miércoles, 5 de noviembre de 2014

ESPECIAL 100.000 VISITAS

Es uno de esos días en los que solo te apetece llegar a casa, coger para cenar algo que no haya que preparar y tumbarse en la cama a ver cualquier tontería hasta que el sueño te venza. El reloj digital del coche dice que son las 01:54. Lo peor es que salí de casa a las seis de la mañana. Creo que ha sido uno de los días más movidos de mi vida. Para empezar tuve que ir a una emisora de radio para hacer una entrevista, más tarde reunión para ir eligiendo cosas de mi próximo disco, después comida con unos hombres de una empresa de la que no recuerdo ni el nombre y a las cinco empezamos con las primeras audiciones a ciegas de La Voz, que se prolongaron hasta hace un rato. Era el primer día de grabación y, como hay que ir comprobando elementos técnicos, va mucho más lento todo. Ni siquiera he cenado y mi estómago está literalmente rugiendo. Nos dieron unos bocadillos de merendar a las seis de la tarde y no se molestaron en alimentarnos más.

Me encanta conducir de noche. Vas prácticamente sola por la carretera sin conductores molestos a tu alrededor. Estoy acostumbrada a hacerlo después de los conciertos. Me pongo mi música a máximo volumen y dejo que la noche me lleve a mi destino. El único problema, en este caso, es que el camino del plató a mi casa no tiene nada de iluminación, por lo tanto hay que ir muy despacio para no tener un accidente. La única luz que se refleja es la de mis faros. Al tomar una pequeña curva me doy cuenta de que no me quedan ni cinco minutos de trayecto. De pronto, la radio se corta provocando un sonido poco agradable y me deja cantando sola el estribillo de la canción. El coche suele perder la señal en esa calle pero la verdad es que no me acuerdo y siempre me pilla de sorpresa. Pulso varios botones para cambiar la frecuencia pero parece que nada funciona. Pruebo sin mucho sentido a girar de una lado a otro la rueda del volumen. Fracaso. Me rindo y tomo la última recta hasta mi casa. A esas horas y después de haber pasado un día tan agobiante me frustra hasta no poder usar la radio. Al fin, llego al garaje y me dispongo a meter el coche de espaldas. Sí, de espaldas. Empecé a hacerlo así hace unos años, cuando solía  ir con prisas por las mañanas porque salir de frente es mucho más fácil. Pero ahora lo meto así simplemente por una manía. Unas maniobras más tarde aparco. Lo primero que hago, sin ni siquiera bajar o apagar el motor, es mirar en mi móvil si tengo algún mensaje de mi chica. Pero no me da tiempo de revisarlo. Justo cuando intento hacerlo, la música de la radio vuelve a sonar con un volumen extremadamente alto. Tal es el susto que se me resbala el móvil de las manos y se cae al suelo. Quito la música bruscamente e intento regularme la respiración. Eso me pasa por ponerme a girar la rueda del volumen sin la radio puesta. Apago de una vez el motor y me agacho para buscar el teléfono. No se ve nada. Palpo el suelo con la mano hasta que lo cojo. Al subir la cabeza todo está a oscuras. Lo único que percibo es un escalofrío que me recorre la espalda de punta a punta. Me giro y observó la parte trasera del coche. No hay nada, pero sigo teniendo esa sensación extraña en el estómago que me impide respirar bien. Apoyo la cabeza en el volante para tomar aliento. Me intento concienciar de que el cansancio y la noche me están jugando una mala pasada. "Malú, no hay nada de qué preocuparse. Déjate de tonterías.", me repito a mí misma una y otra vez. Trago saliva y, decidida, me dispongo a abrir la puerta para entrar lo antes posible a casa. Pero de nuevo algo no va bien. No se abre. Repito el gesto, cada