miércoles, 16 de abril de 2014

Capítulo 5.

Al abrir los ojos una luz me cegó. No sabía dónde estaba ni qué había pasado.
Pestañeé y pude percibir de forma borrosa las siluetas de algunas personas. Tras volver a repetir el gesto un par de veces, al fin pude ver nítidamente lo que tenía delante. A un lado estaba mi madre y un hombre con gafas al que desconocía. Al otro mi hermana pequeña me observaba con los ojos rojos y humedecidos. Sin esperármelo, se echó sobre mí para rodearme con sus brazos.
-¡Ay! – Siempre me había gustado que me diera mimos, pero ésta vez no era igual. Su acción provocó un agudo dolor en cada parte de mi cuerpo.
-Perdona… - Se apartó sonrojada.
Comencé a observar de un lado a otro y me di cuenta de que el hombre al que antes no había reconocido llevaba puesta una bata blanca. Miré hacia abajo para observarme el cuerpo, conectado a alguna máquina y tapado de cintura para abajo con una sábana.
-Tranquilo, hijo. – Mi madre parecía haber notado mi nerviosismo.
-¿Qué me ha pasado? – La voz me salió entrecortada. Verme en esa sala y en esa situación me estaba provocando un agobio increíble.
-Aitor, relájate y te contaremos todo. – Por primera vez el hombre habló, mostrándome una sosegada voz.
Poco a poco traté de calmarme. Mi respiración se volvió regular y pedí que subieran la cama para quedar erguido.
-Bien, Aitor. Me llamo Juan y soy tu médico. – Me tendió su suave mano en forma de presentación. – Has tenido un accidente de coche. Es normal que no recuerdes nada, con el tiempo…
El doctor siguió hablando, pero ya no le estaba escuchando. Ese “has tenido un accidente” se quedó grabado en mi mente, quemándome.
Cuando acabó de darme la charla salió por la puerta, dejándome a solas con mi familia.
-Mamá… ¿Cómo ha sido?
-No saben nada. Dicen que con el tiempo lo recordarás y nos lo dirás tu mismo. Pero puedes tardar horas, días o… meses. – Dejó de mirarme a los ojos, no tenía fuerzas para seguir hablando.
Me tranquilizó mucho cuando me aseguró que no hubo más personas afectadas en el accidente. Eso significaba que yo era el único herido. Lo único que me faltaba es que además hubiera hecho daño a otras personas. No sería capaz de perdonarme algo así.
Giré la mirada y me topé con el reloj de la sala marcando las once de la mañana. Aún estaba un poco perdido.
-Raquel, -mi hermana alzó la vista del móvil para atender a mis palabras. – ¿No deberías estar en clase preparándote para selectividad?
-No te iba a dejar aquí solo.
-Estoy con mamá.
-No, Aitor. Sé que lo haces por mí, pero has estado a punto de morirte y no iba a estar estudiando. Ni siquiera podría concentrarme. –Ahora su tono de voz era más alto. Odiaba que la dijera lo que tenía que hacer. –Así que, por favor, déjame a mí decidir lo que tengo que hacer y lo que no.
-Está bien… tienes razón.
La chica se levantó y me dio un beso en el moflete para luego salir corriendo a por algo de comer.
Raquel nació cuando yo tenía 7 años. Quizá por esa diferencia de edad siempre había sido bastante protector con ella, pero no podía evitarlo. Es mi pequeña y no podía consentir que nada ni nadie la hiciera daño. Muchas veces se ha enfadado conmigo por advertir a sus novios del instituto o controlarla más que mis propios padres las horas a las que venía de fiesta, pero las reconciliaciones no tardaban en llegar. Todo lo hacía por su bien y ahora ella quería compensarme.
Pasar el día en esa cama me estaba pareciendo aburridísimo. Una enfermera vino después de la comida y me contó todas las lesiones que tenía. Contusiones cervicales, esguince en el pie izquierdo, torcedura del brazo derecho, golpe en la cabeza, rotura del ligamento de la rodilla… la lista no paraba de aumentar. Al parecer lo más importante era la rodilla, si todo iba bien podía tenerla afectada mínimo un año.
-Aitor, ha venido alguien a verte. – Mi padre entró en la habitación acompañado de una chica.
-Hola Aitor. –Lucía iba cabizbaja. No podía entender cómo se atrevía a venir a verme después de todo lo que habíamos pasado. Tras más de dos años de relación me enteré de que me había engañado con más de un chico. Llevábamos bastantes meses sin vernos y no tenía ganas de dirigirle la palabra.
-¿Qué haces aquí? – Ni si quiera me molesté en saludarla.
-Hijo, sé educado.
-Papá no me digas cómo tengo que tratarla, porque no tienes ni idea de lo mal que lo he pasado por ella y ahora vuelve como si nada.
-Yo solo quería ver cómo estabas… - La joven me miraba muerta de vergüenza. Quizá me había pasado. Preferí callar durante unos segundos.
-Mira Lucía. – Conseguí calmarme y traté de hablarle lo mejor posible. – Creo que no es el mejor momento.
Comprendió que su presencia me estaba incomodando y que sería mejor abandonar el hospital. Pero justo antes de salir por la puerta junto a mi padre me lanzó unas palabras.
-Volveré cuando estés mejor. Quiero que sepas que te sigo queriendo como antes.
Y sin más, se marchó. Con esas palabras logró estremecerme. No me las esperaba y me pillaron de sorpresa. Es verdad que me quedé hecho polvo al acabar la relación, pero también habíamos vivido muchos momentos que no había podido olvidar.
Cinco minutos después Raquel entró en mi habitación apresuradamente.
-Me acabo de encontrar a Lucía por los pasillos. ¡No me puedo creer que haya venido después de todo!
-Yo solo quiero saber cómo he acabado aquí…
Y mis deseos se cumplieron. Mi hermana encendió el televisor y el anuncio de “La Voz” me hizo darme cuenta de todo. Pude verla en la pantalla y me quedé sin aliento, embobado. El coche, los churros en el bar, su imagen cantando en mi coche… todo volvió a mi cabeza.
-¡Raquel! Ya sé cómo fue.


"Fue un impulso de la piel que brotó sin esperar cuando te vi.

Pero es que así soy yo,

desnudo el corazón si me sorprende alguien como tú."

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