jueves, 26 de junio de 2014

Capítulo 34.

Solo se escuchaba el cantar de los pájaros cuando me desperté en su cama por la mañana. Giré sobre mí misma y me encontré su rostro aún durmiente.  Tenía la boca ligeramente abierta. Se me pasó por la cabeza la imagen de un niño pequeño, estaba monísimo. Me iba a levantar cuidadosamente para preparar el desayuno, pero mi instinto malvado se activó y decidí despertarle. Cogí un pequeño papel que había en la mesilla y empecé a pasarlo delicadamente por su rostro. Rodeé sus ojos, lo deslicé por su nariz, garabateé en sus mejillas, recorrí la comisura de sus labios… Hasta que el chico frunció el ceño y cerró con más fuerza los ojos, provocando mi sonrisa. Pero Aitor dormía como un tronco. Dejé el papel a un lado y seguí haciendo lo mismo, pero ahora con la punta de mis dedos. Por fin, el joven gimió y empezó a moverse.

-Tengo sueño.  -  Dijo con voz ronca, sin abrir los ojos. – Estoy muy cansado.

-Normal, después de lo de anoche…  - Inmediatamente mostró una sonrisa de oreja a oreja en su cara.

Segundos después me dio un beso en la frente y me rodeó con sus tonificados brazos. Se quedó mirándome fijamente a los ojos. Uno frente al otro, sonriendo tontamente, y conectados por una intensa mirada. Nos lo decíamos todo sin necesidad de mediar palabra.

-Chocolate. – Dijo rompiendo el silencio.

-¡Qué buena idea! – Exclamé. Tenía un hambre atroz. – Podemos preparar chocolate con churros si tienes.

-No, tonta. – Comenzó a reírse. – Me refería al color de tus ojos.

-Ah… Jo, yo tenía hambre. – Le hice ver que estaba decepcionada. – Además, ¿por qué chocolate? La Coca-Cola es del mismo color… o el café.

-Pero el chocolate me gusta más. – Se pasó la lengua por los labios, relamiéndose. - ¿Sabías qué uno de los mayores placeres es el que sentimos al comer chocolate? Lo dicen los estudios. 

-Genial, pues entonces lo sustituimos por el sexo. – Intenté aparentar seriedad. 

-No, no. Prefiero el sexo. – Afirmó rotundamente.

-Pues búscate a una que te lo ofrezca.

-Es que contigo es mejor, seguro.

- Vale… Te perdono con una condición. – Me pasé el dedo por la barbilla y le miré de forma divertida. Ni siquiera tenía que perdonarle nada, pero me saldría con l mía. – Quiero chocolate con churros de desayuno.

-No tengo, lo siento.

-Pues te las apañas. – Me levanté de la cama y me encaminé hacia el baño. Antes de entrar le miré. – Voy a ducharme. Cuando salga quiero mi desayuno. – Le guiñé un ojo y cerré la puerta.

Mientras el agua me caía lentamente por el cuerpo pensaba en él. En lo nuestro.  Entre nosotros las cosas iban sobre ruedas. Mis amigas lo sabían, mi familia también, la prensa no sospechaba… era genial. A los periodistas les dejó de importar lo que tuviera con Patricia. Parecía que habían caído en la trampa y pensaban que entre la chica y yo no había nada más que amistad. Un par de veces a la semana nos dejábamos ver en público mostrando que éramos buenas amigas y ya está. De todas formas, yo no quería separarme completamente de ella. La necesitaba porque era una persona que me había aportado muchísimo y quería que formara parte de mi vida. Estaba a gusto a su lado y pensaba que con el tiempo podríamos llegar a ser grandes amigas. Estos mismos argumentos le expuse a ella, pero no se mostró muy satisfecha.  Me volvió a repetir lo de la otra vez: que no estaba preparada para ser solo mi amiga. Además había otro pequeño detalle: no le conté que había vuelto con Aitor. Si se lo decía estaba segura de que desaparecería para siempre. Ya la había perdido una vez y no quería sentirme así de rota por dentro nunca más. Y aún sabiendo que estaba pecando una vez más de egoísta le pedí por favor que no se fuera. Me rogó calma, que las cosas no se precipitaran e ir paso a paso. Eso sí estaba dispuesta a ofrecérselo. Era bueno para mí, para ella y para Aitor. A él no le hacía mucha gracia que quisiera a Patricia cerca.  Igualmente, asumió que era decisión mía y me iba a apoyar. Solo me suplicó que no volviera a fallarle. Y cometí otro fallo del cuál me arrepentiría porque le dije que Patri sabía que habíamos vuelto. Era una mentira temporal que no tardaría en remediar, pero al fin y al cabo era una mentira y me sentía fatal por ello. Nos habíamos jurado ser sinceros entre nosotros y yo lo estaba incumpliendo.

Con tantas cosas pasando por mi mente tardé un largo rato en salir del baño. Aitor no estaba en la habitación, incluso había hecho la cama. Abrí el armario y cogí algo de ropa para ponerme. Efectivamente, mi ropa estaba en su armario. Hace unos días decidimos llevar algo de ropa a la casa del otro para situaciones como estas. Me desenredé el pelo, sin secármelo, y fui al salón. Estaba de pie, poniendo unas tazas humeantes sobre la mesa. En unos platos había churros y porras a rebosar. Cada paso que avanzaba hacia allí olía mejor.



-Señorita, aquí está su desayuno. – Lo pronunció como si fuera un mayordomo mientras echaba la silla hacia atrás para que yo tomara asiento.

-¿Cómo lo has conseguido tan rápido?

-No sabes con quién estás hablando. – Alzó una ceja inquietantemente y empezó a reírse. – Y tampoco sabes que en la calle de al lado hay una churrería magnífica.

-Con esto queda confirmado: Estás perdonado. – Afirmé con la cabeza.

-¡Bien! – Exclamó alzando los brazos.

Se sentó a mi lado y empezamos a comer. Nunca pensé que diría esto pero  no pude acabar con toda la comida. Entre los churros, las porras y el chocolate me había llenado por completo.

-¿Sabes a qué me recuerda esto? – preguntó.

-Sorpréndeme.

- A el día que fuimos al bar a desayunar churros y la liaste porque no te dejé pagar. – Reímos los dos recordando la divertida escena.

-Ese día no había chocolate. – Señalé. – Y mejor, porque te has puesto perdido. Tienes toda la boca manchada.

-Límpiame tú.

Claramente no quería que le limpiara con una servilleta. Pero me había levantado con el día divertido y se me ocurrió otra cosa. Acerqué mi cabeza lentamente a la suya y cuando nuestras bocas estaban a punto de juntarse… ¡zas! Pasé una servilleta por sus labios, bruscamente.

-¡Ya estás! ¡Limpito!

-Joder, Malú. – Se pasaba las manos por la cara como si le hubiera hecho daño. – Qué bruta eres a veces…

-Perdooooona. – Entrelacé mis manos tras su cuello y me fui acercando a sus labios, hasta que al fin le besé. – Te quiero.

-Ya era hora de que me besaras… - Susurró en mi boca. – Te quiero.

Recogimos la mesa y nos tumbamos a reposar en el sofá. Pusimos la tele pero en escasos segundos nos sobraba por completo. Era mejor sentir su lengua debatiendo con la mía y sus dedos perderse en mi cabello. 

-¿Qué vamos a hacer esta mañana? – Preguntó.

-Tú no sé. Yo tengo que ir a una reunión con Sony. – Lo recordé cuando miré el reloj. Eran las once y había quedado en una hora.

-Vaya… ¿Vienes a comer?

-Sí, no creo que tarde mucho.

El disco nuevo ya había salido y la nueva gira acababa de empezar. Todo eran era éxito de ventas, así que no podía pedir más. Las entradas se agotaban en un abrir y cerrar de ojos. La reunión me parecía innecesaria, pero todos los directivos tenían afán de controlar las cosas milimétricamente.

-Toma. – Dijo mostrándome unas llaves. – Llévate las de repuesto. Me voy a ir a hacer la compra. Supongo que estaré cuando llegues, pero mejor prevenir…

Nos despedimos y salí del piso. Llegué dos minutos antes de la hora estimada a la sala, y aún así ya me miraron mal. Con esa gente no hay quien estuviera cómodo y relajado. Tal y como esperaba, la reunión duró menos de una hora porque no había problemas serios que solucionar. Una mañana perdida. Por lo menos llegaría antes a casa de mi chico.
Iba a llamar al timbre de su casa, pero recordé que me había dejado unas llaves para que abriera yo misma. Si estaba le daría una sorpresa, y si no me ahorraba llamar a lo tonto.

-¡Cari! ¡Ya estoy aquí! – Grité al girar la llave y abrir la puerta.

Sin embargo, al ver lo que tenía delante la sonrisa se evaporó inmediatamente de mi rostro. La madre de Aitor estaba llorando sentada en el sillón. Aitor y su padre estaban de pie. El hombre estaba enfurecido, con la cara descompuesta. Justo cuando les miré estaba pegándole un empujón a su hijo, haciendo que se tambaleara. Afortunadamente no llegó a caerse. Pero en su cara veía que no se encontraba bien. Estaba rojo y con los ojos llorosos. No sé cuál sería el motivo de aquella gresca, pero me daba miedo.


“He batallado tantas guerras que tengo miedo a perder la de verdad”

Capítulo 33

-¡Aitor! ¡Vamos a llegar tarde! – Gritó mi chica desde el salón.

