jueves, 31 de diciembre de 2015

SORPRESAS Y PREOCUPACIONES (2X39)

Hoy toda mi mente está centrada en un color. El verde. Concretamente el dibujado en el iris de sus ojos. Ese verde intenso que tantas veces me ha parecido digno de ser añadido a las maravillas del mundo, aunque más tarde me he arrepentido al considerarlo sobrenatural. Nada tan bonito puede pertenecer a este planeta. No solo son los ojos; es la mirada. Cada persona debería verse sometida alguna vez en su vida a una mirada como la suya para saber qué es volverse loco de verdad. Volverse loco de remate. Esa clase de locura de la que no eres consciente y eso mismo la hace peligrosa. Sé lo que es bailar en el fuego de sus pupilas y sentirme afortunada a pesar de saber que me quemo. Sé lo que es nadar en el mar de sus ojos aún a riego de ahogarme entre las olas. Sé lo que es querer cobijarme en una mirada que solo trae huracanes. Pero, ¿no es mejor pensar en lo bien que viene el fuego un día de frío? ¿Lo maravilloso de ver el mar desde la orilla bajo una puesta de sol deslumbrante? ¿Y qué hay de los abrazos en los momentos de vientos feroces? Ella siempre ha sido así. Una de cal y una de arena. Unas veces tan cadena y otras tan alas. En ocasiones tan pluma y en otras tan puñal. Pero también ha sido siempre las cinco yemas que te rozan el cabello cuando lo necesitas.



Puedo decir que el verde es el color que mejor me ha abrazado jamás. El color que más bonito sonríe invitándote a hacerlo también. El color que mejor se ríe: a carcajadas, en susurros, de manera nerviosa o de forma contagiosa. Sea como sea, lo hace llenando el espacio que le rodea. Es el color que mejor llora. Eso sí, solo para brillar con más fuerza. El color que da los abrazos que más transmiten. También el color que mejor besa: de forma frenética, lenta, mimosa o ardiente. Pero siempre destrozando las piezas del puzle. El color que mejor baila. Aunque más que bailar es volar. El color que más bonito me susurra que me quiere. Para siempre. Todos lo días, a pesar de no creer en lo eterno. Yo tampoco creo en ello, pero si sale de su boca tiene que ser verdad. El color que mejor me arropa si tengo frío y más aire sopla si me abraso de calor. En definitiva, el verde, su verde, me colorea como nunca hizo ni hará ningún otro tono.

Y todos estos pensamientos se han desencadenado en mi cabeza por el simple acto de ver una foto. No sé en qué momento me ha dado por repasar todas la imágenes de mi teléfono, pero claramente no caí en que ella era protagonista de la mayoría de ellas. En muchas ocasiones tenemos la manía de sacar el teléfono y hacernos los típicos selfies. Algunos son en casa, otros paseando a los perros, otros de los viajes... Hay incluso más de los que me imaginaba. Y, otras veces, simplemente son instantes que me apetece capturar cuando está haciendo algo y no se da cuenta. Leyendo, cocinando, inmersa en el ordenador... Como sea, pero siempre preciosa. Al llegar a unas que nos hicimos un día en la playa, no he podido evitar pasarlas más lentamente. El sol nos daba de lado pronunciando el tono de sus ojos. En ese mismo instante me he lanzado directamente desde el precipicio de sus pestañas hasta el verde de su mirada. Ha sido involuntario. Sin más, me he volcado en ellos perdiendo la noción del tiempo. Y me arrepiento en cuanto todos los "no estoy llevando tan mal la distancia" que pronuncio a lo largo del día se han roto en mil pedazos. Pedazos afilados que, por si fuera poco, me atraviesan por dentro provocando dolor en el corazón y haciéndome saborear la sal de mis lágrimas que se me cuela por los labios. De nuevo, una de cal y otra de arena. Por un lado, lloro de la nostalgia que me produce saber que ese color que tan bien me sienta no se encuentra tan cerca como debería. Pero también lloro porque, esté donde esté, me acuerdo de su mirada. La pienso como algo maravilloso que sé que volverá a mi lado. Que siempre será mi desgarro y mi caricia.

Suena el móvil que tengo entre las manos y doy un pequeño salto del susto. Es Marta. Me limpio las lágrimas con el dorso de las manos rápidamente y descuelgo. Desde que nos vimos al irse Patricia hemos quedado en múltiples ocasiones. Nos llevamos bien. Mejor de lo que ambas nos imaginaríamos. Además, estamos metidas en un mar de problemas y dudas. Quizás hemos llegado en buen momento la una para la otra. Nos ayudamos y nos subimos el ánimo. Cuando se lo cuento a mi novia no se lo puede ni creer, pero está feliz y emocionada de que tengamos está nueva relación amistosa.

-¡Buenas tardes! - Comenta la chica. Parece que está muy alegre.

-¿Tardes? ¿Qué hora es? - Murmuro con palabras gangosas.

-Madre mía del amor hermoso. ¡Qué voz! ¿Has estado llorando? - Me sorprende lo rápido que se da cuenta de lo que pretendía llevar en secreto.

-¿Qué? ¿Qué dices?

-Venga, no me mientas. Además, no sabes ni qué hora es. - Resopla. - Eso da mucho que pensar.

-¡No! Es que estaba liada haciendo cosas y...

-¿Liada envuelta entre las sábanas llenándolas de mocos y lágrimas y comiendo helado de chocolate?

-¡Oye, no te pases! - Exclamo. - No hay helado de chocolate... - Admito casi en un exhalo.

-¡Lo sabía! Pues no te muevas de ahí que yo llevo el helado. - Al otro lado del teléfono escucho unas llaves y una puerta cerrarse. - Llego en media hora.

Cuelga sin más y me deja con los entrecortados pitidos del teléfono en la oreja. No sé si alegrarme por su visita o deprimirme. Pensaba pasarme este día, de los pocos que voy a tener de ahora en adelante de descanso, tumbada en la cama. Esperando no arrepentirme, me pongo en pie y camino lentamente hacia el baño. Tengo escasas ganas, pero mis principios me dicen que tengo que arreglarme si viene una visita. Me ducho en menos de diez minutos y menos aún tardo en vestirme. No me complico: vaquero y camiseta de manga corta. Pies descalzos. El pelo lo dejo así, sin secar ni arreglar. En lo que me entretengo un poco más es en el maquillaje. Algo suave, sin complicarme pero haciéndome sentir un poco más guapa. Miro el reloj y, tan puntual como siempre, he tardado en hacer todo eso una hora exacta. Y más puntual es Marta llamando a la puerta en ese mismo instante.

Abro la puerta y entra de golpe, sin pararse en el típico saludo o los dos besos que todo el mundo cumple por esas normas no escritas. Lejos de parecerme maleducado o descortés, me saca una sonrisa y un resoplo. Es mi forma de decir que me gustan las personas que no siguen a la mayoría y cumplen sus propias leyes. Mientras pasa a la cocina, alza las manos enseñándome un bolsa y dice que trae el mejor helado de chocolate que ha traído nunca. Sigo sus pasos y la encuentro sacando del cajón un par de cucharas. Después coge dos servilletas. Se para, piensa y coge otras dos. Unos pasos más y llaga a mi sofá para tirarse en él de golpe.

-Espero que el chocolate no manche mi sofá blanco. - Le advierto sentándome a su lado.

-No, pesada. Además, si lo hace no pasa nada. Compras otro y punto. Así lo hacéis los ricos, ¿no? - Bromea. El dinero es uno de sus recursos fáciles para picarme. Dice que, entre Patricia y yo, ganamos más en un mes que ella en toda su vida. Obviamente exagera. Ganamos mucho, nuestro trabajo nos lo permite, pero no tanto. Y lo sabe. Y lo sigue haciendo para picarme más.

-Pues lo paga la rubia, que seguramente ahora cobra más que yo. - Añado a la vez que cojo una cuchara que me sirva para degustar el helado.

-¿Tan bien le va? - Asiento y saboreo. Marta tenía razón. Es el mejor helado de chocolate del mundo. - Joder con la fotógrafa...

-¡Dios! ¿Dónde lo has comprado?

-Es un secreto.

-¿Solo podré probarlo cuando esté depresiva y acudas a mi rescate?

-Por supuesto. - Ella también empieza a comer velozmente. Es todo lo contrario a mi. Yo prefiero coger pequeñas cucharadas y dejar que se derrita en mi boca, disfrutando del sabor pacientemente. Marta llena la cuchara hasta que se desborda y casi mastica el helado para acabarlo cuanto antes y repetir de nuevo el gesto. Al minuto tiene helado alrededor de la boca. Era inevitable mancharse, al igual que es inevitable que me ría. - A propósito, estás muy guapa para haberte pasado la mañana llorando.

-¿Qué quieres decir con eso? - Pregunto por no haber entendido al completo la intención de sus palabras.

-¡Nada! Solo que cuando yo me pongo mal y lloro acabo con ojeras, cara horrorosa, chándal y clínex hasta en las orejas. - Al imaginarme esa imagen suya me entra la risa floja. - Pero bueno, los famosos sois diferentes. Siempre estáis bellos y preparados para los fotógrafos. ¡Claro! - Exclama de pronto. - ¡Tú siempre estás guapa porque tienes a la fotógrafa en casa! Es tu truco de belleza...

-¡Idiota! - Me duele la tripa de reírme. Al final la visita me está alegrando más de lo que imaginaba. Necesitaba risas y el ambiente de comprensión que toda persona necesita. - Claro que tenía una cara horrorosa. Pero existe una cosa que se llama higiene. Cuando me has dicho que venías me he duchado y me he arreglado un poquito.

-Vale, vale. Cosas de ricos y famosos... - Susurra como si no quisiera que la escuchara pero con el claro fin de que lo hiciera y me picara un poco más. Por bromista, se lleva un pequeño golpe en el hombro que, lejos de producirle dolor, le da risa.

Pasamos un rato riéndonos y diciendo tonterías. Esas idioteces que cuando las piensas unas horas más tarde te preguntas cómo coño se te han ocurrido y dónde tenía la gracia esa unión de palabras sin mucha lógica. Quizás es eso. Que lo que más sentido tiene es lo que creemos lógico antes de parecernos una locura. Es como la decepción de esos amores en los que dejas el corazón y, tiempo después, te arrepientes de ello porque te han dejado sin el órgano que da la vida. ¿Y dónde se va sin corazón?

No tarda mucho en salir el tema de mi malestar y, como si tuviéramos la confianza de dos personas que se conocen desde la cuna, le cuento mis pensamientos milimétricamente. Lo que haría alguien ante esa situación es escuchar, asentir y, de vez en cuando, repetir palabras que pronuncia el afectado. En ocasiones extraordinarias se escapan los usuales "joder". Pero con Marta no es así. Todo lo comenta y todo lo pregunta. Y no sé si me gusta porque me ayuda a seguir contándole cosas o porque me atrae lo distinto de su reacción. Sea como sea, me encanta. Estaba cansada de hablar con gente que me llena la cabeza con "verás como saldrá bien" y "no te preocupes". Os lo agradezco mucho pero nadie sabe si saldrá bien ni puedo evitar preocuparme teniendo a la mujer de mi vida en otro continente. Marta es de decir que sí, que la vida es una mierda y que la mayor putada que te puede suceder es que no puedas estar con quien quieres, más aún si ese amor es recíproco. Y acabo la conversación ahogada en lágrimas pero desahogada. Me siento más libre y con menos peso encima. De alguna manera, hablar de sus ojos, de mis dudas y de las puñaladas que me arremete la distancia cada vez que me descuido me ayuda a sanarme.

Finalmente, me tiende un último pañuelo y me dice que me recomponga porque no piensa darme ninguno más. Que ya he llorado lo suficiente y verme así es peor que la muerte de Chanquete en Verano azul. Y sonrío. Y al sonreír se me entreabren los ojos y me doy cuenta de que por sus mejillas también cae una diminuta gota y no entiendo la causa. Al darse cuenta de que lo he visto, la aparta rápidamente con el pulgar y sonríe. Opto por no sacar el tema ni preguntarle por ello. Me da la impresión de que no tiene ganas de comentarios y explicaciones.

-Bueno, ¿y tú con tu chica qué tal? - Pregunto cambiando de tema.

-Sinceramente, me encantaría poder decirte que mal para empatizar contigo y llorar juntas pero... - Se mira las manos y empieza a sonreír. Ahora le brillan los ojos y comprendo un poco la lágrima de antes. - Es que nos va mejor que nunca. Malú, ¡nos vamos a vivir juntas!

