Su corto vestido negro que dejaba a la vista unas preciosas piernas se había grabado en mis pensamientos y no tenía intención de salir. Fue casi inevitable enviarle el mensaje. Su cuerpo ya era increíble sin necesidad de arreglarlo así, pero cuando lo hacía conseguía volverme completamente loco. Respondió en mitad de la madrugada. Yo estaba despierto porque el dolor de rodilla me estaba haciendo pasar un mal rato, pero gracias a ello pude leer su “Estoy deseando verte y enseñártelo. Mil besos.”, seguido de un icono lanzando un beso. Yo sí que estaba deseando verla. Me daba igual el vestido o lo que sea que se pusiera. Intenté dormir, pero no había forma. No quiero engañar a nadie. El vestuario de Malú no era el único motivo de mi insomnio. Lucía también tenía algo que ver. Ésta tarde se quedó muy desconcertada al ver a la cantante en el hospital y me sometió a un duro interrogatorio. Mis ganas de responder a sus preguntas eran inexistentes, después de todo lo que me había hecho pasar ni siquiera mirarla a los ojos me resultaba cómodo. Intenté esquivar sus interrogantes sin mucho éxito, poniendo excusas. En conclusión, le dije que la había conocido en el programa y se había convertido en una buena amiga. No era mentira. La joven no quedó conforme con mis argumentos y se pasó la mañana dándome malas contestaciones. No pude aguantar mucho tiempo y la mandé a su casa. Bastante tenía yo con mis dolores como para que ella viniera a hacer estallar mi cabeza. Cuando la eché su cara cambió bruscamente. Primero parecía estar fuera de lugar, pero inmediatamente su rostro entristeció. Cogió sus cosas y se acercó a mí. Y ahí fue cuando llegó la sorpresa: me plantó un suave beso en los labios y me susurró en la oreja un “te quiero” que me dejó paralizado. No tuve la capacidad de reaccionar hasta un buen rato después de verla salir por la puerta. No es que sintiera nada por ella, o al menos eso pensaba, pero me quedé enmudecido.
El resto del día pasó sin ninguna novedad. Visitas de algunos amigos y familiares, pero yo no podía pensar en otra cosa que no fuera el sabor que había dejado en mis labios.
A las ocho de la mañana me despertó el médico con el alta en las manos. Apenas había dormido cuatro horas, pero la noticia de mi libertad logró alegrarme. En cuanto la enfermera me quitara las vendas podría irme a casa.
Las muletas eran incómodas y aguantar con ellas me cansaba mucho pero con la ayuda de mi madre pude llegar al coche. Me dejé caer en el asiento agotado.
-Ahora te acuestas en mi cama que es más grande y te recuperan en nada. –Me soltó mi madre al sentarse frente al volante.
-Ni se te ocurra. Yo me voy a mi casa, mamá.
-¡Pero si no puedes moverte tú solo!
-Me meto en la cama y solo salgo para mear y comer, tranquila. –Lo hacía por mí bien, pero a mí no me gustaba depender de nadie. Siempre había sido bastante independiente y mi madre odiaba esa faceta mía. Un beso en su mejilla la hizo sonreír y conformarse. Sabía que por mucho que me insistiera no me haría cambiar de opinión.
Entramos en mi pequeño apartamento de alquiler y me ayudó a acomodarme en la cama. La casa no era nada del otro mundo pero a mí me encantaba, era mi refugio, además de estar genial decorada gracias a mi hermana. Me preparó algo de comer que me sentó de lujo. Por fin comía algo en buen estado, nada que ver con los intragables alimentos del hospital.
Nunca pensé que tanto relax podía llegar a aburrirme. Tras marcharse mi madre me puse a ver la televisión, pero después de dos películas me cansé. Algo de música me entretuvo un poco aunque seguía sintiéndome tan solo como un pez en una de esas peceras redondas. Nadando en círculos continuamente. El teléfono con buenas noticias me devolvió la ilusión.
-¿Dónde te has metido? – Su voz sonó como un milagro.
-En casa, sabes que me daban el alta.
-Se me había olvidado. Dame la dirección que voy a visitarte, enfermo.
Se la di y me quedé esperando impaciente su llegada. Estaba emocionado. Malú estaba a punto de pisar el suelo de mi humilde casa. Me levanté como pude y entré al baño para retocarme un poco el pelo. Observé en el espejo mi ropa. Un chándal Nike. No estaba mal. El timbré sonó y me puse un ligeramente nervioso. Acompañado de mis muletas llegué a la puerta. Tras ella pude ver a la joven con una sonrisa de oreja a oreja, como de costumbre.
-¡Buenas! – Se tiró a mí dándome un abrazo.
-¡Cuidado, loca! ¡Qué solo tengo una pierna! – Casi me tira al suelo por el desequilibro. Comenzamos a reírnos.
-Perdona…
-Oye, pero me has mentido. –La miré de arriba abajo y puse cara de frustración.
-¿Yo? ¿Por?
-No has traído el vestido.
La guiñé un ojo y las risas aumentaron. Estaba muy cómodo a su lado. La ofrecí sentarnos en el sillón a tomar algo, pero se opuso diciéndome que debía estar tumbado en la cama. Cogimos algo de beber y fuimos a la habitación. Yo me quedé con la espalda apoyada en el cabecero y la pierna escayolada sobre un enorme cojín. Ella, en cambio, se quitó las botas y se subió a la cama, cruzando las piernas como un indio a mi lado.
Se disculpó por llegar a esas horas, pero al parecer tenía una merienda con su madre para hablar de un tema importante del que no quiso decirme nada. Las risas cubrieron mis dolores, como si se tratara de una medicina y cuando nos quisimos dar cuenta el cielo había oscurecido.
-Voy a preparar algo de cenar. – Traté de incorporarme pero sus manos me frenaron.
-En serio, Aitor. ¡Reposo! - La chica era tan insistente como yo o más, pero esta vez cedí y la dejé salirse con la suya.
-Bueno… ¿y qué me vas a preparar de cenar?
-Pues una rica pizza del Domino´s jajajaja
Salió de la habitación para hacer el pedido y yo aproveché para levantarme e ir baño. Si lo hacía rápido podría volver a la cama sin que notara que me había movido de allí sin reclamar su ayuda. Todo iba perfecto, pero justo cuando me encontraba en frente de la cama y me disponía a sentarme apareció por detrás dándome un susto.
-¡No sabes estarte quieto! - Gritó a mi espalda.
Me dio un vuelco el corazón cuando me giré y la vi pegada a mí, aparentemente enfadada. Me desequilibré y empecé a mover los brazos con la intención de mantenerme en pie, pero esta vez nada pudo evitar que me cayera a la cama. Y no sé cómo ni por qué, pero debí agarrar a Malú, porque la caída fue mutua. Ella quedó sobre mí. Nuestros cuerpos totalmente unidos y las bocas a escasos milímetros. No podía apartar mi mirada de sus ojos y ella me correspondía, sin quitar la sonrisa. Su olor me cautivaba y por mi cabeza solo se me ocurría besarla. Pero se me adelantó. Sin que yo me lo esperase se aproximó a mis labios. El beso que tanto llevaba esperando había llegado.
“Tus caricias y tu voz me han robado el sueño.”
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