Pasaron varios días y mi vida tenía que seguir adelante. Sin ella, eso era lo más complicado. Empecé las sesiones de rehabilitación para que mi rodilla se curara por
completo. Cada mañana a las diez tenía que ir a la consulta y ver a mi nueva
fisioterapeuta, Ainhoa. La chica rondaba los veinticinco años. La primera vez
que la vi quedé asombrado por su altura, medía casi lo mismo que yo, y eso que
mi estatura también era elevada. Era muy alta, pero su cuerpo era delgado y
tonificado, me imaginé que practicaba deporte. Sus ojos eran marrones, su nariz
respingona y su dentadura extremadamente blanca, rodeada de unos finos labios.
La verdad es que era muy guapa. En la primera sesión me observó detenidamente
cada milímetro de la rodilla y se extraño porque al parecer estaba peor de lo
que debería. Obviamente no le conté que el motivo podría ser que había cogido el
coche en varias ocasiones. Y a partir de ahí, las sesiones consistían en ir
doblando grado a grado la articulación hasta que un día lograra plegarla por
completo. No os podéis ni imaginar lo doloroso que era. Me da hasta vergüenza
admitirlo pero todos los días soltaba alguna lágrima.
Y si el dolor que me producía el tratamiento era fuerte, más aún lo era el
provocado por la ausencia de Malú. Con la excusa de que me dolía la rodilla no
salía de casa prácticamente nunca. Mi madre tras la discusión ni me dirigía la
palabra y mi padre como mucho me enviaba algún mensaje, puede que mi madre le
tuviera cohibido. La única que aparecía de vez en cuando para hacerme una
visita era mi hermana. Estaba empeñada en sacarme a pasear para que me aireara.
Llegaba de pronto a casa, obligándome a vestirme y salíamos a dar un paseo. Yo
no aguantaba mucho andando, así que siempre terminábamos sentados en un banco
frente a un estanque con peces y patos a los que echábamos trozos de pan.
Sí, como si fuéramos una pareja de ancianos sin nada mejor que hacer en su vida. Las conversaciones no eran muy fluidas. Yo le preguntaba sobre cuándo le daban la nota de Selectividad. Ella me preguntaba qué había comido ese día. Poco más. Sabía que Raquel estaba deseando saber qué me había pasado con la cantante, pero era prudente y ni siquiera tocaba el tema. Yo se lo agradecía de corazón, pero era obvio que eso no duraría mucho, y llegó el día en que explotó.
Sí, como si fuéramos una pareja de ancianos sin nada mejor que hacer en su vida. Las conversaciones no eran muy fluidas. Yo le preguntaba sobre cuándo le daban la nota de Selectividad. Ella me preguntaba qué había comido ese día. Poco más. Sabía que Raquel estaba deseando saber qué me había pasado con la cantante, pero era prudente y ni siquiera tocaba el tema. Yo se lo agradecía de corazón, pero era obvio que eso no duraría mucho, y llegó el día en que explotó.
-Aitor, ¿qué ha pasado con ella?
La pregunta llego tal y como yo lo esperaba: desgarrándome
algo por dentro. Tragué saliva en varias ocasiones intentando deshacer el nudo
de mi garganta, pero era imposible.
-No sé si puedo decírtelo… - Tuve que ir recogiendo trozos
de valentía para conseguir articular la frase.
-¿Tiene algo que ver con las noticias que están saliendo
últimamente por todos lados? – preguntó.
Era cierto que desde que me fui de su casa enfadado cada día
salía una nueva noticia sobre ella en la prensa, y todas relacionadas con
Patricia. Un día las veían juntas en un restaurante, otro día decían que eran
amigas desde la infancia, otro que tenían una relación oculta… Si encendía la
televisión hablaban de ello, si compraban una revista igual y si miraba el
portátil más de lo mismo. Era insoportable tener que verlas juntas
continuamente. Lo que más me quemaba era la duda. No tenía ni idea de si
seguían fingiendo para ocultar su antiguo noviazgo o era cierto y habían
retomado la relación.
-Sí, Raquel. Esa chica tiene algo que ver.
Quizás no debería haberle dicho nada, pero era mi hermana y
había estado apoyándome siempre. Mientras le contaba cada detalle sobre los
motivos de nuestra ruptura ella me miraba alucinada. No se esperaba para nada
que Malú pudiera haber tenido algo con Patricia. Era una de sus cantantes
favoritas, por lo tanto sabía que existían miles de rumores. Pero era de las
que no se creían que fuera lesbiana, y mucho menos después de saber que
estábamos juntos.
Ese día nos quedamos en aquel banco más de lo normal. Raquel
me dedicaba continuas palabras de consuelo y se había propuesto no dejarme
marchar hasta verme sonreír. Según ella tenía que empezar a conocer
gente para salir de aquel abismo sin fondo en el que Malú me había dejado caer.
Cuando llegué a casa las farolas ya iluminaban las calles.
Cené algo suave y me fui rápidamente a la cama. Las palabras de mi hermana me
habían hecho pensar. Tenía razón. No podía seguir vagando sin rumbo el resto de
días de mi vida. Tenía que hacer algo para cambiar mi actitud lo antes posible.
