martes, 22 de abril de 2014

Capítulo 8.

Agradecí que Raquel y Rubén nos interrumpieran. Estaba a punto de confesarle que empezaba a sentir algo hacia él, y no tenía que hacerlo. Siempre me precipitaba y al final salían mal las cosas, así que ésta vez quería ir poco a poco. Intentar pensar con la cabeza más que con el corazón. Aunque al ver sus ojos verdes brillantes seguro que volvía a caer en sus redes como una tonta. Además, ni siquiera era consciente de lo que realmente sentía por el chico. Solo tenía claro que alteraba algo dentro de mí.

Mi excusa fue que me habían contado lo del accidente, pasaba por allí y decidí hacer una visita. Poco creíble, pero para mi alivio no preguntaron más.
Más tarde llegó su madre que me recibió con gran entusiasmo. Al parecer le encantaba mi música y me seguía desde hace tiempo.

-¡Te tengo enfrente! ¡Qué fuerte! – Mar, la madre de Aitor, se tiró a mí rodeándome con sus brazos.

-Cuidado mamá que la vas a romper. –Aitor se partía de risa al ver a su madre tan agitada.

-Ay, perdón, perdón, hija. – Me cogió de las manos y me miró tiernamente a los ojos.- Es que estoy emocionada.

Todos me preguntaban cosas sobre el programa o cómo era ser famosa. Ser popular está bien, no me puedo quejar. Hago lo que más me gusta del mundo y encima tengo unos fans maravillosos. Aunque también les conté la parte mala: llevar mi vida privada a escondidas, para que nadie interfiriera, era difícil. Aún así, hay más pros que contras.

Bajé a la tienda a comprarme algo de picar. Con las prisas había salido de casa de Vero corriendo y no había comido nada desde el desayuno. Aproveché para enviar un mensaje a mi hermano contándole un resumen de lo ocurrido. Me respondió en un instante: “¿Ves como había una razón importante? Sabía yo. Llámame ésta noche y me cuentas todo. Te quiero, enana.” No sé cómo lo hacía, pero mi hermano siempre tenía razón.

Un par de donuts, un batido de chocolate y unas patatas fritas serían mi merienda. Cuando salí de la tienda y vi lo que me iba a comer me sonreí a mí misma. Así me gusta, siempre cuidando mi línea. Mi próxima sesión de gimnasio tendría que ser doble.

Al llegar a la habitación la situación había cambiado. Rubén ya no estaba allí y ni siquiera se dieron cuenta de mi entrada. Me senté en una silla a escuchar la discusión mientras comía.

-Mamá, no tienes que estar las veinticuatro horas del día aquí. Papá te necesita.

-Pero no quiero dejarte solo.- La mujer agachó la cabeza. - Que tu padre se las apañe sin mí.

-Él te necesita más que yo. La tienda está llena y no hay más empleados.Ve y ayúdale.

-Pero…

-No hay peros. - Interrumpió Aitor a su madre. - Yo tengo a decenas de enfermeras y médicos que me pueden ayudar.

-Además, yo puedo quedarme con él. – Intervino Raquel por primera vez.

-¡Ni de broma! – Aitor subió el tono de voz. – Bastante has faltado ya a clase. Tienes que estudiar.

La adolescente se cruzó de brazos enfadada. Solo se podía escuchar algún que otro resopló en la habitación.

-Yo puedo quedarme hasta que Aitor cene. – Rompí el silencio y todas las miradas se clavaron en mí. En ese momento me hice pequeña. Quizá no tenía que haberlo dicho, pero es lo que sentía que debía hacer.

-No te molestes. – Mar se acercó. –Seguro que tienes mucho que hacer.

-¡Qué va! En casa solo me esperan mis perras. – Era verdad. Llegar a casa y sentirme sola era habitual, siempre buscaba un plan mejor para estar lo menos posible allí. -Además, le debo un favor.

Guiñé un ojo al chico esperando su aprobación o alguna muestra de entusiasmo pero no dijo nada. No creo que se esperara mi propuesta y por eso se quedó así. Conseguí convencer a su madre y en unos minutos se fueron, dejándonos a solas.

-Gracias, Malú. Lo has conseguido. – Comenzó a reírse. –Has conseguido que se fueran. En cinco minutitos o así te puedes ir, ya estarán lejos.

-¿Cómo? ¿Irme? –Sus palabras me desconcertaron. Al parecer había confundido mis intenciones.

-Sí, claro. Era una especie de plan, me estabas ayudando. ¿No?

Se puso rojo y me miró con cara rara. Reírme como una loca fue involuntario.

-Fuera bromas. –Su semblante era serio, pero mi risa no cesaba.

-No hay bromas. Yo me quedo aquí hasta que cenes.

-No, no, no.

-Sí, sí, sí. Y sabes lo cabezota que soy.

La conversación siguió durante un rato, pero la di por terminada cuando salí de la habitación para hacer unas llamadas. Primero a mi hermano, a quien le expliqué todo detalladamente. Y por último a Pastora. Tenía varias llamadas perdidas suyas.

-Tía, ¿dónde te has metido?

-Ya te contaré. Están cambiando muchas cosas.

-¿Pero va todo bien?

-Sí, genial. Dile a Vanesa que la llamaré.

-No me puedes dejar así, chiquilla.

-Quedamos ésta semana y os cuento.

Volví a la habitación y me encontré a Aitor hablando solo.

-¿Qué te pasa ahora? ¿Solo sabes estar enfadado?

-Que necesito ir al baño y la enfermera no aparece.

-Bueno, yo te ayudo.

Se negó rotundamente, pero sus ganas de ir al servicio serían muchas, porque no tardé en convencerle. Puse junto a la cama la silla de ruedas y le ayudé a sentarse en ella. El baño estaba en la misma habitación, pero llegar hasta allí de otra forma era imposible. No podía apoyar ninguna de las piernas. Una vez en la puerta me dijo que le esperara fuera, que podía él solito. Yo no estaba muy segura de eso, pero cerró la puerta en mis narices y no pude hacer nada más. No paraba de escuchar ruidos en el interior del baño y tardó un buen rato en salir. Y otra vez de vuelta a la cama. Si había sido difícil sentarle en la silla, levantarle era mil veces peor. Su cuerpo era delgado y parecía que incluso lo entrenaba, pero entre escayola, vendas y gasas, las cosas se complicaban. Al fin conseguí acomodarle y le traje un vaso de agua. Me parecía que estaba muy mono en esa situación. Incluso los rasguños de la cara le hacían más sexy.

-Te dije que te debía una, y siempre cumplo lo que digo.


“Clávate muy poquito a poco en mi piel,
Que no quiero sentir que te vuelves a ir.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario