martes, 27 de mayo de 2014

Capítulo 24.

-¿Mamá?

Lo último que me esperaba era encontrármela a ella al abrir la puerta.  Me temía lo peor: que fuera Aitor. Respiré aliviada. Si me hubiese encontrado en casa a solas con Patricia sería el fin irreparable de nuestra relación.

-¿No puedo hacerle una visita a mi hija? – Preguntó mientras me abrazaba.

-Claro que puedes, pero no me lo esperaba.

-¿Estás ocupada? – Dijo separándose de mí sutilmente. 

-Bueno… no exactamente.

Entonces, Patricia apareció sonriente por la puerta que daba al comedor. Mi madre se quedó durante unos segundos paralizada, pero no tardó en correr hacia la chica para abrazarla. Se estrujaron tanto que casi se pudo escuchar el crujido de algún hueso. Tanta efusividad hizo que me riera olvidándome de la tensión del momento. Hace escasos minutos la chica alocada de la que me enamoré y a la que llevaba meses sin ver me estaba besando. No sé qué se me pasaba por la cabeza para no apartarme en cuanto me rozó con sus labios. Alguna presión extraña me lo impidió. Por suerte, el timbre sonó y evitó que sucediera algo más. Por un lado el sonido de la puerta me salvó, pero por el otro, no saber quién estaba detrás me puso el corazón a mil durante unos segundos.

-Ay, ¡mi Patri! Hace tanto que no te veía. – Dijo mi madre aún con la chica entre sus brazos. 

-Como la he echado de menos.

-Por lo que veo nunca vas a dejar de llamarme de usted. - Ambas rieron. 

 La sonrisa de mi madre no se esfumaba.  Cuando la chica y yo estábamos juntas se cogieron mucho cariño. Al principio se mostró un poco reacia. Anteriormente siempre había tenido novios, y cuando le confesé que estaba con una chica no se lo tomó del todo bien. Decía que solo era un capricho y que lo que quería era experimentar. Al conocerla las cosas no mejoraron. Patri tenía 22 años, pero su aspecto era de alguien menor, y lo primero que me dijo mi madre al verla fue: “¿De qué instituto ha salido ésta chica?”. Para rematar, que la joven fuera un poco loca tampoco ayudaba mucho. Aunque, para mi, esa misma locura era lo que más me gustaba de ella. Pero poco a poco se fueron haciendo inseparables. Mi madre intentó mediar para que no cortásemos cuando la fotógrafa se fue con su abuela, pero fue inevitable. Nada podía reparar la brecha que se había abierto entre nosotras.

Pasamos al salón y las dejé sentarse juntas en uno de los sofás, mientras yo me senté sola en el de al lado. No podía dejar de reírme cuando las observaba darse besos y abrazos continuamente. El momento agrio llegó cuando mi madre le pregunto el porqué de su regreso. Al contar lo sucedido con su abuela, una lagrimilla comenzó a descender por su mejilla. Aún se me hacía raro verla llorar, la había visto hacerlo en contadas ocasiones. Una de ellas, y la más dura, en el momento en que nos despedimos. Era la chica más alegre que jamás había conocido.

-Chicas, vámonos a comer por ahí. - Soltó mi madre de pronto. Noté como la mirada de Patri se clavó en mí, buscando respuestas.

-Aún son las doce de la mañana… - Primera excusa por mi parte.

-Bueno, pero primero podemos dar una vuelta. – Reclamó mi madre.

-Seguro que Patricia tiene algo mejor que hacer… -Segunda excusa.

Tanto mi madre como yo la miramos. La chica se quedó petrificada, en silencio. Se produjo un momento de tensión. Mi madre deseosa porque aceptara la invitación. Yo rezando porque dijera que tenía planes.

-No tengo nada que hacer. – Dijo mientras se encogía de hombros, mostrando una débil sonrisa.

Por mi parte, fingí que me hacía ilusión. Ella sabía perfectamente que después del beso que nos habíamos dado a mi no me hacía ninguna gracia tener que compartir comida juntas. Pero le dio igual, como de costumbre siguió su lema de ´Carpe diem´ e hizo lo que le apetecía en ese instante.

