y, sobre todo, extraño la tranquilidad de saber que todo está bien.

Una idea se me pasa por la mente y decido llevarla a cabo antes de que me pueda arrepentir. Cojo mi móvil y le envío un mensaje. Es corto, pero contiene las palabras que me salen con más sinceridad del corazón: "Te echo de menos, amor." Aguardo unos segundos con el aparato entre las manos por si hay una contestación, pero nada. Lo guardo en el bolsillo trasero de mi vaquero y opto por preparar algo de comer, a pesar de que no tengo casi apetito. Justo cuando meto en el horno una lasaña, me vibra el trasero. Es mi teléfono. Cierro el electrodoméstico velozmente y observo la pantalla. Y me decepciono al comprobar que no es la persona que yo esperaba, sino mi hermana.

-Dime, Carol.

-Vaya voz, hermanita. Qué poco te alegras de saber de mi. - La joven se ríe, pero no consigo hacerlo con ella por mucho que me gustaría.

-Lo siento. Es que estaba haciendo la comida y me has pillado en otras cosas.

-Tú no estás bien. - No tarda ni medio minuto en pillarme. Me conoce demasiado. Me atrevería a decir que Malú y ella son las personas que mejor me conocen.

-No te preocupes. Que sí estoy bien. - Trato de sonar convincente, aunque sé que no lo logro.

-Mientes, pero bueno... Te llamaba para decirte que si me invitas a merendar esta tarde. - No tengo ninguna gana de merendar esta tarde, y mucho menos acompañada de alguien. No me apetece fingir sonrisas cuando solo quiero derramar lágrimas. - Ni respondas. Voy sobre las seis. ¡Ah! ¡Y llamo a Malú para que se pase! ¡Te quiero!

Grito un no rotundo, pero cuelga antes de escucharlo. Instantáneamente me pongo de los nervios. Mi hermana la había liado sin darse cuenta, y a mi me empezaba a aparecer el sudor frío por la frente. Quiero ver a mi novia, eso lo tengo claro, pero quizás no es el momento ni el modo. Necesito hablar con ella en privado y pedirle que me ayude a decidir. Que me hace falta que ella me bese para saber si me tengo que quedar. Que necesito saber que todo va a ir bien. Lo único que podría reconfortarme es que me abrace, acaricie mi espalda y me susurre que me quiere.






martes, 4 de agosto de 2015

FUERZAS DE FLAQUEZA (2x28)

Sentada en el sofá, junto a mi madre, doy incontables vueltas al café que reposa en la mesa. Por la tarde he quedado con Rosa para hablar en persona de mis nuevos planes y la verdad es que estoy muy nerviosa. No sé cómo vamos a reaccionar al vernos después de la discusión telefónica que tuvimos hace un par de días. He estado pensando desde ese mismo momento en la forma de contarle todo sin que se empiece a tirar de los pelos antes de que termine la primera frase. Patricia no para de repetirme que por mucho que Rosa quiera ayudarme, yo tomo las decisiones. Y tiene toda la razón. Por muy importante que sea mi carrera musical, la parte personal tiene prioridad. Es algo que tanto mi familia como Patricia me habían repetido en múltiples ocasiones, y yo me negaba. No entendía la vida sin conciertos y discos, y aunque eso sigue pareciéndome vital, he logrado entender que mi vida personal, mi familia y mi pareja son lo que realmente me va a hacer seguir hacia adelante.

-Hija, ¿se puede saber qué te pasa? - Mi madre interrumpe mis pensamientos y me devuelve a la tierra. A su lado, concretamente. Ni siquiera me había percatado de que se ha sentado más cerca de mí que antes. 

-Nada, mamá. ¿Qué me va a pasar?

-No sé. Dímelo tú. He hecho tus galletas favoritas y ni las has probado. - Observo los dulces de colores, y me doy cuenta de lo mal que he disimulado. No tengo el estómago ni para tomarme media, pero tenía que haberlo hecho. Voy a inventarme una escusa cuando, como en las películas, el sonido de llamada de mi móvil me salva en el momento oportuno. Es ella. Le muestro a mi madre la pantalla y se le escapa una sonrisa cuando ve la fotografía de Patricia. 

-Hola, amor. - Digo para empezar la conversación. - A mi madre se le han puesto los ojos brillantes en cuanto ha visto que me llamabas tú. 

