sábado, 31 de mayo de 2014

FLASHBACK.

Abrí lentamente los ojos. Estaba boca abajo y me pesaba todo el cuerpo. Dirigí la mirada hacia mi izquierda pensando que estaría a mi lado, pero lo único que vi fue su parte de la cama vacía. 



En las sábanas se podía apreciar aún la forma de sus perfectas curvas. De repente, una intensa luz coloreó la habitación que aún estaba prácticamente a oscuras. 

Después de ese flash, llegaron otros. Varios seguidos. Me levanté asustada y la vi allí. De pie, con la cámara entre las manos, riéndose sin cesar. Ni se había molestado en vestirse. Su cuerpo lucía simplemente un tanga negro. 
Irresistiblemente sexy. Aún no había abierto del todo los ojos y el flash no ayudaba, pero su increíble cuerpo se apreciaba a kilómetros. 

-¿Qué hora es? - Pregunté con el débil hilo de voz que pude sacar. 

-Las 4. - Patricia seguía a lo suyo. Daba vueltas alrededor de la cama buscando la panorámica perfecta para fotografiarme. 

-¿¡De la tarde?! - Me erguí rápidamente asustada. 

-No, boba. De la madrugada. 

Lo dijo y se quedó tan tranquila. A esas horas debería estar descansando, y más teniendo en cuenta que al día siguiente empezaba a grabar el nuevo disco. Volví a tumbarme, pero conciliar el sueño ya se había convertido en algo inalcanzable.
 
- ¿Tu nunca te cansas de hacer fotos? - dejó cuidadosamente la cámara en la mesilla y se tumbó a mi lado. 

- ¡Qué va! - exclamó. - Y menos a ti, que siempre sales bien. 

Me dio un beso fugaz en los labios y se metió conmigo bajo la sábana. Acercó mucho nuestros cuerpos hasta que ni el aire podía colarse. 

-Me acabo de despertar y no estoy precisamente guapa. - Aparté un mechón rebelde de su pelo. - No hace falta que me mientas, ya me tienes ganada. 

-¿Eres tonta o algo? - Movió la cabeza negativamente. - Lo digo en serio. Nunca sales mal en las fotos. Tienes un pacto con la cámara o algo similar. 

-La tonta eres tu. - Reímos juntas. - Alguna vez me harás las fotos para un disco. 

-Encantada, pero pongo condiciones... - Sonrió maliciosamente mientras su mano ascendía y descendía por mi desnudo costado. Me podía esperar cualquier idea de una mente como la suya. - Posarías desnuda. 

- Ni de coña. 

-Estoy segura de que subirían las ventas... - Se quedó pensativa durante unos segundos. - Bueno y no sólo subirían las ventas... Ya me entiendes. 

-¡Serás salida mental! - Exclamé. - ¿Sólo puedes pensar en sexo las veinticuatro horas del día?

-No... Pero entiéndeme. - Alzó las sábanas para observar mi cuerpo casi desnudo. - Con esta preciosidad al lado lo normal es que piense en eso. 

Aproveché que miró hacia un lado y me subí a horcajadas sobre ella. Aprisioné sus manos contra el colchón con las mías, por encima de su cabeza. Y nos dimos un largo beso que dejó nuestras respiraciones jadeantes. Su lengua y la mía tenían el mismo objetivo: explorar cada rincón. Pero la gran duda era si todavía nos quedaba algún lugar de la otra, por pequeño que fuera, sin descubrir. 

-¿Y ahora quién es la que piensa en sexo? - Preguntó con actitud chulesca. 

Ágilmente consiguió liberar sus manos de las mías. Le resultó fácil cambiar los roles. Ahora yo estaba debajo, dispuesta a hacer lo que ella quisiera. Mientras me besaba, deslizaba sus dedos por mi cintura dibujando imperfectos círculos, haciéndome perder la cordura. Cada beso daba lugar a otro mejor, si cabe. Poco a poco, y siguiendo su ritmo, nos deshicimos de la poca ropa que nos quedaba. Patricia sabía que mi cuerpo le pertenecía cien por cien. Que estaba rendida a sus pies, dispuesta a seguir su ritmo. Y esa mañana decidió que el ritmo sería frenético. Me dejó sin aliento, sin fuerzas y sin más sudor que poder expulsar por los poros. 

-¿De dónde sacas esta energía? - Pregunté aún con la respiración agitada. El oxígeno que me proporcionaba el aire de la habitación era insuficiente. 

- La energía que tu me das, cielo. - Nos miramos y sonreímos. La sonrisa más pura que puede aparecer por vuestras mentes es la que iluminaba nuestros rostros. 

Se levantó, no sé con qué fuerzas, y entró en el baño. Segundos después escuché el sonido de la ducha. 

-¿Quieres ducharte conmigo? - Asomó la cabeza por la puerta del servicio. 

-¿A las casi cinco de la madrugada? - Asintió feliz, con la sonrisa de una niña. - Cualquier otro día lo haría encantada. - Sonreí porque era verdad, y sé lo había demostrado en ocasiones anteriores. - Pero ahora mismo quiero descansar un poco. 

-Pues no te acomodes mucho, que nos vamos. 

-¿A dónde? - Pregunté fuera de lugar. 

-Lo quieres saber todo y eso no puede ser. - Me mostró una pícara sonrisa y desapareció tras la puerta. 

Otra vez una idea de las suyas. Si eso de que las rubias no son muy inteligentes es verdad, la fotógrafa rompía la norma. Nunca sabías por dónde iba a salir ni qué rondaba por su cerebro. Y no defraudaba, siempre que se lo proponía sorprendía a quién le apeteciese. 

Y por esa actitud tan singular de la chica, ahí estábamos, a las cinco de la madrugada montadas en el coche. Ella al volante, con su incansable sonrisa. Yo a su lado, sin conocer el destino, pero plenamente consciente de que si iba con ella merecería la pena. 

-¿Queda mucho? - Llevábamos unos quince minutos en el coche y deseaba llegar cuanto antes. 

-No. - Frenó el coche segundos después. - Ya estamos. 

Miré de un lado a otro. No reconocía el lugar. Algunos árboles, unos cuantos arbustos y el sonido de la noche. 

-¿Y cuál es el plan? - Pregunté. 

Cogió mi mano y me arrastró hasta un pequeño camino rodeado de plantas. Al final se veía lo que parecía ser el patio trasero de una gran casa. El dueño tenía que tener mucho dinero porque la decoración era exquisita. Una gran piscina levemente iluminada ocupaba gran parte de jardín. 



Patri tiró de mi mano hasta que quedamos a escasos centímetros de la valla que impedía la entrada a la casa. 

-No entiendo qué hacemos aquí. 

-Vamos a darnos un baño en esa estupenda piscina. - Señaló al interior del recinto y yo me reí por lo estúpido que me parecía lo que acababa de decir. 
-Definitivamente has perdido el rumbo. - Retrocedí varios pasos para volver al coche, pero ella me frenó cogiéndome del bolsillo posterior de mi vaquero. - Patricia, en esa casa vivirá alguien. No nos podemos colar como sí nada. - Intenté hacerla entrar en razón. 

-En esta casa vive un rico amargado de mil años que se pasa la vida viajando. 

-Esto es ilegal...
 
-No nos van a ver. - Deslizó la punta de sus dedos por mi mejilla. - Te lo prometo.
 
Acto seguido, fue hasta la valla y la sobrepasó. Me sorprendió la habilidad con la que lo hizo. No era demasiado alta, pero para mi no sería tan fácil. Para empezar situé el pie izquierdo donde antes lo había puesto la fotógrafa, tratando de imitar sus pasos. Impulsé con fuerza y me quedé agarrada de pies y manos a la valla. Pensé en mi siguiente movimiento pero todo me parecía demasiado arriesgado. La chica me miraba expectante desde el otro lado. 

-¿Y ahora qué hago? - Me encontraba bloqueada. 

-Pues cariño, tienes que subir un pie. - Hablaba entre carcajadas. - Luego el otro. Y cuando estés arriba intenta no matarte. - No podía parar de reírse. 

-Di que sí. - resoplé. - Tú anímame. 

Saqué la valentía de algún remoto lugar de mí misma y seguí mi misión. 

-Casi lo tienes. - Ya había llegado a la cumbre y tenía un pie a cada lado. 

-¿Y ahora dónde pongo el pie? 

-Malú, estás a poco más de un metro del suelo. - Me animó para que saltase. - ¡Te ayudo! - Levantó sus manos y agarró firmemente mi culo. 

-Ya veo cómo ayudas, maja. - Dije irónicamente. 

Se hizo la sorda y siguió provocándome. Levantó sutilmente mi camiseta y me acarició la cintura. Cuando menos me lo esperaba, empezó a hacerme cosquillas, provocando que perdiera el equilibrio y cayera entre sus brazos. Intenté hacerme la enfadada, lo juro, pero con su aliento tan cerca de mi boca fue imposible. Fue involuntario hacer que nuestras bocas se unieran en un fogoso beso que terminó cuando me mordió el labio inferior levemente. Nuestros ojos brillaban más que cualquier estrella de aquella noche de verano. 

- Como sigamos así no llegamos nunca a la piscina... - Susurró en mi oído. - Y todo por tu culpa. 