Me retoqué por última vez el pelo. Ya había perdido la cuenta de las veces que lo había hecho. Cogí la cartera y el móvil y bajé lo más rápido posible las escaleras. En ese momento agradecí no tener que llevar muletas. Tras lo que pasó con Ainhoa decidí cambiar de fisioterapeuta. El nuevo no era tan majo ni agradable, pero por lo menos hacía bien su trabajo. Tenía una notable cojera aunque no necesitaba llevar muletas. Malú ya estaba totalmente preparada, incluso tenía el bolso y las llaves del coche en la mano. Su postura era un cuadro: estaba apoyada en la mesa del comedor, con los brazos cruzados y dando golpecitos con la punta del pie en el suelo. Cuando me vio se miró la muñeca haciendo que tenía un reloj y puso los brazos en forma de jarras mientras levantaba mucho las cejas.

-Ya estoy. – Posé mis labios brevemente sobre los suyos, pero ella seguía sin moverse.

-¡Por fin! – Exclamó alzando los brazos. – Para que luego digan que las chicas tardamos en arreglarnos más que los hombres…

-Eso es verdad. – Asentí. – Lo que pasa es que hoy es una situación especial…

Y realmente lo era. Ese día íbamos a comer con la familia de la cantante. Según ella, el único que no sabía nada de nuestra relación era su padre. Los demás ya estaban enterados. La verdad es que no sé si eso me aliviaba o me ponía más nervioso. Por una parte, solo tendríamos que contárselo a él. Pero por otro lado temía su reacción al darse cuenta de que sería el último en saber de nuestro noviazgo. Además, no solo era el padre de mi novia, sino que también era un artista al que yo tenía mucho respeto.

Habíamos quedado en un restaurante al que Malú solía ir con ellos cuando tenía algo de tiempo libre. Allí ya les conocían y disponían de la intimidad necesaria.

Al llegar nos atendió un chico joven trajeado. Supuse por cómo hablaba con Malú que no era la primera vez que se veían. Nos dirigió por los pasillos hasta una sala de la planta baja en la que había muchas menos mesas y estaban separadas entre sí por grandes distancias. El suelo era de madera y la pared de roca, un estilo muy rústico. El sitio se iluminaba con tenues luces de color rojo.  Era tan bonito como acogedor. Idóneo para conocer a tu suegro.

-Están en la mesa del fondo a la derecha. – Indicó el chico con la mano. – En un momento traigo la carta.

-Muchas gracias, Ismael.

Debido a la grandeza de la sala aún no se habían percatado de nuestra llegada. Me empezaron a sudar las manos por el nerviosismo. Respiré profundamente en repetidas ocasiones. Malú se dio cuenta y me acarició la mejilla, transmitiéndome todo el apoyo necesario para avanzar hacia la mesa. Cuando estábamos a punto de llegar Malú me susurró un “todo va a ir bien” de lo más creíble. ¿Cómo iba a ir algo mal teniéndola a mi lado?

-¡Hola familia! – Dijo Malú cuando estábamos a escasos pasos de la mesa.

Todos nos miraron con una sonrisa excepto Pepe, probablemente porque era el único que no sabía que yo iba a ir a la comida. El hombre tenía cara de desconcertado y alternaba su mirada entre su hija y yo. Los demás se levantaron para saludarnos. De los allí presentes a la única a la que ya conocía era a Pepi, pero lo disimulamos bastante bien.

-Al fin te conozco, chaval… - Me dijo José muy bajito en mi oído para que nadie se enterase cuando me tocó el turno de saludarle.

Tras conocer a la novia del guitarrista, solo faltaba su padre. Se levantó lentamente todavía con un gesto torcido y se acercó a mí.

-Encantado. – Estrechó mi mano fuertemente. Después saludó a su hija y nos sentamos alrededor de la mesa. – Bueno hija, ¿me vas a decir quién es este chico?

-Eso hermanita, ¿quién es? – Se escucharon algunas risas en la mesa ante la broma de José.

-Pues se llama Aitor... – Hizo una pausa para buscar mis ojos. Era el momento de confesarlo. Probablemente su padre ya se había imaginado quién era yo, pero nos tocaba confirmárselo por si aún le quedaba alguna duda. Malú tomó mi mano y asintió. – Y es mi novio.

La mesa se quedó en total silencio esperando a que el hombre dijera algo. Yo ya estaba tranquilo, con su mano sobre la mía. Pepe observó detenidamente a todos los que estábamos allí un por uno.

-Deduzco que soy el último en enterarme. – Dijo finalmente, acompañándose de una sonrisa.

Nos hizo reír a todos. El poco nerviosismo y presión que quedaban se esfumaron por completo cuando pronunció aquellas palabras. Noté como todos mis músculos de mi cuerpo se destensaban y logré sonreír ampliamente.

-Lo siento, papá. – Dijo Malú. – Pero entre unas cosas y otras… no habíamos tenido tiempo de presentaciones.

-Chiquilla… pero yo creía que… tú… - Dudó en qué palabras elegir. – En fin, últimamente en las revistas se hablan muchas cosas de ti y de...

-Lo sé… - Malú se rió ante aquello. – Pero la vuelta de Patricia es una historia muy larga.

Todo iba viento en popa. Pusimos a Pepe al día de todo lo que había pasado en las últimas semanas. Bueno, casi todo. Pasamos por alto la infidelidad de Malú. Eso era pasado que preferimos recordar lo menos posible y que, además, mejor que quedara entre nosotros. Al fin y al cabo, si queríamos que su familia aceptara nuestra relación, teníamos que dar una imagen de pareja estable. Para mí eso no fue problema, porque yo tenía claro que no quería separarme de ella nunca más. Los días a su lado me sentía mucho más feliz y habiendo encontrado ese estado de felicidad, ¿cómo iba a imaginarme una vida lejos de ella? Lo único que deseaba era que las cosas siguieran así. Poder disfrutar de su aroma en mi almohada, sumergirme en su cuello, aprenderme la localización de cada lunar en su piel… Incluso quería seguir sintiendo que se me paraba el corazón cuando notaba sus labios junto a los míos. Hace tiempo pensé que no se podía amar a alguien más de lo que yo amé, pero ahora comprendo que estaba equivocado. De pronto, apareció ella en mi vida poniéndola patas arriba. Pasé de ser un chico normal a sentirme el hombre más afortunado del universo. Para mí la felicidad la conforman cada uno de sus besos, sus abrazos, sus miradas, sus sonrisas… y un largo etcétera que no me veo capaz de acabar sin derretirme antes. Pero lo que sí puedo confirmar, sin miedo a equivocarme, es que mi felicidad es ella.

La comida fue exquisita. Para empezar trajeron embutidos como entrantes. Después, nos dieron a elegir entre ensalada `caprese´, gazpacho o brochetas de camarón. El plato principal fue cordero al horno. Lo pusieron en la mesa para que pudiéramos disfrutar de su olor unos instantes hasta que vinieron a servirlo. Si olía bien, sabía mejor. Nunca había probado un cordero tan bueno. Llegaron los postres y yo no podía más. Sin embargo, mi chica aún tenía hambre. Se pidió unas tortitas con chocolate y frambuesas que me dejaron alucinando. No logro entender en qué parte de su cuerpo diez mete todo lo que toma a lo largo del día. Yo me conformé con un café frío para bajar la comida.

A eso de las cinco de la tarde, el camarero dejó de traer cafés para empezar con las copas. Las conversaciones se empezaron a animar y la mayoría teníamos ya ese puntillo de diversión que provocaba el alcohol.

-Una cosa te digo Aitor… -Pepe me pasó el brazo alrededor de los hombros. – Espero que cuides bien a mi niña.

-Papá, ya no bebas más eh. – Bromeó Malú.

-Déjale, así es cuando más divertido está. – José sonrió.

-No estoy borracho. – Se puso serio y me ladeó la cabeza para mirarme a los ojos. – Si vas a estar con mi hija tienes que saber cuidarla cómo se merece, porque ella es especial.

-Créame que lo sé. – Respondí. Era plenamente consciente de que no existía nadie en el mundo que desprendiera más magia que ella. – Puede estar tranquilo, voy a tratarla como a una princesa.

Malú me sonrió como solo ella sabe. Nadie se atrevió a pronunciar palabra tras mi declaración. Puede que sonara un poco empalagoso, pero era lo que sentí en aquel momento.

-Tranquilo Aitor, yo pasé por algo parecido cuando José me presentó a su familia.

Afortunadamente Rebeca rompió el silencio haciéndonos reír. Me contaron cómo fue ese momento en el que José  presentó a Rebeca en casa, entre otras muchas anécdotas cada cuál más graciosa que la anterior. Esa familia tenía mucho arte para contar las cosas. Podrían relatarte lo que sea, que te sacarían una sonrisa.

-¡Vamos a tomar la última a un bar! – Propuso José.

-Nosotros no podemos… – Dijo Malú. – Tenemos que pasear a Chispas.

-¿Ya has recogido otro perro? – Preguntó Pepi asombrada. – Hija, siempre igual. Tu casa parece un zoo…

-No, mamá.  No lo he recogido… La culpa es de él. – La cantante me señaló. – Que me ha regalado un chihuahua monísimo.

-¡No sabes lo que has hecho! – Se mofó el guitarrista. – Cuando le haga más caso al perrito que a ti te arrepentirás…

-Imbécil… - Malú dio una colleja a su hermano.

Yo contemplaba la escena desde mi sitio mientras Malú se lo pasaba en grande con su familia. Y así era como yo la quería ver todos los días: sinriendo, y si era posible, a mi lado.





