martes, 29 de abril de 2014

Capítulo 13.

-Aitor, tenemos que hablar.

Fue lo primero que me dijo al abrir la puerta. Su visita me pilló de imprevisto. Para colmo, un "tenemos que hablar" siempre escondía algo malo. Entró en el salón y se quitó el abrigo negro, dejando al descubierto una camiseta empapada.

-¿Qué te ha pasado?

-Pues eso es lo que venía a contarte. –Suspiró. – Es que…

-Espera, primero cámbiate, que te vas a poner mala. - La interrumpí. Lo último que deseaba era que la cantante se resfriara.

Rebusqué en mi armario con la intención de encontrar alguna camiseta que no fuera excesivamente grande. Di con una más pequeña que me regalaron cuando cumplí los diecinueve años. Por aquel entonces aún no iba al gimnasio, por lo que mi cuerpo era más esmirriado que musculado. Con el paso de los años tomé conciencia de que me vendría bien hacer deporte. Me costó coger la rutina diaria, pero poco a poco sentía que al realizar ejercicio me encontraba más realizado y feliz conmigo mismo.

-Toma. A ver si no te queda muy grande… -  La prenda estaba algo desgastada, pero serviría.

Pensaba que se iba a cambiar en el baño o me iba a pedir que me diera la vuelta. Pero no. Se desvistió allí ante mi atónita mirada. Ella seguía con mala cara, pero en ese momento yo no estaba mirando su rostro. Dejó al descubierto otras partes de su cuerpo que desviaron mi atención. 

-Joder, ¡Aitor! – Me gritó cuando se dio cuenta de que la observaba sin ni siquiera pestañear.

-Perdona, perdona. –Di un respingo y me dejó ver una media sonrisa. – Es que me incitas…

-No digas tonterías. Lo que te tengo que decir es serio.

Nos sentamos en el sofá uno al lado del otro. Lo que más me extrañó es que no  me miraba a los ojos. Desde el día que nos conocimos su mirada brillaba perpetuamente y, sin embargo, ahora la mantuvo clavada en el suelo durante unos segundos que se me hicieron eternos.

-¿Qué pasó con Lucía? – No me esperaba eso. Se conocieron en el hospital, pero ni ella ni yo le contamos nada de nuestra pasada relación.

-¿Cómo sabes eso?

-Yo he preguntado primero. - Recriminó.

-Pues salimos durante un tiempo… bastante. Pero se acabó. Un día la pillé con otro en la cama, mi mejor amigo, y… no la volví a ver hasta el accidente.  –Los recuerdos acechaban mi mente y una lágrima recorrió mi mejilla. Malú me observaba atenta a mis palabras. – El otro día en el hospital me besó.

-¿Aún la quieres?

Esa pregunta ya me la había hecho yo cientos de veces y la respuesta ha ido cambiando casi a diario, pero ésta vez lo tenía claro. Quizá era la vez que menos dudas me abordaban. Agarré su barbilla con mi mano para alzar su cabeza y ponerla frente a la mía, mirándola directamente a los ojos.

-No. Me lo ha hecho pasar muy mal y un día decidí que no quería sufrir más por ella. Ese día apareció algo en mi vida que me hizo cambiar. Seguir anclado en el pasado iba a acabar conmigo. Además, hay cosas preciosas en la vida que no puedes ver si tienes los ojos empapados en lágrimas. ¿Sabes qué día me percaté de todo esto? – Negó con la cabeza y yo sonreí. – El mismo en que te conocí a ti.

Ahora era en sus mejillas donde se deslizaban las lágrimas. Pasé los pulgares por su cara quitándole las pequeñas gotitas y la besé delicadamente en los labios. Cuando me aparté vi que sus facciones eran distintas. Ahora desprendía felicidad. Aún así, había algo que no me cuadraba en todo esto.

-Malú, no lo entiendo. ¿Qué ha pasado para que de pronto vengas en estas condiciones a mi casa y me preguntes por Lucía?

La cantante se frotó los ojos y se serenó antes de responder.

-Me la he encontrado en un bar mientras tomaba algo con Pastora y Vanesa. Me tiró la bebida encima y empezó a reírse. -Me quedé de piedra. -  Menuda la que ha liado. La gente no paraba de mirar.

-¿Qué dices? No me lo puedo creer. – Conocía la faceta vengativa de mi ex, pero en ningún caso se me hubiera ocurrido que pudiera ir contra Malú.

-Como oyes. Por no hablar de cuando me llamó puta…

-¡Esa tía es tonta! Ha perdido el rumbo… -Lo del insulto me sentó fatal. Me levanté de golpe con la ayuda de la muleta que se encontraba en el suelo. - Ahora mismo la voy a llamar para cantarle las cuarenta.

-Déjalo.

-Ni de coña. No voy a permitir que te insulte y se vaya de rositas.

-Da igual. Ven aquí anda. – Me sujetó por los hombros para sentarme en el sofá. –Mis amigas le habrán dicho algo. Yo me he ido corriendo por si venían periodistas, pero ellas se han quedado a pagar y seguro que le han puesto los puntos sobre las íes.

-Está bien. – Nos abrazamos efusivamente. Estaba deseando tenerla entre mis brazos.  – Con mi chica no se mete nadie.

-¿Tu chica? ¿Ya soy tu chica? –Mierda. A lo mejor la había cagado, pero esas palabras habían salido inconscientemente.

-Eh… yo… No sé…

Sonrió ampliamente e interrumpió mis palabras entrecortadas con un gran beso en los labios.

-¡Las chicas están deseando conocerte! - Supuse que se refería a Vanesa Martín y Pastora Soler. 

-Cuando quieras. Me voy a mover entre estrellas. –Hice un pequeño bailecito con los brazos.

-Estás hecho un pavo. Cómo se nota que acabas de terminar la adolescencia… - Bromeó.

-¡Oye! Que solo me sacas seis años. – Intenté darle un pequeño empujón, pero lo esquivó ágilmente.

-También te tengo que presentar a mi hermano. - Añadió.

-Me parece genial. Pero ahora me apetece hablar de otras cosas.

La tumbé en el sofá y me eché sobre ella. Dejé la pierna escayolada a un lado, intentando que molestara lo menos posible. Pasé mi mano por debajo de la camiseta que antes le había dejado para acariciar su vientre mientras le daba besos en el cuello. Ella revolvía mi pelo con sus manos.

-Esto no es hablar.

Aún así, no me apartó. Es más, tiro de mí hacia arriba para besarme. Este beso no tenía nada que ver con todos los anteriores. Derrochaba pasión y sed de seguir descubriendo nuestros cuerpos. Me separé de sus labios dirigiéndome a su oreja para susurrarle algo.

-¿Hoy voy a conseguir que pases la noche aquí?

“Ven a pervertirme con tus juegos,

Que quiero doctorarme en tus pasiones.”

domingo, 27 de abril de 2014

Capítulo 12.

-Mamá… he intentado buscar alguna mentira, pero creo que lo mejor será decirte la verdad. – La voz me sonaba temblorosa. Hablar de esos temas siempre me avergonzaba, y más si era a mi madre a quien tenía enfrente.

-Cariño, para los problemas no hay nada mejor que una madre. – Me cogió las manos y esbozó una tímida sonrisa.

Noté su miedo. Temía lo que pudiera decirle. Yo permanecí unos segundos en silencio buscando las palabras adecuadas para contarle lo que sentía.

-Me gusta un chico, y tengo miedo. – Lo solté de golpe. Volví a parar, para luego seguir lo más tranquilamente posible. – Miedo a equivocarme,a no estar preparada, a confundir mis sentimientos, a la soportar a la prensa… Apenas le conozco.

-Hija, si no haces lo que te apetece en cada momento no podrás ser feliz. –Sonrió mientras soltaba mis manos para beber un trago de Néstea. También la percibí aliviada, seguro que se esperaba algo más grave. –Disfruta de tu vida. Ya tendrás tiempo para preocuparte por los problemas que surjan. Además, ya lo has pasado mal anteriormente... En algún momento te tienen que salir las cosas bien.

Gracias al consejo de mi madre ahora me encontraba sobre él, degustando el sabor de sus labios. Con sus palabras comprendí que no se puede dar por perdido algo que ni has intentado.

Tras el primer y dulce beso me tumbé a su lado sin dejar de mirarle a los ojos. No hacía falta palabras. Mis manos rodeaban su cuerpo y las suyas se deslizaban por mi espalda. De vez en cuando, uno de los dos caía en la tentación y se aproximaba a la boca del otro.

El repartidor de pizza nos interrumpió durante unos segundos, pero rápidamente volví a la cama para cenar con calma. No quería que aquello terminara. Ahora los besos sabían a queso y venían acompañados de múltiples caricias.

-Me tengo que ir. –Al mirar el reloj y darme cuenta de que ya pasaban las doce me quedé impresionada de lo rápido que había pasado la tarde.

-Quédate a dormir, venga… -Mostraba una sonrisa tonta.

-Ojalá pudiera. Mañana tengo ensayo pronto.

-¿Y me vas a dejar pasar la noche solo? ¿Con lo malito que estoy? – Sus pucheros me volvieron a hacer reír.

-¡Cuándo quieres sí que estás enfermo! ¡Hace dos minutos no parabas quieto!

Al final nos despedimos y bajé hacia el coche. Estaba ilusionada por el gran día que había pasado. Cuando estaba a punto de entrar en el vehículo mi móvil sonó. Era él. Seguro que me había dejado algo en su casa…

-¿Qué se me ha olvidado? ¿Estás bien?

-Solo quería escuchar tu voz, ya la echaba de menos. - Me sonrojé irremediablemente. Hacía mucho tiempo que no me decían cosas bonitas.

-¡Qué tonto! Pues abre YouTube…

-Es verdad, se me olvidaba que eres una super-estrella. - Más risas, como todas las que él me producía continuamente.

-Mañana hablamos. Un besazo.

-Un beso, ten cuidado.

Aitor era más romántico de lo que jamás me hubiera imaginado. Detrás de esa imagen de chico duro se escondía alguien extremadamente tierno. Yo siempre trato de ser lo menos empalagosa posible, pero esos gestos de él me perdían. No podía evitarlo, puede que me estuviera cambiando.

Mi voz acabó derrotada al terminar el duro ensayo de la mañana siguiente. La gira del nuevo disco estaba a punto de empezar y ultimar los detalles para que nada fallase era un trabajo complicado.

Me reuní para comer con Pastora y Vanesa. Tenía muchas cosas que hacer, pero no podía volver a darles largas. Quedamos en un bar de Madrid al que solíamos acudir de vez en cuando. Era muy acogedor. Grandes cojines hacían de asientos y las mesas eran bajas. Una luz tenue y música relajada de fondo envolvían el lugar.

Cuando llegué ellas ya estaban allí, incluso habían pedido. Con eso digo todo sobre mi puntualidad…

-Tía, ¡Por fin te dejas ver! – gritó Vanesa rompiendo la tranquilidad del local. Tuvo que pedir perdón a varias personas que la miraron con cara de pocos amigos.

