jueves, 28 de enero de 2016

ALGUIEN CON QUIEN DESAHOGARSE (2x41)

Respondo que no tengo novio. Y no le miento, pero no le aclaro que lo que tengo es una novia esperándome en Madrid. Una chica que me ha dicho que daría lo que fuera por mí y lo ha demostrado rompiendo sus propias barreras. Recuerdo en ese momento el día en que salió del armario y cómo poco a poco ha ido abriendo las puertas de un armario que tenía cerradas a cal y canto para quien no fuera de su entorno más cercano. Les costó. No olvidaré el desmayo, la duda y sus desapariciones temporales. Siempre he sido consciente de el miedo que tenía, por ello la he apoyado aunque eso implicara cohibirme en algunos aspectos. Y ahora se lo pago ocultándole a este chico nuestra relación, cuando siempre me he sentido la mujer más afortunada del planeta por estar con ella. Me tiembla el labio y estoy a punto de decirlo, pero no puedo. Me corto y simplemente bajo la mirada. Lo que ni siquiera comprendo es el porqué. Por mucho que intente aclarar el maremoto de sensaciones que me están consumiendo en este par de segundos no lo veo. No vislumbro a qué se debe que me oculte habiendo sido yo una delas portavoces de la libertad de las personas y, sobre todo, de la sinceridad. Una de las opciones que pasan por mi cabeza, por no decir la única, es que no confío lo suficiente en él. Malú es demasiado personal e importante y lo que tenemos es tan especial que no se lo quiero contar a este desconocido que me da una de cal y una de arena cuando le conviene. Aún no sé cuál de sus caras es la verdadera y cuál es la careta. Pero esta teoría se vence parcialmente cuando me doy cuenta de que Malú es una estrella de la música en España y muchas personas en las que confío incluso menos que en Nathan saben lo que tenemos. Y nunca me ha importado.

Lo que queda de cena deja de ser lo mismo. Para ser sinceros, él sigue estando igual de encantador que toda la tarde y parte de la noche, pero yo no puedo dejar de pensar en ella. Siento que la he fallado pronunciando un simple "no" a la pregunta de Nathan. Quiero irme a casa, llamarla y decirle que la quiero. Salir a la calle y gritarle al mundo que estamos juntas. Sin embargo, me quedo en el sitio y callada. Sonriendo a las historias que me cuenta el actor y de las que me entero a medias. En la mesa ya están los postres: fruta con cobertura de chocolate. Está delicioso, pero ni eso me hace poner los pies en el suelo.

-¿Me estás escuchando, Patricia? - Pregunta Nathan de repente. Levanto la cabeza de la fresa que estoy pinchando repetidamente en el plato. Hacía un buen rato que no le miraba.

-Claro. - Comento y sonrío.

-No mientas. - Se ríe. - Te he preguntado sobre tu casa de Madrid y no me has respondido.

-Perdona... - Me disculpo. - Me he distraído un momento. Mi casa de Madrid es un ático con unas vistas...

-Patri, ¿qué pasa? - Me interrumpe. - Llevas así desde hace un buen rato. ¿He dicho algo que te haya molestado?

-No, no. - No ha dicho nada que me haya ofendido. Al contrario, lleva toda la noche cuidando las palabras para no decir nada que me doliera y me hiciera abandonar su casa. Y lo hace bien. Pero, si hubiera dicho algo que me molestara, probablemente ni siquiera me enteraría porque mi mente está en un lugar y mi cuerpo en otro. - Lo siento, no tienes culpa de nada.

-¿Estás bien? - Acerca su silla a la mía y me coge de la mano. Y, en lugar de hacerme sentir más protegida, me derrumbo. No puedo evitar llorar desbordada por los recuerdos y la sensación de impotencia. Se aproxima más y me coge también la otra mano, pero sin pensarlo me precipito a su cuerpo y libero mi llanto en su hombro. Durante unos minutos no pienso en nada más que en ella. No me preocupa quién me abraza ni a quién le estoy mostrando mi cara más débil. Solo necesito hacerlo y afortunadamente hay alguien que me consuela.

-Lo siento, lo siento. No debería... - Me separo de Nathan sin despegar la mirada del suelo y quitándome las lágrimas de los ojos. - Perdona. Lo mejor será que pida un taxi.

-No, espera. No voy a dejar que te vayas así. - Se pone en pie y me tiende la mano. - Vamos a dar una vuelta por el jardín. - Dudo y lo nota. - Andamos un rato para que te despejes y te vas. Sin más.

