viernes, 29 de agosto de 2014

ME COMPONES Y DESCOMPONES. (2x07)

Cuando un cristal se rompe, miles de partículas salen disparadas en todas las direcciones. Se forman millones de diminutos trozos, cada uno con una forma diferente. Y se pierden. Son tan pequeños que volver a recogerlos todos y unir las partes para recomponer el modelo inicial sería imposible. Además, el golpe no sólo rompe el cristal en sí, también golpea y se clava en todo lo que le rodea. Pues así me siento yo, como ese gran cristal inicial que se ha quebrado. Destrozada y con miedo de hacer daño a quien me rodea, porque estoy segura de que si alguien intenta tratar conmigo la pagaría injustamente con esa persona. 



Tras la fiesta de cumpleaños me metí en casa, concretamente en mi cama, y dejé que el tiempo y las lágrimas arrasaran con el malestar que me invadía. Apagué los teléfonos, bajé las persianas y comí helado de chocolate como una loca. Y lo peor es que no sé en qué momento exacto llegamos a esto. ¿Cuándo los celos hacia alguien que ni siquiera conozco han puesto a temblar la estructura de nuestra relación? Soy una celosa y lo tengo asumido. Pero que prepares una fiesta para tu novia y a la mitad se vaya porque su ex se ha emborrachado no le sienta bien a nadie. Y decidí que era mejor pasar del tema y divertirme, porque no podía dejar que esa chica me arruinara la noche. Pero cuando Patri volvió y se puso a bailar conmigo cambié de opinión. No sé el motivo, pero mi cerebro volvió a tener un arrebato. ¿Acaso se creía que podía hacerme eso y que la recibiera como si no hubiese pasado nada? Juro que me apetecía besarla cada milímetro de la piel, y acabar la noche en la cama juntas, pero no podía. Quizá orgullo, quizá celos o probablemente indignación. Pero sentía que no era lo correcto. Me tragué las ganas que tenía de embriagarme de ella y me fui a casa. Sola y con los ojos humedecidos. Es de esas situaciones en las que sabes que es mejor no darle vueltas al tema, pero tu cerebro no puede pensar en otra cosa. Me encantaría saber cómo está Patri. Con ella nunca se sabe. Es de esas personas que, cuando la conoces, te das cuenta de que nunca la conocerás. Y puede sonar inconcebible, pero es así. Puede que esté llorando a moco tendido, ahogándose con sus propias lágrimas. O puede que haya preferido pasar del tema y dormir como si nada. Una parte de mi no quiere que esté mal, pero por otro lado si estuviera bien me sentaría peor. No sería justo que yo llorara por su culpa mientras ella reía. 

Suena el timbre de casa, pero lo ignoro y me tapo con las sábanas hasta la cabeza. Vuelven a llamar y mi respuesta es esconder la cabeza bajo la almohada. No quiero que nadie interrumpa mis momentos de miseria emocional. Llaman una vez más, esta vez añadiendo golpes bruscos a la puerta. Me levanto de mala gana y bajo los escalones a trompicones, deseándole la muerte a la persona que esté molestando. Abro la puerta sin ni siquiera preguntar y me encuentro a una de las personas que menos me espero.
 
-Joder, tía. Qué pintas. - Me dice directamente. Miro mi cuerpo de pies a cabeza para descubrir que tiene razón. Voy descalza, con un pantalón corto deportivo y una camiseta blanca de tirantes, con restos de helado. Llevaba una coleta mal hecha y no me veo la cara, pero estoy segura de que nadie me libra del maquillaje corrido y las ojeras. - ¿Me vas a invitar a pasar?

- No. - Suspiro. - Sólo quiero llorar y seguir comiendo hasta ponerme gorda.
 
-Bueno... Bollodrama a la vista. - Vanesa aparta mi mano del marco de la puerta y entra sin permiso. - Venga, ponme un café y cuéntame lo que ha pasado.

No me apetece preparar un café y sentarme a contar mis penas porque hace unos minutos no me apetecía ni salir de la cama. Voy a la cocina. Observo el reloj y me doy cuenta de que había perdido la noción del tiempo y del espacio, porque son más de la una y yo no sé ni en que mundo vivo. ¿Mundo? No puedo denominar así a un lugar donde no esté ella. Puede que esté dramatizando demasiado. Al fin y al cabo no llevamos separadas ni veinticuatro horas. Pero es que tengo el presentimiento de que la cosa va peor de lo que ambas esperamos. Y ojalá me equivoque y en unas horas volvamos a devorarnos la una a la otra, pero lo veo lejano. Deposito la bandeja con un par de cafés en el salón y me siento al lado de Vanesa. Se lo cuento absolutamente todo. Entre lágrimas y un dolor en el pecho que me mata. En ella sé que puedo confiar. Sus consejos son tan buenos como sus canciones. Cuando termino me abraza hasta que la respiración se me regula. 



-Sois las dos igual de tontitas. - Murmura. - Una por celosa y la otra por orgullosa. 

-¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejarlo pasar como si nada?

-No, tendríais que haber hablado como adultas y dejar a un lado los bailecitos provocativos. - Se me escapa una leve sonrisa al recordar cómo a Patri se le caía la baba anoche al verme en la pista. - ¿De verdad crees que Patri te engañaría con ella?

-Pues no... - Confieso. - Pero tampoco veo normal que la proteja así. Que en cuanto la vio liarse con el chico ese le faltó tiempo para salir corriendo de la fiesta y llevársela. 

-Llámala. - Me tiende mi móvil que ha cogido de la mesa. No sé qué responder. Me da miedo llamar, porque me da miedo saber cómo estará ella. - Lo que os pasa es que no habláis del tema. Pensáis muchas cosas pero no os las decís. 

Vanesa ha dado en el clavo. Cuando se trata de decirnos que nos queremos lo hacemos sin problema, hasta el punto de llegar a ser empalagosas. En cambio, cuando hay que tratar temas difíciles, nos cortamos. Las palabras no salen con toda la facilidad que deberían. Nuestros corazones hablan, pero lo que dicen no llega a salir de entre nuestros labios. 

-Llámala tú. - Se lo digo y me mira alucinada. Niega rápidamente con la cabeza y me dice que soy una cobarde. - Vane, por favor. - Pongo morritos. - Sólo tengo miedo de escuchar su voz... Tú le preguntas cómo está y, si no hay nada raro, llamo yo desde mi móvil. 

-Malú, que no. - Ella se puede negar lo que quiera, pero yo siempre me salgo con la mía. Acaba marcando su número mientras refunfuña. - ¡Hola! ¿Dónde andas? - Saluda con una sonrisa en los labios que rápidamente desaparece. - Pero rubia, ¿no empiezas el trabajo con Dani en dos días? - Silencio. Largo silencio en el que Vanesa escucha atentamente las palabras de mi chica, mientras yo empiezo a comerme los uñas y acabo clavándome los dientes en el puño. - Lo que tú veas, pero que sepas que sois las dos unas orgullosas. Deberíais dejar las tonterías y hablar. - Cruzan un par de palabras más y se despiden cariñosamente. 

-Bueno, ahora la llamo yo... - Me estiro hacia mi móvil pero mi amiga me frena. 

-No hace falta... 

-¿Por? No te entiendo. 

-Mejor habláis cuando vuelva. - Dice mirando hacia otro lado. 

-¿Cuándo vuelva de dónde? - Se aparta el pelo de la la frente y coge mis mano. Me observa fijamente los ojos con una mirada que sólo transmite dolor, miedo y dudas. 

-Prométeme que cuando te lo cuente vas a estar tranquila, no te vas a poner nerviosa y no vas a pensar cosas que no son. 

-Vanesa, te prometo lo que quieras, pero cuéntalo ya porque me estás asustando. - Traga saliva y yo noto un nudo en la garganta del tamaño de un balón de fútbol. 

-Patricia se ha ido a Valencia. 

-¿Valencia? - Se me ocurren miles de opciones en apenas unos segundos. Y confieso que cada cual me gusta menos. Me tiemblan las manos. - Haz el favor de explicarte bien. 

-Se ha ido a Valencia un par de días, hasta que empiece a trabajar, porque quiere despejarse. 

-No me jodas. ¿Y se va así? ¿Sin más? 

-Al parecer lo decidió a última hora. 

-Además, no entiendo nada. ¿Por qué Valencia? ¿Y qué va a hacer allí sola? - Hablo tan rápido que ni yo misma me entiendo. Resoplo y me seco en el pantalón las manos empapadas por el sudor. 

-Es que no va estar sola... - Masculla entre dientes. Abro los ojos y cierro el corazón con fuerza. Todo cuadra ahora. Tengo delante el por qué se ha ido sin avisar y a última hora. 

-Marta... -Asiente y le da un sorbo a su taza. 

-Malú, ya sabes cómo es Patri... Le habrá dado un venazo y se ha ido. No le des más vueltas...

¿No darle más vueltas? Es imposible. Me siento sin vida. Le pido a Vanesa que se vaya a casa. No le cuesta entender que lo que más necesito es estar sola y llorar sin compañía. Me dice que me llamará pronto para ver cómo estoy. Entonces me siento en el suelo del salón y me pongo a recordar lo que hemos vivido en las últimas horas, con la intención de aclararme y darme cuenta de por qué estamos así. Todo iba genial. Compartíamos esa falta de cordura propia de los enamorados que pocos entenderían. Y de pronto llegó Marta apartando a mi novia de mi. La chica no ha hecho nada, al menos que yo sepa, pero Patri la trata de una forma que me confunde. Luego llegó la fiesta de cumpleaños, que empezó siendo inmejorable y acabó estropeándose por peligro de inundación a causa de las lágrimas. Nos fuimos cada una a nuestra casa, yo a llorar y ella... ¿Ella a hacer planes con su ex? Estoy decepcionada. Porque lo que realmente esperaba era que apareciera en mi casa y me dijera que nunca iba a querer a nadie tanto como a mi. Me sacaría una sonrisa como otras tantas veces y nos besaríamos para olvidar los enfados anteriores. En cambio, no ha sido así. Ha preferido irse a disfrutar con Marta en vez de arreglar las cosas conmigo. Ya sabemos que, para bien o para mal, Patricia siempre sorprende. 

No sé cuanto tiempo paso ahí sentada. Ni siquiera me lo planteo. Pero si no quiero convertirme en parte del decorado de la casa necesito moverme un poco. Así que voy a la habitación para ponerme un chandal y una gorra que oculte un poco mi rostro, cojo a mis perros y me voy a dar una vuelta. Creo que ellos son los que mejor me comprenden. Cuando me ven coger las correas se abalanzan sobre mi dándome lengüetazos por todas partes y sacándome alguna sonrisa. 


No os imagináis lo desastroso que es salir de paseo con cuatro perros tan inquietos como los míos. Danka, Lola, Rumba y Chispas, el nuevo. Cada uno anda en una dirección, cruzan las correas y hacen que pierda el equilibrio. Como no me apetece ir a un sitio lleno de gente, niños y más animales, paso del parque. Ando sin prisa pero sin pausa durante más de una hora hasta que llego al inicio de la montaña. Allí hay un pequeño camino, árboles y rocas. Es un buen sitio para soltar a mis bichos. 



Les dejo correr de un lado para otro mientras juegan con la pelota, y oh me siento en una gran piedra. Entonces, en un momento de poca coherencia, se me ocurre encender el teléfono. Mensajes, llamadas perdidas, WhatsApp's, correos... Llevaba demasiadas horas apagado. Observé las llamadas perdidas en primer lugar. Mi madre, Vanesa, José, Rosa, Vero y, lo que más me hizo temblar: Patri. De las 34 llamadas perdidas, 12 eran suyas. Sacudí la cabeza, como si fuera a servir para algo, y abrí WhatsApp. Cientos de mensajes de muchísima gente me esperaban, pero mi mirada se fue directamente a su nombre. 16 mensajes suyos. Iba a abrirlos cuando me sobresaltó una llamada entrante. Mi madre. 

