sábado, 31 de mayo de 2014

FLASHBACK.

Abrí lentamente los ojos. Estaba boca abajo y me pesaba todo el cuerpo. Dirigí la mirada hacia mi izquierda pensando que estaría a mi lado, pero lo único que vi fue su parte de la cama vacía. 



En las sábanas se podía apreciar aún la forma de sus perfectas curvas. De repente, una intensa luz coloreó la habitación que aún estaba prácticamente a oscuras. 

Después de ese flash, llegaron otros. Varios seguidos. Me levanté asustada y la vi allí. De pie, con la cámara entre las manos, riéndose sin cesar. Ni se había molestado en vestirse. Su cuerpo lucía simplemente un tanga negro. 
Irresistiblemente sexy. Aún no había abierto del todo los ojos y el flash no ayudaba, pero su increíble cuerpo se apreciaba a kilómetros. 

-¿Qué hora es? - Pregunté con el débil hilo de voz que pude sacar. 

-Las 4. - Patricia seguía a lo suyo. Daba vueltas alrededor de la cama buscando la panorámica perfecta para fotografiarme. 

-¿¡De la tarde?! - Me erguí rápidamente asustada. 

-No, boba. De la madrugada. 

Lo dijo y se quedó tan tranquila. A esas horas debería estar descansando, y más teniendo en cuenta que al día siguiente empezaba a grabar el nuevo disco. Volví a tumbarme, pero conciliar el sueño ya se había convertido en algo inalcanzable.
 
- ¿Tu nunca te cansas de hacer fotos? - dejó cuidadosamente la cámara en la mesilla y se tumbó a mi lado. 

- ¡Qué va! - exclamó. - Y menos a ti, que siempre sales bien. 

Me dio un beso fugaz en los labios y se metió conmigo bajo la sábana. Acercó mucho nuestros cuerpos hasta que ni el aire podía colarse. 

-Me acabo de despertar y no estoy precisamente guapa. - Aparté un mechón rebelde de su pelo. - No hace falta que me mientas, ya me tienes ganada. 

-¿Eres tonta o algo? - Movió la cabeza negativamente. - Lo digo en serio. Nunca sales mal en las fotos. Tienes un pacto con la cámara o algo similar. 

-La tonta eres tu. - Reímos juntas. - Alguna vez me harás las fotos para un disco. 

-Encantada, pero pongo condiciones... - Sonrió maliciosamente mientras su mano ascendía y descendía por mi desnudo costado. Me podía esperar cualquier idea de una mente como la suya. - Posarías desnuda. 

- Ni de coña. 

-Estoy segura de que subirían las ventas... - Se quedó pensativa durante unos segundos. - Bueno y no sólo subirían las ventas... Ya me entiendes. 

-¡Serás salida mental! - Exclamé. - ¿Sólo puedes pensar en sexo las veinticuatro horas del día?

-No... Pero entiéndeme. - Alzó las sábanas para observar mi cuerpo casi desnudo. - Con esta preciosidad al lado lo normal es que piense en eso. 

Aproveché que miró hacia un lado y me subí a horcajadas sobre ella. Aprisioné sus manos contra el colchón con las mías, por encima de su cabeza. Y nos dimos un largo beso que dejó nuestras respiraciones jadeantes. Su lengua y la mía tenían el mismo objetivo: explorar cada rincón. Pero la gran duda era si todavía nos quedaba algún lugar de la otra, por pequeño que fuera, sin descubrir. 

-¿Y ahora quién es la que piensa en sexo? - Preguntó con actitud chulesca. 

Ágilmente consiguió liberar sus manos de las mías. Le resultó fácil cambiar los roles. Ahora yo estaba debajo, dispuesta a hacer lo que ella quisiera. Mientras me besaba, deslizaba sus dedos por mi cintura dibujando imperfectos círculos, haciéndome perder la cordura. Cada beso daba lugar a otro mejor, si cabe. Poco a poco, y siguiendo su ritmo, nos deshicimos de la poca ropa que nos quedaba. Patricia sabía que mi cuerpo le pertenecía cien por cien. Que estaba rendida a sus pies, dispuesta a seguir su ritmo. Y esa mañana decidió que el ritmo sería frenético. Me dejó sin aliento, sin fuerzas y sin más sudor que poder expulsar por los poros. 

-¿De dónde sacas esta energía? - Pregunté aún con la respiración agitada. El oxígeno que me proporcionaba el aire de la habitación era insuficiente. 