“Eres mi gusto, mi capricho, mi debilidad.
¿Y qué me has hecho tú?
Que ya todo eres tú,
A fin de cuentas mi vida eres tú.”

domingo, 22 de junio de 2014

Capítulo 32.

Una vez más, un concierto conseguía alegrarme el día. El público de Málaga me logró transmitir todo el ánimo que necesitaba con sus aplausos y entrega durante el show. En los momentos en los que tenían que hacerlo, coreaban cada canción como si no hubiera mañana. Cuando la actuación requería silencio, ellos enmudecían y  me escuchaban con todos sus sentidos. Siempre me emociono al cantar algunas canciones, pero esta vez me sentía más sensible, y las lágrimas brotaban de mis ojos con mayor facilidad.



Al acabar, me dirigí a la sala donde se encontraba  la banda. Todos estaban eufóricos por lo bien que se había dado la noche. Mi hermano, Yago y Julián devoraban la comida que nos habían dejado en la mesa. Los demás charlaban a un lado con amplias sonrisas.

-¡Hermanita! – José corrió hacia mí con la boca llena de canapés. - ¡Qué grande eres!

-Tú también… pero trágate eso antes de hablarme. – Reí.

Charlé un rato con ellos hasta que Rosa me dijo que el coche que me llevaba a casa llegaría en menos de media hora. Los chicos esperarían al día siguiente para abandonar la ciudad, pero yo siempre prefería ir a casa aunque tuviera que pasar la noche en un vehículo. En este caso el viaje sería largo, así que me quedaría dormida.

Ya en mi camerino me empecé a desnudar para darme una ducha rápida. Justo cuando me quité la camiseta, la puerta se abrió.

-¡Qué conciertazo! – Chilló Patricia. Rápidamente me tapé con la camiseta que me acababa de quitar.

-Joder Patri. ¡Llama a la puerta!

-No voy a ver nada que no haya visto ya… - Sonrió de forma pícara.

-Sal ya, por favor. – Le rogué. – Si no te das prisa se van a ir al hotel sin ti.

-¿Al hotel? – Preguntó extrañada levantando una ceja. – Yo me voy a Madrid contigo.

-Ni de coña. – Esa chica cada vez me sorprendía más. - Sabes que ya no estamos juntas. 

-Por eso mismo, amor. – Volvió a sonreír de manera provocativa. – Te estoy haciendo el favor de posar contigo frente a la prensa fingiendo que somos amiguitas.

-No pusiste ningún inconveniente cuando te llamé. – Reproché.

-Lo hice por ti, joder. ¿No te das cuenta? – Bajó la cabeza suspirando y alzó la voz. – No me resulta fácil estar todo el día a tu lado sabiendo que no puedo abrazarte o besarte como lo hacía antes. Ya te dejé claro que sigo enamorada de ti… pero tú también me dejaste claro a mí que las cosas han cambiado. Estoy aguantando todas tus dudas e indecisiones por tí, joder. 

La chica tenía toda la razón. Mi mánager me aseguró que lo mejor sería seguir el plan con la prensa. Fue complicado hablar con Patricia después de haberla dejado así la otra noche en su casa, pero conseguí armarme de valor y llamarla. Y ella, tan genial como siempre, aceptó inmediatamente sin poner pegas. Hasta este momento no habíamos vuelto a hablar del tema. Con sus palabras hizo que me sintiera como una egoísta. La pobre me estaba ofreciendo su apoyo y yo nunca me había parado a pensar en todo el daño que podía causarle.

-Espérame en el coche…  - Dije casi en un suspiro.

- Genial.  – Me dio un efusivo abrazo y una palmada en el trasero antes de salir por la puerta.

-¡No me toques el culo! – Chillé, pero la chica ya había salido corriendo del camerino.

Cuando entré en el  vehículo veinte minutos más tarde vi que la fotógrafa se había quedado dormida. Su cuello estaba torcido de una forma probablemente dolorosa para ella, pero que a mí me provocó la risa. Delicadamente tomé su cabeza con mis manos y la puse apoyada en mi hombro para que descansara mejor. Estaba tan sumamente dormida que no se percató de nada. Aún tenía esa adorable sonrisa que se le escapaba cuando dormía. Parecía que sus sueños siempre eran bonitos. Le indiqué al conductor la dirección de Patri para que pasara por allí antes de dejarme en mi casa y me puse el iPod hasta que el sueño se apoderó de mí.

Me desperté al sentir los labios de la joven en mi frente. Esos gestos me hacían temblar el alma y despertaban algo en mi que ya creía totalmente acabado. 

-Hasta mañana. – Me dedicó una amplia sonrisa y bajó del vehículo.

Eso significaba que quedaba menos de una hora para llegar al fin a mi hogar. Ya eran más de las ocho de la mañana. No logré volver a conciliar el sueño, así que me dediqué a observar  los primeros rayos del sol iluminando la ciudad. Era algo que me gustaba hacer cuando podía. Ver como empieza otro día más, con nuevas metas. 

Nada más llegar me puse a sacar la ropa de la pequeña maleta. Cuando acabé, decidí coger algo para comer. Era la hora de desayunar, pero a mí me apetecía tomar algo más contundente. Rebusqué entre el frigorífico y los armarios en busca de algo apetecible. Con tanto lío no había tenido tiempo ni de comprar, ni de encargarle a alguien que lo hiciera por mí, así que estaba todo bastante vacío. Tras mucho pensar, me preparé unos huevos con bacon, al más puro estilo americano.

Mi manjar matinal se vio interrumpido cuando sonó el timbre de casa. Al abrir la puerta me encontré a un chico con gorra que me resultaba familiar. Portaba una gran caja con pequeños agujeros.

-¿María Lucía Sánchez Benítez? – preguntó.

-Sí, soy yo.

-Esto es para usted. – Me tendió una libreta. – Firme aquí, por favor.

Obedecí y le dejé pasar para que dejase el paquete en la entrada. Tenía pinta de pesar bastante. Cuando me quedé sola con la caja me puse a observarla minuciosamente. Era de cartón y estaba decorada con un lazo rojo en la parte superior. Lo más extraño fue que no tenía nada donde pusiera de quién era, ni dirección, ni nada por el estilo…
Al abrirla, me encontré con un pequeño chihuahua color canela escondido entre papeles de periódico. Al principio estaba adormilado, pero en cuanto me vio comenzó a dar saltos y ladrar. Le cogí para acercármelo y pasó su lengua por mi cara en repetidas ocasiones. Se podría decir que fue un amor a primera vista canino muy especial.



De su cuello colgaba una chapa con forma de hueso que aún no tenía ningún nombre grabado. Rebusqué entre los periódicos hasta que encontré un sobre blanco en el que ponía “Para Malú”. Dejé al perro a un lado y leí lo que ponía en aquella carta.

“Sé que te encantan los animales, así que me ha apetecido añadir esta monada a tu zoo. Espero que te haya gustado. Malú, he intentado empezar mi vida sin ti porque tras lo del otrodía  me sentí un idiota. Al engañarme con ella me rompiste en mil pedazos. Pero a la vez me ha servido para darme cuenta de que el tiempo que hemos pasado juntos ha sido increíble y que ahora no me imagino una vida lejos de ti. No sé si te importo o no… pero necesito saberlo.
Si te has dado cuenta durante estos días de que puedes vivir sin mí coge al perro, ponle un nombre y quédatelo como recuerdo de eso que vivimos, que para mí fue mágico.
En cambio, si sientes que aún podemos retomar lo nuestro, abre la puerta de tu casa. Estaré ahí esperando para ponerle un nombre juntos al chihuahua y pasar una vida a tu lado.
Solo te pido una cosa, si no quieres estar conmigo como pareja no abras la puerta, por favor. No me veo capaz de tener una relación de amistad contigo, al menos por ahora.
TE QUIERE, Aitor.”

Mientras leía aquello algunas lágrimas se habían empezado a deslizar por mis mejillas. Pero en ese momento parecía que empezaba a ver las cosas claras. Puede que me equivocase, pero me iba a aferrar a ese atisbo de certeza que parecía pasar por mis pensamientos. Me apresuré hasta la puerta y le abrí de golpe. Ahí estaba él. Me abalancé a sus brazos. Nos fundimos en un largo beso, quizá el mejor de todos los que nos habíamos dado por el significado que tenía.

-Te quiero. – Susurré.

-Y yo a ti. – Selló mis labios con otro corto beso. – Dime, ¿cómo vamos a llamar al perro?

“Te pido que pienses en todo lo bueno, yo te daré todo lo que tengo.
Te voy a proteger entre mis brazos.
Y seré aquello que siempre has soñado.”

viernes, 20 de junio de 2014

FLASHBACK III

-Tengo la casa sola, unas cañas y pizza. ¿Qué me dices? - Me preguntó. 

-Que me tienes ahí en menos de una hora. 

Colgué sin esperar su respuesta. Me asomé al jardín y observé a mis perras disfrutar del sol que trajo la mañana. Lola y Rumba habían tumbado a Danka y saltaban a su alrededor. Hacía un día magnífico y yo iba a pasarlo con la chica de mi vida. Aunque no os engaño, podría llover, granizar o relampaguear que sí estábamos juntas no me importaría. Si hacía calor ella me soplaría y si hacía frío me arroparía entre sus brazos. Ella era de ese tipo de personas que consiguen animarte incluso en esos días grises en los que sacar una sonrisa parece inalcanzable. 

Me metí rápidamente en la ducha. Estaba feliz, muchísimo, y comencé a cantar. Llevaba una temporada en la que era difícil arrebatarme la sonrisa, y el motivo tenía nombre propio. 

