miércoles, 28 de octubre de 2015

A TRAVÉS DE LA PANTALLA (2x36)

-¡Hombre! ¡La chica que me dejó tirada al otro lado del teléfono ayer a la hora de comer! - Bromeo en cuanto la pantalla del ordenador deja de ser negra para mostrarme el rostro de la chica que más sonrisas me saca a lo largo del día,  aunque no esté.

-Cállate...

-¿Tú sabes la de llamadas y mensajes que te envié?

-No me piques que no me hizo ninguna gracia no poder hablar contigo. - Se cruza de brazos y sube las piernas al sofá en el que está sentada. Me recuerda a mi hermano pequeño cuando se enfada. Y me parece adorable. - Encima me tocó aguantar a dos idiotas...

-Vale. No te pico, boba. Pero cuéntame bien lo de ayer, que no me quedó claro. ¿Tenías una sesión con Nathan Evanson?

-El mismo. Yo no tenía ni idea de quién era... - Se me abren los ojos por completo. - Me enteré un rato antes porque me lo dijo Rachel.

-¿Cómo no vas a saber quién es? ¡Pero si está en todas partes! - Exclamo. - Con lo guapo que sale en el anuncio de los relojes... Madre mía.

-Amor, se te cae la baba.

-Es que está muy bueno...

-Pues el crío es un imbécil. - Dice de manera tajante haciendo hincapié en la última palabra. - Llegó casi dos horas tarde con su mánager y a la hora de comer me dicen que no pueden hacer una pausa porque tienen prisa para llegar a otros compromisos.

-Pero eso no es su culpa, sino del mánager. - Aclaro. Sé muy bien cómo es la vida de un famoso. En ocasiones, mucho mejor de lo que me gustaría.

-Déjame que acabe de contarte. - Cierro una cremallera imaginaria en mis labios y hago un gesto con las manos para que siga hablando. Está claro que ayer no fue uno de sus mejores días.
- El niño se pasó toda la sesión molestando y riéndose. Que si de dónde era, que si cómo me llamaba, que si tenía unos ojos preciosos... - Contener la risa me está resultando una tarea difícil porque, mientras lo narra, hace movimientos con los brazos y pone caras de todos los tipos. Su expresividad siempre me ha encantado y lo sigue haciendo. - Y ahora viene lo peor. ¿Adivina quién para su moto delante de mis narices mientras estoy esperando al autobús? - Sé la respuesta, pero guardo silencio y muevo la cabeza en señal de que me saque de las dudas que no tengo. - ¡El pesado de Nathan Evanson! Coge y me dice que si quiero que me invite a comer. ¿Hola? ¿Se va con prisas porque tiene compromisos y va y me propone comer con él?

-Espera, espera. - Murmuro frenando todas las palabras imparables que brotaban de su boca. - ¿No te das cuenta?

-¿De qué?

-¡Le gustas! ¡El actor de moda va detrás de ti!

-¿Qué dices? - Exclama sorprendida.

-Patricia, solo hay que ver lo que hizo. Te piropea, te invita a comer, quiere conocerte...

-¡Qué le den! ¡Es imbécil! ¡Solo espero no tener que verle la cara nunca más!

-Eres la única mujer en el mundo que rechaza a ese chico. - Le digo entre risas.

-Porque soy la única que sé de él más de lo que se refleja en las pantallas y las revistas. - Aclara. - Y ya no quiero hablar más del motero cabrón. - Sinceramente, me gustaría que me siguiera contando cosas sobre él. Solo por cotilleo y curiosidad. Del chico sé lo poco que sabe todo el mundo. Que tiene veintitantos, que sale con otra famosa, que es vox populi día sí y día no, que tiene un cuerpo diez y que muestra una cara de chulo que vuelve locas a todas las chicas. Pero se ve que es un tema que a Patricia realmente le molesta y decido cortarlo tal y como me pide. - Cuéntame qué tal tú.

-Bastante bien, aunque ya sabes... Prefiero hacer oídos sordos a todo lo que circula por la prensa.

-No merece la pena intervenir, Malú. Ya sabes que pase lo que pase van a hablar. Si quieren pensar que estamos juntas, que lo piensen. Y si quieren pensar que no, que lo piensen también. - Tiene razón. Como siempre, es la que mejor consigue tranquilizarme aunque no diga nada que no sepa. Será su voz, la forma en que me mira cuando habla o sus maneras. No lo sé. Pero la presión del pecho merma y el nudo que se me crea en la garganta con estos temas desaparece. - Mira el lado positivo.

-¿Lo hay?

-¡Claro! - Por más que lo pienso no se me ocurre nada, aunque su sonrisa delata que la respuesta que guarda me va a sorprender. - Que sacaron unas fotos preciosas de nuestra despedida en el aeropuerto, amor. ¡De película!

Automáticamente me saca una tímida sonrisa. Una de las cosas que más me gustan de ella es su buena costumbre de buscar el lado positivo a todo. Incluso en las situaciones que parecen no tener solución. No sé cómo, pero sería capaz de diseñarse unas branquias en caso de verse envuelta en un maremoto, o de desplegar dos alas de hierro si un tornado la arrasara. Y lo mejor es que también crearía branquias y alas de hierro para mí. Siempre la he tenido a ella quitándome las malas hierbas de los tobillos para poder avanzar. Descosiéndome las lágrimas de las mejillas rojizas. Pero más bonito es que lo sigue haciendo a pesar de los obstáculos que nos pone la distancia. Me envía diariamente veleros cargados con sus risas que desembarcan en mis puertos. Así es como, ella en un lado y yo en otro muy lejano, vamos encajando piezas del mismo rompecabezas. Y todo seguirá bien si sigue existiendo un nosotras.

Últimamente los roles han cambiado. Porque aunque sigue teniendo palabras de esperanza y sonrisas de sobra para mí, sé que no le está resultando nada fácil. No hace falta que me lo diga para que me de cuenta. Yo también la echo de menos. Noto la carencia de sus besos casi tanto como la de sus pequeños lunares. Me falta su voz dándome suerte cada vez que tengo algún compromiso profesional. Añoro el perfume de los fines de semana, formado por la unión de su sudor y el mío. Pero esta vez soy yo la que tiene que llevar las riendas, y no me importa. Es una forma de agradecerle que durante muchos años haya sido ella la que lidiaba don el peso de las dos.

-¿Sabes con quién estuve yo ayer? - Pregunto.

-Sorpréndeme.

-Con Marta.

-¿Marta? ¿Qué Marta?

-Tu Marta. - Le aclaro.

-¿Mi Marta? - Exclama sorprendida cuando escucha mi especificación. La verdad es que entiendo perfectamente que le extrañen mis palabras. - Cuéntame eso ya mismo. ¿Te la encontraste?

-Qué va. - Niego con la cabeza  y con las palabras. - Vino a mi casa.

-¿Y eso?

-¡Si me dejas hablar te lo cuento! - Se ríe por la forma en la exaltada en la que lo digo y me pide perdón. Bebo un poco de agua que tengo en la mesa y procedo a aclararle lo que pasó. - Simplemente llamaron a la puerta, abrí y era ella. Leyó en la prensa que te habías ido y, como no le informaste, creía que a lo mejor te pasaba algo con ella.

-Joder, es que perdí su número al cambiar de tarjeta.

-Ya le dije que no. Que contigo está perfectamente y prácticamente no te pudiste despedir ni de tu familia. La noté bastante afectada, la verdad... - Recuerdo cómo el día anterior vi a Marta casi con lágrimas en los ojos. - Nos pusimos a hablar y se nos hizo tarde, así que se quedó a comer.

-¿Comiste con Marta? ¿La misma Marta con la que te tirabas los trastos a la cabeza?

-Sí, Patri. Admito que es muy maja.

- Ya podías haber llegado a esa conclusión cuando estaba yo en Madrid y quería que quedáramos las tres a cenar... - Pone los ojos en blanco y se me escapa la risa.

-Cállate, tonta.

-¿Y de qué hablasteis? - Pregunta mi novia curiosa.

- De ti, de mi, de ella, del trabajo, de comida... No sé, Patri. De todo un poco. ¡Pero más te vale ponerte en contacto con ella cuanto antes! En serio, te necesita.

-¿Qué le pasa?

Durante un rato le cuento todo lo que me confesó ayer su amiga. Al parecer, tiene problemas con su novia. Y de nuevo son los mismos motivos. La chica se ve dividida entre su familia y su pareja. Por un lado, está enamorada de Marta. Ella misma admite que nadie le ha hecho sentir nunca algo tan fuerte ni tan especial. Pero, por otro, tiene miedo de perder a su familia porque no les parece bien que esté con una mujer. No daba crédito ayer cuando me lo contó. Pienso lo mal que va el país si aún hay gente con esa mentalidad y la suerte que he tenido al tener unos padres como los míos. Al fin y al cabo, el amor es libre. Huye. Se cuela por cualquier espacio para atrapar a sus presas, y le da igual quienes sean los elegidos. Nadie puede luchar contra eso, ni siquiera nosotros mismos por mucho que lo intentemos. Es como nadar contra corriente o intentar volver atrás en el tiempo.