-He estado muy ajetreada con La Voz, los ensayos… - Repartí besos y abrazos entre las chicas.

-Bueno… ¿y qué más? – Pastora abrió los ojos desmesuradamente y se encogió de hombros.

-Esa persona a la que has conocido tiene que estar muy buena como para que te olvides de tus amigas... –Ahora era Vanesa la que hablaba. Sus palabras me dejaron loca. Me esperaba que sospecharan algo, pero su manera tan directa de decírmelo me dejó pálida. Aunque de Vanesa no me extrañaba. Si buscas “sinceridad” en el diccionario probablemente aparezca su cara.

Las carcajadas comenzaron a brotar. Primero era yo sola la que reía, pero luego me acompañaron las chicas. Les hablé de él mientras esperaba a que una camarera me trajera la Coca-Cola que pedí hace unos minutos.

-¡Qué ojazos! – Exclamó Pastora sosteniendo mi móvil en sus manos. En la pantalla había una foto en la que aparecíamos Aitor y yo con trozos de pizza en la mano, sonriéndole a la cámara. Era de la noche anterior. El chico dijo que teníamos que inmortalizar ese momento y me pareció una idea fantástica. Era nuestra primera foto juntos. Aunque nos hiciéramos mil más a esa siempre la tendría un cariño especial.

-Tenemos que conocerlo en persona, eh. – Asentí ante la propuesta de la morena.

De pronto sentí cómo la bebida que me traía la camarera se derramaba por mi cuerpo. Me levanté bruscamente y me miré la ropa. Estaba totalmente empapada.

-Joder… -Lo dije en voz baja. Al fin y al cabo, seguro que había sido sin querer y no me iba a poner como una energúmena por eso.

Levanté la mirada hacia la camarera e inmediatamente me quedé blanca. Esa chica no era la misma que antes me preguntaba qué deseaba tomar. Era otra. Pero la reconocí perfectamente. Y lejos de pedirme perdón o arrepentirse de haberme vertido la Coca-Cola por el cuerpo, comenzó a reírse.

-¿Qué coño te pasa? –Elevé la voz. Iba a perder los nervios. Lucía se estaba riendo en mi cara. Miré a un lado y a otro. Todo el mundo tenía sus ojos clavados observando la escena. En especial mis dos amigas que observaban atónitas. - ¡Deja de reírte!

-Es que lo he hecho aposta. - Se atrevió a decir de forma sarcástica.

-¿Se puede saber qué cojones te he hecho? – Su tranquilidad me estaba enfureciendo y esta última frase llegó en forma de grito.

Ahora sí dejo de reírse. Si la chica de la risa exagerada me ponía nerviosa, la seria me atemorizaba. Me miraba a los ojos fijamente, con una de esas miradas que hacen daño.

-Eres la puta que me ha quitado a Aitor.

“Que por mucho que corras el tiempo no borra del todo y lo sé,
Y si tú no lo sabes,
Más tarde o más temprano el pasado lejano te vuelve a coger.”

sábado, 26 de abril de 2014

Capítulo 11.

Su corto vestido negro que dejaba a la vista unas preciosas piernas se había grabado en mis pensamientos y no tenía intención de salir. Fue casi inevitable enviarle el mensaje. Su cuerpo ya era increíble sin necesidad de arreglarlo así, pero cuando lo hacía conseguía volverme completamente loco. Respondió en mitad de la madrugada. Yo estaba despierto porque el dolor de rodilla me estaba haciendo pasar un mal rato, pero gracias a ello pude leer su “Estoy deseando verte y enseñártelo. Mil besos.”, seguido de un icono lanzando un beso. Yo sí que estaba deseando verla. Me daba igual el vestido o lo que sea que se pusiera. Intenté dormir, pero no había forma. No quiero engañar a nadie. El vestuario de Malú no era el único motivo de mi insomnio. Lucía también tenía algo que ver. Ésta tarde se quedó muy desconcertada al ver a la cantante en el hospital y me sometió a un duro interrogatorio. Mis ganas de responder a sus preguntas eran inexistentes, después de todo lo que me había hecho pasar ni siquiera mirarla a los ojos me resultaba cómodo. Intenté esquivar sus interrogantes sin mucho éxito, poniendo excusas. En conclusión, le dije que la había conocido en el programa y se había convertido en una buena amiga. No era mentira. La joven no quedó conforme con mis argumentos y se pasó la mañana dándome malas contestaciones. No pude aguantar mucho tiempo y la mandé a su casa. Bastante tenía yo con mis dolores como para que ella viniera a hacer estallar mi cabeza. Cuando la eché su cara cambió bruscamente. Primero parecía estar fuera de lugar, pero inmediatamente su rostro entristeció. Cogió sus cosas y se acercó a mí. Y ahí fue cuando llegó la sorpresa: me plantó un suave beso en los labios y me susurró en la oreja un “te quiero” que me dejó paralizado. No tuve la capacidad de reaccionar hasta un buen rato después de verla salir por la puerta. No es que sintiera nada por ella, o al menos eso pensaba, pero me quedé enmudecido.
El resto del día pasó sin ninguna novedad. Visitas de algunos amigos y familiares, pero yo no podía pensar en otra cosa que no fuera el sabor que había dejado en mis labios.
A las ocho de la mañana me despertó el médico con el alta en las manos. Apenas había dormido cuatro horas, pero la noticia de mi libertad logró alegrarme. En cuanto la enfermera me quitara las vendas podría irme a casa.
Las muletas eran incómodas y aguantar con ellas me cansaba mucho pero con la ayuda de mi madre pude llegar al coche. Me dejé caer en el asiento agotado.
-Ahora te acuestas en mi cama que es más grande y te recuperan en nada. –Me soltó mi madre al sentarse frente al volante.

-Ni se te ocurra. Yo me voy a mi casa, mamá.

-¡Pero si no puedes moverte tú solo!

-Me meto en la cama y solo salgo para mear y comer, tranquila. –Lo hacía por mí bien, pero a mí no me gustaba depender de nadie. Siempre había sido bastante independiente y mi madre odiaba esa faceta mía. Un beso en su mejilla la hizo sonreír y conformarse. Sabía que por mucho que me insistiera no me haría cambiar de opinión.

Entramos en mi pequeño apartamento de alquiler y me ayudó a acomodarme en la cama. La casa no era nada del otro mundo pero a mí me encantaba, era mi refugio, además de estar genial decorada gracias a mi hermana. Me preparó algo de comer que me sentó de lujo. Por fin comía algo en buen estado, nada que ver con los intragables alimentos del hospital.

Nunca pensé que tanto relax podía llegar a aburrirme. Tras marcharse mi madre me puse a ver la televisión, pero después de dos películas me cansé. Algo de música me entretuvo un poco aunque seguía sintiéndome tan solo como un pez en una de esas peceras redondas. Nadando en círculos continuamente. El teléfono con buenas noticias me devolvió la ilusión.

-¿Dónde te has metido? – Su voz sonó como un milagro.


-En casa, sabes que me daban el alta.
-Se me había olvidado. Dame la dirección que voy a visitarte, enfermo.

Se la di y me quedé esperando impaciente su llegada. Estaba emocionado. Malú estaba a punto de pisar el suelo de mi humilde casa. Me levanté como pude y entré al baño para retocarme un poco el pelo. Observé en el espejo mi ropa. Un chándal Nike. No estaba mal. El timbré sonó y me puse un ligeramente nervioso. Acompañado de mis muletas llegué a la puerta. Tras ella pude ver a la joven con una sonrisa de oreja a oreja, como de costumbre.

-¡Buenas! – Se tiró a mí dándome un abrazo.

-¡Cuidado, loca! ¡Qué solo tengo una pierna! – Casi me tira al suelo por el desequilibro. Comenzamos a reírnos.

-Perdona…

-Oye, pero me has mentido. –La miré de arriba abajo y puse cara de frustración.

-¿Yo? ¿Por?

-No has traído el vestido.

La guiñé un ojo y las risas aumentaron. Estaba muy cómodo a su lado. La ofrecí sentarnos en el sillón a tomar algo, pero se opuso diciéndome que debía estar tumbado en la cama. Cogimos algo de beber y fuimos a la habitación. Yo me quedé con la espalda apoyada en el cabecero y la pierna escayolada sobre un enorme cojín. Ella, en cambio, se quitó las botas y se subió a la cama, cruzando las piernas como un indio a mi lado.
Se disculpó por llegar a esas horas, pero al parecer tenía una merienda con su madre para hablar de un tema importante del que no quiso decirme nada. Las risas cubrieron mis dolores, como si se tratara de una medicina y cuando nos quisimos dar cuenta el cielo había oscurecido.

-Voy a preparar algo de cenar. – Traté de incorporarme pero sus manos me frenaron.

-En serio, Aitor. ¡Reposo! - La chica era tan insistente como yo o más, pero esta vez cedí y la dejé salirse con la suya.

-Bueno… ¿y qué me vas a preparar de cenar?

-Pues una rica pizza del Domino´s jajajaja

Salió de la habitación para hacer el pedido y yo aproveché para levantarme e ir baño. Si lo hacía rápido podría volver a la cama sin que notara que me había movido de allí sin reclamar su ayuda. Todo iba perfecto, pero justo cuando me encontraba en frente de la cama y me disponía a sentarme apareció por detrás dándome un susto.

-¡No sabes estarte quieto! - Gritó a mi espalda.

Me dio un vuelco el corazón cuando me giré y la vi pegada a mí, aparentemente enfadada. Me desequilibré y empecé a mover los brazos con la intención de mantenerme en pie, pero esta vez nada pudo evitar que me cayera a la cama. Y no sé cómo ni por qué, pero debí agarrar a Malú, porque la caída fue mutua. Ella quedó sobre mí. Nuestros cuerpos totalmente unidos y las bocas a escasos milímetros. No podía apartar mi mirada de sus ojos y ella me correspondía, sin quitar la sonrisa. Su olor me cautivaba y por mi cabeza solo se me ocurría besarla. Pero se me adelantó. Sin que yo me lo esperase se aproximó a mis labios. El beso que tanto llevaba esperando había llegado.


“Tus caricias y tu voz me han robado el sueño.”

jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 10.

-Me encantaría poder traerte el desayuno a la habitación, pero siento decirte que vas a tener que ir tu solita.

Esas fueron las primeras palabras que me dirigió Aitor cuando notó que me estaba desperezando. Hice una mueca de dolor al estirarme en el incómodo sofá en el que me había quedado dormida la noche anterior. La postura no era la idónea para tener un plácido sueño. Por la noche estaba tan cansada que los ojos se me cerraron sin que pudiera evitarlo. Si iba a pasar una noche en el hospital, mejor que fuera a lo grande. Corrí, bailé y salté para entretenerle hasta que mis energías me frenaron. Mi intención era irme tras la cena pero la verdad es que no me importaba nada que ese chico fuera la primera persona que me encontrara por la mañana.

