martes, 17 de octubre de 2017

Todo irá bien (2x51)

No estoy preparada. Mi vida va a cambiar más de lo que nunca lo ha hecho y aún me cuesta hacerme a la idea de que tendré entre manos más pañales que cámaras de fotos. Quién sabe durante cuánto tiempo no volveré a mi puesto de trabajo. La decisión fue mía. Quise ser yo misma la que se quedara embarazada, pero quizá no pensé lo suficiente en las consecuencias. Malú también podría haberlo hecho y su nueva vida no hubiera sido tan diferente a la anterior. Ni siquiera se negó a hacerlo. Ya había dejado temporalmente los escenarios, así que mantener eso un poco más no hubiera causado grandes pérdidas. Pero yo, absolutamente inconsciente, di el paso. ¿Qué digo paso? El gran salto hacia el abismo. Desde el primer mes hasta el octavo en el que me encuentro ahora, mi cuerpo tampoco es el mismo. La barriga es una enorme montaña en el centro de mi cuerpo que me impide verme los pies, y solo sé que siguen ahí abajo porque me duelen y laten con fuerza cuando los he usado durante más de diez minutos seguidos. Ni siquiera mi madre, con la que he conseguido recuperar la relación, me avisó de estos síntomas. Creo que tenía miedo de que jamás la hiciera abuela. No se podía permitir ser la única de su grupo de amigas que no hablara de las risas de su nieto en las reuniones de sobre mesa, y bastante tenía ya con ser la comidilla de las demás por ser la madre de la novia de la cantante recientemente salida del armario.

Otra náusea. No puede ser que a las doce de la mañana haya vomitada más de tres veces. Me comentó el médico que era normal en esta etapa del embarazo, pero la normalidad no quita que sea desagradable. Ni en mis mejores fiestas había acabado tantas veces doblada frente al retrete. Mi único consuelo es tenerla al lado al salir del baño. La decisión de tener un bebé es lo mejor que podríamos haber hecho. A priori no lo parecía, ya que acabábamos de salir de un mal momento y no estábamos tan estables como solíamos. Pero esto nos ha servida para unirnos, para estrechar aún más nuestros lazos. Parece que el cordón umbilical no solo me une a una nueva vida, sino también a ella. Tiene siempre las palabras idóneas para cada momento, los mejores masajes tras alguna caminata y las conversaciones perfectas para las noches en que no puedo conciliar el sueño. 

- ¿Quieres que vayamos al médico? - Me siento en el sofá tapándome la cara con las manos. Niego con la cabeza. Solo quiero quedarme aquí y que se me pase este dolor de cabeza. Ella se sienta a mi lado y besa mi hombro. - Como prefieras. - Con los ojos cerrados puedo notar cómo se levanta y poco después empieza a hablar por teléfono. - ¡Pablo!... Muy bien, ¿y tú?... Oye, te importaría que dejáramos lo de hoy para otro momento?... Bueno, no te preocupes, la semana que viene está bien. - Me levanto rápidamente y voy hasta Malú.

-¿Qué haces? ¡No puedes cancelarlo! 

-Genial, muchas gracias, Pablo. - Hace caso omiso a lo que le digo. - Un beso. Nos vemos. - Cuelga.

-¿Por qué lo cancelas? 

-No me voy a ir a componer sabiendo que estás aquí mal. 

- Malú, sabes bien que llevabas esperando para poder verte con él más de un mes. Está de gira y es muy difícil coordinar fechas. 

-Y tú sabes muy bien que me da igual. - Me coge de la mano y tira de mi. - Además, la semana que viene pasará por España otro par de días, así que lo haremos ahí. - Hace que me tumbe en la cama y ella hace lo mismo. - Ni que Pablo Alborán fuera tan importante... - Bromea. 

-Vas a tardar años en componer este disco... 

-Lo primero es lo primero, Patricia. - Usa mi nombre entero, con todas sus letras, como solo hace cuando se pone seria. - Ya te dije que quería estar contigo en todo el proceso del embarazo y lo voy a cumplir. 

Está conmigo. Todos los días y prácticamente a todas horas. Pero su disco va lento, muy lento. Mucho más de lo que el equipo, ella y yo misma pensábamos. La idea había ido evolucionando y se había convertido en un proyecto estupendo. Sacaría dos discos en uno. El primero serían canciones compuestas por ella misma, algunas de las cuales ya tenía escritas con anterioridad. El segundo, diez temas en los que cantaría con cantantes de éxito, sus amigos, canciones compuestas  juntos. Todo sonó muy bonito en un principio, pero es demasiado trabajo y mucho más en las circunstancias actuales. Crear un disco siempre es una tarea ardua, y teniendo en cuenta la complejidad del mismo y el embarazo, eso se ha multiplicado por infinito. A día de hoy faltan dos meses para tener que presentar todas las canciones y aún le faltan la mitad de las compuestas con otros artistas. Y a mi me queda aproximadamente un mes para el parte y el siguiente repleto de cuidados intensivos para el nuevo miembro de la casa. No sé cómo vamos a coordinarnos para que todo salga bien.

Otra náusea y un dolor mucho más intenso en el estómago. Es el peor día en los ocho meses que llevo así. Otra náusea y salgo de nuevo corriendo al baño. Cuando vuelvo al salón, Malú se ha hecho una coleta, ha cogido el bolso y me espera en la puerta de casa con las llaves del coche en la mano. Negarme a ir al médico sería una tontería porque ni ella me permitiría hacerlo ni yo quiero pecar de irresponsable. Cojo una chaqueta y sigo sus pasos sin decir palabra alguna.

