La grabación se complicó. El anuncio era de champús y teníamos planeada una escena en la
que yo debía sentarme en la arena de la playa zarandeando mi pelo de un lado para otro, pero poco antes de comenzar a rodar la lluvia nos interrumpió. El clima cambió de un momento a otro, arrasando con todo lo que teníamos montado. Afortunadamente solo
fue una tormenta fugaz y pudimos seguir ese mismo día, aunque perdimos mucho tiempo volviendo a poner adecuadamente mi maquillaje y mi pelo, que se habían visto afectados por el agua. La parte buena fue que el chaparrón dejó el cielo de un color muy especial. Conseguimos dar un enfoque diferente al spot que nos pareció incluso mejor que el diseñado en un principio.
Cené con mi madre, que insistió en acudir conmigo a
Barcelona. Según ella quería venir para hacer unas cosas por la ciudad, pero claramente no era por eso. Desde que le confesé que sentía algo por un chico estaba deseosa por conseguir más información. No la hice esperar mucho y en el camino hacia Barcelona le relaté mi relación con Aitor sin muchos detalles. Se puso realmente contenta porque siguiera sus consejos y me atreviera a seguir los consejos que ella misma me dio. Y la verdad es que debo estarle agradecida. Su asesoramiento fue crucial para que yo me atreviera a empezar una relación con el chico. Aún así, me dijo que tuviera cuidado. Ya me había visto sufrir mucho por amor y no quería tener que presenciar algo así de nuevo. La entendí perfectamente. Yo tampoco quería volver a sentirme así. Pero confiaba tanto en Aitor y en lo que habíamos creado que ni se me pasaba por la cabeza que se fuera a romper.
Mi madre y yo compartiríamos habitación, como la mayoría de
veces que me acompañaba a algún sitio. Me gusta tener a mi familia cerca. Nunca se sabe cuando te va a hacer falta un abrazo o unas palabras que reaviven tu ánimo. Al entrar caí agotada en la cama.
Había sido todo muy estresante y al día siguiente me esperaba más de lo mismo.
Cogí mi teléfono y le pregunté por WhatsApp a mi chico si estaba despierto para poder hablar. No
respondió y directamente me llamó. Preferí no cogerlo delante de mi madre, así que
salí rápidamente a la pequeña terraza y cerré la cristalera. La mujer me miró
sorprendida. Con las cosas del amor yo soy muy vergonzosa y si lo hubiera cogido junto a mi madre no hubiera podido hablar con total libertad.
-¡Cari! -Exclamé.
-Hola, guapa. ¿Qué tal el día?
-Muy agobiante. Al final tenías razón, te echo de menos.
–Puse mi voz de niña pequeña y oí sus carcajadas.
-Yo también te echo de menos… -Noté cómo su voz se quebraba con cada palabra.
-¿Te pasa algo, Aitor?
-Malú, no te quiero mentir. Han pasado algunas cosas, pero
lo hablaremos cuando vuelvas. - ¿Y ya está? ¿Se creía que podía decirme que estaba a cientos de kilómetros pasándolo mal y pretender que yo me quedara como si nada?
-No me puedes dejar así, Aitor. –Me estaba preocupando.
Advertí su malestar y me inquieté. – Me cojo un avión y voy ahora mismo para
allá.
-No. - Dijo secamente.
-¿Y por qué me dices que han pasado cosas si no me lo vas a
contar?
-Porque quiero ser sincero contigo. Pero ya veo que no lo
entiendes… - Su frase sonó a reproche y me sentó fatal. Era yo la que se había preocupado por él y no quiso decirme nada.
-Pues no, la verdad. - Confesé. - No entiendo nada. Seré tonta o algo.
-Malú, cuelgo. Esto se está poniendo mal y prefiero que
hablemos mañana cuando estemos los dos más tranquilos.
Acabó con la llamada sin darme tiempo a contestar. Estaba
muy enfadada. ¿Para qué me dice eso? Si no me lo iba a contar, que no me
hubiera dicho nada. Así lo único que había conseguido era preocuparme. Parecía
que eso era lo que quería, verme enfadada.
Entré a la habitación, cogí mi abrigo y salí de la
habitación.
-Hija, ¿dónde vas? – Me gritaba mientras yo andaba por el
pasillo del hotel. - ¿Qué ha pasado?
Empecé a andar por las calles de la ciudad sin un destino
fijo. Todo estaba abarrotado. Algunas personas me señalaban y cuchicheaban,
pero yo no paré. En esos momentos no me importaba nada. Llegué a una zona donde
apenas había gente y me senté en un banco a tranquilizarme. Y lloré. Lo hice durante mucho tiempo. Sentía impotencia. Era consciente de que la discusión había sido por una tontería. Tanto él como yo habíamos sacado las cosas de quicio. Ambos teníamos un mal día y lo pagamos el uno con el otro sin ningún motivo. Si estuviera a su lado lo hubiéramos solucionado en el momento. Me hubiera contado lo que le pasaba, sin más.