Le di los buenos días y pasé al baño para arreglarme un poco. Me vi el pelo muy despeinado y una cara de zombie increíble. Menuda vergüenza estar tan horrorosa frente a él. Me peiné lo más decente posible y me aseé un poco. Al salir me encontré al médico en la sala hablando con Aitor.

-Has progresado perfectamente. Ésta tarde te quitamos la venda del pie y la del brazo para que puedas alternar entre muletas y silla. –El doctor se quitó las gafas y esbozó una sonrisa mirando al chico. – Y lo mejor es que mañana podrás irte a casa.

-¡Toma! -El chico exclamó un grito de alegría y alzó el brazo sin venda con el puño cerrado.

-Pero tendrás que estar en reposo. –Entonces, el doctor me lanzó una mirada risueña. –Espero que tu chica cuide bien de ti.

Quedé ruborizada y con las mejillas al rojo vivo tras sus palabras.

-No es mi novia, es una buena amiga. – Corrigió el chico. Al mirarle me di cuenta de que sus mofletes también habían cambiado de color.

El médico asintió y abandonó la habitación sin darle mayor importancia al error. Es más, se fue con una gran sonrisa.

-Lo siento, Malú. Ese hombre no sabe lo que dice.

-No pasa nada. Eso es que hacemos buena pareja.

Le guiñé un ojo y comencé a reírme.Ambos éramos jóvenes, no me extrañaba que se hubiera confundido. Es más, era más creíble que fuéramos novios a que fuese una amiga que pasaba por allí y se pasó a saludar.

Desayuné un café de máquina bastante amargo junto a una ensaimada. Cuando quise darme cuenta ya eran las once de la mañana y no podía tardar en irme. Esa misma noche teníamos la semifinal de La Voz y tenía que preparar muchas cosas. Subí a la habitación para despedirme de Aitor y me sorprendí al ver que tenía visita, y no precisamente de alguien a quién yo conociera. Era una chica rubia con los ojos verdes, muy guapa. Aparentaba poco más de veinte años. Cuando entré vi al chico haciendo aspavientos bruscos con el brazo y ambos se callaron de golpe al verme.

-Malú, ésta es Lucía, una amiga.

La joven se acercó y nos dimos dos besos, aunque no mostró ningún entusiasmo al verme, más bien noté que me observaba con desprecio. Tenía la impresión de que entre los dos había algo más que una amistad y no me sentaba nada bien. Pero, ¿qué iba a hacer?. Él tenía su vida y yo la mía. Muy separadas. Sin prácticamente nada en común. Entre Aitor y yo no había nada y sería mejor que respetara sus cosas.

-Aitor, me tengo que ir. Sabes que ésta noche…

-Sí, lo sé. La semifinal. –Sus palabras apresuradas se pisaban las unas a las otras. No estaba cómodo con ésa chica y yo allí. Cuanto antes me fuera mejor.

Le di un beso en la mejilla y me despedí de ella con un gesto de mano. Lo normal sería que la diera dos besos, pero por sus miradas deduje que no le agradarían demasiado. Y la verdad, mejor. A mí tampoco me apetecía dárselos.

Salí de ahí mientras me ponía la bufanda y las gafas para que nadie me reconociera. Lo peor que me podía pasar era que los paparazzis me vieran en el hospital. Odiaba ver las revistas del corazón con mis fotos, pero lo que menos me gustaba era la cantidad de mentiras y especulaciones que escribían alrededor. A veces escribían cosas ciertas, pero era raro verlo. Lo más común era que les llegaran pequeñas noticias y ellos las retocaran y añadieran mil tonterías para que pareciera que sabían de lo que hablaban.

Al entrar en el coche puse su disco y conduje hasta mi casa. No disponía de mucho tiempo, pero me apetecía darme un buen baño de relax. Dejé la bañera llenándose mientras me desvestía y ponía mi iPod en modo aleatorio. Eso podía ser una locura porque en el aparato tenía canciones de todos los estilos y tipos. De rock a flamenco, pasando por reggaeton. Mi opinión siempre ha sido que cada tipo de música tiene su momento, y como nunca se sabe cómo te vas a sentir, pues yo tenía mi iPod preparado para cualquier ocasión.

El agua caliente empapando mi cuerpo me estaba sentado de maravilla, pero no todo lo bueno dura eternamente. Tuve que salir de la bañera y vestirme con algo cómodo. Nada elegante, ya me darían el vestido de la gala cuando llegara a los estudios. Mi estilista me había avisado hace unos días de que había tres vestidos increíbles y elegir uno no me iba a ser fácil. Estaba deseando verlos.

Comí unos filetes con patatas y me senté a reposar mientras me fumaba un cigarro. Pero mi relajación duró poco, el teléfono de casa sonó y al otro lado estaba mi madre ansiosa por obtener respuestas.

-¡Hija! Me tenías preocupada, ¿dónde te habías metido? –La noté más alterada de lo normal.

-Pues aquí mamá, ¿dónde voy a estar?

-Entonces, ¿por qué no me cogías el teléfono anoche? –Mierda. Entre unas cosas y otras ayer no la dije nada cuando me fui al hospital, y al parecer mi hermano tampoco se lo había comentado.

-Me lo dejé descolgado. - Mentí. - Podías haberme llamado al móvil.

-¡Lo hice mil veces! –Mientras aguantaba una bronca me levanté en busca de mi móvil. Lo encontré al fondo del bolso. Apagado. Sin batería. Mierda.

-Mamá, lo siento. Tienes razón.

-Esto ya no es normal, Malú. Nos tenemos que ver y me cuentas lo que te pasa. –Mis despistes la habían dejado de hacer gracia y ahora me estaba reclamando merecidas explicaciones.

Quedamos para merendar al día siguiente. Si no quería empeorar las cosas tendría que contarle lo que me pasaba, o al menos inventarme una buena excusa.

Llegué a los estudios por la tarde y lo primero que hicieron fue maquillarme y peinarme. Paula estaba ilusionada porque me notaba mucho más feliz. Después, pasé a vestuario y me quedé boquiabierta al ver los vestidos propuestos. Los tres eran preciosos, pero nada más verlo quedé enamorada de uno. Era negro, ajustado y corto, por encima de las rodillas. Dejaba un costado ligeramente descubierto, sujetándose solo de un hombro y con un escote poco pronunciado. Me pareció perfecto.

La gala transcurrió mucho mejor que las últimas. Venían de invitados Manuel Carrasco e India Martínez que son grandes amigos y me hicieron más amena la noche. Comenzó mi equipo con Andrea cantando “Stay”. Lo hizo bastante bien, pero no pudo superar a Manuel con la canción de Melendi, que consiguió emocionarme tanto como en los ensayos. El público compartía mi opinión e hicieron que el chico siguiera en el programa.

Llegué a casa casi a las cuatro de la mañana, muerta de sueño. Los preciosos tacones de quince centímetros me dejaron los pies rotos. Me tumbé en la cama y antes de dormir miré el móvil. De nuevo, muchos mensajes. Pero el de Aitor me hizo dormirme con una sonrisa en los labios: “Tu vestido ha revolucionado a todo Twitter, incluido a mí. A ver cuando me lo enseñas en persona”.


“Es que hoy acabo de saber que jamás seré libre si no te puedo tener”.

miércoles, 23 de abril de 2014

Capítulo 9.

-Quita esa cara de sieso, vamos a hacer algo. – Su sonrisa nunca se evaporaba. No entendía como podía estar haciendo todo eso por mí.

-Aquí no se puede hacer nada.

Claro que se podían hacer cosas fantásticas. Podía acariciar su piel, abrazarla o degustar sus labios. Pero no creo que ella aceptara mis formas de diversión. Eso era lo que me estaba frustrando y no me dejaba disfrutar de su compañía. Yo quería que estuviera conmigo, pero tenía la sensación de que lo hacía por pena y eso me estaba matando.

-Tengo una idea.

Se levantó, encendió la tele y empezó a navegar entre los canales hasta llegar a MTV. Estaba sonando “Wake Me Up” de Avicii y se puso a bailar por toda la habitación como si no hubiera mañana. De nuevo, había conseguido hacerme sonreír y olvidarme de los problemas. Verla moviéndose así me encantó, sentí que se me paraba el corazón. Estaba más guapa incluso que de costumbre y sus ojos brillaban intensamente.

-Yo no puedo bailar… Me das envidia. – Puse pucheros intentando dar pena, pero ella no se inmutaba. – ¡Ni siquiera puedo aplaudir por lo bien que lo haces!

Lo único que la paró fue el final de la canción. Cayó rendida en el pequeño sofá que había en la sala. Estaba roja y pequeñas gotas de sudor comenzaban a recorrer su frente.

-Te faltan piezas en la cabeza. –Exclamé sin poder parar de reír.

-Puede, pero te he hecho reír. –Me sacó la lengua y me dio un mini infarto. Esa chica me estaba volviendo loco.

No sabía de dónde sacaba las fuerzas, pero se levantó y bailó frente a mi atenta mirada varias canciones más. Yo solo podía acompañarla cantando alguna estrofa o animándola para que no parara. Ver sus curvas en movimiento se acababa de convertir en mi afición favorita.

Mi móvil sonó y Malú aprovechó para ir al baño. Era mi hermana, siempre tan oportuna.

-¿Interrumpo?

-Un poco.

-¿En serio? ¿Qué hacíais?

-Bailar.

-No mientas, en tu estado no aguantarías de pie ni tres segundos.

-Pues no te lo creas.

-¡Qué borde!

-¡Y tú qué cotilla!

En ese momento dejé de hablar. Mi respiración se cortó al ver a la cantante salir del baño. Tenía todo el pelo hacia un lado y se había quitado el jersey negro que llevaba para quedarse con una camiseta de tirantes del mismo color que resaltaba su perfecto cuerpo. Recuperé por un segundo la cordura y me di cuenta de que mi hermana seguía al otro lado del teléfono.

-Raquel… te dejó. Luego hablamos. – Colgué y tragué saliva sin poder dejar de mirarla.

-¿Qué pasa? ¿Se me ha corrido el rímel? - Preguntó llevándose las manos a los ojos.

- Jajaja no. Es que… estás muy guapa. –Mi voz sonó temblorosa. Me había puesto nervioso.

-Vaya, gracias. –Ella no se esperaba mi cumplido y deslizó su mirada al suelo, roja como un tomate.

-¡Seguro que te piropean normalmente! ¡No te hagas la sorprendida! – Ésta vez fui yo el que la hizo reír.

Se sentó y me cambió de tema. Me contó que en tres días la devolverían el coche y varias cosas más, pero me vi obligado a interrumpirla porque algo se me pasó por la cabeza.

-Llévame a dar una vuelta.

-¿Qué? - Frunció el ceño.

-Vamos. Súbeme en la silla y sácame de ésta habitación. No he salido de aquí desde que llegué. - Supliqué.

La chica obedeció y comenzó a arrastrarme hacia el exterior. No había nada especial fuera. Un pasillo largo, todo muy blanco y algunas personas andaban de un lado para otro. Me iba describiendo lo que veíamos como si fuera un guía turístico. Era una broma absurda, pero no dejé de reír en todo el recorrido. Después de más de media hora de paseo nos desorientamos y no teníamos ni idea de donde estábamos. Hacía rato que no nos encontrábamos a nadie.