-Dile a tu madre que si es necesario dejo a su hija y empiezo una aventura alocada con una mujer con experiencia como ella. 

-Por ella encantada, pero creo que la hija te corta el cuello. 

-Qué agresiva... - Murmura justo antes de romper a reír junto a mi. Ella me calma, me hace pensar en otra cosa sin que ni siquiera me de cuenta. - ¿Qué tal van esos nervios?

-Bien, muy bien.

-Es decir, que no los controlas, ¿verdad?

-Exacto. - Confieso. - Como aquí con mi madre y a las 5 he quedado con Rosa. 

-Te vuelvo a repetir lo de siempre: eres tú la que toma las decisiones. Ella seguramente intente girar las tornas y convencerte de que estás cometiendo un error, pero tú tienes que ser fuerte. Si realmente quieres ser madre, y sé que quieres, no te dejes manipular. 

- Lo sé, lo sé. Lo he estado pensando y tienes razón. - Suspiro. - En cuanto salga te llamo y te cuento. 

Al colgar, mi madre pone la típica cara que muestra cuando sabe que están pasando cosas de las que ella no se está enterando. Y no tarda en preguntar qué es y qué me pasa con Rosa. Pero no puedo decirle la verdad, al menos no por ahora, así que le explico que quiero hacer unos cambios profesionales que sé que a mi mánager no le harán gracia. Ella no se mete en temas musicales, por lo que no insiste. Respiro aliviada, porque aún no estoy preparada para decirle que voy a ser madre. No quiero que nadie se preocupe hasta que el proyecto esté puesto en marcha. 

Cuando llega la hora, salgo de casa de mi madre en dirección a mi reunión. Llevo el cuerpo temblando, porque aunque quiero evitar pensarlo demasiado, el tema del que tenemos que hablar es importante y va a influir mucho en mi futuro. Y, sobretodo, por más que me intente convencer de que tengo claro todo, no es así. Afortunadamente, no comer en casa sola me ha servido para desviar mis pensamientos de Rosa. Mi madre me ha preguntado qué tal me va con Patricia desde que volvimos y no ha hecho falta que lo dijera con palabras para que supiera la respuesta. La sonrisa tonta me delata aunque ella no esté presente. Y también se nota la ilusión que le hace a mi madre que nos vaya así. Me ha confesado que, con esos poderes infalibles que tienen todas las madres, supo que volveríamos desde el mismo día en que lo dejamos. Que estábamos hechas la una para la otra y que ya no me vería al lado de otra persona. 

-Os amasteis tanto que se rompió, por eso ahora sabréis quereros hasta el punto de sanaros la una a la otra. 

No sé hasta que punto tiene lógica esa frase de mi madre, o hasta qué punto podría pasar de ser simplemente palabras a convertirse en un hecho, pero comparto su opinión. Lo pasamos tan mal que ahora sabemos lo que no tenemos que hacer para volver a atravesar por un mal trago. Desde hace tiempo controlamos a la perfección cada hilo de nuestra relación. O, al menos, eso creemos. 

De primeras, la cita empieza dejando mucho que desear. Las habituales sonrisas y los abrazos se han convertido en facciones tensas y dos grises besos en las mejillas. Nunca nos habíamos comportado así la una con la otra. Ni siquiera el día que nos conocimos, hace ya muchos años, fue tan frío. 
Nos encontramos en una de las oficinas del estudio, y en la mesa ya tenía preparado un refresco para ella y un té a mi lado. Eso siempre ha sido así y me hace respirar un poco en mi interior que hay algo, aunque sea pequeño, que no ha cambiado. 

-Vamos a ir directas al tema... Sin rodeos. - Dicta en sus primeras palabras. Asiento y le hago una señal para que continúe hablando. - Lo esencial es que quiero que sepas que no me importa que quieras ser madre. Es algo lógico e incluso me alegro de que quieras dar ese paso con Patricia después de tanto tiempo. - Que empiece así no entraba dentro de mis ideas. Me esperaba reproches y subidas de tono, pero no. Se me escapa una pequeña sonrisa. 

- Entonces no entiendo el problema, Rosa. 