El sonido del móvil me saco de mis pensamientos cuando estaba bajo el agua. Entreabrí la cristalera de la ducha y observé la pantalla del aparato. Era Rosa. Descolgué e intenté ponérmelo cerca de la oreja, procurando que se mojara lo menos posible. 

-Malú, llevo llamándote un rato. - Me percaté de su enfado inmediatamente. 

-Estaba en la ducha, lo siento. 

-¿Y el móvil del trabajo? - Me quedé pensativa. Desde ayer por la noche ni me había acordado de él. - Supongo que lo tendrás sin batería en el fondo de algún bolso. 

-No sé... Perdona Rosa que...

-Tu trabajo no es sólo subirte a un escenario. - Me interrumpió. - Sabes perfectamente que tienes mil cosas que hacer y debes llevar siempre el teléfono disponible. 

-No te pongas así que sólo ha sido un error, joder. 

-Últimamente tienes demasiados errores. - Silencio de nuevo. Ambas tratábamos de calmarnos para no respondernos de malas formas. - Me da igual lo que tengas con Patri, incluso sabes que me cae genial, pero soy tu mánger y debo advertirte de que no puedes dejar que interfiera en tu carrera. 

-No volverá a ocurrir, perdona. 

-Bueno, yo sólo quería recordarte que en una hora hemos quedado con la discográfica para firmar el nuevo contrato. 

Mierda. Se me había olvidado por completo, pero después del enfado de Rosa no podía decírselo, así que me despedí de ella intentando aparentar normalidad. Patricia me iba a matar. Y en ese momento me sentí incomprendida. Tenía la sensación de que era la única que se había enamorado de esa forma alguna vez, y aunque no fuese cierto, me ilusionaba pensándolo y me excusaba con ello de todos mis fallos. Rosa tenía razón. Llevaba una temporada desastrosa. Llegaba tarde, me equivocaba de fechas, perdía los móviles... Y la culpable siempre era ella. Bendita culpable. A veces iba enfadada porque habíamos discutido. Otras veces iba saltando de nube en nube porque habíamos vivido algo especial. Para bien o para mal siempre estaba en mi burbuja, en mi mundo. Pensando sólo en ella. Había acaparado mi mente y todo lo que me rodeaba. 

Llegué a la discográfica y a todos los allí presentes les extrañó mi puntualidad. Mientras hablaban del nuevo contrato yo miraba la hora. Parecía que el tiempo iba cada vez más rápido y yo llegaba cada vez más tarde. Hacía una hora que debería estar en casa de mi chica. Tras firmar, por fin, pude salir corriendo del edificio. Afortunadamente Rosa se quedaba allí y no me entretuvo más. 


Llamé al timbre repetidamente. Llegaba casi dos horas tarde. Patricia abrió unos centímetros la puerta, pero no me esperaba tras ella. La dejó entreabierta y se fue sin decir nada al sillón. Estaba pensativa y de brazos cruzados. Tenía un enfado desmesurado y a mi me daba miedo hasta mirarla a la cara. Caminé a paso indeciso hasta sentarme a su lado. Tenía la mirada clavada en el fondo de la sala y me ignoraba por completo. Fui a coger su mano, pero me la apartó de golpe y se separó unos centímetros de mi. 

-Lo siento... - Susurré débilmente. Los minutos pasaban y seguíamos en la misma postura. Ella callada y yo esperando cualquier indicio de felicidad en su rostro. - He tenido que ir a firmar unos papeles y no he podido llegar antes. 

-¿Y no podías avisarme? 

Clavó su mirada en la mía rompiéndome el alma. Tenía razón y no podía negarlo. 

-Sabes que últimamente tengo mucho lío...

-Joder, Malú. No es sólo eso. ¿No recuerdas qué día es hoy? - Intenté acordarme con todas mis ganas pero no tenía ni idea. La iba cagando cada vez un poco más. En ese momento hubiese agradecido que apareciera un agujero negro que me llevara a un universo paralelo. Volvió a apartar su mirada de la mía y su cara cambió. No sólo estaba enfadada, sino decepcionada, y eso me hacía sentir más culpable aún. - Ya veo que no... 

Entonces me percaté de la pequeña caja que había en la mesa. Era el regalo que teníamos preparado hace semanas para el cumpleaños de su hermana. Era eso. Ese día su hermana cumplía años. Me llevé las manos a la boca. 

-Mierda, mierda, mierda... - Revolví mi pelo nerviosa. - Hoy es el cumpleaños de Carol. 

-Pues sí. - Se levantó alzando las manos. - Quedamos en que tu traerías la tarta pero estás tan ocupada que se te ha olvidado todo. 

Se marchó a la cocina y yo fui tras ella. No era el mejor momento, pero no pude evitar fijarme en lo guapa que iba ese día. Una trenza despeinada que le sentaba de maravilla caía por su hombro descubierto debido a la amplia camisa que llevaba. Unos pantalones cortos me invitaban a ver sus bronceadas piernas. Estaba de espaldas a mi, con las manos apoyadas en la encimera y la cabeza gacha. Me acerqué sigilosamente por detrás para entrelazar mis manos en su vientre y dar delicados besos en su nuca.
 
-Estás preciosa. - Susurré mientras me aproximaba a su oreja. 

-Malú... - Se giró, poniéndonos cara a cara, cortándome la respiración. - Sabes que es un día importante para ella, cumple dieciocho años. Yo quiero que salga perfecto, joder. Mira, rechacé un trabajo en Los Ángeles por ti, porque no quería perderte y ambas sabíamos que si me iba sería difícil continuar la relación. Y te juro que no te lo echo en cara, lo hice porque quise y lo haría mil veces más, pero creo que después de eso no te estoy pidiendo mucho si te digo que quiero que el día del cumpleaños de mi hermana llegues a tiempo y con una tarta. 

Una a una, sus palabras habían ido depositándose en mi corazón, invadiéndolo de malestar y dolor. Cada una de ellas era más cierta. Hace unos meses le ofrecieron un trabajo estable en América. El trabajo que toda fotógrafa quisiera tener. Pero ni siquiera se lo planteó. Sabía que no podría abandonar mi profesión, dejarlo todo y marcharme allí con ella. Simplemente recibí una llamada en la que me dijo: 'Me han ofrecido un trabajo en Los Ángeles pero lo he rechazado porque no me convence'. Días después me enteré de que antes de conocernos Patricia pidió ese trabajo decenas de veces y ninguna se lo concedieron. Cualquier persona hubiera aceptado ese trabajo a la primera. Cualquiera menos ella. En cuanto supe lo importante que era traté de convencerla de que no podía dejarlo pasar por mi. Pero ya era tarde. Ni ella quería irse ni le habían guardado el puesto. 'Puedo permitirme perderlo todo menos a ti, porque si no te tengo no tengo nada.' Y con esas cosas me iba enamorando día a día más de ella. Entonces, me hago una pregunta: ¿hay algún momento en el que no puedes querer más a una persona porque has llegado al máximo? Personalmente pienso que el amor sólo deja de crecer cuando una de las dos personas pierde el interés. Mientras tanto sigue aumentando, sin límites. Y, particularmente, Patricia es mi único límite. 

Una idea pasó por mi cabeza. Tenía que hacer algo para solucionar el problema que había causado y afortunadamente la bombilla de mi cerebro se había encendido. Le dije que tenía una idea, me puse mi pañuelo y gafas de sol, y bajé corriendo a la calle en busca de lo necesario para llevarla a cabo. 

Un rato después se sorprendió al verme entrar por la puerta cargada de bolsas. Incluso se le escapó una risilla. Entonces me dio la sensación de que sólo existo para verla sonreír, porque la simple curva de sus labios provoca la agitación de mi corazón. 

-¿No me piensas ayudar? - Sugerí mientras cerraba la puerta de casa con el pie. Ella corrió hacia mí y me quitó un par de bolsas. 

-¿Qué es todo esto? - Depositamos todo en la encimera. 

- La he cagado, lo asumo. - Agarré sus manos y la miré fijamente a los ojos. - Sabes que soy un desastre y he llegado tarde por desorganizada. - Asintió levemente con los ojos húmedos. - Pero voy a corregirlo, y como no hay tartas buenas en Mercadona, vamos a hacerle su tarta favorita nosotras solas. 

Abrí las bolsas y fui sacando todo lo que había comprado. Harina, huevos, fresas, leche, nata, azúcar, velas... Cada cosa que sacaba aumentaba un poco más su sonrisa. 

-Eres increíble... - Afirmó con los ojos muy abiertos. 

-No, amor, increíble eres tú. - La agarré de la cintura aproximándola a mi cuerpo. - Que ya no sé cómo me aguantas. Nunca voy a cumplir horarios y tener una rutina fija como el resto de personas normales. Pero siga el horario que siga, me encantaría compartirlo contigo. 

-Bueno, no me costará romper la rutina porque sabes que no sirvo para planificar mi vida. No soy una persona muy normal... - Ambas reímos. No era una persona normal, pero eso era lo que me gustaba de ella. Nunca sabía con qué me sorprendería. Se acercó mucho más a mi, dejando nuestras bocas a milímetros. - Además, yo no quiero una vida de ensueño. Yo quiero una vida a tu lado. 

Por fin nuestras bocas se dieron el tan ansiado beso. Estar tanto tiempo sin besarnos no era típico en nosotras. Y era ese beso de después de una discusión. Beso con ganas. Con él se deja escapar todo el enfado o tristeza producido por la discusión. Con él te das cuenta de que no puedes volver a estar tanto tiempo sin probar su sabor. A veces hacen falta pequeños enfados para apreciar lo importante que es sentir a la persona a la que quieres. 