-Dime, mamá. - Dije con desgana. 

-¿Se puede saber dónde te has metido? - Chilla con ganas. - Llevamos desde esta mañana intentando localizarte y no nos daba señal ni el fijo ni el móvil. ¡Estábamos preocupados! Hace un rato ha ido José a tu casa a buscarte y todo...

-Vale. Para, para... - Ruego. Habla demasiado y demasiado rápido, haciendo que mi dolor de cabeza reaparezca. - Lo siento. 

-Y dile a mi nuera que tenga el teléfono a mano, porque a ella tampoco hay quién la localice. Seguro que estáis juntitas, tan tranquilas, ajenas a todo. 

-Mejor se lo dices tú si es que la encuentras...

-¿Tú tampoco sabes dónde está? - Quiere saber extrañada. 

-Sí. Bueno... Más o menos. - Pongo los ojos en blanco. - La cosa es que yo tampoco he hablado con ella. 

-¡Ay! ¿Os habéis peleado? - Masculla cosas sin sentido al otro lado del aparato. - Seguro que es por una tontería, os conozco bien...

-Mamá, no quiero hablar ahora del tema. Cuando pueda te llamo. 

Ella quiere saberlo todo pero yo no soy capa de contar nada. Se queja, pero acaba colgando de mala gana. Sabe que no va a sacarme información hasta que me tranquilice. Me llevo las manos a la cabeza. Duele tanto que parece que va a explotar. Y sé que voy a salir perdiendo pero sucumbo a la tentación y miro los mensajes de Patri. 

-"¿Cómo has pasado la noche?", "No puedo dejar de pensar en ti", "Sé que las dos estamos mal, y es por una tontería. ", "Enciende los teléfonos, cielo.", "Tengo que hablar contigo", "Me vas a odiar, pero me voy a ir un par de días. Espero que cuando vuelva podamos hablar más relajadas.", "Sabes que eres la única."

Esos eran algunos de los mensajes que intercalaba con 'te quieros'. Sabía que al leerlos me la jugaba, y así ha sido. Las heridas de mi pecho sangran a borbotones, y yo no tengo ni idea de dónde conseguir vendas o medicamentos que las curen. Ella es la única que puede hacerme sanar. Pero no está y no sé si cuando vuelva sus besos tendrán la misma eficacia. Patri tiene la capacidad de provocar en mi todos los sentimientos imaginables en sus dosis más extremas. Me compone y luego me descompone, o viceversa. Los perros se acercan, como si supieran que lo estoy pasando mal y necesito de sus mimos. Lamen las lágrimas que quedan en mis brazos y acercan sus cabezas a la mía. De pronto, los ladridos son mucho más fuertes sin razón aparente. Salen corriendo a mis espaldas. 

-Eh, parad, parad. - Dice entre risas la persona a la que están visto y les ha causado esa locura. - Sí, soy yo. 

martes, 26 de agosto de 2014

CÓMO LA CAGUÉ CON MARTA. (FLASHBACK)

Narra Patricia. 

-Misifú, ven aquí. - Dije lanzando besos desde la cama de mi chica. 

-¿Tanto te cuesta llamar a mi gato por su nombre? - Reprochó Marta. 

-Todos los gatos se pueden llamar Misifú, es como una norma. - Me subí a horcajadas sobre su cuerpo aún desnudo. - Igual que todos los perros se pueden llamar Tobby. 

-¿Entonces para qué dedico yo mi tiempo a elegir un nombre? - Sus manos se deslizaban por mi espalda mientras trataba de ocultar una sonrisa. 

-La verdad es que no lo sé. - Hice como que meditaba. - Porque eres tonta. Ese tiempo tendrías que haberlo aprovechado estudiando, que en una semana empiezas los finales. 

-No me lo recuerdes, cabrona. - Me atrajo hacia ella para morderme la oreja. Siempre lo hacía. Al principio me quejaba, pero más tarde acabó siendo motivo de risas. - Ya me reiré yo de ti cuando empieces con tus exámenes de fotografía...

-Ay, qué nervios. - Me dejé caer a su lado, entrelazando nuestros dedos. - ¡Sólo me queda un mes para empezar el curso!

-¡Hija, ya estamos aquí! - Gritaron desde fuera tras el ruido de unas llaves. Marta y yo nos miramos con los ojos como platos. Desnudas, con las sábanas revueltas y sin excusas preparadas para posibles interrupciones. Me levanté rápidamente a trompicones para vestirme.

-¿No decías que llegaban a las siete? - Susurré exaltada. 

- Pues se habrán adelantado. - Imitó mis movimientos y en menos de un minuto ya teníamos puesta la ropa. El pelo lo llevábamos tan revuelto como la cama, pero nos faltaba tiempo para tantos arreglos. 

-¿Sigues estudiando, hija? - Mi suegra abrió la puerta de golpe quitándome del susto el poco aliento que me quedaba. Nos miró de arriba a abajo y luego observó toda la habitación. Cazadas. Las madres tienen un sexto sentido para esas cosas. - Siento interrumpir, chicas. Creía que...

-¿No llegabais a las siete? - Interrumpió Marta. 

- Si, pero ya sabes cómo es tu padre... - Puso los ojos en blanco. - Dice que ya está cansado de dar vueltas por un centro comercial. 

-Pues ya podríais haber avisado...

-De avisar nada. Lo que tendrías que hacer sería estudiar. - Yo observaba la situación entretenida, sintiendo que no pintaba nada ahí en medio. Y así tendría que haber sido, pero Marta abrió la boca para cambiar las cosas. 

- Es que Patri ha venido a por unas cosas y al final nos hemos entretenido. 

- ¿Yo? - Fue lo primero que alcancé a decir. - Pero sí has sido tú la que me has dicho que estabas cansada de los apuntes y que viniera a hacerte una visita. 

- Me da igual quién haya sido. - Nos llamó la atención su madre. - Las dos sois igual de culpables. - Fue a salir de la habitación, pero cuando estaba a punto de cerrar la puerta se dio la vuelta y nos miró con una sonrisilla. - Y cuando queráis intimidad sólo tenéis que pedirla y os quitáis de sustos, no seáis tontas. 

La mujer cerró la puerta e hice que un cojín impactará en la cara de mi chica. Abrió la boca y los ojos en la misma medida e instantes después la tenía empujándome sobre la cama. Empujones, cosquillas y risas que seguro que se escuchaban hasta en el edificio de al lado. Cuando me di cuenta del escándalo que estábamos formando le tapé la boca con mi mano y conseguí que dejara de gritar, aunque me llevé un buen mordisco. Se sentó en mi vientre a la vez que se quitaba el pelo de la cara. Su intensa mirada se complementó con una pletórica sonrisa que me transportó a otro mundo. Su mundo.

-No le digas a tu madre esas cosas porque me va a coger manía... - Murmuré seriamente. 

- A ti no se te puede coger manía. - Me dio un beso en la frente. - Besas tan bien que se me olvidan tus cagadas...

-Ya, pero a tu madre no la beso. 

-Pues deberías. - Bromeó. 

-Ni de coña, bastante tengo con la hija. - Pellizcó mis caderas haciendo que me retorciera. 

-No hace falta que la beses, con que sonrías la tienes ganada. Como a mi. 


No sé cuánto durará lo que siento. No sé si seguimos el camino correcto. No sé a dónde vamos a llegar. Lo único que tengo claro es que mis días empiezan y acaban en ella. Estamos amando como adolescentes, que es lo que somos, sin pararnos a pensar en los porqués y las repercusiones de nuestros actos. Nada importa. Ella la caga. Yo la cago. La cagamos juntas. Pero cuando tenemos que reparar lo dañado somos una. Y volvemos al que pensamos que es el buen camino. Prácticamente todo es perfecto. Supongo que es amor eso de perdonar cualquier cosa con unas simples caricias. Aunque tampoco me he parado a pensarlo. ¿Qué es el amor? ¿Acaso podemos definir algo tan grande con simples palabras? Yo no me atrevo. El amor son sentimientos plasmados en hechos. Me limito a vivir cada momento que paso a su lado como si fuese el último porque pienso que es la mejor forma de ser feliz. También soy consciente de que a su lado me vuelvo loca. Mucho más de lo normal. En el año y medio que llevamos juntas nos ha dado tiempo a perder la cabeza en muchas ocasiones. Desde escapadas a la playa sin informar a nadie hasta salir huyendo de restaurantes por escándalo público. Porque ese era uno de nuestros juegos: ir a un lugar lleno de gente y simplemente besarnos apasionadamente, sin tapujos. Frente a la pantalla del cine, en una cama del Ikea, en la puerta de un colegio... Todos esos lugares habían sido testigos de nuestro juego. La adrenalina te sube de una forma descomunal cuando te persigue un guardia de seguridad o te grita un padre escandalizado. Sin riesgo no hay emoción, y sin emoción no hay vida. 

Desde que nos conocimos en la discoteca no nos habíamos separado ni dos días seguidos. Pasábamos juntas las horas en las que el sol reina en el cielo y, en muchas ocasiones, también cuando lo hace la luna. Quizá en exceso. Yo seguía trabajando en el mismo local aunque no lo soportaba, pero en la familia se seguía necesitando mi dinero. Y Marta me acompañaba al trabajo absolutamente todas las noches. Nunca faltaba, aunque tuviera que cancelar planes para asistir. Pero decía que no era un trabajo seguro y si me acompañaba se quedaba más tranquila. Y yo no se lo impedía porque con ella en la barra me sentía mejor. Además, mi chica tenía razón: los chicos borrachos y el mundo de la noche no estaban hechos para mi. Lo odiaba. A su lado se pasaban más rápidos los minutos. Hasta que llegó el día en el que decidí que no podía depender más de Marta para salir, porque no sólo pasaba en el trabajo, sino que tampoco iba de fiesta si no era con ella. Y no era porque me molestara, sino porque me hacía sentir frágil tener que recurrir a alguien para sentirme segura en una discoteca. 


-Me voy a casa. - Apartó la cabeza de sus apuntes y me miró. Se levantó y me dio un beso en los labios. 

-Luego te veo en el local. - Suspiré. Tenía que decirle lo que pensaba, aunque supiera que escucharlo no le haría gracia. Cogí aire buscando desesperadamente algo de valentía y me dispuse a hablar. 

-No vengas hoy. - Se separó con un pequeño paso y me observó con el ceño fruncido. 

-¿Cómo?

-Quédate estudiando, no te preocupes por mi. 

-Nena, no voy a estudiar por la noche. - Sonrió tímidamente. - Voy y así me despejo, no te preocupes. 

- Marta. - Si no me dejaba de rodeos no conseguiría nada. Miré sus pupilas directamente. - No quiero que vengas. 

-No te entiendo... - Sacudió la cabeza y se apartó de mi varios pasos. Intenté descifrar su rostro, pero no supe. Su mirada se perdía en algún lugar de la habitación. - ¿Te has cansado ya de mi?

-No es eso. - Hice un intento de acercarme a ella, pero retrocedió. - Solamente quiero hacer las cosas yo sola, sin depender de ti. 

-Yo siempre he ido a tu trabajo porque sé que no te gusta y pensaba que verme allí te alegraba. 

- Y así es. Pero eso no tiene nada que ver con lo que te estoy queriendo decir. Quiero ser más libre. 

-¿Quieres ser más libre o quieres tener la libertad de liarte cada noche con una?

