viernes, 26 de diciembre de 2014

TE NECESITO AQUÍ. (2x18)

Probablemente el beso más doloroso de mi vida. Así podría describir ese desliz. La angustia y el miedo se apoderaron de mi en cuanto sentí que nuestros labios se juntaban. Un nudo se ancló en mi garganta para dejarme sin habla y sin respiración. Miro a Patricia desde cerca. Sabe cómo me siento. Sus ojos están por una parte sorprendidos. Al igual que yo no se acaba de creer lo que ha pasado. El gran error que hemos tenido. Después su mirada cambia drásticamente como para querer transmitirme seguridad y apoyo. Pero es tarde. Observo a mi alrededor y veo a las decenas de fotógrafos apuntándonos con sus cámaras y, muchos de ellos, aun con la boca abierta. Siento frío y cómo me tiemblan las piernas. Cierro los ojos y me llevo una mano al pelo. Y de pronto tengo calor. Es una mezcla de sentimientos y sensaciones que no soy capaz de controlar. Rosa, mi mánager, pronuncia mi nombre. Está a mi lado, pero el sonido me llega como si estuviera a kilómetros. No se me ocurre qué hacer y la única opción para la que mis piernas reaccionan es para correr. Salgo corriendo lo más rápido posible hasta que encuentro un baño y me encierro en él dando un portazo. 

-¡Malú, abre! - Patri llama a la puerta repetidamente. - ¡Por favor, déjame entrar! Cielo, no pasa nada. Buscaremos la forma de arreglarlo. 

Ni las mejores palabra de súplica hubieran logrado convencerme de que abriera la puerta. Siguió llamando hasta que pasó el tiempo y, sin más, deje de escuchar su voz.  Tirada en el suelo, con las rodillas dobladas y las manos tapándome la cara me sentía demasiado frágil. Más débil de lo que nunca me había sentido. No era la primera vez que me sentía así, pero sí la peor. En una ocasión, cuando publicaron mis fotografías con Patricia, me pasó algo parecido. Pero esa vez tenía solución. Las imágenes no tenían por qué delatarme y bastó con decir que éramos amigas. Pero ahora no tenía arreglo. Nos han pillado besándonos y eso no había forma de ocultarlo. Mi mundo, todo por lo que he luchado, pende de un hilo. O al menos así lo veo yo. Está en juego toda mi trayectoria profesional. Me da miedo que las marcas no me quieran como imagen, que las discográficas ya no inviertan en mi voz, que mis fans se sientan defraudados... He estado siempre tan pendiente del qué dirán que ahora, cuando las cosas pueden cambiar, me da vertido enfrentarme a ello. Siempre he sabido que me pasaría factura. Controlar cada uno de mis movimientos no debe ser bueno. Te cohibe. Vivir se hace cuesta arriba al tener que ocultar parte de ti. Siempre lo he sabido pero siempre he preferido ignorarlo. Por cobarde, por vergonzosa, por recatada o por lo que sea.  Pero lo he hecho y por eso ahora estoy donde estoy: llorando y temblando en un baño. Y me pasaría aquí durante horas y horas. Pero mi parte profesional sigue siendo tan dura como siempre y decido levantarme, lavarme la cara, retocarme el maquillaje y salir de mi pequeño cobijo. 

Fuera no hay nadie. La soledad de los pasillos me enfría por dentro. No sé si es mejor eso o que hubiera estado repleto de gente. Por un momento vuelve a aparecer en mi mente a idea de huir. Marcharme de ahí e ir a casa sería tan fácil... Pero no. Mis pasos se dirigen a las escaleras que conducen al asiento que hay reservado para mi en las gradas del recinto. Cuando llego me siento sin mencionar palabra a Rosa, que está sentada a mi lado y me mira sin saber qué decir. Tengo la esperanza de que haga su magia, como otras veces, y me diga que ella va a solucionarlo. Que las fotografías no van a ser publicadas. Que mi vida no va a cambiar. Pero no. Por la manera en que sus sé compadecen de mi me doy cuenta de que no hay manera de enmendar el error. Agacho la cabeza y así paso el resto del evento. 

-Atenta. - Mi mánager me golpea sutilmente la pierna haciendo que alce la cabeza y preste atención al presentador de la gala. 

-Bueno, y ha llegado la hora de entregar el premio a mejor canción del año. - Antes, hace unas escasas horas, tenía ilusión por que llegara este momento. Deseaba ganar este premio. Pero ahora me da igual. Tengo cosas más importantes por las que preocuparme. En las pantallas del Palacio salimos los nominados. Después de las presentaciones, el presentador abre el sobre. Se hace el interesante y se ríe antes de decir quién es el afortunado. - ¡Malú! 

Rápidamente Rosa me levanta y me abraza mientras me da la enhorabuena por el logro. El Palacio estalla en aplausos. Y yo finjo mi mejor sonrisa, que queda muy lejos de una sonrisa sincera. Aplaudo al público y bajo la rampa. Cuando me dan mi premio me pongo detrás del atril.




 Se supone que tengo que dar un discurso sobre lo genial que es ese momento y agradecer a todo el mundo que ha votado. No soy capaz. Ni siquiera puedo abrir la boca. Miro a todos lados, al público, al escenario, y lo único que siento es miedo de poder perderlo. Al agobio que había padecido anteriormente en el baño vuelve con más fuerza. Y me desplomo. Sin más. Pierdo la consciencia y todo se vuelve negro. 




Pestañeo un par de veces para poder abrir los ojos. Unas fuertes punzadas me taladran la cabeza. No sé dónde estoy pero quiero irme. Cuando intento levantarme unas manos me frenan obligándome a volver a tumbarme. Es un chico joven con una chaqueta naranja. Es entonces cuando miro a mi alrededor. Estoy tumbada en una camilla y un montón de artilugios médicos me rodean. 

-¿Dónde estoy? - Logro preguntar. 

-Soy Pablo, enfermero. Estás en la ambulancia. 

-¿Qué me ha pasado? 

-Tuviste un desmayo durante la gala y te hemos traído aquí para que estés más tranquila. No es necesario que te llevemos al hospital, pero queremos tenerte en observación por si acaso. - Entonces me acuerdo de todo. El beso, el baño, el premio y la caída. Vuelvo a agobiarme y escucho una máquina que pita. 

-Quiero irme. - Jadeo y pronunciar cada palabra es difícil. 

-Si te tranquilizas podrás hacerlo en un rato. - El joven enfermero me coge la mano y pasa un paño húmedo por mi frente. - Te has dado un golpe en la cabeza al caer y si te mueves mucho te va a doler.  

-Yo solo quiero verla y arreglar las cosas... - Cierro los ojos y trago saliva. 

-No te preocupes por eso. Tu mánager esta fuera esperando y podrás verla un unos minutos. 

No es a ella a quien me refiero. Quiero ver a Patricia. Lo necesito. Quiero que me abrace, me bese la frente y me diga que todo va a ir bien. Que pase lo que pase va a apoyarme y lo nuestro no se romperá. Lo único que me quitaría el dolor de cabeza en estos momentos sería uno de esos susurros suyos capaces de reavivar las flores marchitas. 

Pasa casi una hora hasta que me dejan salir de la ambulancia. Lo hago despacio y acompañada de Pablo. Se abren las puertas y Rosa se echa a mis brazos. El enfermero le pide repetidamente que sea cuidadoso pero ella no puede controlar la efusividad. Me besa los mofletes varias veces. La miro a los ojos. Llorosos. 

-No ha sido para tanto, Rosa. - Intento relajarla mostrándole que estoy bien. 

-Lo sé, pero nos has dado un buen susto. La gente se ha vuelto loca al verte desmayada en el suelo. No entendían cómo ni por qué estaba pasando todo eso. 

- Dentro de poco lo sabrán... - Miro al suelo y bajo el tono de voz. - Mañana, cuando vean la televisión y las portadas de las revistas, relacionaran todo y sabrán por qué me he desmayado. 

-Malú, siento...

- No tienes que sentir nada. - La corto. - No ha sido tu culpa. Ni tuya ni de nadie. Ha pasado y punto. Bastante estaba tardando...

Asiente con la cabeza y me acaricia la mejilla. El médico nos pide que tengamos cuidado y que si me encuentro mal vaya urgentemente al hospital. Dice que no parece ser nada, pero que prevenir es mejor. Nos despedimos de él y vamos al coche de Rosa. Mientras me lleva a casa me cuenta cómo ha sido todo. Me da miedo hasta a mi escuchar lo que relata. Me imagino en el suelo, con varios hombres de seguridad corriendo hacia mi para llevarme a la ambulancia y tiemblo. Aunque no hace falta que me lo imagine demasiado, porque mañana estará en todas las televisiones. Mi mánager me pide que ponga un tuit informando de que estoy mejor. No me apetece encender el movil porque sé todo lo que me espera, pero lo hago. Los mensajes llegan uno tras otro sin parar. Los ignoro todos, pongo el tuit y vuelvo a apagarlo. No quiero saber nada de nadie. Solo de una persona. 

-Rosa, ¿dónde está? - Mira al horizonte y me ignora. Giro mi cuerpo orientándome hacia ella y vuelvo a preguntarle esta vez más preocupada. 

-No lo sé, Malú. 

-¿Cómo que no lo sabes? ¿Ha desaparecido o qué?

-No... Cuando pasó lo del beso y te encerraste en el baño ella fue a buscarte. Estuvo un rato ahí esperando hasta que la presión de los medios fue tanta que se marchó sin decir nada. Fue exagerado. Tenia a su alrededor a más de quince periodistas con cámaras y micrófonos intentando sacarle información. Patri no quería responder a nada. En cuanto vio un hueco libre entre dos de los fotógrafos se metió por él y desapareció. 

-¿No la viste más? - Rosa niega con la cabeza. - Joder. 

Vuelvo a encender el movil que había apagado hace un par de minutos e intento contactar con mi chica. Por WhatsApp es imposible. Hace mucho de su última conexión y ni siquiera le llegan los mensajes. La llamo y no da señal. Mi nerviosismo aumenta al igual que mis ganas de saber de ella. Me da miedo que le haya pasado algo, pero también se me pasa por la cabeza otra idea muy distinta que me atemoriza lo mismo: que la presión le haya desbordado. Si a mi, que estoy acostumbrada, a veces me puede la insistencia de los medios, a ella no sé cómo puede haberle sentado. Me pongo en su situación y me vengo abajo. No puedo evitar sentirme culpable de esta situación. Quizás no he sabido hacer la cosas bien. Debería haber contado desde un principio mi relación con Patricia, sin vergüenzas ni preámbulos. Aceptar lo que soy hubiera sido más fácil hace años. Pero ahora, después de haber fingido durante tanto tiempo, las cosas se complican. Es tarde para confesar y hacer como si no pasara nada. Cualquiera de mis movimientos ahora tendrá repercusiones, de un modo o de otro. Y lo peor que me puede pasar es perderla a ella. Y, por un momento, lo veo desgraciadamente posible. 

-Malú, no te preocupes. Seguro que está bien... - Suspiro. Ya ha aparcado frente a mi casa y estoy a punto de salir del vehículo. - Llámame si necesitas lo que sea. 

Me besa y me abraza mientras le doy las gracias por haberme tratado tan bien como siempre. Siempre es como mi sustento. La persona que me apoya cuando me faltan fuerzas o ganas de continuar. 

Al entrar a casa me extraño cuando veo la pequeña luz tenue del salón encendida. Sonrío por dentro un poco ante la posibilidad de que sea mi chica. Ojalá se hubiera marchado del evento para venir aquí y esperarme. Acelero el paso durante el trayecto que separa la puerta de entrada del salón y cuando llego allí me rompo. No es Patri quien me espera, sino mi madre, que en cuanto me ve se levanta y me abraza con fuerza. 

