viernes, 20 de marzo de 2015

GRACIAS A ELLA (2x22)

No sé si mi hermano va a llegar pronto o no. No tengo ni la más remota idea pero, para ser sincera, tampoco me preocupa. Tengo a Patricia sobre mí cuerpo y eso me nubla las idea y me parece mucho más importante. Porque, si alguna vez alguien os roza las mejillas con sus labios y os hace tocar el cielo como ella lo hace conmigo, entenderéis que no se puede pensar en otra cosa. Que el resto del mundo se convierte en irrelevante y lo único transcendental es descubrir la forma más salvaje de fundir dos cuerpos ardientes. Ya no sé de qué color son mis ojos, dónde tengo las manos ni cómo hacer que mis cinco sentidos vuelvan a responder a las órdenes de mi cerebro. Pero lo que sí sé es que sus ojos verdes están justo encima de mí, y soy capaz de distinguirlos a pesar de la penumbra que hay en la habitación. Sé que sus manos rodean mi cuello. Bajan y suben. Y, por último, sé que mis cinco sentidos están dedicados a ella. Y si existiera un sexto se encontraría en esa zona de mi cuerpo que solo ella sabe encender.

Con sus piernas a mis lados, mueve las caderas contorneándose sobre mi cuerpo. Yo permanezco sentada y con las manos esposadas a la lámpara que hay justo sobre mi cabeza, hecho que limita enormemente mis movimientos. Me besa por todas partes y, cada vez que lo hace, florece en mi cuerpo como si trajera la primavera. Al cabo de unos minutos soy toda rosas rojas y gardenias. Su boca cada vez es más traviesa. Se arrodilla en el suelo, entre mis piernas, y me besa el vientre mientras me sube la camiseta. No se puede desprender de ella por culpa de las esposas, pero eso no le impide introducirse en mis zonas prohibidas. Su lengua arde, y con cada roce sobre mi cuerpo siento que vamos a prender juntas en llamas la sala. Se desliza hacía mi cuello, dejando un camino de fuego, y con la manos desabrocha mi pantalón. Lo hace despacio, como intentando disimular  que en unos momentos estará siendo la causante de mis aullidos. También baja despacio la cremallera y, mucho más despacio, desliza la prenda por mis piernas hasta que me la quita al completo. Como para que me vuelva loca de pasión y ganas de desenfrenarme con ella, se sienta en mis piernas, con nuestros cuerpos muy pegados y acercando nuestros rostros acompasamos latidos. Baila sobre mi lo que a mi me parece una danza maquiavélica con destino a su infierno. O su cielo, según cómo lo mire. Su siguiente paso es mirarme a los ojos tras juntar su frente con la mía. Sonríe con la mirada. Me desabrocha el sujetador y sumerge una de sus manos en mis pechos. La otra, mucho más arriesgada y juguetona, se posa en esa zona sensible que todas tenemos bajo el ombligo. Aún me sorprende lo bien que me conoce. Más allá de besos, miradas o palabras que ella sabe ejecutar de manera que a mi me vuelven loca, existen otras cosas. Últimamente existe algo diferente que me retumba en el pecho cuando las cosas tienen que ver con ella. Es como una unión invisible. Como unos hilos inquebrantables que unen su cuerpo, sus ideas, sus movimiento y todo lo que se me ocurra, a los míos. Hoy, como otros días, estoy levitando con ella. Me besa con frenesí mientras se funde conmigo y a mi, con las manos atadas sobre la cabeza, me encantaría poder acariciar los rincones de su cuerpo. Pero es una vaga lucha entre querer y no querer, porque admito que también me enciende increíblemente el hecho de pensar que estoy cien por cien en sus manos. Que puede hacer lo que quiera conmigo y nada será malo. Mi voz retumba por toda la habitación, cada segundo de manera más vivaz. Cuando llego al clímax, tras dejarme la garganta y mis uñas en su espalda, me da por ponerme a reír. Alza la cabeza instantáneamente para comprobar que no es llanto lo que emito, sino carcajadas y más carcajadas. Estoy segura de que no sabe por qué me he puesto así, tan segura como de que yo tampoco lo sé, pero imita mi estado. Se ríe conmigo mirándome a los ojos, tan brillantes y alegres como he dicho millones de veces y jamás me cansaré de decir. Abraza mi cuerpo desnudo. Todavía le retumba la felicidad en el pecho. Llega un momento en el que necesito abrazarla, necesito envolverla entre mis brazos. Se lo pido en un susurro al oído y así cumple mi deseo. Con una pequeña llave que guardaba había pisado en la mesa antes de encender la luz me deshace de las esposas. Al fin puedo acariciar su cuerpo semi desnudo, solo cubierto por la ropa interior. Primero la abrazo durante mucho tiempo y, después, empiezo a devolverle todo lo que ella me ha regalado. Empiezo tumbándola poco a poco para que su espalda repose sobre el sofá mientras yo beso los vértices de su cuerpo. Las puntas de mis dedos viajan de sus costillas a su cintura, y viceversa.  A la vez, mi lengua se convierte en habitante de su boca. 

