martes, 11 de octubre de 2016

TIEMBLO (2x47)

Cuando tomé la decisión de apartarme de toda la civilización no me imaginé el cambio tan drástico que podría provocar en mi vida. En esta casa situada en un pequeño perdido pueblo en el que no hay más de cincuenta habitantes he cambiado mi forma de ser y de estar. He descubierto lo que es vivir en discreción, realizar mis aficiones sin ser perseguida, hablar con personas sin miedo a que lo que les diga pueda estar publicado en todas las revistas al día siguiente, o algo tan básico como salir a pasear con mis perros. En un principio vine con mi madre. Estaba tan desanimada, tan encerrada en mis propias penas, que tenía miedo de que no pudiera valerme por mí misma. Y, para ser sinceros, durante un tiempo fue así. Gracias a mi madre comía, me aseaba, andaba y hablaba. Y fue así hasta que decidí que era demasiado mayor como para depender tanto. Que no podía tirar de ella hasta la profundidad de mi pozo porque sería más doloroso para las dos. Entonces le pedí que se fuera prometiendo que cuidaría de mí misma. Fui yo la que terminó haciendo sus maletas ante todas sus negativas.

Después de casi un mes todo es muy diferente de aquellos trágicos primeros días en esta casa. Me levanto, desayuno, salgo a correr mientras paseo a mis perros... Además, la soledad me ha obligado a tomar nuevos hobbies: leo por las noche antes de dormir, escribo como terapia todo lo que pienso, me engancho a cada serie que me encuentro, hago nuevas recetas... Si mis amigos y familiares me vieran no me reconocerían. Pero lo que más me gusta de haberme ido, haber huido en cierto modo, es poder decir que me encuentro mejor. Que aunque me acuerdo de ella ya no lloro cada hora. Que aunque la echo de menos ya puedo tragar saliva sin que me duela el pecho. Que voy aceptando su ausencia en esta nueva forma de vida, en vez de negarme a mí misma que esté pasando.

Esta mañana, como todas desde hace ya una semana y media, tras desayunar me pongo ropa deportiva, cojo a mis perros y salimos por un pequeño sendero cercano a la casa que atraviesa el campo. Ellos pasean o juegan con una pelota mientras yo corro un rato para mantener el cuerpo en forma. Aunque en Madrid también hacía deporte y no dejaba a un lado mi preparación física, aquí lo hago sin presiones y me sienta mucho mejor, aunque el aire libre influye en esta sensación. Pero hoy el día no ha despertado como otros. Huele a humedad y poco a poco el cielo se va encapotando. En cuanto me cae una primera gota casi inapreciable de lluvia le pongo la correa a los perros e inicio el camino al centro del pueblo, donde hay un par de tiendas y algún bar habitualmente desamparados.

-¡Buenos días! - Saludo a la dueña de la pequeña tienda donde voy a comprar el pan desde que llegué aquí.

-Buenos días, cielo. ¡Muy fresca vienes tú para la que está a punto de caer! - La mujer tiene razón. Simplemente llevo unas finas mallas y una camiseta deportiva de tirantes, pero no me esperaba un clima así. Observo tras el escaparate de la tienda y efectivamente el cielo cada vez está más ennegrecido. - ¿Qué te pongo?

- Lo de siempre: una barrita pequeña. Con eso me sobra y todo.

-¿Otro día sola, chiquilla? Con lo guapa y joven que eres... A ver si encuentras a algún muchacho que te saque un poco de casa.

-Déjese, Pilar, déjese. No quiero oír hablar del amor en mucho tiempo.

-Anda, anda. Eso no lo puedes controlar, cariño. Un día llega y te acorrala, y di lo que quieras pero no te libras.

-Dímelo a mi... - Le doy el dinero con una mano mientras que con la otra cojo la barra que ha posado en el mostrador. - Pero bueno, por ahora estoy así muy tranquila.

-Lo importante es que seas feliz.

Sonrío y me despido saliendo por la puerta. Me encanta hablar con Pilar porque ni siquiera sabe quien soy. Es una señora mayor, rondará los setenta años, que ha vivido en este pueblo desde que era niña. Apenas ve la televisión, apenas escucha la radio, apenas tiene conocimiento de que hay más mundo tras los escasos kilómetros cuadrados que ocupa este lugar. Pero su afirmación me deja pensando en si realmente ahora soy feliz. Esa es la pregunta que me hago desde que me fui de Madrid sin llegar a una conclusión certera. En un principio tenía claro que no porque pasarse llorando cada hora del día no podría definirse por nada del mundo como felicidad. Pero, ¿y ahora? Me voy curando poco a poco, me encuentro mejor, nadie me reconoce. Algunas carencias de mi anterior vida se compensan con otras cosas pero, ¿ha sido el cambio tan bueno como para querer mantener esta situación? Y la respuesta es que no lo sé, porque unos días estoy tan segura de una decisión como otros días de otra.