Una vez en urgencias, Malú me deja sentada y veo como se dirige a la ventanilla. Por sus expresiones sé que debe estar pidiéndoles rapidez con su habitual pérdida de nervios en situaciones similares. Los que se enfrentan así a ella deben pensar que es la típica famosa cínica y prepotente, aunque nada más lejos de la realidad. Y definitivamente su insistencia surte efecto, porque cinco minutos después el doctor alza la voz pronunciando mi nombre. Una vez más me encuentro tumbada con las piernas abiertas con un hombre observando mi zona más íntima. Nunca pensé que se daría esta situación tantas veces en mi vida. Después pasa a tocarme la barriga y auscultarme. No dice nada, solo me pide que me vista y me siente frente a la mesa, junto a Malú. Teclea en su ordenador con agilidad.

-Bueno. - Se quita las gafas y nos mira con una sonrisa. - Me alegra contaros que estáis de parto.

-¿Cómo? - Exclama Malú sin intender nada. Yo tampoco tengo las cosas claras, pero me quedo bloqueada y sin poder expresar nada. Menos mal que ella sí, aunque perdiendo los nervios. - ¡Solo está de ocho meses! Ni siquiera a expulsado el tapón mucoso ese que nos dijeron ni ha roto aguas, ni nada.

-Tranquilas, chicas. - Comenta él sin perder la sonrisa. - A ver, cada parto es diferente. Para empezar, que solo hayan pasado ocho meses no indica que las cosas vayan mal. Por las pruebas sabemos que está sano, así que lo más probable es que esté preparado para salir. - ¿Ha dicho lo más probable? ¿Y qué pasa con lo improbable? - Por otro lado, el tapón lo habrá perdido ya poco a poco. Hay quien lo expulsa de golpe y quien simplemente lo hace cuando va al baño sin ni siquiera enterarse.

-¿Pero romper aguas?

-Cuando digo que está de parto quiero decir que ha empezado el proceso. Ha comenzado la dilatación y no debería tardar en aumentar y romper aguas. Lo que tienen que hacer ahora es tranquilizarse y dar una vuelta por los alrededores. Si se encuentra peor o rompe aguas, vuelvan.

-¿Pero está todo bien? - Quiero saber.

-Claro que sí. No hay nada que nos indique lo contrario.

Y sin más, nos deja ir de la sala con cientos de preguntas en el aire. ¿Cómo íbamos a esperarnos que unas náuseas y cierto dolor podrían ser el principio del final? No sé si sentirme bien o mal. Por un lado, estoy inquieta porque que esté siendo tan precipitado no me da la sensación de tenerlo bajo control ni de que vaya a salir bien. Pero por otra parte, estoy deseando que nazca, esté sano, y acabar con los dolores. Aunque lo que nos viene por delante tampoco vaya a ser fácil, por lo menos será con una persona más en casa por la que luchar. Si algo nos ha repetido todo el mundo es que merece la pena todo lo malo cuando ves lo bueno.

Malú y yo decidimos caminar un rato por un campo cercano al hospital. No queremos alejarnos mucho por si se acelerara el proceso más de lo esperado. Visto lo visto, no nos podemos fiar. Andar me sienta bien. El dolor va disminuyendo a medida que la conversación entre ambas se vuelve más fluida.

-¿Te imaginas que me llego a ir a grabar con Pablo? - Se ríe. - Menos mal que no te he hecho caso.

- No me haces caso la mitad de las veces que te digo las cosas. - Aclaro recordando lo testaruda que es. - Además, no hubiera pasado nada grave. Te llamaría y ya está.

-¿En serio? - Me mira sorprendida. - ¿De verdad me estás diciendo que hubiera cogido tu teléfono y hubiera salido de ti llamarme para ir al hospital de urgencias? - Me quedo pensativa. - Sabes que antes te mueres de dolor que ir tú sola. Como mucho hubieras llamado a otra persona y yo me hubiera enterado ya cuando Daniel hubiera nacido!

-¡Qué exagerada! - Ambas reímos. - Oye, ¿entonces ya has decidido que se va a llamar Daniel? - Me percato de que se le ha escapado el nombre sin pensarlo. Es uno de los tantos que hemos barajado, y su favorito desde el primer momento.

-¿A ti te gusta?

-¿Sabes? En un principio preferiría otro. No es que me desagrade ese... Pero no sé, pensándolo últimamente me he dado cuenta de que da igual. Que el nombre es algo a lo que te adaptas el primer día en cuanto doscientas se han referido a él de esa manera. Dudo mucho que alguien se haya arrepentido de ponerle a su hijo un nombre u otro cuando este ya tiene viente años y más pelo en el cuerpo que el Yeti. - Malú rompe a reír y acto seguido me abraza.

-Tienes razón... - Admite. - ¿Qué haría yo sin ti? - Se sienta en el suelo, al lado de un tronco más alto que aprovecho yo para apoyarme. - ¿Crees que nos va a ir bien?

-¿Cómo?

-Que si va a ser feliz... Nuestras vidas no son fáciles y, a consecuencia de ello, la suya tampoco. Madres famosas, lesbianas, en todos los medios, con giras, con compromisos... ¿Le vamos a educar como deberíamos? - Poco a poco, a pesar del dolor, me agacho para sentarme a su lado y agarrar su mano con firmeza. No es el primer momento de dudas que hemos vivido en estos ocho meses, pero quizás sí el más intenso.

-Tendrá la vida tan fácil como nosotras se lo pongamos. - Intento tranquilizarla. - Le educaremos en la normalidad de dos personas que se quieren, sin darle importancia a ser hombre o mujer.

-Pero la gente le dirá cosas.

