domingo, 15 de junio de 2014

Capítulo 30.

De alguna forma que aún no recuerdo llegamos a la cama. Hacía rato que nuestros tacones se habían perdido y nuestros cuerpos tenían ganas de más. Estábamos imparables. En ese momento sólo podía pensar en ella y el deseo que me provocaba su cuerpo. Sus manos irrefrenables se deslizaban por mis piernas. Me quitó la camiseta, que hacia rato que sobraba, y se arrojó a mi cuello sin piedad. Notaba su ardiente lengua recorriéndome y me estremecía. Mientras ella volvía a adueñarse de mi boca yo trataba de desabrochar lo más rápidamente posible los botones de su camisa. El único sonido apreciable en la habitación era el producido por nuestros cuerpos. Con mis dedos, aún temblorosos, bajé por aquellas largas piernas sus ajustados pantalones. Ella hizo lo mismo, pero con mucha más destreza. Como era habitual, estaba segura de sí misma. Se notaba perfectamente quién llevaba las riendas en esa situación. Mis manos en su cintura. Las suyas alborotando mis cabellos. Cada segundo que pasaba era más difícil mantener una respiración regular.



 Se despojó de mi sujetador con un ágil movimiento. Antes de sumergirse en mi pecho me dirigió una intensa mirada, con la intención de que me perdiera en ella. Y lo consiguió. Sus ojos seguían siendo aquel laberinto del que no había encontrado la salida. A partir de ahí, solo me quedó disfrutar de cada escalofrío que producía en mí. Deslizó la punta de su nariz por mi vientre hasta llegar a una zona más íntima. Con unas manos decididas me quitó el tanga. Yo me dejaba hacer, no quería parar aunque sabía que debía. No tuvo reparo en acariciar mi sexo con su lengua. Y Jugó. Se divirtió con aquella parte de mi cuerpo sin ningún tapujo. Con frenesí. A diferentes velocidades. Ella sabía como me gustaba, se acordaba perfectamente. Sin ningún pudor. No tardó en hacer uso de sus audaces dedos. Se introducía en mí mientras me besaba. En el cuello. En la boca. Volviéndome loca. Mi vientre ascendía y descendía a gran velocidad. Estaba exhausta. Y justo en el momento en el que me hizo llegar al clímax unas lágrimas se deslizaron por mis mejillas. Emití un pequeño sollozo y Patricia levantó la mirada de golpe para observarme.

-Ey, ¿qué ha pasado? – Mi llanto, cada vez más severo, impidió que la respondiera. - ¿Estás bien? – Me senté con la cabeza entre las rodillas, hecha una bola. Ella se puso de rodillas a mi lado. - ¿He hecho algo mal?

-Soy yo… - Aún con la cabeza escondida cogí fuerzas para seguir hablando. – Esto no tenía que haber pasado.

-¿Por qué? - Me alzó la cabeza para poder mirarme a los ojos. – Escúchame. Lo que nosotras tenemos es único. Lo podrás negar todo el tiempo que quieras, pero lo que tú y yo hemos vivido juntas nunca lo vivirás con nadie. Te quiero, y quiero estar contigo todos los días de mi vida. Deja de engañarte a ti misma. Te cansarás de la aventura temporal que estás viviendo con Aitor y te darás cuenta de que ha sido un error.

Siguió hablando, pero yo no quería escuchar más. Cada palabra que decía era como una puñalada directa al corazón. Puede que tuviera razón. Eso era lo que dolía. Pero en esos momentos estaba tan fuera de lugar que no me lo planteé. Aún con lágrimas en los ojos, cogí mis cosas y me vestí velozmente. Necesitaba huir de ahí. Huir como llevaba haciendo toda la vida. Cuando no encuentro respuestas tiendo a desaparecer. Y odiaba esa parte de mí, pero no conseguía cambiarlo y atreverme a hacerle frente a las cosas. Bajé las escaleras a trompicones mientras ella continuaba dándome razones para que me quedara. La chica aceleró y se puso frente a mí.

-No te vayas.  – Suplicó.

-Lo siento.