En cuanto salgo de la tienda la lluvia empieza a caer de manera incipiente y lo que parecía un día nublado se convierte en una verdadera tormenta. Hace frío. A pesar de ser las once de la mañana aparentan ser las ocho de la noche. Desde donde me encuentro hasta mi casa andando no son más de diez minutos, pero si sigo a ese ritmo voy a coger un constipado de miedo, así que empiezo a correr seguida por mis perros. Hacía tiempo que no veía llover de esa manera tan estrepitosa. Incluso puedo escuchar truenos. Y más relámpagos siento minutos después cuando me acerco a la casa y en la puerta veo aparcado un coche que conozco de sobra. No sé si salir corriendo hacia esa dirección o la contraria. Un nudo se me pone en la garganta a la vez que mis pies se clavan al suelo. Miro la matrícula por si quedaba alguna duda y compruebo que no me equivoco. Mis perros ladran y tiran de mi queriendo llegar de una vez a casa. De pronto, la puerta del coche se abre y puedo verla aparecer. La fuerza que hacen mis animales me obliga a soltar las cuerdas y dejarles correr hacia la persona que tengo a menos de cincuenta metros. Rápidamente llegan a ella y la llenan de besos, mimos y ladridos cariñosos. Se agacha y les devuelve todo el cariño que llevaban tanto sin poder compartir. Y yo, por fin, avanzo con pequeños y temerosos pasos. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? ¿Cómo saludar a esa persona que tanto tiempo intentabas borrar de tu vida? Según me acerco me van temblando más las piernas. No logro levantar la mirada del suelo porque no sé cómo puedo reaccionar al verla de cerca teniendo en cuenta que en este tiempo solo su recuerdo llamaba a mis lágrimas.

-Hola, Malú. - Cuando por fin llego a su lado, levanto la vista y me encuentro con una débil sonrisa, como si tuviera ganas pero dudara de si es o no lo correcto.

-¿Qué haces aquí? - Consigo componer la frase a pesar del tembleque de mi labio inferior.

-Lo necesitaba. - Entonces, sin merodear ni explicaciones, da un paso adelante y busca mi boca delicadamente. Lo veo venir en cuanto mueve un centímetro de su cuerpo pero no soy capaz de evitarlo. Ni quiero ni puedo. Sus labios simplemente se posan en los míos y conversan en silencio sobre lo mucho que se han echado de menos. Y mi cerebro, por su parte, piensa en que su olor es exactamente igual que el que había intentado olvidar. Sus manos de abren camino entre mi empapado pelo y frenan cuando están a ambos lados de mi cara, prolongando el beso y haciéndolo más profundo. Mis dedos, temerosos e incapaces de actuar con fluidez, se agarran como pueden a la parte baja de su espalda. - Vuelve... - Susurra con sus labios aún en contacto con los míos. Se me estremece el cuerpo de punta a punta. Ella ha puesto las cartas sobre la mesa y ahora depende de mi seguir o no la jugada.

-Vamos dentro. Estamos chorreando.

Abro la puerta de casa y mis perros son los primeros que entran apresurados para rebozarse con la alfombra con el propósito de secarse. Cojo del baño un par de toallas y le tiendo una a Patricia, que me lo agradece con una sonrisa. Ambas parecemos recién sacadas de la ducha.

-Es acogedora. - Comenta observando minuciosamente la casa.

-La verdad es que los anteriores dueños tenían buen gusto. - Camina hacia mi y pone sus manos en mis caderas. Busca mi mirada pero no logro mantenerla.

- Malú, ¿eres feliz aquí? - De nuevo la misma pregunta sin repuesta. Me doy la vuelta y camino hasta sentarme en el taburete de la cocina. Patricia me sigue y se sienta al lado. - He venido porque necesito saberlo. Si eres feliz así me voy y me olvido de que podamos tener cualquier mínima posibilidad. Pero si no, Malú... Si conmigo eras más feliz, no me voy a ir de aquí si no es de tu mano.

En ese momento se me pasa por la cabeza el primer día que pisé esta casa. Tenía los ojos llorosos y caminaba siguiendo los pasos de mi madre. La había encontrado buscando por internet y tenía buena pinta, y eso fue lo que me transmitió nada más entrar. Los muebles eran bonitos, la chimenea era preciosa y el espacio reducido haría más fácil aceptar que estaría sola. Sin embargo, había un falló: No estaba ella y yo solo podía imaginármela haciendo suyo cada rincón de esa casa. Y ahora, al levantar la mirada y verla a mi lado, parece que se me ha cumplido un sueño. Entonces estoy segura de que soy feliz ahora que ha llegado y de que la única respuesta a mis dudas lleva su nombre.