Nos pusimos manos a la obra. La hermana de Patri llegaría en dos horas. Lavamos nuestras manos y comenzamos a preparar una tarta de fresas con nata, la favorita de Carolina. Primero preparamos la mezcla del bizcocho y la metimos en el horno. Era un show vernos cocinar juntas. Cuando estuviera listo cubriríamos todo el bizcocho con nata y trozos de fresas. Mientras el horno hacia su labor, mi chica y yo cortábamos los pequeños trozos de fruta. 

-Malú. 

Cuando me giré para atenderla apretó el botón del bote de nata, haciendo que se me esparciera en la cara. 

-¿Tú eres tonta o qué te pasa? - Chillé. 

Ella no paraba de reírse para provocarme. Y yo no iba a quedarme atrás. Cogí rápidamente otro bote de nata e hice el mismo gesto que ella realizó sobre mí instantes antes. Su risa no cesaba y la situación se convirtió en un pequeño juego. Cuando apenas quedaba nata en su bote lo dejó a un lado y me agarró de las manos, impidiéndome que pudiera seguir manchándola. Nuestras miradas se buscaron para evadirse la una con la otra. Y sin que yo me lo esperara, atacó mi boca bruscamente. Un beso con pasión y sabor a nata. Me empujó contra la nevera e introdujo una mano bajo mi camisa para acariciar mi vientre mientras los besos aumentaban la intensidad. No puedo mantener el pulso al sentirla así de cerca. El aire ya escaseaba y tuvimos que separar nuestras bocas momentáneamente. Su sonrisa en aquel momento era plétórica. 

-¿Y este subidón? - pregunté. 

-Será el dulce...

Cogió una de las fresas que quedaban sin trocear y la introdujo en mi boca delicadamente. Mordió la fresa por el otro extremo, y mordisco a mordisco, fuimos recortando el espacio entre nuestros labios hasta quedaron totalmente unidos.



 Antes de besarme de nuevo, mordió mi labio inferior, tirando de él y calentándome más si cabe. Nuestras lenguas con sabor a fresa jugaban desenfrenadas. Sus manos de deshicieron de mi camisa y las mías de la suya. Cuerpo con cuerpo. Nuestras piernas estaban perdiendo la fuerza que necesitaban para mantenerse en pie, así que nos sentamos en suelo de la cocina. Yo sobre ella, entrelazando mis piernas alrededor de su espalda. 
Quité su sujetador y la tumbé por completo. El suelo estaba frío, pero se sentía muy caliente. Con mi lengua me dediqué a limpiarle toda la nata que quedaba en su cuello. Ella alborotaba mi pelo con una mano y con la otra trataba de desabrocharme el sujetador. Hábilmente lo consiguió y cambiamos las posiciones. Mi espalda chocaba contra el suelo y tenía una pierna suya a cada lado de mi cintura. Me lanzó una pícara sonrisa antes de echarme nata sobre los pechos. Se sumergió en ellos durante un buen rato, saboreando hasta el último resto de nata que quedaba por esa zona. Su lengua ardía y mis ganas de más iban en aumento. Pero tenía ganas de que recibiera todo lo que yo podría ofrecerla. Volví a ponerla en el suelo y le bajé los cortos pantalones rápidamente. Hice lo mismo con su tanga rojo, que parecía puesto expresamente para la ocasión. Éramos como dos llamas que buscaban la fusión. Convertirse en una sola. Incandescentes y más fogosas que nunca. Nos dábamos efusivos besos mientras acariciaba su zona más íntima armoniosamente, con las yemas de los dedos. Poco a poco, y cuando noté que eso no era suficiente, pasé al siguiente paso. El pulgar acariciando la zona más sensible del cuerpo de una mujer. Los dedos anular y corazón se abrieron paso en su interior. Empezó un recital de suspiros y gritos ahogados que me enloquecían. Me perdí en las curvas de su cuerpo, que eran tan extremas que cualquier día provocarían un accidente catastrófico. Sus latidos y los míos iban al unísono. Supe que estaba a punto de llegar al clímax cuando un chillido más fuerte que los anteriores vino acompañado de sus uñas clavándose en mi espalda. Y no me equivocaba porque segundos después me inundé de ella. Dejé caer mi cabeza sobre ella y sentí su agitado corazón. A mil por hora. Mi cuerpo ascendía y descendía al compás del movimiento de su pecho. No tardó mucho en recomponerse. Sin palabras me dijo que me iba a dar una merecida recompensa y empezó un descenso de besos por mi vientre. Se deshacía de mis pantalones mientras pasaba su lengua por debajo de mi ombligo. Propiciaba mi delirio. Siguió bajando por mi cuerpo hasta llegar a su destino. Apartó mi ropa interior para descubrir lo que la joven quería ver. Sentir. Degustar. Y lentamente fue haciéndolo. Hace rato que me había dejado la razón en algún lugar de su cuerpo. Con mis manos despeinaba su cabello, que ya no tenía ni rastro de la trenza, y apretaba su cabeza contra mí. No quería que parara. Hacia mucho tiempo de nuestra primera vez, pero su lengua sobre mi piel seguía hechizándome. Y llegó. O, mejor dicho, llegué. El arqueamiento de mi columna y ella empapándose de mí. Mis respiraciones pasaron a ser muy profundas para intentar recobrar mi estado normal. Aunque mi estado normal con ella, a decir verdad, solía ser agitado.
 
-Cielo... - susurró en mi ombligo. - ¿no huele un poco raro?

-¡Mierda! - Me levanté repentinamente y ella me imitó. - ¡El bizcocho!

Abrí el horno y una bocanada de humo me cubrió la vista. Patricia agitaba unas manoplas intentando que se evaporase. Cuando lo consiguió vimos el fracaso. Una masa negra nada apetecible. 

-Pues el plan de hacer la tarta nosotras no era tan bueno...

-Mentira, era genial. - recriminé. - Lo que pasa es que entre el dulce, que te pone demasiado cachonda, y yo, que me vuelvo loca, pues claro...

-¡Vaya! Entonces la culpa es mía, no te jode... 

-Eso siempre. - La robé un pequeño pico. - Ve y compra una tarta del Mercadona, amor. 

-Qué rabia... Tanto prepararlo para que al final se nos chafe todo. 

-Mírale la parte buena. - Comencé a vestirme. - Por lo menos hemos aprovechado las fresas y la nata. 



-¡FELICIDADES! - Gritamos Patri y yo al unísono cundo abrimos la puerta. 
Nos lanzamos a Carol con los brazos abiertos, cubriéndola de besos. La chica era muy sensible e incluso derramó alguna lágrima. Patri y yo nos unimos a su tonto llanto. Parecíamos tres magdalenas. Era una mezcla de risas y lágrimas bastante peculiar. 

-Jo, chicas, muchísimas gracias. - Dijo mientras se secaba las gotitas que descendían por sus mejillas. 

Pasamos al salón y Patri cogió corriendo la caja con nuestro regalo. Tenía más ilusión que la propia Carolina. Estaba deseando que su hermana lo abriera porque estábamos seguras de que le encantaría. La joven empezó a abrirla con las manos temblorosas por de los nervios. 

-¡Más rápido! - Exclamó mi chica. 

-Voy lo más rápido que puedo, tata. 

Sacó el sobre que había en el interior y lo abrió con rapidez. Cuando vio lo que ponía en la hoja se quedó de piedra. Abrió los ojos como platos y se puso roja como un tomate. Incluso se le quitó la sonrisa. 

-¿Qué pasa? ¿No te gusta? - pregunté. 

-No me gusta, me encanta. -Releía una y otra vez las palabras de su regalo. - ¡Pero os habéis pasado tres pueblos! 

-Para mi hermanita todo es poco. - Patricia le dio un sonoro beso en la mejilla. 

Lo que contenía la caja era la matrícula de una autoescuela. Carol llevaba meses diciendo que estaba ahorrando para sacarse el carnet de conducir. La idea de regalárselo fue mía porque mi novia nunca se hubiera atrevido a decirme que me gastara tanto dinero en un regalo para su hermana, pero la joven se lo merecía. Había llevado el curso genial y en selectividad tenía una de las mejores notas de la comunidad. Desde que la conocí me había tratado como si me conociese de toda la vida. Era un amor de niña. Nos agradeció el regalo una y otra vez mientras nos besaba y abrazaba efusivamente. 

Dejé a las dos hermanas hablando y fui a por la tarta. Al final no tenía ni fresas ni nata. Era una de chocolate normal y corriente, pero cualquier cosa sería mejor que los restos quemados de la nuestra. Encendí las dieciocho velas, apagué las luces y entré al salón entonando la típica canción de cumpleaños. Patricia se unió rápidamente a mi canto. 



-No es mi tarta favorita, pero como me habéis hecho un regalazo os perdono. - Dijo tras soplar las velas. 

-En principio íbamos a hacerte tu tarta favorita. - Expliqué entre risas. - Pero al final tu hermana me ha entretenido y hemos tenido problemillas. 

-¿Cómo? La culpa ha sido de Malú, que ha quemado el bizcocho. 

-Pero por tu culpa. 

Me senté en las piernas de mi chica. Aparté el pelo de su cara y la atraje hacia mí cogiéndola de la nuca para darle un dulce beso. 

-Bueno, voy a por algo de beber. - Carol se dirigió a la cocina para dejarnos a solas. 

-Cielo, yo te perdono que hayas quemado la tarta. - Acariciaba mi muslo con la mano y recortaba el espacio entre nuestras caras. - Podemos quemar mil más si vuelve a ser como hoy. 