- ¿Qué haces aquí, mamá?

- ¿Cómo te iba a dejar sola después de lo que ha pasado esta noche? Cariño, no sabes lo que he sentido cuando te he visto caer al suelo mientras recibías el premio. Casi se me sale el corazón. - Habla muy rápido y tragándose las lágrimas . - No podía parar de llorar. Estábamos tus hermanos, tu padre y yo preocupadísimos. Menos mal que Rosa nos ha llamado para decirnos que estabas bien. 

-Tranquila, mamá. - Le acaricio la cara e intento transmitirle cariño. - Estoy bien, ha sido un bajón. 

-Pero Malú...

- Ya te lo contaré, mamá. - Me separo de ella y rebusco en mi bolso el movil. - Primero tengo que encontrar a Patri. 

- Yo sé dónde está. 


martes, 9 de diciembre de 2014

EL DESLIZ. (2x17)

-Adivina qué trabajo me han ofrecido. - Levanta las cejas para pedirme que se lo diga. No usa la boca para ello porque la ocupa comiéndose un trozo de brownie que tiene una pinta increíble. Pero mejor pinta tiene su sonrisa manchada de chocolate. Comienzo a reírme y me imita cuando se da cuenta de lo sucedido. Se pasa la servilleta por la boca hasta que no queda ni rastro de comida y vuelve a pedirme que le cuente lo del trabajo. - Quieren que vaya este viernes a la gala de música a la que vas tú. 

-¿En serio? - En la sonrisa que se le escapa puedo percibir la ilusión.

-Pues sí, pero pagan muy poco y tener que pelearme con otros fotógrafos no me gusta. - Comento. - Así que no sé. No creo que lo haga. 

-¡No seas tonta! Tienes que venir aunque sea solo por mi. 

-¿Para qué? Si cuando estás en esos sitios pasas de mi. - Ya nos ha pasado en otras ocasiones lo de coincidir en eventos y siempre sucede lo mismo. Ella va a lo suyo, yo a lo mío y, si hay algún momento que podemos pasar juntas, no lo hacemos por mantener las distancias sin correr el riesgo de que nos pillen. 

-No paso de ti. 

-Lo haces. Lo entiendo y no me importa, pero sabes que lo haces. - Suspira y muerde un trozo minúsculo de su postre. 

-Pero esta vez no. Las cosas han cambiado. - Acerca su silla a la mía y entrelaza nuestros dedos. Me mira a los ojos directamente, tan preciosa como siempre. - Ahora estoy intentando sacar lo nuestro a la luz. Y si vas a la gala voy a estar a tu lado. No te estoy diciendo que te vaya a besar delante de todos, pero sí que no voy a ocultarme si me apetece decirte lo bien que te queda la coleta que llevarás puesta. 

Definitivamente ella es la persona que mejor me conoce en en este mundo. No sólo sabe que llevaré coleta porque siempre lo hago cuando tengo que trabajar, sino que también es capaz de usar las palabras adecuadas en cada momento para convencerme de algo. Minutos después, o quizás segundos, ha conseguido convencerme de que tengo que ir a ese evento. Me da igual no poder besarla en público. Incluso me da igual si al final decide que ni siquiera hablaremos delante de la gente. No me importa porque mirarla desfilar por la pasarela marcando el ritmo perfecto con sus tacones habrá sido suficiente razón como para ir. 

Salimos de nuestro restaurante favorito pasadas las tres y media. Llevamos los estómagos llenos y muchas ganas de dormir para ver si al despertar hemos tenido la suerte de que nuestra tripa se haya puesto bien. La discusión típica de "¿vamos a tu casa o a la mía?" dura exageradamente poco en esta ocasión. Ni yo a su casa ni ella a la mía. Directamente cada una se va a la suya. Me apetecería dormir la siesta abrazándome a ella y quedarme embobada con su imagen al despertar, pero no puede ser y las dos lo sabemos. Al día siguiente es el evento musical y la lista de cosas que nos toca hacer es interminable. Ella tiene que probarse ropa, ensayar la canción que tocará en directo, elegir maquillaje... Y yo tengo que preparar todo el equipo e ir a hablar con el jefe para que me explique los detalles del trabajo de los cuales no tengo ni idea. Solo acepté por Malú. Me dio igual el dinero, el tiempo y el esfuerzo. La parte negativa es que ahora estoy más perdida que un pez en un lavabo. 
Hace mucho que no hacía un trabajo de este tipo. Me gusta la fotografía tranquila en la que te pones delante de la otra persona y vas captando con la cámara todos los sentimientos que una mirada o una sonrisa puedan regalarte. También me gusta fotografiar paisajes. Ir a la playa, al campo o la cuidad y embaucarte con la magia que desprenden. Una ola del mar, un jardín de Francia o las calles excesivamente transitadas de Japón. Todo tiene algo especial, una esencia, que la cámara es capaz de recoger. En cambio, fotografiar a famosos en eventos es muy diferente. Solo lo hice al principio de mi carrera para ir ganándome un lugar en este mundillo. 
Para empezar, tienes que ir horas y horas antes de que empiece porque sino es imposible conseguir buenas imágenes. Tampoco es fácil soportar a algunos fotógrafos agresivos que con tal de conseguir estar más cerca del famoso son capaces de pegar puñetazos. Todos luchan por conseguir la foto que más dinero merezca. Eso es lo que menos me gusta. Yo soy fotógrafa porque me encanta y sé que no hubiera sabido dedicarme a otra cosa. Pero ellos no. Los que van a los eventos no sienten la fotografía. Lo único que les importa es que el famoso sonría a su cámara para cobrar y que su jefe esté contento. 

El día del evento empieza siendo un desastre. No son ni las ocho de la mañana cuando mi móvil me interrumpe el sueño. No quiero cogerlo y no lo hago. Pero insisten y la duda de que pueda ser algo importante me come por dentro. Me giro despacio y observo la pantalla del aparato. Es un número que no conozco, así que cuelgo e intento volver a quedarme dormida.  Y pasa lo que me temo que va a pasar mientras lucho por volver a conciliar el sueño: vuelven a llamar. Malhumorada descuelgo y me lo pongo en la oreja esperando un sonido al otro lado que no llega. 

-¿Quién es? - Alcanzo a preguntar aún con la voz somnolienta. Al otro lado un carraspeo y al fin un hombre empieza a hablar. Tiene la voz ronca y con el cansancio que tengo me resulta muy difícil entender sus palabras. - Disculpe. ¿Me podría repetir quién es usted y qué quiere?

- Le digo que soy Federico Méndez, su jefe durante el día de hoy. - Ya le recuerdo. Fue él mismo quién me llamó ofreciéndome el puesto. - Quería comentarle que a las nueve como muy tarde tiene que estar por aquí. Tengo que aclararle cosa sobre el evento y darle el equipo. 

-¿Equipo? - Pregunto extrañada. 

-Sí, la cámara. 

-No, no, no. Yo solo hago la fotos con mi cámara. 

-Lo siento mucho, Patricia, pero por seguridad tiene que sor con esta. 

Me niego rotundamente a hacer fotos con una cámara que no sea la mía, pero no sirve de nada. Me da cientos de motivos para hacerme ver que no puede ser. Incluso me lee algún artículo con el que pretende explicarme que es obligatorio el uso de una cámara de la empresa. Y no puedo hacer nada. Si está en el contrato que firmé sin pararme a leer atentamente, tendría que hacerlo. 
La discusión al menos me sirve para desperezarme. Tiro el teléfono entre las sábanas y me levanto de la cama. Al poner el pie en el suelo un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Está helado. Hace un frío tremendo a pesar de que aún no hemos llegado al invierno. Corro hacia el baño y me encierro allí con el agua ardiente de la ducha creando un ambiente de vapor que me hace entrar en calor. 
Mientras me ducho pienso en lo raro que va a ser el día. Voy a ir a un evento en el que no estoy acostumbrada a trabajar y, para colmo, tendré a la mujer de mi vida a centímetros pero no podré dirigirle la palabra. Ella me aseguró que no sería así. Que me prestaría atención y que podríamos hablar delante de la gente sin problema. Pero, a decir verdad, no me lo creo. La conozco y sé que es demasiado reservada con su vida privada como para eso. Todo el mundo sabe que somos amigas y que nos llevamos bien, por lo tanto no sería raro si nos vieran hablando en el evento. Pero no estoy tan segura de que Malú lo vea con los mismos ojos que yo. Para ella cada gesto, mirada o palabra puede provocar sospechas en la gente. Y a mi me mata tener que ocultarme. Tener que aparentar que no la amo, que no la beso cada día y que no he sentido lo que es estar colgada de su cintura. Aún así, soy consciente de que estar con una de las mujeres más famosas del panorama musical español tiene sus desventajas. Lo sé y lo asumo. Aguantaría esto y mil cosas más, porque lo que realmente me mataría sería no tenerla en mi vida. 

Nada más abrir la puerta de la calle una corriente de viento helado me azota la cara. Entrecierro los ojos casi involuntariamente. Salgo corriendo hasta mi coche y, una vez dentro, pongo la calefacción al máximo. Según la pequeña pantalla del vehículo hay nueve grados en el exterior, pero estoy segura de que son algunos menos. Enciendo la radio y suena una canción de Jennifer López perfecta para tararear aunque no recuerde la letra perfectamente. 

Federico me espera sentado en su despacho, acompañado de la dichosa cámara y un taco enorme de papeles. En ellos pone todos los objetivos y aspectos a seguir durante el evento. Me pide que vaya lo antes posible para coger un buen sitio y captar mejores fotografías. Y, como es normal en toda revista de cotilleos, también me pide que intente hacer alguna foto polémica entre famosos. Es una de las partes negativas de ese trabajo. Por Malú sé la presión a la que están sometidos los cantantes o actores en cada evento al que van. Lo que menos necesitan es que haya algún pesado persiguiéndoles con una cámara y esperando a que cometan un error para poder fotografiarlo. Sacar dinero a costa de fallos ajenos. De eso van las cosas. Y lo odio. No pienso hacerlo. Asiento con la cabeza para complacer a mi jefe y empiezo a andar hacia la puerta. 

-Y Patricia... - Me llama cuando estoy a punto de salir de su despacho. - Sé que eres amiga de Malú, así que si esa amistad nos puede ayudar para obtener una buena foto... Mejor. 

Me voy de allí sin ni quiera responder a eso. No me puedo creer lo que me acaba de decir. Ahora entiendo por qué me han llamado para trabajar en ese tipo de revista en la que hace años que no trabajaba. Lo único que quieren es aprovecharse de mi buena relación con la cantante para sacar más dinero. Y me lo ha dicho así. Sin más. Siento que soy una tonta y he mordido su anzuelo. He caído en su trampa. Me han engañado y yo estoy tan cegada que ni me he dado cuenta. Me pareció raro recibir una llamada de esta revista, incluso hubo otro par de medios que querían mi colaboración. Pero ya lo entiendo y no puedo estar más enfadada conmigo misma. Nunca he querido juntar lo personal con lo profesional y, sin darme cuenta, he estado a punto de hacerlo. 

Salgo del enorme edificio y me meto en el coche dirección Madrid centro. El evento es en el Palacio de los Deportes y son ya las dos de la tarde. Tendré que comer por allí y no tardaré mucho en ir para encontrar un buen sitio, como me ha pedido mi desagradable jefe. No me apetece hacerlo y después de lo sucedido tengo aún menos ganas. Pero es mi trabajo. El error ha sido mío y tengo que asumirlo. 