Asiento y me levanto con él, pero no le agarro la mano. No sé si debería ser tan cercana aún ya que no le conozco demasiado pero por suerte me está ayudando más de lo que creía en este día. Sin hablar, salimos a su enorme jardín y empezamos a caminar. Me gustaría poder no pensar más en el tema. Estoy enamorada de Malú, la quiero y, aunque muchas veces piense en negativo, sé que lo hago porque la echo de menos. Me afecta y no puedo evitar llorar o creer que si no la tengo cerca no voy a poder ser feliz. Y, uno de los mayores interrogantes, es por qué no le he dicho a Nathan que sí tengo novia. Teniéndole aquí al lado sería tan fácil como abrir la boca y pronunciar esas palabras. Ni siquiera sería necesario girarme para mirarle a los ojos. Directamente, no tendría por qué ocultarlo. O puede que lo que no tenga que hacer es decírselo. No tenemos esa confianza.
Y, por otro lado, me come la culpa de no haber dado señales de mí a Malú en todo el día. Estoy segura de que cuando encienda el móvil tendré decenas de llamadas y mensajes en los que se intenta poner en contacto conmigo. Seguro que está preocupada y que cuando hablemos me regaña. Y no puedo llevarle la contraria porque tiene motivos para sentirse así. No entiendo qué hago aquí con este chico cuando donde quiero estar es en Madrid abrazada a mi chica.

-¿Estás mejor? - Rompe el silencio Nathan. Hace ya unos minutos que he dejado de llorar, aunque llevamos dando vueltas probablemente casi una hora. Yo mirando al suelo y el actor con la vista tendida al horizonte, caminando a mi ritmo y de vez en cuando pateando alguna porción de césped.

-Sí... - Murmuro.

-Oye, no nos conocemos mucho. - Comenta frenando sus pasos. - Pero necesito decirte que puedes contar conmigo para lo que sea. Entiendo que sea difícil confiar en alguien como yo porque soy el primero que no confiaría en mí, pero si puedo hacer algo para que estés bien lo voy a hacer. - Me deja totalmente perpleja. Todas esas palabras son las últimas que podía imaginarme saliendo de su boca. Verle así me parece tan tierno. Al fin y al cabo, es casi un niño metido en un mundo que se le queda grande.

-Gracias, Nathan. Sinceramente no sé qué hubiera sido de mí hoy si no hubieras estado tú. - Confieso. Me guste o no, es una realidad. Primero al salir del trabajo y ahora ayudándome a recomponer mis pedazos. - Me voy a ir a casa que ya te he molestado lo suficiente.

-No molestas. - Dice sonriendo. - No estoy mucho en casa, pero cuando lo hago suelo aburrirme. Te tendría que dar las gracias a ti por hacerme compañía.

-¿Me das las gracias por venir aquí a llorar? - Bromeo.

-Más o menos... - Admite entre risas. - Puedes venir aquí para llorar o para reír. Cuando quieras.

-Cuando estés. - Corrijo recordando que suele estar trabajando fuera. Asiente y resopla.

-Deja que te lleve a casa.

-Ni de broma. Ya te he molestado lo suficiente hoy. - Me quejo.

-Por favor, me quedo más tranquilo si te dejo allí.

-Es tarde, tendrás que dormir.

-No suelo dormir mucho.

-En un taxi llego sin problemas. - Voy a seguir negándome a su propuesta, pero me quedo con la palabra en la boca porque los ladridos de su perro me interrumpen. El pequeño animal aparece corriendo por una esquina y empieza a mordisquear los tobillos de Nathan. No puedo evitar reírme cuando veo al actor pegar saltitos para evitar los dientes del perro. Se agacha para cogerle en brazos y, como por arte de magia, Tod se tranquiliza y besa las mejillas de su dueño mientras este le dice cosas bonitas. - Hacéis una pareja preciosa. - Añado con risas.

-Tod es mi único y verdadero amor. - Reímos. Coge al pequeño de las patitas y se acercan a mi. - ¡Venga, Patri! Deja que Nathan te lleve a casa. - Dice el joven haciéndose pasar por el perro. Las carcajadas salen desde mi garganta cruzando cualquier barrera.

-No...

-Por favor...

Con la broma del perro y todas las risas que brotaron en el jardín consigue convencerme para llevarme él mismo a casa. El único requisito que pongo es no ir en moto y acepta sin rechistar. El vehículo que elige para el trayecto es, sin dudar ni un segundo, el deportivo rojo. Y admito que me hace ilusión montarme en un coche como ese porque nunca antes había tenido la oportunidad. Le doy la dirección y la introduce en el GPS para facilitar la ruta. Mientras tanto, vamos hablando de la noche y me sigue contando detalles de su vida. Afortunadamente, no saca el tema que hace un rato me hizo llorar en la cena. Y cada vez que nos aproximamos a aspectos más serios, rápidamente hace un quiebro y dice alguna tontería para que me ría. Ya no hay piques ni palabras que me puedan molestar saliendo de sus labios, sino todo lo contrario.