-Te doy su número y hablas con ella pronto - Abro la pestaña de Skype que permite enviar textos y escribo el teléfono de Marta. - De todas formas, el fin de semana seguramente quede con ella.

-¿Os vais a hacer mejores amigas? - Quiere saber entre risas. - ¿O me tengo que poner celosa?

-Idiota, no. - Respondo tajante. - Pero mañana va a quedar con su chica y le dije que podía desahogarse conmigo el sábado. Además, amor, que sin ti los fines de semana me aburro mucho... Por lo menos así me entretengo.

-La vida es injusta. - Añade de pronto fríamente sin aparentes razones o motivos. No puedo hacer más que preguntarle qué demonios está diciendo. - Pues eso. Tú ayer comiendo con Marta y yo sin comer por culpa de un gilipollas.

-Ya estamos...

-¡Joder, es que es verdad! ¡Le odio! Y lo peor es que no me lo puedo sacar de la cabeza...

-Te has enamorado de él. - Comento irónicamente.

-¡Y una mierda! Preferiría pasarme el resto de mi vida sola a besar a ese tío. - Veo como se levanta y vuelve sentarse rápidamente. No entiendo el movimiento, pero me imagino que será por los nervios y me doy cuenta de lo histérica que se pone al hablar de él.

-No exageres, anda.

-No exagero. Ojalá alguna vez le conozcas y te des cuenta de como es... ¡un chulo playa! -Definitivamente, no puedo evitar partirme de risa a pesar de que sé que no le sienta nada bien que lo haga. Pero está tan mona así... Pegando gritos, haciendo aspavientos con los brazos, levantándose y volviéndose a sentar o pasándose la mano por el pelo cada veinte segundos. - Malú, no me hace ninguna gracia...

-Ay, Patricia... - Suspiro. En estos momentos me he enamorado más aún de ella. - Te quiero.

-¿Qué?

-Eso. Que te quiero mucho. - Me tumbo en la cama en la que llevo todo el rato sentada y miro al techo con una sonrisa plena en los labios. - Cada día me doy cuenta de lo enamorada que estoy de ti.

-¿A qué viene eso, amor? - Pregunta extrañada. Entonces, me doy cuenta de que cuando nos tenemos cerca, en persona, no hacen falta las palabras para demostrarnos lo que sentimos. Con un beso, con una mirada o con un abrazo sabe cómo de loca estoy por ella. Pero ahora, en la distancia, tenemos que demostrarlo de forma diferente. Tenemos que encontrar nuevos métodos que sigan manteniendo encendida la llama. Por ejemplo, intentando expresar oralmente las mariposas que desata en mi estómago.

-A que me apetecía decírtelo. Sin más. - De reojo, observo como ella también se tumba en el sofá. Parece haberse quedado un poco pensativa. - ¿Quieres que te cuente una cosa?

-Claro. - Gira el cuerpo en dirección a la cámara para escucharme hablar.


-¿Sabes por qué me enamoré de ti? - Pregunto. El silencio que ella mantiene me invita a seguir contándole. - Porque eras totalmente diferente a cualquier otra persona. Me dí cuenta desde el día que nos conocimos en aquella sesión de fotos. Ni siquiera te había visto y ya me hizo gracia tu forma de hablar. Y luego te vi con el pelo despeinado, cargada y jadeante. Estabas preciosa... Y tan nerviosa que hasta me preguntaste cómo me llamaba. - Al decir eso se me escapa una sonrisa y Patricia deja escapar de su garganta una pequeña risa. - Ahí ya me di cuenta de lo especial que eras y, no me preguntes por qué, pero me atraías. Fue muy raro. Nunca había sentido absolutamente nada por una chica y llegaste tú dándole a mi mundo la vuelta. Tus ojos me lanzaron un gancho y quedé totalmente prendada de ellos, así como de cualquier otra parte de ti. Aún así, te confieso que no tenía ninguna esperanza de volver a verte al salir de ese edificio. Pero otra vez giraste las tuercas a nuestro favor y cayó el pequeño papel con tu número, igual que caen las estrellas fugaces algunas noches especiales. Te iba a llamar yo. Te lo prometo. Pero te adelantaste. Quedamos y me llevaste al la pista de skate a cometer la primera locura de las miles que llevamos hasta el momento. Lo que pasó allí no te lo voy a describir, por el simple motivo de que lo he hecho muchísimas veces. A lo que iba, aunque ve he enrollado como siempre, es a que tus locuras te hacen especial. Me encantan. - Giro sobre mi misma para observarla. No podría asegurarlo porque la visión de la pantalla no es del todo nítida, pero juraría que algunas lágrimas resbalan por sus mejillas. - ¿Te acuerdas de cuando paraste el coche de camino a Andalucía y nos tumbamos en el suelo en mitad de la carretera? ¡Podían habernos matado! ¿O de cuando te hiciste un esguince en aquella atracción de la Warner? ¡Tuvieron que parar por ti el pequeño espectáculo y casi nos da algo a mi hermano y a mi por el susto! ¿O de ese día en el que me llevaste de madrugada a una piscina de a saber quién? ¡Si nos llegan a pillar nos caía una denuncia tremenda! - Ahora sí que estoy segura de que está llorando porque se aparta las pequeñas gotas con el canto de la mano. Pero también se ríe recordando todas esas escenas. - Ya sabes que podría seguir durante días contando todas tus locuras. Lo haría encantada. Porque estoy enamorada de la forma en la que me haces perder la cabeza consiguiendo que te siga en todas esas acciones. Te seguiría siempre. En todo.

-Te quiero tanto... - Dice entre sollozos. Ahora es a mi a quien le cuesta retener alguna lágrima. Sincerarme con ella no siempre es fácil, aunque es la persona quien más lo hago. Como todo el mundo sabe soy muy hermética. Pero cuando confieso mis sentimientos frente a ella tengo la sensación de estar haciéndolo bien, de que le gusta y de que tendría que hacerlo más a menudo. - Tengo que volver a Madrid, Malú. Voy a dejar el trabajo y vuelvo contigo.

-¿Qué? Ni hablar. - Sus palabras me pillan por sorpresa. Abandona la posición tumbada que tenía para sentar y hablar de manera más firme.

-Quiero ir allí y seguir enamorándote con mis locuras. Es lo único que quiero. No me hace falta todo el dinero y la fama que estoy ganando aquí si no te tengo.

-Me enamoras igual, Patricia. - Me encantaría decirle que sí. Qué claro. Que venga para estar juntas toda la vida que nos queda y que no se vuelva a separar de mi nunca ni un mísero metro. Pero sería muy egoísta por mi parte y sé que no es lo que realmente quiere. Lo dice en caliente porque, como sé perfectamente, la distancia le puede más de lo que ella misma pensaba. - Tienes que seguir allí y demostrarnos a las dos lo fuerte que es lo que tenemos.

-Pero Malú... Sin ti yo no sé. - Tras esas palabras debo contener fuertemente las lágrimas y apretar los puños. La fuerte soy yo ahora.

-Me vas a tener siempre. A un kilómetro o a miles te voy a apoyar. Y voy a hacer todo lo que esté en mis manos para vernos lo máximo posible, hablar lo máximo posible y que me sientas lo más cerca posible. - Cojo aire y suspiro. - No voy a dejar que abandones el trabajo. Sabes que no es solo dinero y fama. Es el trabajo que siempre has soñado.

Silencio. Durante mucho rato. Y, lo peor, son las lágrimas y los sollozos que llenan el vacío. Y peor aún es no poder hacer nada para evitarlo. No sé cuánto tiempo se pasa llorando y yo al otro lado simplemente mirando e intentando mantenerme fuerte, pero juraría que alrededor de media hora. Después se levanta y desaparece de mi visión. Vuelve unos minutos después con un vaso de agua entre las manos y los ojos exageradamente rojos por el llanto anterior. Me duele tanto verla así que no sé como estoy pudiendo alejarme de mi lado débil de esta manera.

-Lo siento...

-No sientas nada.

-Sí. Siento estar así de débil y hacer todo esto mucho más complicado de lo que ya es. Y siento mucho más no poder darte las gracias, un puto abrazo y un puto beso.

-Solo nos queda tener paciencia...

-Sabes de sobra que ni tu ni yo sabemos el significado de esa palabra.

-Pues nos lo podemos inventar.

-¿Qué dices?

-¡Lo que oyes! - Pienso unos instantes. - Paciencia puede significar para nosotras la capacidad de aguantar sin contacto físico durante el tiempo que tengamos que estar separadas. - No sé cómo, pero he conseguido sacarle una pequeña sonrisa. - Paciencia es el poder de contener todo lo que sentimos hasta que consigamos tenernos cerca.