-¿Y qué más da? Todos nos hemos enfrentado a eso y lo importante es saber hacer oídos sordos a lo que no tiene sentido. El amor tiene sentido sea con quien sea. - Aclaro besando su mano. - Y respecto a la prensa, sabremos llevarlo bien. Le mantendremos distanciado... Aunque tampoco quiero que viva en una burbuja sin saber lo que es, porque tarde o temprano leerá titulares o verá vídeos que nos juzgarán.

-No quiero esconderle. - Expresa mirándome a los ojos. - Bastante me he escondido yo. Quiero respetar su derecho como menor, que le tapen la cara y todo lo que sea en las revistas, pero no pienso dejar de ir a sitios con él por miedo a que le fotografíen.

-Así será, Malú. Y te aseguro que si tuviera que elegir una madre para mis hijos serías tú sin ninguna duda. Me da igual que seas famosa, que te saquen en los programas del corazón, que tu vida sea una gira constante... Me da igual, porque sé que quiero que tus valores sean los del niño, y que harás todo porque sea feliz contigo. - Me abraza con cariño. Definitivamente, todo lo que nos viene va a ser muy difícil. Tendremos que tomar decisiones que ni nos imaginamos y enfrentarnos a más de una persona por defender a nuestro hijo. Pero irá bien y de eso estoy segura. Porque si estamos juntas, si somos como hemos sido siempre, Daniel será el hijo de dos madres que se quieren, y lo que menos importará serán las profesiones y el turbio mundo que nos rodea.



-----------

¡Hola! ¡Tarde pero llegó! Solo volver a pedir disculpas por tardar tanto. También os comento que esto está a nada de acabar. Probablemente un capítulo más... y ya. Muchas gracias a todos los que seguís leyendo, que tiene su mérito jajajajajaja



miércoles, 29 de marzo de 2017

Americano pisando Madrid (2x50)

–Oye, ¿por qué no te duchas conmigo? –digo con tono pícaro mientras tiro de su brazo hasta que nuestros labios se juntan.

–No me apetece. –responde contundente poniendo distancia entre nosotras.

–Vamos, Malú. Cambia el chip. Nathan solo es un amigo que ha venido a España y quiere vernos. –Salgo de la ducha y me rodeo una toalla alrededor del cuerpo. Ella está frente a mi, con el cuerpo apoyado en el lavabo y la mirada perdida en alguna de las baldosas del suelo, que empieza a estar mojado por el efecto que crean las gotas de mi pelo al impactar contra él.- No es tan raro.

–Querrás decir verte –corrige ella. - ¿O hace falta que te recuerde lo que el tal Nathan quería hacer contigo en Los Ángeles? 

–En serio, ¿quieres relajarte amor? –me acerco a ella y pongo ambas manos en su cintura. ­–Olvidemos todo eso por favor, es un buen tío. Confía en mí. - Me enredo bien en la toalla y doy un paso hacia adelante.

–Está bien… –asiente no demasiado convencida, con los brazos aún bloqueando su cuerpo.

Por alguna extraña razón me encantan su cara y sus gestos cuando está celosa, y ahora lo está. Sonrío al mirarla, la acerco completamente a mí rompiendo la barrera que estaba creando y la beso lenta pero intensamente con la intención de despejar todas sus dudas.

–Tonta… –susurro en su oído mientras la abrazo fuerte.

–¿Podemos quedarnos así para siempre? –pregunta sin deshacer el abrazo.

–Nada me gustaría más, pero tenemos que atender a nuestros invitados –digo separándome y dejándole un beso en la frente. –Me voy a vestir, anda.

–Hazlo, solo falta que él te vea así… - Me río en silencio mientras niego con la cabeza. - ¡No te pongas muy mona! - Bromea.

 

Aprovecho la ducha de Malú para enviarle un whatsapp a Nathan con la dirección de nuestra casa. Escasa media hora después suena el timbre y miro a Malú, le pido calma con la mirada y las manos, aunque en el fondo soy yo la que tiembla.
Abrimos la puerta juntas. Ahí está, el tío que más odie y a la vez más quise en toda mi aventura por tierras californianas. El chulo insoportable de las sesiones de fotos, el chico adorable que se encargaba de enseñarme la ciudad desde las alturas. Demasiados recuerdos en tan pocos segundos… Ahora tengo muy claros mis sentimientos, aunque me hizo dudar, y eso nunca me lo perdonaré a mi misma. Pero tras este tiempo de estabilidad, de estar con ella y de reflexionar, he comprendido que si alguien podía provocar mi desequilibrio emocional, solo podría ser él. Por la forma en que rompió su coraza y supo demostrarme que todo león lleva dentro un pequeño cordero. Porque me enamoran esas personas a las que hay que ir desenvolviendo, quitando capas y prejuicios, para encontrar el caramelo que tienen dentro. Y no hay muchos así. Odié su sombría fachada, pero cuando me permitió descifrar su enrevesado mapa comprendí sus actos, y tan solo sentí pena por cómo las circunstancias le obligaban a ser. No volveré a dudar de mi amor, ni de mi orientación, pero ya que lo hice, estoy feliz de que fuera con una persona tan especial como él me lo resulta, y con la que todo el mundo debería tener el placer de compartir miradas, risas y alguna que otra confesión nocturna entre un delicioso plato de pasta y un buen vino.

Nos miramos a los ojos y sin decir nada nos fundimos en un intenso abrazo. Han pasado varios meses desde que volví de los Ángeles, y también demasiadas cosas en ese tiempo. Miro a Malú cuando todavía estoy en brazos de Nath. Tiene celos, lo sé. Intenta disimular con una sonrisilla tonta, pero la conozco demasiado y ella lo sabe.