-Es este portal. - Indico cuando veo el bloque de edificios en el que está mi nueva casa. Es alto y de grandes dimensiones, pero no tanto como el de Madrid. El actor para el vehículo justo enfrente y baja, al igual que lo hago yo. - Muchas gracias por todo, Nathan.

-Gracias a ti por acceder a venir y hacerme pasar una gran cena.

-Me has sorprendido mucho, lo admito. - Me sincero con una sonrisa en los labios.

-Puedo seguir sorprendiéndote si quieres... - Propone. - Eres nueva en la ciudad y yo me conozco muy bien cada rincón de la zona. Te aseguro que soy un gran guía.

-Bueno, ya lo veremos... - Titubeo. - A lo mejor algún día me apetece probar otro delicioso plato de Diana.

-Cuando quieras. - Se ríe guiñándome un ojo.

Entonces, me acerco a él y le doy un abrazo a modo de despedida. No es el primero del día aunque hace unas horas no me imaginaba haciéndolo. Añado un beso en su mejilla y, después, camino hacia la puerta de acceso. La abro y me giro para comprobar que sigue ahí esperando con una sonrisa de oreja a oreja. Me despido con la mano y desaparezco definitivamente de su campo de visión.
Ya no me cuesta admitir que he pasado una de las mejores noches desde que me he mudado, a pesar de que ha sido con él. Me ha demostrado ser una persona totalmente diferente de lo que me imaginaba. Al principio se me hacía extraño tenerle delante hablando conmigo e incluso en actitud cariñosa, aunque no tardé en acostumbrarme y verle ahora de otra forma sería lo raro. Probablemente a Nathan no le parecería suficiente y no es lo que quiere, pero sé que por mi parte podríamos llegar a ser muy buenos amigos.

Nada más subir busco el móvil dentro del bolso y lo pongo a cargar. Minutos después, tal y como esperaba, saltan decenas de mensajes y llamadas perdidas. Todas de Malú. Lo primero que abro es el WhatsApp y me encuentro con muchos mensajes en los que me pregunta si me ha pasado algo y me pide que en cuanto pueda la escriba. Además, hay unas notas de voz que guardan palabras de Josete. Me pide que vaya pronto a verle y haga una fiesta de despedida. Que me echa de menos. Y ahí sí que me supera todo y vuelvo a romperme en un saco de lágrimas. De nuevo la idea de dejarlo todo y volver a mi país despierta en mi ajetreado cerebro. Limpio la humedad que resbala por mis mejillas y me dispongo a responder a mi novia. Pero me doy cuenta de que en España es por la mañana, casi medio día, así que me decanto por hacer directamente una llamada.

-Patri, ¿estás bien? - Descuelga al primer tono y con una voz realmente preocupada.

-Sí, sí. Estoy bien. Es que me había quedado sin batería y no estaba en casa.

-Joder. Llevo todo el día histérica. Llamé a tu trabajo también y me dijeron que sí habías ido como siempre pero que no lograban ponerse en contacto contigo.

-Lo siento, amor. No te preocupes más...

-¿Se puede saber dónde te has metido desde que has salido del trabajo hasta ahora? - Trago saliva antes de contestar. Ya está enfadada porque no ha tenido noticias mías durante el día y seguro que si le digo con quién he estado aumenta el cabreo.

-He ido a cenar con algunos compañeros de trabajo. - Miento. - Nos hemos entretenido y cuando me quise dar cuenta no tenía batería. Lo siento. - Cierro los ojos y me muerdo los labios con intensidad esperando nerviosa a tener una respuesta. Al otro lado se escucha un largo suspiro.

-Está bien... Perdona mis formas. - Se disculpa. - Es que tenía miedo de que te hubiera pasado algo. No me acostumbro a que lleves una vida tan separada de la mía y aún no me mentalizo de que contactar contigo no es tan fácil como antes.

-No pasa nada, Malú. También es culpa mía por no estar más atenta a la batería.