Cuando miré el
reloj me percaté de que habían pasado más de dos horas desde que me marché del
hotel. Alcé la mirada de un lado a otro. Joder. Estaba muy lejos. Palpé mis bolsillos en busca de mi cartera. Ahí estaba. Menos mal que no me la había dejado, porque volver andando a las tantas de la madrugada hubiera sido un suplicio. Paré a un taxi que pasaba por la carretera y le indiqué mi destino.
Cuando entré en el alojamiento vi a mi madre sentada en una
silla fumando. Su semblante era malhumorado. En cuanto me vio se levantó de un salto.
-¿¡Qué coño te pasa, Malú!? ¡No te puedes ir y dejarme aquí
de los nervios! ¡Ni te has llevado el móvil! Joder, podía haberte pasado
cualquier cosa. ¡No sé que se te ha pasado por la cabeza! - Vociferaba cada palabra con más rabia que la anterior.
Lo único que me apeteció fue correr a abrazarla. Bastante
disgustada estaba ya, como para ahora también discutir con mi madre. Necesitaba
su consuelo.
-Mamá, lo siento. – Aceptó mi abrazo y acarició mi pelo, mientras yo derramaba lágrimas sobre su hombro.
A eso de las ocho de la noche del día siguiente ya estábamos
en el avión de vuelta a casa. Como era de esperar, la jornada de grabación había sido exhaustiva. En el aeropuerto de Madrid nos recogió mi hermano. Mientras ellos hablaban sin cesar yo le daba rienda suelta a mis pensamientos.
-Hermanito, ¿me haces un favor?
-¿Hermanito? – Me miró por el retrovisor y se rió. – No me
llamas así desde que me pediste que fuera tu guitarrista. ¿Qué quieres?
-¿Me acercas a casa de Aitor? – Puse pucheros. – Está aquí
al lado.
- ¿No puedes aguantar más sin verle? ¿Qué te da ese chico? –
Se empezó a reír el solo – Bueno, mejor no me lo digas
Le indiqué el camino y en menos de diez minutos estábamos en
el portal.
-Muchas gracias, hermanito. –Le besé el carrillo. – Te debo
una.
-Y me la vas a pagar. - Aseguró.
Antes de salir del vehículo mi madre me apretó la mano y me
guiñó un ojo. La noche anterior me supo calmar y se lo tenía que agradecer. No fue fácil, pero le conté absolutamente todo sobre Aitor. La cama del hotel fue testigo de muchas lágrimas y alguna que otra risa. A pesar de que apenas dormimos, me sentía genial. Expresarle mis sentimientos a mi madre me quitó un peso de encima. La
achuché y salí del vehículo.
Cogí mis cosas del maletero y subí a la casa. No sabía lo que podía encontrarme ahí arriba. Puede que
estuviera enfadado, o quizá ya se le había pasado. Pero la duda me estaba
matando. Llamé a la puerta y escuché como se acercaba. Me tiré a sus brazos en
cuanto le vi.
-Perdóname. – Seguía
abrazándole. – Ayer estaba muy cansada y
lo pagué contigo.
-Yo también lo siento.
Tenía un mal día.
Entremos en el piso y se sentó en el sofá. Yo le imité.
-¿Sabes lo que pasa Malú?
-Sorpréndeme.
-Que me he acostumbrado a ti, y cuando no te tengo me hundo.
Qué bonito hablaba ese chico. Nos dimos un largo beso. Al sentir su boca en la mía una aglomeración de sensaciones explotaron en mi interior. Yo también le necesitaba a mi lado.
-Eres todo un romántico eh.
-Solo contigo. –Rocé sus labios con los míos de nuevo.
-Bueno… ¿y qué es eso que me tenías que contar?
Me chocó el cambio inmediato de su mirada. Comenzó a
contarme la jugada que le hizo su padre para que se encontrara con Lucía. No me
sorprendió que le besara… aunque me jodió que lo hiciera.
-Y Malú, eso no es todo… - Se hizo el silencio. Pasó su mano
por mi pierna. – Me van a operar.
-¿Por qué? El médico dijo que todo iba bien.
-Y así era, por fuera. Pero por dentro, el hueso se ha infectado
y si no quiero tener problemas más serios tengo que entrar a quirófano de
urgencias. – Me miró a los ojos. – Puedo llegar a perder la pierna.
-Eso no va a pasar. –No lloraba, pero estaba realmente
afectado. – Te lo prometo.
-Eso no lo sabes… - Me eché hacia atrás y apoyó su cabeza en
mi hombro.
-No te voy a dejar solo.
Se quedó sobre mí reposando durante un extenso rato.
Comprendía perfectamente por lo que estaba pasando. Hace unos años, cuando tuve
la infección de vesícula me sentí así, preocupada por qué iba a ser de mí y de mi cuerpo.
-Malú…
-Dime, cari.
-Te quiero.
“No hay final para ésta historia que ha empezado.”
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