-¿Qué cojones dices? - Exclamé. - ¡Entiéndeme! ¡Pasé de hacerlo todo sola a hacerlo todo contigo!

-¡Es lo normal cuando tienes pareja!

-¡A lo mejor no estoy preparada para tener pareja! - Grité e inmediatamente me arrepentí. Ambas nos quedamos bloqueadas varios minutos con la vista perdida en en el suelo. - Sólo te he pedido una noche...

-Vete. - Dijo seca. Alcé la mano para llegar a sus labios, pero me apartó la cara. - He dicho que te vayas. 

-Cuando se te pase la tontería nos vemos. - Cogí el bolso. - Que te den. 

Me fui de la casa dando un portazo y sin despedirme de nadie. Sus padres me observaron alucinados cuando salí, así que supuse que la discusión se había escuchado por toda la casa. Me podía la impotencia. ¿Tan difícil es de entender que quiera superar mi miedo a salir sola? Yo lo veía como una forma de madurar, y me ponía realmente histérica que Marta se imaginase cosas que no eran. A mi también se me fue de las manos la discusión al decir que no estaba preparada para tener una pareja, pero me salió sin más. Son esas cosas que dices sin pensar y sin motivos. Pero ella tampoco había puesto mucho de su parte por comprenderme. Era la discusión más fuerte desde que empezamos a salir.

Con ese mismo mal genio llegué por la noche al trabajo. Sola por primera vez en mucho tiempo. Me temblaban las piernas al entrar. Iba a ser peor de lo que esperaba. Lo único bueno era que esa noche no me tocaba bailar en la tarima. Los minutos se sucedían y mis nervios no cesaban. Varias copas rotas y comandos mal dados eran el resultado de todo el lío que tenía en la cabeza. Se me sumó el temor a salir sola con el enfado que tenía con Marta. Me costaba pensar con claridad. Pero, a eso de la una de la madrugada, un grupo de chicas entraron al local con ganas de fiesta. Bailaban sin cesar captando las miradas de todo el mundo, incluida la mía. En especial había una chica que se movía mejor que ninguna. Era algo más bajita que yo, con el pelo negro y el flequillo hacia un lado. Era sexy a rabiar y sus movimientos no dejaban indiferente a nadie. Llevaba un top que dejaba su vientre al descubierto y unos pantalones cortos. Entre copa y copa la perdí de vista y seguí a lo mío, hasta que me dijeron que se había acabado el papel del baño y tenía que ir a reponerlo. Y al entrar al servicio me encontré a la chica de la pista. Estaba frente al espejo retocándose el pintalabios. Joder. Me dejó impresionada lo sensual que era en todo lo que hacia. Dejé el papel al lado de los grifos y me lavé las manos. A través del espejo nuestras miradas, acompañadas de una débil sonrisa, chocaron. Tenía los ojos tan oscuros que apenas se diferenciaban de la pupila. Atraían, como toda ella. Y sería la rabia que tenía con Marta, la debilidad que me provocaba la noche, el calentón que había causado esa chica en mi... No sé qué fue, pero cogí su cuello y la besé sin más hasta quedarnos sin respiración. Pondría las manos en el fuego al decir que aquella chica era heterosexual, pero de una forma u otra cayó en mis redes. Tiré de su mano y nos metimos en uno de los aseos. Allí el espacio era muy reducido y el roce de nuestros cuerpos era constante. Cada beso era más húmedo que el anterior. Introdujo una mano bajo mi camiseta hasta llegar a mis pechos y jugó con ellos locamente. Todo era muy rápido. Segundos después bajé la cremallera de su vaquero y me colé en ella, causándole un gemido de placer que intenté ocultar tapando su boca con la mía. Seguí moviendo ágilmente mis dedos en su intimidad. De pronto, me empotró contra una de las paredes y me quitó la camiseta. E hizo lo mismo que yo: se entrometió en mi sexo sin pudor. Ahora los gemidos eran de ambas. Moví mi mano con mas rapidez y poco después le hice tocar el cielo. Clavó sus uñas en mi espalda y por un momento redujo los movimientos de la mano con la que me tocaba, pero no duró mucho. 



Volvió con más ganas que antes. Y, quizá por el morbo de la situación, me provocó uno de los mayores orgasmos que había tenido hasta el momento. Mordí con fuerza su hombro hasta dejar mis dientes marcados. Después se escondió en mi cuello con la respiración agitada y se rió. Reía sin parar e incluso me lo contagió. Nos pusimos la ropa que hace rato nos sobraba y, aún entre risas, abrimos la puerta. Entonces me di cuenta de lo que había hecho. Marta estaba fuera con los ojos rojos y derramando lágrimas de manera desmedida. Se fue corriendo, y yo no supe qué hacer. Me dejé caer en el suelo con la mente en blanco. No pensé, no lloré, no hablé... La presión era tanta que no supe reaccionar. 

La perdí. Así fue como la cagué con Marta. Ese fue el primer día que me lié con alguien sin conocerlo de nada. Sexo sin más. Empecé una etapa de mi vida en la que necesitaba hacerlo porque era la única forma de no sentirme débil en una discoteca. No me importaban las copas de más que pudiéramos llevar, simplemente lo hacía. No sabía valorar el amor. Toda mi fe de encontrar a alguien con quién tener un futuro desapareció cuando Marta salió por esa puerta. Y por eso ahora me siento en deuda con ella. Sé que le hice daño, demasiado. Me llegó información muchas veces de lo mal que lo estaba pasando. Y también me enteré de que la noche en la que me pilló con otra estaba allí para pedirle perdón. Pero era una cobarde, o una orgullosa, y no fui capaz de volver a ella. Lo de ir de chica en chica me duró bastante tiempo aunque no me llenara el vacío que tenía dentro. Fui dejando mis recuerdos con Marta en camas, coches, o baños... Hasta que un día mencionar su nombre dejó de quemar. 

Seguí con mi vida, cumpliendo mis sueños poco a poco. Me saqué un par de cursos de fotografía y conseguí que me contrataran en una revista. Y así llegó Malú, haciendo que volviera a creer en el amor con la primera mirada que cruzamos. Fue mágico. Me enamoré locamente de ella e hizo que mi vida tomara el buen camino. Y, aún no sé cómo, ella también se enamoró de mi. En poco tiempo lo estábamos compartiendo todo. Menos una cosa: nunca fui capaz de explicarle por qué se acabó mi relación con Marta. Porque me siento avergonzada de haber hecho lo que hice. Pero por otro lado agradezco todos los errores cometidos en el pasado, porque de ese modo me he ido creando a mi misma hasta llegar a ser lo que soy ahora. La experiencia ha ido formándome por dentro y estoy segura de que jamás volvería a fallar a alguien como fallé a Marta. 

viernes, 22 de agosto de 2014

TAL VEZ LA CULPA ES DE LAS DOS. (2x06)


Narra Patricia. 

-Malú, la llevo a su casa y vuelvo. No te preocupes. 

-No, si yo no me preocupo. - Sonríe irónica. - Sólo que no me hace especial ilusión que te vayas de tu fiesta de cumpleaños para llevarte a la borracha de tu ex. 

-¡Ya estamos! Antes de ser mi ex, es mi amiga. Y si veo que una amiga la está cagando intento impedírselo. 

-Haz lo que te de la gana. 

Se da la vuelta y desaparece entre la gente. Siento mucho que no le parezca bien, pero la decisión está tomada. No podía dejar allí a Marta en esas condiciones. Tengo que llevarla a su casa, alejada de cualquier peligro. Antes era ella la que cuidaba de mi y ahora cambiábamos los roles. Protegerla es lo que más me importa en estos momentos. Los bailes y regalos pueden esperar. Voy hacia donde está y la aparto de Roberto. Por su cara deduzco que no le hace gracia que aparezca así, pero me da igual. La arrastro hasta sacarla del local. Está tan borracha que le cuesta dar dos pasos seguidos, y se sienta en el suelo en cuanto llegamos a la calle. Nunca la había visto así. En todo el tiempo que estuvimos juntas la única que se había emborrachado de tal forma era yo. 

-¿Qué cojones has hecho? - Pregunto aún sabiendo que no voy a obtener respuesta. 

Nos subimos al taxi y apenas tardamos quince minutos en llegar a su casa. Marta comparte piso con varias amigas, pero todas están aún en mi fiesta. Cuando pienso en esto recuerdo lo enfadada que debe estar Malú, así que me doy prisa. Rebusco en su bolso hasta encontrar las llaves y abro yo misma la puerta. La cojo de la cintura y hago que uno de sus brazos me rodeé por los hombros. 

-¿Cuál es tu habitación? - Señala una puerta y, sin que me lo espere, salta sobre mi. Me envuelve la cintura con las piernas y esconde la cabeza en mi cuello, donde va depositando pequeños besos. - Marta, para. - Le pido mientras ando con ella en brazos. 

-Patri, tengo ganas de...

-De dormir. - Interrumpo y la tumbo en la cama delicadamente. - Acuéstate tranquila que yo me voy. 

-No, espera. - Se mete bajo las sábanas. - Tráeme agua, por favor. 

Asiento y voy a la cocina. El piso está realmente desordenado, como la mayoría de apartamentos compartidos. Calcetines por el suelo, platos sin fregar y restos de tabaco en la encimera. Además, recordaba perfectamente el desastre que era Marta para las cosas del hogar. Le daba igual el orden. Lo normal era ir a su casa y encontrarte montañas de ropa por los suelos que atemorizaban a cualquiera. Su madre siempre venía a decirme que tenía que llevarla por e buen camino. Y prometo que lo intenté, pero las palabras 'Marta' y 'desorden' son inseparables. Al volver a la habitación por poco se me cae el vaso de la mano, literalmente, porque salta sobre mi y sigue con los besos por el cuello. 

-No me jodas, Martita. - Dejo el vaso en una mesa e intento quitármela de encima. - Suelta. 

-Estás deseándolo. - Susurra. 

-¡Qué no! - La tiro a la cama y pretendo irme, pero me coge del brazo dándome la vuelta. Nuestros labios, ojos y respiraciones se acercan. Demasiado. Se lanza a besarme sin temor, aunque la esquivo ágilmente y sus labios impactan en mi mejilla. - Vale. Se acabó. Me voy. 

Se tumba en la cama refunfuñando y yo aprovecho la tregua para abandonar la casa. Estoy sudando y con el pulso alterado. No puedo cagarla con Malú. No quiero. Ella lo es todo para mi y perderla sería el detonante que arruinaría mi vida. Y ahora tengo un desquiciante debate interno, porque no sé sí contarle a mi chica lo que ha pasado o reservármelo. Es una tontería. Al fin y al cabo yo he rechazado cada intento de aproximarse por parte de Marta. Pero conozco a Malú, y con el enfado que lleva encima le daría exactamente igual quién tuviera la culpa. Podría decirle "Marta ha intentado besarme pero me he apartado", y ella entendería que nos hemos dado un beso apasionado. Con todas estas dudas vuelvo a mi fiesta. Aparentemente no ha cambiado nada. La gente baila, coquetea, bebe... Menos Malú, que a primera vista parece no estar por ahí. 

-Melen, ¿has visto a Malú? - Pregunto cuando le veo ir hacia la barra. 

-Tu chica se ha convertido en el centro de la fiesta. - Se ríe y pide una copa. - No sé qué le ha pasado, pero prácticamente no ha bebido y está desatada. 

Dirijo mi mirada al centro de la pista y la veo. Mueve sus caderas a la perfección entre el gentío. Parece que todos los que están a su alrededor bailan en torno a ella. Cada movimiento de su cuerpo desencadena en otro igual de sensual que el anterior. Baila como si la música le saliera del cuerpo. Es consciente de que es el centro de todas las miradas y, a veces, decide matarnos regalándonos una de esas sonrisas suyas. En el local la luz es escasa y tenue, pero ella es capaz de destacar y hacerse ver. Brilla más que nadie. 



Y cuando me doy cuenta ya ha acabado la canción y empieza otra. Se la ve contenta y tengo la esperanza de que se le haya pasado el cabreo, así que me acerco. Para mi sorpresa se mueve conmigo con un juego especial. Diferente. Trata de provocarme. Se pega mucho a mi, aunque intento buscar su mirada y no la encuentro. Respira en mi cuello y se ríe, volviéndome un poquito más loca si cabe. Pero cada vez que mis labios toman dirección hacia los suyos se aparta. Si lo que quiere es dejarme con ganas de más lo está consiguiendo. En ese tira y afloja pasamos varias canciones. Hasta que no puedo más y necesito besarla de una vez por todas. O ni eso, necesito más, necesito hacerla mía. 

-Cielo, ¿nos vamos a mi casa? - Propongo en un susurro. 

-No me apetece. Estoy cansada así que me voy a casa a dormir. - Y sin más coge su bolso de una silla y se encamina hacia la puerta de salida, dejándome con una cara de idiota inimaginable. 

-Espera. - Cojo mis cosas y la sigo apresuradamente. - No me puedes dejar así. 

-¿Así cómo? - Sonríe como si nada. Una sonrisa que hace que las mariposas que ella misma crea en mi estómago desaparezcan y se enciendan mis demonios más profundos. 

-¡Desde que he vuelto me estabas provocando con tus putos bailecitos! - Grito. - ¡Y ahora me dices que te vas sin más! 

-Bueno, no te pongas así. - Su tono sigue de lo más relajado posible. - Te puedes echar un cubo de agua fría encima para quitarte el calentón, o sino te vas con Marta, que seguro que te recibe encantada. - Y ahí estaba el truco. Me irritan sus palabras tanto que tengo que respirar varias veces antes de hablar para no ponerme a chillar como loca. 

-Ya decía yo que todo era demasiado bonito... - Aprieto los puños hasta que siento que las uñas se me clavan en la piel. 

-Bonito hubiera sido que la fiesta siguiera su curso, sin una ex borracha, y acabáramos la noche en mi cama. - Sin darme cuenta ya estamos frente a su coche. - Pero lo has jodido todo. Por quedar bien con Marta me has dejado a mi de lado. 

Se mete en el coche dando un portazo y arranca sin dejarme tiempo para impedírselo. Veo su vehículo desaparecer por la calle y lloro. Lloro porque me ha hecho sentir culpable por unos segundos cuando sé que no he hecho nada. La rabia me hierve en la sangre. Hago a la luna testigo de mis gritos. Y no dejo de chillar hasta que me desgarro la garganta, porque tengo la esperanza de que el dolor físico alivie el emocional. Pero me equivoco como tantas otras veces, y lo que hago es empeorar. Paro a un taxi que pasa por ahí y me meto, aún con los ojos llenos de lágrimas. 



Cuando llego a casa me desvisto y dejo que mis pensamientos me sigan hiriendo en la cama. La quiero, joder. Más que a nada en el mundo. Y por eso estoy así. Porque me mata que no se fíe de mi después de tantos años demostrándole que es la chica de mi vida y que haría cualquier cosa porque lo nuestro fuese para siempre. Le ciegan los celos de tal forma que hace temblar los cimientos de nuestra relación. Ya no sé cómo decirle que puedo cagarla un millón de veces, pero lo que siento por ella seguirá siendo indestructible. Que yo no sé vivir para otra cosa que no sea verla sonreír. Perdemos la confianza, y sin confianza no hay nada. En un suspiro se me pasa la noche y veo el amanecer con los ojos teñidos de rojo. Desayuno un café que me sabe a lágrimas y el malestar parece no querer cesar. Llevaba mucho tiempo en el que lo primero que veía al despertarme eran sus labios. Ahora no lo tengo y lo echo de menos. Y sólo ha sido un día, así que no quiero imaginarme más tiempo separadas. Entre tanto pensamiento suena mi móvil. Corro hacia él con la esperanza de que fuese ella, pero la pantalla no trae tan buenas noticias. Es Marta. 

- Hola. - No puedo ocultar la decepción en el tono de mi voz. 

-Hola, Patri. - Traga saliva. - Oye, las chicas me han dicho que ayer la lié y tu me trajiste a casa. Muchas gracias... - Murmura. 

- No pasa nada, mujer. 

- ¿La lié mucho? 

- Pues bastante, la verdad... - Quise sonreír, pero recordé cómo había acabado la noche por su borrachera. 

-Joder, soy una imbécil. - Bufa. - Solo sé que empecé a beber y... No pude parar...

- No te preocupes, en serio. Puede pasarle a cualquiera. 

- ¿Tomamos un café y me cuentas lo que hice?
 
- No sé... - Me paro a pensar. Dudo que verla sea lo mejor, pero necesito despejarme. Quedarme en casa sola ahogándome con mis propias lágrimas acabaría conmigo. - Venga, vale. Vente aquí y de paso conoces mi piso nuevo. 

-Va, envíame la dirección y en un rato estoy ahí. 

Me hago un moño sin mucho esmero y me pongo una camiseta de tirantes con un vaquero corto. Intento disimular con maquillaje la mala noche que llevo encima, pero me resulta imposible. Los ojos me delatan. Estoy mal y lo estaré hasta que aclaremos las cosas. Y sé perfectamente que ella está tan mal como yo aunque ninguna nos lo digamos. Me la imagino llorando en la cama comiendo helado de chocolate, igual que hacía en mi hombro cuando algo le iba mal. Y me hundo. Porque me vuelvo a sentir culpable y ahora no sé si tengo motivos. ¿He hecho mal en ir a ayudar a una amiga y dejar a Malú de lado? Ya no lo sé. Y sin darme cuenta las lagrimas vuelven a brotar de mis ojos cuando llaman a la puerta. Abro y me encuentro a Marta con unas enormes gafas de sol que ocultan el desfase de anoche. La invito a pasar y le enseño la casa mientras se prepara el café. 

-Tú también tienes mala cara. - Comenta. - ¿También te emborrachaste anoche? 

-No... No he dormido nada. - Nos sentamos en el sofá con los cafés en la mano. - Tengo una novia muy celosa. 

-¿Os habéis enfadado por mi culpa? - Pregunta exaltada. 

-La culpa no es tuya. Es suya, o mía, o puede que de las dos... 

-Cuéntame lo de anoche, anda. Porque no me entero de nada. - Eso hice. Le conté absolutamente todo. Desde que la vimos con Roberto en la barra hasta mi noche de llorera, pasando por su intento de beso. Escuchaba atentamente alucinando con todo lo que le decía. - Definitivamente soy imbécil. Perdóname, sí es culpa mía. Sabías que si venías a rescatarme Malú se enfadaría y aún así lo hiciste. 

-Te debo muchas... 

-No me debes nada. Olvídate del pasado, Patri.

-Pero joder, Marta. - Vuelvo a llorar. - Contigo la cagué y ahora...

-Ahora nada. Hemos cambiado. - Me abraza y mojo con lágrimas su hombro. - Y siento haberte intentado besar anoche. Mi novia me llamó con malas noticias y no se me ocurrió otra cosa que beber hasta reventar. 

-¿Tu novia? - Me separo y me limpio la cara. 

-Bueno, novia o ex... No lo sé. - Ahora son sus ojos los que se tienen que contener para no inundarse. - Ya te lo contaré con tranquilidad, pero ahora tengo una idea. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

CÓMO ME ENAMORÉ DE MARTA. (FLASHBACK)


Narra Patricia. 

En la vida de todas las personas hay un momento en el que nuestra mentalidad cambia. Algo se revuelve en nuestro interior. No sabes lo que es, pero te está diciendo a gritos que lo que has sido hasta ahora no es suficiente. Te sientes diferente. Debes cambiar tu forma de ser, de actuar, o simplemente de percibir las cosas. De pronto eres otra persona. Alguien nuevo, con ideas renovadas y ganas de sentirte valioso. Supongo que hay miles de situaciones que pueden provocar este cambio en nosotros, y a mi me llegó al poco de cumplir los dieciocho. En mi familia el dinero era escaso. Me cansé de ver a mi madre llorar noche tras noche pidiéndole al cielo que le diera un trabajo. Mi padre luchaba por mantener el suyo, que no traía muchas ganancias al hogar, pero había que conformarse. Y, mientras tanto, yo tenía que ocuparme de la educación de mi hermana pequeña y de la mía propia. Tuve que ser la cabeza de familia. Limpiar las lágrimas de mi madre aguantándome las mías para no sentir que traía más problemas a la casa. Entonces llegó el cambio. Decidí que había llegado la hora de buscar un trabajo para aportar dinero a la familia. A esa edad, y sin tener aún demasiados estudios, las posibilidades disminuían. Día tras día me presentaba a diferentes empleos, y de todos recibía respuestas negativas. Cuando había perdido esperanzas me llegó información de una nueva discoteca en la que pedían trabajadores. Y me contrataron. No tenía puesto fijo: tan pronto podía estar sirviendo copas, como limpiando el baño o bailando encima de la tarima. Además el sueldo era ínfimo. El peor trabajo que me imaginaba que podía conseguir, pero lo necesitaba. La situación en casa empeoraba a pasos agigantados y tuve que aceptar ese puesto. 

-Rubia, otra ronda por aquí. 

-Voy. - Siempre era el mismo grupo de chicos. Venían todos los fines de semana a beber, meterse de todo en el cuerpo y, normalmente, llevarse a la cama a alguna chica. Dejé las copas en la barra para que las cogieran y me giré para seguir sirviendo, pero uno de los chicos tiró de mi mano. 

-Oye, rubia... - Se acercó a mi oído. - ¿Hoy también te vas a subir a bailar a la tarima? 

-Espero que no. 

Respondí lo más borde posible y seguí con mi trabajo. Siempre había chicos intentando ligar con las camareras. Es lo normal. Pero de ese grupo estaba ya cansada. Todos los fines de semana se repetía la misma historia. Por más que les rechazara seguían intentando acercarse a mi. Y yo, aunque había tenido experiencias con chicos, tenía bastante claro a esas alturas que prefería a las mujeres. En concreto esa noche estaba intentando ligarme a una chica morena que estaba al otro lado de la barra. Había venido en más ocasiones a la discoteca y me llamaba la atención desde la primera vez que la vi. Además, de vez en cuando la pillaba mirándome y compartíamos sonrisas. 

Muy a mi pesar, el jefe me comunicó que esa noche también me tocaría subir a bailar. Era lo que menos me gustaba. Incluso preferiría limpiar los retretes. Bailar me encantaba, pero con mis amigas y en la pista, no en la tarima, sola, y con cientos de babosos diciéndome de todo. En cuanto subí, los chicos de siempre se acercaron a mi, como si fueran una manada de lobos hambrientos y yo un trozo de carne. Yo me movía como podía y veía al jefe hacerme señas para que le pusiera más ganas. Esa noche me sentía con menos fuerzas de lo normal y el vitoreo de la gente me estaba agobiando. El calor me asfixiaba. Mis movimientos eran torpes y hacia tiempo que había perdido el compás de la canción. De pronto todo me daba vueltas, y lo siguiente que recuerdo vagamente fue desplomarme en el suelo. Veía a gente ir y venir, e incluso algunos chicos alargaban sus manos para tocarme. 

-¡Dejadla en paz, hostia! - Parecía una chica. No reconocí su voz porque no era capaz de escuchar con claridad, y la visión borrosa empeoraba las cosas. - Vamos a sacarla de aquí. - Alguien me cogió, parecían dos personas, y me llevaron entre el bullicio a los vestuarios. - Túmbala ahí y trae agua fría. 