vez con más fuerza, en múltiples ocasiones. He llegado a un punto en el que es imposible estar tranquila. Un cúmulo de situaciones sin respuesta me están atemorizando. De pronto, algo golpea el techo del vehículo. Aquella cosa, sea lo que sea, se desplaza sobre el coche. Miles de ideas descabelladas sobre lo que puede estar ocurriendo pasan por mi pensamiento a una velocidad vertiginosa. Necesito huir, mi instinto me lo grita con todas sus fuerzas, pero no encuentro la manera de hacerlo. Pido ayuda vociferando pero es inútil. En esos momentos odio vivir en un chalet tan alejado de la sociedad. Una de las puertas traseras se abre y se cierra. Me doy la vuelta y no veo nada. El pánico se apodera de mi. Me paso de un salto al asiento del copiloto e intento abrir la puerta correspondiente. También está bloqueada. No sé si salir será una buena opción. No sé si dentro estoy segura. No sé nada. En este momento me tiembla todo el cuerpo. Vuelvo a mi asiento. La única opción que me queda es encender el coche y salir de ahí. Cojo las lleves e intentó introducirlas en el agujero. Con los nervios resulta una tarea realmente complicada. Antes de que pueda hacerlo, otro golpe en el coche. Esta vez en el cristal trasero. Miro y, al darme cuenta de lo que hay, grito. Grito sin sentido y dejándome la voz. En el cristal está la marca de una mano sangrienta que va descendiendo y dejando su rastro. La puerta trasera vuelve a abrirse y cerrarse. Miro por el retrovisor. Alguien, con una túnica blanca que no me deja ver ni un milímetro de su piel, ha entrado y se ha sentado en los asientos traseros. Chillo. Siento que se me va a salir el corazón por la boca. Aún temblando, vuelvo a intentar salir del vehículo. Lo logro. Corro y entro a casa por la puerta del garaje que da a la cocina. Cojo las llaves y cierro la puerta desde dentro. Sea lo que sea lo que hay fuera, está metido en mi garaje y no tiene manera de salir sin llaves. Me precipito a coger el teléfono de casa y marcar el número de la policía. Pero, una vez más, los planes se tornan al darme cuenta de que no funciona el aparato. Lo tiro al sofá desesperada. Doy vueltas por el salón con las manos en la cabeza. Por más que resoplo no consigo sacarme del cuerpo el miedo que me ha invadido. Salir de ahí cuanto antes e ir a buscar ayuda es una necesidad. Voy a la puerta principal para intentar irme de la casa pero está cerrada. Acabo golpeándola e insultando a nadie en particular por la rabia que me recorre las venas. Apoyo la cabeza en la pared. Creo que no se puede estar más nerviosa, pero rápidamente cambio de opinión. La puerta del garaje que minutos antes cerré dejando dentro al ser misterioso se está abriendo. No lo veo, pero lo oigo. Miro a mi alrededor buscando un lugar en el que poder esconderme. Pego un salto y me meto detrás del sillón, entre el respaldo de éste y la pared. Cierro los ojos con fuerza. Hasta mi simple respiración me parece demasiado fuerte y temo que mi escondite se descubra. Oigo unos pasos que hacen rugir el suelo de madera de mi casa. Cojo el aire por la nariz y lo suelto por la boca muy delicadamente. Los pasos se aproximan. Mi corazón coge un ritmo extremo. Tiemblo. Estoy a punto de echarme a llorar. 

-Sal de tu escondite... No puedes ocultarte para siempre... - Susurra una voz misteriosa extremadamente bajo. Solo tengo ganas de llorar y gritar, pero la mínima esperanza de que no me descubran va por delante. - Podemos pasarlo muy bien tú y yo... - Sus palabras me transmiten de todo menos confianza. Deja de hablar durante un buen rato y los pasos se frenan. Abro los ojos. Me duelen hasta los párpados de tanto apretarlos. 

