jueves, 5 de junio de 2014

Capítulo 27.

El plan de ir a comer a casa de mis padres se descartó inmediatamente cuando me llamó Rosa. Tenía muchas ganas de que Aitor les conociera, pero ahora devíamos resolver cosas más importantes. Para mí,  que se publicaran esas fotos sería un gran palo. No me lo esperaba para nada. Me sentía como una imbécil profunda. Las culpable de todos los problemas. En ese momentos me sentí hasta la responsable de la falta de alimento en ciertas zonas de África. No sólo me hacía daño a mi, también a Patricia y Aitor, y no me veía capaz de perdonármelo o de ser perdonada. 

Rosa llegó a mi casa en poco tiempo. Según ella, la que se nos venía encima podía ser tremenda y teníamos que estar preparados. No sabíamos lo que pondría en la revista, tampoco cómo eran las fotos. Lo único que nos constaba  a ciencia cierta es que existían imágenes. Un amigo de mi manager que trabajaba en la prensa se enteró y se lo comunicó rápidamente. También nos dijo que la revista saldría a la luz al día siguiente. Hasta ese momento no tendríamos ni idea de nada.

-Malú, tranquila. – Me dijo la mujer. – La prensa nunca ha conseguido saber nada de tu vida privada.

-Pero ahora lo veo diferente… - Confesé. – Siento que se nos va de las manos.

-Hasta mañana no lo sabremos.

Aitor estaba escuchando la conversación desde el sillón. Se le notaba incómodo y molesto. No me gustaba verle en esa situación. Al fin y al cabo, la culpa de que nuestra relación no fuera normal era mía. Por mucho que me engañase a mi misma, salir conmigo no era tan fácil como con otras chicas. Mi profesión complicaba todo. 

De pronto, se levantó sin decir nada echándose las manos a la cabeza y salió al jardín. Rosa me miró extrañada. Me disculpé con ella y salí siguiendo sus pasos. Crucé la cristalera y una ráfaga de viento me sorprendió. A pesar de que el día era soleado empezaba a notarse que se acercaban días de frío. Cogí una manta y volví a asomarme a la calle. Vi a mi chico sentado en el bordillo de la piscina, con los pies sumergidos en el agua. En silencio, me senté a su lado. Me remangué los pantalones para meter los pies en la piscina. Sentí como me estremecía porque el agua estaba congelada. Nos envolví a los dos en la manta y dejé caer mi cabeza en su brazo. Suspiró y me rodeó con el brazo.

-Siento haberte metido en esto. – Pasé la mano sobre su muslo.

-No pasa nada. - Besó mi cabeza. - Simplemente es que no estoy acostumbrado.

-Lo sé. Perdóname lo de antes. 

-Malú, son tus decisiones. Te he propuesto contar lo nuestro porque creía que era buena idea, pero la última palabra es tuya. – Cogió mi mano. – Yo quiero que hagas lo que quieras siempre que estés feliz.

-No te voy a mentir. Yo no te puedo ofrecer paseos por El Retiro de la mano, tomar un helado en plena Gran Vía o ir al cine juntos. Al menos no por ahora.

-Gorda, eso es lo de menos. - Rió por mis palabras. - El paseo puede ser por la habitación, el helado en la cocina y el cine en el sofá. Si es contigo será suficiente.

-¿Cómo eres tan mono? – Sonrió.

-Eres tú, que me sacas el lado cursi.

Y con un beso acabamos la conversación. Aitor me sabía comprender y respetó mi decisión. Ojalá pudiera salir a la calle y gritar a los cuatro vientos que le quería. Pero yo no estaba preparada para eso. Supongo que puedo denominarme cobarde.  Solo esperaba que Aitor siguiera entendiéndome y no se cansara de tener que ocultarnos. Su apoyo me venía genial para pasar cualquier turbulencia. En tan poco tiempo había aprendido a tratarme justo como yo lo necesitaba en cada momento.