-¡Chicas! Ya estoy aquí. - La voz de mi hermano desde la entrada nos hace levantarnos sobresaltadas. Patri empieza a vestirse y yo corro hacia la puerta que da al salón antes de que él pueda entrar. Llego justo a tiempo, cuando está a punto de tocar el pomo. - ¡Eh! ¿Qué pasa? ¡No me cerréis! 

-Tu hermano es idiota, de verdad... - Murmura mi novia mientras se termina de vestir. Yo aún siento el corazón desenfrenado por el susto. Cuando acaba, me dice que me vista mientras ella sale a hablar con mi hermano. - José, ¿no te había dicho que no vinieras?

-¿Por qué? Yo no me acuerdo de... - De pronto se calla y parece caer en la cuenta de algo. - ¡Joder! ¡Mierda! Se me olvidó que querías estar con ella a solas. 

-Te lo dije ayer mismo. ¿Dónde tienes la cabeza? - Escucho atentamente, ya vestida, desde el otro lado de la puerta. Se callan unos segundos, y cuando vuelvo a escucharles es por sus risas. Me atrevo a salir y les encuentro abrazados, muertos de la risa. 

-¿Alguien me puede explicar qué está pasando? - Me miran los dos a la vez y aumentan las carcajadas, casi hasta las lágrimas. - ¿Sois tontos o qué?

-A ver... - Patri intenta tranquilizarse para empezar a hablar. - Entre una cosas y otras, hacía tiempo que tú y yo no teníamos un rato para nosotras. Entonces le pedí anoche a José que no viniera para estar solas, pero tienes un hermano idiota y se le olvidó. - Le golpea con el puño en el hombro. 

-Me lo dijiste en un mensaje a las tantas de la madrugada. Lo leí y contesté medio dormido...

Le pregunto a Patricia que por qué no me pidió directamente que nos quedásemos en casa en lugar de ir al estudio. Su respuesta es que sabía que diría que no. Y es muy probable que tenga razón. Me conoce más de lo que me conozco a mí misma. Al final se cumple el plan que hicimos en un principio. Saco las letras de mis nuevas canciones y, con la ayuda de mi hermano, intentamos ponerles ritmo. Con música, siendo más que palabras escritas en un papel, mejoran. Personalmente me parece mágico ese proceso de creación de canciones. Plasmar sentimientos en un papel, solo con tinta, y con una simple guitarra y una voz hacerlos mucho más grandes. Exponerlos así mucha más gente. Compartir música, que es compartir sentimientos, dolores y sonrisas. 

-¿Qué es esto? - José saca de uno de los recovecos del sofá las esposas de terciopelo. Se las arrebato rápidamente con las mejillas a punto de explotar. - Chicas, no sabía que os iba ese rollito...

-Qué más te dará los que hagamos, pesado. 

