viernes, 27 de julio de 2018

EL FINAL (2x52)

Que la vida nos pone miles de obstáculos lo he vivido en mis propias carnes desde que tengo uso de razón, al igual que sé que día a día tenemos que tomar decisiones en las que no todo el mundo sale ganando. A veces incluso somos nosotros mismos los que perdemos. Sé que tan pronto puedes estar en la cúspide, como segundos después pasar a estar escondida en un lugar del que ni tú sabes las coordenadas. Y sé que por mucho que trabajes por lograr tus sueños, hay ocasiones en las que tienes que esperar el momento adecuado, el soplo de viento que te impulse por el camino que deseas. Afortunadamente, en mi vida he estado muchas veces en el punto correcto, o al menos eso pienso ahora que el mar está en calma. Para empezar, estuve fuera de clase un día en el que un amigo de mi padre me escuchó cantar. Gracias a eso he podido dedicarme a lo que me gusta durante lo que llevo de vida. No sé qué hubiera sido de mi sino. ¿Veterinaria? ¿Profesora? ¿Periodista? No tengo ni idea, porque realmente nada de eso se me da bien ni me gusta tanto como para querer dedicarle toda mi trayectoria laboral. Otro día tuve la suerte de encontrarme a Danka. Habrá a quien esto le parezca una tontería, pero en ese momento ella había perdido su casa y yo acababa de comprar la primera mía propia, lo cual me pareció una bonita señal. Como cuando dos piezas de un puzzle son unidas sin pensar que serían ellas, entre tantas otras, las que encajarían. Después, hubo un momento que me cambió la vida por completo. Creía que iba a una sesión de fotos más, pero allí me encontraría con esos ojos verdes por los que tantas veces apostaría a todo o nada de ahí en adelante. Con ella aprendería a ir desvistiéndome de todos los miedos que había acumulado en una profesión que me dejaba tan expuesta. Me hizo descubrir también que nunca puedes dar por hecho nada porque la vida te sorprende. Un día puedes tener al novio perfecto en Madrid y al día siguiente viajar a México con la persona que realmente te hace perder la cabeza. Y que quien primero se tiene que quitar los complejos y los prejuicios eres tú mismo para que el resto de personas lo hagan contigo. Entonces dará igual si sales a pasear por Madrid con tu novia de la mano o si te apetece llevarla contigo a la presentación del single. Si para ti es correcto, por mucho que a otra persona le pueda parecer mal, siempre estará bien por la concordancia entre lo que sientes y lo que haces. Al fin y al cabo, solo hay que ir viviendo los días tomando las decisiones que nos hagan más felices, ya sea a corto, medio o largo plazo.

Y otro de los grandes premios de mi vida es el que hoy cumple cuatro años. Le tengo delante dando saltos en la cama y lanzándose al cuello de Patricia para celebrar que hoy soplará las velas y desenvolverá los regalos. Ilumina su habitación con una enorme sonrisa de pequeños dientes de leche aún desordenados. Yo lo observo a un par de pasos de distancia porque me apetece guardar este recuerdo en mi cabeza. Por un lado, la chica de mis sueños. Pasarán los años y seguiré siempre enamorada de su cabello rubio, aunque esté despeinado como ahora, así como de sus ojos y de su sonrisa. Lleva una camiseta muy ancha de color gris que usa para dormir y que le sienta de maravilla. Al otro, Daniel. Cualquiera que le viera al lado de Patricia sabría perfectamente que son madre e hijo. El pequeño ha sacado los ojos de la fotógrafa, con ese verde tan impactante que embauca a cualquiera. Pero, además, el color de su pelo es aún más rubio que el de ella, llegando a teñirle las cejas de la misma tonalidad. De primeras podría pasar perfectamente por un extranjero. Él viste un pijama de pantalón y camiseta cortas plagado de muñequitas de Peppa Pig. Es rosa y lo vio en la sección de chicas mientras comprábamos un regalo pero, con suerte, ha dado con un par de madres que no van a poner ninguna pega al desarrollo de su personalidad. Lo tenemos claro desde el principio. Nuestro hijo puede ponerse ropa de color rosa, apuntarse al equipo de fútbol del colegio y luego llorar viendo cualquier película con la que se ha establecido que "los chicos no pueden llorar". Al fin y al cabo, ¿quién era yo para decirle a mi hijo que dejara ese pijama y cogiera otro azul cuando me pedía con los ojos brillantes de emoción que se lo comprara?

- ¿No te vas a unir? - Me pregunta la chica mientras coge al niño de las manos y le incita a saltar en la cama más alto cada vez. Inmediatamente corro a su encuentro, le cojo y empiezo a besuquearle. Ahora me toca a mi. El pequeño se parte de la risa por las cosquillas que provoca mi boca en su cuello. Intenta retorcerse para zafarse de mis brazos, pero su pequeño cuerpo no se lo permite.

-Para, para. - Grita riéndose a carcajadas. - ¡Mamá, dile a mamá que pare! - No solo no me lo dice, sino que además se une a esa batalla de besos y empujones tan apetecible que hemos creado para darle al día la bienvenida.

-Muchas felicidades, cariño. - Le digo al pequeño cuando nos cansamos de la divertida pelea y caemos rendidos los tres en la cama. En ese instante le miro y comprendo lo equivocada que estaba en ese momento de mi vida en el que creía que tener hijos no era para mi. Que si no era capaz de hacerme responsable de mis propias decisiones, de ser sincera conmigo misma, cómo iba a educar a un niño. Efectivamente, hace unos años no podría haber sido madre, pero como todo, hay que esperar el momento exacto, las circunstancias concretas y las personas indicadas. Como cuando se alinean la Tierra, la Luna y el Sol para dar lugar a un eclipse. - ¡A desayunar! - Exclamo mientras tiro de sus manos.

-Hoy no quiero ir... - Murmura entre dientes abrazándose a Patricia. - Quiero quedarme con vosotras.

-¿Te crees que mamá y yo nos quedamos en casa?  ¡Nosotras también trabajamos! - Le cojo en brazos y ando hacia la cocina. - Además, tienes que llevar los pasteles que compramos ayer para tus compañeros y ponerte la corona de cumpleañero que la profe tiene preparada. ¡Es tu día!

-¿Me van a cantar el "cumpleaños feliz"?

-¡Claro! - Sonríe y se lleva el vaso de leche a los labios. - ¿Tú qué tienes hoy, Patri?

-Yo estaba pensando en quedarme en casa y vaguear como ha dicho, Dani... - Beso fugazmente sus labios y le tiendo una taza con café. - Pero como no puedo, iré a trabajar. Hoy hacemos las fotografías de promoción de esa nueva serie que te dije.

-¿Te va a dar tiempo a lo que hablamos?

- ¡Por supuesto!

Hace unos días, planificando el cumpleaños de Daniel, quedamos en que sería ella la que recogería la tarta porque yo tengo trabajo hasta las cuatro de la tarde. Además, iría a por el niño al colegio por sorpresa. Como ambas trabajamos sin unos horarios muy fijos, él se queda al comedor y después va a recogerle quien pueda, ya sea mi hermano, sus abuelos o alguna de nosotras. Al principio no nos hacía gracia ese desequilibrio y sabíamos que si fuera a un colegio privado en el que dieran clases por las tardes el problema estaría principalmente resuelto, pero elegimos uno público para evitar más diferencias de las que ya conllevaba tener dos madres famosas.

Salimos por la puerta de casa los tres juntos, pero separamos nuestros caminos para empezar la mañana. Daniel y Patricia toman un coche para llevarle al colegio y luego irse a trabajar, y yo cojo el mío para ir a ver al estudio. Estamos en pleno proceso de producción del nuevo disco y estoy muy ilusionada con él porque cada vez me puedo implicar más en la creación. Además, por mi bienestar físico y mental, había parado mi carrera unos años desde el disco que saqué cuando nació Daniel. Estaba saturada y preferí tomarme un tiempo para volver más adelante con más energía y ganas. Y ese momento ha llegado. Si en el disco anterior había podido sacar composiciones mías gracias a la colaboración de amigos de profesión, en este todas las letras son mías, y estoy orgullosa de los resultados. El miedo a exponerme en la música había desaparecido y, en gran parte, ha sido gracias a ella, como tantas cosas en la vida. Me ha animado a escribir y a enseñárselo al mundo desde que le conté mi idea. Lo que no sabe, y me estoy reservando como sorpresa hasta que el disco vea la luz, es que también hay una canción compuesta por ella. Un día, aunque no es habitual en ella, me dejó ver uno de los cuadernos en los que escribe textos. Uno de ellos era un poema y me llamó especialmente la atención, así que le hice una fotografía y me la llevé al estudio. Entre todos le pusimos música, lo convertimos en canción y ahora se ha convertido en mi canción favorita del nuevo disco. Quizás porque viene de ella, y todo lo suyo siempre es mi debilidad.

- Mamá, a las cinco en casa te dije. - Entre canción y canción, mi teléfono suena y es mi madre para confirmar datos sobre el cumpleaños de su nieto. - Patri va a ir con él a comer por ahí y yo salgo a las cuatro. Mientras llegáis todos yo decoro la casa. - Le aclaro. - El plan es que cuando lleguen Patri y él estemos todos preparados y le demos la sorpresa.

- ¿Quieres que lleve algo?

- No, no hace falta. Solo sé puntual.

Tengo la comida comprada y los elementos de decoración en casa, así que lo que más me preocupa es que todo el mundo llegue a tiempo. Seremos más de treinta personas entre amigos y familia, y no confío en que sean capaces de llegar antes de que lo haga el cumpleañero. Y, aunque me cuesta creer que Patricia sea capaz de acordarse de todo lo que tiene que hacer, está haciendo un esfuerzo por demostrarme que su lado más despistado hoy no está invitado a la fiesta. Ya me ha mandado varios mensajes diciéndome que ha acabado la sesión, que va a por la tarta y que no se me olvide que es la mejor novia del mundo. Aunque lo dice con un tono bromista de prepotencia, me hace estar sonriéndole continuamente a la pantalla. Yo misma me sorpendo al darme cuenta una y otra vez de que pasan los años y sigo igual de enamorada. Hemos creado una relación especial que va mucho más allá de una pareja y, aunque hayamos decidido juntas no tomar la vía del matrimonio, somos conscientes de que hace tiempo somos mujer y mujer.

- ¡Qué vienen! ¡Qué vienen! - Exclamo. Patricia me acaba de enviar un mensaje diciéndome que acaban de aparcar así que ya ni pueden tardar mucho. Todos nos escondemos y apago las luces. - No hagáis ruido.

Segundos después la puerta se abre y, cuando encienden la luz, todos empezamos a cantar al unísono el "cumpleaños feliz". Daniel abre los ojos como platos y su cara muestra una enorme sonrisa. Solo con eso ya ha merecido la pena el trajín de organización de los últimos días. Me acerco despacio con la gran tarta encendida, con el mayor cuidado posible para no tirarla y arruinar el momento. Cuando llego hasta él, me agacho y me pongo a su altura para que pueda soplar las velas.

- Acuérdate de pedir un deseo. - Le recuerda Patricia agachándose con nosotros.

- Sí, pero es secreto. - El niño asiente y, por fin, apaga las velas con un gran soplido. Como puedo, sin perder el equilibrio, dejo la tarta en la mesa que tengo al lado y le cojo en brazos para comérmelo a besos. Patri se une a nosotros y nos abraza con fuerza mientras todos los demás siguen aplaudiendo.

- ¡Dejad al niño que me lo vais a gastar! - Dice la hermana de Patricia quitándonoslo de los brazos. A partir de ese momento, empieza a pasar de mano en mano sin parar de reírse y de abrir regalos. Está feliz y, por tanto, yo también.

- No lo hemos hecho tan mal, ¿no? - Patricia pasa su brazo por encima de mi hombro y besa mi mejilla. Hemos dejado de ser el centro de atención, así que aprovechamos para compartir ese momento.

-¿Tú crees?

-Es feliz, Malú. - Responde. - Y yo también lo soy con vosotros.

A veces aún me pregunto si nuestras profesiones no hacen que la vida del niño sea especialmente complicada. Entre mi trabajo y el de Patri, llevamos una vida poco convencional, sin horarios fijos, en la que Daniel ni siquiera podía saber quién le podría recoger en el colegio cada día. Tampoco fue fácil el proceso de aceptación de que no íbamos a escondernos más, porque suponía vernos por la televisión, en las revistas, y que el niño se viera expuesto, por mucho que le taparan la cara. Además, nuestra vida se va a complicar aún más en unos meses, cuando empiece la gira y no tengamos ni idea de cómo organizarnos. Tendríamos que contratar a alguien que nos ayudara al menos a recogerle del colegio y, sobre todo, lo que tuve claro desde un principio es que no iba a perderme momentos importantes de su vida. Por eso, estábamos creando una gira distinta, con un máximo de dos conciertos por semana, de tal manera que la mayoría de la semana podría pasarla en Madrid.

Sin embargo, he de reconocer que, gracias a nuestro esfuerzo y a la ayuda de nuestras familias y amigos, Daniel se preocupa menos por todo esto que yo misma. Está contento de poder pasar mucho tiempo con sus abuelos y tíos, le encanta venir al estudio y coger los instrumentos cuando no queda otra que llevarle conmigo, o de atrapar la cámara si es con Patricia con quien tiene que ir. Si nos ve en la televisión se ríe y está orgulloso de que sus amigos le envidien por tener madres famosas. Y, sobre todo, cada decisión merece la pena cuando le veo feliz, como ahora abriendo sus regalos, y me doy cuenta de que no podría haber tenido una vida mejor ni planeándola. Tengo al mejor hijo que podría tener y a una compañera de vida que me atrapó desde el primer momento en que la vi. Son mi pilar, mi canción preferida, y sé que si estamos unidos todo lo que nos deparará el futuro será bueno.

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¡Hola! ¡Cuánto tiempo! Soy consciente de que este capítulo ya no tiene ni sentido y que a lo mejor nadie lo lee, pero lo tenía a medias, me ha apetecido acabarlo y, sobre todo, cerrar el ciclo. Escribir esta novela me ha traido muchas cosas buenas y no quería dejarla inacabada. Además, os agradezco a todos los que habéis dedicado algún momento a leerla y, sobre todo, espero que la hayáis disfrutado, al igual que yo escribiéndola. Me da mucha pena dejarlo, pero es lo que tengo que hacer. Mil gracias por leer, sobre todo. Y, para cualquier cosa, podéis hablarme por el Twitter de la novela.

