lunes, 27 de junio de 2016

Mi camino (2x45)

A veces recorremos historias, cambiamos de dirección o decidimos saltarnos las señales. Todo trayecto tiene momentos de cualquier tipo: Risas. Lágrimas. Miradas de las que acaban bajo una sábana o de las que prefieren hacerlo con un portazo. Manos que se entrelazan o manos que solo saben dar golpes. Pies que vuelan o que se entierran en el suelo. Sueños cumplidos o pesadillas que nos persiguen. Susurros apasionados o amenazantes. Mares que se nadan o que solo ahogan. Tormentas para compartir manta o para helarnos por dentro. Todo se queda grabado y puede dejarnos tatuajes, heridas abiertas o cicatrices. Forma parte de nosotros, ya sea como debilidad o como fortaleza. 

Mi historia siempre ha tenido desvíos, subidas y bajadas, pero siempre supe que estaba en lo más alto cuando ella me acompañaba. Durante un tiempo la encontré esperando en cada acera. Ella para mi y yo siguiendo todas sus huellas. El problema vino cuando solo la encontraba tras la señal de "prohibido el paso". Ahí es cuando fui consciente de que era un error y evité sus pasos, aunque no dejé de querer encontrarla. Quizá por eso volvió y volví a sentir que con ella no había final y el camino estaba lleno de flores, niños riendo mientras saltan charcos y abrazos por la espalda.

Pero de nuevo las cosas no cuadraron, justo cuando ella tomó la salida de Los Ángeles y yo me quedé en Madrid. Así fue como ella empezó a volar con otras alas y yo lloraba porque las mías habían sido cortadas. Desde ese momento en adelante todas las carreteras están en obras y la única respuesta que alcanzo a resolver es la de cortar todos los lazos que nos unen.


Hace dos días que regresé de Los Ángeles. Dos días en los que el sol no ha vuelto a brillar para mí. Ese que prometía ser el viaje más emocionante de mi vida terminó siendo el peor de toda ella.

Hoy es viernes y debería estar preparándome para actuar. Sin embargo, las circunstancias personales me han hecho pausar temporalmente la gira. De momento lo justifico alegando una supuesta enfermedad que me deja fuera de combate al menos durante todo el fin de semana. Pero es mucho más que eso. Estoy totalmente rota por dentro y es la peor sensación del mundo. No puedo decir que sea la primera vez que experimento esta sensación, porque no lo es. Mi relación con Patri no ha sido fácil. No ha sido precisamente un camino llano, sino más bien un camino lleno de obstáculos que afortunadamente siempre hemos sabido esquivar para continuar. Pero ahora... Ahora siento que todo es diferente, veo el camino lleno de cristales rotos y sé que si sigo hacia delante voy a terminar desangrada.

La cabeza me da vueltas y he acabado con las existencias de helado de emergencia que guardo para ocasiones como esta. Dudo en llamar a mi hermano para que atraque el camión de Frigo y me lo traiga a casa, pero me contengo porque eso supondría tener que contarle todo.
Suena el timbre, creo por un momento que me ha leído el pensamiento. Me paro frente al espejo de la entrada y me sorprendo al ver que aun tengo peor pinta de la que me imaginaba. Me estiro la camiseta del pijama intentando arreglarla un poco y paso las manos por mi pelo con la misma intención. Abro la puerta y para mi sorpresa no es mi hermano. Son esos ojos verdes que tantas y tantas veces me han hecho perder la cordura. Y aunque nos separaban 9000 km de distancia, ni siquiera me sorprendo al verla.

— ¿Qué haces aquí?

— Tenemos que hablar… -dice con calma mirándome a los ojos. La miro sin saber muy bien qué decir ni qué hacer. Su aspecto no es mucho mejor que el mío. Su gesto es cansado y sus ojeras considerables. Pero está guapa. Siempre lo está— ¿Vas a invitarme a pasar o me vas a tener aquí toda la noche? -me mira arqueando la ceja derecha.

Tras sus palabras me aparto para dejarle paso. Entra directamente al salón, donde me espera de pie con gesto serio. No puedo negar que me alegro demasiado al verla allí de nuevo. En casa. En el lugar donde tantos momentos felices hemos pasado juntas. Esas cuatro paredes son como una caja llena de buenos recuerdos. Recuerdos que pase lo que pase siempre serán nuestros.