Tomo la iniciativa y atraigo su cabeza a la mía librándome por fin de cualquier atadura. Sin pánicos inservibles. Dejo la mente en blanco y me limito besarla otra vez como si fuera la última, pero sabiendo que es la primera de una nueva etapa.




Se acerca despacio sin quitarme la vista de encima. Sabe perfectamente que sus ojos siempre han sido mi debilidad. No dice nada y yo tampoco lo hago, pero no hace falta, nuestras miradas hace tiempo que aprendieron a entenderse, a hablar por si solas… Brillan con fuerza porque saben lo que viene ahora, saben que nada ni nadie ha podido destruir este algo tan grande que tenemos.

Con ambas manos me acaricia la cara y una sonrisa se dibuja en sus labios. Es entonces cuando mi mundo interior se tambalea solo con verla sonreír. Y es que de nuevo tiene esa sonrisa capaz de transmitirme que estando juntas nada malo puede ocurrir. Esa que tantas veces durante el último mes he intentado olvidar, pero ya se sabe que las batallas contra los sentimientos siempre se pierden.

—Te quiero.


Algo tan simple como dos palabras y es curiosa la falta que hacen para poder seguir adelante. Echaba tanto de menos escuchar un 'te quiero' en su voz... Suena tan sincero que creo que me tiemblan las piernas. Mis labios comienzan inconscientemente a dibujar una sonrisa, la más grande del mundo. Inevitablemente me da por dudar de que todo esto sea verdad o un mero producto de mi imaginación, así que ahora soy yo la que busca sus mejillas para acariciarla. Todavía está mojada por la que nos acaba de caer encima, pero no puede ser más real. Sin dejarme la posibilidad de responder me besa dulce y suavemente. Lo hace despacio, como si el tiempo ahora mismo no amenazara con pasar. Y eso parece, por un momento parece detenerse. Le respondo aumentando la intensidad, pero de nuevo la disminuye.


—Shh, no tengas prisa amor.


—He esperado este momento demasiado tiempo.

—Tenemos toda la vida... -susurra justo antes de entrelazar nuestras manos.


De nuevo nuestros labios se unen y comienzan una batalla interminable. Ella se entretiene jugando y mordiéndolos hasta conseguir volverme completamente loca. Solo les da una tregua para buscar mi lengua y comenzar la guerra con ella. Da igual el tiempo que pase, siempre encajaran como dos piezas de puzzle. Dos piezas de puzzle cuyo único destino es encontrarse y estar juntas.


Sus manos sobre mi cintura me guían hacia la habitación por un camino improvisado de besos y caricias. Le quito la camiseta que está empapada por la lluvia y ella hace lo mismo con la mía.
Interrumpe los besos para cerrar la puerta cuando llegamos a nuestro destino. Me aparto un poco para mirarla y me responde mirándome de arriba a abajo y mordiéndose el labio inferior, gesto que me hace perder la poca razón que me queda. De un salto me cuelgo literalmente de ella, cosa que aprovecha para caminar conmigo en brazos hasta la cama y dejarme caer sobre el colchón. Se coloca encima, sentada a ambos lados de mis piernas, y ataca en esta ocasión mi cuello. Acaricio su espalda con un solo dedo para comprobar como su piel se eriza a mi paso. Me libro de su sujetador desabrochándolo con la ayuda de las dos manos, algo que a ella parece costarle menos trabajo, porque a la que quiero darme cuenta está jugando con esa parte de mi cuerpo que la prenda escondía. Los toca y muerde a placer. Aprieto los labios para evitar gemir cuando sus dientes dejan de calcular con exactitud la fuerza de las mordidas. Es una mezcla de placer y dolor demasiado excitante. Ahora sus manos han tomado un rumbo diferente, tienen un nuevo objetivo: mis pantalones. No ha perdido habilidad y lo consigue a pesar de la dificultad que supone deslizarlos cuando están mojados. Y yo tiemblo a su paso. Tiemblo al mínimo contacto de su piel con la mía. Tiemblo porque sé lo que viene ahora, ese momento que tanto había esperado y que después de todo pensé que nunca más llegaría. Me siento como en nuestra primera vez. Estoy tan nerviosa que creo que el corazón se me va a salir del pecho de un momento a otro. Ella se da cuenta, como se da cuenta de todo lo que tiene que ver conmigo. Y al igual que en aquella primera vez, también está aquí para tranquilizarme.