Al llegar al Palacio todo es un jaleo desde el principio. Enseño la acreditación cuando voy a entrar al parking y me indican dónde debo aparcar. Después, un chico joven con una camiseta publicitaria me va guiando por doscientos pasillos hasta que me deja en una sala donde ya hay algunos fotógrafos. En la parte delantera hay una alfombra verde y un panel trasero con los logos de los patrocinadores. Por allí pasarán los famosos a los que tengo que fotografiar. Me apresuro hacia la banda de tela que nos separa de esa zona y consigo estar en la ansiada primera fila. Ahora solo queda esperar horas y horas. 

-¿Patri? - La persona que tengo a mi derecha toca mi hombro. Nada más verle le reconozco, a pesar de que han pasado más de diez años desde la última vez que nos vimos. 

-¿Samuel? - Asiente y nos fundimos en un fuerte abrazo. - ¿Qué tal? ¿Cómo te va la vida?

-Pues no me puedo quejar, la verdad. Trabajo con una revista de música internacional y me paso el año viajando de evento en evento. - Se le ve entusiasmado mientras me informa de su vida actual. Y me encanta verle así. En el instituto ya tenía claro que se quería dedicar a esta profesión y me alegra ver que ha alcanzado su meta. - ¿Y tú? Por lo que veo eres fotógrafa, tal y como deseabas. 

-¡Sí! ¡Lo conseguí! - Sonrío pletóricamente y alzo la cámara. - No puedo estar más feliz, para qué mentir. - Le comienzo a relatar sin detalles lo que me ha pasado profesionalmente desde que acabamos el instituto hasta ahora. No quiero enrollarme demasiado, pero es él quien me insiste y pregunta para saber más. Así que estoy encantada de seguir contándole cosas. De pronto, su móvil suena y se pone serio. Me hace un gesto con la mano para que le disculpe y responde a llamada. Parece preocupado por lo que le dicen al otro lado del teléfono, pero poco a poco se va destensando.  Al colgar incluso sonríe levemente. - ¿Todo bien? - Me atrevo a preguntar. 

-Sí, sí. Es que tengo al niño malo pero mi chica trabaja y hemos tenido que dejarle con mis suegros. Al parecer le ha subido la fiebre hace un rato. Pero dicen que ya está bien. 

-No me lo puedo creer... ¡Samuel Perez, el ligón de la clase, tiene un hijo y una pareja formal! - Ambos nos empezamos a reír a carcajadas. 

- Pues sí. Nunca se sabe con qué te va a sorprender la vida. ¿Y tú qué? ¿Has encontrado a alguien especial? 

- Alguien muy especial, Samuelín. - Se me escapa la sonrisa tonta de cada vez que hablo o pienso en ella. 

- Y no es un hombre, ¿verdad?

Se ríe antes de que me de tiempo a contestar. Asiento y me uno a sus carcajadas. Sé perfectamente por qué me ha dicho eso. Cuando teníamos unos dieciséis años Samuel era el típico chico que iba detrás de todas. Pero sobre todo iba detrás de mi. Quizás era por el hecho de que yo no le correspondía, y las cosas que parecen inalcanzables son por las que más nos apetece luchar. Cada mañana venía a decirme algún piropo. Se sentaba a mi lado, me miraba y soltaba que mis ojos eran los más bonitos que jamas había visto. Las primeras veces me reía y le seguía la bromas, hasta que un día me cansé y le confesé que era lesbiana. Aún recuerdo perfectamente la cara que se le quedó. No se lo quería creer. Se pasó todo el curso preguntándome si le estaba tomando el pelo. A esa edad yo tonteaba con chicos y chicas, pero cada vez tenía más claro que prefería a una mujer a mi lado. El paso del tiempo me ha confirmado que no me equivocaba. 

Nos pasamos horas y horas dialogando sobre nuestra adolescencia y poniéndonos al tanto de nuestras vidas. Cuando los famosos empiezan a llegar se tiene que ir para hacer entrevistas. Se despide con un fuerte abrazo, me da su número y nos prometemos que tenemos que quedar para seguir charlando. 

Actores, cantantes, periodistas, presentadores... Todos desfilan por la pasarela exponiéndose a nosotros. Nos regalan sus mejores sonrisas y sus mejores miradas. A algunos les conozco y me sonríen especialmente, lo que me beneficia para obtener mejores fotos. Y, como era de esperar, Malú es de las últimas. Pero os juro que todo el ambiente cambia cuando sale ella. Primero un silencio, como si el mundo se silenciara para admirar su belleza. Y luego la locura. Todos los fotógrafos gritan su nombre para que ella les mire. Yo, en cambio, me he quedado paralizada. Más que andar parece que vuela sobre esos tacones negros que tan bien luce. Un vestido del mismo color le marca la figura. Está increíble. Se me olvida dónde estoy y qué hago allí por unos momentos. Solo vuelvo a poner los pies en la tierra cuando me mira. Sonríe de oreja a oreja e incluso agita la mano a modo de saludo. Le correspondo con un guiño y vuelvo a mi trabajo. Fotos y más fotos. Cuando sale de la alfombra, aparecen dos famosos más poco importantes y se acaba el desfile. La busco con la mirada y no tardo en encontrarla. Está frente a una cámara de televisión con un periodista poco conocido. Me hace un gesto con la mano discretamente para pedirme que no me vaya. Asiento y espero a que acabe de entrevistarla. Mientras tanto me entretengo viendo las fotógrafos que he hecho en la pequeña pantalla de la cámara. Creo que serán suficientes como para tener contento al jefe, aunque he pasado por completo de pillar a los famosos en situaciones comprometidos. Tenía claro que no lo iba a hacer desde el momento en que me lo propuso. 

-¿He salido guapa? - Levanto la cabeza y la tengo justo enfrente, con una sonrisa torcida y sus ojos alternando entre los míos y mi cámara. 

-Pues como siempre... - Murmuro. Se sonroja de una manera casi inapreciable, pero yo, que conozco todas las tonalidades de su piel, lo noto. - ¿Vas a cantar en la gala? 

-Sí. Mínimo canto dos canciones que tenemos planeadas. Y si gano el premio a mejor canción cantaré otra. 

-Vamos, que cantas tres canciones. 

-No lo sé, aún no he ganado el premio. 

-Ya, pero te lo van a dar. 

- No estoy yo tan segura...

-Te digo yo que sí. 

Y así nos pasamos unos minutos. Discutiendo entre risas sobre una tontería tan grande como esa. Y digo tontería porque tengo claro que ese premio va a ser suyo. Solo hay que ver la espectacular canción por la que está nominada al premio. 

Pero aún hay algo mejor que esas discusiones tontas típicas en cualquier pareja. Y es que estamos hablando como si nada delante de todo el mundo. Lo impensable. Al final ha cumplido sus palabras y lo está haciendo. Estoy tan feliz por ese paso que se me nota en los ojos. Puede parecer una estupidez, pero es importante. Para nosotras lo es. Incluso puedo decir que estoy orgullosa de Malú. Ha logrado olvidarse de los ojos que nos rodean, del qué dirán. Ha entendido que no es raro que dos amigas hables. Al revés. Siempre le he dicho que es más raro que me evite. La noto cómoda hablando conmigo. Como si estuviéramos solas en su casa o en la mía. 

-¡Malú! ¡Nos vamos! - Le indica su mánager. 

Y es entonces cuando pasa. Pasa que se despide de mi como suele hacerlo cuando estamos solas: me da un rápido beso en los labios. Es un simple roce. Estamos tan acostumbradas a ello que ni siquiera se ha dado cuenta. Como un acto reflejo. Al estar tan a gusto y cómodas conversando se nos ha olvidado lo que tenemos a nuestro alrededor. Lo que parecía ventaja se nos echa en contra. En cuanto se separa de mi la miro a la cara y me doy cuenta de que su estado anímico es totalmente diferente al de hace unos minutos. Ya no hay sonrisas ni bienestar. Está roja y no sabe qué hacer. Y yo tampoco. 



miércoles, 5 de noviembre de 2014

ESPECIAL 100.000 VISITAS

Es uno de esos días en los que solo te apetece llegar a casa, coger para cenar algo que no haya que preparar y tumbarse en la cama a ver cualquier tontería hasta que el sueño te venza. El reloj digital del coche dice que son las 01:54. Lo peor es que salí de casa a las seis de la mañana. Creo que ha sido uno de los días más movidos de mi vida. Para empezar tuve que ir a una emisora de radio para hacer una entrevista, más tarde reunión para ir eligiendo cosas de mi próximo disco, después comida con unos hombres de una empresa de la que no recuerdo ni el nombre y a las cinco empezamos con las primeras audiciones a ciegas de La Voz, que se prolongaron hasta hace un rato. Era el primer día de grabación y, como hay que ir comprobando elementos técnicos, va mucho más lento todo. Ni siquiera he cenado y mi estómago está literalmente rugiendo. Nos dieron unos bocadillos de merendar a las seis de la tarde y no se molestaron en alimentarnos más.

Me encanta conducir de noche. Vas prácticamente sola por la carretera sin conductores molestos a tu alrededor. Estoy acostumbrada a hacerlo después de los conciertos. Me pongo mi música a máximo volumen y dejo que la noche me lleve a mi destino. El único problema, en este caso, es que el camino del plató a mi casa no tiene nada de iluminación, por lo tanto hay que ir muy despacio para no tener un accidente. La única luz que se refleja es la de mis faros. Al tomar una pequeña curva me doy cuenta de que no me quedan ni cinco minutos de trayecto. De pronto, la radio se corta provocando un sonido poco agradable y me deja cantando sola el estribillo de la canción. El coche suele perder la señal en esa calle pero la verdad es que no me acuerdo y siempre me pilla de sorpresa. Pulso varios botones para cambiar la frecuencia pero parece que nada funciona. Pruebo sin mucho sentido a girar de una lado a otro la rueda del volumen. Fracaso. Me rindo y tomo la última recta hasta mi casa. A esas horas y después de haber pasado un día tan agobiante me frustra hasta no poder usar la radio. Al fin, llego al garaje y me dispongo a meter el coche de espaldas. Sí, de espaldas. Empecé a hacerlo así hace unos años, cuando solía  ir con prisas por las mañanas porque salir de frente es mucho más fácil. Pero ahora lo meto así simplemente por una manía. Unas maniobras más tarde aparco. Lo primero que hago, sin ni siquiera bajar o apagar el motor, es mirar en mi móvil si tengo algún mensaje de mi chica. Pero no me da tiempo de revisarlo. Justo cuando intento hacerlo, la música de la radio vuelve a sonar con un volumen extremadamente alto. Tal es el susto que se me resbala el móvil de las manos y se cae al suelo. Quito la música bruscamente e intento regularme la respiración. Eso me pasa por ponerme a girar la rueda del volumen sin la radio puesta. Apago de una vez el motor y me agacho para buscar el teléfono. No se ve nada. Palpo el suelo con la mano hasta que lo cojo. Al subir la cabeza todo está a oscuras. Lo único que percibo es un escalofrío que me recorre la espalda de punta a punta. Me giro y observó la parte trasera del coche. No hay nada, pero sigo teniendo esa sensación extraña en el estómago que me impide respirar bien. Apoyo la cabeza en el volante para tomar aliento. Me intento concienciar de que el cansancio y la noche me están jugando una mala pasada. "Malú, no hay nada de qué preocuparse. Déjate de tonterías.", me repito a mí misma una y otra vez. Trago saliva y, decidida, me dispongo a abrir la puerta para entrar lo antes posible a casa. Pero de nuevo algo no va bien. No se abre. Repito el gesto, cada vez con más fuerza, en múltiples ocasiones. He llegado a un punto en el que es imposible estar tranquila. Un cúmulo de situaciones sin respuesta me están atemorizando. De pronto, algo golpea el techo del vehículo. Aquella cosa, sea lo que sea, se desplaza sobre el coche. Miles de ideas descabelladas sobre lo que puede estar ocurriendo pasan por mi pensamiento a una velocidad vertiginosa. Necesito huir, mi instinto me lo grita con todas sus fuerzas, pero no encuentro la manera de hacerlo. Pido ayuda vociferando pero es inútil. En esos momentos odio vivir en un chalet tan alejado de la sociedad. Una de las puertas traseras se abre y se cierra. Me doy la vuelta y no veo nada. El pánico se apodera de mi. Me paso de un salto al asiento del copiloto e intento abrir la puerta correspondiente. También está bloqueada. No sé si salir será una buena opción. No sé si dentro estoy segura. No sé nada. En este momento me tiembla todo el cuerpo. Vuelvo a mi asiento. La única opción que me queda es encender el coche y salir de ahí. Cojo las lleves e intentó introducirlas en el agujero. Con los nervios resulta una tarea realmente complicada. Antes de que pueda hacerlo, otro golpe en el coche. Esta vez en el cristal trasero. Miro y, al darme cuenta de lo que hay, grito. Grito sin sentido y dejándome la voz. En el cristal está la marca de una mano sangrienta que va descendiendo y dejando su rastro. La puerta trasera vuelve a abrirse y cerrarse. Miro por el retrovisor. Alguien, con una túnica blanca que no me deja ver ni un milímetro de su piel, ha entrado y se ha sentado en los asientos traseros. Chillo. Siento que se me va a salir el corazón por la boca. Aún temblando, vuelvo a intentar salir del vehículo. Lo logro. Corro y entro a casa por la puerta del garaje que da a la cocina. Cojo las llaves y cierro la puerta desde dentro. Sea lo que sea lo que hay fuera, está metido en mi garaje y no tiene manera de salir sin llaves. Me precipito a coger el teléfono de casa y marcar el número de la policía. Pero, una vez más, los planes se tornan al darme cuenta de que no funciona el aparato. Lo tiro al sofá desesperada. Doy vueltas por el salón con las manos en la cabeza. Por más que resoplo no consigo sacarme del cuerpo el miedo que me ha invadido. Salir de ahí cuanto antes e ir a buscar ayuda es una necesidad. Voy a la puerta principal para intentar irme de la casa pero está cerrada. Acabo golpeándola e insultando a nadie en particular por la rabia que me recorre las venas. Apoyo la cabeza en la pared. Creo que no se puede estar más nerviosa, pero rápidamente cambio de opinión. La puerta del garaje que minutos antes cerré dejando dentro al ser misterioso se está abriendo. No lo veo, pero lo oigo. Miro a mi alrededor buscando un lugar en el que poder esconderme. Pego un salto y me meto detrás del sillón, entre el respaldo de éste y la pared. Cierro los ojos con fuerza. Hasta mi simple respiración me parece demasiado fuerte y temo que mi escondite se descubra. Oigo unos pasos que hacen rugir el suelo de madera de mi casa. Cojo el aire por la nariz y lo suelto por la boca muy delicadamente. Los pasos se aproximan. Mi corazón coge un ritmo extremo. Tiemblo. Estoy a punto de echarme a llorar. 

