domingo, 5 de febrero de 2017

NO HACEN FALTA RECUERDOS (2x49)

Me rompe ver cómo mi chica acaba de comunicarle a su familia que está embarazada y, lugar de crearse un clima de celebración, todo se vuelve más tenso que nunca. Es algo que ambas podíamos esperar, pero en mi cabeza se mantenía la esperanza de que surgiera esa excepción que tanta falta hace. En cambio, el silencio se dilata en el tiempo durante segundos que se convierten en eternidades. Nadie habla. Nadie se mueve. Incluso diría que nadie respira porque escucho mejor los latidos de mi corazón que cualquier pequeño soplo de aire. Mi cabeza rebosa de reproches y de palabras subidas de tono, lo que se refleja en una fuerza brutal en mi mandíbula. ¿Tan difícil es tragarse unos minutos el orgullo y ser feliz porque tu hija lo es? Pero mi enfado aumenta cuando veo cómo en el pantalón de Patricia cae una diminuta lágrima y ella de inmediato se levanta para encerrarse corriendo en el baño. Quiero salir rápidamente tras mi pareja, pero sé que necesita unos minutos a solas para recomponerse. Aún así, me levanto porque no puedo soportar la incomodidad del momento y empiezo a caminar por el pasillo de un lado a otro sin ningún fin. Un minuto después Carolina da un golpe en la mesa y se levanta. 

-¿Es que no pensáis decir nada? - Grita. Su mirada alterna entre su padre y su madre. - Mamá, es tu hija y te acaba de decir que está embaraza. ¿No te puedes alegrar y olvidar lo demás? Sabes que,por muchos problemas que haya pasado con Malú, es con ella con quien es feliz. Eso es lo único que debería importar. ¡Sabes perfectamente que nunca la has visto sonreír de la misma manera en que lo hace con ella! - Me alegro al ver que por fin Carolina dice lo que piensa y llena de verdades las cuatro paredes que nos rodean. Su madre se mantiene cabizbaja. - Y tú, papá, eres un cobarde. Estás deseando abrazar a tu hija y darle la enhorabuena pero no lo haces por mamá. No vaya a ser que se enfade contigo. Sigues cerrando la boca y bajando la cabeza como lo has hecho siempre. - Coge aire e intenta relajarse. - Luego os quejáis de que siempre sois los últimos en enteraros de todo, pero qué queréis si no dais la confianza para que eso cambie...

En ese momento, la puerta del baño de abre y sale mi novia. Lo primero que hace es cogerme la mano y después tira de mi hacia el salón.

-Carolina tiene razón. - Pronuncio. - He intentado por activa y por pasiva arreglarlo, pero no lo entiendo. Sobre todo a ti, mamá, no te entiendo. Y no quiero tirarme así toda la vida. - Se acerca a su hermana y le da un abrazo fuerte. Acto seguido coge su chaqueta y me da a mi la mía. - No voy a volver a probar suerte. - A mi me encantaría decir mil cosas pero siento que no es el momento. Así que simplemente sigo sus pasos hacia la puerta de salida. 

-Espera, hija. - La voz de su madre se alza levemente por primera vez después de mucho tiempo. Se levanta y se sitúa frente a Patricia. Yo pretendo apartarme, pero mi suegra me retiene y me pide que permanezca quita. - Lo siento. Lo siento muchísimo. - Nos mira a ambas. - Me he comportado como una idiota. Ni siquiera me he reconocido como madre. Malú, perdóname. Estaba empeñada en algo que ya pasó hace mucho tiempo. Carolina tiene razón al decir que mi hija es más feliz teniéndote cerca. 

-Por mi parte está todo bien. - Asiento y esta vez sí que me aparto dejándolas un poco de espacio. 

- Patricia... - Sigue hablando la mujer. - Claro que me alegro de que vayas a ser madre. Y justo eso me ha hecho darme cuenta de que llevo tiempo mucho sin comportarme como tal. Solo quiero que seas feliz, eso es lo que vas a querer tú de tu hijo. Cuando Malú te dejó te vi tan hundida que me juré a mi misma que nunca te dejaría acercarte a ella para que no volvieras a pasar ese dolor. Pero nunca he estado más equivocada. Hay sentimientos inevitables y yo no soy nadie para decidir por los demás. - Le coge las manos a Patricia y se miran directamente a los ojos. - Te prometo que no voy a comportarme así nunca más. No quiero perderte, hija.