—Te amo -susurra en mi oído.


Mi ropa interior también desaparece. Y ya no sé si me la ha quitado o se me ha caído al escucharla pronunciar esa última frase. Cuando comprendo sus intenciones la cojo por la espalda y la giro con cuidado para dejarla debajo, me apetece coger las riendas y disparar en primer lugar. Ya he dejado de temblar y quiero que ahora sea ella la que lo haga. Me deshago de toda la ropa que le queda. Estoy en ese punto en que todo me molesta y no puedo tocar nada que no sea su piel. Rondo con mi mano su zona más prohibida, con calma, aumentando nuestro juego y provocando su desesperación. Se mueve inquieta y me mira con carita de niña buena. Me gusta tanto que podría estar así siempre, pero nuestro contacto se rompe cuando busca mi boca de manera ansiosa y es ese beso el que enciende la mecha y deja libertad a mi mano para hacer realidad sus deseos. Un grito de placer retumba entre las cuatro paredes de la habitación y yo vuelvo a su boca para callar sus gemidos a golpe de besos. Y lo consigo a medias, algunos consiguen escapar creando una melodía que a mí personalmente me encanta. Mi ritmo aumenta y su respiración se agita, sé que la tengo donde quiero y dejo de besarla para mirarla cuando llegue al punto máximo, algo que no se hace esperar. La iluminación es escasa en el cuarto, solo algunas líneas de luz consiguen abrirse paso por los pequeños agujeros de la persiana que está casi abajo, sin embargo su mirada tras el orgasmo es alucinante, puedo ver el verde de sus ojos intensificado como nunca antes. Me dejo caer sobre su pecho y noto como sus latidos se ralentizan a la vez que su respiración vuelve a ser normal.

Sonríe mientras se retira el pelo hacia atrás resoplando de manera satisfecha. Con un giro hábil me coloca debajo para intercambiar los papeles. Cierro los ojos porque sé que ha llegado mi momento, y de nuevo tiemblo. Respiro profundamente para relajarme, pero no puedo conseguirlo porque veo a Patri descender por mi cuerpo con pequeños besos hasta llegar a esa zona que acaricia sin ningún tipo de miedo. Me estremezco en el primer contacto de su lengua en mi piel. Se da cuenta porque deja escapar una sonrisilla de satisfacción. Y al igual que hiciera yo antes, ralentiza sus intenciones para alargar más mi sufrimiento, e inexplicablemente me gusta que lo haga.

—Patri... -susurro con tono de súplica.

Casi no me da tiempo a terminar la frase cuando la tengo de lleno recorriendo hasta el rincón más oculto de mi intimidad. Cierro los ojos y gimo sin contención ninguna. Mis manos no se deciden del todo, así que alterno entre agarrar las sabanas con fuerza y enredarlas en su pelo para hundir su cabeza más en mí. No tardo en llegar donde quería. Toco el cielo y la estrella más lejana del universo con esas manos indecisas momentos antes. Mi respiración se relaja a la vez que lo hace mi cuerpo, y ella me observa divertida apoyada sobre mi ombligo. La obligo a subir hasta que volvemos a fundirnos en un largo y apasionado beso. Me recuesto sobre su pecho abrazando su cuerpo desnudo mientras ella deja un beso en mi cabeza.

—¿Como has tardado tanto? - Pregunto con la voz aún entrecortada. 

- Creía que estarías mejor sin mi. Parecías tener tan claras las cosas la última vez que nos vimos... - Confiesa. Nada más lejos de la realidad. - Necesitaba venir y comprobarlo.

-No he dejado de dudar sobre si había hecho bien alejándome de todo desde el primer día en que pise este pueblo.

En silencio, se tumba a mi lado de tal manera que quedamos la una frente a la otra intercambiando miradas. Sus ojos verdes, brillantes, no pueden transmitirme más seguridad. Por fin tengo claro todo lo que quiero.

-¿No estás deseando subirte otra vez a un escenario? - Quiere saber mientras me coge de la mano.

-Con todas mis ganas. Pero va a tener que esperar porque tenemos algo muy importante que hacer. - Se ríe y me pide que le cuente lo que ronda por mi cabeza.

-Quiero que tengamos un bebé de una vez por todas y nos vayamos a vivir juntas.

-----

¡Hola! Esta vez he tardado menos en subir, ¿eh? Siento la espera igualmente, pero se me va de las manos. Y no hubiera sido posible que el capítulo estuviera ya si no fuera por la ayuda de Marta, que como os imaginaréis a escrito todo lo que aparece en cursiva.






¡Gracias por seguir!