miércoles, 21 de mayo de 2014

Capítulo 22.

Esa mañana no tenía ganas de nada. Me levanté de la cama, me puse un moño mal colocado, algo simple de ropa y salí a pasear a mis perras. A lo mejor respirar un poco de aire puro me permitía recapacitar sobre todo lo que viví el día anterior. 

Por un lado la vuelta de Patricia. Cuando se fue, hace menos de un año, no tenía esperanzas de regresar pronto. La enfermedad de su abuela era crónica y no había nadie más que pudiera cuidarla. La chica hacía alguna escapada a Madrid para verme, pero no fue suficiente como para salvar nuestra relación.  ¿Por qué había vuelto? ¿Acaso le había pasado algo a la anciana? Prefería ni pensarlo, esa mujer era maravillosa. Y por otro lado el enfado de Aitor. No me podía quitar de la cabeza la imagen del chico clavando su puño en el suelo, invadido por la ira. Fue un alivio recibir la llamada de Pastora diciéndome que lo había encontrado y llevado a su casa. Quizá fui una estúpida por ocultárselo, puede que si se lo hubiera contado desde el principio no estaríamos ahora en ésta situación… pero para mí no era algo que podía contar sin temor. No solo me es complicado hablar de mi vida privada, sino que también era una parte muy personal. Antes de ella, yo siempre había estado con chicos. Pero un buen día llegó esa chica mona de los ojos alegres y la sonrisa traviesa rompiéndome los esquemas. El tiempo que pasamos juntas, casi cuatro años, fue una de las partes más bonitas e intensas de mi vida y nunca me arrepentiría de ello. También tuvo sus cosas malas, pero prevalecía lo bueno.

Las casi dos horas de paseo me sirvieron para afianzar algunas cuestiones en mi mente. Llegué a casa con algo claro: Patricia fue una parte importante del pasado pero mi presente y mi futuro pertenecían a Aitor. Mi única misión ahora sería recuperar al chico. Adiós a las comeduras de cabeza, él era más importante. Tras una ducha rápida me puse unos vaqueros desgastados, una camisa de tirantes y unos tacones. Fuera moño, mejor el pelo suelto que era como a él más le gustaba. Cogí las llaves y abrí la puerta principal. Pero las cosas, de nuevo, no saldrían como yo deseaba. Me di de bruces con ella. Tenía la mano a punto de llamar al timbre. Me quedé impactada, sin poder soltar palabras. Ella en cambio sonreía, como de costumbre.

-¿Ves? Tenemos una conexión. – Yo seguía ahí plantada, sin aliento. - ¿Me dejas pasar?

Mi respuesta no fue inmediata. Todo lo contrario, tardó un buen rato en llegar. Patricia, sin dejar de sonreír, cruzó los brazos y empezó a taconear con uno de sus zapatos, en señal de impaciencia.

-Yo me iba.

-Pero no me puedes hacer esto. ¿Después de tanto tiempo me recibes así?

-En serio Patri, será mejor que te marches.

-Por favor Malú, tengo que contarte muchas cosas.

Sería esa extraña fuerza que ejercía sobre mí, o  por todo lo que habíamos vivido, quizá simplemente por curiosidad de saber lo que me tenía que contar, pero la dejé pasar.

Su mirada circuló por toda la casa nada más entrar.

-Has cambiado el sofá… - Susurró decepcionada. – Con lo que me gustaba a mí…

-Danka lo arañó un día. – Mentí. La realidad era que me traía demasiados recuerdos.

Cogí de la cocina un par de Coca-Colas y nos sentamos en el salón, la una al lado de la otra. Puede que demasiado cerca. Disimuladamente me separé unos centímetros casi inapreciables, pero ella lo notó.

-¿Qué pasa? ¿Ahora me tienes miedo?

-¿Qué es lo que tenías que contarme? –Esquivé su pregunta y ataque con la mía. Quería ir directa al grano para acabar cuanto antes con esa incómoda situación.

-Pues si es lo que quieres seré breve. – Suspiró. – Mi abuela se ha muerto.

