viernes, 26 de diciembre de 2014

TE NECESITO AQUÍ. (2x18)

Probablemente el beso más doloroso de mi vida. Así podría describir ese desliz. La angustia y el miedo se apoderaron de mi en cuanto sentí que nuestros labios se juntaban. Un nudo se ancló en mi garganta para dejarme sin habla y sin respiración. Miro a Patricia desde cerca. Sabe cómo me siento. Sus ojos están por una parte sorprendidos. Al igual que yo no se acaba de creer lo que ha pasado. El gran error que hemos tenido. Después su mirada cambia drásticamente como para querer transmitirme seguridad y apoyo. Pero es tarde. Observo a mi alrededor y veo a las decenas de fotógrafos apuntándonos con sus cámaras y, muchos de ellos, aun con la boca abierta. Siento frío y cómo me tiemblan las piernas. Cierro los ojos y me llevo una mano al pelo. Y de pronto tengo calor. Es una mezcla de sentimientos y sensaciones que no soy capaz de controlar. Rosa, mi mánager, pronuncia mi nombre. Está a mi lado, pero el sonido me llega como si estuviera a kilómetros. No se me ocurre qué hacer y la única opción para la que mis piernas reaccionan es para correr. Salgo corriendo lo más rápido posible hasta que encuentro un baño y me encierro en él dando un portazo. 

-¡Malú, abre! - Patri llama a la puerta repetidamente. - ¡Por favor, déjame entrar! Cielo, no pasa nada. Buscaremos la forma de arreglarlo. 

Ni las mejores palabra de súplica hubieran logrado convencerme de que abriera la puerta. Siguió llamando hasta que pasó el tiempo y, sin más, deje de escuchar su voz.  Tirada en el suelo, con las rodillas dobladas y las manos tapándome la cara me sentía demasiado frágil. Más débil de lo que nunca me había sentido. No era la primera vez que me sentía así, pero sí la peor. En una ocasión, cuando publicaron mis fotografías con Patricia, me pasó algo parecido. Pero esa vez tenía solución. Las imágenes no tenían por qué delatarme y bastó con decir que éramos amigas. Pero ahora no tenía arreglo. Nos han pillado besándonos y eso no había forma de ocultarlo. Mi mundo, todo por lo que he luchado, pende de un hilo. O al menos así lo veo yo. Está en juego toda mi trayectoria profesional. Me da miedo que las marcas no me quieran como imagen, que las discográficas ya no inviertan en mi voz, que mis fans se sientan defraudados... He estado siempre tan pendiente del qué dirán que ahora, cuando las cosas pueden cambiar, me da vertido enfrentarme a ello. Siempre he sabido que me pasaría factura. Controlar cada uno de mis movimientos no debe ser bueno. Te cohibe. Vivir se hace cuesta arriba al tener que ocultar parte de ti. Siempre lo he sabido pero siempre he preferido ignorarlo. Por cobarde, por vergonzosa, por recatada o por lo que sea.  Pero lo he hecho y por eso ahora estoy donde estoy: llorando y temblando en un baño. Y me pasaría aquí durante horas y horas. Pero mi parte profesional sigue siendo tan dura como siempre y decido levantarme, lavarme la cara, retocarme el maquillaje y salir de mi pequeño cobijo. 

Fuera no hay nadie. La soledad de los pasillos me enfría por dentro. No sé si es mejor eso o que hubiera estado repleto de gente. Por un momento vuelve a aparecer en mi mente a idea de huir. Marcharme de ahí e ir a casa sería tan fácil... Pero no. Mis pasos se dirigen a las escaleras que conducen al asiento que hay reservado para mi en las gradas del recinto. Cuando llego me siento sin mencionar palabra a Rosa, que está sentada a mi lado y me mira sin saber qué decir. Tengo la esperanza de que haga su magia, como otras veces, y me diga que ella va a solucionarlo. Que las fotografías no van a ser publicadas. Que mi vida no va a cambiar. Pero no. Por la manera en que sus sé compadecen de mi me doy cuenta de que no hay manera de enmendar el error. Agacho la cabeza y así paso el resto del evento. 