-¿Qué? ¿En serio?

-Te lo prometo. Ha sido ella misma la que me lo pidió ayer por la noche. Por eso te llamaba esta mañana; para quedar y contártelo.

-¡Qué fuerte! Enhorabuena, tía. - Me lanzo a ella y la envuelvo con mis brazos. Me hace mucha ilusión verla tan feliz y cumpliendo poco a poco sus propósitos. Además, he sido testigo de momentos de la relación en los que todo parecía en ruinas y a punto de deshacerse. Por eso, verlas así, me gusta tanto. - Pero, ¿y sus padres?

-Se lo ha contado ya y no les ha hecho ninguna gracia. Ya te imaginas... - Asiento. - Pero dice que le da igual. Que ya es mayorcita y que ella elige su vida. Así que en breve me mudo. Hemos decidido que iremos a su casa porque el cole en el que trabaja está cerca y yo no tengo ningún trabajo fijo... Aunque estoy buscándolo. Está muy difícil, tía.

-Lo sé... Si me entero de algún trabajo en el que puedan contar contigo te aviso.

Justo después de pronunciar mis palabras, suena la puerta. Ambas nos miramos extrañadas y Marta me pregunta si estoy esperando a alguien. Pero no. Ni espero a nadie ni quiero ver a nadie en las condiciones en las que me encuentro. Vuelven a llamar, esta vez con más insistencia. Me pongo en pie y me limpio rápido la cara con las manos frente al espejo. Tengo tan mal aspecto como esperaba. Llaman otra vez y, definitivamente, voy a abrir.

-¡Hermanita! ¿No pensabas abrir a tus hermanos favoritos?

Me quedo impresionada cuando me encuentro a mis dos chicos favoritos. Mi hermano mayor de la mano del pequeño, que se lanza a mis brazos y me cubre de besos. Entre unas cosas y otras, no les veía desde hace mucho más tiempo del que debería. Sobre todo a Josete, como le llama Patricia, que he perdido la cuenta de las semanas que hace que no le veía. José, por su parte, me da un beso en la mejilla, una pequeña colleja en la nuca y entra como Pedro por su casa. Pero para sus pasos en cuanto ve que no estoy sola.

-No sabía que tenías visita... - Murmura.

-¿Cómo lo ibas a saber si no me has dicho ni que venías? - Respondo dándole un palmada en la espalda. - Ella es Marta, una amiga. Y, como habrás podido observar, estos son mis hermanos. - Los tres se intercambian besos como se suele hacer en las presentaciones, además de decirse que están encantados de conocerse.

-Bueno, yo me voy y os dejo tranquilos. - Comenta Marta con una sonrisa en los labios.

-¿Ya? No te escapes, mujer. Que aunque no lo parezca, somos gente normal. - Bromea mi hermano.

-No, no. No quiero molestar.

-¡No molestas! Quédate a comer que hemos traído comida de sobra.

-¿Habéis traído comida? - Pregunto alucinada.

-¡Claro! Ya es casi la hora de comer y no íbamos a venir solo cinco minutos.

-¡He elegido yo la comida! - Exclama Josete. Se acerca a las bolsas que han traído y va sacando cosas. Hamburguesas, patatas, refrescos y, de postre, donuts.

-Qué bueno todo... - Susurro relamiéndome. - No sé para qué os molestáis si sabéis que tengo siempre comida en casa.

-Pero hermanita, no tienes hamburguesas de las que le gustan al enano seguro.

Acondicionamos la mesa para cuatro personas, ponemos las hamburguesas y el resto de alimentos y empezamos a comer como animales. El llanto y el malestar de antes ha hecho que tenga el estómago vacío porque, como dice mi hermano, el helado no llena. Y en este caso tiene razón. Marta se lleva tan bien con José como esperaba. Son tal para cual. Si no supiera que mi hermano está profundamente enamorado de su chica, apostaría por que hiciera pareja con Marta. Además, que ella me ha dejado claro muchas veces que no quiere nada con ningún hombre ni mujer que no sea Celia.  Contra todo pronóstico, acabamos con todo lo que hay en la mesa. Me siento súper hinchada por tanta comida. Y seguimos llenándonos por los donuts de colores que ha elegido minuciosamente mi hermano pequeño. Al finalizar definitivamente, nos trasladamos al sofá sin pararnos a recoger. Nadie tiene ganas de eso. Mi hermano pequeño se hace con el control del mando a distancia mientras los adultos nos tomamos los cafés acompañados de la charla de sobremesa.



-Malú, ¿Cuándo vuelve Patri? - Trago saliva ante la duda de Josete. Qué respuesta puedo dar a una pregunta que yo también me hago todos lo días... Mi hermano mayor y Marta dan un pequeño sorbo a sus vasos para dejar que sea yo la que diga algo.

-No lo sé... - Admito en un susurro. - Ojalá lo supiera.

-La echo mucho de menos. Ya no me llama todas las semanas para preguntarme qué tal estoy.

-No puede llamarte porque es muy caro desde el sitio en el que ella está. Casi no puedo ni hablar yo con ella. - Confieso. - Pero, ¿sabes una cosa? Me dijo que iba a venir a hacer una fiesta de despedida y, obviamente, tú estás invitado.

-¡Guay! - Dice dando una palmada.

-Toma. - Le tienda mi móvil. - Vamos a hacernos una foto juntos y se la enviamos. Además, puedes enviarle un audio diciéndole algo.

El niño acepta entusiasmado. Coge él mismo el móvil, abre la conversación de WhatsApp que tengo con ella y toma una instantánea de nosotros sonriendo para enviarla. Después, graba un mensaje en el que le dice que la quiere mucho, que quiere verla y que cuando haga la fiesta de despedida quiere que haya bebida sin alcohol para él. Finalmente, le manda un beso y lo envía. Casi se me saltan las lágrimas por el mensaje y por recordar todos los momentos vividos con Josete y mi novia.

Cuando se van ya se ha hecho de noche. Miro el reloj y compruebo que son casi las ocho de la tarde, rozando la noche. Entre todo el lío, las lágrimas y las posteriores risas no he vuelto a mirar el teléfono. Lo hago en busca de alguna señal de Patricia, pero no hay ninguna. Me extraña, ya que de alguna manera o de otra siempre sabe sacar unos minutos para decirme qué tal está. Además, ni siquiera hemos podido haber a la hora de su comida. Le hago una llamada, pero no obtengo respuesta. Me pongo a preparar algo de cenar para quitarme de la cabeza lo de mi novia. Después de tanta comida, solo me apetece algo simple. Una ensalada, para ser más exactos. Mientras, veo una película que están echando sobre una chica desesperada que quiere encontrar novio cuanto antes. Qué tontería. Siempre he pensado que cuanto más buscas las cosas, menos aparecen. Que buscar desespera y esperar hace mella.

Al acabar, me tumbo y miro de nuevo el teléfono. Nada. Sigo sin recibir noticias sobre Patricia y llego a sentirme preocupada. En todos los días que lleva fuera, no había pasado ninguno en el que no recibiera un mísero mensaje suyo. Estoy nerviosa y ya no me quedan uñas que morderme. Llega la madrugada y no hay mensajes. No hay nada. Y el vacío de la distancia se hace mucho más pesado que nunca.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

ERRORES (2X38)

-¡Venga, Patri! ¡Otra más! - Exclama Rachel mientras levanta la mano para dirigirse al camarero. Rápidamente freno su gesto.

-¡No, no! Ya he bebido demasiado por hoy. - Tengo que subir el tono de voz porque la música que suena en la discoteca a la que me han traído Rachel y sus amigas está extremadamente alta. - Yo creo que me voy a ir a casa ya. - Comento al observar en la pantalla del teléfono que pasan las tres de la madrugada.

-¿Ya? - Pregunta sorprendida Sarah, una de las chicas que han salido con nosotras. Ella es la más animada de todas, por no decir la que más bebe y pierde el control antes de ponerse a bailar. Lleva desatada desde la primera copa y ya ha ligado a varios chicos.

No me gusta beber y tampoco la fiesta en exceso por todo lo que he pasado y no me apetece repetir. Caer de nuevo en las redes del alcohol o verme envuelta en tornados de noches de desenfreno no se encuentra entre mis planes. Pero, por varias razones, esta noche sí necesitaba salir y tomar algo. En primer lugar, Rachel llevaba insistiendo unos días en que saliera con ellas y, después de todo lo que hace por mi, no quiero decirle que no. En segundo lugar, me hace falta despejarme. No puedo quedarme noche tras noche en casa diciéndome a mi misma que todo va a salir bien porque solo me produce más dudas. Tampoco puedo quedarme y ver cómo se mueven las manecillas del reloj y no tengo señales de Malú. Siempre tarda en responder a esas horas, si es que responde. Y no se lo echo en cara porque entiendo que ella tiene su trabajo igual que yo el mío, pero duele recordar a cada segundo que la echo de menos. Y pesan los kilómetros como bolsas de rocas a mi espalda.

-Me voy, chicas. - Le doy un abrazo a cada una y ellas me van diciendo que tendremos que repetir pronto. - Pasadlo bien y ya me contaréis.

-¿Quieres que te acompañe? - Me pregunta Rachel, que no se ha quedado muy convencida con que me tenga que ir a casa. Dice que es pronto aún y me invita a quedarme un poco más.

-No, no. No te preocupes. He bebido poco así que llegaré perfectamente con el coche. - Asiente. - Además, ¡te recuerdo que mañana trabajamos!

-No pasa nada, con una hora de sueño recupero. - Sonríe y nos damos un fuerte abrazo. - No me puedo ir de aquí sin ligar. - Añade bromeando haciéndonos reír a ambas.

Todo el mundo baila, bebe y canta, así que se me hace difícil crearme hueco entre la gente para poder salir del local, que se encuentra más lleno que antes. Cuando por fin lo consigo, el aire me da de frente en la cara y sonrío. Llevaba mucho tiempo sin salir para divertirme. Aunque suene mal, quizá injusto, me ha sentado bien no pensar en Malú durante un rato. Pero ahora su recuerdo vuelve con más fuerza y echo de menos esos bailes sensuales que siempre acababan entre las sábanas. Me viene a la cabeza una de las noches que mejor lo pasamos juntas cuando acabábamos de empezar. No llevábamos juntas ni tres meses. Fue una de esas típicas tardes que se alargan hasta después de la cena, incluso llegando a la madrugada. Habíamos quedado en su casa para ver una película de esas románticas, con el plan de pasar más tiempo comiéndonos a besos que siguiendo la trama. Más tarde hizo algo de cena. Si no recuerdo mal, una ensalada y algo de pollo.

- ¿Cómo eres tú de fiesta? - Le pregunté mientras pinchaba un trozo de tomate.

-Pues no lo sé. Normal. - Comenzó a reírse. No entendía a qué venía esa pregunta de pronto.

-Normal no. Hay diferentes tipos de personas. El grupo uno: "los sujeta-barras". Estos se quedan todo el rato en la barra o en la mesa, bebiendo de su copa, incluso refresco, y solo salen a bailar cuando sus amigos les obligan. - Rió con más fuerza, haciendo que se moviese ligeramente la mesa. - El siguiente grupo es el de "los desmelenados". Son los típicos a los que el alcohol les entra como si fuera agua. Entran a la fiesta borrachos ya y parece que al bailar se les van a descolocar los huesos. Temer por su salud es frecuente. Y, por último, "los seductores". Beben con prudencia y echan miraditas a todos los presentes en la sala para atacar su cuello a la más mínima. Aprovechan la música para arrimar cebolleta.

-Pues a ver... - Murmuró poniéndose pensativa. No podía desaparecer la sonrisa de su rostro. - La verdad es que salgo poco de fiesta, y cuando lo hago es en ambientes bastante diferentes... Pero las pocas veces que he podido ir a una fiesta en condiciones... No sé. Creo que soy una mezcla de los tres grupos.

-Explica eso.

-Al principio suelo ser un poco sujeta-barras. No me suelto a la primera de cambio. De seductora tengo bastante cuando quiero. Pero solo de miraditas y medias sonrisas. Lo de arrimar cebolleta es jugar a otro nivel. Y desmelenada me vuelvo en cuanto estoy en buena compañía y me tomo dos copas. Canto, bailo y lo que haga falta.

-Madre mía... - Comenté. - Y parecías buena. ¡Tengo que verte en una fiesta!