Un saludo y gracias.

@NovelaconMalu



martes, 17 de octubre de 2017

Todo irá bien (2x51)

No estoy preparada. Mi vida va a cambiar más de lo que nunca lo ha hecho y aún me cuesta hacerme a la idea de que tendré entre manos más pañales que cámaras de fotos. Quién sabe durante cuánto tiempo no volveré a mi puesto de trabajo. La decisión fue mía. Quise ser yo misma la que se quedara embarazada, pero quizá no pensé lo suficiente en las consecuencias. Malú también podría haberlo hecho y su nueva vida no hubiera sido tan diferente a la anterior. Ni siquiera se negó a hacerlo. Ya había dejado temporalmente los escenarios, así que mantener eso un poco más no hubiera causado grandes pérdidas. Pero yo, absolutamente inconsciente, di el paso. ¿Qué digo paso? El gran salto hacia el abismo. Desde el primer mes hasta el octavo en el que me encuentro ahora, mi cuerpo tampoco es el mismo. La barriga es una enorme montaña en el centro de mi cuerpo que me impide verme los pies, y solo sé que siguen ahí abajo porque me duelen y laten con fuerza cuando los he usado durante más de diez minutos seguidos. Ni siquiera mi madre, con la que he conseguido recuperar la relación, me avisó de estos síntomas. Creo que tenía miedo de que jamás la hiciera abuela. No se podía permitir ser la única de su grupo de amigas que no hablara de las risas de su nieto en las reuniones de sobre mesa, y bastante tenía ya con ser la comidilla de las demás por ser la madre de la novia de la cantante recientemente salida del armario.

Otra náusea. No puede ser que a las doce de la mañana haya vomitada más de tres veces. Me comentó el médico que era normal en esta etapa del embarazo, pero la normalidad no quita que sea desagradable. Ni en mis mejores fiestas había acabado tantas veces doblada frente al retrete. Mi único consuelo es tenerla al lado al salir del baño. La decisión de tener un bebé es lo mejor que podríamos haber hecho. A priori no lo parecía, ya que acabábamos de salir de un mal momento y no estábamos tan estables como solíamos. Pero esto nos ha servida para unirnos, para estrechar aún más nuestros lazos. Parece que el cordón umbilical no solo me une a una nueva vida, sino también a ella. Tiene siempre las palabras idóneas para cada momento, los mejores masajes tras alguna caminata y las conversaciones perfectas para las noches en que no puedo conciliar el sueño. 

- ¿Quieres que vayamos al médico? - Me siento en el sofá tapándome la cara con las manos. Niego con la cabeza. Solo quiero quedarme aquí y que se me pase este dolor de cabeza. Ella se sienta a mi lado y besa mi hombro. - Como prefieras. - Con los ojos cerrados puedo notar cómo se levanta y poco después empieza a hablar por teléfono. - ¡Pablo!... Muy bien, ¿y tú?... Oye, te importaría que dejáramos lo de hoy para otro momento?... Bueno, no te preocupes, la semana que viene está bien. - Me levanto rápidamente y voy hasta Malú.

-¿Qué haces? ¡No puedes cancelarlo! 

-Genial, muchas gracias, Pablo. - Hace caso omiso a lo que le digo. - Un beso. Nos vemos. - Cuelga.

-¿Por qué lo cancelas? 

-No me voy a ir a componer sabiendo que estás aquí mal. 

- Malú, sabes bien que llevabas esperando para poder verte con él más de un mes. Está de gira y es muy difícil coordinar fechas. 

-Y tú sabes muy bien que me da igual. - Me coge de la mano y tira de mi. - Además, la semana que viene pasará por España otro par de días, así que lo haremos ahí. - Hace que me tumbe en la cama y ella hace lo mismo. - Ni que Pablo Alborán fuera tan importante... - Bromea. 

-Vas a tardar años en componer este disco... 

-Lo primero es lo primero, Patricia. - Usa mi nombre entero, con todas sus letras, como solo hace cuando se pone seria. - Ya te dije que quería estar contigo en todo el proceso del embarazo y lo voy a cumplir. 

Está conmigo. Todos los días y prácticamente a todas horas. Pero su disco va lento, muy lento. Mucho más de lo que el equipo, ella y yo misma pensábamos. La idea había ido evolucionando y se había convertido en un proyecto estupendo. Sacaría dos discos en uno. El primero serían canciones compuestas por ella misma, algunas de las cuales ya tenía escritas con anterioridad. El segundo, diez temas en los que cantaría con cantantes de éxito, sus amigos, canciones compuestas  juntos. Todo sonó muy bonito en un principio, pero es demasiado trabajo y mucho más en las circunstancias actuales. Crear un disco siempre es una tarea ardua, y teniendo en cuenta la complejidad del mismo y el embarazo, eso se ha multiplicado por infinito. A día de hoy faltan dos meses para tener que presentar todas las canciones y aún le faltan la mitad de las compuestas con otros artistas. Y a mi me queda aproximadamente un mes para el parte y el siguiente repleto de cuidados intensivos para el nuevo miembro de la casa. No sé cómo vamos a coordinarnos para que todo salga bien.

Otra náusea y un dolor mucho más intenso en el estómago. Es el peor día en los ocho meses que llevo así. Otra náusea y salgo de nuevo corriendo al baño. Cuando vuelvo al salón, Malú se ha hecho una coleta, ha cogido el bolso y me espera en la puerta de casa con las llaves del coche en la mano. Negarme a ir al médico sería una tontería porque ni ella me permitiría hacerlo ni yo quiero pecar de irresponsable. Cojo una chaqueta y sigo sus pasos sin decir palabra alguna.

Una vez en urgencias, Malú me deja sentada y veo como se dirige a la ventanilla. Por sus expresiones sé que debe estar pidiéndoles rapidez con su habitual pérdida de nervios en situaciones similares. Los que se enfrentan así a ella deben pensar que es la típica famosa cínica y prepotente, aunque nada más lejos de la realidad. Y definitivamente su insistencia surte efecto, porque cinco minutos después el doctor alza la voz pronunciando mi nombre. Una vez más me encuentro tumbada con las piernas abiertas con un hombre observando mi zona más íntima. Nunca pensé que se daría esta situación tantas veces en mi vida. Después pasa a tocarme la barriga y auscultarme. No dice nada, solo me pide que me vista y me siente frente a la mesa, junto a Malú. Teclea en su ordenador con agilidad.

-Bueno. - Se quita las gafas y nos mira con una sonrisa. - Me alegra contaros que estáis de parto.

-¿Cómo? - Exclama Malú sin intender nada. Yo tampoco tengo las cosas claras, pero me quedo bloqueada y sin poder expresar nada. Menos mal que ella sí, aunque perdiendo los nervios. - ¡Solo está de ocho meses! Ni siquiera a expulsado el tapón mucoso ese que nos dijeron ni ha roto aguas, ni nada.

-Tranquilas, chicas. - Comenta él sin perder la sonrisa. - A ver, cada parto es diferente. Para empezar, que solo hayan pasado ocho meses no indica que las cosas vayan mal. Por las pruebas sabemos que está sano, así que lo más probable es que esté preparado para salir. - ¿Ha dicho lo más probable? ¿Y qué pasa con lo improbable? - Por otro lado, el tapón lo habrá perdido ya poco a poco. Hay quien lo expulsa de golpe y quien simplemente lo hace cuando va al baño sin ni siquiera enterarse.

-¿Pero romper aguas?

-Cuando digo que está de parto quiero decir que ha empezado el proceso. Ha comenzado la dilatación y no debería tardar en aumentar y romper aguas. Lo que tienen que hacer ahora es tranquilizarse y dar una vuelta por los alrededores. Si se encuentra peor o rompe aguas, vuelvan.

-¿Pero está todo bien? - Quiero saber.

-Claro que sí. No hay nada que nos indique lo contrario.

Y sin más, nos deja ir de la sala con cientos de preguntas en el aire. ¿Cómo íbamos a esperarnos que unas náuseas y cierto dolor podrían ser el principio del final? No sé si sentirme bien o mal. Por un lado, estoy inquieta porque que esté siendo tan precipitado no me da la sensación de tenerlo bajo control ni de que vaya a salir bien. Pero por otra parte, estoy deseando que nazca, esté sano, y acabar con los dolores. Aunque lo que nos viene por delante tampoco vaya a ser fácil, por lo menos será con una persona más en casa por la que luchar. Si algo nos ha repetido todo el mundo es que merece la pena todo lo malo cuando ves lo bueno.

Malú y yo decidimos caminar un rato por un campo cercano al hospital. No queremos alejarnos mucho por si se acelerara el proceso más de lo esperado. Visto lo visto, no nos podemos fiar. Andar me sienta bien. El dolor va disminuyendo a medida que la conversación entre ambas se vuelve más fluida.

-¿Te imaginas que me llego a ir a grabar con Pablo? - Se ríe. - Menos mal que no te he hecho caso.

- No me haces caso la mitad de las veces que te digo las cosas. - Aclaro recordando lo testaruda que es. - Además, no hubiera pasado nada grave. Te llamaría y ya está.

-¿En serio? - Me mira sorprendida. - ¿De verdad me estás diciendo que hubiera cogido tu teléfono y hubiera salido de ti llamarme para ir al hospital de urgencias? - Me quedo pensativa. - Sabes que antes te mueres de dolor que ir tú sola. Como mucho hubieras llamado a otra persona y yo me hubiera enterado ya cuando Daniel hubiera nacido!

-¡Qué exagerada! - Ambas reímos. - Oye, ¿entonces ya has decidido que se va a llamar Daniel? - Me percato de que se le ha escapado el nombre sin pensarlo. Es uno de los tantos que hemos barajado, y su favorito desde el primer momento.

-¿A ti te gusta?

-¿Sabes? En un principio preferiría otro. No es que me desagrade ese... Pero no sé, pensándolo últimamente me he dado cuenta de que da igual. Que el nombre es algo a lo que te adaptas el primer día en cuanto doscientas se han referido a él de esa manera. Dudo mucho que alguien se haya arrepentido de ponerle a su hijo un nombre u otro cuando este ya tiene viente años y más pelo en el cuerpo que el Yeti. - Malú rompe a reír y acto seguido me abraza.

-Tienes razón... - Admite. - ¿Qué haría yo sin ti? - Se sienta en el suelo, al lado de un tronco más alto que aprovecho yo para apoyarme. - ¿Crees que nos va a ir bien?

-¿Cómo?

-Que si va a ser feliz... Nuestras vidas no son fáciles y, a consecuencia de ello, la suya tampoco. Madres famosas, lesbianas, en todos los medios, con giras, con compromisos... ¿Le vamos a educar como deberíamos? - Poco a poco, a pesar del dolor, me agacho para sentarme a su lado y agarrar su mano con firmeza. No es el primer momento de dudas que hemos vivido en estos ocho meses, pero quizás sí el más intenso.

-Tendrá la vida tan fácil como nosotras se lo pongamos. - Intento tranquilizarla. - Le educaremos en la normalidad de dos personas que se quieren, sin darle importancia a ser hombre o mujer.

-Pero la gente le dirá cosas.

-¿Y qué más da? Todos nos hemos enfrentado a eso y lo importante es saber hacer oídos sordos a lo que no tiene sentido. El amor tiene sentido sea con quien sea. - Aclaro besando su mano. - Y respecto a la prensa, sabremos llevarlo bien. Le mantendremos distanciado... Aunque tampoco quiero que viva en una burbuja sin saber lo que es, porque tarde o temprano leerá titulares o verá vídeos que nos juzgarán.

-No quiero esconderle. - Expresa mirándome a los ojos. - Bastante me he escondido yo. Quiero respetar su derecho como menor, que le tapen la cara y todo lo que sea en las revistas, pero no pienso dejar de ir a sitios con él por miedo a que le fotografíen.

-Así será, Malú. Y te aseguro que si tuviera que elegir una madre para mis hijos serías tú sin ninguna duda. Me da igual que seas famosa, que te saquen en los programas del corazón, que tu vida sea una gira constante... Me da igual, porque sé que quiero que tus valores sean los del niño, y que harás todo porque sea feliz contigo. - Me abraza con cariño. Definitivamente, todo lo que nos viene va a ser muy difícil. Tendremos que tomar decisiones que ni nos imaginamos y enfrentarnos a más de una persona por defender a nuestro hijo. Pero irá bien y de eso estoy segura. Porque si estamos juntas, si somos como hemos sido siempre, Daniel será el hijo de dos madres que se quieren, y lo que menos importará serán las profesiones y el turbio mundo que nos rodea.



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¡Hola! ¡Tarde pero llegó! Solo volver a pedir disculpas por tardar tanto. También os comento que esto está a nada de acabar. Probablemente un capítulo más... y ya. Muchas gracias a todos los que seguís leyendo, que tiene su mérito jajajajajaja



miércoles, 29 de marzo de 2017

Americano pisando Madrid (2x50)

–Oye, ¿por qué no te duchas conmigo? –digo con tono pícaro mientras tiro de su brazo hasta que nuestros labios se juntan.

–No me apetece. –responde contundente poniendo distancia entre nosotras.

–Vamos, Malú. Cambia el chip. Nathan solo es un amigo que ha venido a España y quiere vernos. –Salgo de la ducha y me rodeo una toalla alrededor del cuerpo. Ella está frente a mi, con el cuerpo apoyado en el lavabo y la mirada perdida en alguna de las baldosas del suelo, que empieza a estar mojado por el efecto que crean las gotas de mi pelo al impactar contra él.- No es tan raro.

–Querrás decir verte –corrige ella. - ¿O hace falta que te recuerde lo que el tal Nathan quería hacer contigo en Los Ángeles? 

–En serio, ¿quieres relajarte amor? –me acerco a ella y pongo ambas manos en su cintura. ­–Olvidemos todo eso por favor, es un buen tío. Confía en mí. - Me enredo bien en la toalla y doy un paso hacia adelante.

–Está bien… –asiente no demasiado convencida, con los brazos aún bloqueando su cuerpo.

Por alguna extraña razón me encantan su cara y sus gestos cuando está celosa, y ahora lo está. Sonrío al mirarla, la acerco completamente a mí rompiendo la barrera que estaba creando y la beso lenta pero intensamente con la intención de despejar todas sus dudas.

–Tonta… –susurro en su oído mientras la abrazo fuerte.

–¿Podemos quedarnos así para siempre? –pregunta sin deshacer el abrazo.

–Nada me gustaría más, pero tenemos que atender a nuestros invitados –digo separándome y dejándole un beso en la frente. –Me voy a vestir, anda.

–Hazlo, solo falta que él te vea así… - Me río en silencio mientras niego con la cabeza. - ¡No te pongas muy mona! - Bromea.

 

Aprovecho la ducha de Malú para enviarle un whatsapp a Nathan con la dirección de nuestra casa. Escasa media hora después suena el timbre y miro a Malú, le pido calma con la mirada y las manos, aunque en el fondo soy yo la que tiembla.
Abrimos la puerta juntas. Ahí está, el tío que más odie y a la vez más quise en toda mi aventura por tierras californianas. El chulo insoportable de las sesiones de fotos, el chico adorable que se encargaba de enseñarme la ciudad desde las alturas. Demasiados recuerdos en tan pocos segundos… Ahora tengo muy claros mis sentimientos, aunque me hizo dudar, y eso nunca me lo perdonaré a mi misma. Pero tras este tiempo de estabilidad, de estar con ella y de reflexionar, he comprendido que si alguien podía provocar mi desequilibrio emocional, solo podría ser él. Por la forma en que rompió su coraza y supo demostrarme que todo león lleva dentro un pequeño cordero. Porque me enamoran esas personas a las que hay que ir desenvolviendo, quitando capas y prejuicios, para encontrar el caramelo que tienen dentro. Y no hay muchos así. Odié su sombría fachada, pero cuando me permitió descifrar su enrevesado mapa comprendí sus actos, y tan solo sentí pena por cómo las circunstancias le obligaban a ser. No volveré a dudar de mi amor, ni de mi orientación, pero ya que lo hice, estoy feliz de que fuera con una persona tan especial como él me lo resulta, y con la que todo el mundo debería tener el placer de compartir miradas, risas y alguna que otra confesión nocturna entre un delicioso plato de pasta y un buen vino.

Nos miramos a los ojos y sin decir nada nos fundimos en un intenso abrazo. Han pasado varios meses desde que volví de los Ángeles, y también demasiadas cosas en ese tiempo. Miro a Malú cuando todavía estoy en brazos de Nath. Tiene celos, lo sé. Intenta disimular con una sonrisilla tonta, pero la conozco demasiado y ella lo sabe.

–Cariño, ven aquí –digo cogiéndola de la mano y llevándola hasta Nath. –Vamos a hacer las presentaciones de manera correcta.

Malú me mira alzando una ceja y Nathan me mira de manera parecida porque no se está enterando de nada de lo que estoy diciendo, pero no borra su perfecta sonrisa en ningún momento.

–Nath, esta es Malú. Y Malú, él es Nathan. - Les pongo a uno frente al otro, y puedo palpar la tensión en el ambiente hasta con los ojos cerrados.

–Hola, Malu. -pronuncia en un regular español sin acentuar su nombre. Suena tan raro que me hace reír, igual que a ella.

–Dos besos, ¿no? ­–repito lo mismo pero en inglés para que Nathan me entienda. Rápidamente caigo en que esto de los idiomas va a ser un caos.

-Mejor un abrazo. - Velozmente se lanza a mi novia y la envuelve con su enorme cuerpo. A su lado parece aún más pequeña de lo que ya es. Ella, que no había entendido las intenciones del actor, se queda bloqueada ante la acción​, pero tras dos segundos de forcejeo consigue sacar los brazos y acompañarle en el abrazo. Ni siquiera yo me lo esperaba. Me alegra ver las intenciones y la actitud que trae Nathan. Se separan un poco después, entre risas, aflojando la tensión.

Recuerdo la primera vez que se vieron, cuando el joven salía de mi habitación y todo el salón estaba lleno de botellas de alcohol. Aún tiemblo si recuerdo la cara de Malú… Fue el típico momento “esto no es lo que parece” en el que quieres que se acabe el mundo, que te trague la tierra, o lo que sea, con tal de no tener que dar explicaciones. No era lo que parecía, al menos no lo que ella creía, aunque seguramente yo también lo habría pensando si hubiera sido al contrario.

–Nath ¿quieres tomar algo? –le pregunto mientras pasamos directamente al salón –Siéntate, estás en tu casa.

–Gracias. Muy bonita, por cierto –sonríe. –Lo que sea, mientras no sea whisky… –sonríe clavando sus ojos en mi y no puedo evitar ponerme nerviosa, sé que se refiere a lo de nuestra última noche.

–Tranquilo, en esta casa no tenemos whisky, no vaya a ser que luego tengamos que arrepentirnos de algo. –digo sin dejar de mirar a Nath. Y ahora es cuando doy las gracias de que Malú no sepa inglés.

–Bromeaba, un café estaría bien. Dicen que el café de aquí es mucho mejor, así que habrá que comprobarlo.–dice el chico mientras se quita la chaqueta y se sienta en el primer sitio que le viene bien.

-Mucho mejor… ¿cariño, café? –me dirijo esta vez a Malú, que sigue de pie a mi lado.

-Sí, pero deja, ya los preparo yo. No me dejes sola con él porque entre que le odio y que tenemos que comunicarnos a gestos, va a parecer que estamos jugando al party.

Me río por lo que acaba de decir y acepto su propuesta. Está más relajada, lo que quiere decir que ese odio del que habla ha disminuido. Se dirige a la cocina y yo me siento al lado de Nathan.

–¿Quéntal con ella? –me pregunta el chico.

–Ahora bien. Pero no hemos pasado por momentos buenos después de mi vuelta. Ya sabes, ella pensó que tú y yo teníamos un lío, yo le conté que nos habíamos besado… En fin.

–Lo siento, Patricia. Siento que tuvieras que pasar por todo eso por mi culpa.

–No fue tu culpa… Fuimos los dos. Incluso peor por mi parte, que tenía pareja. Tú ni siquiera lo sabías.

–Ya estoy aquí. –dice Malú mientras llega con una bandeja con tres cafés. ¿Azúcar, Nathan? –Le hace un gesto señalando el azucarero. El chico acepta con una gran sonrisa y esta le echa un par de cucharadas hasta que él la para haciendo un gesto con la mano.

–Amor, ¿no le habrás echado sal? Que nos conocemos...

–Oye ¿por quién me tomas? Si me pongo a hacer bromitas le habría echado laxante o algo parecido -me mira con esa cara sarcástica que nunca me permite diferenciar entre realidad y ficción.

–Malú…

–Que es broma mujer. Bueno, ¿qué me he perdido? La verdad es que está bueno el niñato, eh. - suelta mientras se sienta con nosotros y muestra una sonrisa que no concuerda con su frase, para disimular. Nada mejor como que no te entiendan para decir lo que te apetece.

–¿Tengo que preocuparme yo? –digo alzando una ceja - Pregunta que de qué hablábamos –saco de dudas a Nathan cuando me mira sin entender nada.

–Yo… - Nathan gira el cuerpo hacia Malú y la mira directamente. - Siento haberme metido en medio de vuestra relación. Hacéis una pareja muy bonita.

–Uy, ese tema mejor no lo tocamos… –Le guiño el ojo a él y me dirijo pícaramente a ella. –Dice que le gustamos las dos, que si hacemos un trío –comento seria.

Se atraganta con el café nada más oírme decir la última frase, se lo quito de la mano y lo dejo sobre la mesa. Me río cuando veo que está bien, que solo ha sido un pequeño susto.

–Eres gilipollas –exclama mientras me pega en la pierna.

–¿Estás bien, Malú? –pregunta amablemente Nathan, que nos mira sin entender absolutamente nada. Creo que debe pensar que somos dos locas.

–Si, gracias, es que tu amiga es idiota –dice mirándole, aunque probablemente él no se haya enterado de nada –Traduce, cariño…

–Te pones muy guapa cuando te enfadas… –le guiño un ojo. –Oye Nathan, ¿has conocido ya algo de la ciudad?

–¿El aeropuerto y el hotel cuenta?

–Cuenta pero… deberíamos salir y hacer un tour en condiciones. Madrid no es Los Ángeles pero también mola, ¿qué os parece?

- Perfecto. Pero somos tres famosos vagando por las calles de Madrid, ¿no te parece que va a ser un poco incómodo?

-¿Me tomas a mi por famosa?

- ¡Sabes de sobra que ya no eres una cara anónima! - En este caso, traduzco sin bromas lo que ha dicho Malú para que Nathan lo entienda. Es cierto. No podemos ir como si nada por Madrid con una de las cantantes con más prestigio nacional y el actor que actualmente más prensa mueve a nivel internacional. Y bueno, luego yo, que no llego a esos reconocimientos pero sí es verdad que a raíz de lo de Malú no es raro que me paren en la calle.

-¿Qué os parece si vemos el centro en una limusina y luego me lleváis a un sitio más íntimo? - De nuevo, traduzco.

- ¿Limusina? ¡Cómo se nota que controla! - Nathan debe haber intuido el comentario de Malú, porque rápidamente me se antepone a mis siguientes palabras y señala que él paga.

-Solo si nosotras pagamos la comida. - Propongo.

-De acuerdo, pero con una petición. - Añade. - ¡Quiero comida española de verdad!

No sé cómo lo hace, pero realiza una llamada de teléfono y media hora después tenemos la limusina en la puerta. Aún recuerdo la primera y última vez que monté en este transporte. Fue a los dieciocho, cuando una amiga celebraba que cumplía la mayoría de edad y entre todas pagamos la limusina y un reservado en una discoteca. A mi me pareció una experiencia increíble, a pesar de que éramos demasiadas y el espacio ni siquiera permitía servirte una copa sin tirar la mitad en la tapicería. Tampoco ayudaba la música a máximo volumen y las voces pisándose las unas a las otras sin poder intercambiar más de cinco palabras con sentido, pero de esto me he dado cuenta hoy, cuando he descubierto lo que de verdad es disfrutar de una limusina. Malú y yo nos sentamos en uno de los sillones, y Nathan ocupa de de enfrente. A pesar de tener las piernas largas, si las estira no llega a tocarnos con ellas. Abre un pequeño armario que resulta ser una nevera y nos ofrece algo para beber. Nosotras optamos por unos refrescos y él, ante la sorpresa y la risa de las dos, escoge un batido de fresa. No me equivoco al decir que este chico nunca me deja de sorprender.

Cuando nos empezamos a adentrar en la zona céntrica de la capital, Nathan pega la cara a la ventana y no pierde ojo de todo lo que le rodea. Me parece increíble que, si el país le gusta tanto como dice, no lo haya pisado nunca. Pero pronto me da la respuesta. Antes de hacerse famoso no se lo podía permitir, y después nunca le había dejado se mánager. A pesar de haber recorrido muchos lugares promocionándose, no quería traerle a España porque ganaría menos dinero que yendo a otros países. El propio Nathan había propuesto campañas aquí pero, una por una, todas habían sido rechazadas.

-¡Real Madrid! - Exclama cuando el vehículo pasa por la fuente de Cibeles.

-¡Este chico me gusta! - Comenta Malú. - A ver si al final voy a ser yo la que proponga el trío...

Al ver Madrid tan de cerca y a la vez lejos, me doy cuenta de lo que echo de menos salir por ahí a dar una simple vuelta por El Retiro, hacer una visita al Prado o simplemente ver las tiendas de la calle Fuencarral. Desde que vivimos juntas, Malú y yo no nos separamos más que por temas de trabajo. Si salimos lo hacemos juntas, y como es lógico, no podemos hacerlo por los sitios que acabo de citar ya que nos veríamos atrapadas por la gente pidiendo fotos y autógrafos en apenas un par de segundos. Así que nos tenemos que limitar a ir a bares y restaurantes de ambiente más íntimo y, a su vez, más pijo. No me gusta, pero es algo que he tenido que asumir. Podría hacerlo sin ella. Quedar con algunas amigas e ir a dar una vuelta por la capital, pero la última vez que lo hice ya hubo algunas personas que me miraban, e incluso quien me pedía selfies. Está claro que salir en televisión y prensa con Malú me ha cambiado mucho la vida, y cada día me doy más cuenta, no solo por los aspectos positivos relacionados con el trabajo, sino también por los negativos que incumben mi vida personal. Ahora la comprendo mucho más de lo que decía hacerlo antes.

Para elegir el sitio al que ir a comer con Nathan pido ayuda a Malú. Necesitamos algo íntimo - lo que quiere decir caro. - y que cumpla los deseos del actor sobre la comida española. No es fácil filtrar por sitios así, porque lo realmente bueno sería ir a comer un bocadillo de calamares a la Plaza Mayor, o meternos en el bar más acogedor que veamos y pedir una razón de bravas, otra de jamón serrano y una tortilla de patatas. Pero eso es imposible. Quién me mandaría a mi moverme en un mundo de celebrities. Al final, se le ocurre un bar con restaurante al que dice que fue hace unos años con Alejandro Sanz que se en encuentra por la zona de Serrano. Como imaginaba, al llegar allí todo era para personas de otra clase diferente a la mía. Incluso nos hacen entrar por un parking subterráneo habilitado para los clientes. Un camarero nos recoge en la misma puerta de la limusina y nos acompaña en un ascensor hasta nuestros asientos.

Tal y como imaginaba, los precios multiplican por cinco lo que pagaría en un bar. El único punto positivo es que, para ser sinceros, todo está exquisito. Pedimos tortilla de patatas, jamón serrano, croquetas surtidas, torreznos, boquerones, y un largo etcétera. Un poco de cada plato típico para que el chico pueda hacer un recorrido por lo más destacado en nuestra gastronomía. Y desde luego lo hace, tan solo hay que ver cómo se relame los dedos. Apenas le da tiempo a hablar, lo que me facilita mi trabajo como traductora.

-El chaval se está poniendo las botas... - Murmura Malú. - Cómo se nota que allí solo comen de fast food de esa.  

-No te creas, tiene una mujer en su casa que cocina que da gusto... - Nada más decirlo me arrepiento, y al mirarla noto su mirada clavándose en mi como un par de navajas.

-¿Qué pasa? ¿Has ido muchas veces?

-Malú, solo fui una vez. No empecemos, por favor.