-Atenta. - Mi mánager me golpea sutilmente la pierna haciendo que alce la cabeza y preste atención al presentador de la gala. 

-Bueno, y ha llegado la hora de entregar el premio a mejor canción del año. - Antes, hace unas escasas horas, tenía ilusión por que llegara este momento. Deseaba ganar este premio. Pero ahora me da igual. Tengo cosas más importantes por las que preocuparme. En las pantallas del Palacio salimos los nominados. Después de las presentaciones, el presentador abre el sobre. Se hace el interesante y se ríe antes de decir quién es el afortunado. - ¡Malú! 

Rápidamente Rosa me levanta y me abraza mientras me da la enhorabuena por el logro. El Palacio estalla en aplausos. Y yo finjo mi mejor sonrisa, que queda muy lejos de una sonrisa sincera. Aplaudo al público y bajo la rampa. Cuando me dan mi premio me pongo detrás del atril.




 Se supone que tengo que dar un discurso sobre lo genial que es ese momento y agradecer a todo el mundo que ha votado. No soy capaz. Ni siquiera puedo abrir la boca. Miro a todos lados, al público, al escenario, y lo único que siento es miedo de poder perderlo. Al agobio que había padecido anteriormente en el baño vuelve con más fuerza. Y me desplomo. Sin más. Pierdo la consciencia y todo se vuelve negro. 




Pestañeo un par de veces para poder abrir los ojos. Unas fuertes punzadas me taladran la cabeza. No sé dónde estoy pero quiero irme. Cuando intento levantarme unas manos me frenan obligándome a volver a tumbarme. Es un chico joven con una chaqueta naranja. Es entonces cuando miro a mi alrededor. Estoy tumbada en una camilla y un montón de artilugios médicos me rodean. 

-¿Dónde estoy? - Logro preguntar. 

-Soy Pablo, enfermero. Estás en la ambulancia. 

-¿Qué me ha pasado? 

-Tuviste un desmayo durante la gala y te hemos traído aquí para que estés más tranquila. No es necesario que te llevemos al hospital, pero queremos tenerte en observación por si acaso. - Entonces me acuerdo de todo. El beso, el baño, el premio y la caída. Vuelvo a agobiarme y escucho una máquina que pita. 

-Quiero irme. - Jadeo y pronunciar cada palabra es difícil. 

-Si te tranquilizas podrás hacerlo en un rato. - El joven enfermero me coge la mano y pasa un paño húmedo por mi frente. - Te has dado un golpe en la cabeza al caer y si te mueves mucho te va a doler.  

-Yo solo quiero verla y arreglar las cosas... - Cierro los ojos y trago saliva. 

-No te preocupes por eso. Tu mánager esta fuera esperando y podrás verla un unos minutos. 

No es a ella a quien me refiero. Quiero ver a Patricia. Lo necesito. Quiero que me abrace, me bese la frente y me diga que todo va a ir bien. Que pase lo que pase va a apoyarme y lo nuestro no se romperá. Lo único que me quitaría el dolor de cabeza en estos momentos sería uno de esos susurros suyos capaces de reavivar las flores marchitas. 

Pasa casi una hora hasta que me dejan salir de la ambulancia. Lo hago despacio y acompañada de Pablo. Se abren las puertas y Rosa se echa a mis brazos. El enfermero le pide repetidamente que sea cuidadoso pero ella no puede controlar la efusividad. Me besa los mofletes varias veces. La miro a los ojos. Llorosos. 

-No ha sido para tanto, Rosa. - Intento relajarla mostrándole que estoy bien. 

-Lo sé, pero nos has dado un buen susto. La gente se ha vuelto loca al verte desmayada en el suelo. No entendían cómo ni por qué estaba pasando todo eso. 

- Dentro de poco lo sabrán... - Miro al suelo y bajo el tono de voz. - Mañana, cuando vean la televisión y las portadas de las revistas, relacionaran todo y sabrán por qué me he desmayado. 