— ¿Qué haces aquí Patri? Te vas a arrepentir de esto y no quiero que después me puedas echar en cara que dejaste el trabajo de tus sueños por mí.

— Solo podría arrepentirme de dejarte escapar otra vez -dice acercándose mucho a mi. — Malú me da igual el trabajo, me da igual Los Ángeles, me da igual todo. A veces hay que priorizar y para mi tú eres lo más importante. Solo quiero estar contigo…

— Todo eso está muy bien, pero tal vez tenías que haberte dado cuenta antes de enfriar nuestra relación con engaños. -respondo apartándome de ella.

— Venga ya, Malú, ¿sigues enfadada? Lo de Nathan fue una tontería.

— No estoy enfadada, solo decepcionada. No existe nada peor que una relación con mentiras.

— Tienes razón, y lo siento. Lo he hecho mal. No más mentiras, de verdad. -vuelve a acercarse hasta que quedamos totalmente juntas. — Amor… -Pronuncia con un tono suave y extremadamente sexy mientras me acaricia la cara.

Ese “amor” en sus labios me desarma completamente. Puedo notar su respiración casi en mi boca y eso me pone especialmente nerviosa. Tarda muy poco en deshacer los pocos centímetros que nos separan y yo le respondo con suavidad al beso, aunque apenas permanezco dos segundos en sus labios. Ojalá pudiera quedarme toda la vida en ellos… Pero me separo y doy un paso atrás hasta apoyarme ligeramente en la mesa.

— ¿Y ahora se supone que tengo que creerte no? -pregunto. — Ni siquiera sé porque me sorprendo. Al fin y al cabo la distancia es lo que tiene. Primero me mientes, luego te besas con un tío...

— Ya te he dicho por enésima vez que entre Nathan y yo no hay nada. Me dejé llevar, estaba sola en aquella ciudad… él solo era un buen apoyo. -vuelve a acercarse hasta mi posición. Me deja en medio de sus piernas para impedir que pueda moverme.

— ¿Si solo era eso porque me lo ocultaste? -La corté en el momento en que me iba a responder para terminar haciéndolo yo misma. — No, espera, ya te lo digo yo. Me lo ocultaste porque sabías perfectamente en el juego en el que te estabas metiendo y en el fondo te gustaba.

— Te lo oculté por tus putos celos, joder. Porque sabía que esto iba a pasar –grita alejándose de nuevo.

— Y al final mis 'putos celos' -digo remarcando sus propias palabras — han resultado no ser imaginaciones mías. Baja la vista al suelo y se queda callada hasta que empieza a caminar sin sentido de un lado a otro del salón. Resopla un par de veces, se frena en seco y me mira a los ojos. Esa mirada…

— Le besé. Le besé después de que te marcharas de Los Ángeles. –Suelta sin pensarlo más. Y esa frase se clava en mí como un auténtico puñal. Sufro un pequeño bloqueo transitorio de palabras. Quiero decir tanto en ese momento que me quedo sin ellas y no soy capaz de pronunciar nada que tenga sentido. Nuestras miradas todavía no se han separado, pero ahora la mía solo expresa rabia. Aprieto los puños de ambas manos a la vez y es entonces cuando por fin soy capaz de disparar.

— Déjame adivinar, ahora es cuando me dices que te lo has tirado pero que tú no querías -río con sarcasmo.

— Malú no me jodas, jamás haría algo así. Joder sabes que te quiero –y un nuevo grito retumba en el salón.

— ¿Has tenido que meterle la lengua a ese tío para darte cuenta de que me quieres? –pregunto con el mismo tono de voz.

— ¡Joder, vale ya!

Me mira con cara de pocos amigos, me duele tanto esta situación. Tengo tantas ganas de tirarme en la cama y llorar hasta quedarme sin lágrimas que no sé como soy capaz de aguantar la compostura. Sé que me voy a romper en cuanto no la tenga delante. Igual que sé que esta noche nada puede acabar bien entre nosotras.

— ¿Sabes lo que más me jode, Patricia? Que mientras tú te divertías yo estaba aquí jodida, llorando por las esquinas por no poder tenerte. Y parece que solo he perdido el tiempo.


— No tienes ni puta idea de cómo estaba yo –dice ralentizando sus palabras mientras me advierte levantando el dedo índice. — Ni puta idea de cómo me he sentido todo este tiempo. ¿Qué coño te crees que hago aquí?