De pronto, la misma figura que estaba antes en el interior de mi coche, se abalanza sobre mí gritando y con un cuchillo entre las manos. Chillo con fuerzas. No puedo reprimir las lágrimas, que caen solas sin apenas darme cuenta. En un par de segundos se me pasan por la mente un montón de momentos de mi vida y pienso que sería una pena morir ahora. Pataleo y doy puñetazos a quien tengo enfrente atemorizándome. Dice algo, pero estoy tan concentrada en quitármelo de en medio que no logro descifrar sus palabras. 

-Malú, Malú. Para. - Me bloqueo. Conozco esa voz y no puedo seguir golpeando. Me detengo y espero respuestas. Se quita la tela que cubre su cabeza y me quedo a cuadros. Con la boca abierta, literalmente. - Madre mía, como pegas. 

- ¿¡Pero tú eres gilipollas o qué coño te pasa!? - Grito inmersa en un estado de rabia e incredulidad. 

-¡Feliz Halloween, cielo! - Suelta el cuchillo de plástico con el que antes me amenazaba y cubre mi cuerpo con sus brazos. La aparto bruscamente. ¿Halloween? Con todo el ajetreo que he tenido no sé ni qué día es. 

-¡Me podías haber matado! No sabes qué miedo he pasado. - La aparto con un empujón. - ¿Tú te crees que tengo la cabeza en que hoy es Halloween o no sé qué mierdas? 

-Era una broma, tonta. - Me llevo la mano al pecho. Aún tengo el corazón agitado por todo lo sucedido. 

-No sé si eres consciente de lo mal que lo he pasado. - Se ríe como si no le importara y estuviera orgullosa de ello. - Deja de reírte, joder. Te has pasado. Te voy a quitar las llaves de mi casa. 

-No te lo tomes así. ¡Yo te quiero!

-Me quieres ver morir de un infarto, eso seguro. - Afirmo. No doy crédito a lo que ha pasado. Todo el miedo que he sufrido ha sido causado por la chica de mi vida. Necesito ir al jardín para tomar el aire. 
 Abro la puerta con una sensación extraña en mi cuerpo. Noto las manos de Patri rodeando mi cintura y sus labios intentando besar la parte descubierta de mi hombro izquierdo. No puedo evitar sonreír, pero se lo intento ocultar para hacerle saber el mal rato que he pasado gracias a ella. Y es un intento fallido. A pesar de mis ganas de matarla, la excitación se ha apoderado de mi en cuanto me he dado cuenta de que era ella la que ejecutaba esa película de terror. 
- Quítate – digo mientras aparto con brusquedad sus brazos de mi cuerpo – Y no vuelvas a hacerlo.- Sonrío nerviosa. De reojo observo como no aparta su mirada de la parte baja de mi espalda. Ensancho mi sonrisa, triunfal, sabiendo que mi idea de desesperarla está surgiendo efecto. Me quito lentamente la ropa, aún en el jardín, mientras me acerco con lentitud a la piscina. Me paro un segundo en el borde de ésta hasta que siento la respiración de mi chica en mi cuello. Sin tocarme. Y es la excusa perfecta para quitarme lentamente el tanga y lanzarme a la piscina, esperando su próximo movimiento. Salgo a la superficie con un leve movimiento de cabeza, apartándome el pelo que me molesta hacia atrás. Intentando poner toda la sensualidad que puedo en ese momento
- Malú, no me jodas. Deja de intentar provocarme y ven para aquí.
- El agua está perfecta – Le digo sabiendo que miento, que está varios grados por debajo de lo que puede considerarse “perfecto” - Si quieres, ya lo sabes.
La miro durante unos instantes. Se ha quitado los pantalones y se ha sentado en el borde, mojando los dedos de sus pies sin poder ir más allá. Y es que el frío no es algo que le siente del todo bien. Abre la boca y, antes de que emita ningún sonido me sumerjo de nuevo en el agua. Nado hacia ella deseando llegar para comérmela a besos. Consigo coger sus pies e introducir parte de sus piernas en el agua. Y es tal el grito de Patri que lo oigo a pesar de estar dentro del agua.
- No te quejes
Y no lo hace. Creo que el frío se ha evaporado en el mismo momento en que mis manos se han perdido por sus piernas. Por sus muslos. Por su cadera. Y el grito de dolor que ha soltado segundos antes se convierte en un suspiro ahogado cuando nota mis dedos entre su ropa interior. Deslizándola por su cuerpo hasta tirarla en algún sitio indeterminado alejado de nosotras. Un suspiro que incrementa cuando mis labios deciden explorar aquella parte de su piel que me conozco de memoria. Y cada exploración es mejor que la anterior. Me entretengo entre los recovecos de su piel y me instalo justo en el límite de sus piernas. Espero. Me aparto mínimamente. Suspiro a consciencia, sabiendo que mi aliento frío irá a parar al calor de su sexo. Patri se revuelve, intentando pedirme más sin querer llegar a hacerlo. Desvio la mirada al resto de su cuerpo y veo como se quita la camiseta sin pensar y echa su cabeza hacia atrás con los ojos entrecerrados. Y entonces mi mente se da cuenta que echa de menos una de sus mayores drogas. Y es que podría perderme durante horas entre su cuello y todavía me parecerían pocas. 
Salgo lentamente de la piscina, escalando sobre el cuerpo de mi novia. Alza las caderas y puedo notar la humedad de su sexo recorrer mi piel. Porque sé que su intención es esa. Buscar el máximo roce de su clítoris con mi cuerpo. Y sé que ahora mismo ya le da igual la parte con la que acaricia su zona más íntima. Mis manos buscan desesperadamente la parte de sus pechos que el sujetador deja al aire y mi boca ya se han perdido en su cuello. Con dependencia. Y es que esa dependencia sería digna de estudiar científicamente. Pero no encontrarían nada más que el poder irremediable que tiene sobre mis labios. Lo muerdo y oigo un pequeño grito ahogado. Mi lengua lo recorre de abajo a arriba mientras noto como la piel de Patri se excita a la misma velocidad que mi movimiento. Hasta llegar a su mentón, el que no puedo evitar morderlo.