-Malú, siento...

- No tienes que sentir nada. - La corto. - No ha sido tu culpa. Ni tuya ni de nadie. Ha pasado y punto. Bastante estaba tardando...

Asiente con la cabeza y me acaricia la mejilla. El médico nos pide que tengamos cuidado y que si me encuentro mal vaya urgentemente al hospital. Dice que no parece ser nada, pero que prevenir es mejor. Nos despedimos de él y vamos al coche de Rosa. Mientras me lleva a casa me cuenta cómo ha sido todo. Me da miedo hasta a mi escuchar lo que relata. Me imagino en el suelo, con varios hombres de seguridad corriendo hacia mi para llevarme a la ambulancia y tiemblo. Aunque no hace falta que me lo imagine demasiado, porque mañana estará en todas las televisiones. Mi mánager me pide que ponga un tuit informando de que estoy mejor. No me apetece encender el movil porque sé todo lo que me espera, pero lo hago. Los mensajes llegan uno tras otro sin parar. Los ignoro todos, pongo el tuit y vuelvo a apagarlo. No quiero saber nada de nadie. Solo de una persona. 

-Rosa, ¿dónde está? - Mira al horizonte y me ignora. Giro mi cuerpo orientándome hacia ella y vuelvo a preguntarle esta vez más preocupada. 

-No lo sé, Malú. 

-¿Cómo que no lo sabes? ¿Ha desaparecido o qué?

-No... Cuando pasó lo del beso y te encerraste en el baño ella fue a buscarte. Estuvo un rato ahí esperando hasta que la presión de los medios fue tanta que se marchó sin decir nada. Fue exagerado. Tenia a su alrededor a más de quince periodistas con cámaras y micrófonos intentando sacarle información. Patri no quería responder a nada. En cuanto vio un hueco libre entre dos de los fotógrafos se metió por él y desapareció. 

-¿No la viste más? - Rosa niega con la cabeza. - Joder. 

Vuelvo a encender el movil que había apagado hace un par de minutos e intento contactar con mi chica. Por WhatsApp es imposible. Hace mucho de su última conexión y ni siquiera le llegan los mensajes. La llamo y no da señal. Mi nerviosismo aumenta al igual que mis ganas de saber de ella. Me da miedo que le haya pasado algo, pero también se me pasa por la cabeza otra idea muy distinta que me atemoriza lo mismo: que la presión le haya desbordado. Si a mi, que estoy acostumbrada, a veces me puede la insistencia de los medios, a ella no sé cómo puede haberle sentado. Me pongo en su situación y me vengo abajo. No puedo evitar sentirme culpable de esta situación. Quizás no he sabido hacer la cosas bien. Debería haber contado desde un principio mi relación con Patricia, sin vergüenzas ni preámbulos. Aceptar lo que soy hubiera sido más fácil hace años. Pero ahora, después de haber fingido durante tanto tiempo, las cosas se complican. Es tarde para confesar y hacer como si no pasara nada. Cualquiera de mis movimientos ahora tendrá repercusiones, de un modo o de otro. Y lo peor que me puede pasar es perderla a ella. Y, por un momento, lo veo desgraciadamente posible. 

-Malú, no te preocupes. Seguro que está bien... - Suspiro. Ya ha aparcado frente a mi casa y estoy a punto de salir del vehículo. - Llámame si necesitas lo que sea. 

Me besa y me abraza mientras le doy las gracias por haberme tratado tan bien como siempre. Siempre es como mi sustento. La persona que me apoya cuando me faltan fuerzas o ganas de continuar. 

Al entrar a casa me extraño cuando veo la pequeña luz tenue del salón encendida. Sonrío por dentro un poco ante la posibilidad de que sea mi chica. Ojalá se hubiera marchado del evento para venir aquí y esperarme. Acelero el paso durante el trayecto que separa la puerta de entrada del salón y cuando llego allí me rompo. No es Patri quien me espera, sino mi madre, que en cuanto me ve se levanta y me abraza con fuerza. 