-Es que tú has saltado la valla muy rápido. - Repliqué. - Parece que lo haces todos los días. 

-Bueno... - Se rascó la nuca nerviosamente. - Digamos que no es la primera vez que salto esta valla. 

-¿Cómo? - Casi se me desencaja la mandíbula. - ¿A cuántas chicas has traído aquí? 

-Buf. - Se llevó las manos a la cabeza. - A Sara, Lara, Marta, Rebeca...

-Vamos, que soy tu décimo plato. - Me crucé de brazos y ella me abrazó con fuerza. 

-Era broma tonta. - Besó mi frente. - Descubrí éste sitio hace tiempo y desde ese momento lo usé como mi rincón para pensar. - Me alzó la barbilla para que nuestra miradas chocasen provocando chispas. - Eres la primera persona a la que traigo. 

Sin más, dejándome helada a pesar del calor en el ambiente, caminó hasta la piscina. Al llegar al bordillo había creado un camino con la ropa de la que se había ido deshaciendo. Poco a poco, fue introduciéndose en la piscina ante mi atenta mirada. Y yo seguí sus pasos. Repetí su camino hasta sumergirme junto a ella. Entrelacé mis manos alrededor de su cuello y besé la comisura de sus labios. 

-¿Sabes qué? - Hizo un gesto con la cabeza para que continuara hablando. - Estás como una cabra, eres una ilegal y tienes el cerebro más pequeño que un mosquito. 

-¡Qué bonitas palabras me dices! 

- Calla, que no he terminado. - Cerró una cremallera imaginaria en sus labios. - Pero aunque seas así, y sepa que un día tendré que pagar tu fianza de la cárcel... - Rió en mi hombro. - Te quiero, y me equivocaría mil veces siempre y cuando esté a tu lado. No sé cómo conseguiste que por ti rompiese mis esquemas, pero lo hiciste, y ahora no quiero repararlos. 

-Cielo, dicen que las cosas bonitas te pasan cuando menos te lo esperas, y lo nuestro es así. - Juntamos nuestras frentes. - Nada más conocerte comprendí que tenía que conseguir que formaras parte de mi día a día, y sabes que logro todo lo que me propongo. - Me limpió una tonta lagrimilla que se escapó de mis ojos. - Y siempre, cuando me despierto, pienso en mi objetivo del día: hacerte reír y disfrutar de la vida. 

- Créeme cuando te digo que lo cumples con creces. 

Me atrajo hacia sí hasta juntar tanto nuestros cuerpos que ni el agua tenía cabida. De nuevo sentí sus labios en los míos. Yo respiraba su aliento. Ella el mío. Un sinfín de mariposas revoloteaban en mi estómago, igual que la primera vez. Retrocedió varios pasos conmigo entre sus brazos para apoyar la espalda contra el bordillo. Apreté mis manos contra su nuca para sentirla más cerca, transformar ese beso en el más profundo jamás existido. Cuando creía que me había dado un beso inmejorable, llegaba con otro que lograba superarlo. Y eso mismo me pasaba con ella. Cuando creo que no puedo quererla más, hace algo y me demuestra que me equivoco. Que el amor es infinito, o si tiene final, yo no he sido capaz de verlo con ella. Me cogió el muslo para subírselo a la cintura. Enredé mis manos en sus cabellos mojados, mientras ella comenzó el descenso de su mano bajo mi vientre. La agarré la mano, obligándola a frenar, y me miró extrañada. 

-Déjame tomar el control. - Susurré. 

-Casi se me olvida que eres la jefa... 

Sonrió, y me pareció tan apetecible que besé la curva que crearon sus labios. 

-Gracias. - Dije sinceramente. 

-¿Por qué? - Se me ocurrieron millones de respuestas, pero opté por la que me parecía más adecuada en ese instante. 

-Por ser tan especial y porque me encanta cómo me haces sentir cuando estoy a tu lado. 

viernes, 30 de mayo de 2014

Capítulo 25.

Ya sabía que no quería perderla, pero tras la discusión con mi madre tuve más ganas aún de arreglar las cosas. Me di cuenta de que debía luchar por ella. Y eso iba a hacer. Tenía que encontrar la forma de llegar a su casa. Primero pensé en mi mejor amigo y le llamé, pero no me lo cogió. Siempre ausente cuando más le necesitaba. Luego pensé en ir en transporte público. Busqué en internet cómo ir y definitivamente era una mala opción. Como la cantante vivía apartada de todo, habría que coger dos autobuses y más de una hora transbordando en trenes y metros. Podría haberlo hecho, pero en esos momentos la impaciencia me mataba. Mi decisión final fue coger el coche aunque lo tenía terminantemente prohibido por los médicos. Me cambié de ropa y bajé al coche. Entré dejando las muletas en el asiento del copiloto y puse las manos en el volante. Mi coche. Mi amado Honda Civic. Hacía tanto que no lo cogía. Respiré profundamente y arranqué. Nada más presionar por primera vez en el pedal de la pierna mala supe que iba a ser el peor trayecto de mi vida. Cada vez que tenía que usar ese pie una especie de pinchazo me quemaba en la rodilla. Pero quién algo quiere algo le cuesta, así que me jodí y realicé todo el camino sin descanso. Confieso que se me escaparon algunas lágrimas de dolor.

Aparqué en la puerta de su casa y salí con las muletas del coche. Llamé a la puerta un par de veces y nadie abrió. Solo se escuchaban los ladridos de los perros. Me asomé por una rendija y me sorprendió ver que su coche no estaba. Eran las dos de la tarde. Tantas prisas para nada. Lejos de rendirme, me senté en la puerta de entrada al chalet con la esperanza de que no tardara en llegar. Me dediqué a pensar cuales serían las palabras perfectas que le diría al verla. ¿Tenía que empezar disculpándome? ¿Esperaba que hablara ella? ¿Y si simplemente la besaba? Me dio para pensar mucho, porque dieron las cuatro de la tarde y yo seguía ahí sentado sin noticias suyas. Me levanté y recorrí la calle de arriba abajo varias veces. 



A eso de las cinco me entró hambre, pero en esa urbanización de pijos no había ni una sola tienda, solo chalets y más chalets. Por suerte, en el maletero del coche había unas pipas que no llenaban mucho, pero me mantenían entretenido. Pésima idea por mi parte, porque tenían sal y me entró una sed terrible. A las seis pensé en abandonar el sitio y volver a mi casa, pero como si se hubiera dado un paseo por mis pensamientos, apareció su coche a lo lejos. Me puse en pie rápidamente y me sacudí los pantalones manchados por el asfalto. La chica llevaba gafas de sol y no pude ver su expresión al verme ahí. No metió el coche en el garaje, lo dejó junto al mío y salió andando hacia mí.

-¿Qué haces aquí? – Dijo extrañada.

-Tenía que hablar contigo.

-¿Has venido  conduciendo tú? – No respondí, pero me delató mi cara. – Joder Aitor, sabes que no puedes conducir. Te lo han dicho los médicos mil veces. Te vas a dejar la rodilla destrozada.

-Malú, no he venido a discutir otra vez. – Suspiró. Parece que había comprendido que eso era lo menos importante en ese momento. 

-¿Cuánto llevas aquí? – Se quitó las gafas y soltó una risilla.

-Poco… -Mentí.

-Aitor… - Dio un paso hacia mí. La tenía a pocos centímetros y mi corazón se empezó a acelerar. – Para empezar mientes fatal. Y para terminar, estás rojo como un tomate. Te has quemado con el sol.

Ella se empezó a reír de mí. Me sentí como un ridículo total. Desplacé las manos a mi cara, notando el escozor en cuanto me rocé.  Solté un suspiro ahogado que Malú escuchó y empezó a reírse con más fuerza.

-Vale, puede que lleve aquí más tiempo. – Reconocí bajando la cabeza.

-Vamos a echarte crema, anda.

Pasamos a su casa y me indicó que la esperara en el sofá mientras buscaba una crema. Y eso hice. La escuché remover cosas por arriba y unos minutos después bajó con un bote azul.

-Pon la cabeza para atrás. – Me señaló.

Se untó un poco de crema en la punta de los dedos y me la restregó sutilmente por las zonas enrojecidas. Me escocía muchísimo. Cerré los ojos fuertemente mientras ella seguía masajeándome. Sin decir nada, paró de esparcirme la crema pero no quitó las manos de mi cuerpo. Las situó en mi cuello. Abrí los ojos y la vi a milímetros de mi cara, mirándome a los ojos. Se me puso el vello de punta y tuve que tragar saliva. Me seguía imponiendo tanto como la primera vez. Se acercó lentamente a mis labios y los rozó con los suyos. No me aparté, y volvió a mí con más intensidad. Ambos cerramos los ojos y dimos rienda suelta a nuestras lenguas.

-No me vuelvas a hacer esto, no vuelvas a dejarme. – Me susurró al oído. – Prométemelo.

-Prometido.

No podía decir otra cosa. Mis pensamientos hacía ya un tiempo que solo le pertenecían a ella. Más tarde hablaríamos de muchas cosas, pero en esa situación era lo menos importante. Siguieron los besos y las caricias. Puede parecer increíble, pero no llevaba más de veinticuatro horas sin verla y ya echaba de menos el roce de su piel. Me daba igual su pasado, ahora estaba aquí conmigo.