-Sal de tu escondite... No puedes ocultarte para siempre... - Susurra una voz misteriosa extremadamente bajo. Solo tengo ganas de llorar y gritar, pero la mínima esperanza de que no me descubran va por delante. - Podemos pasarlo muy bien tú y yo... - Sus palabras me transmiten de todo menos confianza. Deja de hablar durante un buen rato y los pasos se frenan. Abro los ojos. Me duelen hasta los párpados de tanto apretarlos. 

De pronto, la misma figura que estaba antes en el interior de mi coche, se abalanza sobre mí gritando y con un cuchillo entre las manos. Chillo con fuerzas. No puedo reprimir las lágrimas, que caen solas sin apenas darme cuenta. En un par de segundos se me pasan por la mente un montón de momentos de mi vida y pienso que sería una pena morir ahora. Pataleo y doy puñetazos a quien tengo enfrente atemorizándome. Dice algo, pero estoy tan concentrada en quitármelo de en medio que no logro descifrar sus palabras. 

-Malú, Malú. Para. - Me bloqueo. Conozco esa voz y no puedo seguir golpeando. Me detengo y espero respuestas. Se quita la tela que cubre su cabeza y me quedo a cuadros. Con la boca abierta, literalmente. - Madre mía, como pegas. 

- ¿¡Pero tú eres gilipollas o qué coño te pasa!? - Grito inmersa en un estado de rabia e incredulidad. 

-¡Feliz Halloween, cielo! - Suelta el cuchillo de plástico con el que antes me amenazaba y cubre mi cuerpo con sus brazos. La aparto bruscamente. ¿Halloween? Con todo el ajetreo que he tenido no sé ni qué día es. 

-¡Me podías haber matado! No sabes qué miedo he pasado. - La aparto con un empujón. - ¿Tú te crees que tengo la cabeza en que hoy es Halloween o no sé qué mierdas? 

-Era una broma, tonta. - Me llevo la mano al pecho. Aún tengo el corazón agitado por todo lo sucedido. 

-No sé si eres consciente de lo mal que lo he pasado. - Se ríe como si no le importara y estuviera orgullosa de ello. - Deja de reírte, joder. Te has pasado. Te voy a quitar las llaves de mi casa. 

-No te lo tomes así. ¡Yo te quiero!

-Me quieres ver morir de un infarto, eso seguro. - Afirmo. No doy crédito a lo que ha pasado. Todo el miedo que he sufrido ha sido causado por la chica de mi vida. Necesito ir al jardín para tomar el aire. 
 Abro la puerta con una sensación extraña en mi cuerpo. Noto las manos de Patri rodeando mi cintura y sus labios intentando besar la parte descubierta de mi hombro izquierdo. No puedo evitar sonreír, pero se lo intento ocultar para hacerle saber el mal rato que he pasado gracias a ella. Y es un intento fallido. A pesar de mis ganas de matarla, la excitación se ha apoderado de mi en cuanto me he dado cuenta de que era ella la que ejecutaba esa película de terror. 
- Quítate – digo mientras aparto con brusquedad sus brazos de mi cuerpo – Y no vuelvas a hacerlo.- Sonrío nerviosa. De reojo observo como no aparta su mirada de la parte baja de mi espalda. Ensancho mi sonrisa, triunfal, sabiendo que mi idea de desesperarla está surgiendo efecto. Me quito lentamente la ropa, aún en el jardín, mientras me acerco con lentitud a la piscina. Me paro un segundo en el borde de ésta hasta que siento la respiración de mi chica en mi cuello. Sin tocarme. Y es la excusa perfecta para quitarme lentamente el tanga y lanzarme a la piscina, esperando su próximo movimiento. Salgo a la superficie con un leve movimiento de cabeza, apartándome el pelo que me molesta hacia atrás. Intentando poner toda la sensualidad que puedo en ese momento
- Malú, no me jodas. Deja de intentar provocarme y ven para aquí.
- El agua está perfecta – Le digo sabiendo que miento, que está varios grados por debajo de lo que puede considerarse “perfecto” - Si quieres, ya lo sabes.
La miro durante unos instantes. Se ha quitado los pantalones y se ha sentado en el borde, mojando los dedos de sus pies sin poder ir más allá. Y es que el frío no es algo que le siente del todo bien. Abre la boca y, antes de que emita ningún sonido me sumerjo de nuevo en el agua. Nado hacia ella deseando llegar para comérmela a besos. Consigo coger sus pies e introducir parte de sus piernas en el agua. Y es tal el grito de Patri que lo oigo a pesar de estar dentro del agua.
- No te quejes
Y no lo hace. Creo que el frío se ha evaporado en el mismo momento en que mis manos se han perdido por sus piernas. Por sus muslos. Por su cadera. Y el grito de dolor que ha soltado segundos antes se convierte en un suspiro ahogado cuando nota mis dedos entre su ropa interior. Deslizándola por su cuerpo hasta tirarla en algún sitio indeterminado alejado de nosotras. Un suspiro que incrementa cuando mis labios deciden explorar aquella parte de su piel que me conozco de memoria. Y cada exploración es mejor que la anterior. Me entretengo entre los recovecos de su piel y me instalo justo en el límite de sus piernas. Espero. Me aparto mínimamente. Suspiro a consciencia, sabiendo que mi aliento frío irá a parar al calor de su sexo. Patri se revuelve, intentando pedirme más sin querer llegar a hacerlo. Desvio la mirada al resto de su cuerpo y veo como se quita la camiseta sin pensar y echa su cabeza hacia atrás con los ojos entrecerrados. Y entonces mi mente se da cuenta que echa de menos una de sus mayores drogas. Y es que podría perderme durante horas entre su cuello y todavía me parecerían pocas. 
Salgo lentamente de la piscina, escalando sobre el cuerpo de mi novia. Alza las caderas y puedo notar la humedad de su sexo recorrer mi piel. Porque sé que su intención es esa. Buscar el máximo roce de su clítoris con mi cuerpo. Y sé que ahora mismo ya le da igual la parte con la que acaricia su zona más íntima. Mis manos buscan desesperadamente la parte de sus pechos que el sujetador deja al aire y mi boca ya se han perdido en su cuello. Con dependencia. Y es que esa dependencia sería digna de estudiar científicamente. Pero no encontrarían nada más que el poder irremediable que tiene sobre mis labios. Lo muerdo y oigo un pequeño grito ahogado. Mi lengua lo recorre de abajo a arriba mientras noto como la piel de Patri se excita a la misma velocidad que mi movimiento. Hasta llegar a su mentón, el que no puedo evitar morderlo.



 La miro a los ojos que, al contrario que segundos antes, se encuentran abiertos. Mirándome. Perdiéndose conmigo en nuestro desierto de placer. Y yo me inundo de ese verde que tan necesario es en mi vida. Un verde diferente. Un verde que ni el mejor ilustrador podría definir. Porque tiene ese brillo que solo sabe crear ella. Aprovecha esos segundos para colar una de sus piernas entre las mias y levantarla lo justo para rozar con mi sexo. Y el intento de hacerme la dura se desvanece cuando un gemido sale de mi boca y mi pierna busca con dependencia su sexo. Me pilla desprevenida este cambio de roles y es ella la que marca el ritmo. Rápido. Sin besos ahogados y con la brusquedad necesaria. Estamos al límite del placer máximo y nos lo hacemos saber con la mirada. Es lo único que no se mueve en ese vaivén de gritos, gemidos y suspiros. Un movimiento brusco de su sexo impacta sobre mi rodilla a la vez que el mio hace lo propio con la suya. Y gritamos a la vez. Y reímos a la vez. Porque llegar al orgasmo junto a Patri es una sensación tan grande que los sonidos se nos quedan cortos y no podemos evitar juntarlos con nuestra risa. La risa más placentera que nadie podrá experimentar jamás.
Patri apoya la cabeza en el césped riéndole a las estrellas con sus ojos, con sus labios, con su garganta. Y estoy segura que la oyen a kilómetros de distancia. Y la miro con el orgullo de saber que hasta el más sordo puede, en ese momento, oír aquello que yo puedo sentir dentro de mi mientras me sigue acariciando el cuello con la yema de sus dedos. Me aparto para acariciar su ombligo y el movimiento de su cuerpo se para de golpe para dar paso a otro suspiro. Agarra con firmeza mi cuello y estira hacia arriba intentando apartarme del que sabe que será mi objetivo.
- Cari, no hace falta que...
- Quiero sentirte – Le contesto sin dejarle responder.