-Tú estás un poco viciosilla hoy, ¿no? 

-Ya te dije que el dulce me enciende. 

-El dulce... - Mordí su labio cuando menos se lo esperaba y se quejó mientras se lo cubría con las manos. - ¿yo no tengo nada que ver con que te calientes?

-Claro que sí, joder. Tu eres lo que más me calienta, no hace falta que me muerdas. 

-Chicas, ¿no tendrá algo que ver esto que me he encontrado en el suelo de la cocina con la tarta quemada?

Carol venía partiéndose de la risa con mi sujetador en la mano. Con la excitación y las prisas se me había olvidado ponérmelo antes. Me llevé las manos al pecho y mi enrojecimiento nos delató. 

-Hermanita, es que tienes una cuñada muy fogosa. 


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Espero que os haya gustado el FLASHBACK. Ya que estamos os agradezco que leáis  y comentéis lo que escribo, porque me encanta. 

Y en especial quiero dar las gracias a @novelateconozco  porque no sólo me da algunas ideas, sino que también está siempre apoyándome y eso reconforta. Mil gracias, presi ;)
 (Y si no leéis su novela hacedlo, porque está muy bien) jjj 

jueves, 19 de junio de 2014

Capítulo 31.

Pasaron varios días y mi vida tenía que seguir adelante. Sin ella, eso era lo más complicado. Empecé las sesiones de rehabilitación para que mi rodilla se curara por completo. Cada mañana a las diez tenía que ir a la consulta y ver a mi nueva fisioterapeuta, Ainhoa. La chica rondaba los veinticinco años. La primera vez que la vi quedé asombrado por su altura, medía casi lo mismo que yo, y eso que mi estatura también era elevada. Era muy alta, pero su cuerpo era delgado y tonificado, me imaginé que practicaba deporte. Sus ojos eran marrones, su nariz respingona y su dentadura extremadamente blanca, rodeada de unos finos labios. La verdad es que era muy guapa. En la primera sesión me observó detenidamente cada milímetro de la rodilla y se extraño porque al parecer estaba peor de lo que debería. Obviamente no le conté que el motivo podría ser que había cogido el coche en varias ocasiones. Y a partir de ahí, las sesiones consistían en ir doblando grado a grado la articulación hasta que un día lograra plegarla por completo. No os podéis ni imaginar lo doloroso que era. Me da hasta vergüenza admitirlo pero todos los días soltaba alguna lágrima. Y si el dolor que me producía el tratamiento era fuerte, más aún lo era el provocado por la ausencia de Malú. Con la excusa de que me dolía la rodilla no salía de casa prácticamente nunca. Mi madre tras la discusión ni me dirigía la palabra y mi padre como mucho me enviaba algún mensaje, puede que mi madre le tuviera cohibido. La única que aparecía de vez en cuando para hacerme una visita era mi hermana. Estaba empeñada en sacarme a pasear para que me aireara. Llegaba de pronto a casa, obligándome a vestirme y salíamos a dar un paseo. Yo no aguantaba mucho andando, así que siempre terminábamos sentados en un banco frente a un estanque con peces y patos a los que echábamos trozos de pan.




Sí, como si fuéramos una pareja de ancianos sin nada mejor que hacer en su vida. Las conversaciones no eran muy fluidas. Yo le preguntaba sobre cuándo le daban la nota de Selectividad. Ella me preguntaba qué había comido ese día. Poco más. Sabía que Raquel estaba deseando saber qué me había pasado con la cantante, pero era prudente y ni siquiera tocaba el tema. Yo se lo agradecía de corazón, pero era obvio que eso no duraría mucho, y llegó el día en que explotó.

-Aitor, ¿qué ha pasado con ella?

La pregunta llego tal y como yo lo esperaba: desgarrándome algo por dentro. Tragué saliva en varias ocasiones intentando deshacer el nudo de mi garganta, pero era imposible.

-No sé si puedo decírtelo… - Tuve que ir recogiendo trozos de valentía para conseguir articular la frase.

-¿Tiene algo que ver con las noticias que están saliendo últimamente por todos lados? – preguntó.

Era cierto que desde que me fui de su casa enfadado cada día salía una nueva noticia sobre ella en la prensa, y todas relacionadas con Patricia. Un día las veían juntas en un restaurante, otro día decían que eran amigas desde la infancia, otro que tenían una relación oculta… Si encendía la televisión hablaban de ello, si compraban una revista igual y si miraba el portátil más de lo mismo. Era insoportable tener que verlas juntas continuamente. Lo que más me quemaba era la duda. No tenía ni idea de si seguían fingiendo para ocultar su antiguo noviazgo o era cierto y habían retomado la relación.

-Sí, Raquel. Esa chica tiene algo que ver.

Quizás no debería haberle dicho nada, pero era mi hermana y había estado apoyándome siempre. Mientras le contaba cada detalle sobre los motivos de nuestra ruptura ella me miraba alucinada. No se esperaba para nada que Malú pudiera haber tenido algo con Patricia. Era una de sus cantantes favoritas, por lo tanto sabía que existían miles de rumores. Pero era de las que no se creían que fuera lesbiana, y mucho menos después de saber que estábamos juntos.

Ese día nos quedamos en aquel banco más de lo normal. Raquel me dedicaba continuas palabras de consuelo y se había propuesto no dejarme marchar hasta verme sonreír. Según ella tenía que empezar a  conocer gente para salir de aquel abismo sin fondo en el que Malú me había dejado caer.

Cuando llegué a casa las farolas ya iluminaban las calles. Cené algo suave y me fui rápidamente a la cama. Las palabras de mi hermana me habían hecho pensar. Tenía razón. No podía seguir vagando sin rumbo el resto de días de mi vida. Tenía que hacer algo para cambiar mi actitud lo antes posible.

Y las novedades no tardarían en llegar. Al día siguiente me levanté temprano para seguir con el tratamiento. Abrí el armario para coger el chándal que llevaba últimamente, pero cambie de opinión. Si de verdad quería cambiar debía demostrarlo. Me puse unos vaqueros, una camiseta blanca básica y un los pies mis Vans negras. Cuando me estaba peinando me quedé mirando mi rostro en el espejo. Llevaba el pelo como a Malú más le gustaba… Pensé en peinarlo de otra forma, pero no. A mí me encantaba así y no iba a modificarlo por ella.

Entré a la clínica tan puntual como de costumbre. Al llamar a la puerta de la sala y escuché a mi fisioterapeuta dándome permiso para entrar.

-¡Menudo cambio! – Exclamó nada más verme. - ¿Dónde está el chándal al que me tienes acostumbrada?

-Alguna vez tendría que lavarlo. – Ambos reímos.

-Pues este cambio te sienta muy bien.

Me sonrojé un poco. Siempre lo hacía cuando alguien me alagaba. Le agradecí el cumplido y nos pusimos manos a la obra. Como de costumbre, el dolor era inconcebible. Pero ver cómo poco a poco podía doblar más la rodilla me reconfortaba. Según la chica, en un par de semanas podría hacer vida normal. Parecerá raro, pero tenía ganas de regresar a mis labores habituales y retomar mi trabajo en aquel bar perdido en la carretera. En las últimas semanas ni siquiera había pensado en ello porque solo tenía en mente pasar el máximo tiempo posible con la cantante, pero ahora que no estaba a mi lado me sentía vacío y sin nada que hacer.

-Bueno, pues ya estás por hoy. – Señaló mientras se limpiaba las manos con una toalla. – Mañana más.

-Sí, no me libraré jamás de este sufrimiento.

-Sí, hombre. – Dijo sosegadamente. – Ya te he dicho que dos semanitas.

Mientras yo me ponía los pantalones me extrañó que ella se estaba quitando la bata y cogió sus pertenencias.

-¿Te vas? – Pregunté.

-No tengo pacientes hasta las doce, así que me voy a tomar algo. – Me explicó mientras salíamos de la habitación. – Tenía otra sesión, pero me llamaron ayer a última hora para cancelarlo.

-Pues hasta las doce te falta un buen rato… - Miré el reloj y no eran más de las once.

-La verdad es que sí. ¿Por qué no vienes conmigo?

Me sorprendió el ofrecimiento de la joven. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue rechazar su oferta, me apetecía más tumbarme en mi habitación a recordar momentos con Malú. Pero era consciente de que lo único que conseguiría con eso sería seguir haciéndome daño. Además, tras la conversación con mi hermana veía las cosas de una manera totalmente diferente. 

-Perfecto. – Acepté. – Pero yo invito.

Llegamos a una cafetería cercana. Ella se decantó por un café con tostadas y yo preferí un Cola-Cao con galletas. La chica al ver mi elección se empezó a reír bruscamente.

-¿Tiene algo de malo que beba esto? – Pregunté haciéndome el indignado.

-Para nada. – Alzó la mirada hacia el techo y con el dedo índice comenzó a rascarse la barbilla. – Es solo que me has recordado a mi sobrino de seis años.

-Deja de reírte de mí. – Exclamé. – Mejor cuéntame algo sobre ti.

-Pues a ver… -Se quedó pensativa con la mirada perdida en el horizonte, poniendo una cara muy graciosa. 

-Me llamo Ainhoa, estudié fisioterapia…

-Vale, ahora cuéntame algo que no sepa. – Dije entrelazando mis manos sobre la mesa.