-Tranquila, hermanita, no te pongas nerviosa. Que no me meto en eso. Ya sé que se ha puesto de moda eso del sado... - Le tiro un cojín que impacta directamente en su cara. - ¡Violenta!

Entre unas cosas y otras, cuando abandonamos el estudio es noche cerrada. José nos propone ir a cenar a algún restaurante cercano, pero lo rechazamos a pesar de su insistencia. Al día siguiente Patri tiene que madrugar porque su hermana se muda. Sí. Se va a vivir a casa de Óscar. Cuando la joven comunicó su decisión hace unos días todo el mundo se puso en su contra, excepto su hermana y yo. Sus padres ni siquiera sabían que la pequeña de sus hijas tenía pareja, y menos que era mayor que ella, divorciado y con un hijo. Además, desde que mi novia y mi suegra discutieron las cosas están muy mal, y la noticia de la mudanza sentó peor. Esa fue una de las razones por las que Carolina quería irse de casa. Dice que su madre estaba insoportable. Que todo le sentaba mal, que no se podía hacer nada, que vivir allí era un infierno. En cuanto Óscar le propuso vivir con ella, la joven aceptó. Como a quien le entregan las llaves de su celda. Por eso Patricia apoyó su decisión de irse de allí. Incluso la acompañó a decírselo a sus padres. Me contó que fue muy difícil volver a ver a su madre después de todo, y mucho más cuando iba para darle una mala noticia. Pero, cogiendo esas fuerzas que ella saca de donde no hay, ayudó a su hermana. Probablemente la mudanza fuese una decisión precipitada, probablemente las cosas no sean tan fáciles como creen, y probablemente la convivencia se les eche en contra pero, ¿quién no se ha arriesgado por amor? Todos sabemos lo que es estar tan enamorado de una persona que no ves las partes malas de las cosas. No somos capaces de darnos cuenta de muchas circunstancias cuando el amor acecha y nos tapa los ojos, pero la venda es preciosa con la que lo hace es preciosa, y deseamos no deshacernos de ella.

A la mañana siguiente, mientras mi chica ayuda a su hermana, yo aprovecho para quedar con Vero. Últimamente cada vez que salgo de casa era por reuniones o para trabajar en el nuevo disco. Tengo que despejarme y dejar de pensar en mi profesión aunque sea por un día, por muy complicado que me parezca. Fue mi madre la que me dio la idea de que llamase a mi amiga para quedar. Aunque hablo con ella casi a diario, no suelo tener tiempo de verla. En cuanto la telefoneé se mostró encantada y feliz de poder verme.

Llamo a la puerta de su casa y me abre en menos de diez segundos. Con su habitual sonrisa y alegría abre los brazos y nos fundimos en un fuerte abrazo. Aprieta tanto que parece que intenta hacerme explotar. Después besos y más besos hasta que se cansa.

-¡Me vas a desgastar las mejillas de tantos besos!

-Calla y no seas tan rancia. - Me reprocha bromeando. - Para un día que te dejas ver por aquí, tendré que aprovechar.

-Vale, tienes razón. Pero si fuera por mi pasaría contigo mucho más tiempo...

-Es broma, Malú. Ya sé lo ocupada que estás... y enamorada. - La miro con los ojos abiertos de par en par porque me sorprende su última palabra. - No me mires así. Que estás enamoradita perdida... - Se me escapa la risa tonta. No puedo evitarlo. Tiene tanta razón... Con Patricia siempre ha sido especial, jamás podría desengancharme de ella y desde el principio nuestra relación fue muy intensa. Pero es verdad que desde que volvió y recomenzamos, las cosas están mucho mejor. Hay problemas y obstáculos, pero superarlos es más fácil, seguramente porque ambas sabemos ya lo que es perdernos. - Que por cierto, ¿dónde te has dejado a la fotógrafa? Creía que iba a venir.

-Qué va. Tiene que ayudar a su hermana a hacer unas cosas.