Me escurro de su cuerpo y voy directamente a parar al filo de su estómago. Lo beso y me entretengo allí pero sus manos se enredan en mi pelo y empujan mi rostro hasta su sexo. Justo en el sitio que ella quiere y justo en el lugar donde yo pretendo hacerle volar. La humedad sigue patente y su sexo sigue latiendo al ritmo del orgasmo que acabamos de tener. No necesito más para recorrer su sexo con mis labios. Razóndolo. Haciéndola enloquecer. Y haciéndome enloquecer hasta el punto de tener que sumergirme de nuevo a la piscina para calmar mi excitación con el agua. La atraigo hacia mi y ya le da igual mojarse. Ya le da igual estar al aire libre en medio de mi jardín. Sus ojos me miran suplicantes, pidiéndome aquello que deseo darle. Quiero entretenerme con mis labios, porque sé que ese roce puede más que cualquier placer que pueda darle, pero mi lengua cobra vida propia y decide inundarse de ella. De la humedad que rodea su sexo. La introduzco levemente y noto como eso provoca un escalofrío en Patri que traspasa mi piel, mis músculos y mis huesos. Un escalofrío que me seduce y me incita a seguir moviendo mi lengua sin control. Realizo pequeños círculos con ella y cada vez más siento como los músculos de su sexo se humedecen más y las contracciones de éste se incrementan a un ritmo verteginoso. Mis manos me sujetan a duras penas para no hundirme en el agua, así que con la intención de deleitarme también en su clítoris, abro ligeramente los labios y lo rozo. Patri me hace saber que quiere más con un movimiento de cadera. Ansiando el momento cumbre. Lo rodeo con mi labio. Acunándolo . Y mientras mi lengua sigue danzando dentro de ella mis dientes de dirigen a su clítoris. Suavemente. Con la delicadeza necesaria que me permite disfrutar de ella.

Joder, ¿Cómo haces eso? - Salgo de mi rincón favorito en esos momentos con el miedo instalado en mi mirada – Me estás matando... no pares.

Es una orden clara que no puedo ni sé rechazar. No puedo, porque ella hace que la cumpla apretando mi rostro contra ella, y no sé porque mi mente, en estos momentos, solo razona con su sexo entre mi boca. Balancea su cuerpo incrementando así el movimiento de mi lengua. Sé que está a punto de llegar al éxtasis cuando noto como pequeñas embestidas con fuerza se apoderan de sus caderas. Cada vez más lentos. Cada vez con más fuertes. Cada vez con más decisión. Hasta llegar a la embestida final. Esa que hace arquear su espalda a la vez que su garganta emite un grito de dolor. O placer. O ambas cosas. Se queda unos segundos así, con la cadera alzada, los ojos cerrados y la boca abierta, haciéndome desear volver a comérsela. 

La empujo hacia mi y se deja hacer. Su respiración, aún entrecortada, se instala en mi cuello y mis brazos rodean su cintura y recorren su piel sudada. Todavía puedo notar las gotas de sudor, a pesar de estar rodeada de agua. 

- Te quiero demasiado. - Le susurro acariciándole la oreja con mis labios. Y no es una caricia provocativa. Es la caricia que necesito darle a cada momento a la persona que me trae loca.


Una vez más me he rendido ante ella. Al principio me ha hecho pasar una de las peores experiencias de mi vida. Por unos instantes llegué a pensar que esta sería la última noche de mi vida. Pero luego, con su habilidad innata de hacerme sentir especial, me he derretido ante sus formas y he acabado recorriendo su cuerpo al borde de mi piscina. Ella es especial. Puede provocar en mi ganas de matarla y, al rato, estoy dejándome llevar en cada milímetro de su piel. Es así de simple y de complicado. Nadie me hace sentir de tal manera en ninguna situación. Nadie excepto ella. Patri es única para todo, incluso para celebrar Halloween. 

-Cielo, hace un poco de frío... - Murmuro aún entre sus brazos. Es de madrugada y nosotras estamos desnudas, mojadas y en el césped. 

Entiende mi indirecta y se levanta primero. Me envuelve entre sus brazos para quitarme algo de frío y entramos corriendo a casa. Con la calefacción encendida todo se ve diferente. Nos ponemos un pijama de invierno con estampado navideño. Es muy infantil y bastante viejo, pero en su cuerpo todo luce de una manera inigualable. Después vamos directamente a mi cama. Nos tumbados, nos arropamos con el edredón y luego pretendemos transmitirnos el mejor calor que existe: el corporal. Sus piernas se entrelazan con las mías, mis manos cubren su cuerpo y las suyas el mío, mi cabeza se acurruca en  su cuello... Encajamos como un puzzle que nada ni nadie podría romper. Y así nos quedamos durante incontables minutos. No necesito nada más en este momento que el roce de su cuerpo con el mío. Las palabras no encontrarían la forma de expresar lo mucho que me gusta estar así con Patri. 

De pronto, un estruendo. Un sonido que me congela cuando justo estaba a punto de cerrar los ojos y quedarme dormida. Miro a Patri y por su mirada adormilada parece que ha ella le ha pillado en la misma situación. Sea lo que sea procede del salón, pero no le damos más importancia. No es la primera vez que me pasa, teniendo en cuenta que vivo con varios animales muy juguetones. Pero no han sido los animales. El golpe vuelve a producirse. Esta vez más fuerte y más cercano. Me escondo bajo el edredón y Patricia se ríe. Entonces parece que entiendo todo. La broma de mi chica no había acabado ahí. Salgo de mi escondite y sigo intentando dormir como si nada. Y de nuevo el golpe. Esta vez Patri se sobresalta y eso me desconcierta. 


-Cari, dime que esto es la continuación de tu bromita. - Le ruego. Ella se sienta con la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Mira de un lado a otro inquieta. 

 

-No, no. Yo no había preparado nada más. - No sé si es verdad pero al menos parece sincera. Me abraza con fuerza. Se lo agradezco profundamente porque a mi ya no me quedan más fuerzas en el cuerpo como para aguantar otra escena de terror. 


De nuevo el golpe. Ahora mil veces más flojo, pero tengo la certeza de que esta justo al otro lado de la puerta. La oscuridad, el silencio y que sean las cuatro de la mañana empeoran la situación. Busco cobijo bajo las sábanas, abrazando el cuerpo de mi novia mientras ella hace lo mismo con el mío. Oigo que la ventana de la habitación se abre. Más nervios y más miedo. Me limito a temblar. Patri mueve los labios sin emitir ningún sonido para avisarme de que va a destaparse y ver qué hay. Me niego rotundamente negando con la cabeza. Prefiero quedarme ahí, bajo el edredón, pensando que es una coraza que puede salvar de cualquier cosa. Pero a Patri no hay quien la retenga. Se destapa y asoma la cabeza. No sé lo que pasa porque el silencio invade la habitación. Salgo de mi escondite para descubrir con mis propios ojos lo que tanto miedo nos ha provocado. Pero no hay nada. La ventana misteriosamente abierta pero no hay nadie. 


-Esto es muy raro... - Comento mirando a todos lados. 


-Tiene que tener alguna explicación, no te preocupes. - Me besa en la frente y vuelve a acomodarse con la intención de coger, por fin, el sueño. 


-¿Vas a dormir?


-Pretendo intentarlo. ¿Por?


-¿¡Cómo puedes coger el sueño cuando hay un espíritu rondando por la casa!? 


-No hay nada rondando por la casa. Como mucho tu zoo. - El timbre de casa interrumpe la conversación. Pego un pequeño saltito del susto y a ella parece hacerle gracia. - Relájate, será algún vecino. 


-¿A estas horas? 


-Le habrá pasado algo... Yo abro, tranquila. 


-¿¡Piensas ir a abrir!? - Pregunto incrédula. No alcanzo a entender cómo puede no tener miedo. Asiente y sale de la cama. - Te acompaño. - Odio decir estas últimas dos palabras, pero odiaría más que necesitara mi ayuda y yo no estuviera allí para dársela. 


Agarro su mano y salimos de la habitación mientras mi chica me va atribuyendo todo tipo de adjetivos similares a "miedica". No puedo negárselo. El miedo danza por mi cuerpo sin mi permiso. Anda rápido y yo sigo sus pasos intentando no pensar en lo que pueda esconderse tras cada esquina. Al llegar abre la rápidamente. Sin preguntar o observar por la mirilla. Y paga las consecuencias inmediatamente cuando vemos un cuerpo de una persona colgando del marco de la puerta. Soy yo la que cierra de golpe. Ambas gritamos y salimos corriendo en dirección contraria. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando, al girarme, descubro la figura de un niño con la cara tapada y el cuerpo ensangrentado corriendo hacia nosotras. Ahora es Patri la que grita con más intensidad. Yo me he quedado bloqueada. Las situaciones del día me están superando. Cuando me quiero dar cuenta mi chica está tirando de mí para ir corriendo hacia la cocina. Y al llegar allí todo está empapado de sangre y trozos de carne tirados por el suelo. Grita. Grito. Estoy a punto de explotar. Me desplomo en el suelo cansada ya de luchar contra algo que me está superando. Y entre tanto chillido de pánico escucho algo que me llama la atención. Voces y risas. Levanto la cabeza y veo a Patri con la misma cara de extrañada que yo. Seguimos juntas el sonido de las carcajadas hasta llegar al salón, donde encontramos las respuestas a todos los interrogantes. 


-¡Tú eres imbécil! - Exclamo a la vez que descargo mi ira en el brazo de mi hermano mayor. - ¿Cómo se te ocurre venir a mi casa a las cuatro de la mañana para liármela así?


-Para, para, para. - Ruega apartándome con manotazos. - ¡Era una broma!


-¿Una broma? 


-Te has pasado tres pueblos, hasta yo pienso eso. - Interviene Patri. - Pero joder, ¡ha sido buenísimo! ¿Cómo has abierto la ventana de la habitación! - Abro los ojos alucinada cuando me doy cuenta de lo rápido que se le ha pasado a mi chica el miedo que hace nada expresaban sus gritos. - Y encima te traes a Josete. - Coge al niño en brazos y empieza a reírse como loca. - ¡Enano, ese disfraz te queda genial! 


- Sé que tienes ganas de matarme, hermanita. - Comenta mi hermano agarrándome de los hombros. - Pero tenía que hacerlo, aunque solo fuera por ver tu cara. 


Y tiene razón. Tengo ganas de tirarle de los pelos y arrastrarle por toda la casa. Pero no ganaría nada con eso. Al revés, perdería a mi hermano. Y, aunque hace dos minutos me estuviera haciendo pasar uno de los peores momentos de mi vida, sé que en un momento volverá a hacerme reír y demostrarme que es el hermano mayor que cualquier persona podría tener. Por tanto, me río. Me río nerviosa y destensándome. Miro a mi alrededor. Mis hermanos y mi chica ríen. Sé que estoy rodeada de los mejores. 



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¡Hola, hola! 


Lo primero... Toda la increíble escena subida de tono es de Flashgirl. Desde: "abro la puerta con una sensación extraña en mi cuerpo. " hasta "a cada momento a la persona que me trae loca." Aplauso para ella porque se ha lucido. 


Y, además, quiero dar las gracias a todos los que me leéis y aguantáis días y días sin que suba nada. Sé que subo menos, pero lo siento. No puedo hacer nada. A los que llegaron antes, a los que se incorporaron después. A TODOS. Mil gracias. Espero que la siga gustando la historia :)


@NovelaconMalu 


lunes, 27 de octubre de 2014

UNA ESTRELLA CON SU NOMBRE. (2x16)

Mis ojos se abren lentamente en cuanto el sueño desaparece. Con lo primero que me encuentro es con su cuerpo tendido en mi cama. Es el mejor despertar que he conocido. La observo mientras duerme profundamente, soñando cosas tan descabelladas como ella. Es normal que me inspirase para componer teniéndola todos los días a mi lado. Podría ser musa de cualquier persona con ganas de consumir la mina de su lápiz llenando un papel de sentimientos. Cuanto más la miro, más me gusta. He llegado a un punto en el que el simple hecho de apreciar cómo sube y baja su pecho a causa de una profunda respiración me emboba. Y me enamora. Cada pequeño lugar de su cuerpo me pide que lo acaricie y que haga que se le ponga la piel de gallina. 