Entonces, Patricia se lanza a los brazos de su madre y llora como un bebé que se acaba de caer al suelo al intentar dar sus primeros pasos. Y a mi por fin se me relajan todos los músculos del cuerpo. La tensión desaparece y, por primera vez en esa casa, siento que todo fluye con normalidad.



-Estoy tan feliz, Malú. - Confiesa un rato después tumbada a mi lado sobre la cama de nuestra nueva casa. La sonrisa parece tan intensa que en cualquier momento puede quebrarle las mejillas. Está preciosa y le brillan los ojos como si acabara de llorar, pero el motivo es muy distinto.

-¿Y eso por qué? - Pregunto, a pesar de que sus motivos son los mismos que los míos y me los conozco detalladamente. Ella de un rápido movimiento se sienta sobre mis caderas y acerca mucho su rostro al mío, quedando así algunos mechones de su pelo deslizándose por mi cara. Pero un segundo después es ella misma la que lo aparta y aprovecha para besarme brevemente los labios.

-Estoy feliz porque mi madre se ha disculpado con las dos. - Me besa fugazmente. - Vamos a tener un hijo. - Vuelve a besarme de la misma forma. - Vivimos en una preciosa casa nueva. - Otra vez. - Te tengo debajo loquita por mis huesos. - Intenta besarme otra vez pero me aparto y con un ágil movimiento giro nuestros cuerpos para intercambiando posturas.

-¿Ahora quién está debajo y loquita por mis huesos? - Pregunto rozando su cuello con mis labios despacio.

-Que tú estés encima no quiere decir que dejes de estar locamente enamorada de mi. Ni siquiera en un pueblo lleno de ancianos conseguiste olvidarme. - Se me escapa la risa aunque había intentado mantener la seriedad. - ¡Es verdad! A no ser que... ¿Tú no te echarías un ligue por allí?

-Sí, amor. No me atrevía a decírtelo, pero me lanzaba miraditas con Rodolfo.

-¿Quién es Rodolfo?

-El apuesto joven de unos ochenta años que me vendía tabaco en el estanco. - Una carcajada sale desde su boca y rebota con las paredes del cuarto. - No te rías, me piropeaba siempre que me veía.

-Eso lo entiendo... Yo también lo haría. Además, no estará acostumbrado a ver a chicas jóvenes por allí. - Me bajo de su cuerpo y me tumbo a su lado. - Por cierto, Malú. Me has recordado algo en lo que llevo días pensando.

-Sorpréndeme.

- ¿No crees que es un buen momento para dejar de fumar?

-No me sorprendas tanto. - Rápidamente me giro quedando de espaldas a ella. Pero no se rinde y se pega a mi cuerpo por la espalda.

-En serio, cariño. Tú misma reconociste que en algún momento tendrías que hacerlo, ¿y cuándo mejor que ahora que vamos a tener un bebé cerca?

-Lo intenté y lo sabes. Desde que te conozco lo hago mucho menos... Pero dejarlo es difícil...

- Solo piénsalo, por favor.

-No sé si tendré tiempo para pensarlo...

-¿Por? - Me vuelvo a dar la vuelta y agarro su cintura para pegarla a la mía.

-Porque por tu culpa solo puedo pensar en ti.

Entonces se pone roja y baja la mirada. A veces aún puedo ver en ella los gestos de nuestros inicios. Me transportan hacia años atrás, a la primera vez, al primer beso, a esos bailes que terminan en la cama o a esas canciones que cantaba pensando solo para ella. Pero lo que más disfruto, lo que más me pone los pelos de punta, es que seguimos haciendo eso, sintiéndolo. No tengo que remontarme a recuerdos muy lejanos para verla bailando frente a mi, despacio, transportándome a otro espacio. Siempre tira de mis manos para levantarme y sujeta firmemente mis caderas, las empuja para empezar a moverlas a su compás. De alguna forma o de otra sus labios acaban susurrándome en el oído que le siga el juego, que la bese o que nunca la deje. Y, también siempre, aparece esa sensación de falta de gravedad en las plantas de mis pies.