-Paciencia es saber que esperar va a merecer la pena porque al otro lado siempre va a estar tú. - Me interrumpe de la mejor manera que podría hacerlo. Siempre, siempre, siempre tiene las palabras adecuadas. 

-Sí. - Sonrío. - Definitivamente esa es nuestra definición. 


martes, 20 de octubre de 2015

EL PEOR DÍA (2X35)

Hoy no es un buen día y lo noto en cuanto me incorporo en la cama y pongo el pie en el suelo. El izquierdo, para variar. Y no es que crea en ese tipo de supersticiones, ni en ninguna otra, pero lo he sentido nada más escuchar el sonido del despertador. Quizás tenga algo que ver haberme quedado dormida ayer mientras las lágrimas se me escapaban de los ojos. Es inevitable que cada día que pase la eche más de menos y, en ocasiones, me queda demasiado grande toda esta distancia. Cada kilómetro se multiplica por diez. Cada porción de agua que nos separa se convierte en dos. Cada partícula de aire entre nosotras escuece al respirar. No sé el por qué, ni el por qué otros días no, pero ayer me quemó en exceso tener que darle los buenos días cuando ella me deseaba dulces sueños. Dejé el móvil, tapé mi cabeza con las sábanas y lloré como llevaba sin hacerlo desde la última vez que la vi. Supongo que fue un ataque de sensibilidad que derivó en una nostalgia que decidió presentarse en mi cuerpo en forma de lágrimas y quedarse conmigo gran parte de la noche. Supongo muchas cosas y lo único que tengo claro es que no tenerla a mi lado mata más que un arma blanca. Día a día convivo con diferente estados de ánimo: durante unas horas estoy radiante de felicidad porque me veo muy segura de tener el antídoto contra la distancia, un rato después tengo dudas y cuando pasa algo más de tiempo me encuentro sumida en un llanto y considerándome una idiota por creer que vamos a poder llevar una relación así. A veces tengo suerte y estos varios días en el primer estado, pero otras veces mi ficha cae en la casilla negativa y pasa lo de anoche. Y una de las cosas que más me chocan es que, al contrario que en todas nuestras etapas ya pasadas, ahora soy yo la inestable, la que está envuelta en un vendaval de dudas y vaivenes. Mientras, ella me repite casi a cada instante que cuando el amor es tan grande como el que tenemos nosotras los más de nueve mil kilómetros que nos separan son solo números. Y lo dice tan feliz, con una sonrisa tan sincera, que no soy capaz de negarlo. Incluso me lo contagia durante un tiempo. Para ser sincera, agradezco enormemente que ella esté tan bien porque si no lo estuviera me vendría aún más abajo. Pero no. Está y no falla. Consigue hacerme reír hasta en los peores momentos y todo sigue saliendo rodado. Es verdad que no le confieso lo mucho que me duele la situación, pero se que lo nota. Lo sé porque cuando peor estoy es cuando más trata de hacerme creer que merece la pena luchar. Y cuando más ganas de llorar tengo es cuando más sonrisas me saca. Y siempre, absolutamente siempre, lo logra.



Afortunadamente, estoy muy inmersa en mi nuevo trabajo y tengo menos tiempo para echar de menos lo que he dejado en Madrid. Todos los días, excepto los fines de semana, entro a la oficina a las ocho de la mañana y salgo a las cinco, con más de una hora entre medias para comer. Ese es el horario que he firmado, pero no es el que cumplo. Realmente, mi hora de salida suelen ser más las siete o las ocho, a no ser que tenga algo que hacer.Y no es porque me obliguen, sino porque quiero. Prefiero estar allí adelantando trabajo o perfeccionando el hecho que irme a casa para darle vueltas a la cabeza. De esta forma, solo tengo a noche para machacarme pensando los kilómetros. Y, como es de suponer, tenemos muy poco tiempo para hablar por teléfono, y muchísimo menos para vernos por Skype. Aún así, hemos encontrado una hora a la que siempre podemos hacernos una llamada y lo cumplimos cada día: mientras tengo mi descanso para comer. En España es aproximadamente la hora de cenar y Malú suele estar menos ocupada. Y, si lo está, siempre se escapa de lo que sea para coger el móvil. Hablamos durante una hora. Puede que a la gente le parezca poco pero son los minutos que más cerca me siento de ella y los necesito. Por un momento no estoy pendiente de si está en línea, de si está a punto de irse a dormir o de si me va a responder antes de que tenga que marcharme a trabajar. Por un rato sé que todas mis oraciones serán respondidas al instante de salir por mi boca y no sabe nadie la ilusión que me hace. Ahí sí que se me olvida cómo de lejos está o cuánto quedará para vernos. Se me olvida hasta dónde estoy y qué me rodea. Siempre he dicho que su voz, ya sea hablando o cantando, era muy importante para mí. Pero ahora es más que eso. Ahora es darme cuenta de que sigue ahí, aunque sea al otro lado de un frío instrumento electrónico, haciéndome reír con su risa. Ahora es indispensable. Por otro lado, por Skype también nos vemos aunque no tanto como nos gustaría. Los fines de semana encendemos el ordenador a la vez, a la misma hora aproximadamente que realizamos la llamada telefónica el resto de días. Y eso es lo mejor que me puede pasar en las cuarenta y ocho horas que dura el fin de semana. Ella. Con su coleta de los domingos, la ropa de estar por casa y en una cama aún desecha. Casi tan preciosa como cuando, un día como el de hoy hace no mucho, me despertaba a su lado. Su sonrisa atraviesa todos los kilómetros y llena de luz la habitación de mi nuevo piso. Y me siento bien. Me siento tan enamorada como siempre.

Cuando llego a la oficina, Rachel me recibe sonriente y me da un abrazo. La verdad es que la chica me está ayudando en todo y hace que me cueste bastante menos adaptarme al nuevo entorno. Desde el principio somos inseparables, y eso ha hecho que nos hayamos cogido mucho cariño. De vez en cuando tomamos algo juntas, alguna día se ha hecho pasar por mi guía turístico y me ha presentado a gente para que me sienta menos sola en este lugar tan desconocido para mí. Rachel es un par de centímetros más alta que yo, aunque el uso de tacones nos iguala. Es muy delgada. En una ocasión me explicó que lo de no ganar kilos le viene de familia. Puede comer lo que le de la gana y su cuerpo no se hincha. A todos nos parecería una ventaja, pero a ella no. Dice que su delgadez le hace sentirse incómoda. Hace pensar que es frágil y débil y, en realidad, al conocerla te das cuenta de que esas dos palabras no entran en su descripción. Además, no le hace gracia que haya personas que crean que tiene un grave trastorno alimenticio, aunque ya lo tiene asumido. Como es de esperar después de ver su cuerpo, tiene un rostro muy fino. Con la cara alargada y unos pómulos pronunciados. Los labios son muy delgados, por eso suele pintarlos de colores fuertes para resaltarlos. Su pelo es castaño combinado con reflejos más claros, peinado casi siempre con unas ondas perfectas que le dan mucho volumen. En cualquier caso y, aunque el cuerpo sea lo primero que destaca de la joven, los ojos son lo más bonito que tiene. Son azules, muy claros. Casi grises. Casi transparentes.

-¡Hoy viene Nathan Evanson! - Exclama ilusionada Rachel en cuanto entramos a mi despacho.

-El mismo. - Comento al recordar la agenda para el día de hoy. - ¿Quién es?

-¿Quién es? ¿Me lo preguntas en serio? - La joven me mira horrorizada, como si no saber quién es el tal Nathan Evanson fuera peor que no haber aprendido a sumar en el colegio. - Te perdono porque acabas de llegar a Los Ángeles, pero... ¿Nos ves la televisión? ¿No miras las revistas? ¡Nathan está en todas partes!

-Tranquila, tranquila. - No puedo evitar reírme al ver la emoción con la que habla del chico. Salta de un lado para otro y acompaña cada palabra con movimientos de manos. - Bueno, pues explícame quién es porque sino voy a quedar fatal.

-¿Has visto el anuncio de los relojes deportivos AXY?

-¿Ese en el que sale un chico tomando el sol en la toalla, después se tira al agua de cabeza y sale apartándose el pelo de la cara como si fuera un dios del Olimpo?

-¡Sí, sí! ¡Ese es Nathan! - Se sienta en la silla que hay enfrente de mí y me enseña el fondo de pantalla de su móvil, en el que aparece el chico en primer plano, sin camiseta. Es el típico chico joven que vuelve locas a todas las adolescentes.

-Es mono... - Comento.

-¿Mono? ¿Solo mono? ¡Está buenísimo! Tú no lo ves porque te van las mujeres...

-Aunque me gusten las mujeres puedo apreciar cuándo un hombre es guapo, ¡eh! - Espeto haciéndome la indignada. Es verdad que los hombre ni me van ni me vienen, pero si es guapo, es guapo.

-Vale, vale. - Admite partiéndose de risa. Otra de las cosas que representan a Rachel es que siempre, absolutamente siempre, va acompañada de una bolsa inagotable de risas.

Según me comenta, Nathan es el chico más popular de Norteamérica y, a pasos agigantados, se está haciendo conocer en todo el mundo. Se dedica a hacer películas, principalmente, pero también es imagen de un número creciente de marcas. Perfumes, ropa, relojes, coches... Todos quieren que Nathan ponga cara a sus productos. El joven debe tener poco más de veinte años y ya tiene más dinero del que yo tendré en toda mi vida. El público adolescente está exaltado desde que el actor se dio a conocer en una película romántica hace unos meses, y ahora le llegan trabajos de todas partes. Además, según sale en la prensa, empezó a salir hace poco con Alison Collins, una chica que tiene las mismas características que él: joven, adinerada, actriz, guapa e infinitamente popular.

A las once habíamos quedado con el actor y su mánager en mi despacho. Primero firmaríamos unos cuantos papeles básicos de la empresa y rápidamente iríamos un par de plantas más abajo, donde tenemos una sala ya ambientada para la sesión. En este caso es publicidad para una marca de ropa interior masculina, así que hemos diseñado una pequeña habitación para tomar las fotos del chico en la cama. Pero a las once no aparece. Ni a las doce.Y a mí, que en aspectos de trabajo soy excesivamente profesional, me irrita la falta de puntualidad. Si me retraso dos horas con esto, luego tendré que hacer a destiempo mis otras tareas. Es casi la una cuando Rachel llama al teléfono de mi despacho informándome de que acaban de llegar. El recibimiento que les hago, como era de esperar, no es demasiado efusivo ni amable. Cuando pasan, les saludo con un frío apretón de manos. Además, ni siquiera se disculpan por haber llegado con tanto retraso. A la derecha se sienta el mánager. Es un hombre que rozará los cuarenta años de edad. Viene con un traje negro, acompañado de corbata roja y camisa blanca. Muy elegante. El pelo lo lleva engominado hacia atrás y con la barba bien recortada. Al mirarlo detenidamente me doy cuenta de que probablemente no llegue a los cuarenta. De hecho, puede que acabe de pasar los treinta. Pero de primeras, entre tanta frialdad y elegancia, da la impresión de que tenga más edad de la que seguramente tiene. Y, a la izquierda, toma asiento el hiper famoso Nathan Evanson. Es tal y como le recordaba en los anuncios. Lleva unos pantalones ajustados negros con alguna rotura, una camiseta simple de color blanco y una chaqueta de cuero del mismo color que lo pantalones. No tiene ni un poco de barba, intuyo que por su corta edad y el papel de adolescente que interpreta en las películas. En cuanto al pelo, es castaño claro y tiene un tupé no demasiado pronunciado. Mi compañera de trabajo me había dicho que lo que más le gustaba de él eran sus ojos, pero no puedo comprobarlo porque los esconde tras una gafas de sol negras. Ni siquiera habla. Simplemente se sienta con las piernas abiertas para dejar en el hueco que queda entre ellas un casco de moto y se dedica a masticar chicle descaradamente.

-Bueno, firmamos estos papeles y bajamos para empezar cuanto antes. - Dejo frente a ambos unos folios e indico la esquina inferior derecha en la que tienen que dejar sus firmas.

-Primero quiero leerlos. - Comenta el mayor de los dos. Es una postura totalmente normal. Todos los clientes leen los documentos antes de firmarlos. Pero es que ellos han llegado horas tarde y ahora van con la parsimonia de una persona que llega antes a cualquier parte. No dejo de mirar el reloj para denotar mi prisa, y tengo la impresión de que él cada vez más despacio. Mientras tanto, Nathan sigue a los suyo jugueteando con el móvil.

Tarda casi quince minutos en leer, hacer algunas preguntas sobre los documentos y firmar. En cuanto acaba, les acompaño a la planta de abajo, en la que maquillaran al chico y le pondrán la ropa adecuada para la sesión. Mientras, en la misma sala, yo voy a un cuarto en el que me puedo poner algo de ropa cómoda. Lo hago rápido. No puedo perder más tiempo de todo el que ya me falta. Unos pitillos, una camiseta ancha y unas deportivas. Por último, me recojo el pelo con el moño habitual para fotografiar. Cojo la cámara y voy a la sala. Aún no hay nadie pero, sinceramente, eso no me sorprende. Solo espero que no tarde mucho en aparece el dichoso famoso que, de primeras, no me ha caído nada bien y no tiene pinta de que vaya a cambiar de postura. Solo veo cómo las manecillas de mi reloj van girando, y yo empiezo a girar también nerviosa por la sala. A las dos y media es mi hora de comer, y ya pasa la una y media.

Unos minutos más tarde aparece por la puerta envuelto en una bata y con un arsenal de maquilladores y maquilladoras. Por lo menos son cinco personas las que le siguen, supongo que para ir retocando el maquillaje y el pelo durante el tiempo que pasemos juntos. De todas formas, me sorprende y a la vez me desagrada. Me sorprende porque estoy segura de que están aquí porque él lo ha pedido y no estoy acostumbrada a ello, y me desagrada porque me quita movimiento y fluidez a la hora de trabajar.

-Empezamos rápido. - Comento mientras cojo la cámara que llevo colgada al cuello.

-Sin prisas. - Me corta el actor. Es la primera vez que le oigo hablar y no podía haber dicho nada peor. ¿Sin prisas? Parece que no se ha dado cuenta del retraso que llevamos. Aún así, decido callarme para no darle una mala contestación.

-Vamos a hacer primero una fotos simples para ajustar el brillo y luego nos ponemos con lo bueno.

-No eres norteamericana, ¿verdad? - Me pregunta de pronto.

-No. - Respondo de manera escueta. - Siéntate en la cama y mira a la cámara sin sonreír.

-¿Y de dónde eres? - Me vuelve a hacer una pregunta como si le dieran igual mis indicaciones, a pesar de que se ha sentado y he podido hacer la foto que quería.

- Ahora ladea la cabeza mirando al suelo. - Se lo pido y así lo hace.

-Venga, jugamos a un juego. Dime tu nombre e intento adivinar de dónde eres. - Propone con una sonrisa pícara.

-Vamos a jugar a otro juego: tú te conviertes en modelo y yo seré tu fotógrafa. ¿Qué te parece? - La verdad es que se me escapa. He sonado muy borde, pero es lo que me apetecía decirle. Contra todo pronóstico, Nathan se tapa los ojos con la manos y empieza a reírse. Aprovecho y tomo una foto de ese gesto. La verdad es que es idiota, pero también muy fotogénico. - Empezamos ya las fotos buenas. Ponte de rodillas en la cama.

Durante un rato consigo que la sesión vaya medianamente bien. Cumple con todo lo que le voy indicando y la verdad es que sale bien en cada captura. El chico es guapo, no puedo negarlo. Además, Rachel tenía razón respecto a sus ojos. No son ni verdes ni azules, pero tienen un tono marrón miel que llama mucho la atención y queda genial ante la cámara. Fotografiarle es fácil. Lo difícil es aguantarle. Sus preguntas comprometidas y frases de mal gusto me llevan a un punto en el que tengo que contenerme para no perder los nervios. Pocas veces me he sentido tan incómoda en una sesión, y menos cuando, para colmo, la persona que tengo delante lo hace bien. Odio su actitud. Cada gesto y cada postura los hace creyéndose que nadie en el mundo tiene mejor cara o mejor cuerpo que él. Se le ve altivo a kilómetros de distancia y eso no me gusta ni un pelo. Encima tengo que aguantar pausas cada dos minutos porque al señorito se le descoloca el pelo un milímetro y tiene que acudir su ejército a dejarle perfecto.

-Son las dos y media. Vamos a tomarnos un descanso y luego seguimos. - Propongo cuando llega mi hora de comer.

-Lo siento, pero no va a ser posible. - Interviene el mánager del actor que, durante el resto de sesión, había permanecido sentado en una silla sin despegar la mirada de su tablet. - Tenemos otros compromisos.

-Ya, pero es mi hora de comer. - Comento mientras sigo recogiendo mi cámara.

-Podemos seguir y comes más tarde.

-Yo también tengo otros asuntos que he tenido que retrasar por su retraso, así que no pretenda que ahora sigamos como si nada. - No solo me muero de hambre, sino que este es el único rato que puedo aprovechar para hablar con Malú por teléfono y  no me apetece perderlo.

-Pues lo siento, pero Nathan y yo nos tenemos que ir. Vendremos otro día.

-¿Cómo que otro día? - Pregunto atónita. - Mañana tenemos que entregar a la empresa las fotografías para que empiecen a hacer la publicidad de sus productos.

-Venga, ojos bonitos... - Dice el actor con voz melosa.

-¡Tú cállate! - Reacciono tras sus palabras. Lo único que desencadeno en él son risas.