-Difícil lo tenemos. En cuanto entro a un local me rodean pidiendo fotos y autógrafos. Por eso solo suelo hacerlo en fiestas privadas de famosos o sitios de ese estilo.

-¡Venga ya! Esta noche vamos de fiesta. - A mi las fiestas no me gustan demasiado, pero me apetecía tanto verla así que me tragaría todas las huellas del pasado.

-¿A dónde? No podemos...

-Al local de una amiga. Y no te preocupes que no te van a reconocer...

-Si está en Chueca seguro que me reconocen.- Bromeó. - No quiero arriesgar, Patricia.

-Calla, anda. ¡Déjame a mi!

En cuanto acabamos de cenar, hice un par de llamadas para tenerlo todo atado. El local de mi amiga no estaba en Chueca, pero sí en una zona centro de Madrid. Aún así, estaba convencida de que no la reconocerían. La llevé corriendo a su habitación y revolví su armario. Tenía que haber algo con lo que fuera guapa pero no demasiado su estilo. Había que disimular que debajo de la ropa se encontraba Malú. Finalmente, me decanté por una mini falda negra con una camiseta de tirantes de color coral. Para los pies, unos tacones bien altos. Ella jamás iría con esa falda ni combinada de esa manera, pero aún así todavía estaba muy claro quién era. Quedaba lo más difícil: el maquillaje y el peinado. Respecto a lo primero, la maquillé demasiado. Casi en exceso. Personalmente la prefiero sin nada de pintura, pero era una noche especial y había que transformarla. Y el pelo liso, hacia un lado y con un sombrero negro que le tapaba la cara. A ella no le gustan los sombreros. Ni siquiera tenía, pero le dejé el mío.

-Joder, ¿qué me has hecho? - Preguntó al mirarse al espejo. - Parezco una consejera de moda de esas que te gustan a ti.

-Una blogger. - Completé sus palabras y se desató la risa.

Me dijo en multitud de ocasiones que no se sentía cómoda vestida de esa forma, pero comprendió que era la única forma de que pudieran salir de fiesta sin que la reconociesen. Y parecía que ella también tenía ganas de pasarlo bien, porque lo aceptaba y se reía. Eran las doce más o menos cuando entrábamos al bar de mi amiga. El sitio era bastante grande y cada persona iba a lo suyo. La mayoría se agrupaba con sus amigos y pasaban de los demás. Tampoco era un sitio de ambiente gay, tal y como se imaginaba Malú. Caminamos poco a poco hasta el fondo, donde estaba la barra y mi amiga. Ella nos comentó que no nos preocupásemos, que nadie iba a reconocernos y, que si fuera así y se empezaba a armar jaleo, les expulsarían de inmediato.

En definitiva, pudimos disfrutar de la noche de una forma diferente. Pocas más veces lo hemos podido hacer. Comprobé cómo Malú tenía razón al describirme su actitud en las noche. Al principio nos quedamos en la barra charlando tranquilamente y bebiendo algo suave. En la segunda copa me empezó a susurrar cosas al oído y a lanzarme miraditas. En la tercera cantó todo lo que sonaba por los altavoces, reía por cualquier cosa y movía las caderas provocándome estremecimientos. No os podéis imaginar cómo baila. Varias personas se le quedaron mirando, pero no porque fuera Malú, sino por cómo seducía con su cuerpo. Y la madrugada acabó en otro baile. La puesta en escena era mi cama y su cuerpo se movía al ritmo de mi canción favorita.




Cuando entré a la oficina la mañana siguiente y vi a Rachel no pude evitar morirme de la risa. Estaba claro que no había dormido por las ojeras y el mal cuerpo que se apreciaban a kilómetros a la redonda. Me hizo un gesto para que me callara y vino hacia mí.

-¡No digas nada! - Murmura.

-¿Entonces ligaste? - Susurro riéndome caminando hacia mi despacho a su lado.

-Ya quisiera... Desde que te fuiste fue una locura. Sarah se puso muy borracha y al rato nos la llevamos a su casa. Quisimos volver y continuar la fiesta, pero ya era tarde así que fui a casa, me duché y vine directa.

-Se veía venir. La chica tenía una cara... - Comento recordando la locura de su amiga. - En fin, ¿qué trabajo tengo para hoy?

-Vas a ir a cubrir la presentación de una película. - Me dice dejándome fuera de lugar. Le he hecho la pregunta por costumbre, pero en mi agenda pone que hoy tengo un sesión para el presentador de un programa de televisión. - Me he enterado esta mañana.

-¿A eso no tenía que ir Rick?

-Sí, pero cuando ha ido a coger la moto para venir esta mañana se la ha encontrado destrozada. Así que se ha tenido que ir a poner la denuncia y no le da tiempo. El jefe dice que es un acto importante y que prefiere que vayas tú.

-¿Pero cómo? ¿A hacer fotos en la alfombra a los protagonistas y los famosos invitados?

-No, no. Nuestra empresa se dedica a otro tipo de trabajo. - Me aclara. - Tú estarás dentro, en una sala habilitada especialmente para las sesiones. Los famosos que tienen contrato con nosotros irán pasando para que les hagas unas fotografías con el cartel de la película. De todas formas, no te preocupes porque vas con Dan, te lo explicará todo.

Me dice que el equipo me está esperando, así que cojo del despacho material, bajo a la otra sala a por la cámara y voy corriendo al garaje. Hay preparados un coche y una furgoneta. Me monto en el primero y me encuentro con Dan, que durante el trayecto se dedica a contarme lo que hay que hacer. Según me lo explica, no hay demasiada complicación. Irán viniendo y yo les iré haciendo fotos mientras otra persona les entrevista. Después posaran para mi y ya.

Un par de horas más tarde ya estamos listos en la sala que nos han preparado. Es muy simple pero bastante grande. A un lado, un par de sillones donde los famosos se sentarán junto al entrevistador para hacer la pequeña entrevista. No durará más de diez minutos. Al otro lado estaré yo con mi cámara, con otro sofá más estético y el cartel de la película. Según me han dicho tengo libertad para hacer las fotos como pueda. Mis compañeros cubrirán la presentación desde fuera.

Poco a poco van entrando los famosos y me sorprende gratamente. No tengo ni idea de qué va la película, pero hay un montón de gente importante que viene a verla. Cantantes, actores, los protagonistas... Incluso pasa por mi cámara la imagen de alguien tan importante como Jennifer Lopez. En ocasiones así me siento más afortunada aún del trabajo que tengo, a pesar de todo lo negativo que ha conllevado.

La gran sorpresa me la llevo cuando se abre la puerta y aparece la persona que menos me esperaba. No era tan raro que viniera, pero no me había parado a pensar en la posibilidad de encontrarnos. Él se muestra tan tranquilo, como si se esperara verme. Me guiña el ojo y a mi se me revuelve el estómago con solo pensar que, de nuevo, voy a tener que hablar con él y sacarle unas fotografías. Me pone nerviosa sentir sus miradas mientras hace la entrevista con la presentadora. Además, cuando nuestros ojos chocan me sonríe pícaramente, haciendo que la chica que tiene delante me mire. Me giro apresuradamente y coloco la cámara en el trípode.

-Y la última pregunta, ¿qué tal tu relación con Alison Collins?

-Bueno... Lo de relación se lo ha inventado la prensa. - Se ríe ligeramente. - Lo hemos pasado bien juntos y ya está.

-Pero se os vio hace poco juntos en situación comprometida en un coche. - Añade la entrevistadora.

-Y quién sabe si volveréis a vernos juntos. Como te he dicho, lo pasamos muy bien juntos. - De nuevo se ríe y a mi se me escapa un suspiro por lo que estoy escuchando. No puede ser más chulo.- Pero si lo que quieres saber es si tengo algún compromiso, la respuesta es no. Rotundamente. Soy joven para eso... No quiero nada serio con ninguna chica, solo disfrutar.

-¿Podríamos decir que Nathan Evanson tiene las puertas abiertas?

-Estoy totalmente abierto.

Ambos se empiezan a reír y no aguanto más. Es peor incluso de lo que me imaginaba. Machista, chulo y ligón. Oigo cómo se despiden y unos pasos se aproximan hasta mí. Respiro hondo un par de veces y me pido a mí misma que sepa guardar la calma. Tan solo serán unos minutos más de sufrimiento y, con suerte, no tendré que verle más Pero he pensado esto tantas veces que ya no sé dónde he dejado la fe.

-Hola, ojos bonitos. - Susurra pasando su mano por mi hombro. Me giro bruscamente y él solo se ríe. Cada vez tengo más claro que le encanta verme nervosa y pasándolo mal. - Una vez más nos vemos las caras.

-Sí, qué suerte... - Comento sarcásticamente. - Colócate en el sofá y quítate la chaqueta.

-¿Ya? ¿Tan rápido? Nos tendríamos que conocer un poco antes de llegar a más... - Al principio no entiendo sus palabras, pero luego comprendo que es una broma y bufo. Patricia, tranquila.

-Rápido que tiene que venir más gente.

-¿Sabes que ya me he enterado de tu nombre? - Murmura mientras sonríe a la cámara. Lanzo el primer disparo y confieso me da rabia que salga tan bien. - Patricia. Me gusta tu nombre, españolita....

-¿Sabes mucho más de mi?

- Menos de lo que me gustaría, la verdad.

-Pocas cosas tienes que hacer si gastas tu tiempo en investigarme...

-¿Tan poco te valoras?

-¿Tanto te cuesta dejarme en paz? - Pregunto con rencor. Me descuelgo la cámara del cuello y la dejo más bruscamente de lo que me gustaría en la mesa. - Hemos acabado.

-¿Tan rápido? - Se levanta y se acerca a mi. Demasiado. Doy un paso hacia detrás y le empujo ligeramente.

-Con estas fotos me valen. Seguro que tienes muchas cosas que hacer. No sé. Por ejemplo, adivinar mi talla de zapatos o mi comida favorita. - Sonrío irónicamente y le doy la espalda.

-Vale, vale... me voy. - Oigo como camina hacia la puerta. - Tenía ganas de verte. Echaba de menos tus ojos verdes y me apetecía verte sonreír. Aunque bueno, eso último nunca me lo has permitido. - De pronto me quedo bloqueada. Un montón de cables que parecían inconexos o conectados a lugares erróneos cambian de rumbo. Todo encaja y se me enciende el odio en el estómago, en el pecho y empieza a subir hacia la boca. Recuerdo las notas recibidas en el trabajo. Esas señales que creía que venían de Malú a pesar de las complicaciones. Pero nada más lejos de la realidad. Había sido el impresentable que tenía enfrente y al que deseaba pegar una paliza.

-¿Eres tú? ¿Eres tú el idiota de los mensajitos?

-Seguro que cuando los viste no te parecía tan idiota y te saqué alguna sonrisa. - Me enrabietan mucho más sus palabras y no puedo evitar cogerle del cuello de la camisa. Y lo que más me pesa es que sigue con la puta sonrisa en la boca. - Oye, ¿por qué te crees que estás aquí?

-Se le ha roto la moto a un compañero, por eso estoy aquí.

-Qué inocente, españolita... - Dice mirándome de reojo, justo después de haber hecho que le soltara de la ropa. - Las motos no se rompen solas.

-¿Qué? - Pregunto sin poder creerme sus palabras. - ¿Le has roto la moto?

-No, yo no. He pagado a alguien para que lo hiciera. Pero tranquila que le llegará una totalmente nueva. Yo solo quería verte y este método era infalible.

-Eres gilipollas. No había conocido nunca a alguien tan imbécil como tú. ¡Vete a la mierda! - Todas estas palabras se me escapan en español porque no pasan por el cerebro antes de salir por la boca.

-No sé qué has dicho pero me pone mucho.

-¡Vete! ¡No quiero verte más!

-Venga... Después de todo lo que he hecho para verte me merezco una cita, ¿o no?

-No te mereces nada...

-¿Cenamos en mi casa o en un buen restaurante?

-En ningún sitio. - Reitero. - Déjame y vete.

-Entonces te recojo del trabajo mañana y elijo yo dónde cenar. - Se acerca hacia mi de nuevo, pero esta vez para coger chaqueta que antes se ha quitado.

-No digas tonterías... - Murmuro.

-¿Tonterías? Lo digo en serio.

-No cenaría contigo ni aunque fueras el único hombre en la faz de la tierra.

-Eso ya lo veremos.

