El plan de ir a comer a casa de mis padres se descartó
inmediatamente cuando me llamó Rosa. Tenía muchas ganas de que Aitor les
conociera, pero ahora devíamos resolver cosas más importantes. Para mí, que
se publicaran esas fotos sería un gran palo. No me lo esperaba para nada. Me
sentía como una imbécil profunda. Las culpable de todos los problemas. En ese momentos me sentí hasta la responsable de la falta de alimento en ciertas zonas de África. No sólo me hacía daño a mi, también a Patricia y Aitor, y no me veía capaz de perdonármelo o de ser perdonada.
Rosa llegó a mi casa en poco tiempo. Según ella, la que se
nos venía encima podía ser tremenda y teníamos que estar preparados. No
sabíamos lo que pondría en la revista, tampoco cómo eran las fotos. Lo único
que nos constaba a ciencia cierta es que
existían imágenes. Un amigo de mi manager que trabajaba en la prensa se enteró
y se lo comunicó rápidamente. También nos dijo que la revista saldría a la luz
al día siguiente. Hasta ese momento no tendríamos ni idea de nada.
-Malú, tranquila. – Me dijo la mujer. – La prensa nunca ha
conseguido saber nada de tu vida privada.
-Pero ahora lo veo diferente… - Confesé. – Siento que se nos
va de las manos.
-Hasta mañana no lo sabremos.
Aitor estaba escuchando la conversación desde el sillón. Se
le notaba incómodo y molesto. No me gustaba verle en esa situación. Al fin y al
cabo, la culpa de que nuestra relación no fuera normal era mía. Por mucho que me engañase a mi misma, salir conmigo no era tan fácil como con otras chicas. Mi profesión complicaba todo.
De pronto, se
levantó sin decir nada echándose las manos a la cabeza y salió al jardín. Rosa
me miró extrañada. Me disculpé con ella y salí siguiendo sus pasos. Crucé la
cristalera y una ráfaga de viento me sorprendió. A pesar de que el día era
soleado empezaba a notarse que se acercaban días de frío. Cogí una manta y
volví a asomarme a la calle. Vi a mi chico sentado en el bordillo de la
piscina, con los pies sumergidos en el agua. En silencio, me senté a su lado.
Me remangué los pantalones para meter los pies en la piscina. Sentí como me
estremecía porque el agua estaba congelada. Nos envolví a los dos en la manta y dejé
caer mi cabeza en su brazo. Suspiró y me rodeó con el brazo.
-Siento haberte metido en esto. – Pasé la mano sobre su
muslo.
-No pasa nada. - Besó mi cabeza. - Simplemente es que no estoy acostumbrado.
-Lo sé. Perdóname lo de antes.
-Malú, son tus decisiones. Te he propuesto contar lo nuestro
porque creía que era buena idea, pero la última palabra es tuya. – Cogió mi
mano. – Yo quiero que hagas lo que quieras siempre que estés feliz.
-No te voy a mentir. Yo no te puedo ofrecer paseos por El
Retiro de la mano, tomar un helado en plena Gran Vía o ir al cine juntos. Al
menos no por ahora.
-Gorda, eso es lo de menos. - Rió por mis palabras. - El paseo puede ser por la
habitación, el helado en la cocina y el cine en el sofá. Si es contigo será
suficiente.
-¿Cómo eres tan mono? – Sonrió.
-Eres tú, que me sacas el lado cursi.
Y con un beso acabamos la conversación. Aitor me sabía
comprender y respetó mi decisión. Ojalá pudiera salir a la calle y gritar a los
cuatro vientos que le quería. Pero yo no estaba preparada para eso. Supongo que
puedo denominarme cobarde. Solo esperaba
que Aitor siguiera entendiéndome y no se cansara de tener que ocultarnos. Su
apoyo me venía genial para pasar cualquier turbulencia. En tan poco tiempo
había aprendido a tratarme justo como yo lo necesitaba en cada momento.
