-¿Familiares de Aitor Gómez?
Sus padres, su hermana y yo nos levantamos de los incómodos
asientos de la sala de espera velozmente.
El chico había entrado al quirófano hacía varias horas y no nos habían
dicho nada hasta aquel momento. Los nervios estaban a flor de piel. Cancelé mi entrevista en Los 40 Principales
para poder acompañarle en ese día tan duro. Tampoco le comenté a Aitor que me
iba a quedar en el hospital durante la
operación porque no iba a permitírmelo. Le dije que iba a la entrevista y por
la tarde vendría a visitarle. Me cayó alguna bronca de mi mánager, pero mi
decisión estaba tomada. Él necesitaba mi apoyo y lo iba a tener.
-Todo ha salido de maravilla. –Ya asomaban las sonrisas. –
Si la herida cura como esperamos, mañana volverá a casa y en tres días le
quitamos los vendajes para que empiece a mover la rodilla.
Sus padres respiraron aliviados y Raquel me estrechó entre
sus brazos. Afortunadamente todo había salido bien. Ninguno de los dos dormimos la
noche anterior. Él por los nervios y yo porque verle así de mal no me permitía
conciliar el sueño. No paraba de dar vueltas en la cama de un lado a otro. Una de las veces le aferré entre mis brazos y empecé a acariciarle la espalda. Poco a poco se fue quedando dormido y yo pude hacer lo mismo. Aunque yo le intentaba transmitir tranquilidad me era difícil porque la posibilidad de que algo saliera mal me estaba matando.
-¿Podemos verle? – Preguntó su padre.
-En media hora le llevamos a la habitación y le veis. -Afirmó el médico. - Pero
visitas cortas y de dos en dos, puede estar desorientado.
-Gracias, doctor. – Agradeció su madre emocionada.
Pedro, su padre, salió a fumar un cigarro. Raquel le
acompañó porque quería tomar el aire. Mar y yo nos volvimos a sentar a esperar. Los hospitales se podrían plantear acolchar los asientos, o sustituirlos por sillones más cómodos. El dolor de espalda me acechaba.
-Malú… ¿Puedo preguntarte algo? -Levanté la vista del
teléfono y la miré. En esos momentos me alerté. La mujer aún no sabía que era
mi suegra y ya estaba dándome sustos.
-Claro. - Me giré para quedar frente a ella y me aparté el flequillo rebelde que me tapaba la vista.
- Tú y Aitor… Ya sabes…
¿Estáis juntos? - Pues vaya, sí que lo sabía.
Casi se me salen los ojos de las órbitas. Menudo marrón. No sabía que responder. Contárselo no solo
era decisión mía, también de mi chico. Por el momento no habíamos hablado de
revelar nuestra relación a su familia y yo no quería cagarla. Opté por
callarme, pero fue peor. A veces, los silencios dicen más que las palabras. Mar
me sonrió de forma pícara y sonreí tímidamente.
-¿Desde cuándo lo sabes? – No me vi la cara, pero seguro que era de póker, como la canción de Lady Gaga. Nunca he sabido cómo era una "póker face", pero seguro que se parecía a la que se me quedó a mí.
-Desde el día que viniste a verle al hospital supe que había
algo. – Me pasó la mano por la espalda. – Solo era cuestión de tiempo.
El médico nos hizo una señal desde el fondo del pasillo para
que entráramos a ver a Aitor. Justo antes de pasar a la habitación, Mar me paró y me miró firmemente.
-No le hagas daño, solo te pido eso.
Entró y yo me quedé rezagada pensando en sus
palabras. Hace un minuto estaba contenta por nuestra relación y ahora me dejaba
así… Deseaba averiguar a qué venía eso, pero no era el momento. Pasé y el joven
se me quedó mirando, sonriendo. Le devolví la expresión y me acerqué.
-¿Qué haces aquí? ¿No tenías entrevista?
-¿Cómo te va a dejar tu chica aquí solo mientras te operan?
– Fue su madre la que respondió. Él abrió los ojos como platos y nos miró a las
dos.
-Yo no he dicho nada. – Sonreí mirándole.
-Hijo, se os veía de lejos. - Rió la mujer. - Si queréis mantenerlo en secreto
mal vais.
En parte, agradecí que su madre lo supiera. Así nos
ahorrábamos explicaciones embarazosas.
Al rato, salimos de la habitación para que entraran los
siguientes. Aproveché el momento para pedirle explicaciones a Mar sobre lo que
me había dicho antes.
-Mira… Mi hijo no es tan fuerte como parece. Ya le han hecho
mucho daño en otras ocasiones y no quiero que vuelva a suceder. Como madre
tengo la necesidad de protegerle. Él es un chico normal, de la calle. Y tú… tú
eres una artista, vienes de un mundo totalmente diferente al nuestro. Seguro
que estás muy solicitada y tener tiempo para él es difícil. -Soltó todo de golpe, y cada una de sus palabras me sentaban como un pellizco.
-Entiendo perfectamente que quiera proteger a su hijo. –
Resoplé. – Pero que seamos de mundos diferentes no quiere decir que no podamos
estar juntos.
-Puede que para ti él sea otro más, pero le conozco y tú le
importas mucho.
Al fin lo dijo, lo que realmente pensaba. Sentí que eso era lo que estaba deseando decir desde que habíamos empezado la conversación. Tenía una imagen de mi
totalmente equívoca. Tarde unos segundos en responder, los mismos que pasé
asimilando el golpe que acababa de recibir.
-Yo no cancelo entrevistas por “otro más”, ni me paso horas
en un hospital por “otro más”, ni lloro por “otro más”… Estoy acostumbrada a
que hablen de mí sin conocerme de verdad, pero en ésta situación me supera. –
Vi a Pedro y Raquel abandonar la habitación. – Me voy. Paso a despedirme de él
y me marcho.
Me encaminé a paso ligero hacia la sala con el ceño
fruncido. Ni siquiera miré a su padre y su hermana cuando pasaron por mi lado.
Antes de entrar respiré profundamente y cambié la actitud. Quería disimular
para que Aitor no notara que estaba afectada.
-¡Cari! Me tengo que ir. - De mi boca salió la sonrisa más falsa del mundo.
-¿Ya? Jo, apenas he podido disfrutar de ti.
-Lo sé, pero me han surgido cosas… -Mentí.
-¿Va todo bien?
Dudé qué contestar. Odiaba tener que mentirle, pero en su
situación era mejor que ignorara el problema.
-Todo genial. Es que mañana es la final del programa y hay
cosas que planificar.
-¡Es verdad! Llámame ésta noche, guapetona. - Me acerqué a él y me agarró la mano. - Gracias por venir.
Nos besamos y salí de allí a toda prisa. Afortunadamente no
estaban en los pasillos. Cogí el coche y mientras conducía hasta casa mi cabeza
daba mil vueltas. Me había dejado algo en el tintero y tenía ganas de
remediarlo. Aparqué y lo solucioné nada más entrar. Acaricié a mis perras y
cogí el teléfono.
-¿Sí?
-Aitor, te quiero.
-Yo también te quiero pero, ¿a qué viene?
-A nada. Solo quiero que lo tengas claro. Que me importas, y
te lo voy a demostrar. A ti y a quien
haga falta.
“No me interesa
Lo que digan, lo que piensen
Si nací para quererte
Y lo sé desde el instante en que te apareciste enfrente.”
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