- ¿Qué haces aquí, mamá?

- ¿Cómo te iba a dejar sola después de lo que ha pasado esta noche? Cariño, no sabes lo que he sentido cuando te he visto caer al suelo mientras recibías el premio. Casi se me sale el corazón. - Habla muy rápido y tragándose las lágrimas . - No podía parar de llorar. Estábamos tus hermanos, tu padre y yo preocupadísimos. Menos mal que Rosa nos ha llamado para decirnos que estabas bien. 

-Tranquila, mamá. - Le acaricio la cara e intento transmitirle cariño. - Estoy bien, ha sido un bajón. 

-Pero Malú...

- Ya te lo contaré, mamá. - Me separo de ella y rebusco en mi bolso el movil. - Primero tengo que encontrar a Patri. 

- Yo sé dónde está. 


martes, 9 de diciembre de 2014

EL DESLIZ. (2x17)

-Adivina qué trabajo me han ofrecido. - Levanta las cejas para pedirme que se lo diga. No usa la boca para ello porque la ocupa comiéndose un trozo de brownie que tiene una pinta increíble. Pero mejor pinta tiene su sonrisa manchada de chocolate. Comienzo a reírme y me imita cuando se da cuenta de lo sucedido. Se pasa la servilleta por la boca hasta que no queda ni rastro de comida y vuelve a pedirme que le cuente lo del trabajo. - Quieren que vaya este viernes a la gala de música a la que vas tú. 

-¿En serio? - En la sonrisa que se le escapa puedo percibir la ilusión.

-Pues sí, pero pagan muy poco y tener que pelearme con otros fotógrafos no me gusta. - Comento. - Así que no sé. No creo que lo haga. 

-¡No seas tonta! Tienes que venir aunque sea solo por mi. 

-¿Para qué? Si cuando estás en esos sitios pasas de mi. - Ya nos ha pasado en otras ocasiones lo de coincidir en eventos y siempre sucede lo mismo. Ella va a lo suyo, yo a lo mío y, si hay algún momento que podemos pasar juntas, no lo hacemos por mantener las distancias sin correr el riesgo de que nos pillen. 

-No paso de ti. 

-Lo haces. Lo entiendo y no me importa, pero sabes que lo haces. - Suspira y muerde un trozo minúsculo de su postre. 

-Pero esta vez no. Las cosas han cambiado. - Acerca su silla a la mía y entrelaza nuestros dedos. Me mira a los ojos directamente, tan preciosa como siempre. - Ahora estoy intentando sacar lo nuestro a la luz. Y si vas a la gala voy a estar a tu lado. No te estoy diciendo que te vaya a besar delante de todos, pero sí que no voy a ocultarme si me apetece decirte lo bien que te queda la coleta que llevarás puesta. 

Definitivamente ella es la persona que mejor me conoce en en este mundo. No sólo sabe que llevaré coleta porque siempre lo hago cuando tengo que trabajar, sino que también es capaz de usar las palabras adecuadas en cada momento para convencerme de algo. Minutos después, o quizás segundos, ha conseguido convencerme de que tengo que ir a ese evento. Me da igual no poder besarla en público. Incluso me da igual si al final decide que ni siquiera hablaremos delante de la gente. No me importa porque mirarla desfilar por la pasarela marcando el ritmo perfecto con sus tacones habrá sido suficiente razón como para ir. 

Salimos de nuestro restaurante favorito pasadas las tres y media. Llevamos los estómagos llenos y muchas ganas de dormir para ver si al despertar hemos tenido la suerte de que nuestra tripa se haya puesto bien. La discusión típica de "¿vamos a tu casa o a la mía?" dura exageradamente poco en esta ocasión. Ni yo a su casa ni ella a la mía. Directamente cada una se va a la suya. Me apetecería dormir la siesta abrazándome a ella y quedarme embobada con su imagen al despertar, pero no puede ser y las dos lo sabemos. Al día siguiente es el evento musical y la lista de cosas que nos toca hacer es interminable. Ella tiene que probarse ropa, ensayar la canción que tocará en directo, elegir maquillaje... Y yo tengo que preparar todo el equipo e ir a hablar con el jefe para que me explique los detalles del trabajo de los cuales no tengo ni idea. Solo acepté por Malú. Me dio igual el dinero, el tiempo y el esfuerzo. La parte negativa es que ahora estoy más perdida que un pez en un lavabo. 
Hace mucho que no hacía un trabajo de este tipo. Me gusta la fotografía tranquila en la que te pones delante de la otra persona y vas captando con la cámara todos los sentimientos que una mirada o una sonrisa puedan regalarte. También me gusta fotografiar paisajes. Ir a la playa, al campo o la cuidad y embaucarte con la magia que desprenden. Una ola del mar, un jardín de Francia o las calles excesivamente transitadas de Japón. Todo tiene algo especial, una esencia, que la cámara es capaz de recoger. En cambio, fotografiar a famosos en eventos es muy diferente. Solo lo hice al principio de mi carrera para ir ganándome un lugar en este mundillo. 
Para empezar, tienes que ir horas y horas antes de que empiece porque sino es imposible conseguir buenas imágenes. Tampoco es fácil soportar a algunos fotógrafos agresivos que con tal de conseguir estar más cerca del famoso son capaces de pegar puñetazos. Todos luchan por conseguir la foto que más dinero merezca. Eso es lo que menos me gusta. Yo soy fotógrafa porque me encanta y sé que no hubiera sabido dedicarme a otra cosa. Pero ellos no. Los que van a los eventos no sienten la fotografía. Lo único que les importa es que el famoso sonría a su cámara para cobrar y que su jefe esté contento. 

El día del evento empieza siendo un desastre. No son ni las ocho de la mañana cuando mi móvil me interrumpe el sueño. No quiero cogerlo y no lo hago. Pero insisten y la duda de que pueda ser algo importante me come por dentro. Me giro despacio y observo la pantalla del aparato. Es un número que no conozco, así que cuelgo e intento volver a quedarme dormida.  Y pasa lo que me temo que va a pasar mientras lucho por volver a conciliar el sueño: vuelven a llamar. Malhumorada descuelgo y me lo pongo en la oreja esperando un sonido al otro lado que no llega. 

-¿Quién es? - Alcanzo a preguntar aún con la voz somnolienta. Al otro lado un carraspeo y al fin un hombre empieza a hablar. Tiene la voz ronca y con el cansancio que tengo me resulta muy difícil entender sus palabras. - Disculpe. ¿Me podría repetir quién es usted y qué quiere?

- Le digo que soy Federico Méndez, su jefe durante el día de hoy. - Ya le recuerdo. Fue él mismo quién me llamó ofreciéndome el puesto. - Quería comentarle que a las nueve como muy tarde tiene que estar por aquí. Tengo que aclararle cosa sobre el evento y darle el equipo. 

-¿Equipo? - Pregunto extrañada. 

-Sí, la cámara. 

-No, no, no. Yo solo hago la fotos con mi cámara. 

-Lo siento mucho, Patricia, pero por seguridad tiene que sor con esta. 

