-Aitor, tenemos que hablar.
Fue lo primero que me dijo al abrir la puerta. Su visita me
pilló de imprevisto. Para colmo, un "tenemos que hablar" siempre escondía algo malo. Entró en el salón y se quitó el abrigo negro, dejando al
descubierto una camiseta empapada.
-¿Qué te ha pasado?
-Pues eso es lo que venía a contarte. –Suspiró. – Es que…
-Espera, primero cámbiate, que te vas a poner mala. - La interrumpí. Lo último que deseaba era que la cantante se resfriara.
Rebusqué en mi armario con la intención de encontrar alguna camiseta que no
fuera excesivamente grande. Di con una más pequeña que me regalaron cuando cumplí los diecinueve años. Por aquel entonces aún no iba al gimnasio, por lo que mi cuerpo era más esmirriado que musculado. Con el paso de los años tomé conciencia de que me vendría bien hacer deporte. Me costó coger la rutina diaria, pero poco a poco sentía que al realizar ejercicio me encontraba más realizado y feliz conmigo mismo.
-Toma. A ver si no te queda muy grande… - La prenda estaba algo desgastada, pero serviría.
Pensaba que se iba a cambiar en el baño o me iba a pedir que
me diera la vuelta. Pero no. Se desvistió allí ante mi atónita mirada. Ella seguía
con mala cara, pero en ese momento yo no estaba mirando su rostro. Dejó al descubierto otras partes de su cuerpo que desviaron mi atención.
-Joder, ¡Aitor! – Me gritó cuando se dio cuenta de que la
observaba sin ni siquiera pestañear.
-Perdona, perdona. –Di un respingo y me dejó ver una media
sonrisa. – Es que me incitas…
-No digas tonterías. Lo que te tengo que decir es serio.
Nos sentamos en el sofá uno al lado del otro. Lo que más me extrañó es
que no me miraba a los ojos. Desde el día que nos conocimos su mirada brillaba perpetuamente y, sin embargo, ahora la mantuvo clavada en el suelo durante unos segundos que se me hicieron eternos.
-¿Qué pasó con Lucía? – No me esperaba eso. Se conocieron en
el hospital, pero ni ella ni yo le contamos nada de nuestra pasada relación.
-¿Cómo sabes eso?
-Yo he preguntado primero. - Recriminó.
-Pues salimos durante un tiempo… bastante. Pero se acabó. Un
día la pillé con otro en la cama, mi mejor amigo, y… no la volví a ver hasta el
accidente. –Los recuerdos acechaban mi
mente y una lágrima recorrió mi mejilla. Malú me observaba atenta a mis
palabras. – El otro día en el hospital me besó.
-¿Aún la quieres?
Esa pregunta ya me la había hecho yo cientos de veces y la
respuesta ha ido cambiando casi a diario, pero ésta vez lo tenía claro. Quizá
era la vez que menos dudas me abordaban. Agarré su barbilla con mi mano para alzar su
cabeza y ponerla frente a la mía, mirándola directamente a los ojos.
-No. Me lo ha hecho pasar muy mal y un día decidí que no
quería sufrir más por ella. Ese día apareció algo en mi vida que me hizo
cambiar. Seguir anclado en el pasado iba a acabar conmigo. Además, hay cosas
preciosas en la vida que no puedes ver si tienes los ojos empapados en lágrimas.
¿Sabes qué día me percaté de todo esto? – Negó con la cabeza y yo sonreí. – El
mismo en que te conocí a ti.
Ahora era en sus mejillas donde se deslizaban las lágrimas.
Pasé los pulgares por su cara quitándole las pequeñas gotitas y la besé
delicadamente en los labios. Cuando me aparté vi que sus facciones eran
distintas. Ahora desprendía felicidad. Aún así, había algo que no me cuadraba
en todo esto.
-Malú, no lo entiendo. ¿Qué ha pasado para que de pronto
vengas en estas condiciones a mi casa y me preguntes por Lucía?
La cantante se frotó los ojos y se serenó antes de
responder.
-Me la he encontrado en un bar mientras tomaba algo con
Pastora y Vanesa. Me tiró la bebida encima y empezó a reírse. -Me quedé de piedra. - Menuda la que ha
liado. La gente no paraba de mirar.
-¿Qué dices? No me lo puedo creer. – Conocía la faceta
vengativa de mi ex, pero en ningún caso se me hubiera ocurrido que pudiera ir
contra Malú.
-Como oyes. Por no hablar de cuando me llamó puta…
-¡Esa tía es tonta! Ha perdido el rumbo… -Lo del insulto me
sentó fatal. Me levanté de golpe con la ayuda de la muleta que se encontraba en
el suelo. - Ahora mismo la voy a llamar para cantarle las cuarenta.
-Déjalo.
-Ni de coña. No voy a permitir que te insulte y se vaya de
rositas.
-Da igual. Ven aquí anda. – Me sujetó por los hombros para
sentarme en el sofá. –Mis amigas le habrán dicho algo. Yo me he ido corriendo
por si venían periodistas, pero ellas se han quedado a pagar y seguro que le
han puesto los puntos sobre las íes.
-Está bien. – Nos abrazamos efusivamente. Estaba
deseando tenerla entre mis brazos. – Con
mi chica no se mete nadie.
-¿Tu chica? ¿Ya soy tu chica? –Mierda. A lo mejor la había
cagado, pero esas palabras habían salido inconscientemente.
-Eh… yo… No sé…
Sonrió ampliamente e interrumpió mis palabras entrecortadas
con un gran beso en los labios.
-¡Las chicas están deseando conocerte! - Supuse que se refería a Vanesa Martín y Pastora Soler.
-Cuando quieras. Me voy a mover entre estrellas. –Hice un
pequeño bailecito con los brazos.
-Estás hecho un pavo. Cómo se nota que acabas de terminar la
adolescencia… - Bromeó.
-¡Oye! Que solo me sacas seis años. – Intenté darle un
pequeño empujón, pero lo esquivó ágilmente.
-También te tengo que presentar a mi hermano. - Añadió.
-Me parece genial. Pero ahora me apetece hablar de otras
cosas.
La tumbé en el sofá y me eché sobre ella. Dejé la pierna
escayolada a un lado, intentando que molestara lo menos posible. Pasé mi mano por
debajo de la camiseta que antes le había dejado para acariciar su vientre
mientras le daba besos en el cuello. Ella revolvía mi pelo con sus manos.
-Esto no es hablar.
Aún así, no me apartó. Es más, tiro de mí hacia arriba para
besarme. Este beso no tenía nada que ver con todos los anteriores. Derrochaba
pasión y sed de seguir descubriendo nuestros cuerpos. Me separé de sus labios
dirigiéndome a su oreja para susurrarle algo.
-¿Hoy voy a conseguir que pases la noche aquí?
“Ven a pervertirme con tus juegos,
Que quiero doctorarme en tus pasiones.”
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