- El problema es que soy tu mánager, organizo tu agenda y necesito saber de cerca tus movimientos. ¿Por qué ahora no me has contado eso? ¿No te has parado a pensar que quizás yo ya tenía planes para ti en las fechas en las que tu quieres quedarte embarazada? Entonces tendría que cancelar programas o pausar algunos proyectos y eso haría que dejaran de confiar en nosotras en un futuro. 

-En parte tienes razón, pero si no dije nada es porque ni siquiera hemos empezado el proceso. Aún estamos barajando cómo hacerlo, cuándo, dónde... Además, no queríamos avisar a nadie hasta que no esté todo muy claro. 

-Me parece bien que no quisieras preocupar a la familia pero coño, Malú, que soy Rosa...

-Lo sé... Lo sé... - En ese momento recuerdo las palabras de Patricia avisándome de que Rosa podía opinar pero soy yo quien elijo. Me envalentono sacando fuerzas de algún lugar, y la miro a los ojos. - Mira, el plan que tengo con mi novia es empezar el proceso la semana que viene, al acabar el concierto de Los 40. Sé que estamos en plena promoción de mi disco y que en menos de un mes lo sacamos al mercado, pero no puedo cancelar mis planes de embarazo. Iré a radio y televisión para mostrar mi álbum, cantaré canciones e incluso, se me ha ocurrido dar algunos conciertos en acústico de presentación del disco. Y ahí pausar mi carrera para retomarla de nuevo con la gira grande en cuanto tenga al bebé. - Rosa, que se había mantenido en silencio en todo mi discurso, se levanta y da vueltas por la sala. Resopla y se atusa el pelo. 

-A ver si me he enterado...  Vas a parar tu carrera en plena promoción, en plena salida de disco, a punto de empezar gira. ¿Es eso?

-Sí, pero... 

-Es una locura. 

-Puede que lo sea, pero es mi locura y quiero cometerla. - Otra vez las palabras de mi novia paseándose por mi mente, y otra vez yo sacando fuerzas de flaqueza. - Eso es lo que se va a hacer. Mis seguidores lo comprenderán, al igual que los medios de comunicación. Y, si no es así, lo siento. Pero no voy a cancelar mis planes personales. Eso es lo que se va a hacer y espero contar contigo, como siempre. 

Sin dar tiempo a una reacción por su parte, a una respuesta, cojo mi bolso y salgo firme de la sala. Mis pasos atraviesan pasillos, un ascensor y todo el aparcamiento hasta llevarme al interior del vehículo. Una vez ahí, todo el coraje y la rabia que habían explotado frente a Rosa desaparecen para transformarse en lágrimas. Un popurrí de sentimientos aparece en mi interior y no tengo ni idea del método para descifrar su significado. Por una parte, estoy feliz por haberme hecho valer. Es algo que siempre me ha costado en el trabajo. Pero por otro lado, no me gusta que haya sido ella la que ha recibido mis malas palabras. Al fin y al cabo, me ha apoyado desde hace muchos años y ha conseguido que mi carrera llegara a la cumbre en la que está ahora.
Necesito calmarme, y sé que llamarla será el mejor remedio. No tarda en descolgar ni tres segundos, como si estuviera esperando mi llamada frente al teléfono. Y, conociéndola, estoy segura de que así ha sido. En cuanto denota mi voz temblorosa me dedica palabras de calma que transmiten seguridad. Me asegura que he hecho lo correcto y que Rosa no va a dejar que nuestra relación, ni profesional ni personal, desaparezca.

-Amor, tengo que hablar con mi jefe. Ven a mi casa esta noche y me lo cuentas todo con detalles. Además, yo también tengo que comentarte algo.

-Vale, sobre las nueve y media estaré por allí. ¿Va todo bien?

-Luego te cuento. Te quiero, Malú. 

Me cuelga. Y sé que algo falla. Falta un "claro, va todo perfectamente.", o un "no te preocupes, cielo." Falta que me deje tranquila, como al final de cada conversación que compartimos. Falta que me diga que está deseando verme. Falta que sea yo la que cuelgue tras un "te quiero" de mis labios. Así que no, no va todo bien. 

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¡Hola! Perdón por la tardanza pero he estado de vacaciones y no he podido antes. Sé que tardo en subir, pero no quiero dejar la novela... Me gusta escribirla y lo haré aunque los capítulos sean cada más o menos tiempo. 

¡Gracias!