Segundos después noté el líquido helado descender por mi cuello y mi frente. Poco a poco fue desapareciendo el mareo e iba recuperando la consciencia. Bendito el silencio que había en aquella sala. Abrí los ojos y me sorprendí al ver quién me estaba cuidando. Era la chica de la barra. Sonreí débilmente y ella me imitó. Mojó la toalla en el cubo de nuevo y la pasó por mi rostro delicadamente. Tenía los ojos de un color diferente, una mezcla entre inusual entre verde y marrón. Enganchaban. No podía dejar de mirarlos. Se debió dar cuenta porque soltó una pequeña risa que me hizo cambiar el destino de mi vista. 

- ¿Cómo te llamas? - Pregunté. 

- Me llamo Marta. 

-Encantada, yo soy...

-Patricia. - Me cortó y la miré extrañada. Sé sabía mi nombre y no pude evitar que eso me alegrase. - Tienes un jefe que grita tu nombre muy a menudo. 

- Es verdad. - Reímos. - Oye, muchas gracias por cogerme del escenario. 

-No podía dejar que esa panda de babosos se acercaran así a ti. Madre mía. - Bufó. - Cuando te has caído en vez de ir a ayudar, van a meter mano. Que asco de hombres, de verdad. - Por si me quedaba alguna duda de su sexualidad, con esas palabras acaba de confirmarme que estaba en lo cierto. - En fin, ¿estás mejor? 

- Sí, sí. Mucho mejor. - Me erguí quedando sentada frente a ella. - Ha sido un simple mareo. 

-Genial, pues lo que necesitas ahora es comer algo dulce. 

-Cogeré un zumo de la barra. 

- Te invito a un helado. - Lo dice sin más. Directa y con una sonrisa de oreja a oreja. Parece que ya sabe que le voy a decir que sí. 

-Ahora no puedo, estoy trabajando. 

-No puedes ponerte a trabajar después de lo que te ha pasado. Si hace falta hablo yo con tu jefe, pero tú te vienes conmigo. 

Y no me podía negar. Era verdad que necesitaba comer algo dulce y si era con ella, mejor aún. A mi jefe no le sentó nada bien que me fuera, es más, no me extrañaría que me redujera el sueldo por saltarme horas de trabajo. Decía que no podía dejarles tirados por un simple mareo. Marta salió en mi defensa diciendo que el golpe que me había dado en la cabeza al caer podría afectarme en un futuro. La verdad es que se puso a contarle una historia al hombre que hasta le asustó. Le dijo que ella estaba estudiando medicina y sabía de eso, que lo mejor sería que me fuese. Total, que lo conseguimos y nos marchamos de allí por la puerta trasera para no tener que soportar a la manada de lobos hambrientos. Andamos por un par de calles en busca de una heladería, pero a las dos de la madrugada todo estaba cerrado. 

-Al lado de mi casa hay una heladería que esta abierta seguro. - Comenté. 

-¿Está muy lejos? 

-No, a menos de diez minutos andando. 

-Pues vamos. 

Seguimos recorriendo las calles de Madrid hasta llegar a la heladería. No me equivoqué y estaba abierta, aunque apenas había clientes. Ella pidió una copa de helado de chocolate enorme, con siropes y diferentes complementos. Aquello parecía más grande aún al lado de mi cono de dos bolas. 




Comíamos sin apenas hablar. De vez en cuando comentábamos lo bueno que estaba. Al fin y al cabo, ¿de qué voy a hablar con una chica a la que he visto en contadas ocasiones? Pero me gustaba cómo era. Siempre tenía buenas palabras y no ocultaba su sonrisa. 

-Bueno, cuéntame algo de ti. - Me lancé a decir. El silencio que compartíamos no era incómodo, pero me apetecía saber más sobre Marta. 

-Tengo diecinueve años. - Se metió una cucharada en la boca. - Tengo un hermano mayor. - Otra cucharada más. - Trabajo en una tienda cuando me necesitan...

-¿Y lo compaginas bien al estudiar medicina?

-¿Medicina? - Me miró alucinada y al instante se echó a reír. - Ni de coña, yo no sirvo para eso. Se lo he dicho a tu jefe para que me tomase en serio y te dejara venir conmigo. 

-¿En serio? 

-Totalmente. - Unimos carcajadas. Era más alocada de lo que parecía. - Yo sólo valgo para cuidar animales. A las personas no, son demasiado imbéciles. 

-Gracias por la parte que me toca. - Dije irónicamente. 

-Hostia perdón, pero es que a ti no te veo como a una persona. O al menos no como a una persona normal. 

-Bueno, lo estás arreglando... 

-No, mujer. Te lo explico. - Se acercó más a mí. Tanto que empecé a descubrir algunos de sus lunares más pequeños. - Tú eres... - Y no sé lo que soy, porque sonó su teléfono y nos separamos apresuradamente. Mientras ella contestaba a la llamada yo seguía con mi helado, intentando bajar del planeta al que Marta me transportó por un momento. Había tenido sus labios tan cerca de mí que se me revolucionaron las pulsaciones. - No me jodas, tía. - Parecía enfadada con la persona con la que estaba manteniendo la conversación. - Déjalo, ya me buscaré la vida. - Bufó. - ¿Y qué iba a hacer sino? Paso. Ya hablaremos. 

-¿Problemas? - Pregunté cuando guardó el teléfono en el bolso de nuevo. 

-Que tengo unas amigas un tanto idiotas. Dicen que como veían que no volvía se han ido de la discoteca. Total, que me toca volver a casa en taxi o algo. 

-¿Vives muy lejos? 

- A tomar por culo. Me voy a dejar una pasta en el taxi. 

-Puedes dormir en mi casa. - Zas. No se esperaba que le dijera eso y, a decir verdad, yo tampoco. 

-¿Vives sola? 

-Qué va... Ojalá. 

-No quiero molestar. A tus padres no les hará gracia que metas en casa a una desconocida. 

-Para empezar, no eres una desconocida. Si no fuera por ti a saber dónde hubiera acabado yo la noche. Y para terminar, en mi casa no van a decir nada. Si preguntan eres una compañera de trabajo y ya está. - Di una palmada y me levanté. - Así que no tienes excusa. ¿Nos vamos?

Aceptó y me hizo totalmente feliz. En menos de cinco minutos estábamos entrando por la puerta de mi casa. Estaba completamente a oscuras, lo que significaba que todos estaban dormidos. Normal teniendo en cuenta que eran casi las cuatro de la madrugada. Nos quitamos los tacones y pasamos intentando hacer el menor ruido posible hasta la habitación. Pero la discreción no era lo mío. Mi meñique impactó contra la pata de la mesa haciendo que se me escapara un grito. Siempre he pensado que ese dedo no tiene mayor utilidad que la de hacernos sufrir. Marta se acercó corriendo para taparme la boca y mandarme callar entre risas. Estoy segura de que mi dedo le importaba realmente poco, pero no quería que se despertaran mis padres. Entramos a mi habitación y me dejé caer en la cama de golpe tras cerrar la puerta. Había sido un día demoledor. 

-Dame una manta o algo para que duerma en el sofá. - Murmuró. 

-¿En el sofá? No voy a dejar que te rompas la espalda teniendo una cama de matrimonio. - Me reí. - Tranquila, tú en una punta y yo en otra. - Me levanté y le di un pijama. - Ponte cómoda mientras voy al baño. 

Salí de la habitación y ella me siguió con la mirada. Le gustaba. Eso se nota. Y supongo que notó que ella también me gustaba a mí, porque lo único que me faltaba era escribírmelo en la frente. Esa chica tenía algo especial. Estaba loca, casi tanto como yo, y eso me encantaba. Marta derrochaba alegría por los poros. Positiva, risueña, dispuesta a todo... ¿Qué más se puede pedir? Cuando la veía por las noches en el local siempre me fijaba en ella. No sé. Era cómo una atracción inexplicable. Supongo que hay gente capaz de provocar esas reacciones. Y ahora que había compartido algunos momentos con ella me gustaba más aún. Y lo mejor es que la tenía en mi casa, en mi habitación, y me devoraba con la mirada casi tanto como yo a ella. Al volver a mi cuarto me la encontré tumbada en la cama, boca abajo, con poca ropa y mirando las fotos de mi cámara. Sus piernas desnudas me nublaron los pensamientos. Sólo se había puesto la camiseta del pijama. 




-Tía, ¿has hecho tú estas fotografías? - Formuló la pregunta sin ni siquiera mirarme. Y mejor, porque yo estaba haciéndole un chequeo de pies a cabeza. Tragué saliva y le dije que sí. - Pues eres increíble, deberías dedicarte a esto. 

-Ya me gustaría... - Susurré. Me tumbé a su lado mientras observaba cómo pasaba las imágenes. - Si consigo dinero el año que viene me compraré una cámara mejor y me inscribiré en un curso. 

-En serio, llegarías lejos. - Vio todas las fotos, y en ningún momento dejó de decirme lo mucho que le gustaban. - Oye, deberíamos hacernos una. - Alargó el brazo sujetando la cámara, posamos e inmediatamente pulsó. Estallamos en carcajadas al ver el resultado. Sin darnos cuenta ambas habíamos puesto la misma cara: la lengua fuera y los ojos desmesuradamente. - Menudo par de tontas somos. 

De pronto, entre risa y risa, nuestras miradas se detuvieron al chocar. La sonrisa perduraba en nuestros bocas, que ahora tenían deseos de más, y nuestros ojos decidieron que tenían un montón de cosas que contarse. Su rostro y el mío se fueron aproximando inconscientemente hasta que pasó lo inevitable. Unimos los labios. Y os juro que nunca había sentido algo tan fuerte en un simple beso. Me vibró todo el cuerpo. Su lengua al contacto con la mía fue despertando cada rincón de mi desamparado corazón, que al parecer acababa de encontrar un sitio en el que refugiarse. Y ese sitio era con ella. Porque no podía dejar escapar a una persona que en apenas unas horas había accionado unos sentimientos que, en ocasiones, llegué a pensar que nunca sentiría. Hasta el momento no había encontrado a nadie que me llegará más allá de lo físico. Como he comentado al principio, en la vida hay situaciones que te llevan a cambios. Y ella, sus besos, sus caricias... Cambiaron mi forma de sentir. 


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¡Hola! Bueno, voy a volver a explicar porque he hecho esto. Muchos on entendíais por qué Patri trae en la novela de forma tan protectora, así que he decidido explicarlo en dos flash. En el primero he explicado cómo surgió el amor, y en el siguiente (Y MÁS IMPORTANTE) explicaré por qué cortaron. 

He de decir que estos dos flash no se hubieran escrito si no fuera por la Flashgirl y la presi. La Flashgirl, porque me dio la idea de hacer un flash explicando cositas... Y la presi porque me bloqueé y me dijo cómo podía hacerlos y qué podía poner. ¡Gracias chicas!

Y los demás os vuelvo a dar las gracias por estar ahí siempre, leyendo y comentando ;)

@NovelaconMalu

domingo, 17 de agosto de 2014

INEVITABLE Y DESGRACIADAMENTE CELOSA. (2x05)


Narra Malú. 

-Sí, Marta. Es mi amiga y me apetecía invitarla. - Me responde tan tranquila. 

-No, de amiga nada. - Cojo un cigarro nerviosa y lo enciendo. 

-¿No puedo ser su amiga? Que tuviéramos algo en su momento no quiere decir que vaya a pasar nada. - Bufo y me levanto para asomarme a la barandilla. Intento tranquilizarme entre calada y calada. 

- ¿Cuándo volvisteis a hablar? - Pregunto. Noto que se mueve y segundos después la tengo abrazándome por la espalda, dejando caer delicados besos en mis hombros. 

-Vino al funeral de mi abuela. De vez en cuando hablamos por el móvil y ya. No te dije nada porque ni me acordé, es una tontería. 

-No sé, Patri. - Suspiro y observo Madrid a mis pies. Siento vértigo y no es por la altura. - La verdad es que no me hace gracia que tu primer amor venga a la fiesta. 

-Joder, Malú. - Se pone seria y me obliga a darme la vuelta. No me abraza. No me toca. La distancia que nos separa es pequeña pero a mi se me hace inmensa. - Fue mi primer amor, sí. Pero ahora es una amiga, no hay más. No entiendo a qué vienen estos putos celos. 

Prácticamente grita las últimas palabras y yo me siento diminuta. En cuanto se da cuenta de que se ha pasado, alarga el brazo para acariciarme pero se lo aparto de un manotazo y desaparezco con paso firme. Porque si ella se pone así de borde, yo más. No es ningún secreto que a veces me puede el orgullo. Me encierro en el baño dando un portazo que resuena por toda la casa y echo el pestillo. Ando apresuradamente de un lado para otro intentando recuperar el control. Pero es que no soy capaz de entenderlo. Un primer amor es especial. Es esa persona con la que aprendiste a amar y compartiste tus primeras experiencias. Sé que al mirarla recuerda cosas del pasado y me comen los celos. No conozco a Marta personalmente, pero me había hablado de ella en algunas ocasiones, siempre con una sonrisa en los labios. Hasta ahora no le había dado mayor importancia porque estaban lejos la una de la otra, pero ahora las cosas han cambiado. Marta ha vuelto y me desespera saber que han vivido una bonita historia juntas, porque ahora van a poder recordarla. No tardo en escuchar a Patri al otro lado de la puerta. Me pide perdón y suplica que le abra, pero no obtiene respuesta por mi parte. 

-¡O me abres o tiro la puerta abajo! - Grita con todas sus fuerzas. Por un momento dejo de escucharla, pero la serenidad dura poco. - Apártate. - Obedezco casi sin darme cuenta y ella comienza a golpear fuertemente la puerta. No me lo creo. 

-¿Eres imbécil? - A pesar de que lo chillo creo que no me escucha. - Te vas a hacer daño, ¡joder! - Poco a poco van cediendo los tornillos del pestillo ante mi atónita mirada. - ¡Para de una puta vez! - Y me hace caso, pero porque ya se ha salido con la suya. Ha abierto la puerta. Irrumpe en el baño sudorosa y con el pelo alborotado. 

-Ahora escúchame. - Viene hacia mí y coge mis manos. No hay dulzura en sus gestos, simplemente protesta. - Yo te quiero a ti y me da igual Marta. Es mi amiga. Va a venir a la jodida fiesta, la vas a conocer y verás que no hay de qué preocuparse. ¿Entendido? - Joder. No sé si habré entendido o no, lo que sí tengo claro son las enormes ganas que me han entrado de comerle la boca. 

-Cielo, te has cargado la puerta... - Sonrío tímidamente y se da la vuelta para comprobarlo. Lo ve y se empieza a reír nerviosa, como si se acabara de dar cuenta de lo que ha hecho. - Estás loca. 

-La culpa es tuya por...

No la dejo acabar. Giro su cabeza y la beso ansiosamente sin que se lo espere. Al principio no reacciona, sólo se deja besar, pero no tarda en seguirme el juego. Su lengua entra en acción. Con las manos por debajo de mi camiseta, como tanto le gusta, me atrae consistentemente hacia su cuerpo. Le saco la camiseta por la cabeza y sigo con mi recorrido de besos por su cuello. Respiro en su oído y muerdo su oreja, acelerándole la respiración. Se deshace de mi camiseta y me acaricia cada desamparado milímetro de la piel. Entonces bajo mi mano hasta debajo de su ombligo y... llaman a la puerta. Y es imposible ignorarlo porque suena decenas de veces. 



-Joder, ¿quién cojones es? - Si a mi me ha sentado mal, a Patricia peor. Se queja mientras vuelve a ponerse la camiseta torpemente. 

-Es Paula. 

-¿Paula?

-Sí, viene a maquillarnos y peinarnos para la fiesta. 

-Gracias por avisar, cielo. - Me saca la lengua y se va corriendo a abrir. Y yo me quedo en el baño para refrescarme porque el calor que tengo es similar al que se siente cuando te acercas al sol. 

Mientras Paula maquilla y peina a mi chica, yo me voy a mi casa para coger la ropa de la fiesta. A lo tonto llevo casi dos días sin pasar por ahí. Y lo más importante: dos días sin ver a mis perros. Menos mal que mi hermano vive cerca y les da de comer cuando se lo pido. Nada más abrir la puerta todos los animales se abalanzan sobre mi. Tengo que hacer mil maniobras y esquivar muchas patas para evitar caerme. Me lamen tanto que posiblemente me hayan borrado capas de piel. Voy con prisas, pero no me puedo resistir y salgo a dar un paseo con ellos. Tomar el aire nos vendrá bien a todos, o esa es la excusa que me pongo. Cuando regresamos a casa lo hacemos cansados y con la lengua fuera, tanto ellos como yo. Les pongo agua y beben como si no hubiese un mañana. Hemos corrido y jugado hasta la fatiga. Definitivamente sí necesitaba ese tiempo con mi zoo. No pensar, no recibir llamadas. Simplemente disfrutar con ellos. 



Tras darme una ducha rápida y coger la ropa para la noche, vuelvo a montarme en el coche con destino a casa de mi novia. Últimamente paso más tiempo allí que en mi chalet. La idea de vivir juntas ha salido en varias ocasiones, pero terminamos descartándola siempre porque ni ella va a dejar su nuevo ático, ni yo puedo meterme en su casa con todos mis animales. Así que por ahora vivimos así, alejándonos del refrán que dice que la convivencia mata a las parejas. Aunque tiene que ser bonito compartir hogar con la persona a la que quieres y sé que algún día nos lanzaremos a hacerlo. 


-Tía, ni te imaginas lo guapa que ha quedado Patricia. - Paula me recibe así cuando llego a casa de mi chica. - Corre, está en el baño. 

-No sé yo... Los milagros no existen. - Alzo la voz para que me escuche mientras subo las escaleras hacia la segunda planta. 

Cuando entro al baño se gira para verme y estoy a punto de desplomarme. Si pensaba que ayer iba guapa, no os imagináis cómo va hoy. Su sonrisa y sus ojos son lo único que existe en ese momento. Y realmente pienso que si pusiera en cualquier guerra una de sus sonrisas todos los ojos se clavarían en ella y las armas caerían al suelo. Porque ella es así. Es capaz de lograr lo impensable. Incluso la veo capaz de encontrar el principio y el final del jodido infinito. Hace rato que no parpadeo porque no quiero perderme su imagen ni por una milésima de segundo. Tampoco respiro y eso sí es un problema. Su pelo rubio forma unos perfectos bucles en los que me encantaría sumergirme. Lleva un vestido largo por detrás y corto por delante de color verde que complementa con un fino cinturón que se amolda perfectamente a su cintura. Va preciosa dejando ver sus kilométricas piernas. 



-¿Tan mal voy? - Se acerca a mi riéndose. 

-Estás increíble... - Admito. - A todo el mundo se le va a caer la baba cuando te vean.

-No te pases. - Murmura. - Tú también vas a la fiesta y eres especialista en ser el centro de todas las miradas. 

-No digas tonterías. - Me acerco a su boca poniéndome de puntillas. Lleva unos tacones más altos de lo normal. - Es tu fiesta y vas a brillar más que nadie. - La beso dulcemente. 

-¡Venga tortolitas! - Paula da palmadas desde la puerta. - Patricia quítate el vestido que se mancha. Y vamos a comer que se hace tarde y también tengo que arreglar a Malú. Menos besos.
 
-Mira que eres mandona. - Me quejo.

- De mandona nada, es que también tengo que vestirme yo. - Hablaba muy rápido. Patri y yo nos mirábamos y reíamos. Apenas la escuchábamos. Nuestros ojos se habían imantado y no veía la forma de despegarlos. - No nos va a dar tiempo a nada. 

Finalmente decidimos hacerle caso y ponernos manos a la obra. Patri prepara para comer solomillo a la pimienta. Siempre ha sido uno de sus platos estrella. No sé cómo lo hace porque no me deja estar presente, dice que es secreto de familia, pero la salsa que le echa es inmejorable. Después me toca pasar por las manos de Paula. Le pido que no se exceda con el maquillaje y así lo hace. Lo justo para ir lo suficientemente arreglada. En el pelo más de lo mismo, mis ondas habituales un poco más peinadas de lo normal. Me pongo una falda de cuero negra con una camisa blanca semitransparente. Las dos me dicen que estoy genial y un sinfín de piropos más. Pero no estoy tan guapa como mi chica, ni quiero estarlo. Quiero que todos los asistentes de la fiesta la miren a ella. Sentirme orgullosa de tenerla a mi lado y disfrutar pensando que soy poseedora de la perfección en su estado físico.


 
Cuando entramos al local, de la mano, se hace el silencio y las luces cambian de color. Segundos después todos los invitados empiezan a cantar el 'Cumpleaños feliz'. Patricia no se lo espera. Le entra la risa tonta y yo me limito a mirarla admirada. La gente aplaude y nosotras vamos saludándolos uno a uno. Yo creía que sería mala idea juntar a famosos con los amigos de mi chica, pero me equivocaba. Miro de un lado a otro y me doy cuenta de que han congeniado a la perfección. Nos acercamos a un grupo de chicas jóvenes y Patri me susurra al oído que no me ponga nerviosa, así que supongo que voy a conocer a Marta. Y no puedo hacerle caso, irremediablemente me pongo de los nervios. Rápidamente todas las chicas envuelven a la fotógrafa en un inmenso abrazo. Yo me quedo a un par de pasos para no molestar y las analizo con la mirada para ver si descubro quién es ella. A algunas ya las he visto en otras ocasiones, sólo hay tres que no me suenan. 

-Ven. - Patri me tiende la mano. - Chicas, Malú y yo hemos vuelto. - Todas aplauden y me muero de vergüenza. - La mayoría ya la conocéis. - Voy dándole besos a todas mientras me va diciendo los nombres hasta que sólo queda una. - Y por último, Marta. 

-Encantada. - Intento ser lo más amable posible con ella, porque por ahora no me ha hecho nada. Es morena, más alta que yo y con los ojos oscuros. - Espero que os lo paséis muy bien. 

-¡Bailad algo con nosotras! - Dice Susana. Patri acepta encantada. 

-Cielo, yo voy a hablar con Vane que tenía que contarme algo. - Le doy un rápido beso y me despido de las demás con la mirada. - Luego nos vemos, chicas. 


La noche va transcurriendo entre bailes, copas y entretenidas conversaciones. Con un poco de alcohol todo el mundo es más divertido. Rubén y José se han hecho con el control de la música y ponen lo que las da la gana. Incluso ha sonado una canción de niños que la gente ha bailado sin tapujos. También ha sido divertido ver a Pastora y Vanesa subir a un pequeño escenario para cantar una extraña felicitación improvisada, o Antonio Orozco y Patri bailando reggaeton encima de la tarima. Creo que ya no queda nadie en su sano juicio. Y cuando pienso que no puede pasar nada más sorprendente, veo a mi chica subir al escenario y carraspear. Me espero lo peor. 

-Malú, sube que te tengo que decir una cosa. - No va borracha, simplemente contenta, pero me niego a subir porque tengo miedo de sus actos. - ¡Por favor!