Y las novedades no tardarían en llegar. Al día siguiente me
levanté temprano para seguir con el tratamiento. Abrí el armario para coger el
chándal que llevaba últimamente, pero cambie de opinión. Si de verdad quería
cambiar debía demostrarlo. Me puse unos vaqueros, una camiseta blanca básica y
un los pies mis Vans negras. Cuando me estaba peinando me quedé mirando mi
rostro en el espejo. Llevaba el pelo como a Malú más le gustaba… Pensé en
peinarlo de otra forma, pero no. A mí me encantaba así y no iba a modificarlo
por ella.
Entré a la clínica tan puntual como de costumbre. Al llamar
a la puerta de la sala y escuché a mi fisioterapeuta dándome permiso para
entrar.
-¡Menudo cambio! – Exclamó nada más verme. - ¿Dónde está el
chándal al que me tienes acostumbrada?
-Alguna vez tendría que lavarlo. – Ambos reímos.
-Pues este cambio te sienta muy bien.
Me sonrojé un poco. Siempre lo hacía cuando alguien me
alagaba. Le agradecí el cumplido y nos pusimos manos a la obra. Como de
costumbre, el dolor era inconcebible. Pero ver cómo poco a poco podía doblar
más la rodilla me reconfortaba. Según la chica, en un par de semanas podría
hacer vida normal. Parecerá raro, pero tenía ganas de regresar a mis labores
habituales y retomar mi trabajo en aquel bar perdido en la carretera. En las
últimas semanas ni siquiera había pensado en ello porque solo tenía en mente
pasar el máximo tiempo posible con la cantante, pero ahora que no estaba a mi
lado me sentía vacío y sin nada que hacer.
-Bueno, pues ya estás por hoy. – Señaló mientras se limpiaba
las manos con una toalla. – Mañana más.
-Sí, no me libraré jamás de este sufrimiento.
-Sí, hombre. – Dijo sosegadamente. – Ya te he dicho que dos
semanitas.
Mientras yo me ponía los pantalones me extrañó que ella se
estaba quitando la bata y cogió sus pertenencias.
-¿Te vas? – Pregunté.
-No tengo pacientes hasta las doce, así que me voy a tomar
algo. – Me explicó mientras salíamos de la habitación. – Tenía otra sesión,
pero me llamaron ayer a última hora para cancelarlo.
-Pues hasta las doce te falta un buen rato… - Miré el reloj
y no eran más de las once.
-La verdad es que sí. ¿Por qué no vienes conmigo?
Me sorprendió el ofrecimiento de la joven. Lo primero que se
me pasó por la cabeza fue rechazar su oferta, me apetecía más tumbarme en mi
habitación a recordar momentos con Malú. Pero era consciente de que lo único
que conseguiría con eso sería seguir haciéndome daño. Además, tras la
conversación con mi hermana veía las cosas de una manera totalmente
diferente.
-Perfecto. – Acepté. – Pero yo invito.
Llegamos a una cafetería cercana. Ella se decantó por un
café con tostadas y yo preferí un Cola-Cao con galletas. La chica al ver mi
elección se empezó a reír bruscamente.
-¿Tiene algo de malo que beba esto? – Pregunté haciéndome el
indignado.
-Para nada. – Alzó la mirada hacia el techo y con el dedo
índice comenzó a rascarse la barbilla. – Es solo que me has recordado a mi
sobrino de seis años.
-Deja de reírte de mí. – Exclamé. – Mejor cuéntame algo sobre ti.
-Pues a ver… -Se quedó pensativa con la mirada perdida en el
horizonte, poniendo una cara muy graciosa.
-Me llamo Ainhoa, estudié
fisioterapia…
-Vale, ahora cuéntame algo que no sepa. – Dije entrelazando
mis manos sobre la mesa.
Tras reírse durante unos segundos, me empezó a contar cosas
sobre ella. Al parecer tenía una hermana mayor casada y con un hijo. La chica
se llamaba Beatriz y no tenían una relación maravillosa porque su madre había
demostrado demasiados favoritismos hacía
la mayor de ambas. Ahora se limitaban a quedar de vez en cuando para que Ainhoa
pudiera pasar un rato con su sobrino. También me contó que tenía otro hermano
de dieciocho años que iba a empezar a estudiar dentro de poco Filología
Inglesa. Cuando nos quisimos dar cuenta era la hora de que la joven tratara a
su próximo paciente. Pagué, tal y como había prometido, y la acompañe hasta su
puesto de trabajo.
-Bueno, Aitor. – Dijo cuando llegamos al destino. – Muchas
gracias por acompañarme en el desayuno.
-Gracias a ti, no tenía nada mejor que hacer.
Me aproximé a ella para darla un abrazo. Cuando nos fuimos a
separar, nuestras miradas se toparon la una con la otra. Nuestros ojos
empezaron a hablar y a tomar decisiones por sí mismos, y cuando me quise dar
cuanta la tenía muy cerca. Quizá demasiado.
“Vivir, aunque el camino se derrumbe frente a mí,
Yo sigo y no me rendiré.”
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