viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo 15.

Antes de ir a casa de Aitor pasé por el taller a recoger mi coche. Por fin lo habían reparado. Me sacaron una pasta, y eso que decían que la avería era una tontería común en ese modelo. Pero mereció la pena, mi precioso Audi era mil veces mejor que el vehículo de sustitución que me habían prestado.

Cuando quedaban dos calles para llegar a casa del chico le llamé a través del manos libres del coche. Cuando mi hermano me lo regaló en un cumpleaños me pareció una chorrada, pero luego me encantó. Le decías: "Llamar a Aitor", y simplemente lo hacía. No reprochaba. No se negaba. Alguna vez te pedía que repitieras el nombre. Lo hacías y listo. Obedecía. 

-Ya estoy en el portal. ¿Bajas o necesitas que te ayude? - Pregunté.

-Puedo solo. - Me aseguró. Yo tenía mis dudas. Su edificio tenía unas escaleras muy incómodas para bajar con las muletas. Aún así, no le insistí más.

-Vale, guapo.

Dejé el coche en doble fila y entré en el portal. Me escondí detrás de una gran columna para que no me viera. Supe que estaba cerca cuando escuché algunos resoplos y los golpes de sus muletas. Aitor estaba muy cansado de ellas y no se molestaba en ocultarlo, pero a mí incluso me resultaba divertido. Esa noche mi propósito era hacerle olvidar todos sus dolores y que se lo pasara bien. No se percató de mi presencia y pasó de largo. Perfecto. Mi ángulo era genial. Me acerqué sigilosa a él y le tapé los ojos con las manos.

-¡Bu! - Exclamé.

-¡Malú! Joder. Casi me da un infarto.

-Quejica.

-Suéltame, venga.

-De eso nada. – Saqué de mi bolsillo un pañuelo que rápidamente le puse en los ojos para que no pudiera ver nada. – ¡Perfecto!

-¿Y ésto? 

Me puse frente a él y empecé a hacer gestos con las manos para comprobar si me veía. Por su rostro serio comprobé que no.

-Te dije que sería sorpresa.

-Pero no puedo ir por la calle con muletas y encima sin ver nada.

-Solo es hasta el coche. –Le planté un beso en la mejilla y cogí una de sus muletas para rodear su cintura con mi brazo. Así sería más fácil guiarle. – Pasito a pasito.

A pesar de que el camino hasta el coche era muy corto casi se cae en varias ocasiones. Bueno, casi nos caemos los dos. Entre su pierna y mis taconazos se hacía casi imposible desplazarse. Pero no importaba. Cada traspiés era una risa y cada tropezón una carcajada. Ya podíamos habernos caído rompiéndonos la cabeza que yo estaría feliz viéndole sonreír.

-Estoy deseando saber dónde vamos. –Solo llevábamos cinco minutos en el coche y ya había preguntado doscientas veces que cuánto quedaba.

-Ten paciencia. –Coloqué el disco que me regaló en el reproductor. – Canta un rato.

No se negó y pasamos todo el camino cantando. Había comprendido que no iba a sacarme información. Aparqué en el parking del sitio a donde íbamos. Subimos en el ascensor hasta la última planta. Al entrar me sorprendí. Óscar había dejado todo tal y como se lo pedí esa misma mañana. Le vi al otro lado del local y me puse el dedo índice en la boca indicándole que no hiciera ruido.

-Ya hemos llegado.

Cuando quité el pañuelo de sus ojos percibí su asombro al mirar la sala. Hasta yo, que sabía dónde íbamos, me sorprendí así que él, que no tenía ni idea, lo hizo más aún. Era una sala no muy grande. A la izquierda estaba la barra con altas banquetas negras y al fondo un pequeño escenario con varios instrumentos.  Unas pequeñas mesas de cristal acompañaban a los cuatro grandes sofás de cuero rojo repartidos por el lugar. Guitarras colgadas por las paredes, globos rojos y negros por el suelo y el techo, cuadros de  famosos rockeros, un billar… Inmejorable. Cuando llamé a Óscar por la mañana para reservar la última planta de su discoteca me dijo que a lo mejor no daba tiempo a decorarlo para la noche con tan poco tiempo. Pero lo hizo de lujo. Hace varios años le conocí en una fiesta y encajamos a la perfección. Nunca me fallaba. Además, me debía una.