 La miro a los ojos que, al contrario que segundos antes, se encuentran abiertos. Mirándome. Perdiéndose conmigo en nuestro desierto de placer. Y yo me inundo de ese verde que tan necesario es en mi vida. Un verde diferente. Un verde que ni el mejor ilustrador podría definir. Porque tiene ese brillo que solo sabe crear ella. Aprovecha esos segundos para colar una de sus piernas entre las mias y levantarla lo justo para rozar con mi sexo. Y el intento de hacerme la dura se desvanece cuando un gemido sale de mi boca y mi pierna busca con dependencia su sexo. Me pilla desprevenida este cambio de roles y es ella la que marca el ritmo. Rápido. Sin besos ahogados y con la brusquedad necesaria. Estamos al límite del placer máximo y nos lo hacemos saber con la mirada. Es lo único que no se mueve en ese vaivén de gritos, gemidos y suspiros. Un movimiento brusco de su sexo impacta sobre mi rodilla a la vez que el mio hace lo propio con la suya. Y gritamos a la vez. Y reímos a la vez. Porque llegar al orgasmo junto a Patri es una sensación tan grande que los sonidos se nos quedan cortos y no podemos evitar juntarlos con nuestra risa. La risa más placentera que nadie podrá experimentar jamás.
Patri apoya la cabeza en el césped riéndole a las estrellas con sus ojos, con sus labios, con su garganta. Y estoy segura que la oyen a kilómetros de distancia. Y la miro con el orgullo de saber que hasta el más sordo puede, en ese momento, oír aquello que yo puedo sentir dentro de mi mientras me sigue acariciando el cuello con la yema de sus dedos. Me aparto para acariciar su ombligo y el movimiento de su cuerpo se para de golpe para dar paso a otro suspiro. Agarra con firmeza mi cuello y estira hacia arriba intentando apartarme del que sabe que será mi objetivo.
- Cari, no hace falta que...
- Quiero sentirte – Le contesto sin dejarle responder.