Por la noche cenamos unas hamburguesas increíbles que preparó ella misma. No solía cocinar, pero cuando lo hacía siempre me sorprendía. Todo eran risas hasta que tocó el tema que yo estaba tratando de evitar.

-Aitor… Quizá tenías razón y debí haberte contado desde el principio lo de Patricia. – Me agarró la mano.

-Eso ya da igual, vamos a olvidarlo. – Intenté cortar esa conversación, pero ella insistía.

-No. Si queremos que funcione será mejor que sea sincera. – Arrimó su silla a la mía. – Hoy he estado con ella.

Me sentó como una patada en el estómago, pero no dije nada y respiré hondo varias veces. No tenía por qué haber pasado nada. Además, estaba empeñado en no seguir con ese tema.

-No pasa nada.

-Nos besamos. –Abrí los ojos como platos. Eso sí que no me lo esperaba. Me quedé pensativo mientras ella seguía hablando. – Te prometo que no significó nada.

-Quiero confiar en ti. – Dije lo más tranquilo posible.

-Es que eso no es todo. – Hice un gesto con la cabeza indicándole que siguiera hablando. – Fuimos a comer con mi madre a Madrid, y de alguna forma se las apañó para dejarnos solas. – Seguía acariciando mis manos. – Me notó rara y me cogió de la mano, haciéndome correr por allí. – Se le escapó una risilla que no me hizo ninguna gracia. – Paramos en un parque y me confesó que seguía enamorada de mí. Volvió a besarme. – Esto último lo dijo mirándome fijamente a los ojos. – Intenté volver a casa, pero me pidió perdón y me convenció para que me quedara a comer con mi madre y ella. Te juro que la cosa en el restaurante fue muy incómoda y en cuanto pude me escapé. Y no hay más.

Mi cabeza era un mar de dudad. Me había dado demasiada información de golpe. Sin decir nada, me salí al jardín a tomar el aire. Necesitaba aclararme. Incluso encendí un cigarro, cosa que llevaba sin hacer desde hace muchos años. Cuando conseguí disipar mis dudas, entré a buscarla. No estaba en el mismo sitio donde la dejé antes. Pasé a la cocina y nada. La encontré en su cuarto, tumbada en la cama con la cabeza metida en la almohada. Me acerqué sigilosamente y me senté al borde de la cama.

-¿La he cagado? – Me preguntó sin moverse.

-No. – Confesé. Ella se levantó y se sentó a mi lado. – Hace un rato te he prometido que no volvería a dejarte, y estoy dispuesto a cumplirlo.

-Eres el mejor. – Me besó la mejilla.

-Pero tú también prométeme algo. – Le pedí. – Tienes que seguir siendo así de sincera. Pase lo que pase, aunque parezca una tontería, cuéntamelo.

-Prometido. – Se abalanzó a mí dándome un fuerte abrazó que nos dejó tumbados en la cama. – Te quiero.

“A pesar de todo te sigo queriendo,
Por tu sencillez,
Por tu timidez,
Por tu alma blanca.”


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Bueno, queridos lectores. 
Como habéis podido comprobar en este capítulo no ha salido Patricia. Pero como soy tan buena persona, jé, se me ha ocurrido una maravillosa idea. ¿Os gustó el flashback? Creo que sí. Por lo tanto, para tener contentas a las lupatris, he escrito otro. No sé que os parecerá, espero que bien. Digamos que no formará parte de la historia, es decir, no se llamará "capítulo 26". Es algo aparte que he hecho yo porque me ha apetecido. Lo subiré mañana. 

De paso, aprovecho para agradeceros que leáis mis capítulos. Sois increíbles, tanto lupatris como lulaitors, JAJAJAJA En serio, mil gracias. 

Besos a todos.

@NovelaconMalu

martes, 27 de mayo de 2014

Capítulo 24.

-¿Mamá?

Lo último que me esperaba era encontrármela a ella al abrir la puerta.  Me temía lo peor: que fuera Aitor. Respiré aliviada. Si me hubiese encontrado en casa a solas con Patricia sería el fin irreparable de nuestra relación.

-¿No puedo hacerle una visita a mi hija? – Preguntó mientras me abrazaba.

-Claro que puedes, pero no me lo esperaba.

-¿Estás ocupada? – Dijo separándose de mí sutilmente. 

-Bueno… no exactamente.

Entonces, Patricia apareció sonriente por la puerta que daba al comedor. Mi madre se quedó durante unos segundos paralizada, pero no tardó en correr hacia la chica para abrazarla. Se estrujaron tanto que casi se pudo escuchar el crujido de algún hueso. Tanta efusividad hizo que me riera olvidándome de la tensión del momento. Hace escasos minutos la chica alocada de la que me enamoré y a la que llevaba meses sin ver me estaba besando. No sé qué se me pasaba por la cabeza para no apartarme en cuanto me rozó con sus labios. Alguna presión extraña me lo impidió. Por suerte, el timbre sonó y evitó que sucediera algo más. Por un lado el sonido de la puerta me salvó, pero por el otro, no saber quién estaba detrás me puso el corazón a mil durante unos segundos.

-Ay, ¡mi Patri! Hace tanto que no te veía. – Dijo mi madre aún con la chica entre sus brazos. 

-Como la he echado de menos.

-Por lo que veo nunca vas a dejar de llamarme de usted. - Ambas rieron. 

 La sonrisa de mi madre no se esfumaba.  Cuando la chica y yo estábamos juntas se cogieron mucho cariño. Al principio se mostró un poco reacia. Anteriormente siempre había tenido novios, y cuando le confesé que estaba con una chica no se lo tomó del todo bien. Decía que solo era un capricho y que lo que quería era experimentar. Al conocerla las cosas no mejoraron. Patri tenía 22 años, pero su aspecto era de alguien menor, y lo primero que me dijo mi madre al verla fue: “¿De qué instituto ha salido ésta chica?”. Para rematar, que la joven fuera un poco loca tampoco ayudaba mucho. Aunque, para mi, esa misma locura era lo que más me gustaba de ella. Pero poco a poco se fueron haciendo inseparables. Mi madre intentó mediar para que no cortásemos cuando la fotógrafa se fue con su abuela, pero fue inevitable. Nada podía reparar la brecha que se había abierto entre nosotras.

Pasamos al salón y las dejé sentarse juntas en uno de los sofás, mientras yo me senté sola en el de al lado. No podía dejar de reírme cuando las observaba darse besos y abrazos continuamente. El momento agrio llegó cuando mi madre le pregunto el porqué de su regreso. Al contar lo sucedido con su abuela, una lagrimilla comenzó a descender por su mejilla. Aún se me hacía raro verla llorar, la había visto hacerlo en contadas ocasiones. Una de ellas, y la más dura, en el momento en que nos despedimos. Era la chica más alegre que jamás había conocido.

-Chicas, vámonos a comer por ahí. - Soltó mi madre de pronto. Noté como la mirada de Patri se clavó en mí, buscando respuestas.

-Aún son las doce de la mañana… - Primera excusa por mi parte.

-Bueno, pero primero podemos dar una vuelta. – Reclamó mi madre.

-Seguro que Patricia tiene algo mejor que hacer… -Segunda excusa.

Tanto mi madre como yo la miramos. La chica se quedó petrificada, en silencio. Se produjo un momento de tensión. Mi madre deseosa porque aceptara la invitación. Yo rezando porque dijera que tenía planes.

-No tengo nada que hacer. – Dijo mientras se encogía de hombros, mostrando una débil sonrisa.

Por mi parte, fingí que me hacía ilusión. Ella sabía perfectamente que después del beso que nos habíamos dado a mi no me hacía ninguna gracia tener que compartir comida juntas. Pero le dio igual, como de costumbre siguió su lema de ´Carpe diem´ e hizo lo que le apetecía en ese instante.

-Perfecto. –Exclamó mi madre poniéndose en pie. – Pues vámonos.

Cogimos cada una nuestro coche y al cabo de un rato estábamos las tres dando una vuelta por Madrid. Por suerte, no había mucha gente en la zona que estábamos. Ya era suficientemente incómoda la situación. Mi madre y Patricia no paraban de charlar y yo me limitaba a escucharlas, o a simular que lo hacía. Mi cuerpo estaba con ellas, pero mi cabeza no. No podía dejar de pensar en Aitor. Mi intención cuando me levanté era ir a solucionar las cosas con él, y al final he acabado con mi ex y mi madre dando vueltas por la capital. La última vez que le vi estaba destrozado y así me había quedado yo también.

-Chicas, esperadme. –Dijo mi madre parando delante de una tienda de ropa. – Tengo que comprar unos regalos para tus primas.

-Vamos contigo. – Señalé.

-No hace falta. Os aburriríais.

Y sin darme tiempo a replicar, entró a la tienda. Sus intenciones de dejarnos a solas me habían quedado claras.

-Malú, ¿estás bien? – Me preguntó la joven.

-Pues no. – Dije tajante. – No entiendo nada. No sé qué hacemos aquí, por qué nos besamos, ni nada. Encima Aitor…

No me dejó terminar. Cogió mi mano y empezó a correr, obligándome a seguirla. Bajamos la larga calle ante la atónita mirada de la gente.  Teníamos que esquivar a las personas y casi nos caemos en varias ocasiones. 