Me niego rotundamente a hacer fotos con una cámara que no sea la mía, pero no sirve de nada. Me da cientos de motivos para hacerme ver que no puede ser. Incluso me lee algún artículo con el que pretende explicarme que es obligatorio el uso de una cámara de la empresa. Y no puedo hacer nada. Si está en el contrato que firmé sin pararme a leer atentamente, tendría que hacerlo. 
La discusión al menos me sirve para desperezarme. Tiro el teléfono entre las sábanas y me levanto de la cama. Al poner el pie en el suelo un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Está helado. Hace un frío tremendo a pesar de que aún no hemos llegado al invierno. Corro hacia el baño y me encierro allí con el agua ardiente de la ducha creando un ambiente de vapor que me hace entrar en calor. 
Mientras me ducho pienso en lo raro que va a ser el día. Voy a ir a un evento en el que no estoy acostumbrada a trabajar y, para colmo, tendré a la mujer de mi vida a centímetros pero no podré dirigirle la palabra. Ella me aseguró que no sería así. Que me prestaría atención y que podríamos hablar delante de la gente sin problema. Pero, a decir verdad, no me lo creo. La conozco y sé que es demasiado reservada con su vida privada como para eso. Todo el mundo sabe que somos amigas y que nos llevamos bien, por lo tanto no sería raro si nos vieran hablando en el evento. Pero no estoy tan segura de que Malú lo vea con los mismos ojos que yo. Para ella cada gesto, mirada o palabra puede provocar sospechas en la gente. Y a mi me mata tener que ocultarme. Tener que aparentar que no la amo, que no la beso cada día y que no he sentido lo que es estar colgada de su cintura. Aún así, soy consciente de que estar con una de las mujeres más famosas del panorama musical español tiene sus desventajas. Lo sé y lo asumo. Aguantaría esto y mil cosas más, porque lo que realmente me mataría sería no tenerla en mi vida. 

Nada más abrir la puerta de la calle una corriente de viento helado me azota la cara. Entrecierro los ojos casi involuntariamente. Salgo corriendo hasta mi coche y, una vez dentro, pongo la calefacción al máximo. Según la pequeña pantalla del vehículo hay nueve grados en el exterior, pero estoy segura de que son algunos menos. Enciendo la radio y suena una canción de Jennifer López perfecta para tararear aunque no recuerde la letra perfectamente. 

Federico me espera sentado en su despacho, acompañado de la dichosa cámara y un taco enorme de papeles. En ellos pone todos los objetivos y aspectos a seguir durante el evento. Me pide que vaya lo antes posible para coger un buen sitio y captar mejores fotografías. Y, como es normal en toda revista de cotilleos, también me pide que intente hacer alguna foto polémica entre famosos. Es una de las partes negativas de ese trabajo. Por Malú sé la presión a la que están sometidos los cantantes o actores en cada evento al que van. Lo que menos necesitan es que haya algún pesado persiguiéndoles con una cámara y esperando a que cometan un error para poder fotografiarlo. Sacar dinero a costa de fallos ajenos. De eso van las cosas. Y lo odio. No pienso hacerlo. Asiento con la cabeza para complacer a mi jefe y empiezo a andar hacia la puerta. 

-Y Patricia... - Me llama cuando estoy a punto de salir de su despacho. - Sé que eres amiga de Malú, así que si esa amistad nos puede ayudar para obtener una buena foto... Mejor. 

Me voy de allí sin ni quiera responder a eso. No me puedo creer lo que me acaba de decir. Ahora entiendo por qué me han llamado para trabajar en ese tipo de revista en la que hace años que no trabajaba. Lo único que quieren es aprovecharse de mi buena relación con la cantante para sacar más dinero. Y me lo ha dicho así. Sin más. Siento que soy una tonta y he mordido su anzuelo. He caído en su trampa. Me han engañado y yo estoy tan cegada que ni me he dado cuenta. Me pareció raro recibir una llamada de esta revista, incluso hubo otro par de medios que querían mi colaboración. Pero ya lo entiendo y no puedo estar más enfadada conmigo misma. Nunca he querido juntar lo personal con lo profesional y, sin darme cuenta, he estado a punto de hacerlo. 

Salgo del enorme edificio y me meto en el coche dirección Madrid centro. El evento es en el Palacio de los Deportes y son ya las dos de la tarde. Tendré que comer por allí y no tardaré mucho en ir para encontrar un buen sitio, como me ha pedido mi desagradable jefe. No me apetece hacerlo y después de lo sucedido tengo aún menos ganas. Pero es mi trabajo. El error ha sido mío y tengo que asumirlo. 

Al llegar al Palacio todo es un jaleo desde el principio. Enseño la acreditación cuando voy a entrar al parking y me indican dónde debo aparcar. Después, un chico joven con una camiseta publicitaria me va guiando por doscientos pasillos hasta que me deja en una sala donde ya hay algunos fotógrafos. En la parte delantera hay una alfombra verde y un panel trasero con los logos de los patrocinadores. Por allí pasarán los famosos a los que tengo que fotografiar. Me apresuro hacia la banda de tela que nos separa de esa zona y consigo estar en la ansiada primera fila. Ahora solo queda esperar horas y horas. 

-¿Patri? - La persona que tengo a mi derecha toca mi hombro. Nada más verle le reconozco, a pesar de que han pasado más de diez años desde la última vez que nos vimos. 

-¿Samuel? - Asiente y nos fundimos en un fuerte abrazo. - ¿Qué tal? ¿Cómo te va la vida?

-Pues no me puedo quejar, la verdad. Trabajo con una revista de música internacional y me paso el año viajando de evento en evento. - Se le ve entusiasmado mientras me informa de su vida actual. Y me encanta verle así. En el instituto ya tenía claro que se quería dedicar a esta profesión y me alegra ver que ha alcanzado su meta. - ¿Y tú? Por lo que veo eres fotógrafa, tal y como deseabas. 

-¡Sí! ¡Lo conseguí! - Sonrío pletóricamente y alzo la cámara. - No puedo estar más feliz, para qué mentir. - Le comienzo a relatar sin detalles lo que me ha pasado profesionalmente desde que acabamos el instituto hasta ahora. No quiero enrollarme demasiado, pero es él quien me insiste y pregunta para saber más. Así que estoy encantada de seguir contándole cosas. De pronto, su móvil suena y se pone serio. Me hace un gesto con la mano para que le disculpe y responde a llamada. Parece preocupado por lo que le dicen al otro lado del teléfono, pero poco a poco se va destensando.  Al colgar incluso sonríe levemente. - ¿Todo bien? - Me atrevo a preguntar. 

-Sí, sí. Es que tengo al niño malo pero mi chica trabaja y hemos tenido que dejarle con mis suegros. Al parecer le ha subido la fiebre hace un rato. Pero dicen que ya está bien. 

-No me lo puedo creer... ¡Samuel Perez, el ligón de la clase, tiene un hijo y una pareja formal! - Ambos nos empezamos a reír a carcajadas. 

- Pues sí. Nunca se sabe con qué te va a sorprender la vida. ¿Y tú qué? ¿Has encontrado a alguien especial? 

- Alguien muy especial, Samuelín. - Se me escapa la sonrisa tonta de cada vez que hablo o pienso en ella. 

- Y no es un hombre, ¿verdad?

Se ríe antes de que me de tiempo a contestar. Asiento y me uno a sus carcajadas. Sé perfectamente por qué me ha dicho eso. Cuando teníamos unos dieciséis años Samuel era el típico chico que iba detrás de todas. Pero sobre todo iba detrás de mi. Quizás era por el hecho de que yo no le correspondía, y las cosas que parecen inalcanzables son por las que más nos apetece luchar. Cada mañana venía a decirme algún piropo. Se sentaba a mi lado, me miraba y soltaba que mis ojos eran los más bonitos que jamas había visto. Las primeras veces me reía y le seguía la bromas, hasta que un día me cansé y le confesé que era lesbiana. Aún recuerdo perfectamente la cara que se le quedó. No se lo quería creer. Se pasó todo el curso preguntándome si le estaba tomando el pelo. A esa edad yo tonteaba con chicos y chicas, pero cada vez tenía más claro que prefería a una mujer a mi lado. El paso del tiempo me ha confirmado que no me equivocaba. 

Nos pasamos horas y horas dialogando sobre nuestra adolescencia y poniéndonos al tanto de nuestras vidas. Cuando los famosos empiezan a llegar se tiene que ir para hacer entrevistas. Se despide con un fuerte abrazo, me da su número y nos prometemos que tenemos que quedar para seguir charlando. 