-Tú chica me tiene tan abandonada como tú o más, ya hablaré con ella seriamente.

Se ríe y entramos a su salón, en el que pasamos el resto de la tarde. Su forma de ser, tan dicharachera y vivaz, hace que no me deje de reír en ningún momento. Ya necesitaba verla y hablar con ella, tener una de esas tardes de amigas que tanto hacen falta. Comentamos su vida, la mía y la de cualquier persona que se nos ocurra. Parecemos incluso, en ocasiones, dos marujas que se encuentran en la calle y despellejan al primero que se les pase por la mente. En ese ambiente tan cercano puedo sentirme libre de decir lo que sea, porque sé que puedo confiar en ella. Y sé que ella también confía en mi porque me cuenta sus problemas y aún busca consejo en mis palabras.

A eso de la una le digo que me tengo que ir porque he quedado a comer con mi novia. Me hace prometer en varias ocasiones que volveré pronto. Además, tengo que cumplirlo porque su hija también tiene ganas de verme. Cuando estoy a punto de salir por la puerta, de nuevo hay festival de besos y abrazos como cuando entré, pero esta vez por mi parte, y es ella esta vez la que me dice que pare, porque en poco tiempo nos volveremos a ver.

Cojo el coche y me dirijo al sitio donde he quedado en recoger a Patricia. Desde allí iremos juntas a comer donde sea. No tardo ni media hora en llegar. Me está esperando en el portal. Le digo que voy a aparcar para subir a ver a su hermana, y de paso conocer la casa del chico con el que ha ido a vivir, pero me dice que no. Al parecer él no está y Carolina se acaba de ir para comer con unas amigas. Se sube a mi coche y me besa la mejilla. Lleva puesto un vaquero ajustado roto, una camisa de cuadros antigua que le queda muy grande y unas Vans desgastadas que llevaba años sin ponerse. Apenas llevaba maquillaje y el pelo lo estaba recogido por una larga coleta.



-Cariño, ¿ya no vas a disimular tu bollerismo? Que vale que haya salido del armario pero... - Bromeo.

-¡Imbécil! ¿Cómo quieres que vaya para hacer una mudanza? ¿En tacones y vestido?

-Vale, vale... Si yo te quiero igual. Pero te advierto de que me gustan femeninas. - Resopla y me da una palmada en el muslo.

-Pesada. Yo a ti no te digo nada cuando sacas al perro con esos pantalones de chándal anchos con la sudadera roja. Que encima te pones la gorra y pareces un tío.

-Es para que no me reconozcan, cari.

-¡Sí, claro! Ni cari ni nada. Llévame a comer que estoy hambrienta. - Nos empezamos a reír juntas por el punto hasta el que hemos llevado la conversación. Yo sé que lleve lo que lleve está preciosa, y ella sabe que todas las bromas que le gasto no hacen que la quiera menos.

-Pues pensaba llevarte a un restaurante bueno, pero con esas pintas... como mucho te llevo al burguer. - Me río sola esta vez, mientras ella se muestra indignada, pero pronto se une a mi. - Es broma, ¿dónde vamos, cielo?

-Podemos ir al bar de tapas ese de tu amigo, que es un sitio discreto. - Pienso en su propuesta. Es un sitio genial, pero me apetece otra cosa.

- No. Vamos a ir a comer al Ginos del centro. - Afirma rotundamente.

-Amor, ¿tienes fiebre? - Me pregunta extrañada. - Hoy va a estar super lleno y será imposible que no nos pillen.

-Tengo ganas de ir, y ya te dije que se acabó lo de reprimirme por el qué dirán. Así que, ¿qué te parece el Ginos para comer? - Sonrío mirándola de soslayo. Mis palabras, tan valientes en comparación a lo que suelo ser, la han dejado anonadada.

- Me parece genial.