Cuando entramos a la casa Rosa seguía allí mirando cosas en
su portátil. Dijo que tenía que irse y así lo hizo. Quedamos en que volvería al
día siguiente temprano para ver qué pasaba con la prensa y las fotos.
Esa noche apenas pude dormir. La incertidumbre se apoderaba
de mí y no hacía más que girar a un lado y otro de la cama. Tampoco Aitor lo
pasó bien, pero a él se le sumó otro contratiempo. Cuando por fin consiguió
pegar ojo, se despertó por el dolor de rodilla. Le di una pastilla que calmó su
tortura durante el resto de la noche. Era totalmente comprensible su dolor de
pierna. No solo vino en coche hasta mi casa, sino que también metió la rodilla
en el agua helada de la piscina. Era un cabezota que no se cuidaba. Sí seguía así acabaría mal.
Al poco de amanecer nos levantamos. Cuando estábamos
desayunando llegó Rosa con un taco de revistas entre las manos y cara de pocos
amigos.
-Eres portada en todas las revistas. – Lo soltó sin rodeos
mientras entraba. – Joder, Malú. Me tenías que haber contado todo ayer.
Miré las revistas y casi me caigo redonda. Habían captado el momento en el que Patricia y yo nos sentamos en el suelo del
parque. Era justo cuando me iba a besar, ambas sonreíamos bastante
cercanas. Afortunadamente no capturaron el beso. O si lo hicieron no se apreciaba claramente en esas fotos. Los titulares eran diversos pero todos se resumían en lo mismo: “Malú
podría haber encontrado el amor donde menos nos esperábamos.” Ojeé las revistas
una a una. En todas nos dedicaban más de tres páginas repletas de fotografías.
Corriendo por Madrid, sentadas en el césped e incluso cuando me tiró el agua.
Se notaba de lejos que eso no era una simple amistad. Miré a Aitor, que estaba
fumando.
Era la primera vez que le veía hacerlo. No me salían ni las palabras.
Todas esas imágenes me habían pillado desprevenida.
-Es peor de lo que esperaba. – Siguió hablando mi mánager. –
No tenía ni idea de estas fotos tan comprometidas.
-Lo siento. – Saqué un hilito de voz.
Mi móvil comenzó a sonar. Era mi madre. Dijo que se había
enterado de todo y vendría lo antes posible. Segundos más tarde volvió a
escucharse mi tono de llamada. Un número desconocido. Colgué, pero volvieron a
insistir. Se repitió en continuas ocasiones hasta que decidí apagarlo. Empezaba
el acoso del mundo del corazón. Si
alguien importante me necesitaba me llamaría al móvil personal. Me empecé a agobiar
y sentía que me faltaba el aire. Aitor se dio cuenta y vino corriendo a mí con
un vaso de agua. Bebí despacio y me abracé a él mientras los sollozos y las
lágrimas se adueñaron de mí.
-Saldremos de esto. – Me susurró al oído.
Necesitaba tomar el aire. Llevaba puesto un chándal. Me hice
una coleta rápida y me dispuse a salir a la calle con mis perras para dar un
paseo. Pero cuando abrí la puerta cientos de flashes me paralizaron.
Me quedé
en la puerta sin capacidad de moverme. Empezaron a fusilarme con preguntas que
ni logré entender con tanto alboroto. Allí podía haber más de quince
periodistas. Alguien me agarró de la mano y me metió en casa, cerrando la
puerta de un portazo.
No pude más. La presión acabó con mis fuerzas. Mis piernas
se empezaron a tambalear hasta que no aguantaron más y se doblaron. Aitor
estaba a mi lado y me agarró antes de que mi cuerpo impactara con el suelo. No
perdí del todo la cordura. Podía escuchar las voces como un eco y veía borroso.
Me tumbaron en el sofá y Rosa me abanicaba con algo que no distinguía.
Todo lo que había conseguido en tantos años se
derrumbaba frente a mí, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.
“Pero ahora vivo dentro del temible escaparate,
Y tengo que aguantar sin anestesia los ataques.
Y aguantaré lo que me echen, pues así llegué a nacer.”
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