-Yo no, has sido tú, que me tienes que recordar cada dos por tres lo que hiciste.

-¿Todo va bien? - Interrumpe Nathan. - Está todo delicioso. ¡No estás comiendo nada, Patri!

-¿Qué dice? - Le traduzco a Malú. - Dile por qué no comes...

-¿Y por qué no como? - Es verdad que apenas he cogido media porción de cada plato. No me encuentro bien, pero no sé por qué la cantante dice eso.

-Cariño... A las embarazadas les pasan estas cosas. - Ni siquiera había pensado que podía ser por eso. - Está claro que tenemos que comprar un libro de esos que toda embarazada tiene en la mesilla de noche para diagnosticar cada síntoma.

Cuando se lo digo a Nathan se queda petrificado. Primero no se mueve, parece que ni siquiera respira, y luego comienza a reír y a aplaudir. Todo el mundo se gira para vernos, y si estoy tanto roja como Malú puede que ambas explotemos en breve. Se levanta y me abraza con fuerza mientras me da la enhorabuena. Después, repite el proceso con mi novia, que no sabe cómo interpretar la reacción del actor.

-Ella no me entiende nada, ¿no? - Pregunta cuando recupera su asiento.

-No va más lejos del hola y adiós.

-Una vez me soñé que tú y yo teníamos una hija. Era preciosa. Tenía tus ojos... No te imaginas lo feliz que me desperté, a pesar de que siempre había pensado que no estaba hecho para ser padre y que un hijo solo tendría los valores que odio de mi.

-No digas tonterías. Cuando llegue el momento serás un padre estupendo..

-No sabes cuánto me enamoré de ti... - Confiesa manteniendo la sonrisa y sin dejar de mirarme. - Y mentiría si dijera que aún no queda algo.

-Nath...

-No te preocupes. Sé lo que hay. Y me hace muy feliz que tengas una pareja, encima tan guapa, y que te vaya tan bien.

-Muchas gracias, de verdad.

-¡Y que sepas que vendré a España en cuanto nazca!

-Oye, ¡que estoy aquí! - Exclama Malú alzando la mano. - ¿Se puede saber qué decís?

-Solo nos da la enhorabuena y habla de cómo podrá ser el bebé.

Miento y no me gusta, pero si hiciera lo contrario el ambiente cambiaría y sería peor. Le guiño un ojo a Nathan con cuidado para que ella no me vea y él me responde con una sonrisa aún mayor que la habitual. Hay cosas que siempre se quedarán entre nosotros dos, sobre todo en lo relativo a los sentimientos. Le quiero y le considero un amigo especial al que cuidar y conservar.

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¡Buenas noches a todos! Dos cosas. La primera, que la primera parte del capítulo está hecha por Marta, ya colaboradora habitual de la novela. Gracias a ella publico.

Y la segunda, voy a ir buscando un final a novela, muy a mi pesar... Me falta tiempo y no quiero hacer esperar tanto tiempo a los que leéis. ¡Empezamosa recta final!

¡Muchas gracias a todos!

@NovelaconMalu

domingo, 5 de febrero de 2017

NO HACEN FALTA RECUERDOS (2x49)

Me rompe ver cómo mi chica acaba de comunicarle a su familia que está embarazada y, lugar de crearse un clima de celebración, todo se vuelve más tenso que nunca. Es algo que ambas podíamos esperar, pero en mi cabeza se mantenía la esperanza de que surgiera esa excepción que tanta falta hace. En cambio, el silencio se dilata en el tiempo durante segundos que se convierten en eternidades. Nadie habla. Nadie se mueve. Incluso diría que nadie respira porque escucho mejor los latidos de mi corazón que cualquier pequeño soplo de aire. Mi cabeza rebosa de reproches y de palabras subidas de tono, lo que se refleja en una fuerza brutal en mi mandíbula. ¿Tan difícil es tragarse unos minutos el orgullo y ser feliz porque tu hija lo es? Pero mi enfado aumenta cuando veo cómo en el pantalón de Patricia cae una diminuta lágrima y ella de inmediato se levanta para encerrarse corriendo en el baño. Quiero salir rápidamente tras mi pareja, pero sé que necesita unos minutos a solas para recomponerse. Aún así, me levanto porque no puedo soportar la incomodidad del momento y empiezo a caminar por el pasillo de un lado a otro sin ningún fin. Un minuto después Carolina da un golpe en la mesa y se levanta. 

-¿Es que no pensáis decir nada? - Grita. Su mirada alterna entre su padre y su madre. - Mamá, es tu hija y te acaba de decir que está embaraza. ¿No te puedes alegrar y olvidar lo demás? Sabes que,por muchos problemas que haya pasado con Malú, es con ella con quien es feliz. Eso es lo único que debería importar. ¡Sabes perfectamente que nunca la has visto sonreír de la misma manera en que lo hace con ella! - Me alegro al ver que por fin Carolina dice lo que piensa y llena de verdades las cuatro paredes que nos rodean. Su madre se mantiene cabizbaja. - Y tú, papá, eres un cobarde. Estás deseando abrazar a tu hija y darle la enhorabuena pero no lo haces por mamá. No vaya a ser que se enfade contigo. Sigues cerrando la boca y bajando la cabeza como lo has hecho siempre. - Coge aire e intenta relajarse. - Luego os quejáis de que siempre sois los últimos en enteraros de todo, pero qué queréis si no dais la confianza para que eso cambie...

En ese momento, la puerta del baño de abre y sale mi novia. Lo primero que hace es cogerme la mano y después tira de mi hacia el salón.

-Carolina tiene razón. - Pronuncio. - He intentado por activa y por pasiva arreglarlo, pero no lo entiendo. Sobre todo a ti, mamá, no te entiendo. Y no quiero tirarme así toda la vida. - Se acerca a su hermana y le da un abrazo fuerte. Acto seguido coge su chaqueta y me da a mi la mía. - No voy a volver a probar suerte. - A mi me encantaría decir mil cosas pero siento que no es el momento. Así que simplemente sigo sus pasos hacia la puerta de salida. 

-Espera, hija. - La voz de su madre se alza levemente por primera vez después de mucho tiempo. Se levanta y se sitúa frente a Patricia. Yo pretendo apartarme, pero mi suegra me retiene y me pide que permanezca quita. - Lo siento. Lo siento muchísimo. - Nos mira a ambas. - Me he comportado como una idiota. Ni siquiera me he reconocido como madre. Malú, perdóname. Estaba empeñada en algo que ya pasó hace mucho tiempo. Carolina tiene razón al decir que mi hija es más feliz teniéndote cerca. 

-Por mi parte está todo bien. - Asiento y esta vez sí que me aparto dejándolas un poco de espacio. 

- Patricia... - Sigue hablando la mujer. - Claro que me alegro de que vayas a ser madre. Y justo eso me ha hecho darme cuenta de que llevo tiempo mucho sin comportarme como tal. Solo quiero que seas feliz, eso es lo que vas a querer tú de tu hijo. Cuando Malú te dejó te vi tan hundida que me juré a mi misma que nunca te dejaría acercarte a ella para que no volvieras a pasar ese dolor. Pero nunca he estado más equivocada. Hay sentimientos inevitables y yo no soy nadie para decidir por los demás. - Le coge las manos a Patricia y se miran directamente a los ojos. - Te prometo que no voy a comportarme así nunca más. No quiero perderte, hija.

Entonces, Patricia se lanza a los brazos de su madre y llora como un bebé que se acaba de caer al suelo al intentar dar sus primeros pasos. Y a mi por fin se me relajan todos los músculos del cuerpo. La tensión desaparece y, por primera vez en esa casa, siento que todo fluye con normalidad.



-Estoy tan feliz, Malú. - Confiesa un rato después tumbada a mi lado sobre la cama de nuestra nueva casa. La sonrisa parece tan intensa que en cualquier momento puede quebrarle las mejillas. Está preciosa y le brillan los ojos como si acabara de llorar, pero el motivo es muy distinto.

-¿Y eso por qué? - Pregunto, a pesar de que sus motivos son los mismos que los míos y me los conozco detalladamente. Ella de un rápido movimiento se sienta sobre mis caderas y acerca mucho su rostro al mío, quedando así algunos mechones de su pelo deslizándose por mi cara. Pero un segundo después es ella misma la que lo aparta y aprovecha para besarme brevemente los labios.

-Estoy feliz porque mi madre se ha disculpado con las dos. - Me besa fugazmente. - Vamos a tener un hijo. - Vuelve a besarme de la misma forma. - Vivimos en una preciosa casa nueva. - Otra vez. - Te tengo debajo loquita por mis huesos. - Intenta besarme otra vez pero me aparto y con un ágil movimiento giro nuestros cuerpos para intercambiando posturas.

-¿Ahora quién está debajo y loquita por mis huesos? - Pregunto rozando su cuello con mis labios despacio.

-Que tú estés encima no quiere decir que dejes de estar locamente enamorada de mi. Ni siquiera en un pueblo lleno de ancianos conseguiste olvidarme. - Se me escapa la risa aunque había intentado mantener la seriedad. - ¡Es verdad! A no ser que... ¿Tú no te echarías un ligue por allí?

-Sí, amor. No me atrevía a decírtelo, pero me lanzaba miraditas con Rodolfo.

-¿Quién es Rodolfo?

-El apuesto joven de unos ochenta años que me vendía tabaco en el estanco. - Una carcajada sale desde su boca y rebota con las paredes del cuarto. - No te rías, me piropeaba siempre que me veía.

-Eso lo entiendo... Yo también lo haría. Además, no estará acostumbrado a ver a chicas jóvenes por allí. - Me bajo de su cuerpo y me tumbo a su lado. - Por cierto, Malú. Me has recordado algo en lo que llevo días pensando.

-Sorpréndeme.

- ¿No crees que es un buen momento para dejar de fumar?

-No me sorprendas tanto. - Rápidamente me giro quedando de espaldas a ella. Pero no se rinde y se pega a mi cuerpo por la espalda.

-En serio, cariño. Tú misma reconociste que en algún momento tendrías que hacerlo, ¿y cuándo mejor que ahora que vamos a tener un bebé cerca?

-Lo intenté y lo sabes. Desde que te conozco lo hago mucho menos... Pero dejarlo es difícil...

- Solo piénsalo, por favor.

-No sé si tendré tiempo para pensarlo...

-¿Por? - Me vuelvo a dar la vuelta y agarro su cintura para pegarla a la mía.

-Porque por tu culpa solo puedo pensar en ti.

Entonces se pone roja y baja la mirada. A veces aún puedo ver en ella los gestos de nuestros inicios. Me transportan hacia años atrás, a la primera vez, al primer beso, a esos bailes que terminan en la cama o a esas canciones que cantaba pensando solo para ella. Pero lo que más disfruto, lo que más me pone los pelos de punta, es que seguimos haciendo eso, sintiéndolo. No tengo que remontarme a recuerdos muy lejanos para verla bailando frente a mi, despacio, transportándome a otro espacio. Siempre tira de mis manos para levantarme y sujeta firmemente mis caderas, las empuja para empezar a moverlas a su compás. De alguna forma o de otra sus labios acaban susurrándome en el oído que le siga el juego, que la bese o que nunca la deje. Y, también siempre, aparece esa sensación de falta de gravedad en las plantas de mis pies.

Cuando me despierto, no sé cuánto tiempo después de los besos y el fuego, la habitación está sumida en la penumbra. Me encuentro tumbada boca abajo en la cama con el cuerpo cubierto simplemente por las sábanas. Aún sin abrir los ojos, la busco con la mano por el lado izquierdo y después repito el mismo procedimiento por el derecho. No está. Sin cambiar de postura, entreabro los ojos para descubrir dónde se ha metido. La encuentro en una esquina de la habitación, sentada en la silla con las piernas recogidas, tomando notas en una pequeña libreta. Tan solo viste una camiseta amplia y la ropa interior, lo que deja al descubierto sus largas piernas. En uno de sus muslos está el tatuaje de la cámara de fotos que se hizo aquel día... Recuerdo como si fuera ayer cuando descubrí la sangre en su pantalón estando en el restaurante de siempre. Le hice quitarse los pantalones allí mismo.

-¿Por qué sonríes?  - Me pregunta sin levantar la vista del cuaderno. ¿Cómo lo hace para saber todo lo que siento?

- Nada... Solo me estaba acordando de una cosa. - Cambio a otra postura para observarla mejor. - ¿Qué haces?

- Nada... Solo escribir unas cosas... - Responde imitando mi respuesta. Por fin, me dirige la mirada y, con ella, lanza un guiño helador.

-¿Me lo enseñas?

- No, no me convence. - Se levanta, deja la libreta en la silla en la que estaba sentada y se acerca para darme un pequeño beso en la frente. - Voy a la ducha.

-¿Qué hora es? - Se mete en el baño y tres segundos después suena el agua brotando de la ducha.

-Las nueve y media. - Responde.

Lentamente, me levanto de la cama y voy a por mi teléfono. Está en el bolsillo del pantalón que, no sé cómo, acabó tirado en el suelo en la otra esquina de la habitación. Dos llamadas perdidas de Rosa y 48 mensajes de 4 conversaciones. No abro nada y tiro el móvil sobre la cama. Sé que lo que quiere mi mánager es recordarme cuándo vuelvo a los escenarios, cuándo son las pruebas de sonido, cómo voy a ir vestida... Y ahora no quiero. Vuelvo a los escenarios, sí, pero con calma. Actuaciones pequeñas, especiales y en acústico. Además, me he negado a ir a cientos de programas a patrocinarla. No van a ser más de quince conciertos.

Camino hacia la silla y cojo la libreta de Patricia. Sé que no le importa que lea lo que escribe porque me sé esas páginas y todas las que guarda por la casa de memoria, así que voy directa a la que estaba escribiendo hoy:

Aunque sea en el último segundo,
en la prórroga, 
cuando todo acabe, 
al fundirse las luces y bajarse el telón,
al desgastarse las costuras,
al caer la gota que el vaso desborde.
Vuelve. 

Escribe para mi, casi siempre lo hace. Y no sé si es porque escribe bien o porque los sentimientos me hacen pensar eso, pero siempre me emociona. Aunque esta vez todos mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido de su móvil.

-¡Cógelo! - Grita desde el baño. Me acerco corriendo y observo la pantalla. Es un número largo que no tiene guardado, pero obedezco y me lo pongo en la oreja.