Rápidamente me roba un breve beso en los labios y se va corriendo por la puerta. No me puedo creer nada de este chico. Le odio, y es muy raro que alguien sea capaz de producirme esta sensación. Me paso la mano de manera torpe por los labios intentando que desaparezca todo su rastro. Me repugna que haya hecho eso, pero no le vi venir. No lo pude evitar. Resoplo, murmuro insultos y se me escapa más de un bufido. El muy idiota me saca de mis casillas. No le vale con molestarme a mi, sino que es capaz de romperle la moto a un compañero. ¿Qué le pasa? ¿Por qué esa obsesión conmigo? No tengo respuestas a muchas preguntas, pero si algo sé es que mañana estará esperándome a la salida del trabajo y tengo que evitarle sea como sea.

viernes, 13 de noviembre de 2015

SECRETOS (2x37)

No puedo creerme que por fin sus labios estés volviendo a rozar los míos. Llevaba semanas deseando reencontrarme con su boca y no he podido evitar lanzarme a ella cuando he abierto la puerta hace unos segundos y ver que era ella. Y no sé qué hace aquí ni por qué no está en España de promoción, tal y como decía que tenía que hacer. Pero me da igual, porque a su lado no hay porqués ni preocupaciones más allá de cuántos besos nos pueden caber en el tiempo.Literalmente me he colgado de su cuerpo como si fuera un koala. Malú me ha envuelto con los brazos y, antes de querer saber qué hace aquí, he empezado con el lenguaje de nuestros besos. Ella empieza a dar pequeños pasos hasta entrar al piso y cierra la puerta tras de sí. Entonces, separo unos milímetros los rostros para mirarla como merece la ocasión. Tiene los ojos tan preciosos como siempre, aunque intuyo que están a punto de dejar caer alguna que otra lágrima del mismo modo que me pasa a mí. Pero lo que más me llama la atención es su sonrisa. La curva de su cuerpo que más aceleraciones ha provocado en mi corazón desde el primer momento y que ahora está a punto de sacármelo de la caja torácica. Vuelvo a besarla. Varias veces en los labios, luego en las comisuras, más tarde los mofletes y, por último, la frente.

-¿Qué haces aquí? - Alcanzo a preguntar con el poco aliento que me queda.

-¿Y qué más da? Estoy y es lo que importa.



Tiene razón. De forma concisa, con diez palabras, ha aclarado mi mente. Da igual cómo ha llegado aquí ni para qué. Lo que importa es que ha aparecido en mi nuevo piso portando consigo todas las sensaciones que me despierta siempre. Ya no hay frío porque parece que en su maleta también esconde el propio sol. O, quizás, sean los besos lentos y sensuales con los que ha empezado a recorrer mi cuello al tumbarme ella misma en el sofá. Sus piernas se clavan en el sofá, una a cada lado de mi cadera, al igual que sus manos en la parte superior de mi cabeza. Acecha mi boca con sus labios y un segundo después es su lengua la que quiere redescubrir cada milímetro de la mía. Su sabor, tal y como lo recordaba, despierta todos mis sentidos. Me quema su saliva en los labios y más tarde abrasa mis clavículas. La camiseta amplia de andar por casa que llevaba se ha convertido en un impedimento, así que soy yo misma la que me desprendo de ella y la lanzo contra el suelo. Ahora ha encontrado otras pistas de aterrizaje como la parte más baja de mi cuello, el vientre, los costados o, en cuanto me quita el sujetador, los pechos.

 Disfruto de cada uno de sus gestos como si fuera el último, porque quién sabe cuánto tiempo va a estar en este continente. No quiero perder ni un minuto de tiempo juntas. Le digo adiós a su camiseta y a su sujetador para poder perderme en su cuello. Y lo que consigo en embriagarme con el perfume que desprende su cuerpo en cada milímetro y por cada poro. Pierdo la cabeza inmediatamente. Me desato. Solo se me pasa por la mente nadar con ella en nuestro propio mar y tener que secarnos con un sol que también sea únicamente de nuestra pertenencia. La cojo en brazos sacando fuerzas de flaqueza y la llevo a mi habitación cambiando las tornas. Esta vez estoy yo encima y dispuesta a librarme de sus pantalones. Y al hacerlo me desboco. Empiezo un camino de besos rápidos rápidos y fogosos que empiezan en su boca, dejan marca en su cuello, dan una vuelta por sus pechos, recorren su vientre y se pierden en la fina tela de su tanga. Cierro los ojos para oírla suspirar. Siempre me ha encantado este momento casi más que cualquier otro, porque ambas sabemos lo que viene y que no hay vuelta atrás. Entonces me sale una sonrisa traviesa y quiero transformarme en diablo unos minutos. La provoco. Deslizo mi nariz por la ropa que tapa su zona íntima, mus despacio y sin hacer ningún tipo de presión. Solo un roce que provoque el erizamiento de su vello. Después hago el mismo camino pero, en lugar de usar la nariz, utilizo los labios. Muy lentamente. Muerdo el filo del tanga y, acto seguido, hago lo mismo con su cintura. Entonces gime, se revuelve y sin aguantar más es ella misma la que se quita la única prenda que le queda y pone sus manos en mi cabello empujándome a su zona más sensible. Quiere que vaya más allá y lo hago. Uso mi labios y mi lengua para tocar el mar del que hablaba antes. El que quería provocar y así he hecho. Sigo complaciéndola con los movimientos que me pide su cuerpo, totalmente entregado a mí, y sus manos, enterradas en los recovecos de mi cabello.

Su incesante respiración entrecortada me va exaltando por minutos. Cuando mis manos se suman al juego, la intensidad de los gemidos aumenta, al igual que el calor que se esconde entre estas cuatro paredes que hace rato comenzaron a sudar para compadecerse de nosotras. De pronto, su columna se curva dejando los lumbares separados del colchón. Las manos, que hace rato se enredaron con las sábanas, retuercen la tela con fuerza. Y su garganta deja escapar un aullido de placer que parece entrar en mi cuerpo para llenarlo de flores. Y ese mismo grito es el que me despierta exaltada. El corazón me va a mil por otra y las gotas de sudor atraviesan todo mi cuerpo. Miro a ambos lado de la cama y, como era de esperar, no hay nadie. Estoy sola y no hay ningún sueño que me haga sentir acompañada. Al contrario, simplemente me hace darme cuenta de que no tengo a mi lado la compañía que necesito. Ni sentimental ni sexualmente.

Rápidamente, con las pulsaciones desatadas, me dirijo al baño para darme una ducha de agua fría. El agua a esta temperatura nunca me ha gustado nada, pero en esta ocasión la necesito porque el calor que desprende mi cuerpo es demasiado fuerte. Por más que intento no pensar en lo que ha sucedido, es imposible sacármelo de la cabeza. Joder, parecía tan real. Por un momento me he vuelto a sentir nadando en su cuerpo y sintiéndome tan especial como cada vez que lo he hecho. Sus besos sabían exactamente igual y su lengua se deslizaba por la mía con los mismos movimientos. Y sólo me pregunto cómo un sueño puede ser tan realista. Cómo me he podido creer que venía y me cambiaba la vida una vez más. Ojalá abrir la puerta para encontrármela  con su incansable sonrisa. Ojalá su cuerpo otra vez pegado al mío. Ojalá que sus labios vuelvan a bailar al ritmo de los míos. Y ojalá no existiera la palabra ojalá.



-¡Vaya cara traes! - Exclama Rachel en cuanto me ve entrar por la puerta de la oficina. No he conseguido taparme las ojeras, aunque tampoco he puesto demasiado ímpetu en ello. Y es que, por culpa del dichoso sueño o pesadilla, me he despertado a las cuatro de la mañana. A las seis ya estaba preparada, desayunada y esperando como una tonta en el sofá viendo las primeras noticias de la televisión. - ¿Qué te ha pasado?

-Una mala noche...

-Anda, acompáñame. - Sin darme tiempo de reaccionar, agarra mi mano y me conduce al baño más cercano. Una vez allí, saca de su bolso diversos materiales y empieza a maquillarme.

-¿Qué haces?

-Un favor para ti. - Se pasa unos minutos disfrutando de lo que hace. Se ríe y yo me pongo nerviosa. Desde tan cerca puedo contemplar mucho mejor sus preciosos ojos. La verdad es que son increíblemente bonitos. - ¡Ya está! - Ella misma me gira y hace que me mire en el espejo.

-Joder... - Exclamo. Ha hecho una verdadera obra de arte con una cara que yo veía incapaz de mejorar. Adiós ojeras, hola ojos bonitos. - ¿Cómo lo has hecho?

-Secretos... - Guiña el ojo, sonríe pícaramente y abandona la sala. Dejándome con la pregunta en la boca. Pero acto seguido vuelve a entrar muerta de la risa, y rápidamente me la contagia. - Se me olvidaba decirte el plan para hoy.

- Me sé el plan, tonta. Para algo tengo agenda y eso...

- Da igual, yo te lo digo de camino a tu despacho como siempre. No hay que perder las buenas costumbres.

Con pasos cortos nos encaminamos hacia el despacho mientras mi compañera me proporciona una información que ya sé. Pero no me importa tener que volver a escucharlo porque su compañía es siempre agradable y consigue sacarme sonrisas que no esperaba tener cuando salí de casa por la mañana. Rachel es capaz de transmitirme esa forma de ser tan agradable y risueña desde el primer día. Además, la estoy muy agradecida por cómo me ha tratado y lo aceptada que me ha hecho sentir. Desenvolver en un mundo totalmente diferente al mío ha sido más fácil con ella.

Como sabía y me repite, el día de hoy será bastante aburrido. No tengo que fotografiar nadie, sino retocar imágenes de sesiones anteriores. Y, aunque mi trabajo me encanta en todos los aspectos, si tuviera que eliminar alguna parte sería la de edición fotográfica. A veces resulta pesado pasarse tantas horas delante del ordenador eligiendo cuánto de brillo poner o de dónde quitar una arruga. Y más para una persona como a mi que no me gusta nada tener que cambiar el físico de las personas. Siempre pienso que cuanta menos edición mejor. Pero no todas las marcas que contratan mis servicios piensan lo mismo ni todas las fotografías son de personas. También hay paisajes, relojes, teléfonos o cualquier otro elemento que me pidan. Aunque, desgraciadamente, todas las imágenes con las que me toca trabajar hoy son de personas con poca ropa. Es decir, las que más retoques y juegos de luces requieren.

Justo cuando consigo concentrarme y plantarme frente a la pantalla para comenzar el arduo trabajo que me espera, mi móvil notifica con el tono que tengo programado para Malú. Lo primero que hago es extrañarme, porque en Madrid ahora deben ser las dos o las tres de la madrugada y hace un buen rato que me dijo que se iba a dormir cuando yo le daba los buenos días. Rápidamente lo desbloqueo y entro intrigada en WhatsApp. Mi sorpresa es aún mayor cuando leo sus palabras: "He tenido una pesadilla y no puedo dormir, cari". Lo vuelvo a releer y me quedo atónita por la coincidencia. Me dispongo a escribir una respuesta pero freno cuando me doy cuenta de que necesito oír su voz. Así que, sin preguntas, marco su número.

-¿No estás trabajando? - Me pregunta nada más descolgar. Su voz. Sí. Definitivamente la necesitaba tanto como imaginaba.

-¿Y tú no estás durmiendo?

-Tonta, que he tenido una pesadilla. - Imagino su cara en estos momentos y una sonrisa se escapa de mis labios. Seguro que esta en la cama, arropada. Con una mano sujeta el teléfono y la otra tapa sus ojos cerrados. Y los morritos. Seguro que ha puesto esos sutiles morritos de niña pequeña que deja ver cuando tiene sueño.

-Por eso te he llamado. ¿Adivina quién ha tenido otra pesadilla esta noche?

-¿En serio? - Pregunta extrañada con una voz más seria.

-Te lo juro. Bueno... La verdad es que no sé si llamarlo sueño o pesadilla, pero me he levantado súper nerviosa y no he podido dormir más.

-¿Cómo no lo vas a saber?

-Que no lo sé. Era bueno y malo.

-A ver, cuéntamela.

-No, no. Primero tú. -Le pido.

-Vale... - Accede. - Pues en la mía aparecía yo apunto de salir al escenario en el primer concierto de la próxima gira. Andaba por el camerino de un lado a otro hasta que me avisan de que tengo que salir. Entonces, bebo agua, empiezo a subir las escaleras y, cuando se abren las puertas, me encuentro ante el Palacio de los Deportes vacíos. Ni una persona. Toda la banda se gira, me mira sin entender qué pasa y poco a poco van dejando sus instrumentos en el suelo y bajando del escenario hasta que me quedo sola. Y ahí me he despertado.

