jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 10.

-Me encantaría poder traerte el desayuno a la habitación, pero siento decirte que vas a tener que ir tu solita.

Esas fueron las primeras palabras que me dirigió Aitor cuando notó que me estaba desperezando. Hice una mueca de dolor al estirarme en el incómodo sofá en el que me había quedado dormida la noche anterior. La postura no era la idónea para tener un plácido sueño. Por la noche estaba tan cansada que los ojos se me cerraron sin que pudiera evitarlo. Si iba a pasar una noche en el hospital, mejor que fuera a lo grande. Corrí, bailé y salté para entretenerle hasta que mis energías me frenaron. Mi intención era irme tras la cena pero la verdad es que no me importaba nada que ese chico fuera la primera persona que me encontrara por la mañana.

Le di los buenos días y pasé al baño para arreglarme un poco. Me vi el pelo muy despeinado y una cara de zombie increíble. Menuda vergüenza estar tan horrorosa frente a él. Me peiné lo más decente posible y me aseé un poco. Al salir me encontré al médico en la sala hablando con Aitor.

-Has progresado perfectamente. Ésta tarde te quitamos la venda del pie y la del brazo para que puedas alternar entre muletas y silla. –El doctor se quitó las gafas y esbozó una sonrisa mirando al chico. – Y lo mejor es que mañana podrás irte a casa.

-¡Toma! -El chico exclamó un grito de alegría y alzó el brazo sin venda con el puño cerrado.

-Pero tendrás que estar en reposo. –Entonces, el doctor me lanzó una mirada risueña. –Espero que tu chica cuide bien de ti.

Quedé ruborizada y con las mejillas al rojo vivo tras sus palabras.

-No es mi novia, es una buena amiga. – Corrigió el chico. Al mirarle me di cuenta de que sus mofletes también habían cambiado de color.

El médico asintió y abandonó la habitación sin darle mayor importancia al error. Es más, se fue con una gran sonrisa.

-Lo siento, Malú. Ese hombre no sabe lo que dice.

-No pasa nada. Eso es que hacemos buena pareja.

Le guiñé un ojo y comencé a reírme.Ambos éramos jóvenes, no me extrañaba que se hubiera confundido. Es más, era más creíble que fuéramos novios a que fuese una amiga que pasaba por allí y se pasó a saludar.

Desayuné un café de máquina bastante amargo junto a una ensaimada. Cuando quise darme cuenta ya eran las once de la mañana y no podía tardar en irme. Esa misma noche teníamos la semifinal de La Voz y tenía que preparar muchas cosas. Subí a la habitación para despedirme de Aitor y me sorprendí al ver que tenía visita, y no precisamente de alguien a quién yo conociera. Era una chica rubia con los ojos verdes, muy guapa. Aparentaba poco más de veinte años. Cuando entré vi al chico haciendo aspavientos bruscos con el brazo y ambos se callaron de golpe al verme.

-Malú, ésta es Lucía, una amiga.

La joven se acercó y nos dimos dos besos, aunque no mostró ningún entusiasmo al verme, más bien noté que me observaba con desprecio. Tenía la impresión de que entre los dos había algo más que una amistad y no me sentaba nada bien. Pero, ¿qué iba a hacer?. Él tenía su vida y yo la mía. Muy separadas. Sin prácticamente nada en común. Entre Aitor y yo no había nada y sería mejor que respetara sus cosas.

-Aitor, me tengo que ir. Sabes que ésta noche…

-Sí, lo sé. La semifinal. –Sus palabras apresuradas se pisaban las unas a las otras. No estaba cómodo con ésa chica y yo allí. Cuanto antes me fuera mejor.

Le di un beso en la mejilla y me despedí de ella con un gesto de mano. Lo normal sería que la diera dos besos, pero por sus miradas deduje que no le agradarían demasiado. Y la verdad, mejor. A mí tampoco me apetecía dárselos.

Salí de ahí mientras me ponía la bufanda y las gafas para que nadie me reconociera. Lo peor que me podía pasar era que los paparazzis me vieran en el hospital. Odiaba ver las revistas del corazón con mis fotos, pero lo que menos me gustaba era la cantidad de mentiras y especulaciones que escribían alrededor. A veces escribían cosas ciertas, pero era raro verlo. Lo más común era que les llegaran pequeñas noticias y ellos las retocaran y añadieran mil tonterías para que pareciera que sabían de lo que hablaban.

Al entrar en el coche puse su disco y conduje hasta mi casa. No disponía de mucho tiempo, pero me apetecía darme un buen baño de relax. Dejé la bañera llenándose mientras me desvestía y ponía mi iPod en modo aleatorio. Eso podía ser una locura porque en el aparato tenía canciones de todos los estilos y tipos. De rock a flamenco, pasando por reggaeton. Mi opinión siempre ha sido que cada tipo de música tiene su momento, y como nunca se sabe cómo te vas a sentir, pues yo tenía mi iPod preparado para cualquier ocasión.

El agua caliente empapando mi cuerpo me estaba sentado de maravilla, pero no todo lo bueno dura eternamente. Tuve que salir de la bañera y vestirme con algo cómodo. Nada elegante, ya me darían el vestido de la gala cuando llegara a los estudios. Mi estilista me había avisado hace unos días de que había tres vestidos increíbles y elegir uno no me iba a ser fácil. Estaba deseando verlos.

Comí unos filetes con patatas y me senté a reposar mientras me fumaba un cigarro. Pero mi relajación duró poco, el teléfono de casa sonó y al otro lado estaba mi madre ansiosa por obtener respuestas.

-¡Hija! Me tenías preocupada, ¿dónde te habías metido? –La noté más alterada de lo normal.

-Pues aquí mamá, ¿dónde voy a estar?

-Entonces, ¿por qué no me cogías el teléfono anoche? –Mierda. Entre unas cosas y otras ayer no la dije nada cuando me fui al hospital, y al parecer mi hermano tampoco se lo había comentado.

-Me lo dejé descolgado. - Mentí. - Podías haberme llamado al móvil.

-¡Lo hice mil veces! –Mientras aguantaba una bronca me levanté en busca de mi móvil. Lo encontré al fondo del bolso. Apagado. Sin batería. Mierda.

-Mamá, lo siento. Tienes razón.

-Esto ya no es normal, Malú. Nos tenemos que ver y me cuentas lo que te pasa. –Mis despistes la habían dejado de hacer gracia y ahora me estaba reclamando merecidas explicaciones.

Quedamos para merendar al día siguiente. Si no quería empeorar las cosas tendría que contarle lo que me pasaba, o al menos inventarme una buena excusa.

Llegué a los estudios por la tarde y lo primero que hicieron fue maquillarme y peinarme. Paula estaba ilusionada porque me notaba mucho más feliz. Después, pasé a vestuario y me quedé boquiabierta al ver los vestidos propuestos. Los tres eran preciosos, pero nada más verlo quedé enamorada de uno. Era negro, ajustado y corto, por encima de las rodillas. Dejaba un costado ligeramente descubierto, sujetándose solo de un hombro y con un escote poco pronunciado. Me pareció perfecto.

La gala transcurrió mucho mejor que las últimas. Venían de invitados Manuel Carrasco e India Martínez que son grandes amigos y me hicieron más amena la noche. Comenzó mi equipo con Andrea cantando “Stay”. Lo hizo bastante bien, pero no pudo superar a Manuel con la canción de Melendi, que consiguió emocionarme tanto como en los ensayos. El público compartía mi opinión e hicieron que el chico siguiera en el programa.

Llegué a casa casi a las cuatro de la mañana, muerta de sueño. Los preciosos tacones de quince centímetros me dejaron los pies rotos. Me tumbé en la cama y antes de dormir miré el móvil. De nuevo, muchos mensajes. Pero el de Aitor me hizo dormirme con una sonrisa en los labios: “Tu vestido ha revolucionado a todo Twitter, incluido a mí. A ver cuando me lo enseñas en persona”.


“Es que hoy acabo de saber que jamás seré libre si no te puedo tener”.

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