-¿Sí? - Pregunto mientras camino hacia el baño. Obtengo respuesta pero en otro idioma, así que se queda muy lejos de dejarme satisfecha. - No te entiendo. - Al otro lado del teléfono alguien se ríe. - Creo que me están vacilando. - Patri asoma la cabeza por la cortina y me arrebata el teléfono.

-¡Si es una bromita te puede salir muy cara! - Segundos después, la cara le cambia por completo. Incluso queda boquiabierta antes de alumbrar el baño entero con una sonrisa de lado a lado. Acto seguido empieza a hablar en inglés. Me pierdo. Pero en cuanto cuelga se disipan todas las dudas. - ¡Es Nath!

-¿Quién? - Pregunto un poco desconcertada.

- Nathan Evanson. El actor, modelo... ¡Mi amigo!

-¡Ah! ¡Ese amigo con el que te liaste en Nueva York!

-¡Malú! ¡Sabes que no fue nada! - Quiero creerla, pero a veces me cuesta. Es solo imaginarme que se besa con otro y se me cambia la cara. - Te va a caer genial.

-¿Cómo?

-¡Está en Madrid!

- No voy a ir a verle.

- No hace falta. En una hora estará aquí. 


viernes, 25 de noviembre de 2016

UN NUEVO COMIENZO (2x48)

- Y por último, el jardín. - La asesora pulsa un botón y las cortinas del enorme salón van recogiéndose poco a poco dejando ver una enorme cristalera que da al exterior. Fuera hay una piscina, aún vacía, rodeada por varias hamacas de madera de ébano y una sombrilla de color crema. Al otro lado hay una mesa y sillas de la misma madera, sobre un suelo que ya no es césped, sino piedra natural. - Como ven es lo suficientemente grande como para hacer alguna celebración o simplemente para que sus mascotas correteen de manera cómoda. ¿Qué les parece?

-Es preciosa, desde luego. - Afirmo.

- ¿Nos podría dejar un segundo para hablarlo a solas, por favor? - Propone Patricia.

-Por supuesto. Las espero en la entrada.

-¿Qué pasa, Patri? - Algo va mal y se le nota en la cara.

-No sé.... - Comienza a hablar dubitativa. - Es mucho dinero.

-¿Pero qué dices? Vendemos nuestras casas y nos quitamos de golpe casi todo el dinero.

-Pero ahora con lo del bebé trabajas menos y yo no traigo tanto dinero como tú.

-Te conozco perfectamente. No tenemos problemas de dinero, lo sabes. ¿Qué es lo que pasa?

-Es que.... Es una tontería. Pero me da pena vender mi casa. Es el sueño que siempre he tenido. Y no me malinterpretes, porque por supuesto que quiero vivir contigo y formar nuestra familia. Solo me da pena...

-Lo sabía... Cariño, también he pensado en eso. Podemos alquilarla, así no te desprendes de ella del todo.

-Y esta casa... ¿te gusta?

-Me encanta. - Sonrío ilusionada y le pego el gesto a ella. - Tiene un jardín delante, otro detrás, planta de abajo con cocina y un salón enorme.... Y la habitación que sería para el bebé está justo al lado de la nuestra. Es perfecto. Además, hay dos habitaciones extra. Una puede ser para invitados y la otra una especie de estudio en el que tú puedas trabajar y yo componer...

-¿Y dónde metemos la habitación que te hice por tu cumpleaños? - Me guiña un ojo. Desde luego, no se me había pasado por alto ese detalle. Ese cuarto guarda tantos recuerdos que no podría olvidarlo.

-En la buhardilla. Es pequeñita, pero perfecta para eso. Cabe lo justo: las fotos, las frases, toda la decoración y los cojines con el proyector para seguir teniendo nuestros momentos de peli y manta. - Cojo su mano y pongo su rostro muy cerca del mío. - No me digas que no te encanta la idea. - Sonríe mirando al suelo. Niega con la cabeza sabiendo que he ganado el pequeño debate.

-Tienes razón. Nos la quedamos.



Cuatro días después, tras empaquetar su casa y la mía con la ayuda de profesionales, nos encontramos en el salón de nuestro nuevo hogar abriendo cajas sin parar. Hemos traído algunos muebles de su casa, otros de la mía, y lo que hemos podido lo hemos llevado a su ático para poder ponerlo en alquiler. Sin lugar a dudas estamos en una etapa de nuestra relación en la que predominan los cambios, quizás la que más. Pero es tan bonito todo si ella me sujeta. Para ser realistas, después de la última discusión no veía nada claro un futuro con ella. Recuerdo perfectamente la última vez que tuve ese pensamiento, cuando pasó lo de su abuela y pasamos años sin vernos. Aprendí a no pensar en ella cada hora y en esta ocasión estaba preparada para repetirlo. Afortunadamente, hubo un giro drástico en la historia y vino a buscarme, como una golondrina volviendo a su hogar sin importar los maravillosos que han explorado. Y menos mal que ella lo hizo, por que a mi me faltaba el valor para dar el paso.

Y, sin lugar a dudas, también puedo afirmar que ahora es cuando más seguras de nosotras nos siento. No sé exactamente el porqué. Quizás por irnos a vivir juntas, por decidirnos a tener un bebé, porque estamos cerca y sin necesidad de escondernos, o por lo que sea, pero esta sensación me hace rebosar alegría.

-Malú, esta habitación hay que pintarla de azul. - Aparece frente a la puerta de nuestra habitación, donde yo me dedico a organizar la ropa en el armario, y señala justo la de enfrente.

-¿Azul? ¿Por qué azul?

-Para cuando venga el bebé.

-Ya, pero aunque venga el bebé, no sabemos si será chico o chica. - Aclaro.

-Me da igual, no es por el tópico. Es que me gusta el azul, con una mini Patricia dentro o con un mini Patricio. - Estallo a risas de golpe. No sé cómo puede mantener la seriedad con frases como esa. Se acerca rápidamente a mi y me da un pequeño puñetazo en el hombro. - Idiota, no te rías de mi.

-¡Jamás se llamaría Patricio! - Me empuja y caigo en la cama. Menos de dos segundos después se me sube encima y me hace cosquillas. - ¡Para, para!

-Patricio es un nombre maravilloso... - Murmura sin parar de mover aceleradamente sus manos por mi cintura. Luego, se deja caer exhausta a mi lado y mira al techo. - ¿Y cómo se va a llamar? - Giro la cabeza y la observo mordiéndose el labio, como hace cada vez que piensa de verdad.

- Si es chico. Daniel, Abraham, Iker, Rodrigo... Y si es chica, Lucía, Begoña, Raquel... No sé.

-¿Abraham? - Ahora es ella la que no puede soportar la risa. - No sé si es peor eso o Patricio.

-Imbécil, es un nombre precioso. ¿Qué le pasa?

Y así pasamos las horas. Como dos niñas discutiendo si a la muñeca le queda mejor el pantalón o el vestido. Convencidas de que perder el tiempo solo existe si no estás disfrutando, por lo que en nuestro caso estamos mucho más que alejadas de ello. Porque todo segundo cobra valor si va compuesto de sonrisas, y un minuto a su lado es un saco lleno de risas. Estas situaciones me recuerdan a los inicios. Cuando acabábamos de conocernos, de compartir vidas, y lo único que nos echábamos en cara era no ir a tal sitio o no darnos los besos suficientes. La etapa más bonita de una relación es esa, y con ella muchas veces tengo la suerte de sentirme así la mayor parte de los días. Ver su mensaje de buenos días cada mañana, encontrarme notas en la nevera con deseos de que todo vaya bien, una llamada que solo dure lo que tarda en pronunciarse un "te quiero", esos "te amo" que pesan por el simple hecho de saber que son verdad... Detalles que, en definitiva, forman un mundo en el que poder ser feliz teniendo lo que te gusta y haciendo lo que quieres.

La decisión de que sea ella la que se quede embarazada fue más suya que mía. Para ninguna de las dos es algo fácil: ella se acaba de incorporar al trabajo y yo, antes o después, pretendo volver a subirme a un escenario. Hace unos días esto no lo tenía tan claro. Después de todo, lo único que me apetecía era centrarme en mi vida personal y olvidarme de la música. Pero mis amigos, mi familia, Patricia y Rosa me hicieron darme cuenta de sería imposible. Me engañaba a mí misma pensado en esa posibilidad. ¿Cómo echar al olvido lo que te ha dado la vida durante más de quince años? Tenían razón. Aún así, lo que tengo claro es que quiero volver poco a poco. He accedido a retomar la gira siempre y cuando no se convierta en algo estresante. Tendré conciertos poco frecuentes. Quizá uno cada quince días. Así estaré aproximadamente siete meses y después, cuando se acerque la fecha de que nazca, me bajaré de los escenarios. Estaré centrada en Patricia y con calma empezaré la composición de mi futuro disco. Sí, composición. Va a ser un disco diferente. Me apetece juntarme con gente a la que aprecio y escribir nosotros letras. Quiero transmitir, quiero sentir que lo que digo a salido de mi puño y letra. Ya lo he comentado con personas de la profesión como Melendi, Alejandro Sanz, Pablo Alborán y otros amigos, y todos se han mostrado más que entusiasmados. Todavía no me veo capaz de componer yo sola un disco entero, pero con esto pretendo impulsarme a ello.

Hace unos días pasamos a ver a mi madre y le comunicamos ambas sorpresas: que volvíamos a estar juntas y que iba a tener un nieto o una nieta. No pudo mostrarse más emocionada. Hasta el punto de escapársele las lágrimas.

-Hija, ¿qué haces aquí? - Preguntó extrañada al abrir la puerta de su casa. Pensaba que aún estaba en la casa del pueblo, envuelta en lágrimas y viendo como mi vida se escapaba entre las manos - ¿Pasa algo?

-¿No me dejas pasar? - Rápidamente se hizo a un lado y cerró la puerta de entrada. - He venido a traerte una cosa importante. - Intentaba por todos los medios que no se me escapara ninguna sonrisa.

-Malú, me estás preocupando. - Me encantaría haber mantenido la tensión mucho más, pero no fui capaz. Le di una bolsa y delicadamente, como si fuera de un fino cristal, la fue abriendo. Del interior sacó un paquete que abrió con el mismo cuidado. Por fin, dejó ver el interior. Era un diminuto body de bebé en el que ponía "Mi abuela es la mejor". En su cara pude observar que no entendía nada, así que abrí la puerta de golpe y apareció Patricia con su sonrisa inmensa alzando los brazos. Rápidamente comprendió todo una lágrima empezó a patinar por su pómulo. Con prisa corrimos hacia ella y la envolvimos entre nuestros brazos. Llorar siempre es bonito cuando es por buenas noticias. - No es una broma, ¿No?

La respuesta sin duda fue una rotunda negación. Y ahora, en la sala de espera de la clínica, lo noto más real que nunca. Hace ya unos días que acudimos para hacer la inseminación y volvemos hoy para comprobar si todo ha salido como debería. Aprieto su mano con fuerza y compartimos una cómplice sonrisa. Nadie más está ahí, así que me siento libre para besar brevemente sus labios. Aún me cuestan estos actos en público aunque no hayamos admitido.

-Oye, si no ha salido bien acuérdate de que tenemos más intentos.

Intento tranquilizarla con murmuros. Asiente y me regala una pequeña sonrisa. La doctora nos dejó claro que sería difícil que el embarazo se produjera en el primer intento, pero que no nos preocupáramos. Es algo frecuente. Luego te dejan un par de intentos más y, sino, te recomiendan que sigas otros métodos que nosotras no descartamos. Ya lo hemos hablado muchas veces. Si no puede ella lo intentaré yo y, como última opción, recurriríamos a la adopción. Pero en mi interior siento que va a ir bien. Aunque sé que es improbable tengo un fuerte latido diciéndome que en su tripa hay alguien más. De repente, la puerta se abre y la doctora nos invita a entrar amablemente. Dice que nos sentemos mientras ella va a por los resultados. No tarda en pasar de nuevo con un gran sobre de papel marrón entre las manos. Antes de nada, nos mira y sonríe. Tenemos las manos unidas y debemos tener cara de pavor.

-Nerviosas, ¿no? - Pregunta la mujer. Tendrá unos cuarenta años y lleva la elegancia siempre consigo. Desde el primer momento en que la vi encontré en sus ojos miel la calma que se necesita en los lugares como este. Pero ahora ni eso lo conseguía. - No os preocupéis, chicas. Ya os comenté las posibilidades y alternativas...

-Lo sabemos. - Comento un poco tajante por la situación. Me arrepiento rápidamente pero a ella no ha parecido importarle, porque su sonrisa se vuelve más amplia. Debe estar acostumbrada. - Pero si ha salido bien, sería un enorme alivio.

-Pues vamos a comprobarlo. - Abre el sobre y lee el documento durante unos veinte segundos que me parecen tres horas. Después nos mira a ambas en una milésima de segundo y sonríe. - Enhorabuena, chicas. Vais a ser mamás.

La siguiente hora, prácticamente entera, nos la pasamos en el interior del coche, frente a la clínica, haciendo llamadas a todas aquellas personas a las que les habíamos comentado que íbamos a venir. No son muchos, pero todos estaban deseando saber el resultado. Y afortunadamente les podemos transmitir noticias positivas. Mi madre se vuelve loca de emoción al otro lado del móvil. Está con mi hermano Jose, quien no tarda en arrebatarle el aparato para darnos la enhorabuena. La siguiente en enterarse es la hermana de Patricia, que se pone a gritar literalmente. Me la puedo imaginar dando saltos en casa. Por último, avisamos a varios amigos más que tienen reacciones similares. Todos nos repiten que nos lo merecemos. Pero tanto mi novia como yo sabemos que queda la parte más difícil: su madre. Aunque parecía que las cosas se habían calmado, sigue sin perdonarme que hace tiempo hiciera daño a su hija. Así que a ella se lo diremos en persona, y precisamente miedo no me falta. Patricia hace unos días le informó de que habíamos vuelto, y más que emoción mostró todo lo contrario. Y las dos estamos de acuerdo en que esto tiene que acabar. Vamos a tener un hijo o una hija y no nos gustaría que por la tensión que tiene conmigo se viera afectada su relación el bebé.

