-¿Mamá?
Lo último que me esperaba era encontrármela a ella al abrir
la puerta. Me temía lo peor: que fuera
Aitor. Respiré aliviada. Si me hubiese encontrado en casa a solas con Patricia
sería el fin irreparable de nuestra relación.
-¿No puedo hacerle una visita a mi hija? – Preguntó mientras
me abrazaba.
-Claro que puedes, pero no me lo esperaba.
-¿Estás ocupada? – Dijo separándose de mí sutilmente.
-Bueno… no exactamente.
Entonces, Patricia apareció sonriente por la puerta que daba
al comedor. Mi madre se quedó durante unos segundos paralizada, pero no tardó
en correr hacia la chica para abrazarla. Se estrujaron tanto que casi se pudo
escuchar el crujido de algún hueso. Tanta efusividad hizo que me riera
olvidándome de la tensión del momento. Hace escasos minutos la chica alocada de
la que me enamoré y a la que llevaba meses sin ver me estaba besando. No sé qué se me pasaba por la cabeza para no apartarme en cuanto me rozó con sus labios.
Alguna presión extraña me lo impidió. Por suerte, el timbre sonó y evitó que sucediera algo más. Por un lado el sonido de la puerta me salvó, pero por el otro, no
saber quién estaba detrás me puso el corazón a mil durante unos segundos.
-Ay, ¡mi Patri! Hace tanto que no te veía. – Dijo mi madre aún con la chica entre sus brazos.
-Como la he echado de menos.
-Por lo que veo nunca vas a dejar de llamarme de usted. - Ambas rieron.
La sonrisa de mi
madre no se esfumaba. Cuando la chica y
yo estábamos juntas se cogieron mucho cariño. Al principio se mostró un poco
reacia. Anteriormente siempre había tenido novios, y cuando le confesé que
estaba con una chica no se lo tomó del todo bien. Decía que solo era un
capricho y que lo que quería era experimentar. Al conocerla las cosas no
mejoraron. Patri tenía 22 años, pero su aspecto era de alguien menor, y lo primero
que me dijo mi madre al verla fue: “¿De
qué instituto ha salido ésta chica?”. Para rematar, que la joven fuera un
poco loca tampoco ayudaba mucho. Aunque, para mi, esa misma locura era lo que más me gustaba de ella. Pero poco a poco se fueron haciendo
inseparables. Mi madre intentó mediar para que no cortásemos cuando la fotógrafa se fue con su abuela, pero fue inevitable.
Nada podía reparar la brecha que se había abierto entre nosotras.
Pasamos al salón y las dejé sentarse juntas en uno de los
sofás, mientras yo me senté sola en el de al lado. No podía dejar de reírme
cuando las observaba darse besos y abrazos continuamente. El momento agrio
llegó cuando mi madre le pregunto el porqué de su regreso. Al contar lo
sucedido con su abuela, una lagrimilla comenzó a descender por su mejilla. Aún
se me hacía raro verla llorar, la había visto hacerlo en contadas ocasiones.
Una de ellas, y la más dura, en el momento en que nos despedimos. Era la chica
más alegre que jamás había conocido.
-Chicas, vámonos a comer por ahí. - Soltó mi madre de
pronto. Noté como la mirada de Patri se clavó en mí, buscando respuestas.
-Aún son las doce de la mañana… - Primera excusa por mi
parte.
-Bueno, pero primero podemos dar una vuelta. – Reclamó mi
madre.
-Seguro que Patricia tiene algo mejor que hacer… -Segunda
excusa.
Tanto mi madre como yo la miramos. La chica se quedó
petrificada, en silencio. Se produjo un momento de tensión. Mi madre deseosa
porque aceptara la invitación. Yo rezando porque dijera que tenía planes.
-No tengo nada que hacer. – Dijo mientras se encogía de
hombros, mostrando una débil sonrisa.
Por mi parte, fingí que me hacía ilusión. Ella sabía
perfectamente que después del beso que nos habíamos dado a mi no me hacía
ninguna gracia tener que compartir comida juntas. Pero le dio igual, como de
costumbre siguió su lema de ´Carpe diem´ e hizo lo que le apetecía en ese instante.