- La energía que tu me das, cielo. - Nos miramos y sonreímos. La sonrisa más pura que puede aparecer por vuestras mentes es la que iluminaba nuestros rostros. 

Se levantó, no sé con qué fuerzas, y entró en el baño. Segundos después escuché el sonido de la ducha. 

-¿Quieres ducharte conmigo? - Asomó la cabeza por la puerta del servicio. 

-¿A las casi cinco de la madrugada? - Asintió feliz, con la sonrisa de una niña. - Cualquier otro día lo haría encantada. - Sonreí porque era verdad, y sé lo había demostrado en ocasiones anteriores. - Pero ahora mismo quiero descansar un poco. 

-Pues no te acomodes mucho, que nos vamos. 

-¿A dónde? - Pregunté fuera de lugar. 

-Lo quieres saber todo y eso no puede ser. - Me mostró una pícara sonrisa y desapareció tras la puerta. 

Otra vez una idea de las suyas. Si eso de que las rubias no son muy inteligentes es verdad, la fotógrafa rompía la norma. Nunca sabías por dónde iba a salir ni qué rondaba por su cerebro. Y no defraudaba, siempre que se lo proponía sorprendía a quién le apeteciese. 

Y por esa actitud tan singular de la chica, ahí estábamos, a las cinco de la madrugada montadas en el coche. Ella al volante, con su incansable sonrisa. Yo a su lado, sin conocer el destino, pero plenamente consciente de que si iba con ella merecería la pena. 

-¿Queda mucho? - Llevábamos unos quince minutos en el coche y deseaba llegar cuanto antes. 

-No. - Frenó el coche segundos después. - Ya estamos. 

Miré de un lado a otro. No reconocía el lugar. Algunos árboles, unos cuantos arbustos y el sonido de la noche. 

-¿Y cuál es el plan? - Pregunté. 

Cogió mi mano y me arrastró hasta un pequeño camino rodeado de plantas. Al final se veía lo que parecía ser el patio trasero de una gran casa. El dueño tenía que tener mucho dinero porque la decoración era exquisita. Una gran piscina levemente iluminada ocupaba gran parte de jardín. 



Patri tiró de mi mano hasta que quedamos a escasos centímetros de la valla que impedía la entrada a la casa. 

-No entiendo qué hacemos aquí. 

-Vamos a darnos un baño en esa estupenda piscina. - Señaló al interior del recinto y yo me reí por lo estúpido que me parecía lo que acababa de decir. 
-Definitivamente has perdido el rumbo. - Retrocedí varios pasos para volver al coche, pero ella me frenó cogiéndome del bolsillo posterior de mi vaquero. - Patricia, en esa casa vivirá alguien. No nos podemos colar como sí nada. - Intenté hacerla entrar en razón. 

-En esta casa vive un rico amargado de mil años que se pasa la vida viajando. 

-Esto es ilegal...
 
-No nos van a ver. - Deslizó la punta de sus dedos por mi mejilla. - Te lo prometo.
 
Acto seguido, fue hasta la valla y la sobrepasó. Me sorprendió la habilidad con la que lo hizo. No era demasiado alta, pero para mi no sería tan fácil. Para empezar situé el pie izquierdo donde antes lo había puesto la fotógrafa, tratando de imitar sus pasos. Impulsé con fuerza y me quedé agarrada de pies y manos a la valla. Pensé en mi siguiente movimiento pero todo me parecía demasiado arriesgado. La chica me miraba expectante desde el otro lado. 

-¿Y ahora qué hago? - Me encontraba bloqueada. 

-Pues cariño, tienes que subir un pie. - Hablaba entre carcajadas. - Luego el otro. Y cuando estés arriba intenta no matarte. - No podía parar de reírse. 

-Di que sí. - resoplé. - Tú anímame. 

Saqué la valentía de algún remoto lugar de mí misma y seguí mi misión. 

-Casi lo tienes. - Ya había llegado a la cumbre y tenía un pie a cada lado. 

-¿Y ahora dónde pongo el pie? 

-Malú, estás a poco más de un metro del suelo. - Me animó para que saltase. - ¡Te ayudo! - Levantó sus manos y agarró firmemente mi culo. 

-Ya veo cómo ayudas, maja. - Dije irónicamente. 