En ese momento  agradecí haberme puesto los botines militares en vez de los habituales tacones. Al final de la calle encontramos una gran plaza. La chica dejó de correr y yo me senté al borde de la fuente que había en el centro de aquél sitio. La carrera me había dejado exhausta.

-¡Ya te vale! – Grité.

-¡La edad te afecta! – Comenzó a reírse incesantemente. – Ya no aguantas nada.

De nuevo, cogió mi mano y corrió. No paraba de gritar su nombre para que parara, pero ni caso. Cada vez iba más rápido y mis piernas pesaban más. Esta vez pasábamos por calles estrechas. Hacía rato que no sabía dónde estábamos. Al girar una de las calles, Patricia se chocó con un chico que llevaba varias carpetas y se le cayeron al suelo. Menuda escenita… Me empecé a reír ante la situación. Ellos se levantaron velozmente. Patricia le recogió las carpetas e inmediatamente me volvió a sujetar para seguir corriendo. Era incansable. Cuando llegamos a un parque vacío tiré fuerte de su brazo, forzándola a frenar.

-¡Para! ¡No puedo más! – Me obedeció.

Me tumbé en el suelo con los ojos cerrados. Ella no me imitó, escuché cómo se alejaba y la miré. Entró en una tienda y segundos después salió con una bolsa blanca. Sacó dos botellas de agua y me tendió una. Se lo agradecí con una sonrisa y bebí.

-Mi madre se va a preocupar cuando no nos vea.

-No creo… Yo la vi muy feliz por dejarnos solas. – Sonrió. – Ya llamará.

Me dejé caer hacia atrás sobre la hierba volviendo a cerrar los ojos. Me pesaba hasta el alma. Al parecer estaba en peor forma de lo que imaginaba. De buenas a primeras, sentí como vació su botella de agua en mí. Dejó tanto mi cabeza como mi cuerpo chorreando. Me reincorporé rápidamente y la pegué un empujón.

-¡Era para refrescarte! – Exclamó.

-Idiota, ¿has visto cómo me has puesto? – Tiré de la parte de debajo de mi camiseta para secarme con ella el agua de la cara. - ¡Estás jodidamente loca!

-¡LOCA POR TI!

“Mejor ya no digo tu nombre,
Porque guarda palabras, miradas, momentos
Que viven muy dentro de mi soledad
Y no puedo aguantar sin ponerme a temblar.”

domingo, 25 de mayo de 2014

Capítulo 23.

Hace unos cinco años…

Aquel día me resistí a levantarme de la cama. Simplemente pensar en todo lo que tenía que hacer me agotaba. Empezaría la mañana con una entrevista en la radio, luego comida con Sony para programar el mes que viene, a las cinco la sesión de fotos para una revista y por la noche celebrábamos el cumpleaños de mi hermano en su casa. Un no parar.

Me vestí con desgana sin arreglarme demasiado, total, era la radio y nadie se fijaría en mi aspecto. Cuando iba a salir por la puerta mis perras corrieron hacia la calle pensando que íbamos a pasear como de costumbre. Las empujé para dentro y me miraron extrañadas, comenzando a sollozar. Las dije que vendría mi madre a sacarlas en un  rato y me fui. Sí, hablo con mis perras como si fueran personas. Es lo que tiene pasar tanto tiempo con ellas.

La entrevista en la radio fue genial hasta que sacaron temas de mi vida personal. “¿Por qué una chica como tú no tiene pareja?” o “¿Para cuándo conoceremos a un novio de Malú?”. Llevaban años y años preguntando lo mismo y yo siempre me las tenía que apañar para esquivar las respuestas. No me apetecía que cualquiera pudiera saber mis cosas. Además, no tengo ni tiempo ni ganas de buscar a un hombre. Bastante agitada era mi vida como para andar enamorada por ahí. Una vez más, me libré de de las preguntas y respiré aliviada al acabar el interrogatorio.

Cogí el coche de nuevo, esta vez para ir al restaurante en el que me esperaba la gente de Sony. Comimos mientras debatíamos las fechas y los lugares donde tendría que ir de promoción. Miré la tabla de todo lo que me esperaba el mes que viene y casi me da algo. No tendría tiempo ni de respirar.

La reunión se alargó y llegué más de media hora tarde al estudio de fotografía. Entré a toda prisa disculpándome y me senté junto a Paula para que me arreglara.

-Tranquila, tampoco ha llegado la fotógrafa. – Comentó un hombre trajeado. – Es una chica nueva de prácticas, un poco desastre, pero maja.

Asentí y me puse en manos de mi maquilladora. Lo que me faltaba, tener que aguantar a una niña que estaba aprendiendo y para colmo llegaba tarde.

Unos minutos más tarde se escuchó el ruido de unos tacones corriendo por los pasillos. Supuse que la fotógrafa había llegado.

-Lo siento, lo siento, lo siento… Olvidé la cámara en casa, tuve que volver y me pilló un atasco que flipas. – La chica hablaba muy rápido y con una voz un tanto aguda. Yo me encontraba en la sala de al lado, pero todo estaba en silencio y las puertas abiertas, así que se escuchaba a la perfección. - ¿Ha llegado Malú?

-Sí, está terminando de arreglarse. – Respondió el mismo hombre con el que yo había hablado antes.

-Madre mía, que vergüenza. Ay. Justo el día que voy a tomar fotos a una artistaza como ella llego tarde. – Su voz era precipitada. Se notaba que estaba nerviosa. Paula y yo nos miramos y sonreímos.

Entramos a la sala y al fin conocí a la famosa “chica desastre”. Era algo más alta que yo. Tenía una larga melena rubia sutilmente despeinada, probablemente por la carrera que se acababa de pegar. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus grandes y brillantes ojos verdes. Con ellos transmitía más que con cualquier otro gesto. Podía notar su intranquilidad a kilómetros de distancia. Sonreía mientras no paraba de mover las manos. Ver a la muchacha así era graciosísimo.

-Encantada. – Me acerqué para darle dos besos. - ¿Cómo te llamas?

-Yo Patricia, bueno, mejor llámame Patri. – Hablaba tan rápido que me costaba entenderla. - ¿Y tú?

Nada más soltar la corta pregunta se dio cuenta del error que había cometido. Sabía perfectamente mi nombre, pero los nervios le pasaron una mala jugada. Me reí hasta que casi se me saltan las lágrimas. Esa chica no era normal. Tenía algo diferente.

-Si quieres te digo mi nombre completo… 

-No, no. Me lo sé. Soy muy fan. – Se sonrojó. – Pero no sé qué me pasa…

Cuando me paré de reír empezamos con las fotos. Patricia me transmitía mucha confianza y fue fácil posar. Me sorprendió gratamente aquella chica. Por su aspecto de niña patosa creí que aquella sesión sería un caos, pero estaba totalmente equivocada. Todo el estrés que tenía por la reunión con Sony iba desapareciendo con cada flash. Me guiaba señalándome alguna postura y yo obedecía encantada. Cuando vi los resultados me quedé fascinada. Había conseguido captar en cada imagen el sentimiento que yo trataba de transmitir.



-Espero que te gusten, si no podemos repetir…

-¿Estás de coña? –Exclamé. – Me encantan todas. Eres genial.

-Jo, me alegro. – Sonrió. – Cuando me ofrecieron fotografiarte me quedé loca. Solo llevo aquí un mes. - Su jovial forma de hablar me hacía reir continuamente. 

-Entonces es porque eres buena. Ni te imaginas la cantidad de malos fotógrafos que me han tocado…

-Bueno, seguro que ellos no te preguntaban tu nombre.

Con esa pequeña broma llegaron las risas, y así siguieron durante un buen rato. Nos quedamos un tiempo charlando mientras se imprimían varias fotos que me habían encantado. Le dije que no hacía falta, podía mandármelas por correo y yo las pasaría a papel, pero ella insistió hasta convencerme. Además, era agradable pasar un rato más con ella. Según me había contado, acababa de terminar su tercer curso de fotografía y la revista la había contratado provisionalmente. Desde pequeña le encantaba capturar todo lo que veía, y no dudó nunca a lo que quería dedicarse. Ahora tenía 22 años y vivía con sus padres y su hermana en una casa del centro del Madrid. Su intención era conseguir un trabajo estable y poder comprar su propio apartamento. Ella lo veía muy lejos, pero a mí me parecía increíble en su trabajo. Seguro que no tardaba en lograrlo.

Me tendió un sobre con las fotos, nos despedimos y salí del edificio. Sentí algo de pena al pensar que lo más probable es que no volviera a verla, era una chica encantadora. A pesar de su corta edad tenía las cosas claras y eso me gustaba. No podía negar que era un poco gansa, pero sus tonterías me hacían reír a menudo. 

Llegué a casa para cambiarme antes de acudir a la celebración de mi hermano. Estaba reventada, pero no podía ni quería faltar a su cumpleaños. Ésta vez me arreglé con una falda negra y una camisa azul claro. No me hizo falta maquillaje porque aún subsistía el de la sesión. Mientras hacía algo de tiempo, cogí el sobre con las fotos para verlas de nuevo. Eran fantásticas. Cuando iba pasando una a una las imágenes, algo se cayó al suelo. Me agaché para cogerlo. Era un pequeño papel plegado. Lo abrí cuidadosamente y leí lo que ponía: “No te vas a librar de mí tan fácilmente. Patricia.” En la parte de abajo había un número de teléfono. Sonreí inconscientemente. Me sorprendió esa actitud atrevida. Guardé el papelito, y sin duda no tardaría en utilizarlo.

“¿Cómo puede ser
que tus recuerdos se endulcen con los meses?,
esos que llevo sin verte.”

miércoles, 21 de mayo de 2014

Capítulo 22.

Esa mañana no tenía ganas de nada. Me levanté de la cama, me puse un moño mal colocado, algo simple de ropa y salí a pasear a mis perras. A lo mejor respirar un poco de aire puro me permitía recapacitar sobre todo lo que viví el día anterior. 

Por un lado la vuelta de Patricia. Cuando se fue, hace menos de un año, no tenía esperanzas de regresar pronto. La enfermedad de su abuela era crónica y no había nadie más que pudiera cuidarla. La chica hacía alguna escapada a Madrid para verme, pero no fue suficiente como para salvar nuestra relación.  ¿Por qué había vuelto? ¿Acaso le había pasado algo a la anciana? Prefería ni pensarlo, esa mujer era maravillosa. Y por otro lado el enfado de Aitor. No me podía quitar de la cabeza la imagen del chico clavando su puño en el suelo, invadido por la ira. Fue un alivio recibir la llamada de Pastora diciéndome que lo había encontrado y llevado a su casa. Quizá fui una estúpida por ocultárselo, puede que si se lo hubiera contado desde el principio no estaríamos ahora en ésta situación… pero para mí no era algo que podía contar sin temor. No solo me es complicado hablar de mi vida privada, sino que también era una parte muy personal. Antes de ella, yo siempre había estado con chicos. Pero un buen día llegó esa chica mona de los ojos alegres y la sonrisa traviesa rompiéndome los esquemas. El tiempo que pasamos juntas, casi cuatro años, fue una de las partes más bonitas e intensas de mi vida y nunca me arrepentiría de ello. También tuvo sus cosas malas, pero prevalecía lo bueno.

Las casi dos horas de paseo me sirvieron para afianzar algunas cuestiones en mi mente. Llegué a casa con algo claro: Patricia fue una parte importante del pasado pero mi presente y mi futuro pertenecían a Aitor. Mi única misión ahora sería recuperar al chico. Adiós a las comeduras de cabeza, él era más importante. Tras una ducha rápida me puse unos vaqueros desgastados, una camisa de tirantes y unos tacones. Fuera moño, mejor el pelo suelto que era como a él más le gustaba. Cogí las llaves y abrí la puerta principal. Pero las cosas, de nuevo, no saldrían como yo deseaba. Me di de bruces con ella. Tenía la mano a punto de llamar al timbre. Me quedé impactada, sin poder soltar palabras. Ella en cambio sonreía, como de costumbre.

-¿Ves? Tenemos una conexión. – Yo seguía ahí plantada, sin aliento. - ¿Me dejas pasar?

Mi respuesta no fue inmediata. Todo lo contrario, tardó un buen rato en llegar. Patricia, sin dejar de sonreír, cruzó los brazos y empezó a taconear con uno de sus zapatos, en señal de impaciencia.

-Yo me iba.

-Pero no me puedes hacer esto. ¿Después de tanto tiempo me recibes así?

-En serio Patri, será mejor que te marches.

-Por favor Malú, tengo que contarte muchas cosas.

Sería esa extraña fuerza que ejercía sobre mí, o  por todo lo que habíamos vivido, quizá simplemente por curiosidad de saber lo que me tenía que contar, pero la dejé pasar.

Su mirada circuló por toda la casa nada más entrar.

-Has cambiado el sofá… - Susurró decepcionada. – Con lo que me gustaba a mí…

-Danka lo arañó un día. – Mentí. La realidad era que me traía demasiados recuerdos.

Cogí de la cocina un par de Coca-Colas y nos sentamos en el salón, la una al lado de la otra. Puede que demasiado cerca. Disimuladamente me separé unos centímetros casi inapreciables, pero ella lo notó.

-¿Qué pasa? ¿Ahora me tienes miedo?

-¿Qué es lo que tenías que contarme? –Esquivé su pregunta y ataque con la mía. Quería ir directa al grano para acabar cuanto antes con esa incómoda situación.

-Pues si es lo que quieres seré breve. – Suspiró. – Mi abuela se ha muerto.

Inmediatamente, con los ojos llorosos se levantó cogiendo su bolso y se dirigía directamente a la calle. La había cagado de nuevo. Llevaba una temporada en la que no daba pie con bola.

-¡Espera! ¡Patri! ¡No te vayas!

Corrí hacia la chica y la agarré de la muñeca. Nos quedamos frente a frente. Estaba llorando a lágrima viva. Nos fundimos en un larguísimo abrazo. La noté muy cerca, como en los viejos tiempos. El olor de su pelo me llenó de nostalgia, haciéndome recordar momentos que ya creía olvidados. O mejor dicho: recuerdos que un día me obligué a olvidar. Una lágrima minúscula, casi inapreciable, comenzó a hacer su recorrido por mi mejilla. La limpié con mi pulgar disimuladamente y cuando al fin noté que su respiración se asentaba tomé su mano y la dirigí al sofá. 

En cuanto se tranquilizó me contó lo que había pasado. Al parecer su abuela empeoró de la noche a la mañana, y a los pocos días falleció. Lo contaba entre sollozos y con la voz rota. Me partió el alma verla así. Hace una semana volvió a Madrid y un amigo de Antonio la invitó a la fiesta donde nos reencontramos.

La tarde avanzaba y nuestra conversación seguía fluyendo. Me contó prácticamente entera su estancia en el pueblo, yo creo que no se dejó ni un detalle. Pero no me importó. Ella hablaba con fluidez y yo estaba a gusto escuchándola.

-Bueno… ¿Y tú qué? – preguntó. – Te he estado viendo en La Voz.

-Pues ya ves, no paro. – Sonreí. – Tengo que admitir que me va realmente bien.

-Por lo que vi ayer has rehecho tu vida. – Ahora su sonrisa era nostálgica. Se quedó pensativa, con la cabeza ladeada.

-Si… - Bajé la voz. – La vida sigue y no podía seguir anclada en tu recuerdo. Seguro que tú también has conocido a otras…

-No, Malú.  –Me interrumpió. – Yo no he podido dejar de pensar en ti. Ni siquiera podía fijarme en otras. Me pasaba las horas acordándome de momentos juntas. El día que nos conocimos, cuando se lo contamos a tus padres, la fiesta sorpresa de tu cumpleaños… Todo. Incluso a veces tenía la esperanza de que me estarías esperando. Sé que era algo casi imposible, pero una parte de mi deseaba que fuera así. Y ayer, cuando te vi con él, se me vino el mundo abajo. La primera vez que te veo después de tanto tiempo y me entero de golpe de que estás con otro.

-Patricia… - Me sentí culpable. – Estuve durante unos meses pensando en ti a diario. Me negaba rotundamente a olvidarte, porque eso supondría el corte total de nuestra relación. Pero abrí los ojos y me di cuenta de que no podía vivir así. Por mucho que te quisiera lo nuestro había terminado. Seguir pensando en ti era engañarme a mí misma. No podía continuar pendiente de si volvías o no.

Nos miramos a los ojos. Había sacado una parte de mis sentimientos fuera y me sentía satisfecha. Fui totalmente sincera con ella.

La joven me miró los brazos y empezó a deslizar sus dedos por uno de mis tatuajes. No era una simple caricia, ese tatuaje era especial. Nos lo hicimos juntas un día loco. Ella me ayudó mucho en ese disco, y cuando salió a la venta y tuvo éxito lo celebramos tatuándonos la frase de una de las canciones. Ella en la espalda y yo en el antebrazo.

Sus dedos siguieron recorriéndome. Subieron por mis brazos y más tarde se posaron en la comisura de mis labios. Un magnetismo incomprensible hizo que su boca y la mía su juntaran. Una vez más, consiguió hacerme perder los estribos. Me arrepentiría, lo note en cuanto me rozó, pero no hice nada para remediarlo, simplemente disfruté de su sabor hasta que alguien llamó a la puerta.


“Ya lo ves, yo sigo recordando tus caricias.”

martes, 20 de mayo de 2014

Capítulo 21.

Empecé a andar por la calle sin fuerzas ni destino. Cada paso que daba me revolvía más la cabeza. Aún estaba abatido por la noticia que acababa de recibir. Tenía que asimilar muchas cosas. No solo Malú había estado hace menos de un año con una mujer, sino que también me lo había ocultado. Desde el principio traté de que en nuestra relación imperara la verdad, por eso enterarme de aquello me destrozó. Con el tema de Lucía siempre le fui sincero, y ella no había hecho lo mismo. Es más, me había hablado de varios antiguos novios, pero de esa chica jamás. Probablemente cuando nos conocimos seguía sintiendo algo por ella. Desde que las vi en la fiesta de Orozco me percaté de que algo pasaba. No se miraban como simples amigas. Era algo más. Y cuando al fin me lo contó me sentí un estúpido.