-¡Qué suba, qué suba! - Todos corean y acabo cediendo. 

-Bueno, deja de ponerte roja que parece que vas a explotar. - La gente se ríe y yo me pongo más colorada. Me coge de la cintura acercándome a ella. - Yo sólo quiero darte las gracias por llegar a mi vida hace años. Si no fuera por ti no sé dónde estaría. Me hiciste poner los pies en la tierra y tener algo por lo que preocuparme y luchar. Hace poco más de un año nos perdimos la una a la otra y lo recuerdo como el peor momento de mi vida, y ahora que nos hemos recuperado no pienso ser yo la que te pierda. Cariño, que tu risa me da la vida y tus lágrimas, si son de alegría, también. - Justo me aparta una gota que desciende por mi mejilla. - Ayer me decías que nos estábamos volviendo unas ñoñas y tienes toda la razón. - La gente se ríe junto a nosotras. - A veces siento que no soy suficiente para ti, pero afortunadamente en esta vida no eliges de quién te enamoras, y a mi me tocó la lotería contigo. Te quiero, Malú. 

Nos besamos y la gente se vuelve loca aplaudiendo y vitoreando. Y no es para menos. Estoy tan feliz que no tengo palabras para responder. Ella lo sabe y simplemente me deja manchar su hombro con lágrimas. 

-Te quiero mucho. - Murmuro en su oído. Me da un beso en la frente y vuelve a ponerse el micrófono en la boca. 

-Y bueno, yo no canto tan bien como ella. - Se dirige a la gente. - Pero me apetece cantar una canción con la que siempre pienso en ella. 

-¿Vas a cantar? - Asiente y me pongo a reír. Mi hermano sube al escenario con la guitarra para acompañar su voz, y a mi me traen una silla para que me siente a escucharles. En cuanto toca las cuerdas sé de qué canción se trata porque la ha cantado muchas veces. Lo que nunca me había dicho es que le recuerda a mi.
 
- 'Asegurarme tu sonrisa es mi rutina preferida...' - Es 'Mi rutina preferida' de Miss Caffeína. No canta bien, tampoco mal, pero lo hace con todas sus ganas por mi, y eso me parece mejor que la voz de la mismísima Adele. - 'Quizás el mundo no es de todos. Es tuyo y mío,
es mío y tuyo, nada mas...' 

Link de la canción: http://youtu.be/QnUSvLhWmRY

Cuando para de cantar ambas tenemos los ojos inundados en lágrimas, e incluso algunas personas también tienen que coger los pañuelos. Y es que soy incapaz de borrarme la sonrisa de la cara. Cuanto más la miro más consciente soy de que sólo puedo ser feliz a su lado. Entre aplausos bajamos del escenario agarradas de la cintura. Os prometo que en cuanto rozo su cuerpo me siento segura, esté donde esté. 


Entra la madrugada y todo sigue igual de genial. Estoy tomando algo en un sofá con la banda cuando Patri aparece pidiéndome con prisas que vaya con ella. Me lleva a un extremo de la barra desde donde vemos cómo Marta se lleva un chupito a la boca. Por su aspecto deduzco que no es el primero, ni el segundo, ni probablemente el tercero. Además hay un chico con ella. Ambos se devoran. No creo que a eso que están haciendo se le pueda denominar "beso". 

-Lleva casi una hora sin parar de beber. - Mi chica confirma mis pensamientos. - Y además no se quita a Roberto de encima. 

- Tampoco parece que quiera que se vaya... 

- Malú, que es lesbiana. 

-Yo era hetero y mírame, loquita por ti. 

- ¿Puedes ponerte un poco seria? - Suspira y se lleva las manos al pelo. 

-¿Pero qué quieres que haga? - Subo el tono de voz. - Cualquiera diría que estás celosa, coño. 

-La única celosa aquí eres tú. Yo sólo quiero ayudar a una amiga que la está cagando. - Sé que es verdad, que vuelvo a estar celosa, así que trato de respirar antes de hablar.
 
-¿Y cómo vas a ayudarla? 

-No lo sé... Creo que lo mejor será que me la lleve a casa. - Palidezco y deseo no haber escuchado lo que me acaba de decir. 

jueves, 14 de agosto de 2014

DESCUBRIR MI FUNCIÓN EN EL MUNDO. (2x04)

Narra Patricia.

-¡Felicidades, cari! - Malú salta sobre mi espalda y noto inmediatamente un crujido. - ¡Despierta! ¡Qué es tu día!

-Me encantaría poder girarme y agradecértelo. - Apenas me sale la voz por la presión de su cuerpo. Se disculpa entre risas y se levanta un poco para que me pueda poner boca arriba. Vuelve a sentarse en mi tripa y rápidamente me besa con ganas, quitándome por completo el sueño que me acompañaba. No hay mejor fuente de energía que ella. - Muchas gracias, cielo.

Pasamos un buen rato rodando por las sábanas. Ella buscando la mejor forma de felicitarme y yo la manera de agradecérselo. Y os aseguro que ambas quedamos satisfechas. Todavía no he encontrado mejor manera de amanecer que esa. Su cuerpo y el mío acompasado, prometiéndonos sin palabras que somos la una de la otra. Al acabar caigo rendida, en varios aspectos, sobre ella. Rendida en su pecho, porque tiene un ritmo desbocado en la cama, y rendida a ella, porque no puedo quererla más.



-Bueno, ¿y cuál es el plan para hoy? - Pregunto mientras desayunamos. Está envuelta en una toalla y el pelo mojado le cae por los hombros. Por un momento vuelvo a prendarme de su imagen, hasta que se da cuenta y se ríe tímidamente, entonces... Entonces me pierdo en su sonrisa. No tengo remedio.

- No sé, ¿qué has pensado? - Hace un intento nefasto de ponerse seria.

-Cielo, esta semana ha habido muchos mensajitos y llamadas ocultas.

-Será porque tengo un amante... - Me río exageradamente y ella se da la vuelta. Sabe que si la miro a los ojos está perdida. - ¿Qué pasa? ¿No me ves capaz de estar con otro? - Duda un momento. - O con otra...

-A ver, bobita mía. - Me levanto y la abrazo por la cintura, hundiendo mi cabeza en su cuello. - Tú podrías estar con quien quisieras, es más, prefiero no pensarlo. - Entonces me pongo frente a ella y busco sus ojos, que en cuanto chocan con los míos sonríen. Y ya está rendida. Seriamente, sabré que se ha roto algo entre nosotras cuando ese truco me falle. - Pero si tuvieras a otra persona notaría algo, te conozco demasiado. Así que... Cuéntame el plan.

- A ver... - Con una sonrisita se da por vencida y comienza a hablar. - Te llevo a casa de tus padres, comes, te recojo cuando me digas, vamos a casa de mis padres y por la noche... ¡Sorpresa!.

-¿Sigues con lo de no querer ver a mi madre?

-Es mejor que no vaya... - Baja la mirada. - Podríamos acabar discutiendo y no me apetece arruinarte el cumpleaños.

-Pero cielo, quiero pasar todo el día contigo. - Mis dedos empiezan a juguetear con el borde su toalla, descubriendo poco a poco su cuerpo. - Por favor...

-No, lo siento. - Aparta mi mano, me da un beso y se va sin más. - ¡Y no me tientes! ¡Tengo que preparar la sorpresa de esta noche!

-¡Ey! - Salgo corriendo tras ella escaleras arriba. - ¿Qué es?

- ¿Tú qué entiendes por sorpresa? - Pregunta vacilante.

Empieza a vestirse mientras yo no puedo hacer otra cosa que mirarla. Revuelve mi armario hasta que encuentra una camiseta de su agrado. Es de tirantes y lleva estampado un atrapasueños de colores. Al parecer ha decidido usar mi ropa. Me hace un gesto con la mano y me doy cuenta de que debería estar en la ducha hace rato. Bajo el agua intento atar cabos para descubrir su sorpresa. No me cuadra nada. La mayoría de cosas que pasan por mi mente ya las hemos hecho otros años. De noche y que tenga que organizar ella sólo se me ocurre una fiesta, pero eso es imposible por que la fiesta la hemos planeado juntas y es al día siguiente por la noche, en un local de Madrid que alquilamos para la ocasión. Tengo claro que su regalo me va a encantar porque me conoce, pero no consigo quitarme las hormigas que han acampado en mi estómago por los nervios. La verdad es que no me puede ir mejor. Siento que mi vida ha vuelto a su cauce de la mejor forma posible. La tengo a mi lado otra vez y en unos días empezaría mi nuevo trabajo. Fotógrafa de Dani Martín, el chico que marcó mi adolescencia. ¿Quién me iba a decir hace unos años que pasaría de ser una simple fan a trabajar para él? Cuándo pienso las vueltas que ha dado mi vida me resulta irónico. He acabado trabajando para Dani y mi novia es Malú, que ambos eran mis ídolos de joven. Parece ser que lo mío es cumplir sueños.

Tras muchas vueltas frente al espejo acabo poniéndome una falda holgada con estampado floral corta y una camiseta de tirantes blanca que complemento con unos tacones marrones. Para la cara no me complico demasiado. Un maquillaje suave que destaca mis ojos y todo el pelo hacia un lado. Esto último lo hago porque a sé que a mi chica le encanta. Sonrió frente al espejo y me dispongo a bajar al salón, pero cuando voy a poner el pie en el primer escalón veo a Malú hacer movimientos sospechosos. Rebusca en un cajón hasta sacar las llaves de repuesto que tengo guardadas. Deshago mis pasos antes de que se de cuenta de que la he visto y me siento en la cama a reírme. Esa mujer era un show y de discreta le quedaba poco. Ahora también sé que su sorpresa es en mi casa. Vuelvo a bajar, pero esta vez se lo hago saber dando un grito.

-Estás preciosa. - Coge mi mano haciéndome girar sobre mí misma, y paramos riéndonos cuando nos damos cuenta de que ese gesto ha quedado muy de princesa Disney. - Menudo par de ñoñas somos.

-Perdona, pero yo no era así. Me has convertido en otra.

- ¿Estás de coña? A ver, princesa... - Hace especial énfasis en esa última palabra. - Tú siempre has sido cursi, lo que pasa es que cada vez lo ocultas menos.

-¿No se supone que en las parejas normales es al revés? - Señalo. - Cuanto más llevan juntos, menos detallistas y románticos son.

-Pero es que tú y yo no somos una pareja normal. Somos especiales. - Coge mi cuello con ambas manos y une nuestros labios. - Y vámonos, que no llegas.

- Lo que yo decía... Ñoñas de cojones. - Avanzo un par de pasos hacia la puerta principal y, de pronto, me da una palmada en el culo. Al girarme está riéndose de forma traviesa. Sale corriendo, me adelanta y se mete en el coche. A todo esto, hace rato que me duelen los mejillas de tanto sonreír. Creo que al día siguiente tendré agujetas en la cara, porque sé que me deparan muchas más risas.

El resto del día se va sucediendo tal y como Malú dijo. Primero me deja en casa de mis padres. Allí todo es genial: buena comida, mi tarta favorita, risas... Además, se me pone un nudo en la garganta cuando me dan mi regalo. Es un colgante que perteneció a mi abuela y, al parecer, ella deseaba que yo lo tuviera. Estoy feliz porque todo el mundo a mi alrededor está feliz. Y porque es mi cumpleaños, claro. Bailo con mi hermana, mi cuñado e incluso con mi padre. Lo único que me falta es ella. No sabéis lo que deseo que arregle las cosas con mi madre porque, a pesar de que estoy contenta, tengo una pequeña sensación de vacío que sólo podría rellenar mi chica. Aún así disfruto de la comida, recordando momentos de la infancia y pidiendo deseos, como cada año.