-Usted verá cómo lo soluciona. - No me puedo creer lo que está pasando. Como todos los famosos con los que tenga que trabajar sean así voy a acabar harta de mi trabajo, y eso es algo que jamás me podía haber imaginado. Vuelvo a coger la cámara resoplando. No me queda otra que seguir con la sesión saltándome la comida y la llamada. Por primera vez desde que me fui de España no iba a hablar con ella a la hora de comer.

Forzada y con una actitud mucho más negativa que antes, continúo con la sesión. Nathan no deja de sonreír y de mirarme como queriendo decir: yo soy el famoso y he ganado. Y yo no dejo de pensar en las ganas que tengo de darle un puñetazo en la cara bonita que le ha hecho famoso. Porque estoy segura de que como actor no vale todo lo que cobra.

Casi una hora después, la sesión finaliza. Por fin. Nunca creí que, después de tantos obstáculos, fuera a acabar todo esto. Me despido con frialdad de ambos y salgo por la puerta rezando lo poco que sé porque nunca más tenga que trabajar con ellos. Son desagradables, impuntuales, poco comprensivos y una gran lista de adjetivos que no quiero perder el tiempo en continuar. Miro el reloj y me doy cuenta de que son casi las cuatro y media. Mi hora de salida era a las cinco, así que ni paso por el despacho. Lo que me queda lo tomaré como la hora de comida que tengo preestablecida. Hoy no me apetece hacer horas de más. Cuando voy a irme, Rachel me asalta para agobiarme con millones de preguntas sobre el famoso con el que acabo de compartir unas horas, desgraciadamente. Solo le digo que mañana me quedo después del trabajo a tomar algo con ella y le cuento lo idiota que es su querido amor platónico.

Mi idea era pasarme a comer a un bar que hay al lado de la oficina. Pero, justo cuando estoy a punto de entrar, cambio de opinión. Me apetece más llegar a casa, comer cualquier guarrada y tumbarme en el sofá. Encamino mis pasos hacia la parada de autobús, que a esa hora está vacía. Parece que acaba de pasar hace poco así que me toca esperar. Al llegar, echo un vistazo a mi móvil. Tengo muchos mensajes y varias llamadas perdidas de Malú. Los primeros mensajes son saludos, los siguientes preguntas preocupadas y, para terminar, se despide esperando que todo esté bien. Intento llamarla, pero es en vano. A esas horas ya debe de estar haciendo una entrevista o algo por el estilo, así que le pongo un mensaje explicando que he tenido un día difícil de trabajo, que ya le explicaré y que lo siento.

- ¡Ey! - Una moto se para delante de mi y el conductor me saluda. No reconozco quién es, por lo tanto vuelvo a centrarme en los mensajes. - ¡Rubia! ¿Ya te has olvidado de mi? - Sube el cristal del coche y me muestra sus inconfundibles ojos. No me puedo creer que no pueda librarme de él.



-Ojalá me hubiera olvidado de ti. - Comento tajante.

-¡Venga, no seas borde! Sube y te invito a comer.

-¿Tú no tenías muchos compromisos? - Pregunto recordando cómo su mánager me había hecho seguir la sesión sin pausar para comer.

-La verdad es que me están esperando en una reunión de empresa... Pero es muy aburrida. Prefiero ir a comer contigo.

-Lo siento, pero no iría a comer contigo ni aunque fueras la única persona del planeta y me estuviera muriendo de hambre. - De nuevo, su risa. Cada mala contestación que le doy se la toma con una sonrisa, como si le gustara.

-Quiero saber cómo se llama y de dónde es la única chica que conozco que no querría venir a comer conmigo.

-Pues te vas a quedar con la duda.

-Eso ya lo veremos... - Vuelve a arrancar la moto y baja el cristal del casco. - ¡Hasta pronto!

Por fin, le veo desaparecer por la carretera. Ahora sé que no tendré que volver a verle, a excepción de en revistas, televisión y las fotografías que aún tengo que retocar y mandar a la empresa de ropa interior esta misma tarde. Sin duda, ha sido el peor día de mi estancia en América. Empezó mal y tener que soportar a un niñato consentido que siempre tiene lo que quiere no ha ayudado. Lo que necesito es llegar a casa y que ella esté esperando para recibirme con abrazos y besos. Que me haga un zumo de esos que ella llama "sanadores", en los que mezcla todas las frutas que encuentra en su camino, y no siempre están buenos. Que sus perros me reciban con todas sus babas y quejarme hasta que sea ella la que me bese. Pero no. Al abrir la puerta de mi piso no hay nadie que me reciba. Solo hay luces apagadas y silencio. Y pronto reaparecen las ganas de llorar con las que me desperté por la mañana para decirme que, tal y como esperaba, no iba a ser un buen día.




viernes, 9 de octubre de 2015

REVISTAS (2x34)

-Malú, de nuevo es increíble el éxito de tu nuevo single. - Comenta el presentador del programa de radio en el que me encuentro. - Ha salido hoy mismo y ya está número uno en casi todas las plataformas digitales. ¿Cómo te sientes?

-La verdad es que la acogida ha sido mejor de lo que esperábamos. - Confieso. - Es maravilloso ver que todo el trabajo que hay detrás de las canciones ha merecido la pena. Supongo que es lo que queremos todos.

-Además, como ya adelantabas en entrevistas anteriores, en las letras de este disco has tenido una participación muy activa. Doy por hecho que la letra de esta canción también es tuya, ¿no?

-Sí. eso es. Como dije, en este álbum he participado en la composición de todas las canciones. Algunas totalmente escritas por mi y otras ayudada por compañeros de la profesión. - Mientras lo explico, se me viene a la cabeza el concierto de fin de gira anterior en el que Dani Martín me acompañó para cantar el tema inspirado en la fotógrafa que ambos compusimos. Esa canción también está en el nuevo disco y es una de las que mejores sentimientos me provoca. - Volar contigo, el single, lo escribí yo íntegramente aunque luego pedí ayuda a algunas personas para corregir detalles y quedara tal y como lo escucháis ahora. - El recuerdo que me viene ahora a la mente es el de Patri negándose a corregir la letra de ésta canción. No pasó ni un minuto y conseguí que lo hiciera. 

-Y ha sido un éxito. Todos tus seguidores están locos con el tema. - El presentador lee un par de segundos la pantalla de su ordenador y vuelve a mirarme a mí. - Alguien por Twitter te lanza la siguiente pregunta: ¿El disco tendrá muchas baladas como está o más temas cañeros?

-Llevábamos ya varios discos poniendo de primer single canciones movidas, con mucho ritmo. Esta vez me apetecía hacer un cambio y usar este tema que, aunque no deja de tener trasfondo positivo, es una balada.

-Una letra preciosa. - Me interrumpe.

-Muchísimas gracias. - No puedo disimular una pequeña sonrisa antes de seguir con mi respuesta. - Aún así, el disco tendrá un poco de todo. Puede que haya más baladas pero también encontraréis temas muy movidos, muy de directo, como A prueba de ti.



-Bueno, ¿entonces más baladas como Volar contigo? ¿Se podría decir que plasmas tus sentimientos diarios en las letras?

-Hombre, inevitablemente es así. - Asumo- Al fin y al cabo, si estás bien te salen un tipo de letras y si estás mal salen otras. Está claro que eso influye. 

-Si nos dejamos guiar por lo que acabas de decir y observamos la letra del single, entendemos que te encuentras en una situación sentimental muy buena. 

-No puedo negarlo.- Suelto una pequeña risa nerviosa. No estoy acostumbrada a hablar de mis asuntos personales ante los medios, pero la relación entre Patricia y yo no es un secreto para nadie ya. - Hace tiempo que me encuentro muy feliz. Tengo el corazón contento, como dice la canción.

Este es sin duda uno de los motivos por los que me decidí a componer mis propias canciones. Me apetecía expresarme. Dejar a un lado los temas que otras personas habían escrito basándose en sus historias y sentimientos, y empezar a cantar los míos. Y es, sin lugar a duda, por Patricia. Porque me mueve por dentro tantos huracanes que los necesito transformar en palabras, en canciones y en partes de mí con los que otras personas puedan sentirse identificadas. ¿Quién no se ha colgado de una sonrisa? ¿Quién no ha querido verse eternamente en el reflejo de los mismos ojos? ¿Quién no ha llorado recuerdos? De eso van mis canciones y eso es lo que quiero que todos puedan escuchar. Y ya puede estar en Madrid, en Los Ángeles o en paradero desconocido, pero yo voy a seguir escribiéndola aunque acabe con las lágrimas corriendo la tinta de cada letra. 