–Cariño, ven aquí –digo cogiéndola de la mano y llevándola hasta Nath. –Vamos a hacer las presentaciones de manera correcta.

Malú me mira alzando una ceja y Nathan me mira de manera parecida porque no se está enterando de nada de lo que estoy diciendo, pero no borra su perfecta sonrisa en ningún momento.

–Nath, esta es Malú. Y Malú, él es Nathan. - Les pongo a uno frente al otro, y puedo palpar la tensión en el ambiente hasta con los ojos cerrados.

–Hola, Malu. -pronuncia en un regular español sin acentuar su nombre. Suena tan raro que me hace reír, igual que a ella.

–Dos besos, ¿no? ­–repito lo mismo pero en inglés para que Nathan me entienda. Rápidamente caigo en que esto de los idiomas va a ser un caos.

-Mejor un abrazo. - Velozmente se lanza a mi novia y la envuelve con su enorme cuerpo. A su lado parece aún más pequeña de lo que ya es. Ella, que no había entendido las intenciones del actor, se queda bloqueada ante la acción​, pero tras dos segundos de forcejeo consigue sacar los brazos y acompañarle en el abrazo. Ni siquiera yo me lo esperaba. Me alegra ver las intenciones y la actitud que trae Nathan. Se separan un poco después, entre risas, aflojando la tensión.

Recuerdo la primera vez que se vieron, cuando el joven salía de mi habitación y todo el salón estaba lleno de botellas de alcohol. Aún tiemblo si recuerdo la cara de Malú… Fue el típico momento “esto no es lo que parece” en el que quieres que se acabe el mundo, que te trague la tierra, o lo que sea, con tal de no tener que dar explicaciones. No era lo que parecía, al menos no lo que ella creía, aunque seguramente yo también lo habría pensando si hubiera sido al contrario.

–Nath ¿quieres tomar algo? –le pregunto mientras pasamos directamente al salón –Siéntate, estás en tu casa.

–Gracias. Muy bonita, por cierto –sonríe. –Lo que sea, mientras no sea whisky… –sonríe clavando sus ojos en mi y no puedo evitar ponerme nerviosa, sé que se refiere a lo de nuestra última noche.

–Tranquilo, en esta casa no tenemos whisky, no vaya a ser que luego tengamos que arrepentirnos de algo. –digo sin dejar de mirar a Nath. Y ahora es cuando doy las gracias de que Malú no sepa inglés.

–Bromeaba, un café estaría bien. Dicen que el café de aquí es mucho mejor, así que habrá que comprobarlo.–dice el chico mientras se quita la chaqueta y se sienta en el primer sitio que le viene bien.

-Mucho mejor… ¿cariño, café? –me dirijo esta vez a Malú, que sigue de pie a mi lado.

-Sí, pero deja, ya los preparo yo. No me dejes sola con él porque entre que le odio y que tenemos que comunicarnos a gestos, va a parecer que estamos jugando al party.

Me río por lo que acaba de decir y acepto su propuesta. Está más relajada, lo que quiere decir que ese odio del que habla ha disminuido. Se dirige a la cocina y yo me siento al lado de Nathan.

–¿Quéntal con ella? –me pregunta el chico.

–Ahora bien. Pero no hemos pasado por momentos buenos después de mi vuelta. Ya sabes, ella pensó que tú y yo teníamos un lío, yo le conté que nos habíamos besado… En fin.

–Lo siento, Patricia. Siento que tuvieras que pasar por todo eso por mi culpa.

–No fue tu culpa… Fuimos los dos. Incluso peor por mi parte, que tenía pareja. Tú ni siquiera lo sabías.

–Ya estoy aquí. –dice Malú mientras llega con una bandeja con tres cafés. ¿Azúcar, Nathan? –Le hace un gesto señalando el azucarero. El chico acepta con una gran sonrisa y esta le echa un par de cucharadas hasta que él la para haciendo un gesto con la mano.

–Amor, ¿no le habrás echado sal? Que nos conocemos...

–Oye ¿por quién me tomas? Si me pongo a hacer bromitas le habría echado laxante o algo parecido -me mira con esa cara sarcástica que nunca me permite diferenciar entre realidad y ficción.

–Malú…

–Que es broma mujer. Bueno, ¿qué me he perdido? La verdad es que está bueno el niñato, eh. - suelta mientras se sienta con nosotros y muestra una sonrisa que no concuerda con su frase, para disimular. Nada mejor como que no te entiendan para decir lo que te apetece.

–¿Tengo que preocuparme yo? –digo alzando una ceja - Pregunta que de qué hablábamos –saco de dudas a Nathan cuando me mira sin entender nada.

–Yo… - Nathan gira el cuerpo hacia Malú y la mira directamente. - Siento haberme metido en medio de vuestra relación. Hacéis una pareja muy bonita.

–Uy, ese tema mejor no lo tocamos… –Le guiño el ojo a él y me dirijo pícaramente a ella. –Dice que le gustamos las dos, que si hacemos un trío –comento seria.

Se atraganta con el café nada más oírme decir la última frase, se lo quito de la mano y lo dejo sobre la mesa. Me río cuando veo que está bien, que solo ha sido un pequeño susto.

–Eres gilipollas –exclama mientras me pega en la pierna.

–¿Estás bien, Malú? –pregunta amablemente Nathan, que nos mira sin entender absolutamente nada. Creo que debe pensar que somos dos locas.