Ni siquiera hemos avisado de la visita, pero esa misma noche nos encontramos aparcando frente al portal de la madre de Patricia. La única que lo sabe es la hermana de mi novia, que estará allí por si las cosas se ponen feas. Por ser el rayo de sol en la tormenta.

-¿Qué hacéis aquí? - Comenta al abrir la puerta, expresando una sonrisa en sus labios que tiene más mentira que verdad. - Pasad, pasad. - Nos da un par de besos a cada una. Fríos. Parece que se espera que lo que le tengamos que decir no le va a hacer ninguna gracia.

-¡Chicas! - Su hermana aparece por corriendo por el pasillo y nos abraza de golpe a ambas. Se supone que tiene que disimular la noticia, pero se le escapan sonrisas y compartimos miradas. - ¡Os veo más guapas!

-Será el tratamiento de belleza que nos hemos hecho esta tarde. Botox incluido. - Bromeo. Entre tanto, el padre de mi pareja llega caminando por el mismo pasillo por el que antes lo hizo Carolina. Lo primero que hace es abrazar a Patricia con toda la ternura que puede, y después repite el acto conmigo. Sé que está de nuestra parte, siempre lo ha estado.

-¿A qué se debe esta visita sorpresa? - Quiere saber el hombre con una amplia, y en su caso sincera, sonrisa en la boca. - Mejor nos sentamos, ¿no?

-Sí, mejor... - Admite Patricia. Todos ocupamos un lugar en los dos sofás. Patri y yo en uno y sus padres en otro, de tal manera que mi chica está al lado de su madre, mientras que su padre y yo nos quedamos en los extremos. Carol, por su parte, se queda de pie detrás de nosotras. - No me voy a andar por las ramas, porque es una buena noticia aunque haya alguien que no lo vea así. - Hace una pausa y me coge de la mano. La aprieto con fuerza y ella me mira a los ojos. Asiento y ella se gira para mirar directamente a su madre. - Estoy embarazada.

martes, 11 de octubre de 2016

TIEMBLO (2x47)

Cuando tomé la decisión de apartarme de toda la civilización no me imaginé el cambio tan drástico que podría provocar en mi vida. En esta casa situada en un pequeño perdido pueblo en el que no hay más de cincuenta habitantes he cambiado mi forma de ser y de estar. He descubierto lo que es vivir en discreción, realizar mis aficiones sin ser perseguida, hablar con personas sin miedo a que lo que les diga pueda estar publicado en todas las revistas al día siguiente, o algo tan básico como salir a pasear con mis perros. En un principio vine con mi madre. Estaba tan desanimada, tan encerrada en mis propias penas, que tenía miedo de que no pudiera valerme por mí misma. Y, para ser sinceros, durante un tiempo fue así. Gracias a mi madre comía, me aseaba, andaba y hablaba. Y fue así hasta que decidí que era demasiado mayor como para depender tanto. Que no podía tirar de ella hasta la profundidad de mi pozo porque sería más doloroso para las dos. Entonces le pedí que se fuera prometiendo que cuidaría de mí misma. Fui yo la que terminó haciendo sus maletas ante todas sus negativas.

Después de casi un mes todo es muy diferente de aquellos trágicos primeros días en esta casa. Me levanto, desayuno, salgo a correr mientras paseo a mis perros... Además, la soledad me ha obligado a tomar nuevos hobbies: leo por las noche antes de dormir, escribo como terapia todo lo que pienso, me engancho a cada serie que me encuentro, hago nuevas recetas... Si mis amigos y familiares me vieran no me reconocerían. Pero lo que más me gusta de haberme ido, haber huido en cierto modo, es poder decir que me encuentro mejor. Que aunque me acuerdo de ella ya no lloro cada hora. Que aunque la echo de menos ya puedo tragar saliva sin que me duela el pecho. Que voy aceptando su ausencia en esta nueva forma de vida, en vez de negarme a mí misma que esté pasando.

Esta mañana, como todas desde hace ya una semana y media, tras desayunar me pongo ropa deportiva, cojo a mis perros y salimos por un pequeño sendero cercano a la casa que atraviesa el campo. Ellos pasean o juegan con una pelota mientras yo corro un rato para mantener el cuerpo en forma. Aunque en Madrid también hacía deporte y no dejaba a un lado mi preparación física, aquí lo hago sin presiones y me sienta mucho mejor, aunque el aire libre influye en esta sensación. Pero hoy el día no ha despertado como otros. Huele a humedad y poco a poco el cielo se va encapotando. En cuanto me cae una primera gota casi inapreciable de lluvia le pongo la correa a los perros e inicio el camino al centro del pueblo, donde hay un par de tiendas y algún bar habitualmente desamparados.

-¡Buenos días! - Saludo a la dueña de la pequeña tienda donde voy a comprar el pan desde que llegué aquí.

-Buenos días, cielo. ¡Muy fresca vienes tú para la que está a punto de caer! - La mujer tiene razón. Simplemente llevo unas finas mallas y una camiseta deportiva de tirantes, pero no me esperaba un clima así. Observo tras el escaparate de la tienda y efectivamente el cielo cada vez está más ennegrecido. - ¿Qué te pongo?

- Lo de siempre: una barrita pequeña. Con eso me sobra y todo.

-¿Otro día sola, chiquilla? Con lo guapa y joven que eres... A ver si encuentras a algún muchacho que te saque un poco de casa.

-Déjese, Pilar, déjese. No quiero oír hablar del amor en mucho tiempo.

-Anda, anda. Eso no lo puedes controlar, cariño. Un día llega y te acorrala, y di lo que quieras pero no te libras.

-Dímelo a mi... - Le doy el dinero con una mano mientras que con la otra cojo la barra que ha posado en el mostrador. - Pero bueno, por ahora estoy así muy tranquila.

-Lo importante es que seas feliz.

Sonrío y me despido saliendo por la puerta. Me encanta hablar con Pilar porque ni siquiera sabe quien soy. Es una señora mayor, rondará los setenta años, que ha vivido en este pueblo desde que era niña. Apenas ve la televisión, apenas escucha la radio, apenas tiene conocimiento de que hay más mundo tras los escasos kilómetros cuadrados que ocupa este lugar. Pero su afirmación me deja pensando en si realmente ahora soy feliz. Esa es la pregunta que me hago desde que me fui de Madrid sin llegar a una conclusión certera. En un principio tenía claro que no porque pasarse llorando cada hora del día no podría definirse por nada del mundo como felicidad. Pero, ¿y ahora? Me voy curando poco a poco, me encuentro mejor, nadie me reconoce. Algunas carencias de mi anterior vida se compensan con otras cosas pero, ¿ha sido el cambio tan bueno como para querer mantener esta situación? Y la respuesta es que no lo sé, porque unos días estoy tan segura de una decisión como otros días de otra.

En cuanto salgo de la tienda la lluvia empieza a caer de manera incipiente y lo que parecía un día nublado se convierte en una verdadera tormenta. Hace frío. A pesar de ser las once de la mañana aparentan ser las ocho de la noche. Desde donde me encuentro hasta mi casa andando no son más de diez minutos, pero si sigo a ese ritmo voy a coger un constipado de miedo, así que empiezo a correr seguida por mis perros. Hacía tiempo que no veía llover de esa manera tan estrepitosa. Incluso puedo escuchar truenos. Y más relámpagos siento minutos después cuando me acerco a la casa y en la puerta veo aparcado un coche que conozco de sobra. No sé si salir corriendo hacia esa dirección o la contraria. Un nudo se me pone en la garganta a la vez que mis pies se clavan al suelo. Miro la matrícula por si quedaba alguna duda y compruebo que no me equivoco. Mis perros ladran y tiran de mi queriendo llegar de una vez a casa. De pronto, la puerta del coche se abre y puedo verla aparecer. La fuerza que hacen mis animales me obliga a soltar las cuerdas y dejarles correr hacia la persona que tengo a menos de cincuenta metros. Rápidamente llegan a ella y la llenan de besos, mimos y ladridos cariñosos. Se agacha y les devuelve todo el cariño que llevaban tanto sin poder compartir. Y yo, por fin, avanzo con pequeños y temerosos pasos. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? ¿Cómo saludar a esa persona que tanto tiempo intentabas borrar de tu vida? Según me acerco me van temblando más las piernas. No logro levantar la mirada del suelo porque no sé cómo puedo reaccionar al verla de cerca teniendo en cuenta que en este tiempo solo su recuerdo llamaba a mis lágrimas.

-Hola, Malú. - Cuando por fin llego a su lado, levanto la vista y me encuentro con una débil sonrisa, como si tuviera ganas pero dudara de si es o no lo correcto.

-¿Qué haces aquí? - Consigo componer la frase a pesar del tembleque de mi labio inferior.

-Lo necesitaba. - Entonces, sin merodear ni explicaciones, da un paso adelante y busca mi boca delicadamente. Lo veo venir en cuanto mueve un centímetro de su cuerpo pero no soy capaz de evitarlo. Ni quiero ni puedo. Sus labios simplemente se posan en los míos y conversan en silencio sobre lo mucho que se han echado de menos. Y mi cerebro, por su parte, piensa en que su olor es exactamente igual que el que había intentado olvidar. Sus manos de abren camino entre mi empapado pelo y frenan cuando están a ambos lados de mi cara, prolongando el beso y haciéndolo más profundo. Mis dedos, temerosos e incapaces de actuar con fluidez, se agarran como pueden a la parte baja de su espalda. - Vuelve... - Susurra con sus labios aún en contacto con los míos. Se me estremece el cuerpo de punta a punta. Ella ha puesto las cartas sobre la mesa y ahora depende de mi seguir o no la jugada.

-Vamos dentro. Estamos chorreando.

Abro la puerta de casa y mis perros son los primeros que entran apresurados para rebozarse con la alfombra con el propósito de secarse. Cojo del baño un par de toallas y le tiendo una a Patricia, que me lo agradece con una sonrisa. Ambas parecemos recién sacadas de la ducha.

-Es acogedora. - Comenta observando minuciosamente la casa.

-La verdad es que los anteriores dueños tenían buen gusto. - Camina hacia mi y pone sus manos en mis caderas. Busca mi mirada pero no logro mantenerla.

- Malú, ¿eres feliz aquí? - De nuevo la misma pregunta sin repuesta. Me doy la vuelta y camino hasta sentarme en el taburete de la cocina. Patricia me sigue y se sienta al lado. - He venido porque necesito saberlo. Si eres feliz así me voy y me olvido de que podamos tener cualquier mínima posibilidad. Pero si no, Malú... Si conmigo eras más feliz, no me voy a ir de aquí si no es de tu mano.

En ese momento se me pasa por la cabeza el primer día que pisé esta casa. Tenía los ojos llorosos y caminaba siguiendo los pasos de mi madre. La había encontrado buscando por internet y tenía buena pinta, y eso fue lo que me transmitió nada más entrar. Los muebles eran bonitos, la chimenea era preciosa y el espacio reducido haría más fácil aceptar que estaría sola. Sin embargo, había un falló: No estaba ella y yo solo podía imaginármela haciendo suyo cada rincón de esa casa. Y ahora, al levantar la mirada y verla a mi lado, parece que se me ha cumplido un sueño. Entonces estoy segura de que soy feliz ahora que ha llegado y de que la única respuesta a mis dudas lleva su nombre.

Tomo la iniciativa y atraigo su cabeza a la mía librándome por fin de cualquier atadura. Sin pánicos inservibles. Dejo la mente en blanco y me limito besarla otra vez como si fuera la última, pero sabiendo que es la primera de una nueva etapa.




Se acerca despacio sin quitarme la vista de encima. Sabe perfectamente que sus ojos siempre han sido mi debilidad. No dice nada y yo tampoco lo hago, pero no hace falta, nuestras miradas hace tiempo que aprendieron a entenderse, a hablar por si solas… Brillan con fuerza porque saben lo que viene ahora, saben que nada ni nadie ha podido destruir este algo tan grande que tenemos.

Con ambas manos me acaricia la cara y una sonrisa se dibuja en sus labios. Es entonces cuando mi mundo interior se tambalea solo con verla sonreír. Y es que de nuevo tiene esa sonrisa capaz de transmitirme que estando juntas nada malo puede ocurrir. Esa que tantas veces durante el último mes he intentado olvidar, pero ya se sabe que las batallas contra los sentimientos siempre se pierden.

—Te quiero.


Algo tan simple como dos palabras y es curiosa la falta que hacen para poder seguir adelante. Echaba tanto de menos escuchar un 'te quiero' en su voz... Suena tan sincero que creo que me tiemblan las piernas. Mis labios comienzan inconscientemente a dibujar una sonrisa, la más grande del mundo. Inevitablemente me da por dudar de que todo esto sea verdad o un mero producto de mi imaginación, así que ahora soy yo la que busca sus mejillas para acariciarla. Todavía está mojada por la que nos acaba de caer encima, pero no puede ser más real. Sin dejarme la posibilidad de responder me besa dulce y suavemente. Lo hace despacio, como si el tiempo ahora mismo no amenazara con pasar. Y eso parece, por un momento parece detenerse. Le respondo aumentando la intensidad, pero de nuevo la disminuye.


—Shh, no tengas prisa amor.


—He esperado este momento demasiado tiempo.

—Tenemos toda la vida... -susurra justo antes de entrelazar nuestras manos.


De nuevo nuestros labios se unen y comienzan una batalla interminable. Ella se entretiene jugando y mordiéndolos hasta conseguir volverme completamente loca. Solo les da una tregua para buscar mi lengua y comenzar la guerra con ella. Da igual el tiempo que pase, siempre encajaran como dos piezas de puzzle. Dos piezas de puzzle cuyo único destino es encontrarse y estar juntas.