Minutos después me dan las gracias por haber estado en el programa, ponen de nuevo el single y se despiden de mi. Por hoy, y por unos días, se acabaron las entrevistas. Durante una temporada iré esporádicamente a radios y televisiones, pero el verdadero movimiento llegará en menos de un mes cuando el disco completo vea la luz. Siempre tengo muchas ganas y millones de nervios cuando voy a publicar algo nuevo, pero este año los nervios aumentan por el miedo a que no guste mi labor como compositora. Por mucho que me digan que tengo letras bonitas, seguiré pensando que no es así y que necesito aprender un montón. Y otra razón por la que quiero que salga el disco es porque necesito estar ocupada. Ahora tengo tiempo y no pudiedo evitar invertirlo en echarla de menos. Es increíble cómo se puede añorar alguien cuando solo han pasado unos días desde que no le veis. 

Bajo por el ascensor directamente a la planta del aparcamiento donde he estacionado mi coche antes de la entrevista. Como me esperaba, no he podido evitar las preguntas de mi vida personal, aunque ya me estoy acostumbrando y no todo son desventajas. Me he quitado un enorme peso de los hombros al no tener que ocultarme en cada esquina, no tener que controlar mis gestos y no tener que medir cada una de mis palabras. Ahora, el nudo de la garganta que se forma cuando me hacen  preguntas sobre mi pareja, es mucho más pequeño que hace simplemente unos meses. Justo cuando me dispongo a arrancar el vehículo, el teléfono suena y en la pantalla aparece el nombre de Rosa.

-Malú, la puerta del aparcamiento está llena de periodistas.

-¿Cómo? - Pregunto sistemáticamente.

-Me acaban de llamar los de la radio para informarme. Voy a ver qué puedo hacer para solucionarlo. Tú quédate dentro hasta que te diga lo contrario.

-Pero Rosa, no lo entiendo. ¿Qué ha pasado ahora? - Siempre hay algún fotógrafo a mi alrededor intentando sacarme alguna imagen comprometida, pero si son periodistas y en gran cantidad los que me han seguido hasta aquí, sin duda es por algo importante. Tiene que haber un motivo que haya desencadenado el descontrol y me preocupa más eso que todas las personas que pueda haber con micrófonos detrás de la puerta del parking.

-Revistas, Malú. - Me aclara mi mánager. - Luego te lo explico.

Y me deja aún con más dudas de las que tenía a pesar de que me ha proporcionado algo de información. Revistas. Eso significa que ha llegado a manos de la prensa alguna información digna de publicar, seguramente fotografías de mi vida privada. De nuevo, vuelvo a arrepentirme de haber hablado de ella. A veces me pasa. De pronto estoy encantada de no tener que ocultarme y a los minutos vuelvo a temer que mi complicado mundo lo destroce. No tengo ni la menor idea de qué será lo que aparece en las páginas de las revistas esta semana, pero produce en mi un terror que se me va de las manos. No lo puedo controlar. Para remediar el agobio, salgo del vehículo y me apoyo en el capó. A mi mente acuden todas esas veces que ya han publicado algo mío y se ha producido la misma situación. La peor, sin duda, fue cuando volvió Patricia y sacaron nuestras fotografías por Madrid. Estuvieron a punto de pillar ese beso inesperado que me dio. De hecho lo hicieron, pero la mala calidad de la imagen les impidió asegurarlo. Ese día se me vino el mundo abajo. Me desmallé sin poder remediarlo. Estaba con Aitor, pero ella volvió y casi sin darme cuenta había resucitado todas esas flores muertas que guardaba en mi interior repletas del recuerdo de todos sus besos, sus locuras, sus caricias y demás detalles sin los que no me acostumbraría a vivir.

De pronto, las puertas del ascensor se abren y aparecen dos chicos enormes de seguridad. Me dicen que esté tranquila. Que ellos se quedarán conmigo por si pasara algo pero que no iba a ser así porque tienen todas las entradas controladas y ningún periodista podría entrar al edificio. Y agradezco mucho que vengan, pero eso no logra que me calme porque lo que realmente me tiene en vilo es no saber qué hay detrás de todo este alboroto. Poco después llega Rosa. Me explica que la policía está en camino para que aparten a todas las personas que están fuera y podamos salir con el coche sin que se nos echen encima. Y eso hacemos. No pasan ni diez minutos cuando llegan. Cuando las puertas del aparcamiento se van abriendo, dejan a mi vista a más de treinta personas diciendo cosas que no logro comprender. Mi mánager, que va sentada a mi lado, me pide que no haga caso a nadie y que siga hacia adelante. Será ella misma la que le de respuesta a todos los interrogantes en cuanto lleguemos a mi casa. La policía hace lo que puede, pero es muy difícil mantener relajada a toda es gente, así que tardamos casi cinco minutos en salir de todo ese agobio. Pero, cuando por fin lo hacemos, puedo respirar tranquila y tomar la carretera.

-Dime ya lo que ha pasado, por favor. - Le ruego a Rosa en cuanto entramos por la puerta de mi casa.

-Tranquila que no es tan malo como parece. - Se sienta en el sofá y saca de su bolso varias revistas. Me acerco rápido para descubrir, por fin, lo que pasa. - Hay fotos del día que se fue Patricia.

En portada aparecemos mi novia y yo abrazándonos justo antes de que tuviera que partir. Paso las páginas hasta llegar a las que contienen la noticia al completo y me encuentro todo tipo de fotos. En las primeras salgo yo en casa de Patricia, tanto golpeando su puerta como saliendo del portal. Entonces me acuerdo de los vecinos y de que en ese momento ya se me ocurrió que todo podría salir en prensa, aunque con el paso de los días se me fue olvidando. También hay fotos mías buscándola por el aeropuerto y, por último, unas cuantas de besos y abrazos durante la despedida. Más de cinco páginas llenas de fotos y textos. Antes de nada, me paro unos minutos a leer todo lo que pone. Primero cuentan que llegué a su casa aporreando la puerta y despertando a los vecinos. Eso es en parte verdad y me avergüenzo de ello, pero en ese momento no me salió otra reacción. Después comentan que cogí el coche y fui al aeropuerto, saltándome en varias ocasiones el límite de velocidad. En eso no sé si mienten o están en lo cierto porque, sinceramente, no me preocupaba. Pero lo que realmente me llama la atención y hace que me rebote es lo que cuentan las últimas líneas. Según la revista, estábamos pasando una racha muy mala y al final hemos decidido que acabar con la relación era la mejor opción. Por eso, según ellos, Patricia se ha ido a Los Ángeles a pasar una temporada.

-¡No me lo puedo creer! - Exclamo poniéndome de pie. - ¡Ya no saben qué inventar!

-Relájate, Malú. Ya sabes cómo son...

-Es que mira que me jode que hablen de mí, pero me jode aún más cuando no tienen ni puta idea.

-¡Malú! - Rosa me coge de las manos y tira de ellas fuertemente para que pare. - Que digan lo que les de la gana.

-No, Rosa. No da igual. Porque me ha costado mucho dar la cara y decir que estoy con ella como para que ahora me lo arrebaten.

-¿Y qué pretendes? ¿Ir a los programas del corazón para desmentirlo y convertir tu carrera musical en lo que siempre has rechazado?

Y sí. Realmente es eso lo que se me había ocurrido. Ir a cualquier plató, llamar a cualquier programa o lo que sea para decir que dejen de inventarse lo que no deben. Pero cuando sale la idea de los labios de mi mánager suena como la mayor locura que se me hubiera podido pasar por la cabeza. Hacer eso sería entrar al trapo, cosa que nunca he hecho ni quiero hacer. Cojo de nuevo la revista y le hago fotografías a las páginas en las que salimos para enviárselas a Patri. Calculo que en Los Ángeles será de madrugada, sobre las cuatro o las cinco, pero quiero que las vea cuando se levante para que hablemos y poder desahogarme con ella.

Tras pedirme mil veces que no haga nada de lo que me pueda arrepentir y que esté tranquila, Rosa se va de mi casa y yo me siento en el sofá para volver a leer las revistas. Pero un minuto después me tengo que levantar porque alguien llama a la puerta. Supongo que mi mánager se ha olvidado algo, y al abrir la puerta me encuentro lo que menos me podría esperar.

-Hola, Malú. - Me saluda en tono bajo.

-Hola. - El bloqueo me impide decir algo durante varios segundos. - Perdona. Pasa, pasa.

-Siento haber venido sin avisar...

-No te preocupes. - Le hago un gesto para que se siente en el sofá. Nuestra conversación es fría y poco fluida, pero es que no me esperaba su visita. - ¿Quieres algo de beber?

-No, no. Tranquila. - Me siento a su lado impaciente por saber a qué se debe que esté aquí ella. Marta. La ex de mi novia con la que nunca he tenido muy buena relación. - Supongo que querrás saber qué hago aquí...

-La verdad es que me tienes intrigada. - Sonrío levemente y ella me corresponde. A pesar de que empezamos mal, luego nos hemos visto en varias ocasiones y ha sido distinto. Desde que entendí por qué la fotógrafa protegía tanto a Marta se me quitaron cualquier tipo de dudas y, además, sé que ella no tiene culpa de nada.