-Oye, yo creo que es por ahí.

-No, ese pasillo ya lo hemos visto.

- Pero éste cartel lo hemos pasado cinco veces.

Al girar una esquina nos encontramos con un pasillo mucho más largo que los anteriores y totalmente vacío.

-Agárrate.

Antes de que me diera tiempo a preguntar nada la chica echó a correr a toda velocidad.

-¡Malú! ¡Cuidado! ¡Nos la vamos a pegar!

Mis gritos no sirvieron de nada. Acabamos el pasillo y dio la vuelta para repetir la acción durante un par de veces más. De un lado para otro.

-Estás como una cabra, no me vuelvo a poner en tus manos. –Mis palabras solo la provocaron risas mientras entrábamos en la habitación que por fin habíamos encontrado después de tanta vuelta.

-Pero si te ha encantado. –Era cierto pero admitirlo no entraba en mis planes.

La enfermera no tardó en llegar con la cena. Tocaba sopa. Malú se tumbó en el sillón a leer una revista y yo tenía que tomarme la cena incómodamente con la mano izquierda mientras veía las noticias.

Al levantar la vista del plato me encontré con la delicada imagen de la joven profundamente dormida. No me extrañó porque se había pasado toda la tarde en movimiento para que no me aburriera. Se me pasó por la cabeza despertarla pero al momento pensé que era un error, a lo mejor le daba por gritarme o algo. Dejé la bandeja en la mesilla y cogí una manta que tenía a los pies para echársela por encima. Casi me caigo de la cama al estirarme para ponérsela. Quité la televisión para que el ruido no la despertara y me quedé embobado unos minutos mirando como dormía antes de apagar la luz.

Ya lo tenía claro: esa chica era lo mejor que me había pasado en mucho tiempo y no lo podía dejar escapar.

“¿Cómo decir que te debo la vida?
¿Cómo pedirte que siempre estés vivo?
Dame la esperanza de besarte si me falta el aliento.”

martes, 22 de abril de 2014

Capítulo 8.

Agradecí que Raquel y Rubén nos interrumpieran. Estaba a punto de confesarle que empezaba a sentir algo hacia él, y no tenía que hacerlo. Siempre me precipitaba y al final salían mal las cosas, así que ésta vez quería ir poco a poco. Intentar pensar con la cabeza más que con el corazón. Aunque al ver sus ojos verdes brillantes seguro que volvía a caer en sus redes como una tonta. Además, ni siquiera era consciente de lo que realmente sentía por el chico. Solo tenía claro que alteraba algo dentro de mí.

Mi excusa fue que me habían contado lo del accidente, pasaba por allí y decidí hacer una visita. Poco creíble, pero para mi alivio no preguntaron más.
Más tarde llegó su madre que me recibió con gran entusiasmo. Al parecer le encantaba mi música y me seguía desde hace tiempo.

-¡Te tengo enfrente! ¡Qué fuerte! – Mar, la madre de Aitor, se tiró a mí rodeándome con sus brazos.

-Cuidado mamá que la vas a romper. –Aitor se partía de risa al ver a su madre tan agitada.

-Ay, perdón, perdón, hija. – Me cogió de las manos y me miró tiernamente a los ojos.- Es que estoy emocionada.

Todos me preguntaban cosas sobre el programa o cómo era ser famosa. Ser popular está bien, no me puedo quejar. Hago lo que más me gusta del mundo y encima tengo unos fans maravillosos. Aunque también les conté la parte mala: llevar mi vida privada a escondidas, para que nadie interfiriera, era difícil. Aún así, hay más pros que contras.

Bajé a la tienda a comprarme algo de picar. Con las prisas había salido de casa de Vero corriendo y no había comido nada desde el desayuno. Aproveché para enviar un mensaje a mi hermano contándole un resumen de lo ocurrido. Me respondió en un instante: “¿Ves como había una razón importante? Sabía yo. Llámame ésta noche y me cuentas todo. Te quiero, enana.” No sé cómo lo hacía, pero mi hermano siempre tenía razón.

Un par de donuts, un batido de chocolate y unas patatas fritas serían mi merienda. Cuando salí de la tienda y vi lo que me iba a comer me sonreí a mí misma. Así me gusta, siempre cuidando mi línea. Mi próxima sesión de gimnasio tendría que ser doble.

Al llegar a la habitación la situación había cambiado. Rubén ya no estaba allí y ni siquiera se dieron cuenta de mi entrada. Me senté en una silla a escuchar la discusión mientras comía.

-Mamá, no tienes que estar las veinticuatro horas del día aquí. Papá te necesita.

-Pero no quiero dejarte solo.- La mujer agachó la cabeza. - Que tu padre se las apañe sin mí.

-Él te necesita más que yo. La tienda está llena y no hay más empleados.Ve y ayúdale.

-Pero…

-No hay peros. - Interrumpió Aitor a su madre. - Yo tengo a decenas de enfermeras y médicos que me pueden ayudar.

-Además, yo puedo quedarme con él. – Intervino Raquel por primera vez.

-¡Ni de broma! – Aitor subió el tono de voz. – Bastante has faltado ya a clase. Tienes que estudiar.

La adolescente se cruzó de brazos enfadada. Solo se podía escuchar algún que otro resopló en la habitación.

-Yo puedo quedarme hasta que Aitor cene. – Rompí el silencio y todas las miradas se clavaron en mí. En ese momento me hice pequeña. Quizá no tenía que haberlo dicho, pero es lo que sentía que debía hacer.

-No te molestes. – Mar se acercó. –Seguro que tienes mucho que hacer.

-¡Qué va! En casa solo me esperan mis perras. – Era verdad. Llegar a casa y sentirme sola era habitual, siempre buscaba un plan mejor para estar lo menos posible allí. -Además, le debo un favor.

Guiñé un ojo al chico esperando su aprobación o alguna muestra de entusiasmo pero no dijo nada. No creo que se esperara mi propuesta y por eso se quedó así. Conseguí convencer a su madre y en unos minutos se fueron, dejándonos a solas.

-Gracias, Malú. Lo has conseguido. – Comenzó a reírse. –Has conseguido que se fueran. En cinco minutitos o así te puedes ir, ya estarán lejos.

-¿Cómo? ¿Irme? –Sus palabras me desconcertaron. Al parecer había confundido mis intenciones.

-Sí, claro. Era una especie de plan, me estabas ayudando. ¿No?

Se puso rojo y me miró con cara rara. Reírme como una loca fue involuntario.

-Fuera bromas. –Su semblante era serio, pero mi risa no cesaba.

-No hay bromas. Yo me quedo aquí hasta que cenes.

-No, no, no.

-Sí, sí, sí. Y sabes lo cabezota que soy.

La conversación siguió durante un rato, pero la di por terminada cuando salí de la habitación para hacer unas llamadas. Primero a mi hermano, a quien le expliqué todo detalladamente. Y por último a Pastora. Tenía varias llamadas perdidas suyas.

-Tía, ¿dónde te has metido?

-Ya te contaré. Están cambiando muchas cosas.

-¿Pero va todo bien?

-Sí, genial. Dile a Vanesa que la llamaré.

-No me puedes dejar así, chiquilla.

-Quedamos ésta semana y os cuento.

Volví a la habitación y me encontré a Aitor hablando solo.

-¿Qué te pasa ahora? ¿Solo sabes estar enfadado?

-Que necesito ir al baño y la enfermera no aparece.

-Bueno, yo te ayudo.

Se negó rotundamente, pero sus ganas de ir al servicio serían muchas, porque no tardé en convencerle. Puse junto a la cama la silla de ruedas y le ayudé a sentarse en ella. El baño estaba en la misma habitación, pero llegar hasta allí de otra forma era imposible. No podía apoyar ninguna de las piernas. Una vez en la puerta me dijo que le esperara fuera, que podía él solito. Yo no estaba muy segura de eso, pero cerró la puerta en mis narices y no pude hacer nada más. No paraba de escuchar ruidos en el interior del baño y tardó un buen rato en salir. Y otra vez de vuelta a la cama. Si había sido difícil sentarle en la silla, levantarle era mil veces peor. Su cuerpo era delgado y parecía que incluso lo entrenaba, pero entre escayola, vendas y gasas, las cosas se complicaban. Al fin conseguí acomodarle y le traje un vaso de agua. Me parecía que estaba muy mono en esa situación. Incluso los rasguños de la cara le hacían más sexy.

-Te dije que te debía una, y siempre cumplo lo que digo.


“Clávate muy poquito a poco en mi piel,
Que no quiero sentir que te vuelves a ir.”

lunes, 21 de abril de 2014

Capítulo 7.

-¿¡Cómo!? ¿¡Te has liado con Malú!?

-¡Raquel! yo no he dicho eso. –Mi hermana se volvió loca cuando le conté toda mi historia con la cantante.

-Pero si la tienes en el bote…

Hasta ese momento no me había planteado eso. Yo sentía algo, eso lo tenía cada vez más claro, pero veía imposible que una mujer tan perfecta como Malú pudiera sentir algún tipo de sentimiento más allá de la amistad hacia mí.
Mi hermana se levantó de repente y empezó a buscar algo entre mi ropa del armario. No entendí para qué, pero sacó del bolsillo de mi pantalón el móvil.

-Toma. –Me tendió el aparato. Yo seguía sin pillarlo.

-¿Qué quieres?

-De verdad, hermanito, no eres muy listo.

-¡Oye! – Alcé la mano para pegarle una pequeña colleja y me miró sorprendida, con los ojos muy abiertos. – Un respeto a tu hermano mayor.

-Mira a ver si tienes un mensaje suyo. – resopló desesperada. – La dejaste tirada en vuestra primera cita.

Vaya. Mi hermana tenía razón. Obviamente no era mi intención no acudir a la cita, pero la realidad es que ella estuvo esperando y no aparecí. Seguro que le habían entrado ganas de matarme.
Desbloqueé mi iPhone y quedé sorprendido ante lo que encontré. 27 llamadas y 263 whatsapps.

-Mierda. – Definitivamente la suerte no estaba de mi lado.

-¿Qué pasa?

-Tenía muchas cosas pero no me ha dado tiempo a verlas porque no queda batería, se ha apagado.

-¿Y el cargador?

-¡Pues en casa! ¡No salí de casa con la intención de empotrarme con el coche y acabar en un hospital!

-Vale, vale. Cómo te pones… mañana te traigo el mío.