Sus manos sobre mi cintura me guían hacia la habitación por un camino improvisado de besos y caricias. Le quito la camiseta que está empapada por la lluvia y ella hace lo mismo con la mía.
Interrumpe los besos para cerrar la puerta cuando llegamos a nuestro destino. Me aparto un poco para mirarla y me responde mirándome de arriba a abajo y mordiéndose el labio inferior, gesto que me hace perder la poca razón que me queda. De un salto me cuelgo literalmente de ella, cosa que aprovecha para caminar conmigo en brazos hasta la cama y dejarme caer sobre el colchón. Se coloca encima, sentada a ambos lados de mis piernas, y ataca en esta ocasión mi cuello. Acaricio su espalda con un solo dedo para comprobar como su piel se eriza a mi paso. Me libro de su sujetador desabrochándolo con la ayuda de las dos manos, algo que a ella parece costarle menos trabajo, porque a la que quiero darme cuenta está jugando con esa parte de mi cuerpo que la prenda escondía. Los toca y muerde a placer. Aprieto los labios para evitar gemir cuando sus dientes dejan de calcular con exactitud la fuerza de las mordidas. Es una mezcla de placer y dolor demasiado excitante. Ahora sus manos han tomado un rumbo diferente, tienen un nuevo objetivo: mis pantalones. No ha perdido habilidad y lo consigue a pesar de la dificultad que supone deslizarlos cuando están mojados. Y yo tiemblo a su paso. Tiemblo al mínimo contacto de su piel con la mía. Tiemblo porque sé lo que viene ahora, ese momento que tanto había esperado y que después de todo pensé que nunca más llegaría. Me siento como en nuestra primera vez. Estoy tan nerviosa que creo que el corazón se me va a salir del pecho de un momento a otro. Ella se da cuenta, como se da cuenta de todo lo que tiene que ver conmigo. Y al igual que en aquella primera vez, también está aquí para tranquilizarme.


—Te amo -susurra en mi oído.


Mi ropa interior también desaparece. Y ya no sé si me la ha quitado o se me ha caído al escucharla pronunciar esa última frase. Cuando comprendo sus intenciones la cojo por la espalda y la giro con cuidado para dejarla debajo, me apetece coger las riendas y disparar en primer lugar. Ya he dejado de temblar y quiero que ahora sea ella la que lo haga. Me deshago de toda la ropa que le queda. Estoy en ese punto en que todo me molesta y no puedo tocar nada que no sea su piel. Rondo con mi mano su zona más prohibida, con calma, aumentando nuestro juego y provocando su desesperación. Se mueve inquieta y me mira con carita de niña buena. Me gusta tanto que podría estar así siempre, pero nuestro contacto se rompe cuando busca mi boca de manera ansiosa y es ese beso el que enciende la mecha y deja libertad a mi mano para hacer realidad sus deseos. Un grito de placer retumba entre las cuatro paredes de la habitación y yo vuelvo a su boca para callar sus gemidos a golpe de besos. Y lo consigo a medias, algunos consiguen escapar creando una melodía que a mí personalmente me encanta. Mi ritmo aumenta y su respiración se agita, sé que la tengo donde quiero y dejo de besarla para mirarla cuando llegue al punto máximo, algo que no se hace esperar. La iluminación es escasa en el cuarto, solo algunas líneas de luz consiguen abrirse paso por los pequeños agujeros de la persiana que está casi abajo, sin embargo su mirada tras el orgasmo es alucinante, puedo ver el verde de sus ojos intensificado como nunca antes. Me dejo caer sobre su pecho y noto como sus latidos se ralentizan a la vez que su respiración vuelve a ser normal.

Sonríe mientras se retira el pelo hacia atrás resoplando de manera satisfecha. Con un giro hábil me coloca debajo para intercambiar los papeles. Cierro los ojos porque sé que ha llegado mi momento, y de nuevo tiemblo. Respiro profundamente para relajarme, pero no puedo conseguirlo porque veo a Patri descender por mi cuerpo con pequeños besos hasta llegar a esa zona que acaricia sin ningún tipo de miedo. Me estremezco en el primer contacto de su lengua en mi piel. Se da cuenta porque deja escapar una sonrisilla de satisfacción. Y al igual que hiciera yo antes, ralentiza sus intenciones para alargar más mi sufrimiento, e inexplicablemente me gusta que lo haga.

—Patri... -susurro con tono de súplica.

Casi no me da tiempo a terminar la frase cuando la tengo de lleno recorriendo hasta el rincón más oculto de mi intimidad. Cierro los ojos y gimo sin contención ninguna. Mis manos no se deciden del todo, así que alterno entre agarrar las sabanas con fuerza y enredarlas en su pelo para hundir su cabeza más en mí. No tardo en llegar donde quería. Toco el cielo y la estrella más lejana del universo con esas manos indecisas momentos antes. Mi respiración se relaja a la vez que lo hace mi cuerpo, y ella me observa divertida apoyada sobre mi ombligo. La obligo a subir hasta que volvemos a fundirnos en un largo y apasionado beso. Me recuesto sobre su pecho abrazando su cuerpo desnudo mientras ella deja un beso en mi cabeza.

—¿Como has tardado tanto? - Pregunto con la voz aún entrecortada. 

- Creía que estarías mejor sin mi. Parecías tener tan claras las cosas la última vez que nos vimos... - Confiesa. Nada más lejos de la realidad. - Necesitaba venir y comprobarlo.

-No he dejado de dudar sobre si había hecho bien alejándome de todo desde el primer día en que pise este pueblo.

En silencio, se tumba a mi lado de tal manera que quedamos la una frente a la otra intercambiando miradas. Sus ojos verdes, brillantes, no pueden transmitirme más seguridad. Por fin tengo claro todo lo que quiero.

-¿No estás deseando subirte otra vez a un escenario? - Quiere saber mientras me coge de la mano.

-Con todas mis ganas. Pero va a tener que esperar porque tenemos algo muy importante que hacer. - Se ríe y me pide que le cuente lo que ronda por mi cabeza.

-Quiero que tengamos un bebé de una vez por todas y nos vayamos a vivir juntas.

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¡Hola! Esta vez he tardado menos en subir, ¿eh? Siento la espera igualmente, pero se me va de las manos. Y no hubiera sido posible que el capítulo estuviera ya si no fuera por la ayuda de Marta, que como os imaginaréis a escrito todo lo que aparece en cursiva.






¡Gracias por seguir!





domingo, 18 de septiembre de 2016

¿QUÉ HUBIERA PASADO? (2x46)

Jamás debí irme a trabajar fuera de España. Cada día que pasa lo tengo mucho más claro. Habíamos creado una vida estupenda, planes de futuro y nos apoyábamos la una a la otra con solo mirarnos a los ojos. Coger ese avión fue como saltar a la nada sin pensar lo lejos que está el suelo y lo dolorosa que iba a ser la caída. Era el trabajo de mis sueños, pero estaba siendo feliz sin él y no supe apreciarlo. Yo y mis ansias de más hemos conseguido perderlo todo. No tengo ni trabajo en el que refugiarme cuando tuviera días malos ni a esa persona que me sacaba de cualquier laberinto.

He cometido errores, lo sé. Me marché de España pausando toda mi vida aquí, dejé de lado a una persona que estaba dispuesta a dejar su carrera por hacerme feliz teniendo un bebé, tuve dudas de nuestro amor por alguien que me proporcionaba calor en un lugar extraño, no llamé las veces suficientes, no le repetí todos los días que la quería, que todo saldría bien. Pero lo peor de todo fue cuando ella misma me reprochó cada fallo y yo supe que tenía razón pero aún así la rabia me llevó a acabar con lo que más especial me hace sentir en el mundo.

Tampoco ayuda recibir por cualquier medio noticias suyas y que ninguna sea buena. Ha pausado su carrera musical. Eso es lo que dice la prensa, pero conociéndola seguro que sus palabras textuales se parecen más a un "no quiero volver a pisar un escenario". Además, han decidido que lo mejor es decir que el motivo de esta pausa es una crisis de ansiedad por el agobio que le ha causado el exceso de trabajo. Solo los círculos más próximos son conocedores de la realidad.

Las cámaras se pasan las horas en la puerta de su casa esperando poder comunicar un movimiento nuevo y eso me mata por dentro porque sé lo incómoda que se debe estar sintiendo entre las paredes de su propia casa. Más de una vez he estado a punto de salir corriendo hacia allí y descargar todas mis fuerzas en tirar esos objetivos al suelo y sacarla a ella de allí. Pero me arrepiento. Quizás lo mejor es que no sepa de mi, mantener las distancias para que se recupere. Ella al menos tiene suerte de no verme en la televisión ni oírme en la radio.

Afortunadamente, entre tanta carencia de verdad y dudas entre qué creer y qué no, tengo a su hermano José al otro lado del teléfono siendo sincero.

-No avanza, Patri. La noto igual que el día que me la encontré llorando en el suelo porque lo habíais dejado. Pero ha pasado una semana ya... - Pronto me arrepiento de haber preguntado por cómo está. -  No sale de casa ni siquiera para pasear a los perros. Mi madre está viviendo con ella porque por sí misma no es capaz ni de comer. - Cuanta más información más me duele el pecho. Una lágrima cae y sé que muchas van a venir detrás.

-Lo siento mucho, de verdad. No quería causar todo esto...

-Ahí no me meto. La relación es vuestra y si se terminó no voy a juzgarlo, aunque sabes que me encantaría que estuviérais juntas. - Admite. - También sé que tu no lo estás pasando bien. ¿Qué pasa con el trabajo?

-Lo que te dije. El lunes he quedado para hablar con el jefe que tenía cuando trabajaba en España y no creo que haya problema en recuperar mi puesto.

-Me alegro mucho, de verdad. - De pronto, el timbre de mi ático suena.

-José, tengo que dejarte. Luego hablamos, ¿vale?

-Claro. Un beso.

-Un beso. Por favor, cuídala.

Cuelgo tras unos segundos de bloqueo corporal y me levanto a abrir la puerta. Como me esperaba, es mi hermana entrando de golpe y diciéndome que no puede ser que sean las siete de la tarde de un sábado y yo siga en pijama. Sería peor aún si supiera que llevo así desde hace una semana, que ni siquiera he bajado a comprar gracias a que puedo pedir comida por el teléfono. Pero se da cuenta en cuanto pasa a la cocina y encuentra desorden y tres bolsas de basura llenas que no han sido bajadas. Rápidamente, recorre cada habitación subiendo las persianas y me obliga a meterme a la ducha. Cuando salgo ha hecho la cama, ha recogido la mayoría de trastos de la habitación y del salón, y se encuentra en la cocina intentando que vuelva a parecer un sitio higiénico en el que apetezca comer.

-Carol, no hace falta que hagas todo eso.

-No voy a dejarte vivir en una pocilga, hermanita. - Deja el trapo en la encimera y se acerca a mi. - Vamos a salir a tomar algo.

-¿Qué? ¡No, ni hablar! - Exclamo. - No tengo ganas.

-¡No vas a pasarte aquí encerrada ni un día más! Te tiene que dar el aire, ver a gente, hablar, escuchar música...

-Carol, yo solo quiero ver a una persona, hablar con una persona, escuchar la música de una persona...

-Lo sé y te entiendo. - Admite cogiéndome de las manos. - Pero te vendrá bien salir y tomar algo conmigo. Pensar en otras cosas.

-No sé si voy a estar bien ni aunque estemos fuera...

-Inténtalo por mi, por favor. - Miro al suelo y dudo sobre la propuesta de mi hermana pero finalmente asiento a pesar de la falta de ganas. - ¡Bien! Vamos a vestirte.

Mientras me pongo la ropa interior mi hermana abre y cierra cajones y armarios en busca del look perfecto. Rechazo un vestido corto rojo que parece de boda y una falda de brillos que hacía mil años que no me ponía. Acabo cediendo con un mono negro bastante básico combinado con unas cuñas altas del mismo color.

Del maquillaje y del pelo dejo que se encargue ella haciéndola previamente jurar que va a ser algo sencillo. Por suerte me hace caso y todos los tonos que usa para mi rostro son suaves, a excepción del oscuro que emplea para los ojos con la excusa de que así el verde resalta más. Cuántas veces habré escuchado esa misma frase saliendo de la boca de Malú. El pelo me lo deja suelto, muy natural, pero añade una pequeña trenza a un lado que hace algo de decoro. Cuando me miro en el espejo me sorprende volver a verme así. Al fin y al cabo, llevaba una semana sin apenas mirarme en los espejos y, cuando lo hacía, no encontraba nada bonito. Solo ojeras y restos de lágrimas.

Por último, cojo un pequeño bolso en el que llevar lo imprescindible y juntas salimos de casa. Me ha pedido ir en su coche, así que nos quedamos en la planta cero en lugar de seguir bajando para llegar al aparcamiento en el que tengo el mío. Pero pronto descubro que ha sido un error. Un par de fotógrafos aparecen del interior de un coche y me fotografían sin que pueda esperarlo. Repiten mi nombre cien veces y me preguntan qué se de Malú, si voy a verla, por qué he vuelto y un sinfín de etcéteras. Tiro de la mano de Carol acelerando nuestro ritmo. No quiero dar explicaciones, y mucho menos a esos desconocidos. Ni siquiera lo he hecho del todo con la gente que tengo cerca.

-¿Qué ha sido eso? - Me pregunta mi hermana una vez entramos en el coche y arranca.

-Te recuerdo que Malú y yo dejamos de escondernos hace un tiempo. Saben quién soy, dónde vivo, cuál es mi coche... - Abro la ventana queriendo que el aire limpio entre al cien por cien en mis pulmones. - Nunca me había pasado esto, antes solo acechaban cuando estaba con ella. Pero supongo que con todo lo que le está pasando quieren tener información de todas las fuentes posibles y yo soy uno de sus principales objetivos.

-¿Crees que estando fuera esta noche nos volverá a pasar?

-Espero que no... - Entonces, me paro a pensar que ni siquiera hemos decidido dónde vamos. - Oye, ¿se puede saber hacia qué lugar estás conduciendo? - Sonríe de manera pícara y me da más miedo que aquella vez que fuimos a aquel descampado para que probara lo que era conducir sin tener ni siquiera el carné.

-A un sitio al que llevas intentando sacarme de fiesta desde que cumplí la mayoría de edad.

-¿Qué? ¿Chueca?

-¡¡Sí!!

-No, no, no. - Me dejo caer de golpe en el asiento. - ¿En serio? Carol, no podías haber elegido un peor momento para empezar tus andaduras por el mundo gay.

-Deja de quejarte. ¿Qué le pasa a este momento?

-No solo conozco demasiada gente allí a quien no me apetece dar explicaciones, sino que además desde lo de Malú me reconocen demasiado más de lo que me gustaría.

-Pues vamos a un sitio discreto. Solo a tomar algo, nada de fiesta.