Me escurro de su cuerpo y voy directamente a parar al filo de su estómago. Lo beso y me entretengo allí pero sus manos se enredan en mi pelo y empujan mi rostro hasta su sexo. Justo en el sitio que ella quiere y justo en el lugar donde yo pretendo hacerle volar. La humedad sigue patente y su sexo sigue latiendo al ritmo del orgasmo que acabamos de tener. No necesito más para recorrer su sexo con mis labios. Razóndolo. Haciéndola enloquecer. Y haciéndome enloquecer hasta el punto de tener que sumergirme de nuevo a la piscina para calmar mi excitación con el agua. La atraigo hacia mi y ya le da igual mojarse. Ya le da igual estar al aire libre en medio de mi jardín. Sus ojos me miran suplicantes, pidiéndome aquello que deseo darle. Quiero entretenerme con mis labios, porque sé que ese roce puede más que cualquier placer que pueda darle, pero mi lengua cobra vida propia y decide inundarse de ella. De la humedad que rodea su sexo. La introduzco levemente y noto como eso provoca un escalofrío en Patri que traspasa mi piel, mis músculos y mis huesos. Un escalofrío que me seduce y me incita a seguir moviendo mi lengua sin control. Realizo pequeños círculos con ella y cada vez más siento como los músculos de su sexo se humedecen más y las contracciones de éste se incrementan a un ritmo verteginoso. Mis manos me sujetan a duras penas para no hundirme en el agua, así que con la intención de deleitarme también en su clítoris, abro ligeramente los labios y lo rozo. Patri me hace saber que quiere más con un movimiento de cadera. Ansiando el momento cumbre. Lo rodeo con mi labio. Acunándolo . Y mientras mi lengua sigue danzando dentro de ella mis dientes de dirigen a su clítoris. Suavemente. Con la delicadeza necesaria que me permite disfrutar de ella.

Joder, ¿Cómo haces eso? - Salgo de mi rincón favorito en esos momentos con el miedo instalado en mi mirada – Me estás matando... no pares.

Es una orden clara que no puedo ni sé rechazar. No puedo, porque ella hace que la cumpla apretando mi rostro contra ella, y no sé porque mi mente, en estos momentos, solo razona con su sexo entre mi boca. Balancea su cuerpo incrementando así el movimiento de mi lengua. Sé que está a punto de llegar al éxtasis cuando noto como pequeñas embestidas con fuerza se apoderan de sus caderas. Cada vez más lentos. Cada vez con más fuertes. Cada vez con más decisión. Hasta llegar a la embestida final. Esa que hace arquear su espalda a la vez que su garganta emite un grito de dolor. O placer. O ambas cosas. Se queda unos segundos así, con la cadera alzada, los ojos cerrados y la boca abierta, haciéndome desear volver a comérsela. 

La empujo hacia mi y se deja hacer. Su respiración, aún entrecortada, se instala en mi cuello y mis brazos rodean su cintura y recorren su piel sudada. Todavía puedo notar las gotas de sudor, a pesar de estar rodeada de agua. 

- Te quiero demasiado. - Le susurro acariciándole la oreja con mis labios. Y no es una caricia provocativa. Es la caricia que necesito darle a cada momento a la persona que me trae loca.


Una vez más me he rendido ante ella. Al principio me ha hecho pasar una de las peores experiencias de mi vida. Por unos instantes llegué a pensar que esta sería la última noche de mi vida. Pero luego, con su habilidad innata de hacerme sentir especial, me he derretido ante sus formas y he acabado recorriendo su cuerpo al borde de mi piscina. Ella es especial. Puede provocar en mi ganas de matarla y, al rato, estoy dejándome llevar en cada milímetro de su piel. Es así de simple y de complicado. Nadie me hace sentir de tal manera en ninguna situación. Nadie excepto ella. Patri es única para todo, incluso para celebrar Halloween. 