Se hizo la sorda y siguió provocándome. Levantó sutilmente mi camiseta y me acarició la cintura. Cuando menos me lo esperaba, empezó a hacerme cosquillas, provocando que perdiera el equilibrio y cayera entre sus brazos. Intenté hacerme la enfadada, lo juro, pero con su aliento tan cerca de mi boca fue imposible. Fue involuntario hacer que nuestras bocas se unieran en un fogoso beso que terminó cuando me mordió el labio inferior levemente. Nuestros ojos brillaban más que cualquier estrella de aquella noche de verano. 

- Como sigamos así no llegamos nunca a la piscina... - Susurró en mi oído. - Y todo por tu culpa. 

-Es que tú has saltado la valla muy rápido. - Repliqué. - Parece que lo haces todos los días. 

-Bueno... - Se rascó la nuca nerviosamente. - Digamos que no es la primera vez que salto esta valla. 

-¿Cómo? - Casi se me desencaja la mandíbula. - ¿A cuántas chicas has traído aquí? 

-Buf. - Se llevó las manos a la cabeza. - A Sara, Lara, Marta, Rebeca...

-Vamos, que soy tu décimo plato. - Me crucé de brazos y ella me abrazó con fuerza. 

-Era broma tonta. - Besó mi frente. - Descubrí éste sitio hace tiempo y desde ese momento lo usé como mi rincón para pensar. - Me alzó la barbilla para que nuestra miradas chocasen provocando chispas. - Eres la primera persona a la que traigo. 

Sin más, dejándome helada a pesar del calor en el ambiente, caminó hasta la piscina. Al llegar al bordillo había creado un camino con la ropa de la que se había ido deshaciendo. Poco a poco, fue introduciéndose en la piscina ante mi atenta mirada. Y yo seguí sus pasos. Repetí su camino hasta sumergirme junto a ella. Entrelacé mis manos alrededor de su cuello y besé la comisura de sus labios. 

-¿Sabes qué? - Hizo un gesto con la cabeza para que continuara hablando. - Estás como una cabra, eres una ilegal y tienes el cerebro más pequeño que un mosquito. 

-¡Qué bonitas palabras me dices! 

- Calla, que no he terminado. - Cerró una cremallera imaginaria en sus labios. - Pero aunque seas así, y sepa que un día tendré que pagar tu fianza de la cárcel... - Rió en mi hombro. - Te quiero, y me equivocaría mil veces siempre y cuando esté a tu lado. No sé cómo conseguiste que por ti rompiese mis esquemas, pero lo hiciste, y ahora no quiero repararlos. 

-Cielo, dicen que las cosas bonitas te pasan cuando menos te lo esperas, y lo nuestro es así. - Juntamos nuestras frentes. - Nada más conocerte comprendí que tenía que conseguir que formaras parte de mi día a día, y sabes que logro todo lo que me propongo. - Me limpió una tonta lagrimilla que se escapó de mis ojos. - Y siempre, cuando me despierto, pienso en mi objetivo del día: hacerte reír y disfrutar de la vida. 

- Créeme cuando te digo que lo cumples con creces. 

Me atrajo hacia sí hasta juntar tanto nuestros cuerpos que ni el agua tenía cabida. De nuevo sentí sus labios en los míos. Yo respiraba su aliento. Ella el mío. Un sinfín de mariposas revoloteaban en mi estómago, igual que la primera vez. Retrocedió varios pasos conmigo entre sus brazos para apoyar la espalda contra el bordillo. Apreté mis manos contra su nuca para sentirla más cerca, transformar ese beso en el más profundo jamás existido. Cuando creía que me había dado un beso inmejorable, llegaba con otro que lograba superarlo. Y eso mismo me pasaba con ella. Cuando creo que no puedo quererla más, hace algo y me demuestra que me equivoco. Que el amor es infinito, o si tiene final, yo no he sido capaz de verlo con ella. Me cogió el muslo para subírselo a la cintura. Enredé mis manos en sus cabellos mojados, mientras ella comenzó el descenso de su mano bajo mi vientre. La agarré la mano, obligándola a frenar, y me miró extrañada. 

-Déjame tomar el control. - Susurré. 

-Casi se me olvida que eres la jefa... 

Sonrió, y me pareció tan apetecible que besé la curva que crearon sus labios. 

-Gracias. - Dije sinceramente. 

-¿Por qué? - Se me ocurrieron millones de respuestas, pero opté por la que me parecía más adecuada en ese instante. 

-Por ser tan especial y porque me encanta cómo me haces sentir cuando estoy a tu lado. 

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