Entonces, empieza la conversación que nos visita con más frecuencia últimamente. Nos echamos de menos. Nos queremos. Nos necesitamos. Lloro y ella me dice que esté tranquila porque no habrá guerra capaz de terminar con nuestra historia. Y no me lo creo cien por cien, pero no me veo capaz de llevarle la contraria por el miedo a que sea ella la que llore. Pero es que en este día me siento especialmente mal porque he hecho algo que nunca antes había hecho con Malú: decirle una mentira. Siempre he sido fiel defensora de la honestidad y de decir las verdades aunque duelan porque no me gusta que se queden dentro en proceso de putrefacción palabras que deben volar y convertirse en sinceridad. Se lo dejé claro desde el principio y fue algo en lo que ambas estábamos de acuerdo. Pero ahora he fallado nuestro pacto no escrito y la he engañado. No he sido capaz de decirle que he cenado con Nathan, al igual que tampoco fui capaz de decirle a él que tengo novia. Y, como antes, tampoco encuentro los motivos enredados en mi cabeza que me hayan hecho llegar a esto. Quizá por miedo, por no romper la tranquilidad en la que me encuentro o por no hacer daño a quien me rodea. Quién sabe. Lo único real es que yo misma me odio por ello. Siento que al por dentro se me descompone, me envenena y me hace comportarme como alguien que no soy, alguien a quien ni siquiera me parezco.

Pasan un par de días y, aunque tengo mis momentos de lucidez, sigo encontrándome igual de mal. Fingir ante el resto del mundo mis problemas se me da bastante bien, pero en la intimidad me vuelvo a derrumbar rápidamente como si un cable de mi cerebro cambiara de posición. Tengo una inestable situación anímica provocándome lágrimas en un ritmo mucho más frecuente del habitual. Y yo misma echo de menos a la Patri del pasado de la que, poco a poco, me estoy olvidando. Me cuesta sonreír y hacer mis locuras ya ni se me ocurre. Se me está apagando el motor interno y no tengo ni idea de dónde encontrar las piezas que me ayuden a ponerlo en marcha. Las ganas de quedarme aquí se esfuman y ya no hay nada que me convenza de lo contrario. Para colmo, la mentira a Malú sigue convirtiéndose en el foco de todos mis pensamientos. De hecho, esas palabras fueron seguramente las que han derivado en este tremendo malestar. Mis conversaciones con ella, a quien considero la mujer de mi vida, han decaído en fluidez y risas. Y, sin eso, me duele cada segundo.

Tres tardes después, vuelvo de trabajar cansada. Es pronto y no ha sido una jornada excesivamente intensa, pero cuando la mente esta débil se refleja en el cuerpo. El trayecto en autobús se me hace eterno y cada paso de la parada a mi bloque se resiente. Al llegar, abro el buzón para coger las cartas y subo hasta mi piso. Allí, caigo redonda en el sofá sin ni siquiera quitarme la ropa. Me duele la cabeza y me tomo un par de minutos para cerrar los ojos y tranquilizarme. Después, los abro y ojeo las cartas que anteriormente recogí. La mayoría son publicidad, hay otra del trabajo en la que me informan de asuntos bancarios y una última que llama especialmente la atención. Es un sobre rojo en el que mi nombre, sin apellidos, está escrito a mano y en cursiva. No pone por ninguna parte el origen. Delicadamente la abro para descubrir el contenido. Es una entrada de cine, por lo que pone es un pase VIP para el estreno de una película. Al leer el título caigo rápido en quién es el protagonista y, por consiguiente, entiendo qué hacía en mi buzón. Lo primero que pienso es un no rotundo a su propuesta para ir. Bastante malestar tengo encima como para meterme en un sitio como aquel. Pero no tardan el aparecer las dudas al recordar la cena del otro día. Al fin y al cabo, me sentí muy bien y, quizás, él me ayude a olvidar las tempestades que me arrasan.




viernes, 15 de enero de 2016

DESCUBRIÉNDOTE (2x40)

Llevo un día especialmente ajetreado. Tanto que no he tenido tiempo ni de escribir un triste mensaje a mi novia. Y la mayoría de las veces eso me supera. He pensado tantas ocasiones en dejarlo todo y volver a Madrid... Echo de menos su voz. Su sonrisa cuando me da los buenos días sin salir de la cama. Los “te quieros” que me susurra mientras hacemos amor. Su forma de mirarme cuando está enfadada. La echo de menos…

Pero eso no es todo. Hay más cosas ocupando mis pensamientos. Él. El tío más engreído de Los Ángeles. ¿Quién coño se cree? Como si no tuviera ya suficientes cosas de las que preocuparme. Ese hombre me saca de quicio y cuando pienso en él me pongo de muy mal humor.

Acabo mi jornada laboral y solo pienso en llegar a casa y desconectar de todo. Con la diferencia horaria ni siquiera llego a tiempo de dar las buenas noches a Malú. Y eso me cabrea todavía más. Tengo pocas ganas de ver a nadie, y mucho menos al capullo 'chulo playa' que se dedica a robarme besos por las esquinas. Lo que me faltaba, ser el capricho de un veinteañero famoso. 