Llegó la noche y mis padres insistieron en quedarse conmigo, pero no se lo permití. En el hospital no me iba a pasar nada y ellos tenían que descansar, llevaban muchas horas pendientes de mí sin pegar ojo.
La cena que me sirvieron me pareció asquerosa. Si se pensaban que con una sopa fría y un filete más duro que una piedra iban a aplacar mi estómago estaban muy equivocados. Me moría de hambre, pero los médicos me aseguraron que una buena dieta durante algunos días evitaría que hubiera problemas en mi organismo.
Para dormir me puse un documental de La 1, siempre lo hacía cuando no conciliaba el sueño. Me levanté de madrugada para ir al baño y tuve que llamar a una enfermera, yo solo no podía. Casi me da un ataque de vergüenza. Con tantas lesiones hacer cualquier cosa era complicado.
El desayuno del día siguiente no pudo ser peor: un vaso de leche y una galleta de cereales. Una de las cosas que peor llevaba de estar encerrado en un hospital era no poder comer como Dios manda.
La primera visita del día fue la de mi madre. Se trajo varias revistas de corazón para no aburrirse, como si yo no tuviera boca para dialogar. Le pedí que me sacara el iPod del abrigo para poder escuchar música y al verlo me di cuenta de que tenía varios arañazos por culpa del accidente. A pesar de ello, funcionaba a la perfección.
Me pasé de canción en canción hasta la hora de comer. Mejor será no hablar de la comida... igual de malo como todo lo demás. Al cabo de un rato vino mi hermana, aún con la mochila del instituto.

-Podías haber pasado por casa. –Fue lo primero que le dije cuando la vi.

-Yo también te quiero, hermanito. –Su irónica voz me hizo reír a carcajadas mientras nos dábamos un abrazo. - ¿Qué tal la noche?

-Vergonzosa. Tengo que librarme de la escayola y las vendas como sea.

Me contó toda su mañana en el instituto. No es que me importara mucho, pero su forma de relatar las cosas me hacía reír y me alegró mucho. Mi madre nos había dejado solos hace rato para ir a la cafetería y comer algo.

-¡Ay! ¡Se me olvidaba! – Buscó en su mochila hasta sacar el cargador de mi móvil. – Al fin sabremos si hay noticias de tu amada.

Su mirada pícara me puso nervioso. A saber si habría intentado contactar conmigo y, si lo había hecho, cómo de enfadada podía estar. Encendimos el móvil y 7 de las llamadas perdidas eran suyas. Además mandó varios whatsapps. “¿Vas a tardar mucho?” “¿Dónde coño te has metido?” “No me lo creo…” “¿Ha pasado algo?” “Llámame cuando puedas”. Muy contenta no se la notaba…

-Llámala, venga.

Dudé durante más de un minuto, con el móvil en la mano. No tenía nada que perder, lo mejor sería llamar. Varios tonos y nada. No me lo cogió.

-Es una famosa, estará ocupada.

Asentí y dejé el teléfono en la mesilla. Esperaba que fuera ese el motivo por el cual no cogiera el teléfono. No quería perder lo poco que habíamos creado juntos.
Raquel se fue a por algo de picar a la tienda. Agradecí que lo hiciera porque me apetecía estar tranquilo un rato. Aunque no duró mucho, porque en breve alguien llamó a la puerta.

-Pasa.

Una chica a la que no reconocí entró en silencio y cerró la puerta tras ella. Llevaba unas gafas, un gorro y una gran bufanda. Era imposible saber quién era pero en ese momento no supe pronunciar ninguna palabra para preguntárselo. Comenzó a quitarse los accesorios y al dejar su cara al descubierto me quedé sin aliento. Era ella. Estaba allí.

-Hola… -La joven me sonrió recordándome que estaba completamente colgado de ella.

-¿Cómo… cómo… cómo has sabido dónde estaba? –Tartamudeé ridículamente.

-Digamos que tengo contactos. – Se produjo un largo silencio. Uno frente al otro nos quedamos mirándonos a los ojos, que por cierto, tenía la mirada más cautivadora que jamás me había encontrado.

-Malú… siento no haber aparecido esa noche… yo…

-No te puedes disculpar por haber tenido un accidente. –Me cortó y se aproximó a mí, cogiéndome de la mano. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. –Me has tenido muy preocupada.

-¿De verdad?

-Claro. Yo no me disfrazo para ir al hospital sin que me reconozcan por cualquiera. – Soltó una pequeña sonrisa. Sus declaraciones me estaban dejando atónito. – Oye, Aitor…

-¡Aitor! ¡Mira a quién me he encontrado!

Mi hermana llegó en el momento menos oportuno acompañada de Rubén, mi mejor amigo. Les quería mucho, pero no podían haber sido menos oportunos. Cuando nos vieron la cantante soltó mi mano fugazmente. Mierda. A saber cuándo conseguía que volviera a hacerlo. Suspiré y miré a Malú. Me sorprendió verla aún con su preciosa sonrisa.

-Malú, estos son Raquel y Rubén, mi hermana y mi mejor amigo.


"Porque vuelvo a verte otra vez,

vuelvo a respirar profundo

y que se entere el mundo

que no importa nada más."

jueves, 17 de abril de 2014

Capítulo 6.

Llegué al segundo día de grabación con la esperanza de poder pensar lo menos posible en Aitor y concentrarme más en las escenas. Al entrar me limité a hacer un gesto con la mano y pasé a mi camerino, donde pude quedarme tranquila un rato hasta que llegó Paula para arreglarme.
-Que sepas que puedes contar conmigo. – La maquilladora soltó esas palabras rompiendo el silencio que había permanecido en la sala en todo momento. Fue lo único que se dijo allí. Antes de irse nos fundimos en un abrazo que me dio fuerzas para salir al set.
Como el día anterior, la jornada terminó y sabía perfectamente que había estado muy mal, tanto con mis compañeros como con las interpretaciones. Nada de bromas. Seguro que alguien del equipo venía a preguntarme qué me pasaba y no me apetecía responder a nadie. Cogí mis cosas y en escasos minutos me encontraba de camino al coche. Se me hizo raro ser la primera en abandonar el sitio cuando normalmente era la última. Solía entretenerme siempre.
Cuando estaba a punto de llegar al vehículo mi teléfono comenzó a sonar. Revolví entre las mil cosas que llevaba en el bolso hasta que al fin di con el aparato. Era Vero. Dudé unos instantes en si cogerlo, pero no pude evitarlo.
-¡Malú!, ¿dónde te has metido? – Su voz era notablemente seria, cosa poco común en ella.
-Pues estoy a punto de coger el coche.
-¿Tan pronto? Sueles ser de las últimas.
-Ya, pero hoy… tenía cosas que hacer. – Nada más decirlo supe que había sonado falso y me eché una mano a la cabeza.
-A mi no me engañas. A ti te pasa algo y no te vas a ir sin contármelo. Ya voy.
Colgó antes de darme tiempo a contestar y no tardó en llegar. Se situó frente a mí con los brazos cruzados, en silencio. Yo miraba al suelo, ni si quiera me atrevía a mirarla a los ojos.
-Vamos a dejarnos de tonterías y dime lo que pasa.
Vero tenía razón. Me estaba comportando como una inmadura. Solté un suspiro y empecé a contarle toda mi historia con Aitor. Se limitaba a asentir o, de vez en cuando, soltar alguna risa. Pero no me interrumpió en todo el rato que me tiré hablando.
-María Lucía de mi alma y de mi corazón. –La miré extrañada ante su comentario que no me cuadraba para nada en la situación. Al ver mi cara desconcertada me mostró su gran sonrisa. – Podías habérmelo dicho antes y confiar en mí.
-Confío en ti, pero entiende que me resulta difícil hablar de esto.
Al oír mis palabras me dio un corto abrazo y me besó la frente.
-Ay… los amores. Pues tenemos que buscar a ese chico.
-¿Y cómo piensas hacerlo?
-Tú déjalo en mis manos, tengo más contactos de los que te imaginas. Solo dime el nombre de esa cafetería. – Y así lo hice. Me dio otro beso y se fue guiñándome un ojo.
De camino a casa, con el disco que me regaló él en el reproductor, me sentí bastante aliviada. Contarle a mi amiga el problema que escondía me había venido genial para desahogarme.
Al llegar mis perras me recibieron con su habitual entusiasmo. Verlas siempre me animaba, una pena que pueda pasar tan poco tiempo con ellas con tanto trabajo. Dejé que me lamieran por todas partes y luego me puse el pijama. Me eché en la cama pensando en cuanto tardaría Vero en darme noticias del chico al que no lograba sacar de mi mente. Entre recuerdos y comeduras de cabeza me quedé dormida antes de lo que esperaba, con Danka en mis pies, Lola a un lado y Rumba al otro.
Lo primero que hice al despertarme al día siguiente fue mirar el móvil en busca de un mensaje de Vero, pero no hubo suerte. Cientos de mensajes de trabajo, pero de mi amiga ni rastro. Además tenía Twitter colapsado, tendría que sacar tiempo como fuese para decirle algo a mi maluleras.
Me arreglé y me fui a los estudios de La Voz, donde tenía ensayo con mis dos semifinalistas. Intenté estar con ellos lo más contenta y amable posible para que no se llevaran una impresión errónea de mi, y creo que fue bastante bien. Ambos cantaron increíblemente bien. Manuel había elegido “Tu Jardín con Enanitos” de mi Melen. Al principio me mostré un poco reacia ante su decisión, pero me prometió que si le escuchaba interpretarla cambiaría de opinión. Y no se equivocaba, la hizo totalmente suya y lució su maravillosa voz, dejándome impresionada e incluso consiguiendo emocionarme. Puede que influyera que estaba sensible, pero aún así me encantó la versión.
En medio del ensayo con Andrea mi teléfono sonó y pedí perdón, pero era mi amiga y tuve que cogerlo. No quiso interrumpirme mucho. Quedamos a la hora de comer en su casa, al parecer se había enterado de todo y quería contármelo en persona.
Desde esa llamada me pasé el rato que me quedaba allí con ganas de irme. Me invadía el nerviosismo y la desesperación. Necesitaba saber lo que pasaba.
Y para terminar de joderme, al salir a la carretera me encontré con un descomunal atasco en mis narices que me hizo retrasarme más de una hora y media.
-Por fin estás aquí hija. – Nos dimos un abrazo y pasamos a su acogedor salón.
- Había un atasco de cojones…
Me sirvió una cerveza con algo de picar y nos sentamos en el sofá. De pronto su rostro cambió, dejó de sonreír.
-A ver… no sé cómo decirte esto… -Sus palabras me asustaron. No traía buenas noticias.
Empezó contándome que había hablado con el jefe del chico para conseguir la información y se resistían a contarle nada, pero tras mucho insistir logró que se lo dijeran. Se silenciaba cada par de palabras pensando en cómo continuar las frases. La noté incómodo, pero necesitaba saber ya la verdad. Dio mil rodeos y acabó contándomelo. Aitor había tenido un accidente. Noté una fuerte punzada en el pecho ante la noticia. Me eché hacia atrás, con la cara desencajada y con la mente en blanco. Me costaba creerme lo que acababa de escuchar. Me dolía algo dentro de mí. Tampoco era capaz de entender cómo alguien a quien acababa de conocer había calado tan hondo en mí...


“Búscame, allí donde no llegue la razón.

Búscame, en la línea de tus manos.

O búscame,

No pierdas la esperanza, la vida rompe lanzas,


Y lo hará.”

miércoles, 16 de abril de 2014

Capítulo 5.

Al abrir los ojos una luz me cegó. No sabía dónde estaba ni qué había pasado.
Pestañeé y pude percibir de forma borrosa las siluetas de algunas personas. Tras volver a repetir el gesto un par de veces, al fin pude ver nítidamente lo que tenía delante. A un lado estaba mi madre y un hombre con gafas al que desconocía. Al otro mi hermana pequeña me observaba con los ojos rojos y humedecidos. Sin esperármelo, se echó sobre mí para rodearme con sus brazos.
-¡Ay! – Siempre me había gustado que me diera mimos, pero ésta vez no era igual. Su acción provocó un agudo dolor en cada parte de mi cuerpo.
-Perdona… - Se apartó sonrojada.
Comencé a observar de un lado a otro y me di cuenta de que el hombre al que antes no había reconocido llevaba puesta una bata blanca. Miré hacia abajo para observarme el cuerpo, conectado a alguna máquina y tapado de cintura para abajo con una sábana.
-Tranquilo, hijo. – Mi madre parecía haber notado mi nerviosismo.
-¿Qué me ha pasado? – La voz me salió entrecortada. Verme en esa sala y en esa situación me estaba provocando un agobio increíble.
-Aitor, relájate y te contaremos todo. – Por primera vez el hombre habló, mostrándome una sosegada voz.
Poco a poco traté de calmarme. Mi respiración se volvió regular y pedí que subieran la cama para quedar erguido.
-Bien, Aitor. Me llamo Juan y soy tu médico. – Me tendió su suave mano en forma de presentación. – Has tenido un accidente de coche. Es normal que no recuerdes nada, con el tiempo…
El doctor siguió hablando, pero ya no le estaba escuchando. Ese “has tenido un accidente” se quedó grabado en mi mente, quemándome.
Cuando acabó de darme la charla salió por la puerta, dejándome a solas con mi familia.
-Mamá… ¿Cómo ha sido?
-No saben nada. Dicen que con el tiempo lo recordarás y nos lo dirás tu mismo. Pero puedes tardar horas, días o… meses. – Dejó de mirarme a los ojos, no tenía fuerzas para seguir hablando.
Me tranquilizó mucho cuando me aseguró que no hubo más personas afectadas en el accidente. Eso significaba que yo era el único herido. Lo único que me faltaba es que además hubiera hecho daño a otras personas. No sería capaz de perdonarme algo así.
Giré la mirada y me topé con el reloj de la sala marcando las once de la mañana. Aún estaba un poco perdido.
-Raquel, -mi hermana alzó la vista del móvil para atender a mis palabras. – ¿No deberías estar en clase preparándote para selectividad?
-No te iba a dejar aquí solo.
-Estoy con mamá.
-No, Aitor. Sé que lo haces por mí, pero has estado a punto de morirte y no iba a estar estudiando. Ni siquiera podría concentrarme. –Ahora su tono de voz era más alto. Odiaba que la dijera lo que tenía que hacer. –Así que, por favor, déjame a mí decidir lo que tengo que hacer y lo que no.
-Está bien… tienes razón.
La chica se levantó y me dio un beso en el moflete para luego salir corriendo a por algo de comer.
Raquel nació cuando yo tenía 7 años. Quizá por esa diferencia de edad siempre había sido bastante protector con ella, pero no podía evitarlo. Es mi pequeña y no podía consentir que nada ni nadie la hiciera daño. Muchas veces se ha enfadado conmigo por advertir a sus novios del instituto o controlarla más que mis propios padres las horas a las que venía de fiesta, pero las reconciliaciones no tardaban en llegar. Todo lo hacía por su bien y ahora ella quería compensarme.
Pasar el día en esa cama me estaba pareciendo aburridísimo. Una enfermera vino después de la comida y me contó todas las lesiones que tenía. Contusiones cervicales, esguince en el pie izquierdo, torcedura del brazo derecho, golpe en la cabeza, rotura del ligamento de la rodilla… la lista no paraba de aumentar. Al parecer lo más importante era la rodilla, si todo iba bien podía tenerla afectada mínimo un año.
-Aitor, ha venido alguien a verte. – Mi padre entró en la habitación acompañado de una chica.
-Hola Aitor. –Lucía iba cabizbaja. No podía entender cómo se atrevía a venir a verme después de todo lo que habíamos pasado. Tras más de dos años de relación me enteré de que me había engañado con más de un chico. Llevábamos bastantes meses sin vernos y no tenía ganas de dirigirle la palabra.
-¿Qué haces aquí? – Ni si quiera me molesté en saludarla.
-Hijo, sé educado.
-Papá no me digas cómo tengo que tratarla, porque no tienes ni idea de lo mal que lo he pasado por ella y ahora vuelve como si nada.
-Yo solo quería ver cómo estabas… - La joven me miraba muerta de vergüenza. Quizá me había pasado. Preferí callar durante unos segundos.
-Mira Lucía. – Conseguí calmarme y traté de hablarle lo mejor posible. – Creo que no es el mejor momento.
Comprendió que su presencia me estaba incomodando y que sería mejor abandonar el hospital. Pero justo antes de salir por la puerta junto a mi padre me lanzó unas palabras.
-Volveré cuando estés mejor. Quiero que sepas que te sigo queriendo como antes.
Y sin más, se marchó. Con esas palabras logró estremecerme. No me las esperaba y me pillaron de sorpresa. Es verdad que me quedé hecho polvo al acabar la relación, pero también habíamos vivido muchos momentos que no había podido olvidar.
Cinco minutos después Raquel entró en mi habitación apresuradamente.
-Me acabo de encontrar a Lucía por los pasillos. ¡No me puedo creer que haya venido después de todo!
-Yo solo quiero saber cómo he acabado aquí…
Y mis deseos se cumplieron. Mi hermana encendió el televisor y el anuncio de “La Voz” me hizo darme cuenta de todo. Pude verla en la pantalla y me quedé sin aliento, embobado. El coche, los churros en el bar, su imagen cantando en mi coche… todo volvió a mi cabeza.
-¡Raquel! Ya sé cómo fue.


"Fue un impulso de la piel que brotó sin esperar cuando te vi.

Pero es que así soy yo,

desnudo el corazón si me sorprende alguien como tú."

martes, 15 de abril de 2014

Capítulo 4.

Cuando desperté me encontraba fatal. Tenía un tremendo dolor de cabeza. Me encaminé hacia el baño y me asusté de mi propia imagen al verme en el espejo. Las ojeras se acompañaban de los restos de maquillaje que aún quedaban en mi rostro. Me limpié con agua y jabón, pero nada de pinturas. No me apetecía.
Entré en el salón y ahí estaban desayudando mi hermano y su novia. Tras un buen rato de llorera la noche anterior pretendí irme a casa, pero José no me dejó. No me iba a permitir conducir en ese estado. Incluso me dijo que si volvía a mi casa se iría conmigo. Me convenció finalmente, como siempre hacía. Al verme, la chica se abalanzó sobre mí para abrazarme.
-Ya me ha contado lo que ha pasado. –Dijo sin despegarse de mí. Mi hermano no podía haber encontrado una chica mejor. Desde el primer día encajamos a la perfección y nos convertimos en grandes amigas.
José  me dio un beso en la frente y me preparó el desayuno. Siempre tan atento. Estaba falta de apetito, así que empecé a dar vueltas a la cucharilla del café, observando el pequeño remolina que se creaba en el centro de la taza.
-Los hombres son imbéciles. – Rebeca estaba tratando de animarme, pero yo no me inmuté, seguí con la mirada fija en la mesa.
-¡Hola! Soy un hombre y estoy aquí, eh. – Mi hermano se hizo el ofendido y se puso a resoplar.
-Jajaja, perdona. Tú no, cariño. –La chica se levantó y le dio un pequeño beso en los labios. Eran tan monos que consiguieron sacarme una sonrisa.
-En realidad la culpa es mía…
-No digas tonterías. – Replicó ella.
-Es verdad. Solo le conozco de un día y mírame, llorando como una niña.
-Porque te gusta. – Soltó el chico de repente.
Me dejó muda. ¿Me gustaba Aitor? No tenía ni idea. Apenas habían pasado unas horas desde que le vi por primera vez. Entré en aquella cafetería perdida por la carretera y me lo encontré. Reconozco que nada más verle me pareció guapísimo, y para colmo también era muy agradable. El chico perfecto, vamos. Pero no sabía hacerle frente a la pregunta. ¿Qué sentía en realidad? Lo único que tenía claro es que había provocado algo nuevo en mí y que me encontraba sufriendo inútilmente.
-Malú, intenta no pensar más en ello. Seguro que cuando le veas tiene una buena explicación.
La teoría de mi hermano no me convencía demasiado, pero deseaba que fuera cierto. Esa noche me pasaría por su trabajo a ver si tenía una explicación que me convenciera y podíamos seguir como si lo de ayer no hubiera pasado.
Y con esa esperanza llegué a la grabación de mi próximo videoclip. Dejé el coche en el parking y me dirigí a maquillaje, donde ya estaba Paula esperándome.
-¡Vaya cara tienes! –Exclamó al verme. Tenía razón, no me había preocupado ni de arreglarme al salir de casa de mi hermano. Confiaba en que la joven maquilladora supiera arreglar aquel desastre.  – Hoy me traes mucho trabajo. ¿Te ha pasado algo?
-No, simplemente no he dormido bien. –Preferí no decir nada. Simplemente me senté y la dejé hacer su magia.
Casi una hora después me miré al espejo y quedé asombrada al verme tan bien. Paula tenía mucho talento y además, había conseguido animarme un poco. La di un beso en la mejilla y salí del cuarto para entrar al set de rodaje.
Cuando acabó la grabación me sentí aliviada. No estaba siendo mi mejor día. Teníamos que repetir algunas escenas varias veces porque se me olvidaba lo que tenía que hacer. Esperaba que el equipo supiera perdonarme.
Mis compañeros se dieron cuenta de que me pasaba algo, pero no quise dar explicaciones. Mi amiga Vero  insistió. Se había convertido en un una persona muy importante después de tantos años. Preferí no contar nada, pero ella sin darse por vencida me prometió que me llamaría para comprobar si estaba mejor.
A las 2 de la mañana llegué a la cafetería, pero él no estaba. Miré de un lado a otro y nada. En su puesto había una chica joven que me miró extrañada.  No aguanté más y salí de allí.
-¡Espera! – La voz de la joven me hizo parar en seco. – ¿Querías algo?
-No, yo solo… - Intenté buscar alguna excusa, pero no sabía que decir. Sería mejor ir al grano. - ¿Sabes dónde está Aitor?
-No, la verdad. Me llamaron ayer diciéndome que tenía que ocupar su puesto. Al parecer no volverá hasta dentro de un tiempo.
Me quedé helada al escuchar esas palabras.
-¿Estás bien? – La joven notó mi malestar y me agarró por los hombros.
- Si, si. Me tengo que ir. Gracias. – Me despedí nerviosa y salí del local.
Lo más rápido posible me introduje en el vehículo y me quedé ahí clavada. Un pensamiento se me pasó por la cabeza. Saqué mi Blackberry. WhatsApp. Aitor… Ahí estaba lo que temía. Su última conexión no había cambiado desde el día anterior, cuando me encontraba frente a mi casa esperándole.
Todos los sentimientos de rabia o enfado que había tenido antes cambiaron por completo.
Ahora pasé a otro estado. Tenía miedo y estaba preocupada.
Llamé más de cinco veces, pero una tras otra me saltó el contestador. Notaba como gotas de sudor frío descendían por mi frente.
Ahora tenía claro que había pasado algo grave y no sabía la forma de descubrirlo. Tendría que esperar.