-Perfecto. –Exclamó mi madre poniéndose en pie. – Pues vámonos.

Cogimos cada una nuestro coche y al cabo de un rato estábamos las tres dando una vuelta por Madrid. Por suerte, no había mucha gente en la zona que estábamos. Ya era suficientemente incómoda la situación. Mi madre y Patricia no paraban de charlar y yo me limitaba a escucharlas, o a simular que lo hacía. Mi cuerpo estaba con ellas, pero mi cabeza no. No podía dejar de pensar en Aitor. Mi intención cuando me levanté era ir a solucionar las cosas con él, y al final he acabado con mi ex y mi madre dando vueltas por la capital. La última vez que le vi estaba destrozado y así me había quedado yo también.

-Chicas, esperadme. –Dijo mi madre parando delante de una tienda de ropa. – Tengo que comprar unos regalos para tus primas.

-Vamos contigo. – Señalé.

-No hace falta. Os aburriríais.

Y sin darme tiempo a replicar, entró a la tienda. Sus intenciones de dejarnos a solas me habían quedado claras.

-Malú, ¿estás bien? – Me preguntó la joven.

-Pues no. – Dije tajante. – No entiendo nada. No sé qué hacemos aquí, por qué nos besamos, ni nada. Encima Aitor…

No me dejó terminar. Cogió mi mano y empezó a correr, obligándome a seguirla. Bajamos la larga calle ante la atónita mirada de la gente.  Teníamos que esquivar a las personas y casi nos caemos en varias ocasiones. 



En ese momento  agradecí haberme puesto los botines militares en vez de los habituales tacones. Al final de la calle encontramos una gran plaza. La chica dejó de correr y yo me senté al borde de la fuente que había en el centro de aquél sitio. La carrera me había dejado exhausta.

-¡Ya te vale! – Grité.

-¡La edad te afecta! – Comenzó a reírse incesantemente. – Ya no aguantas nada.

De nuevo, cogió mi mano y corrió. No paraba de gritar su nombre para que parara, pero ni caso. Cada vez iba más rápido y mis piernas pesaban más. Esta vez pasábamos por calles estrechas. Hacía rato que no sabía dónde estábamos. Al girar una de las calles, Patricia se chocó con un chico que llevaba varias carpetas y se le cayeron al suelo. Menuda escenita… Me empecé a reír ante la situación. Ellos se levantaron velozmente. Patricia le recogió las carpetas e inmediatamente me volvió a sujetar para seguir corriendo. Era incansable. Cuando llegamos a un parque vacío tiré fuerte de su brazo, forzándola a frenar.

-¡Para! ¡No puedo más! – Me obedeció.

Me tumbé en el suelo con los ojos cerrados. Ella no me imitó, escuché cómo se alejaba y la miré. Entró en una tienda y segundos después salió con una bolsa blanca. Sacó dos botellas de agua y me tendió una. Se lo agradecí con una sonrisa y bebí.

-Mi madre se va a preocupar cuando no nos vea.

-No creo… Yo la vi muy feliz por dejarnos solas. – Sonrió. – Ya llamará.

Me dejé caer hacia atrás sobre la hierba volviendo a cerrar los ojos. Me pesaba hasta el alma. Al parecer estaba en peor forma de lo que imaginaba. De buenas a primeras, sentí como vació su botella de agua en mí. Dejó tanto mi cabeza como mi cuerpo chorreando. Me reincorporé rápidamente y la pegué un empujón.

-¡Era para refrescarte! – Exclamó.

-Idiota, ¿has visto cómo me has puesto? – Tiré de la parte de debajo de mi camiseta para secarme con ella el agua de la cara. - ¡Estás jodidamente loca!

-¡LOCA POR TI!

“Mejor ya no digo tu nombre,
Porque guarda palabras, miradas, momentos
Que viven muy dentro de mi soledad
Y no puedo aguantar sin ponerme a temblar.”

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