Esquivé a la joven y salí de la casa. No podía ni mirarla a la cara. Al fin y al cabo, la culpa no era suya. La que tenía pareja y le había engañado era yo. Y lo peor es que no tenía motivos para hacerlo. Él era maravilloso y estaba colada hasta los huesos, pero algo insólito en Patricia me hizo caer rendida a sus pies aquella noche. Me maldecía a mi misma por no saber contenerme ante ella. Me sentía sucia por lo que acababa de hacer. Las lágrimas embadurnaban mis ojos durante todo el trayecto en taxi hasta casa. 

Al entrar me lo encontré dormido en el sofá, pero esto no duró mucho, porque cuando cerré la puerta se despertó de golpe. Corrí hasta él para abalanzarme a sus brazos.

-¿Qué ha pasado? – Dijo con una voz aún dormida.

-Lo siento, lo siento. – Empecé a darle besos por la cara hasta que me frenó agarrándome de las manos. Fijó sus ojos en los míos y volví a venirme abajo. – Yo no quería. No sé en qué estaba pensando.

-Malú, no te entiendo. – Su tono se había vuelto serio y estaba muy nervioso. 

-Patricia y yo…

No hizo falta que continuara hablando, supo perfectamente cómo iba a acabar aquella frase. Nos quedamos en esa posición hasta que se levantó y subió a la habitación. Fui tras él y le vi coger una mochila de debajo de la cama. Estaba realmente enfadado. En su semblante no quedaba ni una pizca de su habitual felicidad. Metió en la mochila algunas prendas de ropa que en alguna ocasión se dejó. No doblaba ninguna. Se limitaba a meterlas a presión una detrás de otra.

-¿Qué haces? – Pregunté.

-Me voy a mi casa. – Dijo con una voz serena, sin mirarme a la cara.

-No te puedes ir. – Me acerqué para abrazarle, pero me rechazó con despreció apartándome con el brazo.

-¡No me digas lo que puedo o no puedo hacer! – gritó. – Si estamos así es por tu culpa. La idea de que fingieras esa amistad con Patricia fue mía, porque confiaba en ti. No tenía miedo de que me engañaras porque pensaba que me querías. Pero ya veo que me equivocaba. Te doy libertad e intento ayudarte con tus estúpidos miedos a los periodistas y me lo agradeces así, tirándotela a la primera de cambio.

-Pero yo te quiero. – Susurré. – Tienes razón. He sido una estúpida. Pero déjame demostrarte que ha sido una tontería y que de verdad te quiero.

-Al final mi madre iba a tener razón. – Se acercó a mí. – Solo he sido un juego para ti. Eres una diva caprichosa que nunca podrá enamorarse de alguien como yo.

-Te estás equivocando.

-Míralo por el lado bueno, ahora podrás irte con ella.

-Es que eso no es lo que quiero. Yo quiero estar contigo. – Subí la voz todo lo que me permitió mi malestar. En realidad no sabía ni lo que quería, pero no podía dejar que se marchase. - Escúchame…

-No, ahora no tengo ganas ni de mirarte a la cara. – En ese momento sentí como mi corazón se hacía añicos. - No sé cómo he podido estar contigo. Y lo peor es eso, que yo sí te que te quiero y me tienes enamorado.

Se fue sin darme tiempo para intentar hacerle cambiar de opinión. Al marcharse dio un portazo que significó más que un simple golpe. Algo dentro de mí se hizo pedazos y recomponerlo sería muy complicado. Yo, que siempre había presumido de saber controlar mis sentimientos, ahora me encontraba derrumbada en el suelo. Descompuesta. No tenía ni siquiera energía para salir tras él. Lo único que me apetecía era llorar con la esperanza de que con cada lágrima se fuese una parte de la tristeza que me invadía. Ojalá las cosas no hubieran pasado así. Yo quería a Aitor, pero lo que Patri me hacia sentir me confundía. ¿Siempre sería así con ella? ¿Siempre sería mi debilidad? Recomponerme sería complicado. Tendría que acarrear con lo que yo misma había provocado.


“Porque te vas y caigo en un abismo donde no hay salida,
Porque te vas y se me acaba el mundo y mi mundo eres tú.”


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