–Si, gracias, es que tu amiga es idiota –dice mirándole, aunque probablemente él no se haya enterado de nada –Traduce, cariño…

–Te pones muy guapa cuando te enfadas… –le guiño un ojo. –Oye Nathan, ¿has conocido ya algo de la ciudad?

–¿El aeropuerto y el hotel cuenta?

–Cuenta pero… deberíamos salir y hacer un tour en condiciones. Madrid no es Los Ángeles pero también mola, ¿qué os parece?

- Perfecto. Pero somos tres famosos vagando por las calles de Madrid, ¿no te parece que va a ser un poco incómodo?

-¿Me tomas a mi por famosa?

- ¡Sabes de sobra que ya no eres una cara anónima! - En este caso, traduzco sin bromas lo que ha dicho Malú para que Nathan lo entienda. Es cierto. No podemos ir como si nada por Madrid con una de las cantantes con más prestigio nacional y el actor que actualmente más prensa mueve a nivel internacional. Y bueno, luego yo, que no llego a esos reconocimientos pero sí es verdad que a raíz de lo de Malú no es raro que me paren en la calle.

-¿Qué os parece si vemos el centro en una limusina y luego me lleváis a un sitio más íntimo? - De nuevo, traduzco.

- ¿Limusina? ¡Cómo se nota que controla! - Nathan debe haber intuido el comentario de Malú, porque rápidamente me se antepone a mis siguientes palabras y señala que él paga.

-Solo si nosotras pagamos la comida. - Propongo.

-De acuerdo, pero con una petición. - Añade. - ¡Quiero comida española de verdad!

No sé cómo lo hace, pero realiza una llamada de teléfono y media hora después tenemos la limusina en la puerta. Aún recuerdo la primera y última vez que monté en este transporte. Fue a los dieciocho, cuando una amiga celebraba que cumplía la mayoría de edad y entre todas pagamos la limusina y un reservado en una discoteca. A mi me pareció una experiencia increíble, a pesar de que éramos demasiadas y el espacio ni siquiera permitía servirte una copa sin tirar la mitad en la tapicería. Tampoco ayudaba la música a máximo volumen y las voces pisándose las unas a las otras sin poder intercambiar más de cinco palabras con sentido, pero de esto me he dado cuenta hoy, cuando he descubierto lo que de verdad es disfrutar de una limusina. Malú y yo nos sentamos en uno de los sillones, y Nathan ocupa de de enfrente. A pesar de tener las piernas largas, si las estira no llega a tocarnos con ellas. Abre un pequeño armario que resulta ser una nevera y nos ofrece algo para beber. Nosotras optamos por unos refrescos y él, ante la sorpresa y la risa de las dos, escoge un batido de fresa. No me equivoco al decir que este chico nunca me deja de sorprender.

Cuando nos empezamos a adentrar en la zona céntrica de la capital, Nathan pega la cara a la ventana y no pierde ojo de todo lo que le rodea. Me parece increíble que, si el país le gusta tanto como dice, no lo haya pisado nunca. Pero pronto me da la respuesta. Antes de hacerse famoso no se lo podía permitir, y después nunca le había dejado se mánager. A pesar de haber recorrido muchos lugares promocionándose, no quería traerle a España porque ganaría menos dinero que yendo a otros países. El propio Nathan había propuesto campañas aquí pero, una por una, todas habían sido rechazadas.

-¡Real Madrid! - Exclama cuando el vehículo pasa por la fuente de Cibeles.

-¡Este chico me gusta! - Comenta Malú. - A ver si al final voy a ser yo la que proponga el trío...

Al ver Madrid tan de cerca y a la vez lejos, me doy cuenta de lo que echo de menos salir por ahí a dar una simple vuelta por El Retiro, hacer una visita al Prado o simplemente ver las tiendas de la calle Fuencarral. Desde que vivimos juntas, Malú y yo no nos separamos más que por temas de trabajo. Si salimos lo hacemos juntas, y como es lógico, no podemos hacerlo por los sitios que acabo de citar ya que nos veríamos atrapadas por la gente pidiendo fotos y autógrafos en apenas un par de segundos. Así que nos tenemos que limitar a ir a bares y restaurantes de ambiente más íntimo y, a su vez, más pijo. No me gusta, pero es algo que he tenido que asumir. Podría hacerlo sin ella. Quedar con algunas amigas e ir a dar una vuelta por la capital, pero la última vez que lo hice ya hubo algunas personas que me miraban, e incluso quien me pedía selfies. Está claro que salir en televisión y prensa con Malú me ha cambiado mucho la vida, y cada día me doy más cuenta, no solo por los aspectos positivos relacionados con el trabajo, sino también por los negativos que incumben mi vida personal. Ahora la comprendo mucho más de lo que decía hacerlo antes.

Para elegir el sitio al que ir a comer con Nathan pido ayuda a Malú. Necesitamos algo íntimo - lo que quiere decir caro. - y que cumpla los deseos del actor sobre la comida española. No es fácil filtrar por sitios así, porque lo realmente bueno sería ir a comer un bocadillo de calamares a la Plaza Mayor, o meternos en el bar más acogedor que veamos y pedir una razón de bravas, otra de jamón serrano y una tortilla de patatas. Pero eso es imposible. Quién me mandaría a mi moverme en un mundo de celebrities. Al final, se le ocurre un bar con restaurante al que dice que fue hace unos años con Alejandro Sanz que se en encuentra por la zona de Serrano. Como imaginaba, al llegar allí todo era para personas de otra clase diferente a la mía. Incluso nos hacen entrar por un parking subterráneo habilitado para los clientes. Un camarero nos recoge en la misma puerta de la limusina y nos acompaña en un ascensor hasta nuestros asientos.