Tras mucho dudar entre unos bares u otros, me decido por el de una amiga de confianza. Hace mucho que no la veo pero nuestra relación cuando solía venir por esta zona era muy buena. Tiene un local tranquilo, con música ambiente, ambientado en el mundo del surf y el mar. Nada más entrar siento varias miradas clavarse en nosotras, tal y como esperaba. Además, varios de los rostros me son familiares. Rápidamente le pido al primer camarero que veo que le diga a Eva, la dueña, que estoy preguntando por ella. En menos de un minuto viene corriendo a mi y me da un abrazo.

-Tía, ¿qué haces aquí? Hace años desde la última vez que viniste.

-Mi hermana no conocía la zona y hoy le ha dado el venazo de venir.

-Oye, seguro que preferís pasar al reservado, ¿no? - Sin dejarme responder, empieza a andar y nosotras seguimos sus pasos. - Supongo que desde que sales en la tele y en las revistas se te hace difícil estar en sitios públicos sin sentirte observada.

-No lo sabes bien... - Murmuro. Nos lleva hasta una mesa bajita rodeada por un sofá semicircular. - Muchísimas gracias, Eva.

-De nada, amor. Decidme lo que queréis y hago que lo traigan, chicas. - Añade con una sonrisa de oreja a oreja. El cambio de pelo de la pelirroja le ha sentado definitivamente genial. - Antes de que os vayáis llamadme y me despido, eh.

-¿Y esas miradas? - Quiere saber mi hermana en cuanto Eva se aleja.

-¿Qué miradas?

-Patricia, por favor. Te estaba comiendo con los ojos.

-Deja de decir tonterías, anda. - Comento riéndome.

-No es ninguna tontería. ¡Además! - Refuerza el sonido de la voz en esta palabra. - Ha habido un momento en el que tú también le ponías ojitos... - Rápidamente le digo que eso no ha pasado. O, al menos, no lo he notado.

Para ser sinceros, si mi hermana me hubiera dicho esto hace unos años le tendría que haber dado la razón por completo. Mi historia con Eva fue corta e incompleta pero claramente dejó una pequeña huella en mi. Todo comenzó hace muchos años que a mi me parecen incluso siglos, cuando empecé a salir por este mundo y no pasaba precisamente por buenos momentos. Mi pandilla de amigas y yo descubrimos este bar y nos habituamos a visitarlo antes de ir de fiesta para beber algo y entonarnos un poco. En cuanto la vi llamó mi atención. Delgada, de pelo liso pelirrojo, brazos totalmente tatuados, cejas perfiladas y, lo más importante, esa sonrisa que nunca dejaba de lado. Desde que la conozco, calculo que unos diez años o más, nunca he visto que dejara de sonreír.

Ella siempre atendía en la mesa a la que iba con mis amigas, y a  mi siempre se me caía la baba cuando se acercaba. Era el hazme reír de mis amigas cuando me quedaba embobada. Un día las miradas empezaron a ser recíprocas y, poco después, hablábamos por teléfono cada noche antes de dormir. Siempre he pensado que yo estaba loca por ella y que a ella solo le parecía una chica mona con la que poder hablar. Aún así caía en sus redes sin poder evitarlo. Besaba a otras, acababa en camas con desconocidas, pero en quien pensaba cuando se me pasaba el efecto del alcohol era en ella. Y un día pasó lo que estaba deseando que pasará, sin la necesidad de que ninguna de las dos estuviéramos ebrias. Salí del bar a hablar por teléfono y ella estaba ahí, sentada en el bordillo jugueteando con su móvil. Me saludó con un gesto de mano y yo hice lo mismo. Cuando acabé de decirle a mi madre que estaba bien y que no me esperara para cenar me senté a su lado.

-¿Todas las madres son así de pesadas? - Pregunte mirando a la nada.

- Ya lo creo que sí. Vivo sola hace dos años y la mía parece que todavía me cambiaría los pañales encantada.

De golpe me eché a reír a carcajadas. Ella me acompañó en esta acción aunque ambas sabíamos que no había sido tan gracioso y que tanta risa era más bien fruto de los nervios que sentía al estar a su lado, hablándola de cerca. Y no recuerdo cómo dejamos de reírnos para juntar nuestras bocas en un tierno beso, pero pasó. Todas las mariposas que tenía en el estómago subieron hasta mi boca y pudimos compartirlas durante un rato. Disfruté de ese momento como una niña pequeña, y menos mal que lo hice, porque jamás volvería a ocurrir. Nuestras vidas tomaron rumbos diferentes y entendí que a pesar de que yo sentía que sus labios tenían que ser mi abrigo en todos los inviernos, ella solo veía los míos como aquellos en los que acomodarse alguna tarde de domingo y manta.

Ahora Eva tiene el pelo más largo, su cuerpo se ha apropiado de unas curvas mucho más atractivas y se maquilla de manera más natural. Y, sin lugar a dudas, lo que mejor conserva es su invencible sonrisa.

Reconozco que me está viniendo bien la salida con mi hermana a pesar de que no me saco por completo de la cabeza mis propios dolores y los que he causado en otra persona. La música, aunque es en tono bajo, me está depurando poco a poco. Y, sobre todo, mi hermana me está curando hablándome arbitrariamente de temas sin sentido. Series de televisión, deportes que ni siquiera sigo, grupos de música de los que perdí la pista hace tiempo... Pero consigue sacarme risas, y al fin y al cabo ese era su objetivo al venir a buscarme.

-Patri, me está llamando una amiga. - Dice mostrándome la pantalla iluminada de su móvil. - Ahora vengo.

-Vale, ¡no tardes! - Exclamo. No pasan ni un par de minutos cuando la dueña del local me toca la espalda y se sienta a mi lado.

-Después de tanto tiempo sin vernos tendremos que ponernos al corriente de nuestras vidas. - Comenta Eva dando un sorbo a la bebida que ha traído consigo.

-Me apuesto lo que quieras a que tu sabes mucho más de la mía que yo de la tuya.

-La verdad es que las habladurías de la gente y los paparazzis me lo han puesto fácil. - Esboza una tímida risa como si no supiera si el comentario me fuera a sentar bien o mal. - Cuando salió en la televisión que estabais juntas ninguna no los podíamos creer. - Supongo que con "ninguna" se refiere a ese grupo de amigas con el que solía salir y con el que ahora no tengo más vínculo que el que establecen las redes sociales.

-Pues más os hubiera sorprendido saber que para cuando toda la relación salió a la luz habían pasado años desde que empezamos. - Abre los ojos de par en par. - En serio. La conocí poco después de dejar este ambiente de fiesta. Me empecé a dedicar a la fotografía seriamente y justo en mi primer trabajo, cuando aún estaba en pruebas, la conocí.

-¡Qué fuerte! Te lo tenías bien callado...

-Es lo que tiene salir con una súper estrella de la canción... - Añado dándole un trago a mi bebida. Sintiendo que estoy hablando de más simplemente por el hecho de que aún hace daño.

-En realidad me ha sorprendido verte hoy porque leí que te habías ido a trabajar fuera. Además, hace nada han salido noticias de que Malú... - De golpe deja de hablar como si hubiera unido en su cabeza todas las piezas. Y parece ser que mi mirada, que pasa de sus ojos al suelo, le da la razón sobre la conclusión a la que ha llegado. No hay palabras en ese pequeño diálogo pero sí muchas verdades. - Hostia. Lo siento. Me siento muy idiota.

-No te preocupes.... No tenías porqué saberlo.

-Lo siento, de verdad. Llevo un rato hablándote de ella como si nada sin darme cuenta de lo que pasaba. - Ahora soy yo la que bebo de mi copa un largo trago. En la prensa no se ha publicado nuestra ruptura, pero su parón en la música, mi vuelta y otros datos son factores que te llevan a esa idea. - ¿Sabes una cosa? - Pregunta mirándome de nuevo a los ojos. Sigue sonriendo pero ahora de una manera más nerviosa a la habitual. - ¿Te acuerdas de el día que nos besamos?

-¿Qué si me acuerdo? - Se me va una sonrisa tan temblorosa como la suya. - Más bien creo que no lo podré olvidar.

-Pues siempre me he quedado con la espinita de que nunca volvió a pasar... - Si hay algo que no me esperaba era con certeza esa confesión. - Tenía tantas ganas de hacerlo prácticamente desde el día que en que te conocí que me supo a tan poco...

-¿En serio? Si te soy sincera creía que yo nunca había significado nada para ti.

-Me encantabas, Patricia. A veces te notaba súper receptiva conmigo pero en otras tan lejana... Después empezamos a hablar por teléfono y me volví completamente loca por ti. Pero después llegó el beso y de nuevo las dudas por no saber si te había gustado o no. No te noté nada clara y fuimos perdiendo el contacto, así que supuse que sería mejor dejarlo estar.

-Todo lo que estás contando es exactamente lo que sentí yo. - Reconozco muy fuera de lugar. - Me gustabas pero me ponías tan nerviosa que no sabía que hacer. No sabía si te gustaba o no. Si querías que te volviera a besar o dejarlo pasar.

-No me lo puedo creer... Ojalá hubiéramos sido más claras desde el principio. Todo hubiera sido tan distinto...

-¿Y esas miradas tan deprimentes? - Comenta mi hermana, que ya está de vuelta. - ¿Me he perdido algo?

-¡Nada! - Reacciono rápidamente y saco mi cartera del bolsillo. - Le estaba diciendo a Eva que ya nos íbamos pero que volveremos pronto.

-¿Cómo? ¿Ya? ¡Me queda medio vaso! - Después de varias quejas mi hermana por fin acepta marcharse. - Muchas gracias por todo, Eva. - Ambas se dan dos besos. Después, la joven se acerca a mi y sufrimos ese incómodo momento en el que te apetece abrazar a alguien pero puede que lo correcto sean un par de besos. Afortunadamente es ella quien toma la iniciativa y nos fundimos la una con la otra. Después de las confesiones y el rato juntas recordando momentos del pasado era necesario, casi como agradecimiento, o puede que como disculpa por haber sido tan tonta en un pasado.

-Espero volver a verte pronto. - Susurra en mi oído.

-Lo harás.

-Deduzco que tampoco me vas a contar qué ha pasado ahí dentro, ¿no? - Comenta mi hermana en cuanto salimos por la puerta del local.

-Deduces perfectamente, hermanita.

-Que sepas que esta te la guardo...

Ella misma, que era la que no había bebido nada alcohol, fue la que condujo de vuelta a casa. No fueron pocas las veces que intentó sacarme información, pero si soy sincera, es algo que quiero guardarme para mí misma sin mucho sentido. Pasó hace tanto. Ha llovido tanto que se han apagado todas las llamas, pero aún quedan los típicos "¿qué hubiera pasado?" que todo el mundo conoce personalmente. Y con eso juega mi cabeza durante horas cuando llego a casa, me tumbo en la cama y no puedo conciliar el sueño. ¿Qué hubiera pasado si hace unos años Eva y yo hubiéramos dado los pasos que queríamos en vez de retroceder por falta de impulso? Quizás después de aquel beso hubieran venido cientos. Las llamadas de por la noche podrían haberse convertido en caras a caras en la misma cama. Nunca hubiera tenido esa sensación de falta de valentía que tanto me persiguió un tiempo. Puede que hubiera durado tres noches de pasión o que perdurara ese amor hasta este mismo momento. A lo mejor nunca hubiera salido del mundo de la noche y nuestra relación se hubiera basado en celos, mentiras, noches en nuestra cama y días en las de otras. O puede que me hubiera enderezado, tal y como de verdad hice, y hubiera logrado una relación estable con una persona con la que no tener que disimular sentimientos ni fingir no conocer como a nadie en este mundo. Quién sabe si ella hubiera dejado su local, teñido de castaño y hoy en día se dedicase a responder correos que podrían cambiar el mundo en su propio despacho. O simplemente hubiera seguido ahí con el dinero justo para acabar el mes, pero sabiéndose feliz y con alguien con patatas para compartir al llegar a casa. De lo que estoy segura es de que fuera como fuera Malú hubiera seguido siendo la artista más importante del país. No importa si conmigo o con otros, pero hubiera sido feliz encima de cualquier escenario. Y me siento culpable por que estando conmigo, que he puesto por delante su felicidad a la mía propia, ha dejado la música. Entonces tomo conciencia de que nunca tenía que haber pasado a ser una fan que de vez en cuando iba a sus conciertos para bailar sus canciones a la chica con la que compartía todos sus secretos. Porque a lo mejor yo no hubiera podido ser sin ella después de haberla conocido, pero ella sin mi sí, y no dejé que fuera feliz.



Entre tanto vaivén de pensamientos por fin consigo quedarme dormida y, cuando me despierto unas horas después me encuentro posada sobre las sábanas y con el móvil vibrando sin parar sobre mi tripa. Aún con los ojos borrosos y la cabeza más en el mundo de los sueños que en el real, miro la hora en el despertador de la mesilla. Pasan las doce del mediodía. Cojo el móvil y me sorprendo al encontrar más notificaciones de las que puedo contar. De golpe me incorporo e intento entender lo que ha pasado. No tardo mucho en descubrir fotos mías de anoche: con mi hermana saliendo de casa, en el bar riéndome, abrazándome con Eva... Y los titulares son del tipo "La respuesta a los problemas de Malú", "Cada una por su lado", "Rompe la pareja más polémica de España" y similares.

Necesito saber cómo está, así que marco el número de su hermano inmediatamente.

-José. Lo siento, lo siento, lo siento. - Esas son mis palabras en cuanto descuelga. - De verdad que no pasó nada.

-No pasa nada, Patri... - Varias veces intenta que me tranquilice.

-Mi hermana vino a sacarme de casa y coincidimos con esa chica, que es una amiga de hace tiempo. Nada más.

-Lo sé, en serio. Te conozco bien. - Aunque sus palabras son con la intención de hacerme sentir mejor, no lo consigue.

-¿Cómo está ella?

-Me ha dicho que sabe que no estás con nadie y que todo son cosas sacadas de contexto por lo paparazzis. - Al fin algo que me alivia un poco. - Aún así no puede más. Necesita dejar de oír hablar de ti, de verte en la prensa, de que los rumores la han imaginarse cosas que no son...

-Lo entiendo... Siento lo mismo.

-Patricia, nos vamos a ir durante un tiempo.

-¿Cómo? ¿A dónde?

-No lo sé, pero la idea ha sido suya y creo que tiene razón. Lo siento, pero tiene que dejar de saber de ti hasta que todos los sentimientos que tiene se aclaren...