En este momento tiene los ojos cerrados, pero puedo sentir muy cerca el penetrante verde que rodea sus pupilas. Me encanta cuando sonríe y se le ilumina la mirada, al igual que odio cómo su iris parece ahogarse con las lágrimas cuando está triste. Sus ojos al despertar, al reír, al hacer el amor, al darse cuenta de que ha hecho algo mal, al disculparse por un fallo... Tantas expresiones y todas consiguen lo mismo: volverme loca. 

Si nariz es especial. Tiene un pequeño lunar, minúsculo, en el puente. También quedan restos de lo que antes era un piercing en la aleta derecha. Pero lo que más me gusta de su nariz es besarla. Para hacerlo tengo que que ponerme un poco de puntillas y sé que le encanta sentirse alta, aunque apenas me saque cinco centímetros. Es ese beso suave. Un roce. Típico de una pareja a la que ya no le quedan más espacios sin descubrir en el cuerpo del otro. 

Su boca. Joder, podría escribir un libro entero dedicado a su boca. Adoro esa manera en que curva los labios y se le forman en los mofletes unos hoyuelos irresistibles. Tiene la manía de morderse el labio inferior cuando está concentrada. Cuando lo hace suelo regañarla porque más de una vez se ha hecho heridas, aunque la realidad es que le queda muy sexy. Habla muy rápido. Siempre quiere decir muchas cosas y teme que no le de tiempo. Pero ni se traba ni se equivoca. Tiene dominado el lenguaje como pocas personas en este mundo. No puedo dejar de hablar de su boca sin citar la forma en que pone sus labios sobre los míos. Son suaves, y cada contacto es como una caricia con la llave de las puertas del cielo. A veces, muchas, tiene el detalle de abrirlos y dejarme descubrir el tacto de su lengua. Porque esa es otra. Su lengua me estimula con el más mínimo contacto. Sabe tan bien. Me derrite cuando la pasa sutilmente por el filo de mis labios. Pone todos mis sentidos al borde de un abismo y se produce una batalla en la que siempre sale derrotada mi cordura. 

Me aproximo a ella para hundir mi nariz entre varios mechones de su pelo. Cierro los ojos y disfruto de ese olor frutal que caracteriza a su cabello. Huele así desde el primer día que la conocí y se debe a su manía por no cambiar de champú. Entremezclar mis dedos entre su melena es una de mis pasiones. Es rubia. Su pelo está entre rizado y liso, pero se lo suele alisar por completo. A veces, cuando le da por rizárselo, sigue estando tan guapa como siempre. Ella sería capaz de estilizar el moño con menos glamour del mundo. Después de tantos años, he llegado a la conclusión de que no importa lo que lleves, sino cómo lo hagas. 

Y podría seguir describiendo partes de su cuerpo pero jamás lograría hacerlo bien. El diccionario no tiene las palabras correctas para darle nombre a algo tan bonito. Y tampoco podría describir todo lo que se siente estando a su lado porque todos los sentimientos son indescriptibles. Pero para que os hagáis a la idea, imaginaos al lado de esa persona que os pone nerviosos. Esa persona que te araña el corazón con un simple gesto, que te hace vibrar, que te hace fuerte. Que hace que a su lado sea más fácil encontrar una solución para todos los problemas que la vida nos pone. Ahora que tenéis a esa persona especial y todo lo que os hace sentir en mente, multiplicadlo por un millón. Esa es Patri. Cualquier persona que haya estado con ella ha podido sentir su magia porque sólo hace falta tenerla cerca un rato para darse cuenta de que te vas a enganchar de sus maneras. 

Creo que es una de las pocas veces que me alegra verla dormir. Normalmente, si me despierto antes que ella estoy deseando saltar sobre su cuerpo para que abra los ojos. Pero hoy es diferente. Prefiero verla dormida a verla tan débil como la vi anoche. Aún tiene los párpados hinchados de tanto llorar. Fue todo tan rápido y tan raro que aún me cuesta comprenderlo. La noche iba genial hasta que se rompió. Ella se rompió. Me consuela saber que tanto dolor y tantos nervios han servido para que se quite un peso de encima. Ahora conozco otra faceta suya que a lo mejor ya me esperaba, pero no quería verlo ni ella quería mostrármelo. 

La noche anterior...

Los conciertos de fin de gira siempre son increíbles. Sabes que es el último, por lo tanto te esfuerzas el triple para acabar dejando un buen sabor de boca a todo el mundo. Las ganas se desbordan y la adrenalina me recorre el cuerpo de arriba a abajo. Pero si además en ese show has cantado un tema inédito compuesto por ti misma, y en el que todas las palabras iban dirigidas a tu pareja, la emoción aumenta. Como ya conté en el escenario, un día me levanté con ganas de escribir sobre todo lo que siento. Estoy pasando por uno de los mejores momentos de mi vida y se me ocurrió que componer era la mejor forma de dejarlo anclado en el tiempo. Y si voy a hablar del mejor momento de mi vida, es inevitable que ella sea lo primero que me aparezca en la mente. Simple y llanamente porque cada vez estoy más segura de que sin ella nada sería lo mismo. 

Al bajar del escenario salgo corriendo hacia el camerino. Mucha gente me asalta durante el trayecto. Besos, abrazos y halagos que me encantan, pero que prolongan el momento de verla. Me libro de amigos, técnicos y parte de la banda y llego al camerino. Mi madre es la primera que me envuelve entre sus brazos sin que me lo espere. Está tan eufórica como yo. Mi padre es el siguiente. Coge mi cara entre sus manos, me mira fijamente a los ojos para decirme muchas cosas sin usar la boca, y luego me da un abrazo largo y dulce. Esos abrazos que dan los padres cuando se sienten orgullosos por sus hijos. Y, por fin, la veo a ella. La tengo a unos tres pasos, y si no la conociera tanto diría que está nerviosa y no sabe cómo reaccionar. Parece que está esperando a que yo le diga algo. Sus ojos brillan especialmente y me muestra una sonrisilla que me encanta. Da un pasito más hacia mi. Me muero por que su cuerpo y el mío se encuentren. 

-¿No vas a venir nunca? - Ahora sonrío yo. De pronto suelta el aire que al parecer estaba reteniendo y viene hacia mí corriendo. Está ella más emocionada por el concierto que yo, y mira que es difícil. Se destensa y me besa en los labios muy despacio. - ¿Te ha gustado la canción?

-Me ha encantado... - Con una mano me acaricia el cuello y con la otra me recoge el pelo por detrás de la oreja. Me vuelve a besar, esta vez en la comisura de los labios, y me abraza. 

-Sabes que cada palabra de esa canción tiene tu nombre... - Susurro en su oreja. De pronto, mi padre se aclara la garganta y ambas damos un respingo. Ya se me había olvidado dónde estábamos y, sobre todo, que no estábamos solas. 

-Yo no quiero interrumpir... - Comienza a decir tímidamente mi padre. - Pero en breve van a venir a por ti para la fiesta. 

Sí. La fiesta. Todos los finales de gira se celebran a lo grande. La banda, los técnicos, familia, amigos... Todos nos juntamos en un local y dejamos que la luna contemple nuestra diversión. Tal y como me avisaba mi padre, cinco minutos después aparece Rosa metiendo prisa. Prácticamente me arrebatan a Patri de entre mis brazos y me meten de una patada en la ducha. Salgo del camerino cuando estoy vestida y maquillada. Rosa y mi madre me están esperando fuera y me piden que me apresure porque todos ya han ido para allá. 

-¿Y Patri? 

-Ha ido en su coche para estar allí antes. - Bufo. Sé perfectamente que si se ha ido ya es porque alguien le ha dicho que lo hiciera. Y estoy segura de que ha sido mi mánager. Siempre quiere tener cada cabo atado para que nada salga mal. Se lo agradezco porque gracias a ella y su forma de trabajar he llagado hasta donde estoy ahora, pero a veces me dan ganas de matarla cuando toma decisiones sin consultármelo. Decido no protestar para no perder más tiempo y nos montamos en el coche la tres. 

Una vez en el local todo es un agobio. Voy de uno a otro recibiendo más agradecimientos. Firmo autógrafos para hijas de gente, me tomo fotos con los presentes y doy las gracias por todo el apoyo. Lo único bueno es que los invitados son personas muy cercanas y puedo ser yo misma. A decir verdad, después del gran concierto que había pasado, nada puede hacer que mi animo decaiga. Tengo ganas de saltar, gritar y reír. Cuando me quedo unos segundos a solas miro a mi alrededor buscando a Patricia, pero no hay suerte. Antes de que me de cuenta llegan Antonio Orozco y Melendi y se tiran bruscamente a mi cuerpo. Por poco nos caemos los tres al suelo. 

-¡Enana! Menudo conciertazo para acabar la gira. - Comenta Antonio. Les doy las gracias y reparto besos por sus mejillas. 

-Tómate algo con nosotros, Lula. - Melendi levanta la mano con la intención de llamar al camarero pero se la agarro rápidamente. 

-Más tarde, ahora tengo que encontrar a una personita... - Se ríen. Saben a quién me refiero. 

-¡Te tomo la palabra! - Vuelven a abrazarme. Por un momento tengo miedo de que me exploten los órganos por la fuerza que ponen. - Creo que he visto a tu chica por allí hace poco. - Susurra mientras señala una zona al fondo de la sala. 

Me dirijo hacia allí temiendo que alguien vuelva a pararme. Voy rápido, pero fijándome en la gente que tengo a los lados por si ella está cerca. Sin que me lo espere, alguien coge mi mano y tira de mí para empotrarme a un pequeño trozo de pared escondido entre dos columnas. Inmediatamente noto su impacto contra mis labios y sé que es ella sin necesidad de abrir los ojos. Me recreo en su sabor y le sigo el juego acompasando los movimientos de nuestras bocas desenfrenadas. Al principio parece que va a ser un beso excitante y fogoso. Pero nada más lejos de la realidad. En un instante cambia la intensidad a una mucho más lenta en la que cada pequeño gesto tiene una importancia abismal. Parece que vamos a cámara lenta. Sus manos sueltan las mías y cambian el rumbo. Una llega con caricias hasta mi costado y la otra se esconde en la parte posterior de mi cuello. Nuestras bocas se separan, pero aún no me apetece abrir los ojos. Aproximo mi nariz al pelo que le cae a un lado del rostro e inspiro. Una sonrisa se cuela en mis labios a toda velocidad sin aparente motivo. Voy a sus labios de nuevo y poso ahí los míos. Solo son caricias sin intención de ir más allá. Subo un poco y nuestras narices chocan. Abro los ojos lentamente y me encuentro su mirada que, entre la oscuridad del sitio, se asemeja perfectamente a la luna que alumbra mis noches. Entonces me siento la persona más afortunada del mundo por tenerla conmigo. Y no sé qué cara pongo, pero le entra la risa tonta. 

-¿Qué pasa? - Pregunto. Patri sigue riéndose irrefrenablemente apoyada en mi hombro. No puedo evitar contagiarme de sus carcajadas. - ¿Qué te ha dado?

-Nada, nada. - Se separa unos centímetros e intenta cesar la risa. - Que cuando has abierto los ojos se te ha quedado una cara muy graciosa. 

Como si la escena que acabamos de vivir fuera lo más normal del mundo, me agarra la mano y vamos a sentarnos en un pequeño sofá frente a una mesa baja. Está en un rincón del local así que la afluencia de gente es menor. Por fin la mínima intimidad que llevaba buscando con ella desde hace horas. Ahora puedo mirarla y contemplar su vestimenta. No me había dado cuenta antes de que se ha cambiado de ropa. Lleva una blusa roja de tirantes junto a unos pantalones negros cortos y unos tacones del mismo color. Tan simple y tan perfecta. Tan ella. Se cruza de piernas y me mira. 