Tal y como imaginaba, los precios multiplican por cinco lo que pagaría en un bar. El único punto positivo es que, para ser sinceros, todo está exquisito. Pedimos tortilla de patatas, jamón serrano, croquetas surtidas, torreznos, boquerones, y un largo etcétera. Un poco de cada plato típico para que el chico pueda hacer un recorrido por lo más destacado en nuestra gastronomía. Y desde luego lo hace, tan solo hay que ver cómo se relame los dedos. Apenas le da tiempo a hablar, lo que me facilita mi trabajo como traductora.

-El chaval se está poniendo las botas... - Murmura Malú. - Cómo se nota que allí solo comen de fast food de esa.  

-No te creas, tiene una mujer en su casa que cocina que da gusto... - Nada más decirlo me arrepiento, y al mirarla noto su mirada clavándose en mi como un par de navajas.

-¿Qué pasa? ¿Has ido muchas veces?

-Malú, solo fui una vez. No empecemos, por favor.

-Yo no, has sido tú, que me tienes que recordar cada dos por tres lo que hiciste.

-¿Todo va bien? - Interrumpe Nathan. - Está todo delicioso. ¡No estás comiendo nada, Patri!

-¿Qué dice? - Le traduzco a Malú. - Dile por qué no comes...

-¿Y por qué no como? - Es verdad que apenas he cogido media porción de cada plato. No me encuentro bien, pero no sé por qué la cantante dice eso.

-Cariño... A las embarazadas les pasan estas cosas. - Ni siquiera había pensado que podía ser por eso. - Está claro que tenemos que comprar un libro de esos que toda embarazada tiene en la mesilla de noche para diagnosticar cada síntoma.

Cuando se lo digo a Nathan se queda petrificado. Primero no se mueve, parece que ni siquiera respira, y luego comienza a reír y a aplaudir. Todo el mundo se gira para vernos, y si estoy tanto roja como Malú puede que ambas explotemos en breve. Se levanta y me abraza con fuerza mientras me da la enhorabuena. Después, repite el proceso con mi novia, que no sabe cómo interpretar la reacción del actor.

-Ella no me entiende nada, ¿no? - Pregunta cuando recupera su asiento.

-No va más lejos del hola y adiós.

-Una vez me soñé que tú y yo teníamos una hija. Era preciosa. Tenía tus ojos... No te imaginas lo feliz que me desperté, a pesar de que siempre había pensado que no estaba hecho para ser padre y que un hijo solo tendría los valores que odio de mi.

-No digas tonterías. Cuando llegue el momento serás un padre estupendo..

-No sabes cuánto me enamoré de ti... - Confiesa manteniendo la sonrisa y sin dejar de mirarme. - Y mentiría si dijera que aún no queda algo.

-Nath...

-No te preocupes. Sé lo que hay. Y me hace muy feliz que tengas una pareja, encima tan guapa, y que te vaya tan bien.

-Muchas gracias, de verdad.

-¡Y que sepas que vendré a España en cuanto nazca!

-Oye, ¡que estoy aquí! - Exclama Malú alzando la mano. - ¿Se puede saber qué decís?

-Solo nos da la enhorabuena y habla de cómo podrá ser el bebé.

Miento y no me gusta, pero si hiciera lo contrario el ambiente cambiaría y sería peor. Le guiño un ojo a Nathan con cuidado para que ella no me vea y él me responde con una sonrisa aún mayor que la habitual. Hay cosas que siempre se quedarán entre nosotros dos, sobre todo en lo relativo a los sentimientos. Le quiero y le considero un amigo especial al que cuidar y conservar.

-----------------

¡Buenas noches a todos! Dos cosas. La primera, que la primera parte del capítulo está hecha por Marta, ya colaboradora habitual de la novela. Gracias a ella publico.

Y la segunda, voy a ir buscando un final a novela, muy a mi pesar... Me falta tiempo y no quiero hacer esperar tanto tiempo a los que leéis. ¡Empezamosa recta final!

¡Muchas gracias a todos!

@NovelaconMalu

domingo, 5 de febrero de 2017

NO HACEN FALTA RECUERDOS (2x49)

Me rompe ver cómo mi chica acaba de comunicarle a su familia que está embarazada y, lugar de crearse un clima de celebración, todo se vuelve más tenso que nunca. Es algo que ambas podíamos esperar, pero en mi cabeza se mantenía la esperanza de que surgiera esa excepción que tanta falta hace. En cambio, el silencio se dilata en el tiempo durante segundos que se convierten en eternidades. Nadie habla. Nadie se mueve. Incluso diría que nadie respira porque escucho mejor los latidos de mi corazón que cualquier pequeño soplo de aire. Mi cabeza rebosa de reproches y de palabras subidas de tono, lo que se refleja en una fuerza brutal en mi mandíbula. ¿Tan difícil es tragarse unos minutos el orgullo y ser feliz porque tu hija lo es? Pero mi enfado aumenta cuando veo cómo en el pantalón de Patricia cae una diminuta lágrima y ella de inmediato se levanta para encerrarse corriendo en el baño. Quiero salir rápidamente tras mi pareja, pero sé que necesita unos minutos a solas para recomponerse. Aún así, me levanto porque no puedo soportar la incomodidad del momento y empiezo a caminar por el pasillo de un lado a otro sin ningún fin. Un minuto después Carolina da un golpe en la mesa y se levanta. 