— Solo que tú tenías una mejor manera de sobrellevarlo… -me atrevo a decir y casi al instante me arrepiento de esa última frase.


— Mira déjalo, se acabó. Había olvidado que solo soy una piedra en tu camino. - Entonces la miro sin decir nada. El brillo de sus ojos aumenta por segundos, hasta que una lágrima asoma tímidamente por ellos y se desliza por su rostro sin freno. Trago saliva e intento contener las mías que hace un rato que están preparadas para salir. Una mezcla de sentimientos me recorre en ese momento, aunque no soy capaz de distinguirlos todos. Tiene toda la pinta de ser el final de esta conversación, y parece que también de esta historia que un día prometimos hacer interminable.— Pero tranquila, porque esta piedra se aparta de tu camino para que no puedas volver a tropezar con ella –pronuncia ahora sí con una serenidad impropia del momento. Y desaparece por la puerta bajo mi atenta mirada, que hace un rato que está perdida.


Sin más, me desplomo en la alfombra que cubre el suelo de la entrada de mi casa. De nuevo el frío y el no saber dar un paso por miedo a resbalarme con el hielo que hay detrás de cada posible avance y que suponga retroceder. En esta ocasión ninguna va a ir detrás de la otra. Ni ella va a subir de nuevo, llamar a la puerta y decirme que olvidemos este bache, ni yo voy a bajar corriendo para agarrarla del brazo e intentar retenerla. Por el contrario, pienso que ni siquiera tenía que haber vuelto porque si su intención era arreglarlo ha conseguido acabar de perderme, No hay arreglo para esta máquina para la que ni siquiera se fabrican piezas. Siento que haya dejado el trabajo por mi, que haya llegado a Madrid para hacerlo arder todo y que no me encuentre rendida a sus labios. Lo siento. Pero tengo claro que se acabó y que para que nuestros caminos vuelvan a tener sentido tengo que olvidarme de su estela. 

Y es que cada vez que un "vamos a arreglarlo" se posa en mis pensamientos, aparece un Nathan girando la esquina, diciendo cosas que no entiendo y haciéndome sentir engañada. Además, que Patricia me haya confesado que se volvieron a besar antes de abandonar Los Ángeles me ha destrozado por dentro y ha acabado con la última esperanza de poner una tirita a esta herida que se desangra. No logro entender cómo puede haberle dado juego sí, según dice, está locamente enamorada de mi, así como tampoco entiendo que le despertara el impulso de necesitar besarle por última vez. Por más que lo pienso no podría ni imaginarme besando otros labios que no sean los suyos. Pero también sé perfectamente que tengo que hacer que esa sensación cambie si quiero rehacer mi vida. Me lo merezco. 

De pronto, en el peor momento posible, mi teléfono suena. Limpio las lágrimas de mi rostro y me levanto sin muchas ganas para cogerlo. Es Rosa. Cómo no, la última persona a la que me apetece escuchar. No quiero ni oír hablar de trabajo. Decido no contestar, pero un segundo después la pantalla vuelve a encenderse y resignada hago lo que no puedo evitar.

-¡Hola, Malú! ¿Qué tal? Te traigo buenas noticias. Espero que te encuentres mejor porque... - Habla muy rápido y desconecto antes de que pueda saturarme con sus planes sobre gira, programas o lo que sea. - ¿Qué te parece?

-No...

-¿No a qué?

-No a todo. - Hay un pequeña pausa en la que yo me bloqueo y ella espera que siga hablando. - No estoy mejor, Rosa. No puedo hacer el mes que viene el concierto que cancelé ayer. Ni siquiera me siento capaz de subir un tacón en ningún escenario de ninguna provincia de España. 

-¿Se puede saber qué estás diciendo?

-Que lo dejo. Lo dejo. Dejo mi carrera musical.

-¿Qué? - Prácticamente es un grito lo que me llega desde el otro lado del teléfono. - Eres la mejor artista de España, estás abriendo mercado hacia fuera, tienes miles de fans que esperan ansiosos verte en la televisión o en los conciertos... No puedes dejarlo.

-Puedo y necesito dejarlo. Lo siento, pero creo que no es bueno para mi que siga haciéndolo. No puedo dar de mi tanto como me gustaría y para hacerlo mal. prefiero parar. Al menos hasta que encuentre algo a lo que agarrarme y me sienta capaz de volver a cantar. 