-Es que me he enterado hoy de que Patri se ha ido y... - Baja la cabeza y juega con una pulsera que tiene entre las manos. - Me parece tan raro que no se haya despedido. Y, encima, según he leído estáis en una mala racha y me extraña porque siempre nos lo contamos todo. - Levanta la cabeza de nuevo y me mira intentando forzar una sonrisa. - En definitiva, que no entiendo las cosas y he venido por si tú podías darme respuestas.

-Para empezar, eso de que hemos cortado y que estamos mal es mentira. - Resumo tajante para que le quede claro. - Y por lo demás, estate tranquila. Patricia no tiene ningún problema contigo. Al contrario, ayer me estaba hablando de ti.

-¿En serio?

Le explico entonces la historia de que a la fotógrafa le ofrecieron un trabajo y se fue sin poder comunicárselo a casi nadie. Fue todo tan rápido que se ha quedado con ganas de despedirse de todo el mundo y, por eso, me dijo que quería venir en cuanto pudiera a dar una fiesta en la que estarían invitados amigos, familia y no podía faltar Marta. Es cierto que ayer mismo me dijo que es una de las personas de las que más rabia le daba no haberse podido despedir porque, a pesar de los malos momentos, siempre habían estado apoyándose la una a la otra. Así que en parte agradezco que haya venido y sepa de mis propias palabras que Patri no tiene nada en contra de ella.

Pasado un rato, unos temas derivan a otros. Hablamos de mi novia, de la suya, de nuestros trabajos... y, extrañamente, acabamos entre risas. Si hace unos meses me llegan a decir que voy a estar riéndome con Marta a carcajadas en mi sofá, no me lo hubiera creído. Cuando me he parado a hablar con ella me he dado cuenta de que es muy maja. De hecho, tenemos un sentido del humor bastante similar. Es una pena que nunca me hubiera parado a conocerla como ahora.

-Bueno, Malú. Me voy a ir que son casi las cuatro de las tarde y sigo aquí molestando.

-De molestar nada. Además, con lo de las revistas hoy llevaba un mal día y ni siquiera me dejan salir de casa.

-Joder, y pensar que todos los niños quieren ser famosos...

-¡No tienen ni idea de lo que dicen! - Comento entre risas. En parte es irónico, porque ser conocido tiene muchas cosas buenas aunque a veces las malas estén más presentes. - ¿Por qué no te quedas a comer? Yo sola me aburro mucho y ni siquiera tengo a Patricia para entretenerme por el móvil.

-No... Seguro que tienes cosas que hacer.

-¿Yo? Si te acabo de decir que no me dejan salir de casa. - Freno con las manos su intento de levantarse del sofá. - Te quedas y ya. Voy a pedir unas pizzas que te van a encantar.




viernes, 2 de octubre de 2015

VIDA NUEVA (2X33)

-¿Te gusta? - Doy vueltas al ordenador para que la cámara pueda enfocar todos los rincones de mi nuevo salón.

-Es precioso. Mucho mejor que el hotel en el que tuviste que pasar los primeros días. - Cuando llegué a Los Ángeles me alojé en un hotel del centro durante seis días. Como todo había sido tan repentino, a la empresa no le había dado tiempo a proporcionarme un piso cerca del trabajo. Una vez me dieron este, fui haciendo que me enviaran más ropa y objetos que necesitaría aquí de mi casa en Madrid. - Enséñame la habitación, anda. 

-Vale. Te va a encantar. - Me levanto y llevo el portátil hasta el cuarto para mostrárselo. Es muy amplia y minimalista. La enorme cama se ve de frente, nada más entrar por la puerta. La mesilla es simplemente una tabla blanca que sale de la pared, al igual que tres pequeñas estanterías en la pared izquierda de la sala. En esa misma pared hay un armario empotrado de enormes dimensiones con multitud de baldas, huecos y cajones en los que tener la ropa ordenada. Las paredes son de un tono gris oscuro, excepto la de la derecha, que es una cristalera que ocupa todo el espacio. Es una de mis partes favoritas porque me recuerda a las vistas de mi ático en España. Al alzar la mirada y encontrarme con las luces de todos esos edificios me siento un poco más en un hogar. - Preciosa, ¿verdad? - En la pantalla del ordenador me encuentro a mi novia alucinando. Mantiene la boca y los ojos abiertos casi en la misma medida. 

-Madre mía. ¿En serio la empresa te paga esa pedazo de casa?- No puedo contener la risa. - No, no. A mi no me hace ninguna gracia. ¿Por qué a mi la discográfica no me paga ni un céntimo?

-No te quejes tanto. Hay que distinguir quién tiene calidad y quién no... - Digo con ironía. La realidad es que ni yo entiendo cómo he llegado a conseguir todo esto. - ¿Sabes que me pagan hasta los gastos de luz, teléfono, internet y todas esas cosas?

-¡Cállate! - Vuelvo a reírme con más ganas que antes y vuelvo a sentarme en el sofá del salón. - ¿Y tú qué pagas allí?

-La comida, el transporte, mis gastos personales... 

-¿Y coche?

-Por ahora no tengo pero me han dicho que la semana que viene me darán uno de empresa.

-¿También te dan eso? Venga ya. ¿En qué clase de sitio pijo te has metido?

Me paso un rato explicándole mi nuevo trabajo. Es agencia de fotografía de alto nivel que ofrece servicios principalmente a músicos, actores y demás rostros reconocidos. Un día puedes estar capturando los mejores vestidos que desfilan por la alfombra roja de Los Óscars y a la semana siguiente estás diciéndole a Madonna que saque la mejor sonrisa para la portada de su próximo disco. Ni siquiera yo me esperaba este nivel cuando me propusieron el trabajo. Lo pintaban todo tan bonito que me había concienciado de que la mayoría de sus promesas serían mentira. Pero me equivocaba. Tal y como me juraban, tengo un piso propio, un puesto importante y gastos mínimos. Encima me dedico a lo que más me gusta. Además, como mi sueldo es elevado y aquí tengo pocos pagos que afrontar, puedo mantener tanto el ático como el coche de Madrid.

-¿Y tú? ¿Qué tal con el disco? - Me intereso.

-Bastante bien. - Admite con una sonrisa. - Hablé con Rosa para explicarle la situación y parece que está más relajada. Poco a poco vamos rompiendo la frialdad que había entre nosotras después de la discusión.

-Menos mal. Te dije que se os pasaría.

-Ya... Además, como ha pasado todo esto no ha tenido que cancelar ninguno de los proyectos del disco y está contenta. La semana que viene sale por fin el single.

-¿Si?- Pregunto ilusionada. Después de tanto trabajo y dedicación su nuevo disco está listo para salir al mercado. - ¿Y qué canción va a ser el single?

-Ah, no, no. - Niega rotundamente. - Tienes que esperar como una malulera más.

-¡Venga ya! ¡No es justo!

Antes de que pueda seguir quejándome porque no se deja sacar nada de información sobre la canción que dentro de poco se convertirá en éxito, suena mi móvil. Le pido que espere un momento y voy corriendo a cogerlo. Es uno de mis compañeros de trabajo comentándome que ha tenido un problema con una cámara y no sabe si se ha estropeado. Es un chico joven que está haciendo prácticas así que no tiene mucha experiencia y noto que se ha puesto muy nervioso. Le pido que se tranquilice y le prometo que estaré allí en menos de media hora.

-Joder. Llevas allí solo unos días y ya se te ha pegado el acento. Hablas inglés mejor que español. - Dice Malú entre risas cuando cuelgo. Ha estado escuchando la conversación que tenía con Alan pero estoy segura de que no se ha enterado absolutamente de nada.

Me despido de ella explicándole lo que ha pasado y apago el ordenador. Seguro que durante el día vuelvo a tener noticias de la cantante aunque la diferencia de horas no nos ayuda demasiado. Aquí son las diez de la mañana y en España las siete de la tarde. Las nueve horas de diferencia se notan, para qué mentir. Aún así, no pasa ni un solo día en el que no hablemos sea por el medio que sea, tal y como nos prometimos justo antes de que mi avión partiera. La echo de menos. Eso es innegable. En Madrid no podíamos vernos todos los días, pero sabía que si la necesitaba no tenía más que marcar su número y ella haría lo que fuera para venir conmigo. Al igual que yo haría si ella fuese la que demandara mi ayuda. Y echo de menos esa llamada de antes de dormir en la que voy notando como su voz se va haciendo más débil. Entonces colgamos, y me llega un mensaje en el que pone que me quiere y que le encanta que sea mi voz la que escuche justo antes de empezar a soñar. Y respondo que seguiría haciéndolo todos los días. Ahora, cuando ella se va a dormir aquí son más o menos las cuatro de la tarde y suele pillarme en el trabajo. Y cuando yo me voy a dormir ella se despierta, soy yo la que se va a la cama. Nos tenemos que adaptar a que yo le de los buenos días a la vez que ella me desea dulces sueños. Pero, a pesar de todos los inconvenientes, sigo con unas ganas enormes de luchas por nuestra relación. Sé que si las dos ponemos de nuestra parte podremos pasar esta etapa sin problemas. Porque ya demostramos una vez que el amor podía contra los obstáculos y en esta ocasión lo volveremos a hacer.