"Todos buscamos al fin la felicidad,
aunque la vida nos muestre su gran abismo,
pero esta noche me ahogo en mi ansiedad."

lunes, 14 de abril de 2014

Capítulo 3.

-Te recuerdo que ésta noche cenamos en casa de tu hermano.

-¿Qué? ¿Cuándo quedamos en eso? –La afirmación de mi madre me dejó helada, no podía ser cierto.

-Hija, el otro día. No sé en qué mundo vives.

Su voz parecía desesperada. No es que llevara unos días en otro planeta, sino que con el lío del coche se me había pasado.

-No sé, mamá… Voy a hablar con José. No me acordaba de la cena y había hecho planes. – Resoplé.

-Cariño, ¿no habrá un chico por ahí que te esté volviendo loca? -¡Vaya! Me conocía demasiado. Aún así lo mejor sería no reconocer nada.

-¿¡Qué dices!? Sabes perfectamente que no tengo tiempo ni de respirar, ¿cómo voy a conocer a alguien?- Intenté que mi voz no me delatara, aunque sonó un poco nerviosa.

-Vale, vale.  Solo era una opción. No te pongas así.

-Te dejo, mamá. Tengo que hablar con mi hermano. – Estaba deseando acabar con esa conversación cuanto antes. Ese tema no me gustaba para nada. -  Luego hablamos. Te quiero.

-Te quiero, hija.

Colgué el teléfono y me senté en el sofá para llamar a José. Al principio se enfadó y me echó una pequeña bronca. Al igual que mi madre, no paraba de preguntarme que qué me pasaba. Traté de poner excusas pero con él era diferente. Le prometí que en cuanto pudiera le contaría toda la verdad.

-Está bien… - Noté que sonreía al otro lado del teléfono. – Pero tendrás que contármelo con pelos y señales ¡Eh!

-Vale - Reí.

Desde pequeños habíamos confiado el uno en el otro para todo, y esta vez no iba a ser menos. Antes o después tendría la necesidad de pedirle consejo, como siempre.

Después de despedirnos me puse ropa cómoda y salí a pasear con los perros. Era mi mejor forma de tranquilizarme y pensar las cosas con claridad.

Comí un buen plato de macarrones con tomate y cogí el coche rojo que me habían dejado. Verdaderamente no me gustaba nada, era demasiado pequeño y no estaba acostumbrada a él, pero me consolaba saber que solo tendría que soportarlo unos días. Lo mejor de todo era el disco que había en el reproductor. El chico tenía razón, cantaba como una loca todas las canciones y me acordaba de él. Recordé cuando me lo regaló hace unas horas y una involuntaria sonrisa se escapó en mis labios. Parecía increíble que le acabara de conocer.

Al cabo de un rato llegué a mi destino. Había quedado con la gente de Sony para decidir algunas cosas sobre mi nuevo disco. Estaba sentada allí mientras cinco personas se dedicaban a discutir sobre cómo sería la portada, cuál sería el primer single, en qué orden irían las canciones del CD… Yo tenía claro lo que quería, pero ni ellos se molestaron en preguntarme ni yo tenía ganas de hablar.

Cogí mi móvil discretamente y comencé a mirar los WhatsApps que tenía. Eran muchos porque no solía tener tiempo para contestar. Empecé a leerlos y a responder algunos. Mi hermano me recordaba que tenía que contarle muchas cosas, en el grupo con Pastora y Vanesa hablaban de quedar para una cena, Melen decía que sus hijos me echaban de menos… Y un sinfín de mensajes más. Pero al llegar a uno en particular no pude evitar echarme a reír y los empresarios se me quedaron mirando unos segundos, pero no tardaron en seguir con sus cosas. 



“¿Qué me pongo ésta noche? ¿Casual o elegante?” Pensé durante un par de minutos y respondí. “Espero que te guste el rock, con eso te lo digo todo” Añadí un guiño. Inmediatamente contestó con una carita sonriente seguido de un “Me encanta el rock”. Ya teníamos algo en común.
Dejé el móvil y por fin me lancé a decirles a los hombres que tenía a mí alrededor lo que quería para el álbum. No sé si les pareció bien o mal, porque rápidamente me disculpé y salí por la puerta. No me apetecía más estar en ese despacho. Más tarde probablemente tendría que aguantar una regañina de mi manager…

Llegué a mi casa y me metí en la ducha con un disco de los Rollings de fondo. Ya estaba preparándome para esa noche. Decidí vestirme con unos pitillos rojos, una camisa negra semi-transparente y unos tacones del mismo color. Eran muy altos, como a mí me gustaban. Aunque puede que más tarde me arrepintiera de mi elección. Para el maquillaje aposté por tonos oscuros, propios del lugar a donde pensaba llevar a Aitor. Era el bar de un amigo, de ambiente bastante heavy. Allí tenían una sala VIP donde podríamos estar cómodos, sin fans que nos atosigaran.

A las 9 en punto me puse una chupa de cuero y salí a la calle. Me extrañó que aún no estuviera ahí. Esperé un rato y nada. Decidí mandarle un mensaje, pero no respondía. Su última conexión era de hace más de una hora. Tras pasar un buen rato ahí plantada me rendí. No iba a venir.

Entré en casa desconcertada. Al fin había conocido a un chico que me interesaba. Hacía mucho tiempo que nadie me atraía de ésta forma. Yo era bastante reservada en ese aspecto y me costaba mucho confiar. Y cuando voy y conozco a alguien que parecía ser ideal, ¡zas! Me deja plantada en nuestra primera cita.
Una lágrima empezó a recorrer mi rostro sin que yo pudiera evitarlo. Pasé así un rato, con la mirada perdida, haciéndome miles de preguntas a las que no encontraba respuesta.

Solo había una cosa que me apetecía en ese momento.

Cogí el vehículo y en menos de una hora estaba plantada frente a la puerta de casa de mi hermano. Llamé al timbre y escuché unos pasos aproximarse.

-¡Hermanita! ¿Qué haces aquí? Mamá acaba de irse…

Se cortó bruscamente al mirarme a los ojos, humedecidos y con el rímel corrido. Supo al instante que algo no iba bien. Me miraba con cara de preocupación. No pude aguantar más las lágrimas que hace rato luchaban por salir, y estallé.

Rápidamente me atrajo hacia sí, apoyándome la cabeza en su pecho. No podía articular palabra. Me llevó hacia el salón y allí nos sentamos, simplemente abrazados, desahogándome en su hombro.

“Háblame y dime que has hecho conmigo,
Porque cuando tú no estás va contigo hasta el aire que respiro.”


domingo, 13 de abril de 2014

Capítulo 2.

Me desperté a duras penas. Estaba muy cansado después del trote de la noche anterior. Qué raro… el despertador aún no había sonado. Me giré lentamente en busca del aparato que había en la mesilla.
¡No me lo podía creer! Los números rojos daban las 6:45. Me encaminé rápidamente hacia el baño. Tenía menos de quince minutos para salir de casa.
Me duché y vestí en diez minutos. Cogí un zumo que me tomaría en el trayecto y me subí al coche. Sentado frente al volante de mi Honda Civic negro miré el reloj y eran las 6:59. Me sonreí. Increíble, era mi récord. Si se lo decía a mi madre no se lo creería. Todo por una chica.
Puse el álbum  “News of the World” de Queen, a ritmo de “We Will Rock You” y me pasé el camino tarareando. No había mucho tráfico, así que dos minutos antes de la hora planeada me encontraba frente a su casa, apoyado en el vehículo.
Momentos más tarde Malú salió por la puerta, acompañada de su gran sonrisa.
-¡Buenos días! – Parecía bastante contenta. - ¿Qué tal has dormido?
-Demasiado bien… - Tras los típicos dos besos me senté en el sitio del conductor, y ella a mi derecha.
-¿Puedo poner la radio?
-Claro, como si fuera tuya.
Pasó unos segundos de cadena en cadena hasta que se detuvo en una. “Unconditionally” de Katy Perry sonaba a todo volumen. La joven comenzó a cantar en el estribillo, pero realmente no se sabía la letra, solo pronunciaba palabras que probablemente ni existieran. Me chocó que casi sin conocerme se atreviera a hacer eso.
Reí a carcajadas mientras ella seguía a lo suyo.
-¿Qué pasa? – Me miró haciéndose la sorprendida. – Me la sé genial.
Intentó ponerse seria, pero no aguantó nada.
-¡Canta conmigo!
-Qué va… eso lo dejo para profesionales.
-Por favor, Aitor… - Me miró con cara de niña buena y no pude negarme. Dejé a un lado la timidez y canté. Lo que esa chica provocaba en mi era inexplicable.
Y así pasamos todo el camino. De canción en canción, entre risas. Cada vez me atraía más y ocultarlo no era fácil.
Salimos del coche y vimos que la grúa ya estaba allí esperando.
-¿Vas a tardar mucho?
-No, yo solo tengo que recoger unos papeles.
-Si te apetece cuando acabe con ésto nos vemos y te invito a desayunar. Tengo que agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.
No podía negarme. Pasar más tiempo con ella sería perfecto. Quedamos en ese mismo lugar una hora más tarde.
¿Y ahora que hacía yo? La verdad es que no tenía nada que hacer allí, solo la dije que tenía que venir para poder verla. Pero de repente se me ocurrió una idea. Entré al despacho de la cafetería  y me senté frente al ordenador. Busqué por los cajones, por ahí tenía que estar lo que buscaba. Nada en el primer cajón. Nada en el segundo. ¡Bingo!, en el tercero sí. Se trataba de un CD en blanco. Enchufé el iPod que siempre llevo conmigo al ordenador y empecé a copiar en el disco varias de mis canciones favoritas, de todos los géneros.
Al acabar de pasar la música guardé el CD en la caja y escribí en la portada una frase: “Para que cuando te apetezca cantar como una loca en el coche te acuerdes de mi. Aitor.”
Cuando llegué al aparcamiento ella no estaba, así que aproveché para dejar el pequeño regalo en el maletero del coche y escasos segundos después apareció a lo lejos. Casi me pilla.
Fuimos a desayunar dentro. Pedimos los dos café con leche y una docena de churros. A mí me parecían demasiados, pero ella insistía en que no, que tenía un buen apetito. Y era cierto, no quedó ni uno. Acababa de conocer una nueva faceta de la cantante y me hacía muchísima gracia.
Antes de irnos pasó al baño y yo aproveché para pagar la cuenta. ¡En qué momento se me ocurrió!
-¿Cómo que ya has pagado? ¡Yo iba a pagar!
-No te preocupes, ya está.
-¡Pero quería agradecerte todo!- Se aproximó a la barra y llamó al camarero haciendo un gesto con la mano. – Disculpa, éste chico ha pagado antes y no debería haberlo hecho…
¡Ésta mujer estaba como una cabra! Le lancé una sonrisa a mi compañero y la cogí por detrás, sacándola del local. Se pasó un buen rato farfullando, pero yo no dejaba de sonreír. Era muy entretenido verla así. Dejó de hablar durante unos segundos, que aproveché para cambiar de tema.
-¿Qué te han dicho los del seguro?
La joven me atravesó con la mirada, no parecía conforme con el cambio de tema.
-Que me van a sacar un ojo de la cara por arreglarlo y que puedo recoger el coche de sustitución cuando quiera. –Su tono de voz era animado, parecía que se le había pasado el cabreo.
-Entonces te llevo ahora a por él, ¿no?
Se quedó pensando mirando al suelo unos segundos.
-Te iba a decir que no hacía falta, que podía llamar a mi hermano. Pero no. Ahora te aguantas y me llevas, por no dejarme pagar.
Empecé a reírme. ¿Me aguanto y la llevo? No se daba cuenta de que es lo que más me apetecía hacer.
Entramos en mi Honda y alzó el dedo a la radio, pero se lo frené con un ágil movimiento.
-¿Qué pasa? ¿Ya no puedo poner música? – Se quedó desconcertada cuando me vio salir hacia el maletero sin decir ni una sola palabra.
-Toma, es un detalle.-Le tendí el disco y la joven lo miró extrañada, leyendo la dedicatoria que yo antes había escrito.  – Me ha sobrado tiempo y se me ocurrió que te podría gustar…
No me dejó acabar la frase y se abalanzó hacia mí envolviéndome en un abrazo.
-¡Muchas gracias! ¡Qué ilusión!
Se separó de mí y puso el disco. De nuevo, nos pasamos el camino cantando. Yo estaba fuera de lugar, aquel abrazo me había dejado en las nubes.
Recogimos el pequeño coche de sustitución que le dejaban durante  unas semanas. Intentó conseguir uno un poco más grande, pero no fue posible.
Nos íbamos a despedir y, una vez más, me dejó sorprendido con sus palabras.
-Oye Aitor… ¿Te apetece quedar ésta noche? – Me quedé boquiabierto. Sin poder responder. – Así me dejas pagarte con copas el favor que me has hecho.- Soltó una débil risa que me hizo darme cuenta de lo que me estaba pasando.
-Genial. ¿Te recojo a las 9?
- Vale. Pero pago yo, ¡eh!
Ambos comenzamos a reírnos. Tendría que dejarla pagar o me mataría. Nos despedimos y empecé a andar hacia mi coche.
-¡Aitor! –Malú me gritaba. Se me pasaron mil cosas por la mente. La primera es que se había arrepentido de la propuesta. Me volví a acercar a ella. –No tengo tu número jajaja
Suspiré aliviado. Ya creía que íbamos a terminar y… ¡ni si quiera habíamos empezado!
Intercambiamos los teléfonos y cada uno tomo una dirección diferente. Esa noche sería genial.