-Y has empezado a comerte la cabeza sobre el nuevo disco y la nueva gira. Por eso no puedes dormir. ¿A que sí?

-Cómo me conoces...

-Sabes que eso no va a pasar. - Le digo rotundamente. - Son los miedos que tienes siempre cuando empieza la promoción y te das cuenta de todo lo que se te viene encima.

-Tienes razón... Pero bueno, ¿y tu sueñipesadilla? - Se inventa la palabra con todo el morro y no puedo evitar soltar una tremenda carcajada.

-Pues a ver... Empezaba con que yo abría la puerta de mi piso nuevo y aparecías tú,

-¡Eso es un sueño y precioso! - Exclama.

-Déjame terminar. - Cojo aire, hago memoria y sigo. - Estabas preciosa. Empezamos a besarnos muy efusivamente. Primero de pies, luego en el sofá y finalmente te cogí en brazos y nos tumbamos en la cama. Ambas estábamos fuera de sí. Gemidos por todas partes, mucho calor y, justo cuando llegabas, me he despertado.

-Joder... qué sueñitos tienes.

-Pues no te lo he contado detalladamente. Es que te juro que ha sido muy real. En serio, casi podía notar tu sabor en mi lengua al despertarme.

-¿Y qué has hecho?

-Meterme en la ducha con agua fría corriendo. ¿Qué iba a hacer? Estaba empapada de sudor.

-¿Solo de sudor? - Pregunta con voz provocativa.

-¡Cállate!

-No me puedes negar que estabas muy cachonda.

-Pues claro que lo estaba. Por eso me he metido corriendo a la ducha. - Admito. - Amor, es que tú y yo siempre hemos sido de tener una vida sexual bastante activa, y ahora estamos a dos velas desde hace mucho.

-¿Me lo dices o me lo cuentas? Que ayer estaba viendo una película, salió una escena un poco erótica y casi me subo por las paredes.

-Supongo que tendremos que acostumbrarnos a esto...

-Eso o comprar vibradores. - Suelta de repente dejándome con la boca abierta. - Nunca he usado uno pero oye, a grandes males grandes remedios.

-Me niego a recurrir a eso.

-¿Qué tiene de malo?

-Nada, no tiene nada de malo. Pero no quiero.

-Ayer mismo estuve hablando con Vero sobre eso. - Comenta. - Tiene una amiga que hace sesiones de tuppersex y vamos a quedar un día con ella para que nos informe. - Empieza a reírse al otro lado del teléfono.

-¿Es en serio o me tomas el pelo?

-No, es totalmente en serio. - Aunque sigue carcajeando sé que lo dice en serio. - ¿Te molesta?

-No. Me da envidia. - Admito. Me encantaría poder estar allí. Con ellas. Divirtiéndome mientras observamos aquellos productos y decimos tonterías. - Quiero verte...

Necesito decírselo aunque lo siguiente sea, una vez más, tragarme las lágrimas y escuchar cómo ella hace exactamente lo mismo. Me rompo en mil pedazos porque nunca me podría imaginar que llegaría a echarla de menos hasta tal punto de querer dejar a un lado mi gran sueño para volver a su lado. Pero sé que esa no es la elección que he de tomar. Y si algún día decido que voy a volver, que no puedo aguantar aquí ni un segundo más, sé que me tendré que enfrentar a ella. A sus "no voy a dejar que lo dejes por mi" y sus "me sentiría culpable". Ella es quien protege mis sueños tanto como nuestra relación ahora que soy débil y necesito su coraza. Supongo que eso es el amor verdadero del que tanto se habla: querer a la otra persona feliz más de lo que la quieres contigo. Ayudarla a alcanzar esas imposibles estrellas fugaces aunque eso te separe de ella. Aunque duela. Invertir hasta los minutos más preciados en convertir los suyos en algo mejor. Tragarte todas las lágrimas para evitar hacer brotar las suyas. Y si haciendo eso ambas personas se siguen queriendo, siguen queriendo involucrarse de esa forma y siguen provocándose lo mismo, entonces es que están hechas la una para la otra y siguen el camino correcto. Y estoy segura de que nosotras estamos dentro de ese afortunado grupo de personas.

Finalmente, consigo meterme de lleno en el retoque fotográfico que me toca en el día de hoy. Si antes no tenía ganas, después de la llamada de Malú me cuesta mucho más concentrarme. Pero, con la ayuda de la música muy alta en los auriculares, lo logro. Me paso horas sin despegar la mirada de la pantalla y absorbida por el gigantesco mundo de las luces, los colores y los brillos. Y sigo así hasta que el reloj indica que tengo que ir a comer y me levanto como un resorte de la silla. No por la comida, sino porque me espera otra conversación telefónica con mi cantante favorita. Cojo el bolso y voy directa a un bar cercano que siempre está bastante vacío a esas horas y, además, hacen unas comidas muy buenas. Justo cuando me traen a la mesa un deliciosa hamburguesa  mi teléfono suena el móvil con su nombre en la pantalla. Y al descolgar, otra vez, siento la magia que solo ella me provoca. Sonrío a punto de romperme la boca del primer "Hola, amor" hasta el último "Te quiero, rubia.". Hablamos de su trabajo, del mío, del día a día de cada una e, incluso, de las sesiones de tuppersex que va a hacer con sus amigas. Esta vez lo comentamos de una forma más entretenida fuera del contexto de mi fogoso sueño. Es más, le digo que si compra algo lo tenemos que probar juntas. Y su respuesta es que sabe que no me gustan los juguetitos sexuales porque su hermano nos regaló unos en mi cumpleaños y aún no los hemos probado. Pero no es así. El problema es que me había olvidado del regalo por completo y ahora que me lo ha recordado tengo más ganas que nunca de usarlo con ella.

Cuando vuelvo al despacho, muy a mi pesar por lo bien que lo estaba pasando fuera, me encuentro con un pequeño sobre blanco en la mesa. Lo cojo extrañada mientras dejo en el bolso y me siento.No pone nada ni por delante ni por detrás. Ningún signo o letra que me pueda ayudar a descubrir a quién pertenece. Igualmente, lo abro porque sé que si está aquí es porque han querido que yo lo lea. En el interior hay una cartulina azul con unas palabras escritas a ordenador:

"Echo de menos tus ojos verdes y..."

Tiene toda la pinta de proceder de Malú, aunque no sé cómo ha hecho que llegue aquí ni por qué está en inglés. Pero sí, tiene que ser suyo. De alguna forma ha hecho llegar eso a mi escritorio para sacarme una sonrisa y lo ha conseguido. Aunque no está completo. Hay unos puntos suspensivos que dan a entender algo más.

-¿Quién es tu admirador secreto? - Pregunta Rachel exaltada a la vez que aparece por la puerta del despacho.

-No sé. ¿Tú no lo sabes?

-Ni idea. Lo ha traído un cartero preguntando por ti.

-Pero si no pone nada. Está en blanco. No hay remitente.

-Ya, pero el hombre decía que era para ti. - No la creo, sinceramente. La única respuesta que se me ocurre es que haya hablado con Malú y entre las dos lo hayan maquinado todo. Hace tiempo que le di a Malú el número y el correo de Rachel y a Rachel el número y el correo de Malú con el objetivo de que si hay algún problema tuvieran contacto. - Bueno, ¡pero dime qué pone! - Le tiendo el papel y cuando lo lee se queda con la boca abierta. - Tía, ¡no me lo puedo creer!

-Ni yo...

- ¿Y de quién será?

-No pone nada pero yo creo que de Malú. - Me mira muy extrañada, pero sigo creyendo que está disimulando.

-¿De tu novia? ¿Cómo va a hacer llegar eso tu novia aquí?

-Ella es capaz de cualquier cosa...

-Pues no sé, pero me das una envidia. - Admite resoplando. - Yo llevo aquí años y jamás me ha pasado algo por el estilo. Joder, es que tu rollito de extranjera buenorra le atrae mucho a los tíos.

-Cuando vuelva a España te vienes conmigo y seguro que ligas.

-¿De verdad? ¿Puedo ir contigo cuando vayas de visita? - Pone ojos de niña buena y junta ambas manos.

-¡Pues claro!

-¡Genial! - Exclama feliz. Una vez me contó que nunca había salido de Nueva York y que le encantaría poder hacerlo. - Patricia, te dejo aquí trabajando. Si descubres algo de tu admirador o admiradora secreto y me dices...

-Vale. Y si lo descubres tú también me lo dices, eh. - Comento irónicamente.

-¡Te repito que yo no sé nada! - Grita casi saliendo por la puerta. - Por cierto, esta noche vamos a salir varias del trabajo a tomar algo. A ver si consigo ligar aquí antes de ir a España... Te vienes sí o sí.

Desaparece por la puerta antes de que pueda negarme. Me apetece ir a tomar algo esta noche, aunque no tengo ni idea de con quién ni a dónde. Pero llevo tiempo sin salir de ese modo y ya va siendo hora de que lo haga. Pienso en Malú y en lo contenta que estará cuando le cuente que voy a salir. Siempre me dice que no puedo encerrarme en mi apartamento esperando a que pasen las horas porque al final voy a caer en depresión. No sé cuánto de verdad habrá en esas palabras, pero sus intenciones son positivas.

Cuando llega la hora de irme a casa después de la larga jornada, mi móvil se enciende y llega un mensaje. El número es desconocido y ni siquiera tiene foto de perfil, pero lo que más me sorprende es lo que pone:

"... necesito verte sonreír."

Rápidamente caigo en que es la continuación a la nota de antes y me pongo nerviosa. Pero sonrío al imaginarme a Malú organizando este extraño juego. Me encanta ella y me encantan sus detalles.. Nunca sé cómo me va a sorprender y cada día me hace más feliz.

miércoles, 28 de octubre de 2015

A TRAVÉS DE LA PANTALLA (2x36)

-¡Hombre! ¡La chica que me dejó tirada al otro lado del teléfono ayer a la hora de comer! - Bromeo en cuanto la pantalla del ordenador deja de ser negra para mostrarme el rostro de la chica que más sonrisas me saca a lo largo del día,  aunque no esté.

-Cállate...

-¿Tú sabes la de llamadas y mensajes que te envié?

-No me piques que no me hizo ninguna gracia no poder hablar contigo. - Se cruza de brazos y sube las piernas al sofá en el que está sentada. Me recuerda a mi hermano pequeño cuando se enfada. Y me parece adorable. - Encima me tocó aguantar a dos idiotas...

-Vale. No te pico, boba. Pero cuéntame bien lo de ayer, que no me quedó claro. ¿Tenías una sesión con Nathan Evanson?

-El mismo. Yo no tenía ni idea de quién era... - Se me abren los ojos por completo. - Me enteré un rato antes porque me lo dijo Rachel.

-¿Cómo no vas a saber quién es? ¡Pero si está en todas partes! - Exclamo. - Con lo guapo que sale en el anuncio de los relojes... Madre mía.

-Amor, se te cae la baba.

-Es que está muy bueno...

-Pues el crío es un imbécil. - Dice de manera tajante haciendo hincapié en la última palabra. - Llegó casi dos horas tarde con su mánager y a la hora de comer me dicen que no pueden hacer una pausa porque tienen prisa para llegar a otros compromisos.

-Pero eso no es su culpa, sino del mánager. - Aclaro. Sé muy bien cómo es la vida de un famoso. En ocasiones, mucho mejor de lo que me gustaría.

-Déjame que acabe de contarte. - Cierro una cremallera imaginaria en mis labios y hago un gesto con las manos para que siga hablando. Está claro que ayer no fue uno de sus mejores días.
- El niño se pasó toda la sesión molestando y riéndose. Que si de dónde era, que si cómo me llamaba, que si tenía unos ojos preciosos... - Contener la risa me está resultando una tarea difícil porque, mientras lo narra, hace movimientos con los brazos y pone caras de todos los tipos. Su expresividad siempre me ha encantado y lo sigue haciendo. - Y ahora viene lo peor. ¿Adivina quién para su moto delante de mis narices mientras estoy esperando al autobús? - Sé la respuesta, pero guardo silencio y muevo la cabeza en señal de que me saque de las dudas que no tengo. - ¡El pesado de Nathan Evanson! Coge y me dice que si quiero que me invite a comer. ¿Hola? ¿Se va con prisas porque tiene compromisos y va y me propone comer con él?