Tras reírse durante unos segundos, me empezó a contar cosas sobre ella. Al parecer tenía una hermana mayor casada y con un hijo. La chica se llamaba Beatriz y no tenían una relación maravillosa porque su madre había demostrado demasiados favoritismos hacía la mayor de ambas. Ahora se limitaban a quedar de vez en cuando para que Ainhoa pudiera pasar un rato con su sobrino. También me contó que tenía otro hermano de dieciocho años que iba a empezar a estudiar dentro de poco Filología Inglesa. Cuando nos quisimos dar cuenta era la hora de que la joven tratara a su próximo paciente. Pagué, tal y como había prometido, y la acompañe hasta su puesto de trabajo.

-Bueno, Aitor. – Dijo cuando llegamos al destino. – Muchas gracias por acompañarme en el desayuno.

-Gracias a ti, no tenía nada mejor que hacer.

Me aproximé a ella para darla un abrazo. Cuando nos fuimos a separar, nuestras miradas se toparon la una con la otra. Nuestros ojos empezaron a hablar y a tomar decisiones por sí mismos, y cuando me quise dar cuanta la tenía muy cerca. Quizá demasiado.

“Vivir, aunque el camino se derrumbe frente a mí,
Yo sigo y no me rendiré.”


domingo, 15 de junio de 2014

Capítulo 30.

De alguna forma que aún no recuerdo llegamos a la cama. Hacía rato que nuestros tacones se habían perdido y nuestros cuerpos tenían ganas de más. Estábamos imparables. En ese momento sólo podía pensar en ella y el deseo que me provocaba su cuerpo. Sus manos irrefrenables se deslizaban por mis piernas. Me quitó la camiseta, que hacia rato que sobraba, y se arrojó a mi cuello sin piedad. Notaba su ardiente lengua recorriéndome y me estremecía. Mientras ella volvía a adueñarse de mi boca yo trataba de desabrochar lo más rápidamente posible los botones de su camisa. El único sonido apreciable en la habitación era el producido por nuestros cuerpos. Con mis dedos, aún temblorosos, bajé por aquellas largas piernas sus ajustados pantalones. Ella hizo lo mismo, pero con mucha más destreza. Como era habitual, estaba segura de sí misma. Se notaba perfectamente quién llevaba las riendas en esa situación. Mis manos en su cintura. Las suyas alborotando mis cabellos. Cada segundo que pasaba era más difícil mantener una respiración regular.



 Se despojó de mi sujetador con un ágil movimiento. Antes de sumergirse en mi pecho me dirigió una intensa mirada, con la intención de que me perdiera en ella. Y lo consiguió. Sus ojos seguían siendo aquel laberinto del que no había encontrado la salida. A partir de ahí, solo me quedó disfrutar de cada escalofrío que producía en mí. Deslizó la punta de su nariz por mi vientre hasta llegar a una zona más íntima. Con unas manos decididas me quitó el tanga. Yo me dejaba hacer, no quería parar aunque sabía que debía. No tuvo reparo en acariciar mi sexo con su lengua. Y Jugó. Se divirtió con aquella parte de mi cuerpo sin ningún tapujo. Con frenesí. A diferentes velocidades. Ella sabía como me gustaba, se acordaba perfectamente. Sin ningún pudor. No tardó en hacer uso de sus audaces dedos. Se introducía en mí mientras me besaba. En el cuello. En la boca. Volviéndome loca. Mi vientre ascendía y descendía a gran velocidad. Estaba exhausta. Y justo en el momento en el que me hizo llegar al clímax unas lágrimas se deslizaron por mis mejillas. Emití un pequeño sollozo y Patricia levantó la mirada de golpe para observarme.

-Ey, ¿qué ha pasado? – Mi llanto, cada vez más severo, impidió que la respondiera. - ¿Estás bien? – Me senté con la cabeza entre las rodillas, hecha una bola. Ella se puso de rodillas a mi lado. - ¿He hecho algo mal?

-Soy yo… - Aún con la cabeza escondida cogí fuerzas para seguir hablando. – Esto no tenía que haber pasado.

-¿Por qué? - Me alzó la cabeza para poder mirarme a los ojos. – Escúchame. Lo que nosotras tenemos es único. Lo podrás negar todo el tiempo que quieras, pero lo que tú y yo hemos vivido juntas nunca lo vivirás con nadie. Te quiero, y quiero estar contigo todos los días de mi vida. Deja de engañarte a ti misma. Te cansarás de la aventura temporal que estás viviendo con Aitor y te darás cuenta de que ha sido un error.

Siguió hablando, pero yo no quería escuchar más. Cada palabra que decía era como una puñalada directa al corazón. Puede que tuviera razón. Eso era lo que dolía. Pero en esos momentos estaba tan fuera de lugar que no me lo planteé. Aún con lágrimas en los ojos, cogí mis cosas y me vestí velozmente. Necesitaba huir de ahí. Huir como llevaba haciendo toda la vida. Cuando no encuentro respuestas tiendo a desaparecer. Y odiaba esa parte de mí, pero no conseguía cambiarlo y atreverme a hacerle frente a las cosas. Bajé las escaleras a trompicones mientras ella continuaba dándome razones para que me quedara. La chica aceleró y se puso frente a mí.

-No te vayas.  – Suplicó.

-Lo siento.

Esquivé a la joven y salí de la casa. No podía ni mirarla a la cara. Al fin y al cabo, la culpa no era suya. La que tenía pareja y le había engañado era yo. Y lo peor es que no tenía motivos para hacerlo. Él era maravilloso y estaba colada hasta los huesos, pero algo insólito en Patricia me hizo caer rendida a sus pies aquella noche. Me maldecía a mi misma por no saber contenerme ante ella. Me sentía sucia por lo que acababa de hacer. Las lágrimas embadurnaban mis ojos durante todo el trayecto en taxi hasta casa. 

Al entrar me lo encontré dormido en el sofá, pero esto no duró mucho, porque cuando cerré la puerta se despertó de golpe. Corrí hasta él para abalanzarme a sus brazos.

-¿Qué ha pasado? – Dijo con una voz aún dormida.

-Lo siento, lo siento. – Empecé a darle besos por la cara hasta que me frenó agarrándome de las manos. Fijó sus ojos en los míos y volví a venirme abajo. – Yo no quería. No sé en qué estaba pensando.

-Malú, no te entiendo. – Su tono se había vuelto serio y estaba muy nervioso. 

-Patricia y yo…

No hizo falta que continuara hablando, supo perfectamente cómo iba a acabar aquella frase. Nos quedamos en esa posición hasta que se levantó y subió a la habitación. Fui tras él y le vi coger una mochila de debajo de la cama. Estaba realmente enfadado. En su semblante no quedaba ni una pizca de su habitual felicidad. Metió en la mochila algunas prendas de ropa que en alguna ocasión se dejó. No doblaba ninguna. Se limitaba a meterlas a presión una detrás de otra.

-¿Qué haces? – Pregunté.

-Me voy a mi casa. – Dijo con una voz serena, sin mirarme a la cara.

-No te puedes ir. – Me acerqué para abrazarle, pero me rechazó con despreció apartándome con el brazo.

-¡No me digas lo que puedo o no puedo hacer! – gritó. – Si estamos así es por tu culpa. La idea de que fingieras esa amistad con Patricia fue mía, porque confiaba en ti. No tenía miedo de que me engañaras porque pensaba que me querías. Pero ya veo que me equivocaba. Te doy libertad e intento ayudarte con tus estúpidos miedos a los periodistas y me lo agradeces así, tirándotela a la primera de cambio.

-Pero yo te quiero. – Susurré. – Tienes razón. He sido una estúpida. Pero déjame demostrarte que ha sido una tontería y que de verdad te quiero.

-Al final mi madre iba a tener razón. – Se acercó a mí. – Solo he sido un juego para ti. Eres una diva caprichosa que nunca podrá enamorarse de alguien como yo.

-Te estás equivocando.

-Míralo por el lado bueno, ahora podrás irte con ella.

-Es que eso no es lo que quiero. Yo quiero estar contigo. – Subí la voz todo lo que me permitió mi malestar. En realidad no sabía ni lo que quería, pero no podía dejar que se marchase. - Escúchame…

-No, ahora no tengo ganas ni de mirarte a la cara. – En ese momento sentí como mi corazón se hacía añicos. - No sé cómo he podido estar contigo. Y lo peor es eso, que yo sí te que te quiero y me tienes enamorado.

Se fue sin darme tiempo para intentar hacerle cambiar de opinión. Al marcharse dio un portazo que significó más que un simple golpe. Algo dentro de mí se hizo pedazos y recomponerlo sería muy complicado. Yo, que siempre había presumido de saber controlar mis sentimientos, ahora me encontraba derrumbada en el suelo. Descompuesta. No tenía ni siquiera energía para salir tras él. Lo único que me apetecía era llorar con la esperanza de que con cada lágrima se fuese una parte de la tristeza que me invadía. Ojalá las cosas no hubieran pasado así. Yo quería a Aitor, pero lo que Patri me hacia sentir me confundía. ¿Siempre sería así con ella? ¿Siempre sería mi debilidad? Recomponerme sería complicado. Tendría que acarrear con lo que yo misma había provocado.


“Porque te vas y caigo en un abismo donde no hay salida,
Porque te vas y se me acaba el mundo y mi mundo eres tú.”


martes, 10 de junio de 2014

Capítulo 29.