Me topé con un pequeño parque y me senté en la hierba. Me fijé en mis manos, bañadas en sangre.  Al empotrar mi puño en el suelo no sentí dolor, estaba más preocupado enfadándome. Pero ahora la herida me escocía a rabiar.

Recorrí el entorno con la mirada. No conocía la zona. Al lado del parque había edificios, alguna tienda y una carretera. ¿Y cómo iba a volver yo ahora a casa? No podía conducir con la pierna así, y sobre todo sin coche. Me tumbé en el césped con las manos tapándome la cara. Estaba dolido por la mentira de Malú, pero tampoco era plato de buen gusto haber discutido así. La quería, por eso me molesto tanto todo. Pero hasta que no me relejara no iba a pensar con claridad. Me invadían muchos sentimientos diferentes.

La bocina de un coche sonó dos veces seguidas. No le di importancia y seguí echado en el suelo. Los pitidos del vehículo no cesaron y además, oí que una voz familiar exclamaba mi nombre. Me erguí y vi a Pastora dentro del coche, haciéndome señales. Dudé unos segundos, pero acabé levantándome para entrar en el automóvil.

-¡Por fin te encuentro, chico!

-¿Cómo sabías que…? – No acabé la pregunta. Estaba claro quién le había dicho que estaría por allí. Dirigí mi mirada perdida por la ventanilla. –No quiero verla. - Susurré. 

-No te voy a llevar con ella si no quieres. – Su voz sonaba calmada. – Pero Malú estaba preocupada y me pidió que te buscara para llevarte a casa.

-Ahora le preocupo… - Solté una risa irónica.

-Lo de Patricia se acabó. Deberías confiar en Malú.

-No tengo miedo de que vuelvan a enamorarse. – La miré serio. – Lo que me jode es que ella no confió en mí. No me dijo nada.

-Es un tema complicado. Solo estaba al tanto el entorno más íntimo. Hasta sus amigas tardamos en enterarnos.

Su objetivo era calmarme y hacerme comprender que Malú tenía sus razones para no contármelo. Y en parte lo hizo, pero no tanto como para convencerme de ir a verla. Me llevó a mi casa, tal y como le pedí.

-Gracias por traerme. – Sonreí.

-De nada, piensa en lo que te he dicho… ¡y cuídate esa mano!

Subí a casa y me tumbé en el sofá. Eran más de las tres de la madrugada y no tenía nada de sueño. Tenía muchas cosas en las que pensar. Giré la cabeza y vi en la pequeña mesa una pulsera que Malú se dejó esa mañana. La cogí, dándola vueltas entre mis dedos. Sonreí al recordar los momentos que pasamos juntos. No eran muchos, aunque sí muy intensos. No quería perderla. Puede que la pelea se me fuera de las manos. Estaba disgustado con ella, pero quería arreglarlo. Al fin y al cabo, con quien estaba saliendo era conmigo, y no con la tal Patricia. Aún tenía que darme muchas explicaciones, pero estaba dispuesto a cualquier cosa para que ésta disputa no dañara lo nuestro. Entre dilema y dilema me quedé dormido.

Me desperté con la pulsera entre mis manos cuando alguien metió la llave en la cerradura de la puerta. Me froté los ojos, aún adormilado, y vi pasar a mi madre.

-¿Qué haces aquí? – Pregunté con la voz ronca.

-No sabía que ibas a estar. – Pasó directa a la cocina, sin apenas mirarme. – Te he traído algo de comer.

-Mamá, esas llaves son para emergencias. No puedes entrar aquí cuando te dé la gana. – Me ignoró y siguió colocando cosas.

-¿Qué hacías dormido en el sofá?

-Me quedé dormido. -  Me estaba empezando a cansar de sus impertinencias.

-¿Y dónde está Malú? ¿No te ibas con ella ayer?

-¡Ya está bien! – Grité y me miró. – Te presentas en mi casa sin avisar y ni siquiera me saludas. Creía que habías entendido que quiero tener una intimidad.

-Hijo… ¿Ha pasado algo? – Avanzó hacia mí.

-Pues sí, mamá. Pero en vez de preocuparte, te pones a recoger la cocina. – Resoplé e intenté relajarme. Me había pasado.  – Hemos discutido.

-Ya sabía yo que lo vuestro no iba a durar… -Hablaba muy rápido mientras hacía gestos con las manos. – Mira que se lo dije, que no te hiciera daño. Porque me esperaba que esto pasaría.

-¿Qué cojones dices? ¿Le dijiste eso a Malú? – Lo que me faltaba. Malú había tenido que aguantar una charla de mi madre.

-Ahora no te pongas así, porque se ha demostrado que yo tenía razón. – Sonaba segura de sí misma. – Se lo advertí el día que te operaron.

-Ya lo entiendo todo… - Ese fue el día que la cantante abandonó rápido el hospital y al llegar a casa me llamó diciéndome que me quería. Desde ese día había estado más cariñosa, probablemente intentando demostrar a mi madre que me quería y que lo nuestro duraría. – No sé que le dirías, pero estás muy equivocada. No vamos a romper.

Nada más pronunciar eso me quedé pensativo. ¿Íbamos a romper? El tema de Patricia me había trastocado y provocó que perdiera los nervios pero... ¿Era tanto cómo para poder olvidar todo lo que sentía por ella? No. No estaba dispuesto a dejarla ir. Mis sentimientos eran bastante fuertes. Merecía la pena luchar por ella porque la recompensa sería mayor. Verla sonreír cada mañana en mi cama era más que apetecible. 

- Aitor, sé coherente. No lleváis nada y ya habéis discutido. No vais a llegar a nada. – Sus palabras me irritaban el alma. Sabía que se estaba confundiendo. - ¿Por qué os habéis peleado?

- Eso no te importa. – Exclamé tajantemente. – Y si me tengo que equivocar lo haré, pero no quiero que te metas entre ella y yo.

-Te estás metiendo en un lío.

-Pues saldré yo solito. – Fui a la puerta de la casa y la abrí. – Y ahora vete. Tengo que solucionar las cosas con mi novia.

-Pero…

-No me vuelvas a hablar si no puedo contar con tu apoyo.


“Que seguir sin ti es mi sentencia, mi castigo
Que te necesito,
Que sin ti todo anda mal.”

sábado, 17 de mayo de 2014

Capítulo 20.

Me encantó ver que Aitor encajaba a la perfección con mi gente. No era su entorno, pero se amoldó y estaba feliz, o eso me parecía. Perdí la noción del tiempo por completo y cuando me quise dar cuenta ya era de noche en las calles. Algunos ya se habían marchado hace rato, otros aún bailaban sin descanso… había de todo. Me acerqué a preguntarle a mi chico si quería marcharse y me dijo que eligiera yo. Terminamos decidiendo que sería mejor irnos y pasar un rato a solas en su casa. Tras despedirnos de todo el mundo, uno a uno, salimos de allí acompañados de Orozco, que también tenía que irse.

-Chicos, doy una fiestecita ahora en mi casa. ¿Por qué no os venís? - Nos preguntó Antonio.

Tenía unas ganas tremendas de ir. En las fiestas de Antonio siempre estaba a gusto. No iba una gran cantidad de gente, pero se respiraba un entorno muy agradable. Miré a Aitor esperando su respuesta, y debió de notar que a mí me apetecía porque me sonrió y asintió inmediatamente.

-Pues perfecto. – Dije entusiasmada. – Vamos detrás de tu coche.

Nos montamos en nuestros respectivos vehículos y arrancamos motores.

-Cari, si no te apetece ir no pasa nada, eh. – Le dije mientras miraba a la carretera.

-Estás deseando ir, que lo sé yo.

-Ya… pero no te quiero obligar a nada.

-No me obligas. Si tú estás feliz, yo también.

Una vez más sus palabras me rozaron algo dentro. Aproveché el semáforo en rojo para achucharle fuertemente y darle un beso en los labios.

Entramos en la casa y ayudamos a Antonio a preparar bebidas y aperitivos. Según él, la gente comenzaría a llegar a las nueve y media. Y así fue, a las diez ya éramos más de quince en la casa y seguían viniendo más. Cuando vi a Pastora y Vanesa entrar por la puerta corrí hacia ellas para recibirlas entusiasmada. 

-¡Malú! – Nos abrazamos las tres a la vez. - ¿Qué haces aquí?

-Me ha invitado Antonio esta tarde. Genial que estéis aquí porque…

- ¡No me lo digas! – Chilló Vanesa. No me hizo falta acabar la frase para que comprendiera de qué se trataba. - ¿Le has traído?

Asentí y las arrastré hacia la silla donde estaba sentado el chico, que las recibió con varios besos y sin dejar de sonreír.

-¡Por fin os conozco! – Exclamó el joven. – Malú habla muy bien de vosotras.

-Ella también habla maravillas de ti. – Me sonrió Vanesa pícaramente y respondí con un pequeño puñetazo en su hombro.

-¿De verdad? – Ahora era Aitor el que me miraba vacilante.

Se desencadenaron las risas y no pararon en toda la noche. Varias copas después estábamos los cuatro más animados. Pastora fue a por más bebidas, pero la vi regresar apenas unos segundos después con las manos vacías y la cara desencajada. Sin decir nada, me agarró del brazo y tiró de mí llevándome a una zona apartada de la casa.

-Está aquí. – Me dijo nerviosa.

-¿Quién? No te entiendo.