Cuando entramos a la casa Rosa seguía allí mirando cosas en su portátil. Dijo que tenía que irse y así lo hizo. Quedamos en que volvería al día siguiente temprano para ver qué pasaba con la prensa y las fotos.

Esa noche apenas pude dormir. La incertidumbre se apoderaba de mí y no hacía más que girar a un lado y otro de la cama. Tampoco Aitor lo pasó bien, pero a él se le sumó otro contratiempo. Cuando por fin consiguió pegar ojo, se despertó por el dolor de rodilla. Le di una pastilla que calmó su tortura durante el resto de la noche. Era totalmente comprensible su dolor de pierna. No solo vino en coche hasta mi casa, sino que también metió la rodilla en el agua helada de la piscina. Era un cabezota que no se cuidaba. Sí seguía así acabaría mal. 

Al poco de amanecer nos levantamos. Cuando estábamos desayunando llegó Rosa con un taco de revistas entre las manos y cara de pocos amigos.

-Eres portada en todas las revistas. – Lo soltó sin rodeos mientras entraba. – Joder, Malú. Me tenías que haber contado todo ayer.

Miré las revistas y casi me caigo redonda. Habían captado el momento en el que Patricia y yo nos sentamos en el suelo del parque. Era justo cuando me iba a besar, ambas sonreíamos bastante cercanas. Afortunadamente no capturaron el beso. O si lo hicieron no se apreciaba claramente en esas fotos. Los titulares eran diversos pero todos se resumían en lo mismo: “Malú podría haber encontrado el amor donde menos nos esperábamos.” Ojeé las revistas una a una. En todas nos dedicaban más de tres páginas repletas de fotografías. Corriendo por Madrid, sentadas en el césped e incluso cuando me tiró el agua. Se notaba de lejos que eso no era una simple amistad. Miré a Aitor, que estaba fumando.



 Era la primera vez que le veía hacerlo. No me salían ni las palabras. Todas esas imágenes me habían pillado desprevenida.

-Es peor de lo que esperaba. – Siguió hablando mi mánager. – No tenía ni idea de estas fotos tan comprometidas.

-Lo siento. – Saqué un hilito de voz.

Mi móvil comenzó a sonar. Era mi madre. Dijo que se había enterado de todo y vendría lo antes posible. Segundos más tarde volvió a escucharse mi tono de llamada. Un número desconocido. Colgué, pero volvieron a insistir. Se repitió en continuas ocasiones hasta que decidí apagarlo. Empezaba el acoso del mundo del corazón.  Si alguien importante me necesitaba me llamaría al móvil personal. Me empecé a agobiar y sentía que me faltaba el aire. Aitor se dio cuenta y vino corriendo a mí con un vaso de agua. Bebí despacio y me abracé a él mientras los sollozos y las lágrimas se adueñaron de mí.

-Saldremos de esto. – Me susurró al oído.

Necesitaba tomar el aire. Llevaba puesto un chándal. Me hice una coleta rápida y me dispuse a salir a la calle con mis perras para dar un paseo. Pero cuando abrí la puerta cientos de flashes me paralizaron.



 Me quedé en la puerta sin capacidad de moverme. Empezaron a fusilarme con preguntas que ni logré entender con tanto alboroto. Allí podía haber más de quince periodistas. Alguien me agarró de la mano y me metió en casa, cerrando la puerta de un portazo. 
No pude más. La presión acabó con mis fuerzas. Mis piernas se empezaron a tambalear hasta que no aguantaron más y se doblaron. Aitor estaba a mi lado y me agarró antes de que mi cuerpo impactara con el suelo. No perdí del todo la cordura. Podía escuchar las voces como un eco y veía borroso. Me tumbaron en el sofá y Rosa me abanicaba con algo que no distinguía.

Todo lo que había conseguido en tantos  años se derrumbaba frente a mí, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.

“Pero ahora vivo dentro del temible escaparate,
Y tengo que aguantar sin anestesia los ataques.
Y aguantaré lo que me echen, pues así llegué a nacer.”

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