-Perfecto. –Exclamó mi madre poniéndose en pie. – Pues
vámonos.
Cogimos cada una nuestro coche y al cabo de un rato
estábamos las tres dando una vuelta por Madrid. Por suerte, no había mucha
gente en la zona que estábamos. Ya era suficientemente incómoda la situación.
Mi madre y Patricia no paraban de charlar y yo me limitaba a escucharlas, o a
simular que lo hacía. Mi cuerpo estaba con ellas, pero mi cabeza no. No podía
dejar de pensar en Aitor. Mi intención cuando me levanté era ir a solucionar las
cosas con él, y al final he acabado con mi ex y mi madre dando vueltas por la
capital. La última vez que le vi estaba destrozado y así me había quedado yo
también.
-Chicas, esperadme. –Dijo mi madre parando delante de una
tienda de ropa. – Tengo que comprar unos regalos para tus primas.
-Vamos contigo. – Señalé.
-No hace falta. Os aburriríais.
Y sin darme tiempo a replicar, entró a la tienda. Sus
intenciones de dejarnos a solas me habían quedado claras.
-Malú, ¿estás bien? – Me preguntó la joven.
-Pues no. – Dije tajante. – No entiendo nada. No sé qué
hacemos aquí, por qué nos besamos, ni nada. Encima Aitor…
No me dejó terminar. Cogió mi mano y empezó a correr,
obligándome a seguirla. Bajamos la larga calle ante la atónita mirada de la
gente. Teníamos que esquivar a las
personas y casi nos caemos en varias ocasiones.
En ese momento agradecí haberme puesto los botines militares
en vez de los habituales tacones. Al final de la calle encontramos una gran
plaza. La chica dejó de correr y yo me senté al borde de la fuente que había en
el centro de aquél sitio. La carrera me había dejado exhausta.
-¡Ya te vale! – Grité.
-¡La edad te afecta! – Comenzó a reírse incesantemente. – Ya
no aguantas nada.
De nuevo, cogió mi mano y corrió. No paraba de gritar su
nombre para que parara, pero ni caso. Cada vez iba más rápido y mis piernas
pesaban más. Esta vez pasábamos por calles estrechas. Hacía rato que no sabía
dónde estábamos. Al girar una de las calles, Patricia se chocó con un chico que
llevaba varias carpetas y se le cayeron al suelo. Menuda escenita… Me empecé a
reír ante la situación. Ellos se levantaron velozmente. Patricia le recogió las
carpetas e inmediatamente me volvió a sujetar para seguir corriendo. Era
incansable. Cuando llegamos a un parque vacío tiré fuerte de su brazo,
forzándola a frenar.
-¡Para! ¡No puedo más! – Me obedeció.
Me tumbé en el suelo con los ojos cerrados. Ella no me
imitó, escuché cómo se alejaba y la miré. Entró en una tienda y segundos
después salió con una bolsa blanca. Sacó dos botellas de agua y me tendió una.
Se lo agradecí con una sonrisa y bebí.
-Mi madre se va a preocupar cuando no nos vea.
-No creo… Yo la vi muy feliz por dejarnos solas. – Sonrió. –
Ya llamará.
Me dejé caer hacia atrás sobre la hierba volviendo a cerrar
los ojos. Me pesaba hasta el alma. Al parecer estaba en peor forma de lo que
imaginaba. De buenas a primeras, sentí como vació su botella de agua en mí.
Dejó tanto mi cabeza como mi cuerpo chorreando. Me reincorporé rápidamente y la
pegué un empujón.
-¡Era para refrescarte! – Exclamó.
-Idiota, ¿has visto cómo me has puesto? – Tiré de la parte
de debajo de mi camiseta para secarme con ella el agua de la cara. - ¡Estás
jodidamente loca!
-¡LOCA POR TI!
“Mejor ya no digo tu nombre,
Porque guarda palabras, miradas, momentos
Que viven muy dentro de mi soledad
Y no puedo aguantar sin ponerme a temblar.”
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