-¿Es que no pensáis decir nada? - Grita. Su mirada alterna entre su padre y su madre. - Mamá, es tu hija y te acaba de decir que está embaraza. ¿No te puedes alegrar y olvidar lo demás? Sabes que,por muchos problemas que haya pasado con Malú, es con ella con quien es feliz. Eso es lo único que debería importar. ¡Sabes perfectamente que nunca la has visto sonreír de la misma manera en que lo hace con ella! - Me alegro al ver que por fin Carolina dice lo que piensa y llena de verdades las cuatro paredes que nos rodean. Su madre se mantiene cabizbaja. - Y tú, papá, eres un cobarde. Estás deseando abrazar a tu hija y darle la enhorabuena pero no lo haces por mamá. No vaya a ser que se enfade contigo. Sigues cerrando la boca y bajando la cabeza como lo has hecho siempre. - Coge aire e intenta relajarse. - Luego os quejáis de que siempre sois los últimos en enteraros de todo, pero qué queréis si no dais la confianza para que eso cambie...

En ese momento, la puerta del baño de abre y sale mi novia. Lo primero que hace es cogerme la mano y después tira de mi hacia el salón.

-Carolina tiene razón. - Pronuncio. - He intentado por activa y por pasiva arreglarlo, pero no lo entiendo. Sobre todo a ti, mamá, no te entiendo. Y no quiero tirarme así toda la vida. - Se acerca a su hermana y le da un abrazo fuerte. Acto seguido coge su chaqueta y me da a mi la mía. - No voy a volver a probar suerte. - A mi me encantaría decir mil cosas pero siento que no es el momento. Así que simplemente sigo sus pasos hacia la puerta de salida. 

-Espera, hija. - La voz de su madre se alza levemente por primera vez después de mucho tiempo. Se levanta y se sitúa frente a Patricia. Yo pretendo apartarme, pero mi suegra me retiene y me pide que permanezca quita. - Lo siento. Lo siento muchísimo. - Nos mira a ambas. - Me he comportado como una idiota. Ni siquiera me he reconocido como madre. Malú, perdóname. Estaba empeñada en algo que ya pasó hace mucho tiempo. Carolina tiene razón al decir que mi hija es más feliz teniéndote cerca. 

-Por mi parte está todo bien. - Asiento y esta vez sí que me aparto dejándolas un poco de espacio. 

- Patricia... - Sigue hablando la mujer. - Claro que me alegro de que vayas a ser madre. Y justo eso me ha hecho darme cuenta de que llevo tiempo mucho sin comportarme como tal. Solo quiero que seas feliz, eso es lo que vas a querer tú de tu hijo. Cuando Malú te dejó te vi tan hundida que me juré a mi misma que nunca te dejaría acercarte a ella para que no volvieras a pasar ese dolor. Pero nunca he estado más equivocada. Hay sentimientos inevitables y yo no soy nadie para decidir por los demás. - Le coge las manos a Patricia y se miran directamente a los ojos. - Te prometo que no voy a comportarme así nunca más. No quiero perderte, hija.

Entonces, Patricia se lanza a los brazos de su madre y llora como un bebé que se acaba de caer al suelo al intentar dar sus primeros pasos. Y a mi por fin se me relajan todos los músculos del cuerpo. La tensión desaparece y, por primera vez en esa casa, siento que todo fluye con normalidad.



-Estoy tan feliz, Malú. - Confiesa un rato después tumbada a mi lado sobre la cama de nuestra nueva casa. La sonrisa parece tan intensa que en cualquier momento puede quebrarle las mejillas. Está preciosa y le brillan los ojos como si acabara de llorar, pero el motivo es muy distinto.

-¿Y eso por qué? - Pregunto, a pesar de que sus motivos son los mismos que los míos y me los conozco detalladamente. Ella de un rápido movimiento se sienta sobre mis caderas y acerca mucho su rostro al mío, quedando así algunos mechones de su pelo deslizándose por mi cara. Pero un segundo después es ella misma la que lo aparta y aprovecha para besarme brevemente los labios.

-Estoy feliz porque mi madre se ha disculpado con las dos. - Me besa fugazmente. - Vamos a tener un hijo. - Vuelve a besarme de la misma forma. - Vivimos en una preciosa casa nueva. - Otra vez. - Te tengo debajo loquita por mis huesos. - Intenta besarme otra vez pero me aparto y con un ágil movimiento giro nuestros cuerpos para intercambiando posturas.

-¿Ahora quién está debajo y loquita por mis huesos? - Pregunto rozando su cuello con mis labios despacio.

-Que tú estés encima no quiere decir que dejes de estar locamente enamorada de mi. Ni siquiera en un pueblo lleno de ancianos conseguiste olvidarme. - Se me escapa la risa aunque había intentado mantener la seriedad. - ¡Es verdad! A no ser que... ¿Tú no te echarías un ligue por allí?

-Sí, amor. No me atrevía a decírtelo, pero me lanzaba miraditas con Rodolfo.

-¿Quién es Rodolfo?

-El apuesto joven de unos ochenta años que me vendía tabaco en el estanco. - Una carcajada sale desde su boca y rebota con las paredes del cuarto. - No te rías, me piropeaba siempre que me veía.

-Eso lo entiendo... Yo también lo haría. Además, no estará acostumbrado a ver a chicas jóvenes por allí. - Me bajo de su cuerpo y me tumbo a su lado. - Por cierto, Malú. Me has recordado algo en lo que llevo días pensando.

-Sorpréndeme.

- ¿No crees que es un buen momento para dejar de fumar?

-No me sorprendas tanto. - Rápidamente me giro quedando de espaldas a ella. Pero no se rinde y se pega a mi cuerpo por la espalda.

-En serio, cariño. Tú misma reconociste que en algún momento tendrías que hacerlo, ¿y cuándo mejor que ahora que vamos a tener un bebé cerca?

-Lo intenté y lo sabes. Desde que te conozco lo hago mucho menos... Pero dejarlo es difícil...

- Solo piénsalo, por favor.

-No sé si tendré tiempo para pensarlo...

-¿Por? - Me vuelvo a dar la vuelta y agarro su cintura para pegarla a la mía.

-Porque por tu culpa solo puedo pensar en ti.

Entonces se pone roja y baja la mirada. A veces aún puedo ver en ella los gestos de nuestros inicios. Me transportan hacia años atrás, a la primera vez, al primer beso, a esos bailes que terminan en la cama o a esas canciones que cantaba pensando solo para ella. Pero lo que más disfruto, lo que más me pone los pelos de punta, es que seguimos haciendo eso, sintiéndolo. No tengo que remontarme a recuerdos muy lejanos para verla bailando frente a mi, despacio, transportándome a otro espacio. Siempre tira de mis manos para levantarme y sujeta firmemente mis caderas, las empuja para empezar a moverlas a su compás. De alguna forma o de otra sus labios acaban susurrándome en el oído que le siga el juego, que la bese o que nunca la deje. Y, también siempre, aparece esa sensación de falta de gravedad en las plantas de mis pies.

Cuando me despierto, no sé cuánto tiempo después de los besos y el fuego, la habitación está sumida en la penumbra. Me encuentro tumbada boca abajo en la cama con el cuerpo cubierto simplemente por las sábanas. Aún sin abrir los ojos, la busco con la mano por el lado izquierdo y después repito el mismo procedimiento por el derecho. No está. Sin cambiar de postura, entreabro los ojos para descubrir dónde se ha metido. La encuentro en una esquina de la habitación, sentada en la silla con las piernas recogidas, tomando notas en una pequeña libreta. Tan solo viste una camiseta amplia y la ropa interior, lo que deja al descubierto sus largas piernas. En uno de sus muslos está el tatuaje de la cámara de fotos que se hizo aquel día... Recuerdo como si fuera ayer cuando descubrí la sangre en su pantalón estando en el restaurante de siempre. Le hice quitarse los pantalones allí mismo.

-¿Por qué sonríes?  - Me pregunta sin levantar la vista del cuaderno. ¿Cómo lo hace para saber todo lo que siento?

- Nada... Solo me estaba acordando de una cosa. - Cambio a otra postura para observarla mejor. - ¿Qué haces?

- Nada... Solo escribir unas cosas... - Responde imitando mi respuesta. Por fin, me dirige la mirada y, con ella, lanza un guiño helador.

-¿Me lo enseñas?

- No, no me convence. - Se levanta, deja la libreta en la silla en la que estaba sentada y se acerca para darme un pequeño beso en la frente. - Voy a la ducha.

-¿Qué hora es? - Se mete en el baño y tres segundos después suena el agua brotando de la ducha.

-Las nueve y media. - Responde.

Lentamente, me levanto de la cama y voy a por mi teléfono. Está en el bolsillo del pantalón que, no sé cómo, acabó tirado en el suelo en la otra esquina de la habitación. Dos llamadas perdidas de Rosa y 48 mensajes de 4 conversaciones. No abro nada y tiro el móvil sobre la cama. Sé que lo que quiere mi mánager es recordarme cuándo vuelvo a los escenarios, cuándo son las pruebas de sonido, cómo voy a ir vestida... Y ahora no quiero. Vuelvo a los escenarios, sí, pero con calma. Actuaciones pequeñas, especiales y en acústico. Además, me he negado a ir a cientos de programas a patrocinarla. No van a ser más de quince conciertos.

Camino hacia la silla y cojo la libreta de Patricia. Sé que no le importa que lea lo que escribe porque me sé esas páginas y todas las que guarda por la casa de memoria, así que voy directa a la que estaba escribiendo hoy:

Aunque sea en el último segundo,
en la prórroga, 
cuando todo acabe, 
al fundirse las luces y bajarse el telón,
al desgastarse las costuras,
al caer la gota que el vaso desborde.
Vuelve. 

Escribe para mi, casi siempre lo hace. Y no sé si es porque escribe bien o porque los sentimientos me hacen pensar eso, pero siempre me emociona. Aunque esta vez todos mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido de su móvil.

-¡Cógelo! - Grita desde el baño. Me acerco corriendo y observo la pantalla. Es un número largo que no tiene guardado, pero obedezco y me lo pongo en la oreja.

-¿Sí? - Pregunto mientras camino hacia el baño. Obtengo respuesta pero en otro idioma, así que se queda muy lejos de dejarme satisfecha. - No te entiendo. - Al otro lado del teléfono alguien se ríe. - Creo que me están vacilando. - Patri asoma la cabeza por la cortina y me arrebata el teléfono.

-¡Si es una bromita te puede salir muy cara! - Segundos después, la cara le cambia por completo. Incluso queda boquiabierta antes de alumbrar el baño entero con una sonrisa de lado a lado. Acto seguido empieza a hablar en inglés. Me pierdo. Pero en cuanto cuelga se disipan todas las dudas. - ¡Es Nath!

-¿Quién? - Pregunto un poco desconcertada.

- Nathan Evanson. El actor, modelo... ¡Mi amigo!

-¡Ah! ¡Ese amigo con el que te liaste en Nueva York!

-¡Malú! ¡Sabes que no fue nada! - Quiero creerla, pero a veces me cuesta. Es solo imaginarme que se besa con otro y se me cambia la cara. - Te va a caer genial.

-¿Cómo?

-¡Está en Madrid!

- No voy a ir a verle.

- No hace falta. En una hora estará aquí.