“Oigo tu risa y creo en los milagros.

Siento tu abrazo y puedo volar.”

Capítulo 1.

Trabajar en una cafetería en medio de la carretera podía ser realmente aburrido, sobre todo si lo haces de madrugada. Esa era mi situación. Solo había cuatro personas en el local. En la barra un camionero de aspecto mugriento se tomaba una hamburguesa gigante. En una mesa había un hombre y una mujer con su hijo. El pequeño estaba dormido sobre el tablero mientras la pareja tomaba café. Lo único que me entretenía allí era la televisión. Como cada miércoles que me tocaba trabajar a esas horas, veía La Voz hasta que terminaba el turno y me podía ir a casa. Bueno, no veía exactamente La Voz… mejor dicho veía a Malú. Era en lo que realmente me fijaba. La chica me había enganchado al programa. Tenía una sonrisa que me volvía loco y me encantaba su humor. Además, cantaba increíblemente bien. En ese momento le tocaba actuar a uno de sus talents. Lo hizo tan bien que todos los coaches se levantaron a aplaudir en cuanto acabó la canción. Hubo un momento de bromas entre Antonio y Malú en el que se empezaron a vacilar el uno al otro. Yo no pude evitar reírme con la escena y los clientes fijaron sus miradas en mí. Menuda vergüenza, pero no podía evitarlo. Esa chica era increíble.
A eso de las dos el programa acabó, y también mis horas de trabajo. Pero el chico que me tenía que hacer el relevo me llamó para informarme de que llegaría tarde por un problema familiar. Lo que faltaba. Me serví un café para no quedarme dormido y me senté a esperar en una silla. Los clientes se fueron marchando y yo me quedé solo viendo Cuarto Milenio. Esa noche se me estaba haciendo larguísima.
De pronto, una chica entró apresuradamente a la cafetería. No era una chica cualquiera, era la misma chica que hace menos de una hora me mostraba su sonrisa por la televisión. Me quedé alucinado cuando la vi acercarse velozmente a mí.
-Necesito ayuda. – Lo soltó de golpe. Yo seguía ahí plantado sin pestañear. – Creo que mi coche no funciona.
-Tú… eres… 
Antes de que pudiera acabar la frase se empezó a reír, seguramente porque le parecí el chico más tonto del planeta. Si en la pantalla era guapa, a menos de un metro lo era aún más. Sobre todo me fijé en lo bonita que era su sonrisa.
-Sí, soy yo.
-Te estaba viendo ahora mismo… - Señalé la televisión y ella sonrió.
-Me iba a casa, pero el coche ha empezado a hacer cosas raras y me daba miedo.- La joven parecía nerviosa y no paraba de hacer gestos con las manos. - He visto esta cafetería y he entrado  a ver si alguien me ayudaba.
-No sé mucho de mecánica, pero lo puedo intentar. - Pasé por debajo de la barra y salimos a la calle, donde se encontraba su precioso Audi blanco. -A ver, ábreme el capó y siéntate al volante. Vamos a intentar solucionarlo.
Y eso hizo. Me quité el delantal  y empecé a tocar varios cables. De vez en cuando la decía: “¡Mantén la llave girada!” o “¡Intenta arrancar ahora!”. Pero nada funcionaba.
-Lo siento,  no puedo arreglarlo… -Dije avergonzado mientras agachaba la cabeza. Tenía la oportunidad de quedar bien ante aquella chica y no lo logré. Me sentía ridículo.
-No te preocupes. – Dijo mientras rebuscaba en su bolso.- Voy a llamar al seguro.
No podía parar de darle vueltas a la cabeza. Era una tontería, lo sé. Pero me sentía mal conmigo mismo.
-¿¡Cómo?!... ¿¡Y cómo voy a volver a mi casa a éstas horas?!... No puedo creerme lo que me estás diciendo…
Malú no paraba de gritar a la persona que estaba al otro lado del teléfono. Me sentí un poco confundido. Nunca la había visto así.
Al cabo de varios minutos colgó el móvil. Cruzó sus brazos y se sentó en la parte delantera del coche mientras resoplaba una y otra vez. Tímidamente me acerqué a ella.
-¿Qué ha ocurrido? – Pregunté en voz baja.
La artista no me respondió de inmediato, parecía que estaba tratando de poner los pies en el suelo y asumir la situación a la que tenía que hacer frente.
-Mi seguro es una mierda. Dicen que a éstas horas no mandan a nadie a por el coche, tengo que esperar a mañana. Tampoco quieren mandar a alguien que me recoja. Al parecer no es su problema. –Ahora su voz estaba mucho más calmada.
-Vaya… - No sabía que decirle. Entendía perfectamente que antes estuviera exaltada.
-Voy a llamar a un taxi.
-¡No! Te puedo acercar a tu casa…. Si quieres.
¿De verdad eso había salido de mi boca? Mis palabras se habían escapado antes de pasar por el cerebro. Ahora me iba a decir que no y quedaría como el ser más pringado que jamás había existido. En escasos segundos mi cabeza tenía un tremendo alboroto y mis mejillas se comenzaron a sonrojar.
-Ni siquiera sé cómo te llamas. –Dijo en voz baja.
-Eso tiene solución.  – Le tendí la mano a modo de saludo. – Soy Aitor.
- Pues Aitor, no hace falta, no quiero molestar… -La chica parecía un poco sorprendida. Normal. Yo también lo estaba. – Llamo a un taxi y ya.
-No es molestia. En cuanto venga el relevo te acerco a casa.
Y como si me hubiera escuchado, el coche de mi compañero entró al aparcamiento. Dejé a Malú ahí y corrí hacia Rubén. Le expliqué brevemente lo que había pasado y me acerqué de nuevo a la chica.
-Ya está, vámonos.
-En serio, no hace falta. –La ignoré y me metí en mi coche.
-No acepto un no por respuesta, vamos.  –Grité desde dentro.
Cogió su bolso del suelo y corrió a cerrar su coche. Rápidamente entró en el asiento del copiloto, dedicándome una tímida sonrisa.
Me dio las instrucciones para llegar a su casa y empezamos el camino. No me lo podía creer. Ella me encantaba y estaba sentada a mi lado, en mi coche. Puede que le pareciera un loco, porque me pasé todo el viaje sonriendo a la carretera, pero estaba feliz. Hablábamos del programa o de qué pasaría con el coche y el seguro, y cada palabra que decía me parecía un regalo.
-Es aquí.- Paré el coche frente a una casa grande con un jardín bastante bonito.- Muchas gracias por traerme, de verdad.
- De nada, un placer- Sonreí.
-Mañana me pasaré a la cafetería  para indicar a la grúa.
-Oye… yo también tengo que ir a recoger unas cosas. Mi casa está cerca de aquí… ¿Quieres que te lleve?- Otra vez mi subconsciente salía a la luz. Mierda.
-Oh no, bastante te he molestado ésta noche. Mira qué horas son y aún estás aquí… –Se sonrojó, era la primera vez que la veía así y me provocó mucha ternura. Comencé a reírme tontamente y me miró extrañada.
-Jajajaja  Mañana te recojo aquí a las 8, buenas noches Malú. –La guiñé un ojo y arranqué el motor. Podía ver por el retrovisor como se había quedado allí, sin habla.
Encendí la radio y empezó a sonar “Ahora Tú”. Menuda coincidencia… Volví a reírme, ésta vez solo. Parecía un niño con zapatos nuevos. Aún me quedaba una hora de camino hasta casa, y pensando en la gran noche que había pasado el camino se haría más ameno.


“Ahora tú
Llegaste a mí, amor.
Y sin más cuentos,
Apuntas directo en medio del alma.”