Salgo del piso minutos después tras vestirme. Me he puesto una falda negra, una blusa azul sin mangas y tacones. Aún me cuesta tener que ir así de arreglada para trabajar. En España, cualquier vaquero con una camiseta y mis inseparables Converse era suficiente. Pero desde el primer día me dejaron claro que en Los Ángeles, y en especial en esta empresa, no se puede ir de cualquier modo. Únicamente me permiten llevar otro tipo de ropa más cómoda durante las sesiones. En cambio, si estoy en el despacho o en oficinas, es obligatorio aparentar una buena imagen. El lugar de trabajo está a menos de quince minutos andando de mi piso pero tengo que coger el autobús porque si tuviera que ir hasta allí sobre estos dos andamios llegaría con los pies echos polvo. El transporte público me deja frente al enorme edificio de más de treinta plantas totalmente acristalado. No puedo evitar acordarme del primer día que llegué a Los Ángeles. Estaba muerta de miedo porque mi jefe iba a venir conmigo y en el último momento me dejó sola ante esta nueva experiencia. En el aeropuerto me recibió un hombre con traje que portaba un cartel con mi nombre. Parecía que estaba viviendo una película. Me llevó al hotel y me dijo que subiera para dejar las maletas y ponerme otra ropa. Él esperaría abajo para llevarme al trabajo, donde conocería a la gente y todas las instalaciones. Y cuando paró el vehículo delante de ese enorme edificio no me lo podía creer. Ahí empecé a darme cuenta del mundo en el que me había metido. Me tocó entrar sola, con las piernas temblando y el corazón queriendo escaparse del interior de mi pecho. Justo antes de pasar por la gigantesca puerta recuerdo a mi hermana diciéndome que es importante empezar siempre con el pie derecho. Y eso hago. En el interior, a la derecha, una chica joven tras un mostrador me sonríe. Le digo quién soy y a qué vengo y rápidamente sale de detrás del mueble. Me comenta que se llama Rachel y que será mi mano derecha e izquierda hasta que me adapte. Sabe un poco de español, así que me ayudará si tengo problemas con el idioma. Aunque, afortunadamente, el inglés siempre se me ha dado bien. Durante el resto del día me presentan a mis jefes, mis compañeros e incluso a personas que trabajarán para mí. Todo aquello parece un sueño. Por último, llegamos a una sala grande llena de focos, cámaras y demás objetos necesarios para las sesiones. Es el paraíso de cualquier fotógrafo. 

- Ya estoy aquí. - Indico dejando el bolso en la mesa de mi despacho. - ¿Lo has solucionado? - Le preguntó a Alan, que permanece sentado frente a mí.

-Imposible. - Niega con la cabeza. - Es la cámara de Alice y la necesita para dentro de un rato. Como se entere de que la he roto... - Alice es una chica de unos treinta y cinco años que lleva ya bastante tiempo en la empresa. Aún no la he conocido, pero por lo que dicen todos no es una persona demasiado agradable. 

-Tranquilo. Déjame ver. - Me tiende el aparato y, al contemplarlo de cerca, sonrío. Es un modelo que hace tiempo tuve entre mis manos y sé perfectamente cómo solucionar el problema. Pulso algunos botones y listo. - ¡Ya está! 

-¿Ya? - Exclama sin poder creérselo. Me arrebata la cámara y comprueba con sus propios ojos que lo que le digo es cierto. - No me lo puedo creer. He estado horas intentando solucionarlo...

-Ha sido suerte que conociera el modelo. - Confieso con una tímida sonrisa en los labios.

-Siento haberte hecho venir solo para eso, Patricia. - Me hace gracia cómo pronuncia mi nombre y no puedo contener una pequeña risa. Aún no he conocido a nadie aquí que sepa decirlo tal y como es.

-No te preocupes. Pensaba venir igualmente para organizar algunas cosas.

Aunque es sábado y mi nuevo trabajo es únicamente de lunes a viernes, es verdad que hoy tenía planeado pasarme por la oficina. Esta primera semana me ha servido de adaptación. Apenas he realizado trabajos, sino que he podido conocer a la gente, el material, las instalaciones... Pero es de verdad a partir de pasado mañana cuando me voy a meter de lleno en la empresa. Ya me han advertido de ello los jefes. Cojo mi agenda para revisar toda la semana. El lunes reuniones, el martes sesión para una firma de bolsos, el miércoles con un actor nuevo que se está haciendo popular en América. En el siguiente día me freno. Podría ser un jueves más, pero no. Ese día es el cumpleaños de José, el hermano mayor de Malú. Durante todo el tiempo que llevamos juntas se celebraba una gran fiesta para festejarlo. No hay ni una sola persona que pueda aburrirse o estar más de un minuto sin bailar. Él mismo la organiza cada año invitando a más de 30 personas a un local que le gusta en el que la música nunca cesa. Esta vez me genera un sabor agridulce. Por un lado, el recuerdo de esa fiesta me hace sonreír sistemáticamente. Pero por otro, no puedo evitar sentir pena por no poder ir. Ojalá estar allí otra vez con él, con mis amigos, con la que ya es mi familia y, sobre todo, con Malú. A veces hay que sacrificar unas cosas para obtener otras y si mi decisión ha sido venir a Los Ángeles tengo que aceptar todas y cada una de las consecuencias. Pero, aunque lo tengo aceptado, duele. He abierto de golpe un baúl repleto de sueños a la vez he apartado de mi camino otro diferente que pretendía conservar siempre desde el día que lo encontré.

Una de las cosas que más rabia me da es no poderme haber despedido como debería de todo el mundo. Solo lo he hecho bien con mi hermana y con Malú, y con esta última fue por los pelos. Aunque la situación con mi madre no es la mejor en estos momentos, eso no me excusa para haber dicho el adiós solo con una llamada. Mi padre, mi cuñado, mis amigos, la familia de Malú... toda esa gente imprescindible se ha tenido que enterar de mi marcha por mensaje o directamente por terceras personas. Me arrepiento, pero tampoco había opción de otra cosa. Mi vida decidió dar un giro de ciento ochenta grados en un abrir y cerrar de ojos. ¿Quién me iba a decir a mí hace poco más de una semana que tendría un piso y un trabajo en Norteamérica? Todos los días me llegan mensajes de diferentes personas dándome la enhorabuena por mi nuevo puesto a la par que dicen que me echarán de menos. Pensando en todo esto se me ocurre algo. Tengo que compensar no haberme despedido como merecía y, para ello, no hay nada mejor que una fiesta. Cojo de nuevo la agenda y observo los días festivos. Dentro de un mes se unen al fin de semana, el lunes y el martes sin tener que ir al trabajo, así que puedo aprovechar esas fechas para volver a España y hacer una fiesta a lo grande en la que no falte nadie, ni música ni bebida. Organizarlo desde aquí será más difícil, pero mi novia seguro que estará encantada de ayudar. Además, el viaje me serviría para volver a verla y eso es lo que más me apetece cada segundo que sé que la tengo a miles de kilómetros.

-¿Se puede? - Pregunta Rachel asomándose por la puerta. Le doy mi aprobación y dejo la agenda que tenía entre las manos a un lado.

-Creía que los sábados no trabajabas. Además, no te he visto al entrar.

-Estaba ayudando por ahí. Se supone que los sábados no tengo que venir pero más de uno me llaman y me toca acercarme. - Suspira en un principio, pero luego acaba riéndose. Parece que ya está acostumbrada. - En un rato vamos a ir varios a comer en un sitio de aquí cerca. ¿Te vienes?

-No sé... Tengo que seguir colocando cosas en casa...

-Venga, Patricia. ¡Por favor! - Las dos últimas palabras las dice en español con una pronunciación bastante buena. Se nota que sabe algo del idioma. Aún así  le pedí que me hablara siempre en inglés para acostumbrarme por completo. - Todos estamos deseando que vengas y nos cuentes más cosas de ti. 

En ese momento, la pantalla de mi móvil se ilumina y muestra un mensaje de Malú. Dice que se va a dormir ya porque mañana tiene que madrugar. Que me acuerde de darle los buenos días cuando yo me vaya a ir a dormir y que me quiere. Entonces le digo a Rachel que me ha convencido para ir a la comida. Cojo mi bolso, me levanto y salgo junto a ella del despecho. Y actuo así porque la única razón por la que quería volver a casa pronto era para hacer Skype con mi novia. Pero hoy no puede ser. Solo espero no tardar en volver a ver su preciosa sonrisa aunque sea a través de una fría pantalla.