-¿Quién va a ser? – Clavó su mirada en una persona que estaba a lo lejos y lo comprendí todo.

-Joder, mierda. – Ahora era yo la histérica. – No puede ser. ¿Qué hace aquí?

-No tengo ni idea. ¿Qué vas a hacer?

-Me voy ya. - Concluí. - Con suerte no nos cruzamos.

Fui junto a Aitor y le dije que nos teníamos que ir. Me pidió explicaciones que yo evité responder. Más tarde me inventaría alguna excusa porque no podía decirle la verdad, pero ahora tenía que salir de ahí cuanto antes. Aferramos nuestras cosas y andamos hasta la puerta de salida. Tenía la mano rozando el pomo cuando sentí que alguien me tiraba del bolso.

-¿Pensabas irte sin decirme nada?

Mierda. No había podido evitar el encuentro. Me sonrió. Nos habíamos visto por última vez hace casi un año y su sonrisa era tan bonita como recordaba…

-No te había visto. – Mentí, y por lo mucho que me conocía seguramente se dio cuenta.

-Venga ya… Después de todo lo que hemos vivido.

Me guiñó un ojo. Yo observé de reojo a Aitor, pero no supe descifrar el significado de su expresión. Ni siquiera me estaba mirando, tenía los ojos clavados en el suelo.

-Me tengo que ir. – Cogí a Aitor de la cintura y abrí la puerta, sin más.

-Por lo que veo han cambiado mucho las cosas en tu vida. – Escuché su voz a nuestras espaldas. – Nos volveremos a ver.

Cerré la puerta y me disponía a caminar hacia el coche, pero mi chico me paró y me miró muy serio.

-¿Me vas a explicar quién es esa chica?

-No es nadie… -Bajé la mirada.

-Joder Malú. Si no fuera nadie no os miraríais con esos ojos. Estoy seguro de que tiene algo que ver con que nos hayamos marchado corriendo. ¿Me vas a decir la verdad o qué pasa?

-Aitor…

-¡Dímelo de una vez! – No fue un grito, era una súplica. Estaba nervioso, más nervioso que nunca.

-Yo… No sé cómo empezar. – Tragué saliva. Iba a contarle algo muy íntimo que no sabía prácticamente nadie.-  Mi vida ha sido siempre una locura… Y Patricia formo parte de ella.

Cerró los ojos y dejó caer las muletas para sentarse en el suelo. Escondió el rostro entre sus manos.

-¿Por qué acabo? – Me lo preguntó en un susurro que apenas escuché.

-Se fue. Su abuela enfermó y se trasladó al pueblo un tiempo, me he enterado hoy mismo de su regreso. Las cosas dejaron de funcionar con la distancia…

-¿Cuándo fue? – Bajó aún más la voz.

-Hace algo menos de un año.

-¡Joder! Me siento como un imbécil. Ahora mismo solo se me pasa por la cabeza que empezaste a salir conmigo para olvidarte de ella.

-No es así.

-¡Es que no cortasteis porque la dejaras de querer! ¡Ni porque discutierais mucho! ¡O yo qué sé! ¡Fue porque no pudisteis seguir! Si no se hubiera tenido que ir seguiríais juntas…

-Pero no ha pasado eso. De una forma u otra te conocí, y estoy feliz contigo.

El chico en esos instantes ni me escuchaba. Dio un puñetazo al suelo y se levantó de golpe. Tenía los nudillos ensangrentados.

-Vete, Malú.

-No te quiero dejar así.

-No me apetece estar ahora contigo. Me ocultaste algo importante y te dejé claro que la sinceridad era principal para mí.

-Deja al menos que te lleve a casa. –Puse mi mano en su espalda pero me la apartó.

-¡No! ¡Vete, por favor!

-No puedes ni conducir…

-Ya me las apañaré solo.

 Mi persistencia no sirvió de nada y me marché derrumbada. Desde mi coche vi como Aitor bajaba la calle apoyado en sus muletas. Choqué mi cabeza con el volante derrotada.


“No quiero ni verte, ni hablar, ni saber.
Yo quiero irme lejos, tanto como pueda
Quiero que me veas desaparecer.”

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Bueno, este capítulo se lo dedico a una amiga. Ella sabe quien es jjjj 
No mentí al decir que en este capítulo venían curvas, ¿verdad? JAJAJAJA
De paso aprovecho para agradeceros que me leáis y me alegra mucho ver que la historia esté gustando. Quiero que os sintáis libres de opinar porque eso me aporta muchas cosas a mi y me ayuda a mejorar. 

Muchas gracias por todo. Espero seguir sorprendiéndoos...

martes, 13 de mayo de 2014

Capítulo 19.

No había escuchado nunca algo más bonito que un “te quiero” de sus labios. Se me clavó dentro provocando un revoloteo de mariposas por mi cuerpo. ¿He dicho mariposas? Pues no, eran elefantes. Estaba diferente, más cariñosa de lo normal, y a mí me encantaba. Debió pasar algo que la cambió y fuese lo que fuese, se lo agradezco.

-¡No me hagas cosquillas! –gritó.

-¡Pero si te encanta!

-Mentiroso. ¿Por qué dices eso? - Se desplazó ligeramente hacia un lado.

-Porque estoy sentado en la camilla. Si no quieres que te las haga, te levantas. Pero tú te has quedado.

-Vale. Me has pillao´ - Se sonrojó y se puso de pie. – Pero solo porque eres tú.

-Así me gusta. - Asentí concluyente. 

Se fue dejándome con ganas de más. Tenía que ir al programa para grabar la final. Se pasó toda la tarde nerviosa. Tenía miles de dudas sobre si ganaría o no. Desde mi punto de vista su finalista era el claro ganador, pero para ella no era tan evidente. Yo me tenía que conformar con verlo en la pequeña televisión del cuarto. Para colmo, esa noche me quedaba solo. Mi madre llevaba varios días bastante distante por alguna razón que desconocía y mi hermana se iba de fiesta con sus amigas.

Me tragué la gala entera sin apenas parpadear. Estuvo interesante hasta el último minuto. Los resultados estaban ajustados constantemente, pero respiré aliviado cuando Jesús anunció que el ganador era Manuel, el concursante de Malú. Mi chica recibió la noticia ilusionada. Pegó un salto y se abrazó al chico. Incluso pude apreciar alguna lágrima recorriendo su mejilla. No tuve que esperar mucho para hablar con ella, al poco tiempo de acabar el programa sonó mi teléfono.

-¡Hemos ganado! -Chilló entusiasmada y casi dejándome sordo.

-¡Lo sé! ¡Enhorabuena! ¿Vienes luego y lo celebramos?

-Imposible cari, tenemos la fiesta. –Vaya, es verdad. Lo había olvidado. Menuda decepción. –Pero mañana hay una comida para celebrar el final del programa y he pensado que como te dan el alta, podrías venir.

-Pe-pe-pero ¿qué pinto yo allí? – Me empezó a temblar la voz.

-Tonto, pues eres mi novio. Tendremos que ir contándolo a la gente cercana.

-¿Estás segura?

-Segurísima. – totalmente rotunda. Ella podía estar todo lo segura del mundo, pero yo estaba a punto de morirme. – Además, será más o menos íntimo.

Aunque me moría de los nervios acabé por acceder. La noté con ganas, y si ella quería no iba a ser yo quién se lo impidiera. Significaba dar un paso más en la relación y sabiendo lo reservada que era Malú en cosas como esa me di cuenta de que era importante.

Fue ella misma quien me sacó del hospital a la mañana siguiente, antes de lo que esperaba. Pasamos por mi casa primero a cambiarme y darme una ducha y luego fuimos al restaurante. Le pedí a la cantante que eligiera ella mi ropa, porque yo estaba un poco perdido en ese aspecto. Después de revolver por toda mi habitación, eligió una camisa azul clarita, unos pantalones negros y unos zapatos del mismo color. Por último, yo retoqué mi flequillo hacia arriba. Según ella estaba guapísimo. Pero la que estaba guapísima era ella. Había optado por ponerse una falda ajustada negra, camisa básica blanca y tacones negros de infarto.

Me quedé impactado cuando entramos a la zona reservada del restaurante. Estaban los demás coaches, los cuatro finalistas del programa, Jesús Vázquez y alguna persona más que no reconocí. Todos clavaron sus miradas intimidantemente en nosotros cuando nos vieron aparecer.

-¿No decías que era una comida íntima? – Agaché mi cabeza y se lo susurré cerca de su oído.

-Es que si te decía la verdad no venías. – Me empujó suavemente por la espalda, obligándome a avanzar con mis muletas. – Vamos.

Hubo varios minutos de presentaciones y nos sentamos a la mesa. Ella estaba muy cómoda hablando con la gente y yo intentaba dar lo mejor de mí mismo. La mayoría me cayeron muy bien, a excepción de algunos hombres que tenían pinta de peces gordos. En la mesa tenía a un lado a mi chica y al  otro a Jesús Vázquez. Me pareció el más agradable de todos con diferencia. Me dio conversación durante toda la comida. Cuando Malú fue al baño acercó su silla a la mía un poco más y comenzó a decirme algo en voz baja.

-La tienes loca, chaval.

-¿Eso te ha dicho?

