jueves, 19 de junio de 2014

Capítulo 31.

Pasaron varios días y mi vida tenía que seguir adelante. Sin ella, eso era lo más complicado. Empecé las sesiones de rehabilitación para que mi rodilla se curara por completo. Cada mañana a las diez tenía que ir a la consulta y ver a mi nueva fisioterapeuta, Ainhoa. La chica rondaba los veinticinco años. La primera vez que la vi quedé asombrado por su altura, medía casi lo mismo que yo, y eso que mi estatura también era elevada. Era muy alta, pero su cuerpo era delgado y tonificado, me imaginé que practicaba deporte. Sus ojos eran marrones, su nariz respingona y su dentadura extremadamente blanca, rodeada de unos finos labios. La verdad es que era muy guapa. En la primera sesión me observó detenidamente cada milímetro de la rodilla y se extraño porque al parecer estaba peor de lo que debería. Obviamente no le conté que el motivo podría ser que había cogido el coche en varias ocasiones. Y a partir de ahí, las sesiones consistían en ir doblando grado a grado la articulación hasta que un día lograra plegarla por completo. No os podéis ni imaginar lo doloroso que era. Me da hasta vergüenza admitirlo pero todos los días soltaba alguna lágrima. Y si el dolor que me producía el tratamiento era fuerte, más aún lo era el provocado por la ausencia de Malú. Con la excusa de que me dolía la rodilla no salía de casa prácticamente nunca. Mi madre tras la discusión ni me dirigía la palabra y mi padre como mucho me enviaba algún mensaje, puede que mi madre le tuviera cohibido. La única que aparecía de vez en cuando para hacerme una visita era mi hermana. Estaba empeñada en sacarme a pasear para que me aireara. Llegaba de pronto a casa, obligándome a vestirme y salíamos a dar un paseo. Yo no aguantaba mucho andando, así que siempre terminábamos sentados en un banco frente a un estanque con peces y patos a los que echábamos trozos de pan.




Sí, como si fuéramos una pareja de ancianos sin nada mejor que hacer en su vida. Las conversaciones no eran muy fluidas. Yo le preguntaba sobre cuándo le daban la nota de Selectividad. Ella me preguntaba qué había comido ese día. Poco más. Sabía que Raquel estaba deseando saber qué me había pasado con la cantante, pero era prudente y ni siquiera tocaba el tema. Yo se lo agradecía de corazón, pero era obvio que eso no duraría mucho, y llegó el día en que explotó.

-Aitor, ¿qué ha pasado con ella?

La pregunta llego tal y como yo lo esperaba: desgarrándome algo por dentro. Tragué saliva en varias ocasiones intentando deshacer el nudo de mi garganta, pero era imposible.

-No sé si puedo decírtelo… - Tuve que ir recogiendo trozos de valentía para conseguir articular la frase.

-¿Tiene algo que ver con las noticias que están saliendo últimamente por todos lados? – preguntó.

Era cierto que desde que me fui de su casa enfadado cada día salía una nueva noticia sobre ella en la prensa, y todas relacionadas con Patricia. Un día las veían juntas en un restaurante, otro día decían que eran amigas desde la infancia, otro que tenían una relación oculta… Si encendía la televisión hablaban de ello, si compraban una revista igual y si miraba el portátil más de lo mismo. Era insoportable tener que verlas juntas continuamente. Lo que más me quemaba era la duda. No tenía ni idea de si seguían fingiendo para ocultar su antiguo noviazgo o era cierto y habían retomado la relación.

-Sí, Raquel. Esa chica tiene algo que ver.

Quizás no debería haberle dicho nada, pero era mi hermana y había estado apoyándome siempre. Mientras le contaba cada detalle sobre los motivos de nuestra ruptura ella me miraba alucinada. No se esperaba para nada que Malú pudiera haber tenido algo con Patricia. Era una de sus cantantes favoritas, por lo tanto sabía que existían miles de rumores. Pero era de las que no se creían que fuera lesbiana, y mucho menos después de saber que estábamos juntos.

Ese día nos quedamos en aquel banco más de lo normal. Raquel me dedicaba continuas palabras de consuelo y se había propuesto no dejarme marchar hasta verme sonreír. Según ella tenía que empezar a  conocer gente para salir de aquel abismo sin fondo en el que Malú me había dejado caer.

Cuando llegué a casa las farolas ya iluminaban las calles. Cené algo suave y me fui rápidamente a la cama. Las palabras de mi hermana me habían hecho pensar. Tenía razón. No podía seguir vagando sin rumbo el resto de días de mi vida. Tenía que hacer algo para cambiar mi actitud lo antes posible.

Y las novedades no tardarían en llegar. Al día siguiente me levanté temprano para seguir con el tratamiento. Abrí el armario para coger el chándal que llevaba últimamente, pero cambie de opinión. Si de verdad quería cambiar debía demostrarlo. Me puse unos vaqueros, una camiseta blanca básica y un los pies mis Vans negras. Cuando me estaba peinando me quedé mirando mi rostro en el espejo. Llevaba el pelo como a Malú más le gustaba… Pensé en peinarlo de otra forma, pero no. A mí me encantaba así y no iba a modificarlo por ella.

Entré a la clínica tan puntual como de costumbre. Al llamar a la puerta de la sala y escuché a mi fisioterapeuta dándome permiso para entrar.

-¡Menudo cambio! – Exclamó nada más verme. - ¿Dónde está el chándal al que me tienes acostumbrada?

-Alguna vez tendría que lavarlo. – Ambos reímos.

-Pues este cambio te sienta muy bien.

Me sonrojé un poco. Siempre lo hacía cuando alguien me alagaba. Le agradecí el cumplido y nos pusimos manos a la obra. Como de costumbre, el dolor era inconcebible. Pero ver cómo poco a poco podía doblar más la rodilla me reconfortaba. Según la chica, en un par de semanas podría hacer vida normal. Parecerá raro, pero tenía ganas de regresar a mis labores habituales y retomar mi trabajo en aquel bar perdido en la carretera. En las últimas semanas ni siquiera había pensado en ello porque solo tenía en mente pasar el máximo tiempo posible con la cantante, pero ahora que no estaba a mi lado me sentía vacío y sin nada que hacer.

-Bueno, pues ya estás por hoy. – Señaló mientras se limpiaba las manos con una toalla. – Mañana más.

-Sí, no me libraré jamás de este sufrimiento.

-Sí, hombre. – Dijo sosegadamente. – Ya te he dicho que dos semanitas.

Mientras yo me ponía los pantalones me extrañó que ella se estaba quitando la bata y cogió sus pertenencias.

-¿Te vas? – Pregunté.

-No tengo pacientes hasta las doce, así que me voy a tomar algo. – Me explicó mientras salíamos de la habitación. – Tenía otra sesión, pero me llamaron ayer a última hora para cancelarlo.

-Pues hasta las doce te falta un buen rato… - Miré el reloj y no eran más de las once.

-La verdad es que sí. ¿Por qué no vienes conmigo?

Me sorprendió el ofrecimiento de la joven. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue rechazar su oferta, me apetecía más tumbarme en mi habitación a recordar momentos con Malú. Pero era consciente de que lo único que conseguiría con eso sería seguir haciéndome daño. Además, tras la conversación con mi hermana veía las cosas de una manera totalmente diferente. 

-Perfecto. – Acepté. – Pero yo invito.

Llegamos a una cafetería cercana. Ella se decantó por un café con tostadas y yo preferí un Cola-Cao con galletas. La chica al ver mi elección se empezó a reír bruscamente.

-¿Tiene algo de malo que beba esto? – Pregunté haciéndome el indignado.

-Para nada. – Alzó la mirada hacia el techo y con el dedo índice comenzó a rascarse la barbilla. – Es solo que me has recordado a mi sobrino de seis años.

-Deja de reírte de mí. – Exclamé. – Mejor cuéntame algo sobre ti.

-Pues a ver… -Se quedó pensativa con la mirada perdida en el horizonte, poniendo una cara muy graciosa. 

-Me llamo Ainhoa, estudié fisioterapia…

-Vale, ahora cuéntame algo que no sepa. – Dije entrelazando mis manos sobre la mesa.

Tras reírse durante unos segundos, me empezó a contar cosas sobre ella. Al parecer tenía una hermana mayor casada y con un hijo. La chica se llamaba Beatriz y no tenían una relación maravillosa porque su madre había demostrado demasiados favoritismos hacía la mayor de ambas. Ahora se limitaban a quedar de vez en cuando para que Ainhoa pudiera pasar un rato con su sobrino. También me contó que tenía otro hermano de dieciocho años que iba a empezar a estudiar dentro de poco Filología Inglesa. Cuando nos quisimos dar cuenta era la hora de que la joven tratara a su próximo paciente. Pagué, tal y como había prometido, y la acompañe hasta su puesto de trabajo.

-Bueno, Aitor. – Dijo cuando llegamos al destino. – Muchas gracias por acompañarme en el desayuno.

-Gracias a ti, no tenía nada mejor que hacer.

Me aproximé a ella para darla un abrazo. Cuando nos fuimos a separar, nuestras miradas se toparon la una con la otra. Nuestros ojos empezaron a hablar y a tomar decisiones por sí mismos, y cuando me quise dar cuanta la tenía muy cerca. Quizá demasiado.

“Vivir, aunque el camino se derrumbe frente a mí,
Yo sigo y no me rendiré.”


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