Sinceramente, me vibra el cuerpo por los nervios. Si no me equivoco, llevo sin ir a comer a un sitio así, y más con una pareja, desde hace muchísimos años. Ni siquiera sé si alguna vez he llegado a hacerlo. Es lo malo de ser famosa desde que eres una niña. Dejamos el coche en un parking cercano a la Gran Vía, a unos diez minutos a pie. En cuanto salimos de allí confirmamos nuestro pensamiento: está a rebosar de gente. Por un momento freno y trago saliva, aún en la puerta que da a la calle. Patricia se acerca a mi oído y me susurra que todavía estamos a tiempo de volver a casa y pedir algo de comida, pero mi respuesta es tomar su mano y empezar a andar. Con el pie derecho y de manera firme. Sonríe y me aferra fuerte. La gente anda a nuestro alrededor, por todas partes, pero cada uno tiene sus preocupaciones. Son pocos los que se fijan en quién soy y, cuando lo hacen, simplemente cuchichean entre ellos, cosa a la que estoy acostumbrada. Hay dos o tres minutos en los que no hablamos, pero rápidamente mi chica rompe el silencio para hacer más normales las circunstancias. Me habla de su mañana con Carolina, al igual que lo haría si estuviéramos en el salón de mi casa. Y como con ella da igual el lugar o las condiciones para sonreír, consigue que me sienta segura. De su mano, andando por plena Gran Vía y sin temer a los fotógrafos. ¿Quién me lo iba a decir hace unas semanas? ¿Quién me iba a decir que se podía ser tan feliz?



Entramos en el famoso restaurante y, como era de esperar, las miradas y la gente hablándose al oído son mucho mayores que en la calle. El chico encargado de dirigir a los comensales a la mesa correspondiente se queda paralizado al vernos entrar.

-Vosotras... Sois... - Tartamudea y no puede ni acabar la frase. Nos reímos y asentimos. Rápidamente se pasa la mano por la cara para despejarse y se pone serio. - Perdonad... es que no todos los días viene a comer al restaurante gente como vosotras.

-¿Como nosotras? - Pregunta Patricia sonriendo.

- Sí, claro. Malú y...

-Ya, ya. - Le interrumpe. - Obviamente sabes quién es Malú, pero yo...

-¡Patricia! - Exclama. - Eres la fotógrafa de moda. Todos los jueves me compro la revista con la que colaboras. Me flipan tus fotos.

Mi chica se vuelve loca de emoción y su sonrisa ilumina toda la sala. Y yo me muero de felicidad al verla así. El joven nos lleva a una mesa apartada junto a una gran ventana a través de la cual se ve Madrid, con gente de tipo, cada uno con su tema, cada uno tan dispar y especial. Nos deja la carta y se despide con una gran sonrisa.



-¿Te has dado cuenta? - Me pregunta con baja voz y mirando a ambos lados.

- ¿Tú también lo has notado? El chico tiene una pluma...

- ¿Tú eres tonta? Imbécil, no digo eso. ¡Qué me ha reconocido! ¡Y no por ser la novia de una famosa!

-Amor, siempre te he dicho que eres importante en tu trabajo. Nunca me crees...

- Es que esto nunca me había pasado...

-Ya es hora de que se te reconozcan los méritos.

Agarro su mano y me inclino hacia su rostro. Me olvido de las decenas de personas que nos rodean y rozo sus labios, esos que tan enganchada me tienen y por los que hace mucho tiempo me volví loca. Aún a unos milímetros de ellos, murmuro que la quiero. Entonces, sonríe con más intensidad si cabe y me besa en la mejilla. Y me da las gracias. Es irónico que sea ella la que me de las gracias, cuando tendría que ser yo la que se las de a ella. Y así se lo hago saber. Le digo que es por ella por quien soy feliz. Que si no fuera por ella, esta valentía que vengo demostrando desde hace poco, ni siquiera existiría. Que si no fuera por ella, probablemente sería una famosa encerrada en su cuerpo, convertida en fría porque nadie hubiera sido capaz de hacerme sentir especial. Hacerme sentir que hay alguien, en mi caso ella, que me hace saltar mis propios obstáculos.