-Espera, espera. - Murmuro frenando todas las palabras imparables que brotaban de su boca. - ¿No te das cuenta?

-¿De qué?

-¡Le gustas! ¡El actor de moda va detrás de ti!

-¿Qué dices? - Exclama sorprendida.

-Patricia, solo hay que ver lo que hizo. Te piropea, te invita a comer, quiere conocerte...

-¡Qué le den! ¡Es imbécil! ¡Solo espero no tener que verle la cara nunca más!

-Eres la única mujer en el mundo que rechaza a ese chico. - Le digo entre risas.

-Porque soy la única que sé de él más de lo que se refleja en las pantallas y las revistas. - Aclara. - Y ya no quiero hablar más del motero cabrón. - Sinceramente, me gustaría que me siguiera contando cosas sobre él. Solo por cotilleo y curiosidad. Del chico sé lo poco que sabe todo el mundo. Que tiene veintitantos, que sale con otra famosa, que es vox populi día sí y día no, que tiene un cuerpo diez y que muestra una cara de chulo que vuelve locas a todas las chicas. Pero se ve que es un tema que a Patricia realmente le molesta y decido cortarlo tal y como me pide. - Cuéntame qué tal tú.

-Bastante bien, aunque ya sabes... Prefiero hacer oídos sordos a todo lo que circula por la prensa.

-No merece la pena intervenir, Malú. Ya sabes que pase lo que pase van a hablar. Si quieren pensar que estamos juntas, que lo piensen. Y si quieren pensar que no, que lo piensen también. - Tiene razón. Como siempre, es la que mejor consigue tranquilizarme aunque no diga nada que no sepa. Será su voz, la forma en que me mira cuando habla o sus maneras. No lo sé. Pero la presión del pecho merma y el nudo que se me crea en la garganta con estos temas desaparece. - Mira el lado positivo.

-¿Lo hay?

-¡Claro! - Por más que lo pienso no se me ocurre nada, aunque su sonrisa delata que la respuesta que guarda me va a sorprender. - Que sacaron unas fotos preciosas de nuestra despedida en el aeropuerto, amor. ¡De película!

Automáticamente me saca una tímida sonrisa. Una de las cosas que más me gustan de ella es su buena costumbre de buscar el lado positivo a todo. Incluso en las situaciones que parecen no tener solución. No sé cómo, pero sería capaz de diseñarse unas branquias en caso de verse envuelta en un maremoto, o de desplegar dos alas de hierro si un tornado la arrasara. Y lo mejor es que también crearía branquias y alas de hierro para mí. Siempre la he tenido a ella quitándome las malas hierbas de los tobillos para poder avanzar. Descosiéndome las lágrimas de las mejillas rojizas. Pero más bonito es que lo sigue haciendo a pesar de los obstáculos que nos pone la distancia. Me envía diariamente veleros cargados con sus risas que desembarcan en mis puertos. Así es como, ella en un lado y yo en otro muy lejano, vamos encajando piezas del mismo rompecabezas. Y todo seguirá bien si sigue existiendo un nosotras.

Últimamente los roles han cambiado. Porque aunque sigue teniendo palabras de esperanza y sonrisas de sobra para mí, sé que no le está resultando nada fácil. No hace falta que me lo diga para que me de cuenta. Yo también la echo de menos. Noto la carencia de sus besos casi tanto como la de sus pequeños lunares. Me falta su voz dándome suerte cada vez que tengo algún compromiso profesional. Añoro el perfume de los fines de semana, formado por la unión de su sudor y el mío. Pero esta vez soy yo la que tiene que llevar las riendas, y no me importa. Es una forma de agradecerle que durante muchos años haya sido ella la que lidiaba don el peso de las dos.

-¿Sabes con quién estuve yo ayer? - Pregunto.

-Sorpréndeme.

-Con Marta.

-¿Marta? ¿Qué Marta?

-Tu Marta. - Le aclaro.

-¿Mi Marta? - Exclama sorprendida cuando escucha mi especificación. La verdad es que entiendo perfectamente que le extrañen mis palabras. - Cuéntame eso ya mismo. ¿Te la encontraste?

-Qué va. - Niego con la cabeza  y con las palabras. - Vino a mi casa.

-¿Y eso?

-¡Si me dejas hablar te lo cuento! - Se ríe por la forma en la exaltada en la que lo digo y me pide perdón. Bebo un poco de agua que tengo en la mesa y procedo a aclararle lo que pasó. - Simplemente llamaron a la puerta, abrí y era ella. Leyó en la prensa que te habías ido y, como no le informaste, creía que a lo mejor te pasaba algo con ella.

-Joder, es que perdí su número al cambiar de tarjeta.

-Ya le dije que no. Que contigo está perfectamente y prácticamente no te pudiste despedir ni de tu familia. La noté bastante afectada, la verdad... - Recuerdo cómo el día anterior vi a Marta casi con lágrimas en los ojos. - Nos pusimos a hablar y se nos hizo tarde, así que se quedó a comer.

-¿Comiste con Marta? ¿La misma Marta con la que te tirabas los trastos a la cabeza?

-Sí, Patri. Admito que es muy maja.

- Ya podías haber llegado a esa conclusión cuando estaba yo en Madrid y quería que quedáramos las tres a cenar... - Pone los ojos en blanco y se me escapa la risa.

-Cállate, tonta.

-¿Y de qué hablasteis? - Pregunta mi novia curiosa.

- De ti, de mi, de ella, del trabajo, de comida... No sé, Patri. De todo un poco. ¡Pero más te vale ponerte en contacto con ella cuanto antes! En serio, te necesita.

-¿Qué le pasa?

Durante un rato le cuento todo lo que me confesó ayer su amiga. Al parecer, tiene problemas con su novia. Y de nuevo son los mismos motivos. La chica se ve dividida entre su familia y su pareja. Por un lado, está enamorada de Marta. Ella misma admite que nadie le ha hecho sentir nunca algo tan fuerte ni tan especial. Pero, por otro, tiene miedo de perder a su familia porque no les parece bien que esté con una mujer. No daba crédito ayer cuando me lo contó. Pienso lo mal que va el país si aún hay gente con esa mentalidad y la suerte que he tenido al tener unos padres como los míos. Al fin y al cabo, el amor es libre. Huye. Se cuela por cualquier espacio para atrapar a sus presas, y le da igual quienes sean los elegidos. Nadie puede luchar contra eso, ni siquiera nosotros mismos por mucho que lo intentemos. Es como nadar contra corriente o intentar volver atrás en el tiempo.

-Te doy su número y hablas con ella pronto - Abro la pestaña de Skype que permite enviar textos y escribo el teléfono de Marta. - De todas formas, el fin de semana seguramente quede con ella.

-¿Os vais a hacer mejores amigas? - Quiere saber entre risas. - ¿O me tengo que poner celosa?

-Idiota, no. - Respondo tajante. - Pero mañana va a quedar con su chica y le dije que podía desahogarse conmigo el sábado. Además, amor, que sin ti los fines de semana me aburro mucho... Por lo menos así me entretengo.

-La vida es injusta. - Añade de pronto fríamente sin aparentes razones o motivos. No puedo hacer más que preguntarle qué demonios está diciendo. - Pues eso. Tú ayer comiendo con Marta y yo sin comer por culpa de un gilipollas.

-Ya estamos...

-¡Joder, es que es verdad! ¡Le odio! Y lo peor es que no me lo puedo sacar de la cabeza...

-Te has enamorado de él. - Comento irónicamente.

-¡Y una mierda! Preferiría pasarme el resto de mi vida sola a besar a ese tío. - Veo como se levanta y vuelve sentarse rápidamente. No entiendo el movimiento, pero me imagino que será por los nervios y me doy cuenta de lo histérica que se pone al hablar de él.

-No exageres, anda.

-No exagero. Ojalá alguna vez le conozcas y te des cuenta de como es... ¡un chulo playa! -Definitivamente, no puedo evitar partirme de risa a pesar de que sé que no le sienta nada bien que lo haga. Pero está tan mona así... Pegando gritos, haciendo aspavientos con los brazos, levantándose y volviéndose a sentar o pasándose la mano por el pelo cada veinte segundos. - Malú, no me hace ninguna gracia...

-Ay, Patricia... - Suspiro. En estos momentos me he enamorado más aún de ella. - Te quiero.

-¿Qué?

-Eso. Que te quiero mucho. - Me tumbo en la cama en la que llevo todo el rato sentada y miro al techo con una sonrisa plena en los labios. - Cada día me doy cuenta de lo enamorada que estoy de ti.

-¿A qué viene eso, amor? - Pregunta extrañada. Entonces, me doy cuenta de que cuando nos tenemos cerca, en persona, no hacen falta las palabras para demostrarnos lo que sentimos. Con un beso, con una mirada o con un abrazo sabe cómo de loca estoy por ella. Pero ahora, en la distancia, tenemos que demostrarlo de forma diferente. Tenemos que encontrar nuevos métodos que sigan manteniendo encendida la llama. Por ejemplo, intentando expresar oralmente las mariposas que desata en mi estómago.

-A que me apetecía decírtelo. Sin más. - De reojo, observo como ella también se tumba en el sofá. Parece haberse quedado un poco pensativa. - ¿Quieres que te cuente una cosa?

-Claro. - Gira el cuerpo en dirección a la cámara para escucharme hablar.


-¿Sabes por qué me enamoré de ti? - Pregunto. El silencio que ella mantiene me invita a seguir contándole. - Porque eras totalmente diferente a cualquier otra persona. Me dí cuenta desde el día que nos conocimos en aquella sesión de fotos. Ni siquiera te había visto y ya me hizo gracia tu forma de hablar. Y luego te vi con el pelo despeinado, cargada y jadeante. Estabas preciosa... Y tan nerviosa que hasta me preguntaste cómo me llamaba. - Al decir eso se me escapa una sonrisa y Patricia deja escapar de su garganta una pequeña risa. - Ahí ya me di cuenta de lo especial que eras y, no me preguntes por qué, pero me atraías. Fue muy raro. Nunca había sentido absolutamente nada por una chica y llegaste tú dándole a mi mundo la vuelta. Tus ojos me lanzaron un gancho y quedé totalmente prendada de ellos, así como de cualquier otra parte de ti. Aún así, te confieso que no tenía ninguna esperanza de volver a verte al salir de ese edificio. Pero otra vez giraste las tuercas a nuestro favor y cayó el pequeño papel con tu número, igual que caen las estrellas fugaces algunas noches especiales. Te iba a llamar yo. Te lo prometo. Pero te adelantaste. Quedamos y me llevaste al la pista de skate a cometer la primera locura de las miles que llevamos hasta el momento. Lo que pasó allí no te lo voy a describir, por el simple motivo de que lo he hecho muchísimas veces. A lo que iba, aunque ve he enrollado como siempre, es a que tus locuras te hacen especial. Me encantan. - Giro sobre mi misma para observarla. No podría asegurarlo porque la visión de la pantalla no es del todo nítida, pero juraría que algunas lágrimas resbalan por sus mejillas. - ¿Te acuerdas de cuando paraste el coche de camino a Andalucía y nos tumbamos en el suelo en mitad de la carretera? ¡Podían habernos matado! ¿O de cuando te hiciste un esguince en aquella atracción de la Warner? ¡Tuvieron que parar por ti el pequeño espectáculo y casi nos da algo a mi hermano y a mi por el susto! ¿O de ese día en el que me llevaste de madrugada a una piscina de a saber quién? ¡Si nos llegan a pillar nos caía una denuncia tremenda! - Ahora sí que estoy segura de que está llorando porque se aparta las pequeñas gotas con el canto de la mano. Pero también se ríe recordando todas esas escenas. - Ya sabes que podría seguir durante días contando todas tus locuras. Lo haría encantada. Porque estoy enamorada de la forma en la que me haces perder la cabeza consiguiendo que te siga en todas esas acciones. Te seguiría siempre. En todo.

-Te quiero tanto... - Dice entre sollozos. Ahora es a mi a quien le cuesta retener alguna lágrima. Sincerarme con ella no siempre es fácil, aunque es la persona quien más lo hago. Como todo el mundo sabe soy muy hermética. Pero cuando confieso mis sentimientos frente a ella tengo la sensación de estar haciéndolo bien, de que le gusta y de que tendría que hacerlo más a menudo. - Tengo que volver a Madrid, Malú. Voy a dejar el trabajo y vuelvo contigo.

-¿Qué? Ni hablar. - Sus palabras me pillan por sorpresa. Abandona la posición tumbada que tenía para sentar y hablar de manera más firme.

-Quiero ir allí y seguir enamorándote con mis locuras. Es lo único que quiero. No me hace falta todo el dinero y la fama que estoy ganando aquí si no te tengo.

-Me enamoras igual, Patricia. - Me encantaría decirle que sí. Qué claro. Que venga para estar juntas toda la vida que nos queda y que no se vuelva a separar de mi nunca ni un mísero metro. Pero sería muy egoísta por mi parte y sé que no es lo que realmente quiere. Lo dice en caliente porque, como sé perfectamente, la distancia le puede más de lo que ella misma pensaba. - Tienes que seguir allí y demostrarnos a las dos lo fuerte que es lo que tenemos.

-Pero Malú... Sin ti yo no sé. - Tras esas palabras debo contener fuertemente las lágrimas y apretar los puños. La fuerte soy yo ahora.

-Me vas a tener siempre. A un kilómetro o a miles te voy a apoyar. Y voy a hacer todo lo que esté en mis manos para vernos lo máximo posible, hablar lo máximo posible y que me sientas lo más cerca posible. - Cojo aire y suspiro. - No voy a dejar que abandones el trabajo. Sabes que no es solo dinero y fama. Es el trabajo que siempre has soñado.

Silencio. Durante mucho rato. Y, lo peor, son las lágrimas y los sollozos que llenan el vacío. Y peor aún es no poder hacer nada para evitarlo. No sé cuánto tiempo se pasa llorando y yo al otro lado simplemente mirando e intentando mantenerme fuerte, pero juraría que alrededor de media hora. Después se levanta y desaparece de mi visión. Vuelve unos minutos después con un vaso de agua entre las manos y los ojos exageradamente rojos por el llanto anterior. Me duele tanto verla así que no sé como estoy pudiendo alejarme de mi lado débil de esta manera.

-Lo siento...

-No sientas nada.

-Sí. Siento estar así de débil y hacer todo esto mucho más complicado de lo que ya es. Y siento mucho más no poder darte las gracias, un puto abrazo y un puto beso.

-Solo nos queda tener paciencia...

-Sabes de sobra que ni tu ni yo sabemos el significado de esa palabra.

-Pues nos lo podemos inventar.

-¿Qué dices?

-¡Lo que oyes! - Pienso unos instantes. - Paciencia puede significar para nosotras la capacidad de aguantar sin contacto físico durante el tiempo que tengamos que estar separadas. - No sé cómo, pero he conseguido sacarle una pequeña sonrisa. - Paciencia es el poder de contener todo lo que sentimos hasta que consigamos tenernos cerca.

-Paciencia es saber que esperar va a merecer la pena porque al otro lado siempre va a estar tú. - Me interrumpe de la mejor manera que podría hacerlo. Siempre, siempre, siempre tiene las palabras adecuadas. 

-Sí. - Sonrío. - Definitivamente esa es nuestra definición. 


martes, 20 de octubre de 2015

EL PEOR DÍA (2X35)

Hoy no es un buen día y lo noto en cuanto me incorporo en la cama y pongo el pie en el suelo. El izquierdo, para variar. Y no es que crea en ese tipo de supersticiones, ni en ninguna otra, pero lo he sentido nada más escuchar el sonido del despertador. Quizás tenga algo que ver haberme quedado dormida ayer mientras las lágrimas se me escapaban de los ojos. Es inevitable que cada día que pase la eche más de menos y, en ocasiones, me queda demasiado grande toda esta distancia. Cada kilómetro se multiplica por diez. Cada porción de agua que nos separa se convierte en dos. Cada partícula de aire entre nosotras escuece al respirar. No sé el por qué, ni el por qué otros días no, pero ayer me quemó en exceso tener que darle los buenos días cuando ella me deseaba dulces sueños. Dejé el móvil, tapé mi cabeza con las sábanas y lloré como llevaba sin hacerlo desde la última vez que la vi. Supongo que fue un ataque de sensibilidad que derivó en una nostalgia que decidió presentarse en mi cuerpo en forma de lágrimas y quedarse conmigo gran parte de la noche. Supongo muchas cosas y lo único que tengo claro es que no tenerla a mi lado mata más que un arma blanca. Día a día convivo con diferente estados de ánimo: durante unas horas estoy radiante de felicidad porque me veo muy segura de tener el antídoto contra la distancia, un rato después tengo dudas y cuando pasa algo más de tiempo me encuentro sumida en un llanto y considerándome una idiota por creer que vamos a poder llevar una relación así. A veces tengo suerte y estos varios días en el primer estado, pero otras veces mi ficha cae en la casilla negativa y pasa lo de anoche. Y una de las cosas que más me chocan es que, al contrario que en todas nuestras etapas ya pasadas, ahora soy yo la inestable, la que está envuelta en un vendaval de dudas y vaivenes. Mientras, ella me repite casi a cada instante que cuando el amor es tan grande como el que tenemos nosotras los más de nueve mil kilómetros que nos separan son solo números. Y lo dice tan feliz, con una sonrisa tan sincera, que no soy capaz de negarlo. Incluso me lo contagia durante un tiempo. Para ser sincera, agradezco enormemente que ella esté tan bien porque si no lo estuviera me vendría aún más abajo. Pero no. Está y no falla. Consigue hacerme reír hasta en los peores momentos y todo sigue saliendo rodado. Es verdad que no le confieso lo mucho que me duele la situación, pero se que lo nota. Lo sé porque cuando peor estoy es cuando más trata de hacerme creer que merece la pena luchar. Y cuando más ganas de llorar tengo es cuando más sonrisas me saca. Y siempre, absolutamente siempre, lo logra.



Afortunadamente, estoy muy inmersa en mi nuevo trabajo y tengo menos tiempo para echar de menos lo que he dejado en Madrid. Todos los días, excepto los fines de semana, entro a la oficina a las ocho de la mañana y salgo a las cinco, con más de una hora entre medias para comer. Ese es el horario que he firmado, pero no es el que cumplo. Realmente, mi hora de salida suelen ser más las siete o las ocho, a no ser que tenga algo que hacer.Y no es porque me obliguen, sino porque quiero. Prefiero estar allí adelantando trabajo o perfeccionando el hecho que irme a casa para darle vueltas a la cabeza. De esta forma, solo tengo a noche para machacarme pensando los kilómetros. Y, como es de suponer, tenemos muy poco tiempo para hablar por teléfono, y muchísimo menos para vernos por Skype. Aún así, hemos encontrado una hora a la que siempre podemos hacernos una llamada y lo cumplimos cada día: mientras tengo mi descanso para comer. En España es aproximadamente la hora de cenar y Malú suele estar menos ocupada. Y, si lo está, siempre se escapa de lo que sea para coger el móvil. Hablamos durante una hora. Puede que a la gente le parezca poco pero son los minutos que más cerca me siento de ella y los necesito. Por un momento no estoy pendiente de si está en línea, de si está a punto de irse a dormir o de si me va a responder antes de que tenga que marcharme a trabajar. Por un rato sé que todas mis oraciones serán respondidas al instante de salir por mi boca y no sabe nadie la ilusión que me hace. Ahí sí que se me olvida cómo de lejos está o cuánto quedará para vernos. Se me olvida hasta dónde estoy y qué me rodea. Siempre he dicho que su voz, ya sea hablando o cantando, era muy importante para mí. Pero ahora es más que eso. Ahora es darme cuenta de que sigue ahí, aunque sea al otro lado de un frío instrumento electrónico, haciéndome reír con su risa. Ahora es indispensable. Por otro lado, por Skype también nos vemos aunque no tanto como nos gustaría. Los fines de semana encendemos el ordenador a la vez, a la misma hora aproximadamente que realizamos la llamada telefónica el resto de días. Y eso es lo mejor que me puede pasar en las cuarenta y ocho horas que dura el fin de semana. Ella. Con su coleta de los domingos, la ropa de estar por casa y en una cama aún desecha. Casi tan preciosa como cuando, un día como el de hoy hace no mucho, me despertaba a su lado. Su sonrisa atraviesa todos los kilómetros y llena de luz la habitación de mi nuevo piso. Y me siento bien. Me siento tan enamorada como siempre.

Cuando llego a la oficina, Rachel me recibe sonriente y me da un abrazo. La verdad es que la chica me está ayudando en todo y hace que me cueste bastante menos adaptarme al nuevo entorno. Desde el principio somos inseparables, y eso ha hecho que nos hayamos cogido mucho cariño. De vez en cuando tomamos algo juntas, alguna día se ha hecho pasar por mi guía turístico y me ha presentado a gente para que me sienta menos sola en este lugar tan desconocido para mí. Rachel es un par de centímetros más alta que yo, aunque el uso de tacones nos iguala. Es muy delgada. En una ocasión me explicó que lo de no ganar kilos le viene de familia. Puede comer lo que le de la gana y su cuerpo no se hincha. A todos nos parecería una ventaja, pero a ella no. Dice que su delgadez le hace sentirse incómoda. Hace pensar que es frágil y débil y, en realidad, al conocerla te das cuenta de que esas dos palabras no entran en su descripción. Además, no le hace gracia que haya personas que crean que tiene un grave trastorno alimenticio, aunque ya lo tiene asumido. Como es de esperar después de ver su cuerpo, tiene un rostro muy fino. Con la cara alargada y unos pómulos pronunciados. Los labios son muy delgados, por eso suele pintarlos de colores fuertes para resaltarlos. Su pelo es castaño combinado con reflejos más claros, peinado casi siempre con unas ondas perfectas que le dan mucho volumen. En cualquier caso y, aunque el cuerpo sea lo primero que destaca de la joven, los ojos son lo más bonito que tiene. Son azules, muy claros. Casi grises. Casi transparentes.

-¡Hoy viene Nathan Evanson! - Exclama ilusionada Rachel en cuanto entramos a mi despacho.

-El mismo. - Comento al recordar la agenda para el día de hoy. - ¿Quién es?

-¿Quién es? ¿Me lo preguntas en serio? - La joven me mira horrorizada, como si no saber quién es el tal Nathan Evanson fuera peor que no haber aprendido a sumar en el colegio. - Te perdono porque acabas de llegar a Los Ángeles, pero... ¿Nos ves la televisión? ¿No miras las revistas? ¡Nathan está en todas partes!

-Tranquila, tranquila. - No puedo evitar reírme al ver la emoción con la que habla del chico. Salta de un lado para otro y acompaña cada palabra con movimientos de manos. - Bueno, pues explícame quién es porque sino voy a quedar fatal.

-¿Has visto el anuncio de los relojes deportivos AXY?

-¿Ese en el que sale un chico tomando el sol en la toalla, después se tira al agua de cabeza y sale apartándose el pelo de la cara como si fuera un dios del Olimpo?

-¡Sí, sí! ¡Ese es Nathan! - Se sienta en la silla que hay enfrente de mí y me enseña el fondo de pantalla de su móvil, en el que aparece el chico en primer plano, sin camiseta. Es el típico chico joven que vuelve locas a todas las adolescentes.

-Es mono... - Comento.

-¿Mono? ¿Solo mono? ¡Está buenísimo! Tú no lo ves porque te van las mujeres...

-Aunque me gusten las mujeres puedo apreciar cuándo un hombre es guapo, ¡eh! - Espeto haciéndome la indignada. Es verdad que los hombre ni me van ni me vienen, pero si es guapo, es guapo.

-Vale, vale. - Admite partiéndose de risa. Otra de las cosas que representan a Rachel es que siempre, absolutamente siempre, va acompañada de una bolsa inagotable de risas.

Según me comenta, Nathan es el chico más popular de Norteamérica y, a pasos agigantados, se está haciendo conocer en todo el mundo. Se dedica a hacer películas, principalmente, pero también es imagen de un número creciente de marcas. Perfumes, ropa, relojes, coches... Todos quieren que Nathan ponga cara a sus productos. El joven debe tener poco más de veinte años y ya tiene más dinero del que yo tendré en toda mi vida. El público adolescente está exaltado desde que el actor se dio a conocer en una película romántica hace unos meses, y ahora le llegan trabajos de todas partes. Además, según sale en la prensa, empezó a salir hace poco con Alison Collins, una chica que tiene las mismas características que él: joven, adinerada, actriz, guapa e infinitamente popular.