Cuando me despierto, no sé cuánto tiempo después de los besos y el fuego, la habitación está sumida en la penumbra. Me encuentro tumbada boca abajo en la cama con el cuerpo cubierto simplemente por las sábanas. Aún sin abrir los ojos, la busco con la mano por el lado izquierdo y después repito el mismo procedimiento por el derecho. No está. Sin cambiar de postura, entreabro los ojos para descubrir dónde se ha metido. La encuentro en una esquina de la habitación, sentada en la silla con las piernas recogidas, tomando notas en una pequeña libreta. Tan solo viste una camiseta amplia y la ropa interior, lo que deja al descubierto sus largas piernas. En uno de sus muslos está el tatuaje de la cámara de fotos que se hizo aquel día... Recuerdo como si fuera ayer cuando descubrí la sangre en su pantalón estando en el restaurante de siempre. Le hice quitarse los pantalones allí mismo.

-¿Por qué sonríes?  - Me pregunta sin levantar la vista del cuaderno. ¿Cómo lo hace para saber todo lo que siento?

- Nada... Solo me estaba acordando de una cosa. - Cambio a otra postura para observarla mejor. - ¿Qué haces?

- Nada... Solo escribir unas cosas... - Responde imitando mi respuesta. Por fin, me dirige la mirada y, con ella, lanza un guiño helador.

-¿Me lo enseñas?

- No, no me convence. - Se levanta, deja la libreta en la silla en la que estaba sentada y se acerca para darme un pequeño beso en la frente. - Voy a la ducha.

-¿Qué hora es? - Se mete en el baño y tres segundos después suena el agua brotando de la ducha.

-Las nueve y media. - Responde.

Lentamente, me levanto de la cama y voy a por mi teléfono. Está en el bolsillo del pantalón que, no sé cómo, acabó tirado en el suelo en la otra esquina de la habitación. Dos llamadas perdidas de Rosa y 48 mensajes de 4 conversaciones. No abro nada y tiro el móvil sobre la cama. Sé que lo que quiere mi mánager es recordarme cuándo vuelvo a los escenarios, cuándo son las pruebas de sonido, cómo voy a ir vestida... Y ahora no quiero. Vuelvo a los escenarios, sí, pero con calma. Actuaciones pequeñas, especiales y en acústico. Además, me he negado a ir a cientos de programas a patrocinarla. No van a ser más de quince conciertos.

Camino hacia la silla y cojo la libreta de Patricia. Sé que no le importa que lea lo que escribe porque me sé esas páginas y todas las que guarda por la casa de memoria, así que voy directa a la que estaba escribiendo hoy:

Aunque sea en el último segundo,
en la prórroga, 
cuando todo acabe, 
al fundirse las luces y bajarse el telón,
al desgastarse las costuras,
al caer la gota que el vaso desborde.
Vuelve. 

Escribe para mi, casi siempre lo hace. Y no sé si es porque escribe bien o porque los sentimientos me hacen pensar eso, pero siempre me emociona. Aunque esta vez todos mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido de su móvil.

-¡Cógelo! - Grita desde el baño. Me acerco corriendo y observo la pantalla. Es un número largo que no tiene guardado, pero obedezco y me lo pongo en la oreja.

-¿Sí? - Pregunto mientras camino hacia el baño. Obtengo respuesta pero en otro idioma, así que se queda muy lejos de dejarme satisfecha. - No te entiendo. - Al otro lado del teléfono alguien se ríe. - Creo que me están vacilando. - Patri asoma la cabeza por la cortina y me arrebata el teléfono.

-¡Si es una bromita te puede salir muy cara! - Segundos después, la cara le cambia por completo. Incluso queda boquiabierta antes de alumbrar el baño entero con una sonrisa de lado a lado. Acto seguido empieza a hablar en inglés. Me pierdo. Pero en cuanto cuelga se disipan todas las dudas. - ¡Es Nath!

-¿Quién? - Pregunto un poco desconcertada.

- Nathan Evanson. El actor, modelo... ¡Mi amigo!

-¡Ah! ¡Ese amigo con el que te liaste en Nueva York!

-¡Malú! ¡Sabes que no fue nada! - Quiero creerla, pero a veces me cuesta. Es solo imaginarme que se besa con otro y se me cambia la cara. - Te va a caer genial.

-¿Cómo?

-¡Está en Madrid!

- No voy a ir a verle.

- No hace falta. En una hora estará aquí.