Actores, cantantes, periodistas, presentadores... Todos desfilan por la pasarela exponiéndose a nosotros. Nos regalan sus mejores sonrisas y sus mejores miradas. A algunos les conozco y me sonríen especialmente, lo que me beneficia para obtener mejores fotos. Y, como era de esperar, Malú es de las últimas. Pero os juro que todo el ambiente cambia cuando sale ella. Primero un silencio, como si el mundo se silenciara para admirar su belleza. Y luego la locura. Todos los fotógrafos gritan su nombre para que ella les mire. Yo, en cambio, me he quedado paralizada. Más que andar parece que vuela sobre esos tacones negros que tan bien luce. Un vestido del mismo color le marca la figura. Está increíble. Se me olvida dónde estoy y qué hago allí por unos momentos. Solo vuelvo a poner los pies en la tierra cuando me mira. Sonríe de oreja a oreja e incluso agita la mano a modo de saludo. Le correspondo con un guiño y vuelvo a mi trabajo. Fotos y más fotos. Cuando sale de la alfombra, aparecen dos famosos más poco importantes y se acaba el desfile. La busco con la mirada y no tardo en encontrarla. Está frente a una cámara de televisión con un periodista poco conocido. Me hace un gesto con la mano discretamente para pedirme que no me vaya. Asiento y espero a que acabe de entrevistarla. Mientras tanto me entretengo viendo las fotógrafos que he hecho en la pequeña pantalla de la cámara. Creo que serán suficientes como para tener contento al jefe, aunque he pasado por completo de pillar a los famosos en situaciones comprometidos. Tenía claro que no lo iba a hacer desde el momento en que me lo propuso. 

-¿He salido guapa? - Levanto la cabeza y la tengo justo enfrente, con una sonrisa torcida y sus ojos alternando entre los míos y mi cámara. 

-Pues como siempre... - Murmuro. Se sonroja de una manera casi inapreciable, pero yo, que conozco todas las tonalidades de su piel, lo noto. - ¿Vas a cantar en la gala? 

-Sí. Mínimo canto dos canciones que tenemos planeadas. Y si gano el premio a mejor canción cantaré otra. 

-Vamos, que cantas tres canciones. 

-No lo sé, aún no he ganado el premio. 

-Ya, pero te lo van a dar. 

- No estoy yo tan segura...

-Te digo yo que sí. 

Y así nos pasamos unos minutos. Discutiendo entre risas sobre una tontería tan grande como esa. Y digo tontería porque tengo claro que ese premio va a ser suyo. Solo hay que ver la espectacular canción por la que está nominada al premio. 

Pero aún hay algo mejor que esas discusiones tontas típicas en cualquier pareja. Y es que estamos hablando como si nada delante de todo el mundo. Lo impensable. Al final ha cumplido sus palabras y lo está haciendo. Estoy tan feliz por ese paso que se me nota en los ojos. Puede parecer una estupidez, pero es importante. Para nosotras lo es. Incluso puedo decir que estoy orgullosa de Malú. Ha logrado olvidarse de los ojos que nos rodean, del qué dirán. Ha entendido que no es raro que dos amigas hables. Al revés. Siempre le he dicho que es más raro que me evite. La noto cómoda hablando conmigo. Como si estuviéramos solas en su casa o en la mía. 

-¡Malú! ¡Nos vamos! - Le indica su mánager. 

Y es entonces cuando pasa. Pasa que se despide de mi como suele hacerlo cuando estamos solas: me da un rápido beso en los labios. Es un simple roce. Estamos tan acostumbradas a ello que ni siquiera se ha dado cuenta. Como un acto reflejo. Al estar tan a gusto y cómodas conversando se nos ha olvidado lo que tenemos a nuestro alrededor. Lo que parecía ventaja se nos echa en contra. En cuanto se separa de mi la miro a la cara y me doy cuenta de que su estado anímico es totalmente diferente al de hace unos minutos. Ya no hay sonrisas ni bienestar. Está roja y no sabe qué hacer. Y yo tampoco.