Dicen que más vale prevenir que curar así que, para evitar sorpresas y visitas inoportunas, salgo por la puerta de emergencia que da justo a la calle de detrás. Nunca había pasado por ahí, pero me arrepiento al instante de poner un pie en esa acera. Ya era totalmente de noche y la luz en aquella vía era casi inexistente. Ni una sola persona pasaba por allí. Era como si ese lugar no perteneciera a la ciudad.

Hoy no he traído coche. Así que camino con paso firme hacia la parada del bus. No tengo ganas de permanecer mucho tiempo en este lugar, me pone los pelos de punta. Pronto me doy cuenta de que ya no estoy sola. Escucho pasos detrás de mi, pero no me giro para mirar. 

—Eh, rubia, rubia. ¿Dónde vas tan deprisa?

Un tipo de aspecto bastante cuestionable me alcanza y se interpone en mi camino, obligándome a detenerme. Le miro insegura. La verdad es que no sé muy bien qué decir ni qué hacer en ese momento. La mente se me bloquea. Casi involuntariamente agarro la funda de mi cámara de fotos, que llevo cruzada sobre mi cuerpo. Al instante me doy cuenta de que ha sido una mala idea porque lo único que consigo es provocar que el individuo desvíe la mirada hacia ella.

—¿Qué pasa, se te ha comido la lengua el gato? Venga, saca lo que lleves ahí. -dice con tono amenazador mientras se acerca más a mí.

—Oye, tío. No tengo nada. -digo intentando caminar. Pero de nuevo se planta delante de mí impidiéndome andar.

Me mira fijamente a los ojos. Su mirada me da miedo. Acumula odio en ella y parece capaz de cualquier cosa. Si lo que pretende es intimidarme va por el buen camino. Sin quitarme la vista de encima se lleva la mano al bolsillo. Ahí es cuando se me nublan las ideas y empiezo a imaginarme pistolas y navajas por todos los lados. Creo que he visto demasiadas pelis y la imaginación me desborda. Aprieto los labios y cierro los ojos con fuerza. Tal vez esto solo sea un sueño.

—He dicho que me des lo que lleves en la bolsa, joder –grita agarrándome de un brazo y empujándome contra la pared del propio edificio donde trabajo. Me quejo silenciosamente. Creo que acaba de destrozarme la espalda.

—Eh, tú. Suéltala si no quieres tener problemas -pronuncia una voz a escasos metros de distancia. Esa voz. Es él. Nunca imaginé que me alegraría tanto de escucharla.

El tipo mira hacia el lado sin soltarme. Nathan se aproxima hacia donde estamos, pero no viene solo, le acompañan dos tíos del tamaño del increíble Hulk. Mi agresor cambia de gesto, me suelta y sin mirarme sale corriendo todo lo que su físico le permite que, sinceramente, no es mucho. Pero pronto dobla la esquina y le pierdo de vista. Es entonces cuando por fin vuelvo a respirar.

Nathan se acerca rápidamente hasta a mí y me abraza sin decir nada. Y a pesar de ser quien es, no me quejo porque es justo lo que necesito. De hecho, no solo no me quejo, sino que también le correspondo al abrazo hundiendo mi cabeza en su hombro. Huele tan bien que me descoloca. Por primera vez me alegra tenerle entre mis brazos. Todavía me tiemblan las piernas. Deshace el abrazo y me mira con gesto preocupado. Demasiado humano para tratarse del actor que yo conozco.

—¿Estás bien? -pregunta clavando su mirada en mi. Y es raro, pero me trasmite calma con ella.

—Si, si. Gracias. Jamás pensé que diría esto, pero me alegro de verte... 

Sonríe de esa forma que tan bien sabe hacer ante el objetivo de mi cámara. Pero incluso esa sonrisa me parece diferente a la de las sesiones. Como si lo hubieran cambiado por otro. Supongo que será la situación.

—¿Seguro?

—Estoy bien, Nathan. No te preocupes. Suerte que eres un pesado insistente y estabas aquí.

—Me lo tomaré como un cumplido. Solo quería saber si te apetecía cenar conmigo…

—Tú no te rindes nunca, ¿no? –pregunto negando con la cabeza y sonriendo.

—Cuando algo merece la pena, no. 

—Supongo que después de esto no puedo negarme...

—Puedes, pero quedaría un poco mal...

—Oye ¿tú no habrás montado todo esto para cenar conmigo no? -digo mosqueada pensando en lo que hizo con la moto de mi compañero.

—¡No! ¿Por quién me tomas? No haría nada que te pusiera en peligro. –contesta ofendido.

