Las muestras de amor se trasladaron a la cama. Mi movimiento
estaba bastante limitado debido a mi pierna rota, pero eso no impedía que
pudiera sentirla. El roce de su cuerpo sobre el mío me hacía delirar. Comenzó
con pequeños besos por mi torso desnudo para más tarde devorarme el cuello. Un
beso fogoso en la boca me dejó sin respiración por unos segundos, para luego devolvérmela completamente agitada. Su lengua estaba imparable
explorando cada rincón. Suspiró en mi boca, haciendo que me estremeciera una vez más. Poco a poco, todas las prendas se esfumaron. Ya no
quedaba nada que separara nuestros cuerpos. Las respiraciones entrecortadas y
los jadeos se apoderaron de la habitación. Nada más que ella y yo. Compartiendo movimientos. Dejando que el vaivén de nuestros cuerpos llevara el ritmo de la situación. Profundamente desenfrenados llegamos
al nirvana. A partir de esa noche nada podría ser igual, porque entre aquellas sábanas me hizo perder la cordura.
Eran casi las once de la mañana cuando abrí los ojos. Me entró hambre, pero
tenía miedo de despertar a Malú al levantarme de la cama. Miré a la izquierda y me encontré
con su espalda descubierta. No sé si existirá algún dios, pero tener esas vistas era un regalo divino. Empecé a recorrerla con las yemas de mis dedos.
Desde el tatuaje de su nuca hasta el tribal que tenía en la zona lumbar.
-¿Te aprovechas de mi cuerpo porque estoy dormida?
Su voz aún sonaba adormilada. Se volvió para mirarme y
comenzó a garabatear con sus dedos por mi cara. Durante unos momentos, me perdí
en su mirada. Si verla bailar en el hospital ya me resultó fascinante, tenerla
en mi cama acariciándome sin ningún pudor era aún más increíble. Pero, ¿a quién
voy a engañar? Cada cosa que haga, grande o pequeña, me parecerá perfecta,
porque aún no he podido encontrarla defectos. Seguro que si tenía alguno, yo no lo veía. A eso se debe referir la gente cuando hablan de estar "ciego de amor". Dejar de ver los errores de la persona a la que quieres, y si te los encuentras, los transformas rápidamente en virtud.
-¿En qué piensas? – preguntó.
No tuve tiempo de responder. Sonó el telefonillo.
-¿Esperas a alguien? – Me miró extrañada y yo le devolví la
misma expresión.
-No. Se habrán confundido.
Insistieron varias veces y terminé por levantarme. Me puse
unos calzoncillos y un pantalón corto que solía usar para estar por casa. Se me
había olvidado ya lo incómodas que eran las dichosas muletas…
-¿Si? - Dije al descolgar el telefonillo.
-¡Hermano! - Gritaron al otro lado.
- Eh… ¿Qué haces aquí?
-Visitar al lisiado. Venga abre.
En cuanto pulse el botón que abría la puerta del portal me
arrepentí. ¡Joder! Malú estaba en mi cama y mi hermana subiendo en el ascensor.
Menudo lío. Fui lo más rápido posible al cuarto. La cantante tenía la cara
sumergida en la almohada.
-¿Quién era?
-Mi hermana. Está subiendo. - Expliqué.
-¿¡Cómo?! ¿Por qué has abierto? – Se incorporó rápidamente
con los ojos como platos.
-¡Yo que sé! Me he puesto nervioso. – Resoplé. Quizá me
había equivocado, pero no podía dejar a Raquel en la puerta de casa. –
Ponte algo de ropa y quédate aquí. Intentaré que se vaya pronto.
Nos sobresaltó el timbre por segunda vez. La miré con expresión de disculpa y lancé un beso al aire antes de ir a abrir la puerta.
-¿Por qué has tardado tanto? – Entró al salón sin dignarse a
mirarme. Me limité a seguirla. – Sé que estás lesionado, pero joder estaba ya…
Cortó sus palabras cuando, por fin, me miró.
-¿Qué pasa? – No respondió. Se puso a mirar de un lado a
otro. -¡Eh! ¡Raquel!
-Eso digo yo… -Empezó a reírse. – Todo es muy sospechoso.
-No te entiendo… - Su risa aumentó y yo me ponía cada vez
más nervioso.
-A ver. Tardas en abrir… Te pillo medio desnudo... y para
colmo… -Se vio obligada a parar porque casi vuelve a reírse. - ¡Te encuentro
con un chupetón enorme en el cuello!
Me moví hacía la derecha para observarme en el espejo que
había colgado en la pared. ¡Mierda! La marca era bastante grande. La pasión de la noche anterior había dejado su huella en mi cuello. Pensándolo bien, lo raro es que no tuviera ninguna marca más. Me recorrí el chupetón con
las manos ante la atenta mirada de mi hermana.
-Bueno, ¿quién es? - Preguntó.
-No es nadie. Me habré dado un golpe… -La miré intentando
que no se notara la mentira, pero era tarea difícil por lo bien que me conocía.
-Eso no te lo crees ni tú. Venga.
-¡No seas pesada! ¡Que no hay nadie te digo!
Pero no pude seguir ocultándolo. Y no era mi culpa. A Malú
se le debió caer algo, porque sonó un golpe y mi hermana clavó sus ojos en la
puerta de mi habitación. Luego me miró a mí seriamente. El plan improvisado se había ido al garete.
-¿Nunca te han dicho que mentir es malo? – Agaché la mirada
y mis mejillas se sonrojaron. -¿Es Lucía?
-¿¡Qué dices!? Esa chica es el pasado.
-No me lo puedo creer. - Se sorprendió. - Entonces es…
Y ¡ta-chán! La puerta se abrió y apareció Malú con una
tímida sonrisa. Llevaba puesta la gran camiseta que le dejé y unos pantalones
cortos míos que habría encontrado en los cajones. Todo le quedaba enorme, pero estaba muy graciosa con aquella vestimenta.
-¡Lo sabía! – Corrió hacia la joven y la envolvió entre sus
brazos. – Teníais que acabar juntos.
-Raquel… eres una plasta. - Dije.
-Tú un soso. – Me sacó la lengua. - Y un mentiroso.
Nos sentamos los tres en el sofá mientras tomamos algo de
desayuno. Tuve que prepararlo yo, porque mi hermana cogió a la artista por banda y no paraba de hacer preguntas. A veces era un poco
incómodo, pero ver a Malú tan natural y simpática me tranquilizó. Estaban las
dos en su salsa. Apenas me dejaban intervenir en la conversación. Mi hermana era muy dicharachera y Malú no se quedaba atrás. Casi una hora
después y tras muchas indirectas, conseguí que Raquel se fuera, dejándome a solas con la cantante.
-Siento lo que ha pasado. Mi hermana a veces es… -Me dio un
beso en los labios para quitarme la palabra.
-Es majísima, como su hermano. – Se encaminó a la habitación
sin decir nada más.
-¿Dónde vas? – Alcé la voz.
-A casa. Tengo que hacer cosas. – Asomó la cabeza por la
puerta de la habitación. – Pero esta noche nos veremos. Tengo una sorpresa.
"Agarrándome las manos me dijiste a media voz:
´no hay final para esta historia que ha empezado´,
desnudándome temblaba, y mi cuerpo se perdió."
´no hay final para esta historia que ha empezado´,
desnudándome temblaba, y mi cuerpo se perdió."
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