-Cielo, hace un poco de frío... - Murmuro aún entre sus brazos. Es de madrugada y nosotras estamos desnudas, mojadas y en el césped. 

Entiende mi indirecta y se levanta primero. Me envuelve entre sus brazos para quitarme algo de frío y entramos corriendo a casa. Con la calefacción encendida todo se ve diferente. Nos ponemos un pijama de invierno con estampado navideño. Es muy infantil y bastante viejo, pero en su cuerpo todo luce de una manera inigualable. Después vamos directamente a mi cama. Nos tumbados, nos arropamos con el edredón y luego pretendemos transmitirnos el mejor calor que existe: el corporal. Sus piernas se entrelazan con las mías, mis manos cubren su cuerpo y las suyas el mío, mi cabeza se acurruca en  su cuello... Encajamos como un puzzle que nada ni nadie podría romper. Y así nos quedamos durante incontables minutos. No necesito nada más en este momento que el roce de su cuerpo con el mío. Las palabras no encontrarían la forma de expresar lo mucho que me gusta estar así con Patri. 

De pronto, un estruendo. Un sonido que me congela cuando justo estaba a punto de cerrar los ojos y quedarme dormida. Miro a Patri y por su mirada adormilada parece que ha ella le ha pillado en la misma situación. Sea lo que sea procede del salón, pero no le damos más importancia. No es la primera vez que me pasa, teniendo en cuenta que vivo con varios animales muy juguetones. Pero no han sido los animales. El golpe vuelve a producirse. Esta vez más fuerte y más cercano. Me escondo bajo el edredón y Patricia se ríe. Entonces parece que entiendo todo. La broma de mi chica no había acabado ahí. Salgo de mi escondite y sigo intentando dormir como si nada. Y de nuevo el golpe. Esta vez Patri se sobresalta y eso me desconcierta. 


-Cari, dime que esto es la continuación de tu bromita. - Le ruego. Ella se sienta con la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Mira de un lado a otro inquieta. 

 

-No, no. Yo no había preparado nada más. - No sé si es verdad pero al menos parece sincera. Me abraza con fuerza. Se lo agradezco profundamente porque a mi ya no me quedan más fuerzas en el cuerpo como para aguantar otra escena de terror. 


De nuevo el golpe. Ahora mil veces más flojo, pero tengo la certeza de que esta justo al otro lado de la puerta. La oscuridad, el silencio y que sean las cuatro de la mañana empeoran la situación. Busco cobijo bajo las sábanas, abrazando el cuerpo de mi novia mientras ella hace lo mismo con el mío. Oigo que la ventana de la habitación se abre. Más nervios y más miedo. Me limito a temblar. Patri mueve los labios sin emitir ningún sonido para avisarme de que va a destaparse y ver qué hay. Me niego rotundamente negando con la cabeza. Prefiero quedarme ahí, bajo el edredón, pensando que es una coraza que puede salvar de cualquier cosa. Pero a Patri no hay quien la retenga. Se destapa y asoma la cabeza. No sé lo que pasa porque el silencio invade la habitación. Salgo de mi escondite para descubrir con mis propios ojos lo que tanto miedo nos ha provocado. Pero no hay nada. La ventana misteriosamente abierta pero no hay nadie. 


-Esto es muy raro... - Comento mirando a todos lados. 


-Tiene que tener alguna explicación, no te preocupes. - Me besa en la frente y vuelve a acomodarse con la intención de coger, por fin, el sueño. 


-¿Vas a dormir?


-Pretendo intentarlo. ¿Por?


-¿¡Cómo puedes coger el sueño cuando hay un espíritu rondando por la casa!? 


-No hay nada rondando por la casa. Como mucho tu zoo. - El timbre de casa interrumpe la conversación. Pego un pequeño saltito del susto y a ella parece hacerle gracia. - Relájate, será algún vecino. 


-¿A estas horas? 


-Le habrá pasado algo... Yo abro, tranquila. 