Dudo un instante. La verdad es que por un momento llego a pensarlo. Es el plan perfecto de una mente trastornada, es decir, la suya. No sé muy bien porque razón, pero decido creerle y darle un voto de confianza.

—Está bien. Cenaré contigo. Por fin lo has conseguido.

—Es que yo...

—Como se te ocurra terminar esa frase diciendo que tú consigues todo lo que te propones cenas solo, te lo juro. -suelto interrumpiéndole con mi bordería habitual.

—Ya veo que vuelves a ser tú, Patri -pronuncia el diminutivo de mi nombre con su peculiar acento y yo no puedo hacer otra cosa que sonreír. Pero disimulo para que no se de cuenta.

—¡No me llames Patri! Vamos a dejar las cosas claras. Tú y yo no somos amigos. Cenamos y punto. –exclamo mirándole a los ojos.

—Joder. ¿Siempre eres tan borde? –pregunta arreglándose el pelo.

—No, soy peor –contesto dedicándole una sonrisa esta vez. —Y ahora que lo sabes… ¿Estás seguro de que quieres cenar conmigo?

—¿Bromeas? Con lo que me ha costado conseguirlo… ¿Vamos en mi moto?

Acepto con la cabeza. Se despide de los armarios que tiene por guardaespaldas dándoles la noche libre y me lleva hasta la calle principal donde tiene aparcada su moto. Se abrocha la cazadora de cuero, se pone los guantes y me tiende un casco negro antes de ponerse el suyo. Después, sube al vehículo. No me creo que vaya a ir a cenar con el chico que más odiaba hace escasos minutos. Tampoco le he dejado de odiar, pero tendré que estarle eternamente agradecida de haberme librado del baboso de esta noche. Además, ha sido gracias a él que no he perdido mi preciada cámara de fotos. Y eso sí que me deja tranquila.

-¿Con qué restaurante me vas a sorprender? Espero que sea bueno y caro. - Bromeo. Sonríe y, con un gesto de cabeza, me indica que suba. 

-Al mejor que conozco. - Desplaza las manos hacia mis muslos y tira de ellos para pegarme a su cuerpo. Le doy un manotazo e intento separarme, pero me retiene. - No es que quiera nada, es para que no te caigas. Agárrate bien.

Tiene razón. No estoy acostumbrada a ir en moto y mucho menos de esa cilindrada. Al principio, simplemente me sujeto de su cintura con las puntas de los dedos. Pero en cuanto toma la primera curva ya estoy totalmente abrazada a su cuerpo. Noto como se hecha a reír al notar mi sobresalto. Me da rabia porque sé perfectamente que conduce bruscamente para hacerme sufrir y, de paso, para tenerme más cerca. Lo malo es no poder evitarlo. 

De pronto, antes de lo que imaginaba y en un sitio totalmente desconocido para mí, para la moto. Ante nosotros hay unas enormes puertas y un guardia que las custodia. En cuanto nos ve, el hombre sonríe y presiona un botón para que las puertas se abran.

-¿Dónde estamos?

-En mi urbanización.

-¿Cómo? - No me responde y sigue conduciendo. Ya me estoy empezando a arrepentir de haber aceptado la cena. Por mucho que esta noche me haya salvado, sigue siendo el mismo idiota de siempre. Dos minutos más tarde, al llegar a una enorme casa, gira para entrar en lo que parece un garaje. Desde fuera sorprende, pero al introducirnos lo hace más. Allí tiene otra moto más, un poco más clásica, y dos coches. Un deportivo rojo y un todoterreno negro. Bajo rápidamente en cuanto apaga el motor. - ¿No se supone que íbamos al mejor restaurante que conoces?

-Y así es. - Baja él también y me muestra su impertinente sonrisa. Ya se me ha pasado la alegría de antes y no puedo evitar sentirme mal por estar aquí. - No encuentro un sitio en el que se coma mejor que aquí. - Va hacia el ascensor que tiene detrás que se abre instantáneamente. Me espera, pero no avanzo ningún paso. - Te prometo que no te vas a arrepentir.

En ese momento no puedo evitarme imaginar el abrazo que nos dimos hace unos minutos, cuando vino corriendo a librarme de aquel acosador. Y no puedo negar que entre sus brazos me sentí más protegida que ningún otro día de los que llevo en este país. Con dudas, asiento y entro con él al ascensor. No sé por qué, pero la cara que tiene ahora mismo no parece igual a la que me había mostrado con anterioridad ni la que veo por televisión.

Pulsa el botón de la segunda planta. Hay tres botones más, por lo que deduzco que la casa está formada por cuatro pisos. Nunca había estado en una vivienda de esas dimensiones, y mucho menos con ascensor privado. Unos segundos después, las puertas se abren y dejan ante nuestros ojos un enorme espacio en el que el blanco y el negro son los colores principales. Todo el suelo son alfombras de esos mismos tonos. Por eso, Nathan se quita los zapatos y me pide que haga lo mismo. Me explica que le encantan las moquetas porque le hacen sentir que está en las nubes. A la derecha está lo que parece ser el salón, con un gran sofá y una televisión gigante. A la izquierda el comedor, amueblado con una mesa redonda. Entre ambas estancias no hay puertas ni muros de separación. Todo es un uno realmente bonito. Y, al mirar al frente, me encuentro con una cristalera que va de extremo a extremo. Tiene unas vistas preciosas. Además, da paso a un jardín muy amplio en el que no falta la piscina. El chico nota que me he quedado enganchada de esas vistas y me pide que le acompañe hasta fuera, para que pueda verlo todo bien. De pronto, en cuanto se abren las puertas que dan al jardín, un pequeño perro se acerca al joven y empieza a dar saltos y ladridos. Si no me equivoco es un cruce de pequinés con otra raza que no logro distinguir. Se sienta en el suelo y deja que le lama la cara mientras se ríe a carcajadas. Después, lo coge en brazos y es él quien le da besos. No me puedo creer lo que están viendo mis ojos. El duro Nathan dándole cariño a un perro enano, cuando lo que más le pega es un pastor alemán o un pitbull.

-Te presento a Tod. - Se pone de pie y me acerca al perro, que rápidamente me chupa la mano. - Tod, esta es Patri. Es española pero muy maja. Casi una amiga. - Le acaricia una vez más y le deja en el suelo. - ¿Te gusta la casa?

-Creo que no existe nadie a quien no le guste esta casa. - Comento.

-Hace un año ni yo mismo me imaginaba viviendo en un lugar así. - Comenta. - Y te confieso que a veces me parece muy grande para vivir solo. Pero bueno... tampoco paso mucho tiempo aquí.

-Me imagino... Yo vivo en un pequeño piso y ya me siento sola.

-¿Por qué no tienes un animal? - Propone. - La verdad es que Tod me entretiene mucho y me hace sentir mejor.

-Pf, no sé. Lo he pensado alguna vez pero en España se podría decir que tengo ya cinco.

-¿Cinco? ¿En serio? - Asiento con una sonrisa en la boca.

-Cuatro perros y un gato. - Me refiero sin lugar a dudas de los tres perros que Malú ha tenido toda la vida, el pequeño que le regaló Aitor y el gato.  No son míos, pero como si lo fueran. Pero acordarme de las mascotas me hace recordar a Malú y que no he dado señales en todo el día. - Mierda, mierda.- Revuelvo el bolso, que en esos momentos parece un agujero negro en el que no se puede encontrar nada. Por fin, aparece el móvil. Pero sin batería. - Joder. Mierda.

-¿Estás bien? - Pregunta preocupado.

-No. Es que hoy no he... - Freno mis palabras. No me apetece dar explicaciones sobre mi vida a un chico del que todavía no sé si me tengo que fiar. - Da igual. No pasa nada.

Una señora que debe pasar los cincuenta años aparece por la puerta del ascensor y a Nathan se le ilumina la sonrisa. Se disculpa y sale corriendo hacia ella. Ambos se envuelven en un fuerte abrazo y se besan las mejillas en varias ocasiones. Supongo que es algún miembro de su familia. Hablan algo que no logro escuchar, solo veo sonrisas y miradas cariñosas. No tardan en acercarse a mi.

-Patri, está es Diana. - Inicia la presentación. - Diana, ella es Patri. Una amiga que ha venido a cenar. Ya le he dicho que este es el mejor restaurante que va a encontrar en toda la ciudad.

-Mucho gusto. - Se acerca y me da dos besos. - Nathan es un exagerado.

-¡Exagerado nada! No conozco mejor cocinera que tú. - La última frase me deja descolocada. ¿Cocinera?

-Bueno, ¿qué quieres que prepare? - Pregunta la mujer.

-Lo dejo en tus manos, Diana. Pero tiene que ser una cena que enamore a la española. - Esta vez me mira a mi guiñándome un ojo.

-De acuerdo. Pues me voy ya mismo que sino no da tiempo. - Se despide de mi con un par de besos más y de él con más cariños como lo del recibimiento. Me extraña mucho verle tan cariñoso.

-¿Es la cocinera? - Quiero saber cuando se va.

-Sí. También limpia y esas cosas con cuatro personas más del servicio.

-¿Y con todos tienes tan buena relación?