Inmediatamente, con los ojos llorosos se levantó cogiendo su bolso y se dirigía directamente a la calle. La había cagado de nuevo. Llevaba una temporada en la que no daba pie con bola.

-¡Espera! ¡Patri! ¡No te vayas!

Corrí hacia la chica y la agarré de la muñeca. Nos quedamos frente a frente. Estaba llorando a lágrima viva. Nos fundimos en un larguísimo abrazo. La noté muy cerca, como en los viejos tiempos. El olor de su pelo me llenó de nostalgia, haciéndome recordar momentos que ya creía olvidados. O mejor dicho: recuerdos que un día me obligué a olvidar. Una lágrima minúscula, casi inapreciable, comenzó a hacer su recorrido por mi mejilla. La limpié con mi pulgar disimuladamente y cuando al fin noté que su respiración se asentaba tomé su mano y la dirigí al sofá. 

En cuanto se tranquilizó me contó lo que había pasado. Al parecer su abuela empeoró de la noche a la mañana, y a los pocos días falleció. Lo contaba entre sollozos y con la voz rota. Me partió el alma verla así. Hace una semana volvió a Madrid y un amigo de Antonio la invitó a la fiesta donde nos reencontramos.

La tarde avanzaba y nuestra conversación seguía fluyendo. Me contó prácticamente entera su estancia en el pueblo, yo creo que no se dejó ni un detalle. Pero no me importó. Ella hablaba con fluidez y yo estaba a gusto escuchándola.

-Bueno… ¿Y tú qué? – preguntó. – Te he estado viendo en La Voz.

-Pues ya ves, no paro. – Sonreí. – Tengo que admitir que me va realmente bien.

-Por lo que vi ayer has rehecho tu vida. – Ahora su sonrisa era nostálgica. Se quedó pensativa, con la cabeza ladeada.

-Si… - Bajé la voz. – La vida sigue y no podía seguir anclada en tu recuerdo. Seguro que tú también has conocido a otras…

-No, Malú.  –Me interrumpió. – Yo no he podido dejar de pensar en ti. Ni siquiera podía fijarme en otras. Me pasaba las horas acordándome de momentos juntas. El día que nos conocimos, cuando se lo contamos a tus padres, la fiesta sorpresa de tu cumpleaños… Todo. Incluso a veces tenía la esperanza de que me estarías esperando. Sé que era algo casi imposible, pero una parte de mi deseaba que fuera así. Y ayer, cuando te vi con él, se me vino el mundo abajo. La primera vez que te veo después de tanto tiempo y me entero de golpe de que estás con otro.

-Patricia… - Me sentí culpable. – Estuve durante unos meses pensando en ti a diario. Me negaba rotundamente a olvidarte, porque eso supondría el corte total de nuestra relación. Pero abrí los ojos y me di cuenta de que no podía vivir así. Por mucho que te quisiera lo nuestro había terminado. Seguir pensando en ti era engañarme a mí misma. No podía continuar pendiente de si volvías o no.

Nos miramos a los ojos. Había sacado una parte de mis sentimientos fuera y me sentía satisfecha. Fui totalmente sincera con ella.

La joven me miró los brazos y empezó a deslizar sus dedos por uno de mis tatuajes. No era una simple caricia, ese tatuaje era especial. Nos lo hicimos juntas un día loco. Ella me ayudó mucho en ese disco, y cuando salió a la venta y tuvo éxito lo celebramos tatuándonos la frase de una de las canciones. Ella en la espalda y yo en el antebrazo.

Sus dedos siguieron recorriéndome. Subieron por mis brazos y más tarde se posaron en la comisura de mis labios. Un magnetismo incomprensible hizo que su boca y la mía su juntaran. Una vez más, consiguió hacerme perder los estribos. Me arrepentiría, lo note en cuanto me rozó, pero no hice nada para remediarlo, simplemente disfruté de su sabor hasta que alguien llamó a la puerta.


“Ya lo ves, yo sigo recordando tus caricias.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario