-¡Aitor! ¡Vamos a llegar tarde! – Gritó mi chica desde el
salón.
Me retoqué por última vez el pelo. Ya había perdido la
cuenta de las veces que lo había hecho. Cogí la cartera y el móvil y bajé lo
más rápido posible las escaleras. En ese momento agradecí no tener que llevar
muletas. Tras lo que pasó con Ainhoa decidí cambiar de fisioterapeuta. El
nuevo no era tan majo ni agradable, pero por lo menos hacía bien su trabajo.
Tenía una notable cojera aunque no
necesitaba llevar muletas. Malú ya estaba totalmente preparada, incluso tenía
el bolso y las llaves del coche en la mano. Su postura era un cuadro: estaba
apoyada en la mesa del comedor, con los brazos cruzados y dando golpecitos con
la punta del pie en el suelo. Cuando me vio se miró la muñeca haciendo que
tenía un reloj y puso los brazos en forma de jarras mientras levantaba mucho
las cejas.
-Ya estoy. – Posé mis labios brevemente sobre los suyos, pero
ella seguía sin moverse.
-¡Por fin! – Exclamó alzando los brazos. – Para que luego
digan que las chicas tardamos en arreglarnos más que los hombres…
-Eso es verdad. – Asentí. – Lo que pasa es que hoy es una
situación especial…
Y realmente lo era. Ese día íbamos a comer con la familia de
la cantante. Según ella, el único que no sabía nada de nuestra relación era su
padre. Los demás ya estaban enterados. La verdad es que no sé si eso me
aliviaba o me ponía más nervioso. Por una parte, solo tendríamos que contárselo
a él. Pero por otro lado temía su reacción al darse cuenta de que sería el
último en saber de nuestro noviazgo. Además, no solo era el padre de mi novia,
sino que también era un artista al que yo tenía mucho respeto.
Habíamos quedado en un restaurante al que Malú solía ir con
ellos cuando tenía algo de tiempo libre. Allí ya les conocían y disponían de la
intimidad necesaria.
Al llegar nos atendió un chico joven trajeado. Supuse por
cómo hablaba con Malú que no era la primera vez que se veían. Nos dirigió por
los pasillos hasta una sala de la planta baja en la que había muchas menos
mesas y estaban separadas entre sí por grandes distancias. El suelo era de
madera y la pared de roca, un estilo muy rústico. El sitio se iluminaba con
tenues luces de color rojo. Era tan
bonito como acogedor. Idóneo para conocer a tu suegro.
-Están en la mesa del fondo a la derecha. – Indicó el chico
con la mano. – En un momento traigo la carta.
-Muchas gracias, Ismael.
Debido a la grandeza de la sala aún no se habían percatado
de nuestra llegada. Me empezaron a sudar las manos por el nerviosismo. Respiré
profundamente en repetidas ocasiones. Malú se dio cuenta y me acarició la
mejilla, transmitiéndome todo el apoyo necesario para avanzar hacia la mesa.
Cuando estábamos a punto de llegar Malú me susurró un “todo va a ir bien” de lo
más creíble. ¿Cómo iba a ir algo mal teniéndola a mi lado?
-¡Hola familia! – Dijo Malú cuando estábamos a escasos pasos
de la mesa.
Todos nos miraron con una sonrisa excepto Pepe,
probablemente porque era el único que no sabía que yo iba a ir a la comida. El
hombre tenía cara de desconcertado y alternaba su mirada entre su hija y yo.
Los demás se levantaron para saludarnos. De los allí presentes a la única a la
que ya conocía era a Pepi, pero lo disimulamos bastante bien.
-Al fin te conozco, chaval… - Me dijo José muy bajito en mi
oído para que nadie se enterase cuando me tocó el turno de saludarle.
Tras conocer a la novia del guitarrista, solo faltaba su
padre. Se levantó lentamente todavía con un gesto torcido y se acercó a mí.
-Encantado. – Estrechó mi mano fuertemente. Después saludó a
su hija y nos sentamos alrededor de la mesa. – Bueno hija, ¿me vas a decir quién es este
chico?
-Eso hermanita, ¿quién es? – Se escucharon algunas risas en
la mesa ante la broma de José.
-Pues se llama Aitor... – Hizo una pausa para buscar mis
ojos. Era el momento de confesarlo. Probablemente su padre ya se había
imaginado quién era yo, pero nos tocaba confirmárselo por si aún le quedaba
alguna duda. Malú tomó mi mano y asintió. – Y es mi novio.
La mesa se quedó en total silencio esperando a que el hombre
dijera algo. Yo ya estaba tranquilo, con su mano sobre la mía. Pepe observó
detenidamente a todos los que estábamos allí un por uno.
-Deduzco que soy el último en enterarme. – Dijo finalmente,
acompañándose de una sonrisa.
Nos hizo reír a todos. El poco nerviosismo y presión que
quedaban se esfumaron por completo cuando pronunció aquellas palabras. Noté como todos mis músculos de mi cuerpo se destensaban y logré sonreír ampliamente.
-Lo siento, papá. – Dijo Malú. – Pero entre unas cosas y
otras… no habíamos tenido tiempo de presentaciones.