-Bueno, con todos me llevo bien pero, entre tú y yo, Diana es mi favorita. Siempre se preocupa por mí y me da consejos.

-No parece alguien del servicio...

-No es parte del servicio, aunque sí en términos prácticos. No me gusta tratarles de manera porque hasta hace poco trabajé de jardinero en una casa y sé cómo te pueden llegar a tratar. - Sus revelaciones me dejan fuera de lugar. Estoy descubriendo a un nuevo Nathan que estaba oculto en esa fachada de tipo duro. - Por eso no llevan uniformes ni nada. Quiero que se sientan como en casa.

Poco a poco, minuto a minuto, va cambiando la imagen del chico que me acompaña. Tengo la impresión de que estoy con una persona totalmente diferente a la que había conocido hace unos días y tan mal me caía. No hay resto del Nathan de los comentarios inoportunos, de los piropos impertinentes, las miradas altivas, los besos robados y las frases bordes. El chico con el que estoy compartiendo la noche es agradable y se preocupa porque todo vaya bien y esté cómoda. Me siento a gusto. Como dice él, me siento como en casa. Pero también tengo dudas. ¿Cuál es el Nathan de verdad?

Mientras esperamos a que Diana prepare la cena, me hace un recorrido por la casa y me va sorprendiendo con más aspectos ocultos de su vida. Nació en Los Ángeles y aquí lleva toda su vida. Tiene una hermana dos años más pequeña que él y tienen una relación muy buena. Desde pequeño le gustó el mundo de la interpretación y se ha intentado dedicar a ello, pero no ha sido hasta hace poco cuando ha tenido la oportunidad. Hizo un casting, una película y se desencadenó toda la locura en la que ahora está metido. También me habla de la famosa actriz con la que todo el mundo cree que está liado. Nada más lejos de la realidad. Según él, no la aguanta. Es una cría impertinente que solo se baña en billetes. Y yo sonrío por la ironía de que hace unas horas yo me lo imaginaba a él de la misma manera.

Al acabar el recorrido de la casa, con cine y sala de juegos incluidos, llegamos de nuevo al salón. Esta vez, alguien se ha encargado de poner la mesa y luce de una manera preciosa. Tanto la vajilla como la cubertería conjuntan inmejorablemente con la casa. Y la comida tiene una pinta exquisita, además de un olor de esos que te hacen parar los pies, cerrar los ojos y disfrutar. Tomo asiento y seguidamente Nathan hace lo mismo. En cada plato hay un gran filete de carne acompañado con una salsa de color amarillo y, en el centro, una ensalada que llama la atención por la variedad de colores que la componen. Mientras yo me dedicaba a saborear con la mirada los alimentos, el chico se había encargado de llenar las copas de vino y ahora me tiende una.

-¿Brindamos? - Propone. Asiento y alzo mi copa.

-¿Por qué brindamos?

-¿Por ti?

-Me niego a brindar por mi. - Comento con una pequeña risa trepando por mi garganta. - Mi egocentrismo no es tan alto como el tuyo.

-Yo nunca brindaría por mi. - Se ríe y mira al techo asombrado por eso visión que tengo de él, aunque es la que muestra y es consciente. - Al menos no lo haría teniéndote a ti delante.

-Bueno, brindemos por la cena. - Digo queriendo llegar a una conclusión pronto para empezar a comer.



-Brindemos mejor porque tú estés cenando conmigo. - Sin dejarme reaccionar y aprovechando que ya tengo el brazo alzado, choca su copa con la mía. Y guiña el ojo poniéndome nerviosa. Sigo sin saber cuánto de sinceridad hay en sus labios. Así, comenzamos a degustar los platos y nos silenciamos durante unos minutos. Está tan delicioso como aparentaba. No logro saber de qué es la salsa, pero tiene un sabor entre dulce y salado que, junto al jugoso filete, alteran los sentidos de cualquiera. - Entonces, cuéntame algo de ti. Solo hemos hablado de mi.

-Tengo poco que contar. - Eso no es del todo real, pero no sé cuánto puedo confiar en él. 

-¿Edad? 

-Menos de treinta. 

-¿En qué zona de España vives? 

-Madrid. 

-¿Cuánto llevas aquí?

-¿Unas semanas? 

-¿Tienes novio?


--------------

¡Hola, chicos y chicas! Lo primero, toda la escena del principio en la que Nathan ayuda a Patricia y eso, la ha escrito @Apruebadeti_ . Vamos, de Marta, que siempre me ayuda cuando lo necesito 🙊 
Y a vosotros y vosotras os doy las gracias por seguir leyendo, comentando, preguntando y todas esas cosas que tanto me gustan. Graciaaaas 😍