Como era de esperar, Patricia aceptó participar en el plan. Incluso se mostró entusiasmada cuando se lo conté. Le encantaba el riesgo y vivir nuevas experiencias, siempre me lo había demostrado. Ella se lo tomaría como un juego. Para empezar con nuestra pequeña farsa quedamos en vernos esa misma tarde y tomar algo por Madrid. A las seis iba a pasar a recogerme en mi casa y una hora antes yo ya estaba lista y con los nervios a flor de piel. Rosa y mi madre se fueron antes de comer y yo me quedé en casa con Aitor. Él también dijo de marcharse a su casa, pero me negué quizá por una razón un tanto egoísta. Quería que se quedara conmigo porque le necesitaba. Él era para mí como la clave. Sabía perfectamente qué hacer para verme feliz. Además, llegar a casa y que alguien te esté esperando con los brazos abiertos reconforta. 

-Gorda, para un poco. – Llevaba un buen rato de un lado a otro de la casa ante la mirada de Aitor, que jugueteaba con el móvil desde el sillón.

-No puedo. – Dije frenando en seco y atusándome el pelo por décima vez. – Estoy nerviosa.

-No es la primera vez que tomáis algo juntas.

-Joder Aitor, no compares. Ahora no estamos juntas y me juego mucho. – Me exalté un poco innecesariamente. – No sé si voy a saber hacerlo.

-Ya sé que no es igual. – Se levantó para ponerse frente a mí, agarrándome de la cintura. – Tómatelo como si fuera una merienda más con una amiga. Sé que no lo es, pero mentalízate. Y sobre todo relájate. Intenta tomártelo con naturalidad.

-Tienes razón. – Asumí.

En ese instante sonó el telefonillo. Era ella. Podía escuchar el bullicio de los paparazzis desde dentro. De nuevo mi corazón bombeando más de la cuenta.  Aitor me miró de una forma tan tierna que me llegó al alma. Me colocó uno de los mechones de pelo detrás de mi oreja y me dio un beso muy dulce. Quizá el más dulce de todos. Tratando de transmitirme toda la confianza que necesitaba. ¿Pero a quién quería engañar? Ver a Patri siempre me pondría la piel de gallina. Hay sensaciones que el tiempo no conseguía borrar, y recuerdos que se aferran a la memoria con todas sus fuerzas. Porque hay personas que pasan por tu vida dejando huellas de fuego, y Patricia es un de ellas. 

-Te quiero.

-Yo más, cari. – Dije. – Volveré lo antes posible. No te vayas eh.

-De aquí no me muevo. – Acompañó esa frase con una de esas sonrisas que calan.

Tomé aire y salí. Una marea de personas se abalanzaron sobre mí ametrallándome a fotos y preguntas. Me abrí paso como pude entre ellos y entré en el coche de la chica, con la mejor de mis sonrisas aparentadas. La saludé con dos besos y seguí el plan, tal y como habíamos ideado previamente. Bajé la ventanilla y rápidamente uno de los periodistas me acercó un micrófono.

-Malú, ¿qué piensas de la noticia sobre tu relación con ésta chica? – preguntó lo más precipitadamente que el movimiento de su boca le permitió.

-Tonterías, ya no saben que inventar. – Paré un segundo para sonreír y parecer amable. – Patricia es una amiga de toda la vida y punto.

Subí la ventanilla y le hice un gesto a la joven para que arrancara. En el camino hasta el centro me dediqué a explicarle lo que tendríamos que hacer con todo tipo de detalles. Ella me escuchaba atentamente con una sonrisa constante. No lograba entender cómo le gustaba tanto aquella historia que a mí me tenía de los nervios. También era una de las pocas veces en las que yo me dejaba ver por la calle sin intentar ocultarme.
Para mí sorpresa, todo estaba yendo como esperaba o incluso mejor. Algunas personas quisieron hacerse fotos conmigo, pero me trataron muy amablemente. No fue agobiante. Es más, fue fantástico estar de esa forma tan cercana con los fans. 

Y con Patricia no tenía quejas. Después de lo ocurrido la última vez me temía lo peor pero supimos mantener conversaciones distendidas. Al igual que Aitor, la fotógrafa tenía el don de tratarme tal y como necesitaba en cada situación. 

-Ni cuando estábamos juntas salíamos a la calle de esta forma... - Señaló antes de darle un trago a su refresco. 

-Hubiera sido arriesgar mucho, ya lo sabes. 

-Tienes razón. - Clavó su mirada en la mía y supe que iba a decir alguna frase de las suyas. De las que hacían temblar a cualquiera. - No pudimos hacerlo porque sabes no hubiéramos sido capaces de estar tantos minutos sin besarnos. 

Mis mejillas se colorearon de un rojo intenso en milésimas de segundo y una tímida sonrisa se dibujó en mi rostro, provocando la suya. 

-Tú y tus frases... - Murmuré. 

-Te encantan, ¿o no? - Pregunta sin respuesta, o por lo menos yo no supe qué contestar. Sólo rememoraba algunas de sus frases hasta que ella rompió el silencio. - Sabes que si quisieras te diría cosas bonitas cada día, como antes. 

-No es tan fácil...

-¿Por qué no, Malú? - Alzó un poco la voz. - Te quiero, y estoy segura de que tú a mi también me sigues queriendo...

-Eso no es suficiente. - Resoplé. 

-Mi abuela ya no está, vuelvo a Madrid...

-Patricia. - Sólo usaba su nombre completo cuando lo que iba a decir era serio. - No nos engañemos. Lo de tu abuela fue la gota que colmó el vaso, pero llevábamos un tiempo en el que la relación iba mal. - Agachó la cabeza y comenzó a hacer tirabuzones en su pelo. Fijé la mirada en mis manos para seguir hablando sin distraerme con sus movimientos. - Tú querías más de lo que yo podía ofrecerte. Eres increíble... y te mereces a alguien capaz de darte lo que yo no puedo. 

Un paparazzi que se había enterado de nuestra ubicación apareció en la cafetería con la intención de sacarnos información. En parte agradecí que interrumpieran la tensa conversación que estábamos teniendo. Habíamos hablado ya muchas veces sobre eso, y nunca podíamos ponernos de acuerdo. A mi siempre se me ocurría la misma pregunta a la que nunca era capaz de responder: ¿Podemos anteponer el amor a todo lo demás? 

Con la ayuda de Patricia me mantuve serena ante el periodista. De  nuevo la misma respuesta: “Solo somos amigas". Salimos del local pero, al parecer, la tarde no acababa ahí.

-Patri, te has equivocado. Es por esa calle. – Me sorprendió la confusión de la chica. Había hecho el recorrido a mi casa cientos de veces.

-Ya lo sé. – Sonrió sin dejar de mirar a la carretera. – Pero no vamos a tu casa.

-¿Y dónde vamos?

-A la mía.

-Anda, da la vuelta. Aitor está esperándome en casa.

-Que siga esperando. – Su sonrisa desapareció unos segundos para luego reaparecer con más ganas que antes. – Tengo algo que enseñarte.

Media hora más tarde estábamos ante un bloque de edificios de estilo moderno que yo no había visto nunca.

-¿Te has cambiado de casa? – Pregunté extrañada.

-Chica lista. – Me dio un toque en la nariz con su dedo índice y abrió la puerta del portal, haciéndome un gesto para que entrase. –Adelante, señorita.

Al entrar a su casa quedé maravillada. Era un ático precioso con una ambientación moderna. La iluminación era tenue y en las paredes había fotografías en blanco y negro, seguramente tomadas por ella misma.

-Puedes cerrar la boca. – Me presionó la mandíbula hacía arriba.

-Es precioso.

-Pues no has visto lo mejor. Espérame aquí.

Subió corriendo las escaleras que conducían a la planta superior. Yo aproveché para mandarle un mensaje a mi chico informándole de mi retraso. Contestó inmediatamente con un: “Tranquila, no me voy a ir. Te quiero.” Acompañado de múltiples emoticonos sonrientes y corazones. Era imposible no sonreír.

-¡Ya puedes subir! – Chilló la joven.
Y así hice. Si la planta de abajo me encantó, la de arriba más aún. A primera vista estaba su habitación. La cama era enorme, con sábanas blancas y detalles rojos, al igual que la pared. A un lado había un armario empotrado inmenso. Y al otro, una puerta que supuse que escondía el baño. Pero lo más impactante era la cristalera de enfrente. Ocupaba una de las paredes entera y daba al exterior, donde estaba Patricia. Me encaminé a la terraza y seguí observándola. Tenía una mesita con unos cojines que servían de silla alrededor. Me asomé a la barandilla y me quedé ahí un rato, observando el entorno. Estaba a punto de desaparecer el sol por completo y las vistas eran preciosas.

-¿Te gusta? – Se puso a mi lado.

-Es increíble. – Reconocí. - ¿Ya te has ido de casa de tus padres?

-Bueno, ya sabes que siempre he querido un ático. Invertí el dinero de mis últimos trabajos en esta joya. – Dijo refiriéndose a su nuevo hogar.

-Siempre se te ha dado bien la decoración. –Sonreí.

-A ti se te dan bien otras cosas. – Esa afirmación me llamó la atención. Me volví para mirarla.

-¿Cómo qué? – Pregunté intrigada. Ella se acercó a mí.

-Se te da bien cantar, posar en las fotos, bailar, cocinar esos macarrones con varios quesos que me vuelven loca… - Las dos nos empezamos a reír. Esa comida era mi especialidad. – Y sobre todo eres experta en una cosa.

-Sorpréndeme.

-En hacerme feliz.

Y sin más me besó. Había vuelto a tocar mi punto débil. Como ya he dicho antes, sabía manipular perfectamente mis actos. Y esta vez no había un timbre interrumpiéndonos.

“Toma mi corazón,
Llénalo de fantasías,
De ternura y pasión.”