-Chiquilla… pero yo creía que… tú… - Dudó en qué palabras
elegir. – En fin, últimamente en las revistas se hablan muchas cosas de ti y de...
-Lo sé… - Malú se rió ante aquello. – Pero la vuelta de
Patricia es una historia muy larga.
Todo iba viento en popa. Pusimos a Pepe al día de todo
lo que había pasado en las últimas semanas. Bueno, casi todo. Pasamos por alto
la infidelidad de Malú. Eso era pasado que preferimos recordar lo menos posible
y que, además, mejor que quedara entre nosotros. Al fin y al cabo, si queríamos
que su familia aceptara nuestra relación, teníamos que dar una imagen de pareja
estable. Para mí eso no fue problema, porque yo tenía claro que no quería
separarme de ella nunca más. Los días a su lado me sentía mucho más feliz y
habiendo encontrado ese estado de felicidad, ¿cómo iba a imaginarme una vida
lejos de ella? Lo único que deseaba era que las cosas siguieran así. Poder
disfrutar de su aroma en mi almohada, sumergirme en su cuello, aprenderme la
localización de cada lunar en su piel… Incluso quería seguir sintiendo que se
me paraba el corazón cuando notaba sus labios junto a los míos. Hace tiempo
pensé que no se podía amar a alguien más de lo que yo amé, pero ahora comprendo
que estaba equivocado. De pronto, apareció ella en mi vida poniéndola patas
arriba. Pasé de ser un chico normal a sentirme el hombre más afortunado del
universo. Para mí la felicidad la conforman cada uno de sus besos, sus abrazos,
sus miradas, sus sonrisas… y un largo etcétera que no me veo capaz de acabar
sin derretirme antes. Pero lo que sí puedo confirmar, sin miedo a equivocarme,
es que mi felicidad es ella.
La comida fue exquisita. Para empezar trajeron embutidos
como entrantes. Después, nos dieron a elegir entre ensalada `caprese´, gazpacho
o brochetas de camarón. El plato principal fue cordero al horno. Lo pusieron en
la mesa para que pudiéramos disfrutar de su olor unos instantes hasta que
vinieron a servirlo. Si olía bien, sabía mejor. Nunca había probado un cordero
tan bueno. Llegaron los postres y yo no podía más. Sin embargo, mi chica aún
tenía hambre. Se pidió unas tortitas con chocolate y frambuesas que me dejaron
alucinando. No logro entender en qué parte de su cuerpo diez mete todo lo
que toma a lo largo del día. Yo me conformé con un café frío para bajar la
comida.
A eso de las cinco de la tarde, el camarero dejó de traer
cafés para empezar con las copas. Las conversaciones se empezaron a animar y la
mayoría teníamos ya ese puntillo de diversión que provocaba el alcohol.
-Una cosa te digo Aitor… -Pepe me pasó el brazo alrededor de
los hombros. – Espero que cuides bien a mi niña.
-Papá, ya no bebas más eh. – Bromeó Malú.
-Déjale, así es cuando más divertido está. – José sonrió.
-No estoy borracho. – Se puso serio y me ladeó la cabeza
para mirarme a los ojos. – Si vas a estar con mi hija tienes que saber cuidarla
cómo se merece, porque ella es especial.
-Créame que lo sé. – Respondí. Era plenamente consciente de
que no existía nadie en el mundo que desprendiera más magia que ella. – Puede
estar tranquilo, voy a tratarla como a una princesa.
Malú me sonrió como solo ella sabe. Nadie se atrevió a
pronunciar palabra tras mi declaración. Puede que sonara un poco empalagoso,
pero era lo que sentí en aquel momento.
-Tranquilo Aitor, yo pasé por algo parecido cuando José me
presentó a su familia.
Afortunadamente Rebeca rompió el silencio haciéndonos reír.
Me contaron cómo fue ese momento en el que José
presentó a Rebeca en casa, entre otras muchas anécdotas cada cuál más
graciosa que la anterior. Esa familia tenía mucho arte para contar las cosas.
Podrían relatarte lo que sea, que te sacarían una sonrisa.
-¡Vamos a tomar la última a un bar! – Propuso José.
-Nosotros no podemos… – Dijo Malú. – Tenemos que pasear a
Chispas.
-¿Ya has recogido otro perro? – Preguntó Pepi asombrada. –
Hija, siempre igual. Tu casa parece un zoo…
-No, mamá. No lo he
recogido… La culpa es de él. – La cantante me señaló. – Que me ha regalado un
chihuahua monísimo.
-¡No sabes lo que has hecho! – Se mofó el guitarrista. – Cuando le haga
más caso al perrito que a ti te arrepentirás…
-Imbécil… - Malú dio una colleja a su hermano.
Yo contemplaba la escena desde mi sitio mientras Malú se lo pasaba
en grande con su familia. Y así era como yo la quería ver todos los días: sinriendo, y si era posible, a mi lado.
“Eres mi gusto, mi capricho, mi debilidad.
¿Y qué me has hecho tú?
Que ya todo eres tú,
A fin de cuentas mi vida eres tú.”
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