A las once habíamos quedado con el actor y su mánager en mi despacho. Primero firmaríamos unos cuantos papeles básicos de la empresa y rápidamente iríamos un par de plantas más abajo, donde tenemos una sala ya ambientada para la sesión. En este caso es publicidad para una marca de ropa interior masculina, así que hemos diseñado una pequeña habitación para tomar las fotos del chico en la cama. Pero a las once no aparece. Ni a las doce.Y a mí, que en aspectos de trabajo soy excesivamente profesional, me irrita la falta de puntualidad. Si me retraso dos horas con esto, luego tendré que hacer a destiempo mis otras tareas. Es casi la una cuando Rachel llama al teléfono de mi despacho informándome de que acaban de llegar. El recibimiento que les hago, como era de esperar, no es demasiado efusivo ni amable. Cuando pasan, les saludo con un frío apretón de manos. Además, ni siquiera se disculpan por haber llegado con tanto retraso. A la derecha se sienta el mánager. Es un hombre que rozará los cuarenta años de edad. Viene con un traje negro, acompañado de corbata roja y camisa blanca. Muy elegante. El pelo lo lleva engominado hacia atrás y con la barba bien recortada. Al mirarlo detenidamente me doy cuenta de que probablemente no llegue a los cuarenta. De hecho, puede que acabe de pasar los treinta. Pero de primeras, entre tanta frialdad y elegancia, da la impresión de que tenga más edad de la que seguramente tiene. Y, a la izquierda, toma asiento el hiper famoso Nathan Evanson. Es tal y como le recordaba en los anuncios. Lleva unos pantalones ajustados negros con alguna rotura, una camiseta simple de color blanco y una chaqueta de cuero del mismo color que lo pantalones. No tiene ni un poco de barba, intuyo que por su corta edad y el papel de adolescente que interpreta en las películas. En cuanto al pelo, es castaño claro y tiene un tupé no demasiado pronunciado. Mi compañera de trabajo me había dicho que lo que más le gustaba de él eran sus ojos, pero no puedo comprobarlo porque los esconde tras una gafas de sol negras. Ni siquiera habla. Simplemente se sienta con las piernas abiertas para dejar en el hueco que queda entre ellas un casco de moto y se dedica a masticar chicle descaradamente.

-Bueno, firmamos estos papeles y bajamos para empezar cuanto antes. - Dejo frente a ambos unos folios e indico la esquina inferior derecha en la que tienen que dejar sus firmas.

-Primero quiero leerlos. - Comenta el mayor de los dos. Es una postura totalmente normal. Todos los clientes leen los documentos antes de firmarlos. Pero es que ellos han llegado horas tarde y ahora van con la parsimonia de una persona que llega antes a cualquier parte. No dejo de mirar el reloj para denotar mi prisa, y tengo la impresión de que él cada vez más despacio. Mientras tanto, Nathan sigue a los suyo jugueteando con el móvil.

Tarda casi quince minutos en leer, hacer algunas preguntas sobre los documentos y firmar. En cuanto acaba, les acompaño a la planta de abajo, en la que maquillaran al chico y le pondrán la ropa adecuada para la sesión. Mientras, en la misma sala, yo voy a un cuarto en el que me puedo poner algo de ropa cómoda. Lo hago rápido. No puedo perder más tiempo de todo el que ya me falta. Unos pitillos, una camiseta ancha y unas deportivas. Por último, me recojo el pelo con el moño habitual para fotografiar. Cojo la cámara y voy a la sala. Aún no hay nadie pero, sinceramente, eso no me sorprende. Solo espero que no tarde mucho en aparece el dichoso famoso que, de primeras, no me ha caído nada bien y no tiene pinta de que vaya a cambiar de postura. Solo veo cómo las manecillas de mi reloj van girando, y yo empiezo a girar también nerviosa por la sala. A las dos y media es mi hora de comer, y ya pasa la una y media.

Unos minutos más tarde aparece por la puerta envuelto en una bata y con un arsenal de maquilladores y maquilladoras. Por lo menos son cinco personas las que le siguen, supongo que para ir retocando el maquillaje y el pelo durante el tiempo que pasemos juntos. De todas formas, me sorprende y a la vez me desagrada. Me sorprende porque estoy segura de que están aquí porque él lo ha pedido y no estoy acostumbrada a ello, y me desagrada porque me quita movimiento y fluidez a la hora de trabajar.

-Empezamos rápido. - Comento mientras cojo la cámara que llevo colgada al cuello.

-Sin prisas. - Me corta el actor. Es la primera vez que le oigo hablar y no podía haber dicho nada peor. ¿Sin prisas? Parece que no se ha dado cuenta del retraso que llevamos. Aún así, decido callarme para no darle una mala contestación.

-Vamos a hacer primero una fotos simples para ajustar el brillo y luego nos ponemos con lo bueno.

-No eres norteamericana, ¿verdad? - Me pregunta de pronto.

-No. - Respondo de manera escueta. - Siéntate en la cama y mira a la cámara sin sonreír.

-¿Y de dónde eres? - Me vuelve a hacer una pregunta como si le dieran igual mis indicaciones, a pesar de que se ha sentado y he podido hacer la foto que quería.

- Ahora ladea la cabeza mirando al suelo. - Se lo pido y así lo hace.

-Venga, jugamos a un juego. Dime tu nombre e intento adivinar de dónde eres. - Propone con una sonrisa pícara.

-Vamos a jugar a otro juego: tú te conviertes en modelo y yo seré tu fotógrafa. ¿Qué te parece? - La verdad es que se me escapa. He sonado muy borde, pero es lo que me apetecía decirle. Contra todo pronóstico, Nathan se tapa los ojos con la manos y empieza a reírse. Aprovecho y tomo una foto de ese gesto. La verdad es que es idiota, pero también muy fotogénico. - Empezamos ya las fotos buenas. Ponte de rodillas en la cama.

Durante un rato consigo que la sesión vaya medianamente bien. Cumple con todo lo que le voy indicando y la verdad es que sale bien en cada captura. El chico es guapo, no puedo negarlo. Además, Rachel tenía razón respecto a sus ojos. No son ni verdes ni azules, pero tienen un tono marrón miel que llama mucho la atención y queda genial ante la cámara. Fotografiarle es fácil. Lo difícil es aguantarle. Sus preguntas comprometidas y frases de mal gusto me llevan a un punto en el que tengo que contenerme para no perder los nervios. Pocas veces me he sentido tan incómoda en una sesión, y menos cuando, para colmo, la persona que tengo delante lo hace bien. Odio su actitud. Cada gesto y cada postura los hace creyéndose que nadie en el mundo tiene mejor cara o mejor cuerpo que él. Se le ve altivo a kilómetros de distancia y eso no me gusta ni un pelo. Encima tengo que aguantar pausas cada dos minutos porque al señorito se le descoloca el pelo un milímetro y tiene que acudir su ejército a dejarle perfecto.

-Son las dos y media. Vamos a tomarnos un descanso y luego seguimos. - Propongo cuando llega mi hora de comer.

-Lo siento, pero no va a ser posible. - Interviene el mánager del actor que, durante el resto de sesión, había permanecido sentado en una silla sin despegar la mirada de su tablet. - Tenemos otros compromisos.

-Ya, pero es mi hora de comer. - Comento mientras sigo recogiendo mi cámara.

-Podemos seguir y comes más tarde.

-Yo también tengo otros asuntos que he tenido que retrasar por su retraso, así que no pretenda que ahora sigamos como si nada. - No solo me muero de hambre, sino que este es el único rato que puedo aprovechar para hablar con Malú por teléfono y  no me apetece perderlo.

-Pues lo siento, pero Nathan y yo nos tenemos que ir. Vendremos otro día.

-¿Cómo que otro día? - Pregunto atónita. - Mañana tenemos que entregar a la empresa las fotografías para que empiecen a hacer la publicidad de sus productos.

-Venga, ojos bonitos... - Dice el actor con voz melosa.

-¡Tú cállate! - Reacciono tras sus palabras. Lo único que desencadeno en él son risas.

-Usted verá cómo lo soluciona. - No me puedo creer lo que está pasando. Como todos los famosos con los que tenga que trabajar sean así voy a acabar harta de mi trabajo, y eso es algo que jamás me podía haber imaginado. Vuelvo a coger la cámara resoplando. No me queda otra que seguir con la sesión saltándome la comida y la llamada. Por primera vez desde que me fui de España no iba a hablar con ella a la hora de comer.

Forzada y con una actitud mucho más negativa que antes, continúo con la sesión. Nathan no deja de sonreír y de mirarme como queriendo decir: yo soy el famoso y he ganado. Y yo no dejo de pensar en las ganas que tengo de darle un puñetazo en la cara bonita que le ha hecho famoso. Porque estoy segura de que como actor no vale todo lo que cobra.

Casi una hora después, la sesión finaliza. Por fin. Nunca creí que, después de tantos obstáculos, fuera a acabar todo esto. Me despido con frialdad de ambos y salgo por la puerta rezando lo poco que sé porque nunca más tenga que trabajar con ellos. Son desagradables, impuntuales, poco comprensivos y una gran lista de adjetivos que no quiero perder el tiempo en continuar. Miro el reloj y me doy cuenta de que son casi las cuatro y media. Mi hora de salida era a las cinco, así que ni paso por el despacho. Lo que me queda lo tomaré como la hora de comida que tengo preestablecida. Hoy no me apetece hacer horas de más. Cuando voy a irme, Rachel me asalta para agobiarme con millones de preguntas sobre el famoso con el que acabo de compartir unas horas, desgraciadamente. Solo le digo que mañana me quedo después del trabajo a tomar algo con ella y le cuento lo idiota que es su querido amor platónico.

Mi idea era pasarme a comer a un bar que hay al lado de la oficina. Pero, justo cuando estoy a punto de entrar, cambio de opinión. Me apetece más llegar a casa, comer cualquier guarrada y tumbarme en el sofá. Encamino mis pasos hacia la parada de autobús, que a esa hora está vacía. Parece que acaba de pasar hace poco así que me toca esperar. Al llegar, echo un vistazo a mi móvil. Tengo muchos mensajes y varias llamadas perdidas de Malú. Los primeros mensajes son saludos, los siguientes preguntas preocupadas y, para terminar, se despide esperando que todo esté bien. Intento llamarla, pero es en vano. A esas horas ya debe de estar haciendo una entrevista o algo por el estilo, así que le pongo un mensaje explicando que he tenido un día difícil de trabajo, que ya le explicaré y que lo siento.

- ¡Ey! - Una moto se para delante de mi y el conductor me saluda. No reconozco quién es, por lo tanto vuelvo a centrarme en los mensajes. - ¡Rubia! ¿Ya te has olvidado de mi? - Sube el cristal del coche y me muestra sus inconfundibles ojos. No me puedo creer que no pueda librarme de él.



-Ojalá me hubiera olvidado de ti. - Comento tajante.

-¡Venga, no seas borde! Sube y te invito a comer.

-¿Tú no tenías muchos compromisos? - Pregunto recordando cómo su mánager me había hecho seguir la sesión sin pausar para comer.

-La verdad es que me están esperando en una reunión de empresa... Pero es muy aburrida. Prefiero ir a comer contigo.

-Lo siento, pero no iría a comer contigo ni aunque fueras la única persona del planeta y me estuviera muriendo de hambre. - De nuevo, su risa. Cada mala contestación que le doy se la toma con una sonrisa, como si le gustara.

-Quiero saber cómo se llama y de dónde es la única chica que conozco que no querría venir a comer conmigo.

-Pues te vas a quedar con la duda.

-Eso ya lo veremos... - Vuelve a arrancar la moto y baja el cristal del casco. - ¡Hasta pronto!

Por fin, le veo desaparecer por la carretera. Ahora sé que no tendré que volver a verle, a excepción de en revistas, televisión y las fotografías que aún tengo que retocar y mandar a la empresa de ropa interior esta misma tarde. Sin duda, ha sido el peor día de mi estancia en América. Empezó mal y tener que soportar a un niñato consentido que siempre tiene lo que quiere no ha ayudado. Lo que necesito es llegar a casa y que ella esté esperando para recibirme con abrazos y besos. Que me haga un zumo de esos que ella llama "sanadores", en los que mezcla todas las frutas que encuentra en su camino, y no siempre están buenos. Que sus perros me reciban con todas sus babas y quejarme hasta que sea ella la que me bese. Pero no. Al abrir la puerta de mi piso no hay nadie que me reciba. Solo hay luces apagadas y silencio. Y pronto reaparecen las ganas de llorar con las que me desperté por la mañana para decirme que, tal y como esperaba, no iba a ser un buen día.