-Esto es… -Seguía recorriendo el establecimiento con la mirada y no le salían las palabras. Cuando cogí su mano me miró. Me observó de arriba abajo. Me había vestido con la ropa que me iba a poner la otra vez.  Sus ojos brillaban y sonrió. – Genial.

-Es el sitio al que te iba a llevar la noche del accidente.

-Bueno… - Óscar interrumpió y se acercó a nosotros. – Tenéis barra libre y el ordenador de la música está allí. Me voy ya que no quiero molestar, pareja. Cuando os vayáis me mandas un mensaje.

El dueño del sitio apretó la mano de mi chico y me dio un abrazo antes de salir de allí. Cuando nos quedamos solos nuestros labios se unieron en un interminable beso.

-Es una pena que no pueda bailar… - Se quejó.

-Sí que puedes. Luego te lo demostraré. – Le ayudé a acomodarse en el sillón más cercano al escenario. – Pero antes otra cosa.

Preparé dos cócteles de vodka y zumo. Mi especialidad. Cuando posé las copa en la mesa corrí hacia el ordenador y puse el instrumental de “I don´t wanna miss a thing” de Aerosmith. Rápidamente subí al escenario y comencé a cantarla con mi imperfecto inglés que provocó su risa. Estaba claro que los idiomas no eran lo mío, pero por eso mismo elegí ese tema: quería verle reír. Y lo estaba consiguiendo. Además, me encantaba esa canción. Era legendaria. Cuando llegó el estribillo agarré el micro y bajé hasta él para cantarle cerca.
-“I don't want to close my eyes, I don't want to fall asleep, Cause I miss you baby, and I don't want to miss a thing. Cause even when I dream of you, the sweetest dream will never do,
I still miss you baby and I don't want to miss a thing.”

(No quiero cerrar mis ojos. No quiero quedarme dormido, porque te extrañaría, nena, y no quiero extrañar nada. Porque aún si soñara contigo, el más dulce sueño nunca haría, te seguiría extrañando, nena, y no quiero quiero extrañar nada.)

Un beso fugaz en sus labios y de vuelta al escenario.  La siguiente fue mi canción favorita: "Losing My Religion" de REM. No me cansaba de cantarla nunca. En ésta pronuncié algo mejor el idioma porque la había escuchado millones de veces, pero seguía equivocándome. No servía para eso y punto. A ésta le siguieron unas cuantas canciones más de rock, ésta vez en español, como Extremoduro o Marea. Con esas no tuve problemas de pronunciación. Pasado un rato, puse la música típica de discoteca y me derrumbé en su pecho.

-¡Estás sudando a chorros! – Pasó por mi frente el pañuelo que antes utilicé para tapar sus ojos.

-Es que moverse así en el escenario tiene sus consecuencias, cari.

El resto de la noche la pasamos de maravilla. Charlamos, subimos los dos a cantar al escenario e incluso probó a bailar. Yo no tenía problema en moverme al ritmo de la música, pero me pasaba más tiempo riéndome de sus torpes intentos. Por mi profesión no podía ofrecerle bailes en discotecas de moda abarrotadas. Lo más parecido era esto. Pero aunque fuera así, siempre intentaría que nuestros momentos juntos fuesen lo más mágicos posibles. 

A las tres de la mañana nos fuimos. Ésta vez no nos dirigimos a su casa, sino a la mía. Besos, abrazos y caricias entre las sábanas reinaron la noche. Una noche idílica que ansiaba repetir junto a él cada día.


“Mi mundo de repente gira en torno a ti.”

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