A las seis no lo puedo evitar más y la llamo para que venga a recogerme. A través del teléfono oigo como mueve cosas y, lo admito, paso miedo por mi casa. A saber lo que se le ha ocurrido. A mi madre no le hace ninguna gracia que me vaya tan pronto. Dice que ese día es para pasarlo con ellos, pero lo que no quiere admitir es que la familia de mi chica también es mi familia.

-Mamá, no voy a quedarme. Es mi cumpleaños y me apetece ver a la gente a la que quiero.

-Y por eso nos dejas tirados a nosotros.

-No digas tonterías porque Carol y papá no piensan como tú. - Me acerco a ella y suspiro. - Mamá, no voy a discutir contigo. Sólo espero que te des cuenta de que con Malú soy feliz, y necesito que lo aceptes.

Inmediatamente suena mi móvil señalándome que ya ha llegado mi novia. Me despido de todos con besos y abrazos y bajo a toda velocidad. Por poco me mato. Escaleras y tacones no combinan tan bien como deberían. Lo primero que veo al salir del portal es su coche. Nada más entrar nos damos un beso y la miro de punta a punta. Se ha cambiado y deslumbra de una manera sobrenatural. Pienso incluso que, por un momento, todo el mundo depende de su luz propia. Lleva un vestido negro con detalles dorados. El maquillaje es escaso, porque no le hace falta, pero lo poco que lleva es perfecto. Y su pelo cae despreocupado, ese día parece más rebelde que nunca.

-¿Qué tal te lo has pasado? - Pregunta mientras arranca el coche.

- Muy bien, pero faltabas tú.

-Yo era la ñoña, ¿Verdad? - Me saca la lengua y se ríe.

Pues sí, estoy ñoña, ¿qué le voy a hacer? Me encanta decirle cosas bonitas. Merece la pena aunque sólo sea por ver la carita que me pone cuando lo hago. Está feliz y eso es gran parte de mi felicidad. Hemos vuelto a empezar y, aunque entre nosotras siempre ha existido una magia única, ahora se ha intensificado. A mi ya me da igual todo, porque sé lo que se siente al perderla. Y estoy dispuesta a hacer cada gesto como si fuese el último. Que cada caricia le deje huella, cada beso provoque fuego y un simple susurro deje su corazón enloquecido. El otro día, mientras hacíamos el amor, descubrí cuál es mi función en este mundo: es hacer que se sienta especial, tanto en el sexo como fuera de él. Dicen que todos tenemos que descubrir lo que queremos hacer en la vida, lo que nos da la plenitud. Y yo lo he encontrado en ella, en completarla y hacerle saber que ella me completa a mi.

En casa de sus padres es un espectáculo. No somos muchos, pero parecemos una multitud. Mis suegros, mis cuñados y la novia de José. Hay comida por todos lados y, sobre todo, música. Eso nunca falta en la casa. Hasta el pequeño Josete baila siguiendo el ritmo de la guitarra de su hermano. De pronto, se apagan las luces y empiezan a cantar el 'Cumpleaños Feliz'. Me siento en la silla más cercana y mi chica me agarra los hombros por detrás. Por la puerta de la cocina sale Pepi con una tarta, y mi sorpresa es mayor cuando la veo de cerca. En la parte superior del pastel hay un montón de fotos comestibles en las que salimos todos. Acaba la canción y me dicen que sople pidiendo un deseo. Y lo hago. No os voy a decir lo que pido por si las moscas, pero creo que os hacéis una idea de por dónde van los tiros.

-¡Los regalos! - Dejan la tarta en la mesa y aparece Josete con varias bolsas.

Abro primero los del niño, que por su gracioso aspecto los ha envuelto él seguro. El primer paquete es una foto nuestra puesta en un marco de macarrones de colores. También me regala una pulsera de gomas que ha hecho él y un dibujo. Me lo como a besos hasta tal punto que todo mi pintalabios ha pasado a su cara. No se para de reír.

- Ahora el nuestro. - Mi cuñado y su novia me tienden una bolsa rosa y cuando veo lo que hay dentro la cierro del golpe.

-¡Estás loco! - Me empiezo a reír como loca. Malú me quita la bolsa para cotillear y cuando ve el contenido se pone roja.

-Malú me dijo que te comprara algo que pudieseis disfrutar juntas. - Se ríe descaradamente. De nosotras, claro. - Yo sólo he obedecido.

-¿Qué es tanto misterio? - Mi suegra coge la bolsa y veo a mi chica deseando que la tierra la trague. - ¡Pero chiquillas! - Primero saca un conjunto de lencería rojo que estoy segura de que tapa menos de lo que debería. Es precioso, pero que mi suegra lo tenga entre las manos me mata de vergüenza. Después saca una caja con un tanga comestible. Mi suegro ya no sabe ni dónde mirar. Y, para terminar, saca algo que no sé lo que es, pero tiene pinta de ser para jugar en la cama. Pepi lo observa minuciosamente con los ojos como platos. - Pero niñas, ¿todo esto lo hacéis vosotras? Ay, señor.

-Pepi, deja a las niñas. - Interviene mi suegro.

-Ay, que sólo es curiosidad.

-Di que sí, no te preocupes. - Me acerco a Pepi. - Tú tranquila que ya te explicaré el jueguecito.

- ¿Qué dices? ¿Qué le vas a explicar tú a mi madre? - Malú me da un golpe en el hombro que sólo consigue sacarme risas y pone cara de no entender nada. No le voy a contar nada a Pepi, pero ver a mi chica indignada es demasiado gracioso. 



- Cielo, que tu madre tiene una edad. No se va a asustar.

-Lo que me faltaba, que mi madre sepa lo que hago en la cama...

Durante el trayecto de vuelta a mi casa las carcajadas inundan el vehículo al recordar la situación. Malú me ha hecho jurarle que no voy a contarle nada de lo que hacemos o dejamos de hacer en la cama a su madre. Le ha dado más vergüenza el regalo a mi chica que a mi. Sus padres me han regalado un día de balneario para dos personas que puedo canjear cuando quiera. Todos los regalos me han encantado, pero aún falta uno. El más importante. Cuando estamos subiendo en el ascensor de mi edificio la abrazo por detrás y beso su cuello.

-¿Me vas a dar ya mi regalo? - Las puertas se abren y salimos del ascensor en la misma postura.

-Sí, pero cierra los ojos.

-Ya estamos... - Obedezco y escucho como abre la puerta. Después me coge de las manos y entramos en casa.

-No abras los ojos.

-Que no, pesada. - Paramos y, cuando ella me lo indica abro los ojos. No veo nada especial, simplemente estamos frente a la puerta del cuarto de invitados. - Vaya, muchas gracias, cielo. Me encanta el regalo.

-Imbécil, espérate a que abra la puerta.

Lentamente coge el pomo y va abriendo muy despacio. Sé que lo hace tan lento para aumentar mis nervios, y lo consigue. Cuando veo el interior la sorpresa es mayor de lo que esperaba. No queda ni rastro de la habitación de invitados. Ha cambiado absolutamente todo. No sé ni por dónde empezar a describir lo que veo. Ha quitado la lámpara. Ahora el techo es negro, y múltiples luces pequeñas alumbran la sala, como si fuera una noche estrellada. En el suelo hay dos grandes puffs, uno negro y otro blanco. Del techo también cuelgan algunas fotos nuestra, de viajes o, simplemente, de momentos especiales. En una de las paredes hay un panel, y descubro que es para un proyector cuando me fijo en la pared opuesta. Entro con paso dubitativo, observándolo todo minuciosamente. Ha reunido imágenes de las que ni me acordaba. Ya nos imagino sentadas en esa habitación, viendo en el proyector películas mientras nos comemos a besos. Y hay otra cosa en la habitación, quizá lo que más me gusta. Está justo en la pared de enfrente, que ahora es una pizarra magnética. Ha escrito, de su puño y letra, todos los puntos de la carta que le dí en Disneyland.

-Me dijiste que podrías ir añadiendo razones por las que me quieres cada día. - Toma mi mano y deja caer la cabeza en mi hombro. - Con esto puedes hacerlo. O podemos hacerlo, mejor dicho, porque yo también tengo muchas razones por las que te quiero.

Coge un rotulador que está enganchado a la enorme pared y empieza a escribir. "Te quiero por la cara que se te ha quedado cuando has visto esta habitación". Me río y tomo el rotulador para escribir por primera vez ahí. "Te quiero porque siempre aciertas con los regalos". Ahora nos reímos juntas, mirándonos a los ojos, de la forma más sincera que existe. Sabía que su regalo me gustaría, pero no hasta ese punto. Me ha regalado una habitación para crear recuerdos. Nuestra habitación. Se acababa de convertir en mi rincón favorito del mundo. Nunca tendré forma de agradecerle todo lo que me da. Porque me da más de lo que cree. Cada gesto es un regalo. Nos besamos. El espacio que quedaba entre nuestras bocas se estaba convirtiendo en un suplicio y debíamos apartarlo. Mis labios con los suyos son como un puzzle de dos piezas que encaja a la perfección.

El beso se va volviendo intenso, a la vez que sus manos juegan con mi pelo y las mías, vacilantes, inician un recorrido hasta la cremallera de su vestido. Con pasos lentos, vamos hasta uno de los puffs y nos dejamos caer. Ella sobre mi. Mi ropa va desapareciendo sin prisa, y la suya ya no sé dónde está.



 Entre caricias y besos, su mano se posa en mi intimidad, haciéndome delirar con un placentero masaje. Pero yo también quiero que ella disfrute. Aparto mi mano de sus pechos y desciendo hasta una zona peligrosa, donde imito sus movimientos. La verdad es que no se me ocurre una forma mejor de estrenar esa habitación. Haciéndonos el amor y llegando juntas a la cumbre. Uno de sus dedos se abre paso en mi interior, y poco después añade otro. Jadeo y respiro como puedo. Pero sigo con ganas de llegar a mi objetivo, así que recojo fuerzas y también me cuelo en ella. En ningún momento dejo de besarla. Su boca, sus clavículas, su frente... Todo me vale. Sólo necesito sentirla mía. Con cada presión que hace en mi intimidad me vuelve loca, y yo intento dar todo de mi. Por sus gritos creo que lo consigo. Subimos el ritmo. Su sudor se mezcla con el mío. Nos estamos dejando el alma en lo que hacemos, y aún así tenemos ganas de más. Prolongamos el momento todo lo posible hasta que la explosión es inminente. Y, como yo quería, llegamos juntas. Nuestros gritos se funden formando uno sólo.

-Muchas gracias. - Digo exhausta. - Por todo. Te quiero.

- Ya también te quiero.



-¿Preparada para la fiesta de esta noche? - Me pregunta mi chica. Estamos sentadas en la terraza de mi ático. El sol ha salido hace poco y las vistas anaranjadas son preciosas.

-Estoy deseando que llegue. - Guiño un ojo y la beso. - ¿Le mandaste las invitaciones a tus amigos?

-Claro, todos me han confirmado que vienen. Incluso Orozco, que tenía dudas. ¿Y tú? - Mi mira. - No me has dicho aún a quién has invitado.

- Pues a la mayoría les conoces. - Pienso en la gente que viene, casi todos son amigos de toda la vida, aunque ahora tenemos menos relación. Malú me dijo que invitara a quién quisiera, siempre y cuando pudiéramos confiar en que no lo irían contando en la prensa. - He invitado a Susana, Raúl, Marta, Luis, Sara...

- Eh, eh. Espera. - Me interrumpe con malos gestos. - ¿Marta? ¿En serio? Patri, no me jodas...