-¿¡Piensas ir a abrir!? - Pregunto incrédula. No alcanzo a entender cómo puede no tener miedo. Asiente y sale de la cama. - Te acompaño. - Odio decir estas últimas dos palabras, pero odiaría más que necesitara mi ayuda y yo no estuviera allí para dársela. 


Agarro su mano y salimos de la habitación mientras mi chica me va atribuyendo todo tipo de adjetivos similares a "miedica". No puedo negárselo. El miedo danza por mi cuerpo sin mi permiso. Anda rápido y yo sigo sus pasos intentando no pensar en lo que pueda esconderse tras cada esquina. Al llegar abre la rápidamente. Sin preguntar o observar por la mirilla. Y paga las consecuencias inmediatamente cuando vemos un cuerpo de una persona colgando del marco de la puerta. Soy yo la que cierra de golpe. Ambas gritamos y salimos corriendo en dirección contraria. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando, al girarme, descubro la figura de un niño con la cara tapada y el cuerpo ensangrentado corriendo hacia nosotras. Ahora es Patri la que grita con más intensidad. Yo me he quedado bloqueada. Las situaciones del día me están superando. Cuando me quiero dar cuenta mi chica está tirando de mí para ir corriendo hacia la cocina. Y al llegar allí todo está empapado de sangre y trozos de carne tirados por el suelo. Grita. Grito. Estoy a punto de explotar. Me desplomo en el suelo cansada ya de luchar contra algo que me está superando. Y entre tanto chillido de pánico escucho algo que me llama la atención. Voces y risas. Levanto la cabeza y veo a Patri con la misma cara de extrañada que yo. Seguimos juntas el sonido de las carcajadas hasta llegar al salón, donde encontramos las respuestas a todos los interrogantes. 


-¡Tú eres imbécil! - Exclamo a la vez que descargo mi ira en el brazo de mi hermano mayor. - ¿Cómo se te ocurre venir a mi casa a las cuatro de la mañana para liármela así?


-Para, para, para. - Ruega apartándome con manotazos. - ¡Era una broma!


-¿Una broma? 


-Te has pasado tres pueblos, hasta yo pienso eso. - Interviene Patri. - Pero joder, ¡ha sido buenísimo! ¿Cómo has abierto la ventana de la habitación! - Abro los ojos alucinada cuando me doy cuenta de lo rápido que se le ha pasado a mi chica el miedo que hace nada expresaban sus gritos. - Y encima te traes a Josete. - Coge al niño en brazos y empieza a reírse como loca. - ¡Enano, ese disfraz te queda genial! 


- Sé que tienes ganas de matarme, hermanita. - Comenta mi hermano agarrándome de los hombros. - Pero tenía que hacerlo, aunque solo fuera por ver tu cara. 


Y tiene razón. Tengo ganas de tirarle de los pelos y arrastrarle por toda la casa. Pero no ganaría nada con eso. Al revés, perdería a mi hermano. Y, aunque hace dos minutos me estuviera haciendo pasar uno de los peores momentos de mi vida, sé que en un momento volverá a hacerme reír y demostrarme que es el hermano mayor que cualquier persona podría tener. Por tanto, me río. Me río nerviosa y destensándome. Miro a mi alrededor. Mis hermanos y mi chica ríen. Sé que estoy rodeada de los mejores. 



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¡Hola, hola! 


Lo primero... Toda la increíble escena subida de tono es de Flashgirl. Desde: "abro la puerta con una sensación extraña en mi cuerpo. " hasta "a cada momento a la persona que me trae loca." Aplauso para ella porque se ha lucido. 


Y, además, quiero dar las gracias a todos los que me leéis y aguantáis días y días sin que suba nada. Sé que subo menos, pero lo siento. No puedo hacer nada. A los que llegaron antes, a los que se incorporaron después. A TODOS. Mil gracias. Espero que la siga gustando la historia :)


@NovelaconMalu