-¿Y cuándo será eso? ¿Qué hago yo con toda la gira? ¿Sabes lo duro que sería volver si lo dejas ahora?

-No lo sé, no lo sé. Di la verdad, si quieres. Que he terminado con quien creía que era el amor de mi vida y no encuentro el sentido de mi vida, ni mucho menos a subir a los escenarios. Di que estaba con otro mientras yo la echaba de menos. Di que ha vuelto y solo ha servido para que todo se rompa en miles de pedazos irreparables. Y, sobre todo, di que no soy capaz de perdonarla, aunque tampoco sé estar sin ella. Que yo he acabado cuando lo ha hecho la pareja.

Cuelgo el teléfono de golpe en un estado de nervios que me hace temblar y llorar como no lo había hecho hasta el momento. Quizás es porque, ahora sí, me he dado cuenta de a dónde hemos llegado y de que es cierto que no vamos a volver. ¿Y cómo voy a seguir con mi vida si siento que se la ha llevado el cerrar la puerta por la que se ha marchado? El móvil sigue sonando pero mis sentidos están bloqueados. Como puedo, llego al suelo y me encojo, escondiendo la cabeza entre las piernas y apretando fuerte los brazos. La música de llamada sigue sonando, pero cada vez parece estar más lejos. Cierro los ojos con fuerza como si pudiera cerrar el paso de las lágrimas. Ilusa. Rato después, no sé cuánto, alguien llama a la puerta. Otra vez parece como si fuera lejos, como si el sonido llegara distorsionado o desde otro mundo. Mi cerebro quiere ir pero mi cuerpo no responde a ningún estímulo. Empiezo a ver todo borroso, pero siento cómo unas manos me agitan cogiéndome de los hombros. No sé quién es, pero tiene la suficiente fuerza como para cogerme en brazos y llevarme hasta lo que supongo que es el baño, porque me quita parte de la ropa y me mete directamente en la bañera, sentada en la cerámica. 

El agua fría sirve para que poco a poco vuelva a ser consciente de todo lo que me rodea. Mis sentidos se reaniman. Mediante el gusto percibo la sequedad que se queda en la boca tras llorar desconsoladamente durante tanto tiempo. El olfato me descubre el champú recién impregnado en mi pelo húmedo, y es lo mejor que he sentido durante horas. El tacto despierta cuando noto la suavidad del albornoz en el que estoy envuelta. La vista me ofrece la respuesta de quién me ha ayudado: es mi hermano el que está tumbado a mi lado en la cama, acariciándome el cabello. Lo que más tarda en llegar es el sonido.

-¿Cómo te encuentras? - Pregunta.

-¿Por qué has venido? No creo que fuera casualidad...

-Ella me llamó preocupada... - Confiesa. Cierro los ojos. No quiero volver a caer en el estado en el que había estado minutos antes. - Estaba muy mal, Malú. Ha dejado el trabajo...

-Lo sé, lo sé todo. - Me interrumpe. - Y yo acabo de decirle a Rosa que no quiero volver a subirme a un escenario.

-¿Cómo? - Sus ojos se abren de golpe. - ¿Vas a cancelar la gira?

-Lo siento, lo siento mucho... - De nuevo el salado sabor de las lágrimas en mis labios. - No puedo seguir, lo siento.

-Ven, ven aquí. - Abre los brazos y me cobija entre ellos. - Todo va a ir bien.

Sus palabras de consuelo están lejos de parecerme que se pueden cumplir. ¿Cómo va a ir bien si no tengo ni mi música ni a ella? ¿Hay algo que pueda devolverme las ganas de vivir? Por ahora, solo siento como los cimientos de mi camino caen, se desploman tan fuerte que asustan. Y no está ella con sus poderes para mantenerlo todo bajo control. 


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¡Hola a todos y a todas! Perdonad la tardanza, una vez más. Solo comentar que toda la parte en la que Malú y Patricia están juntas en este capítulo es de Marta. Ya no sé cómo darle las gracias por ayudarme tanto y escribir las escenas de mi novela como si fuera suya. 

Y gracias a todos por leer. ¡Ya sabéis que podéis comentar, poner verde el capítulo, decir que os gusta o lo que sea mediante las redes!