-No me lo ha dicho, pero lo noto. – Se empezó a reír. – Tengo un sexto sentido para esas cosas.

La chica volvió y me dio un beso en la mejilla cuando se sentó. En ese momento, Jesús y yo nos miramos y empezamos a reírnos.

-¿Qué os pasa? – Puso cara de extrañada.



-Nada, cosas nuestras. – Respondió él.

-No me fío un pelo de vosotros. - Repetí su gesto anterior y la cogí de la barbilla para besarle el moflete.

Después de los cafés trajeron las copas y la gente se empezó a levantar para bailar en la pequeña pista que había en un extremo de la sala. Malú se quedó charlando conmigo un rato, pero conociéndola supe que tenía ganas de moverse y la mandé a la pista. Se negó, pero no me hizo falta insistir mucho para que se rindiera y fuera con Rosario a marcarse unos bailes.

 La observaba sonriente desde la silla cuando alguien se sentó a mi lado.

-¿Y tú por qué no bailas? – Me giré y me encontré con Antonio Orozco. Sonreí y le señalé mi pierna. - ¿Qué te ha pasado, muchacho?

-Un accidente de coche… - Se le desencajó la cara al oírlo. – Tranquilo, ya está todo bien.

-Me alegro. – Hizo una pausa y miró a la multitud. - ¿Cómo os conocisteis?

-Su coche la dejó tirada cerca de la cafetería en la que trabajaba antes del accidente.

-¿De verdad? – Pareció sorprenderle. 

-Sí. – Me reí. –Me dijo que necesitaba ayuda y… surgió.

-¡Qué bonito! Me voy a inspirar en vuestra historia para componer una canción.

Nos empezamos a reír a carcajadas ante su comentario. Ese hombre era un máquina. Cuando se fue, volví a dirigir la mirada a la pista, pero no la encontré. Miré a todos lados y nada. De repente, unas manos taparon mis ojos por detrás.

 -¿Ya me estabas echando de menos? – Me estremecí. No sabía hasta que punto.


“Aunque presuma de mi independencia estás metido en mi cabeza.”

sábado, 10 de mayo de 2014

Capítulo 18.

-¿Familiares de Aitor Gómez?

Sus padres, su hermana y yo nos levantamos de los incómodos asientos de la sala de espera velozmente.  El chico había entrado al quirófano hacía varias horas y no nos habían dicho nada hasta aquel momento. Los nervios estaban a flor de piel. Cancelé mi entrevista en Los 40 Principales para poder acompañarle en ese día tan duro. Tampoco le comenté a Aitor que me iba  a quedar en el hospital durante la operación porque no iba a permitírmelo. Le dije que iba a la entrevista y por la tarde vendría a visitarle. Me cayó alguna bronca de mi mánager, pero mi decisión estaba tomada. Él necesitaba mi apoyo y lo iba a tener.

-Todo ha salido de maravilla. –Ya asomaban las sonrisas. – Si la herida cura como esperamos, mañana volverá a casa y en tres días le quitamos los vendajes para que empiece a mover la rodilla.

Sus padres respiraron aliviados y Raquel me estrechó entre sus brazos. Afortunadamente todo había salido bien. Ninguno de los dos dormimos la noche anterior. Él por los nervios y yo porque verle así de mal no me permitía conciliar el sueño. No paraba de dar vueltas en la cama de un lado a otro. Una de las veces le aferré entre mis brazos y empecé a acariciarle la espalda. Poco a poco se fue quedando dormido y yo pude hacer lo mismo. Aunque yo le intentaba transmitir tranquilidad me era difícil porque la posibilidad de que algo saliera mal me estaba matando. 

-¿Podemos verle? – Preguntó su padre.

-En media hora le llevamos a la habitación y le veis. -Afirmó el médico. - Pero visitas cortas y de dos en dos, puede estar desorientado.

-Gracias, doctor. – Agradeció su madre emocionada.

Pedro, su padre, salió a fumar un cigarro. Raquel le acompañó porque quería tomar el aire. Mar y yo nos volvimos a sentar a esperar. Los hospitales se podrían plantear acolchar los asientos, o sustituirlos por sillones más cómodos. El dolor de espalda me acechaba.

-Malú… ¿Puedo preguntarte algo? -Levanté la vista del teléfono y la miré. En esos momentos me alerté. La mujer aún no sabía que era mi suegra y ya estaba dándome sustos.

-Claro. - Me giré para quedar frente a ella y me aparté el flequillo rebelde que me tapaba la vista.

- Tú y Aitor… Ya sabes…  ¿Estáis juntos? - Pues vaya, sí que lo sabía.



Casi se me salen los ojos de las órbitas. Menudo marrón. No sabía que responder. Contárselo no solo era decisión mía, también de mi chico. Por el momento no habíamos hablado de revelar nuestra relación a su familia y yo no quería cagarla. Opté por callarme, pero fue peor. A veces, los silencios dicen más que las palabras. Mar me sonrió de forma pícara y sonreí tímidamente. 

-¿Desde cuándo lo sabes? – No me vi la cara, pero seguro que era de póker, como la canción de Lady Gaga. Nunca he sabido cómo era una "póker face", pero seguro que se parecía a la que se me quedó a mí.

-Desde el día que viniste a verle al hospital supe que había algo. – Me pasó la mano por la espalda. – Solo era cuestión de tiempo.

El médico nos hizo una señal desde el fondo del pasillo para que entráramos a ver a Aitor. Justo antes de pasar a la habitación, Mar me paró y me miró firmemente.

-No le hagas daño, solo te pido eso.

Entró y yo me quedé rezagada pensando en sus palabras. Hace un minuto estaba contenta por nuestra relación y ahora me dejaba así… Deseaba averiguar a qué venía eso, pero no era el momento. Pasé y el joven se me quedó mirando, sonriendo. Le devolví la expresión y me acerqué.

-¿Qué haces aquí? ¿No tenías entrevista?

-¿Cómo te va a dejar tu chica aquí solo mientras te operan? – Fue su madre la que respondió. Él abrió los ojos como platos y nos miró a las dos.

-Yo no he dicho nada. – Sonreí mirándole.

-Hijo, se os veía de lejos. - Rió la mujer. - Si queréis mantenerlo en secreto mal vais.

En parte, agradecí que su madre lo supiera. Así nos ahorrábamos explicaciones embarazosas.
Al rato, salimos de la habitación para que entraran los siguientes. Aproveché el momento para pedirle explicaciones a Mar sobre lo que me había dicho antes.

-Mira… Mi hijo no es tan fuerte como parece. Ya le han hecho mucho daño en otras ocasiones y no quiero que vuelva a suceder. Como madre tengo la necesidad de protegerle. Él es un chico normal, de la calle. Y tú… tú eres una artista, vienes de un mundo totalmente diferente al nuestro. Seguro que estás muy solicitada y tener tiempo para él es difícil. -Soltó todo de golpe, y cada una de sus palabras me sentaban como un pellizco.

-Entiendo perfectamente que quiera proteger a su hijo. – Resoplé. – Pero que seamos de mundos diferentes no quiere decir que no podamos estar juntos.

-Puede que para ti él sea otro más, pero le conozco y tú le importas mucho.

Al fin lo dijo, lo que realmente pensaba. Sentí que eso era lo que estaba deseando decir desde que habíamos empezado la conversación. Tenía una imagen de mi totalmente equívoca. Tarde unos segundos en responder, los mismos que pasé asimilando el golpe que acababa de recibir.

-Yo no cancelo entrevistas por “otro más”, ni me paso horas en un hospital por “otro más”, ni lloro por “otro más”… Estoy acostumbrada a que hablen de mí sin conocerme de verdad, pero en ésta situación me supera. – Vi a Pedro y Raquel abandonar la habitación. – Me voy. Paso a despedirme de él y me marcho.

Me encaminé a paso ligero hacia la sala con el ceño fruncido. Ni siquiera miré a su padre y su hermana cuando pasaron por mi lado. Antes de entrar respiré profundamente y cambié la actitud. Quería disimular para que Aitor no notara que estaba afectada.

-¡Cari! Me tengo que ir. - De mi boca salió la sonrisa más falsa del mundo.

-¿Ya? Jo, apenas he podido disfrutar de ti.

-Lo sé, pero me han surgido cosas… -Mentí.

-¿Va todo bien?

Dudé qué contestar. Odiaba tener que mentirle, pero en su situación era mejor que ignorara el problema. 

-Todo genial. Es que mañana es la final del programa y hay cosas que planificar.

-¡Es verdad! Llámame ésta noche, guapetona. - Me acerqué a él y me agarró la mano. - Gracias por venir.

Nos besamos y salí de allí a toda prisa. Afortunadamente no estaban en los pasillos. Cogí el coche y mientras conducía hasta casa mi cabeza daba mil vueltas. Me había dejado algo en el tintero y tenía ganas de remediarlo. Aparqué y lo solucioné nada más entrar. Acaricié a mis perras y cogí el teléfono.

-¿Sí?

-Aitor, te quiero.

-Yo también te quiero pero, ¿a qué viene?

-A nada. Solo quiero que lo tengas claro. Que me importas, y te lo voy a demostrar.  A ti y a quien haga falta.

“No me interesa
Lo que digan, lo que piensen
Si nací para quererte
Y lo sé desde el instante en que te apareciste enfrente.”