-Deja de mirarme así. - Le pido. 

-¿Así cómo?

-Con esa mirada de "cómeme a besos antes de que lo haga yo." - Intenta aparentar seriedad ante mis palabras pero es imposible. Vuelve a reírse y a observarme de la misma forma para ponerme nerviosa. 

-Déjate de tonterías y dime una cosa. - Se acerca más a mi. - ¿Cómo habéis hecho Dani y tú para componer la canción sin que yo me enterase?

-Pues la verdad es que ha sido difícil porque tengo una novia pesada que quiere pasar muchas horas conmigo... - Bromeo. - Pero conseguimos sacar algún día. ¿Te acuerdas del día que trabajabas y te dije que tenía que ir con Rubén a mirar unos equipos de sonido? - Asiente. - Pues era mentira. Y tampoco fui a comer hace dos semanas con mis padres a Madrid. - Abre los ojos como platos. 

-Serás mentirosa... 

-Cari, no podía contarte nada. Una sorpresa es una sorpresa. 

-La verdad es que ha merecido la pena. - Sonríe tiernamente mirando al suelo. - Me ha encantado. Nunca me habían compuesto una canción. 

-No me lo creo. - Comento. - Tú inspiras a cualquiera. Seguro que alguna vez alguien se ha enamorado de ti sin que te enterases y te ha escrito una canción, un poema o lo que sea. Tu manera de andar, de guiñar el ojo, de hablar... Todo incita a escribir. 

-¿Pero tú qué te has metido hoy? ¿Dónde has visto tú a toda esa gente enamorada de mi?

-Mira, no me hagas hablar porque sabes que tienes mil pretendientes y pretendientas... - Silencio. Sabe que tengo razón. No es tonta y se ha dado cuenta mil veces de cómo se le quedan mirando por la calle algunas personas poco discretas. 

-Hola... - Una chica bajita, morena y con el flequillo de lado aparece con una tímida sonrisa. En principio pienso que es amiga de alguien y quiere un autógrafo, pero al mirarla de arriba a abajo me doy cuenta de que es camarera. - ¿Os sirvo algo?

-Yo quiero una Coca-Cola. - Señalo. Aunque ya haya acabado la gira sigo sin beber alcohol. La chica asiente y lo apunta. 

-Para mi otro mojito. - Ella vuelve a asentir, nos vuelve a mirar sonriente y se marcha con pequeños saltitos. 

-¿Cómo que otro mojito? ¿Se puede saber cuántos llevas?

-Solo uno más. El resto han sido un par de cervezas. - Golpeo su hombro. No me gusta que beba y lo sabe. - Cielo, es que has tardado mucho es venir y tenía que hacer tiempo. ¡Además! - Sube el tono de voz y cambia radicalmente la actitud. - Me estabas hablando de toda esa gente que se enamora de mi cuando tu eres la primera a la que le pasa. ¿Te has dado cuenta? 

-¿De qué hablas?

-¡La camarera! Acaba de mirarte a los ojos y se ha vuelto loca. 

-Tú eres tonta... 

-Te has dado cuenta tanto como yo de la forma en la que sonreía y la forma en la que le temblaban hasta las pestañas. - Era verdad, pero bajo mi punto de vista eso era simplemente por el hecho de ver una famosa y tener que atenderla. 

-Aquí tenéis. - La morena vuelve, esta vez con nuestras bebidas en la bandeja. Deja el mojito de Patri a su lado y coge mi vaso de refresco. Cuando se dirige a dejarlo en la mesa me mira. Se pone nerviosa, tal y como decía Patri. Y no sé cómo lo hace, pero acaba derramando parte de la Coca-Cola sobre mis piernas y un trozo de vestido. - Mierda, mierda. ¡Lo siento!

-Tranquila. No pasa nada. - Coge rápidamente un paño que lleva en el bolsillo y limpia mis piernas con prisa. 

-Soy un desastre. Madre mía... 

-En serio, no pasa nada. - Lo agarro la mano y sonrío. Me mira y parece que se destensa un poco. - Un error lo tiene cualquiera. 

-Ve al baño que ahora voy y te doy un quitamanchas que tenemos para este tipo de cosas. 

-No, no. - Mi chica interviene en la conversación y ambas la miramos sin comprender nada. - Que digo yo que no hace falta que te limpies, ¿no? Ya en casa si eso...

-¿Tú eres boba? 

-Es por no molestar a la chica. Tendrá muchas cosas que hacer. - No entiendo qué mosca le ha picado. No entiendo sus motivos para no dejar que me limpie el vestido. 

-De verdad, que no me cuesta nada. Ha sido por mi culpa y yo lo arreglo. - Dice la chica. - Ve al baño y ahora voy yo en cuanto deje la bandeja. 

-Te acompaño. - Patricia se levanta para venir conmigo. Empujo sus hombros hacia abajo y provoco que vuelva a sentarse. - ¿Qué pasa?

- Que no hace falta que vengas. En dos minutos estoy de vuelta. - Beso su mejilla y me voy sin darle tiempo a que diga nada. 

Entro al baño y me miro en el espejo. La verdad es que la mancha es más grande de lo que pensaba. Cojo una toalla que hay junto al lavabo, la mojo de agua y me la paso por la tela sin conseguir nada. Afortunadamente no es uno de mis vestidos favoritos. 

-Ya estoy aquí. - La puerta se abre y aparece la chica. - Este quitamanchas es increíble. Ya verás...

-¿Es tan bueno como los trucos de las abuelas para quitar las manchas de la ropa? - Bromeo. 

-Siento decirte que no hay nada mejor que eso. Pero algo es algo. - Comenzamos a reírnos juntas. Me fijo un poco más en ella. Debe tener algo más de veinte años y es muy guapa. - Vamos al tema. - Me subo de un salto al lavabo para facilitar el trabajo. Ella abre el bote y presiona el botón haciendo que un líquido rosáceo caiga sobre mi vestido. - Ahora se deja reposar un minuto, se pasa la toalla y listo. 

-¿Tan rápido? No me fío yo de estas cosas...

-Ya verás, ya verás... Es buenísima esta cosa. Espera, espera. No te muevas. - Me pide. Señala mi costado y me doy cuenta de que ahí también hay mancha. Vuelve a impregnar la tela con el producto, esta vez en la otra zona. - Siento haberte manchado. 

-Tranquila, solo me debes ochocientos euros. - Digo aparentando seriedad. Pero me tengo que reír en cuanto veo la cara que se le queda. - Es broma, mujer. 

-Joder... Tendría que vender mis órganos para pagártelo. Y deja de reírte, te juro que le tengo mucho aprecio a todos mis órganos... - Mis carcajadas aumentan con cada palabra que sale de su boca. 

-Anda, deja de hacerme reír y demuéstrame de una vez que este líquido funciona de verdad. - Aun con la sonrisa en la boca, coge la toalla y frota en la primera mancha. Me quedo alucinada cuando veo que se ha quitado y solo quedan restos húmedos de agua. - Madre mía, han venido a quitarle el puesto a las abuelas. 

-¿Ves? Te lo dije. - Sube la mano y pretende hacer lo mismo en la segunda mancha, pero me retuerzo y me empiezo a reír como loca. - ¿Qué pasa?

-Que tengo cosquillas. Quita, quita. - Lejos de hacerme caso, intenta volver a poner la mano en mi costado. - ¡No! Ay, ay...

-¡La gran Malú tiene cosquillas!

-Sí, sí... Pero para. - Me revuelvo y le pido que pare con la voz que consigo sacar. 

-¿Se puede saber qué hacéis? - Patricia entra exaltada en el baño y me corta la respiración del susto. Tiene el rostro desencajado. Trae un enfado monumental y aún no alcanzo a adivinar el motivo. 

-Limpiarme la mancha, ¿qué vamos a hacer? - Contesto con un débil hilo de voz. Por un momento me he sentido intimidada por la mirada de la fotógrafa. 

-¿En serio quieres que me lo crea? Joder. Se escuchaban las risas desde fuera y eso que está puesta la música. 

-Yo mejor me voy... - Murmura la camarera. Acto seguido sale sigilosamente del baño y me deja sola ante el peligro. El peligro. Había puesto muchos motes a mi chica, pero nunca hasta ahora la había relacionado con el peligro. Se lleva las manos a la cabeza y anda de un lado a otro muy nerviosa. 

-¿Se puede saber qué te pasa? - Le pongo la mano en el hombro pero me la quita con desprecio. - Tranquilízate. 

-¡No me digas que me tranquilice cuando acabo verte tonteando con otra!

-No te entiendo. De verdad que no entiendo nada. Nunca has tenido este tipo de celos y creo que tampoco te he dado razones como para que los tengas. Y ahora tampoco he hecho nada. Joder, Patricia. Me he manchado y me estaba ayudando a limpiarme. Cuando me estaba limpiando la zona del costado me ha hecho cosquillas y por eso nos estábamos riendo. Nada más. ¡Dime dónde cojones ves tú que haya tonteado con la chica! - Digo todo de carrerilla y solo me giro para mirarla en las últimas palabras. Entonces es cuando la veo sentada en el suelo, con la cabeza entre las piernas. Me acerco despacio. - Ey... Ahora si que no te entiendo. - Me agacho y al intentar alzarle la cabeza me doy cuenta de que las lágrimas se deslizan por sus mejillas. - No llores, por favor. 

-Lo siento... Lo siento. - Murmura. - Me he comportado como una idiota. 

-Pero dime qué ha pasado. - Solloza con más fuerza y me preocupo. Sigue destrozándome verla llorar. Le agarro los brazos y tiro de ella para ponerla en pie. - Da igual. No hace falta que me lo cuentes hasta que estés preparada. 

-Malú, llevo preparándome para contártelo años y nunca lo he conseguido. - Traga saliva e intenta regular su respiración. - Y nunca estaré preparada pero necesito que lo sepas. Por las dos. 

Se lava la cara con agua y coge mi mano. Salimos a la calle por una puerta que da a un descampado en el que no hay ni una persona. Aún con la voz rota y los ojos rojos empieza a relatarme los motivos de su dolor. Me cuenta por qué lo dejó con Marta. Tenía que trabajar en una discoteca para ayudar con el dinero en casa y Marta le acompañaba siempre. Un día, Patricia se dio cuenta de que tenía que valerse por sí misma, así  que le pidió a la que era su novia que no fuese con ella. Eso provocó una discusión que, sin saber cómo ni por qué, le llevó a acabar en un baño liándose con una chica a la que no conocía de nada. Cuando llega a esta parte de la historia ha llorado tanto que tengo miedo de que se deshidrate. Se apoya contra la pared y cierra los ojos. 

-La chica del bar, el local, la situación.... No sé. Todo me ha hecho recordar aquel día que siempre he preferido ocultarte. - Se aparta las lágrimas de los ojos con los dorsos de las manos. - A partir de ese día mi vida se convirtió en una mierda. Cada noche era sexo, sin amor, con cualquiera que me lo ofreciese. No me veía capaz de mantener una relación seria con nadie y haciendo eso conseguí formarme mi propia coraza. Me veía a mi misma como un puto cuchillo de doble filo. Me daba miedo enamorarme de alguien y hacerle daño, al igual que hice con Marta. Por eso me siento en deuda con ella y la trato tan bien. No es porque me guste, es porque me arrepiento y me arrepentiré toda la vida del daño que le hice. No puedo echarle la culpa de nada porque sé que la única imbécil inmadura fui yo. 

No sé qué responder. Ese ataque de sinceridad es la respuesta a muchas dudas sobre sus actos o a partes de su vida que veía como un gran interrogante. Sabía quién era Marta, pero poco conocía de su relación, y mucho menos aún de su ruptura. Le pregunto por qué no me lo había dicho hasta ahora y me dice que se avergonzaba de sí misma. Tenía miedo de que cambiara mi forma de verla y la dejara. ¿Cómo iba a dejarla por eso? Todos tenemos errores y nos hemos comportado mal alguna vez. Pero eso no cambia todas las experiencias buenas que hemos vivido juntas. Cuanto más me cuenta, más me percato de que es como una losa que no le deja avanzar. Sigue llorando sin parar. 

-Cariño, cuando esto pasó eras muy joven. No puedo juzgarte por engañar a una novia en un momento de rabia. Además, mírate. Cambiaste y te hiciste fuerte. 

-No, yo no. - Niega con la cabeza sin abrir lo ojos. - Tú me hiciste fuerte y provocaste mi cambio. No quiero pensar dónde  estaría yo ahora si tú no hubieras aparecido para poner en orden mi vida. Fuiste la razón por la que puse mi cabeza en orden. La única forma de ganarme tu amor era cambiar, lo supe en cuanto te vi, por eso lo hice. 

No estoy de acuerdo en eso. Pienso que las personas cambian por sí solas. Llegó su momento de madurar y lo hizo. Seguramente fuese una casualidad que yo llegase a su vida en esa etapa. Pero no me apetece discutir sobre eso cuando tengo a mi chica destrozada ante mis ojos. Solo quiero abrazarla y hacerle saber que quiero tenerla siempre cerca. La envuelvo entre mis brazos y dejo que se desahogue.  Pierdo la cuenta de los minutos que pasamos así, y no me importa, porque estaría así media vida si en la otra media pudiera disfrutar de su increíble sonrisa. Finalmente, se quita limpia la cara con las manos, fuerza una sonrisa totalmente distinta a la suya para aparentar normalidad y pretende entrar de nuevo al local. Pero la freno. No es el momento de una fiesta. Me da igual que yo fuese la anfitriona. Si mi novia está mal tengo que estar con ella. Así se lo prometí en multitud de ocasiones y eso es lo que demuestro. Vamos hasta su coche y en menos de unos segundos comprende que voy a conducir yo y me tiende las llaves. Más tarde avisaré a alguien para que se encargue de mi coche. El trayecto hacia mi casa es silencioso, y la situación se prolonga incluso hasta cuando entramos y se sienta en el sofá mientras yo le preparo una tila. Se la doy y me siento a su lado. 

Nuestras miradas se encuentran. Y entonces me doy cuenta de que sus preciosos ojos todavía están llenos de tristeza. Todavía guardan ese brillo que han provocado todas las lágrimas que ha derramado. Y no soporto verla así. Me mantiene la mirada sin decir nada. Y yo tampoco lo hago. Acaricio suavemente su cara utilizando el dorso de mi mano. Hasta llegar a sus labios. Los recorro lentamente con mi dedo pulgar. Poso mi mirada sobre ellos. Me he parado a mirarlos demasiadas veces. Y aún sigo pensando que son los labios más perfectos que he visto nunca. Solo tienen un defecto. Y es que unos labios tan bonitos jamás deberían desdibujar la curva de la felicidad. Jamás deberían estar tristes.


Vuelvo a adentrarme en la vorágine de sentimientos que me produce el simple hecho de mirar sus ojos. Y como si se tratara de la primera vez que los viera, un cosquilleo indescriptible se instala en mi estómago. A decir verdad, creo que vive permanente en él desde la primera vez que la vi aparecer. Con una sola mirada se pueden decir demasiadas cosas. Ella y yo tenemos nuestro propio lenguaje. Ese en el que las palabras no existen. En el que únicamente nos hace falta mirarnos a los ojos para entendernos. Para leernos el alma. Y es uno de esos momentos en los que adoro el silencio.

Me aproximo a ella en un movimiento inconsciente, mientras intercalo miradas entre sus ojos y sus labios. Estamos tan cerca que nuestras respiraciones se encuentran y chocan entre si. Sigo acercándome despacio hasta que nos fundimos en un lento y tierno beso que aviva el hormigueo de mi estomago. Es el amor en estado puro. Y soy capaz de sentirlo a través de un solo beso. Me encanta estar enamorada. Y me encanta que sea ella la que me provoque todas esas sensaciones. Porque por muchos años que pasen, siempre hay sensaciones nuevas que experimentar. Y ella con cada beso logra que lo haga. Y es precisamente en ese beso donde pretendo encontrar a mi chica. A esa chica alocada y alegre cuya seña de identidad es esa sonrisa imborrable. Y creo que por un momento lo consigo. Se deja querer. Porque a pesar de la fachada que en muchas ocasiones se empeña en mostrar, en realidad es delicada y frágil. Basta un simple soplo para que se derrumbe como un castillo de naipes. Como ese cristal que parece fuerte y de un solo golpe lo convertimos en pedazos.
Lo que comienza como un inocente roce de labios se va convirtiendo en un largo beso lleno de pasión. Entreabro sus labios utilizando mi lengua, que de manera juguetona se cuela en su boca. Me responde tímidamente con la suya. Y una sonrisa repentina se adueña de sus labios obligándonos a parar.

—Te quiero mucho... -dice en un tono suave.

Sonrío al escucharla y muero literalmente de amor. Pero no digo nada. La miro de manera intensa, porque sé que ella también sabe entenderme. Y enseguida vuelvo a besar dulcemente esos labios que tan loca me vuelven. Lo hago sin prisas. Saboreando cada rincón de su boca. Porque me gusta disfrutar de ella despacio. Y sé que es la mejor respuesta que puedo darle. Nuestras lenguas comienzan una interminable batalla. Se conocen y se entienden por si solas en todos y cada uno de los movimientos que realizan. Sin descuidar los besos, me cuelo debajo de su camiseta. Acaricio su espalda utilizando solo las yemas de mis dedos. Muy despacio. Pero sé que le gusta. Noto como su piel se eriza a mi paso. Y no tardo ni dos segundos en deshacerme de esa prenda totalmente inservible. Hasta que el aire empieza a ser insuficiente entre nuestras bocas. Es entonces cuando doy por finalizada esta batalla tirando suavemente de su labio inferior.

Me levanto del sofá. Le tiendo la mano para que haga lo mismo. Y lo hace. Pero Patri siempre va un paso más allá. Y sin darme tiempo a estabilizar la respiración vuelve a atacar mi boca. Y realmente a mi me encanta. Me encanta respirar de ella. Porque para vivir ya no basta con respirar. Ahora además necesito su aire. El mismo aire que inunda sus pulmones también quiero que inunde los míos. 
No sé como lo consigue pero me quita la camiseta sin dejar de besarme. Acaricia mi espalda y me pega totalmente a ella. El espacio entre nosotras es prácticamente nulo. Pero quiere que lo sea todavía más, y de un saltito se cuelga en mi cintura. Me dirijo con ella hasta la habitación. Y beso su cuello que ahora está a la altura de mi boca. Me separo para volver a mirarla, pero el gesto de sus labios reclama toda mi atención. Se muerde el lado derecho del inferior en un gesto extremadamente sexy que me hace perder la poca cordura que me queda. Y yo aprieto los míos con fuerza en un intento para no devorarla allí mismo.


La tumbo lentamente sobre mi cama y me dejo caer encima de ella. Siento que su cuerpo arde, pero no es el único. El juego de besos que acabamos de inventar momentos antes continúa. De la misma forma. Lento… Enredo una de mis manos en su pelo y con la otra desabrocho el botón de su pantalón vaquero. Lo deslizo por sus piernas y beso las partes que van quedando al descubierto. Aprovecho para hacer lo mismo con los míos. Porque a decir verdad, me sobran. Necesito sentir el calor de su piel directamente sobre la mía. Necesito arder.

Vuelvo a subirme en ella atrapando su cuerpo entre mis piernas. Paso mi mano por sus ojos para que los cierre. Lo hace. Y una gran sonrisa se dibuja en su boca. Desabrocho su sujetador y lo retiro con sumo cuidado. No puedo evitar que lo primero que bese y acaricie sea su pecho. El gesto que se forma en sus labios me indica que le encanta. Y yo me divierto besando zonas de su cuerpo sin que se lo espere. Y es así como lo transformo en un recorrido de besos interminables. Mi lengua transita todos los rincones que la vuelven loca. O casi todos. Una fina tela de color negro es lo que me impide disfrutarla por completo. La acaricio por encima de la prenda. Ella aprieta los labios al sentir mis caricias. Y sabe que lo mejor está por llegar. Esta completamente excitada. Y eso me enciende aún más. Aparto cuidadosamente la prenda. Y me quedo embobada contemplando la belleza de su desnudez ¿Quién dice que la perfección no existe?

Me acerco despacio y levanto la vista para mirarla. Sé que hace rato que ha abierto los ojos y está atenta a mis movimientos. Rozo ligeramente su sexo con mi lengua. Y dejo sobre él pequeños besos, que poco a poco aumentan de intensidad, al ritmo que la situación requiere. Estruja las sabanas con tanta fuerza que las saca del sitio. Pero eso da igual. Porque ahora solo me preocupa llevarla tan lejos como pueda. Hacerla tocar el mismísimo universo con todas sus estrellas. Y sé muy bien lo que hacer para conseguirlo. Se mueve descontrolada por pequeños espasmos de placer que se han adueñado de su cuerpo sin pedirle permiso. Arquea su espalda en repetidas ocasiones y yo intento sujetar su cintura con ambas manos. Me alza la cara y me obliga a subir de nuevo hasta su boca. La beso dulcemente y vuelvo a jugar con su lengua. Hacía demasiado rato que no lo hacía. Quizá no tanto. Pero lo echaba de menos.

Zigzagueo con mi dedo a lo largo de su cuerpo y me paro en su ombligo. Con mi mano derecha vuelvo a recorrer las proximidades de su intimidad. Humedezco mis dedos con su propia excitación, que por cierto es mucho mayor que antes. Y sin rodeos me pierdo dentro de ella, provocando que el gemido que escapa de su boca lo escuche hasta el vecino de enfrente. Lentamente pero con ritmo comienzo a moverme. Y sin dejar de hacerlo vuelvo hasta sus labios. Porque me gusta cuando sus gemidos acaban en mi boca. Y a ella le gusta que los intercambiemos juntas. Así que se las apaña para colarse también dentro de mí. Ni siquiera mi ropa interior le molesta. Grito porque me pilla desprevenida. Pero me fascina cuando lo hace. Cierro los ojos y dejo que una mezcla de emociones salgan a la luz. Mientras tanto intento concentrarme en hacerla tocar el cielo. Pero me resulta difícil hacerlo cuando yo también estoy ascendiendo a él. El ritmo de las embestidas se descontrola. Igual que los gemidos, que se empeñan en ser los protagonistas de la noche. Las gotas de sudor campan a sus anchas en nuestros cuerpos. Se mezclan unas con otras. Y no sé porqué. Pero es algo que me encanta. Los besos no cesan en ningún momento. Y mi empeño en que disfrute como nunca antes lo ha hecho, tampoco. Acelero mis movimientos cuando noto que estoy a punto de estallar. Porque sé que ella también lo está. No sé en que momento decido a abrir los ojos. Pero reencontrarme con su mirada en un momento así, es lo mejor del mundo. Y así llegamos a la cumbre. Mirándonos a los ojos ascendemos juntas a la estrella más lejana del universo. Y ahora sé que esa estrella lleva su nombre.


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¡Hola! Simplemente decir que la gran @Apruebadeti_ es la que ha escrito TODA la escena del final. Yo no tengo tiempo para nada y si no fuese por ella no hubiera subido en siglos. Desde "Nuestras miradas se encuentran..." ¿Increíble lo bien que escribe eh? Gracias otra vez por todo, her. 

Y a los demas, espero que lo hayáis disfrutado y gracias también 

¡Besos! 

@NovelaconMalu