martes, 10 de junio de 2014

Capítulo 29.

Como era de esperar, Patricia aceptó participar en el plan. Incluso se mostró entusiasmada cuando se lo conté. Le encantaba el riesgo y vivir nuevas experiencias, siempre me lo había demostrado. Ella se lo tomaría como un juego. Para empezar con nuestra pequeña farsa quedamos en vernos esa misma tarde y tomar algo por Madrid. A las seis iba a pasar a recogerme en mi casa y una hora antes yo ya estaba lista y con los nervios a flor de piel. Rosa y mi madre se fueron antes de comer y yo me quedé en casa con Aitor. Él también dijo de marcharse a su casa, pero me negué quizá por una razón un tanto egoísta. Quería que se quedara conmigo porque le necesitaba. Él era para mí como la clave. Sabía perfectamente qué hacer para verme feliz. Además, llegar a casa y que alguien te esté esperando con los brazos abiertos reconforta. 

-Gorda, para un poco. – Llevaba un buen rato de un lado a otro de la casa ante la mirada de Aitor, que jugueteaba con el móvil desde el sillón.

-No puedo. – Dije frenando en seco y atusándome el pelo por décima vez. – Estoy nerviosa.

-No es la primera vez que tomáis algo juntas.

-Joder Aitor, no compares. Ahora no estamos juntas y me juego mucho. – Me exalté un poco innecesariamente. – No sé si voy a saber hacerlo.

-Ya sé que no es igual. – Se levantó para ponerse frente a mí, agarrándome de la cintura. – Tómatelo como si fuera una merienda más con una amiga. Sé que no lo es, pero mentalízate. Y sobre todo relájate. Intenta tomártelo con naturalidad.

-Tienes razón. – Asumí.

En ese instante sonó el telefonillo. Era ella. Podía escuchar el bullicio de los paparazzis desde dentro. De nuevo mi corazón bombeando más de la cuenta.  Aitor me miró de una forma tan tierna que me llegó al alma. Me colocó uno de los mechones de pelo detrás de mi oreja y me dio un beso muy dulce. Quizá el más dulce de todos. Tratando de transmitirme toda la confianza que necesitaba. ¿Pero a quién quería engañar? Ver a Patri siempre me pondría la piel de gallina. Hay sensaciones que el tiempo no conseguía borrar, y recuerdos que se aferran a la memoria con todas sus fuerzas. Porque hay personas que pasan por tu vida dejando huellas de fuego, y Patricia es un de ellas. 

-Te quiero.

-Yo más, cari. – Dije. – Volveré lo antes posible. No te vayas eh.

-De aquí no me muevo. – Acompañó esa frase con una de esas sonrisas que calan.

Tomé aire y salí. Una marea de personas se abalanzaron sobre mí ametrallándome a fotos y preguntas. Me abrí paso como pude entre ellos y entré en el coche de la chica, con la mejor de mis sonrisas aparentadas. La saludé con dos besos y seguí el plan, tal y como habíamos ideado previamente. Bajé la ventanilla y rápidamente uno de los periodistas me acercó un micrófono.

-Malú, ¿qué piensas de la noticia sobre tu relación con ésta chica? – preguntó lo más precipitadamente que el movimiento de su boca le permitió.

-Tonterías, ya no saben que inventar. – Paré un segundo para sonreír y parecer amable. – Patricia es una amiga de toda la vida y punto.

Subí la ventanilla y le hice un gesto a la joven para que arrancara. En el camino hasta el centro me dediqué a explicarle lo que tendríamos que hacer con todo tipo de detalles. Ella me escuchaba atentamente con una sonrisa constante. No lograba entender cómo le gustaba tanto aquella historia que a mí me tenía de los nervios. También era una de las pocas veces en las que yo me dejaba ver por la calle sin intentar ocultarme.
Para mí sorpresa, todo estaba yendo como esperaba o incluso mejor. Algunas personas quisieron hacerse fotos conmigo, pero me trataron muy amablemente. No fue agobiante. Es más, fue fantástico estar de esa forma tan cercana con los fans. 

Y con Patricia no tenía quejas. Después de lo ocurrido la última vez me temía lo peor pero supimos mantener conversaciones distendidas. Al igual que Aitor, la fotógrafa tenía el don de tratarme tal y como necesitaba en cada situación. 

-Ni cuando estábamos juntas salíamos a la calle de esta forma... - Señaló antes de darle un trago a su refresco. 

-Hubiera sido arriesgar mucho, ya lo sabes. 

-Tienes razón. - Clavó su mirada en la mía y supe que iba a decir alguna frase de las suyas. De las que hacían temblar a cualquiera. - No pudimos hacerlo porque sabes no hubiéramos sido capaces de estar tantos minutos sin besarnos. 

Mis mejillas se colorearon de un rojo intenso en milésimas de segundo y una tímida sonrisa se dibujó en mi rostro, provocando la suya. 

-Tú y tus frases... - Murmuré. 

-Te encantan, ¿o no? - Pregunta sin respuesta, o por lo menos yo no supe qué contestar. Sólo rememoraba algunas de sus frases hasta que ella rompió el silencio. - Sabes que si quisieras te diría cosas bonitas cada día, como antes. 

-No es tan fácil...

-¿Por qué no, Malú? - Alzó un poco la voz. - Te quiero, y estoy segura de que tú a mi también me sigues queriendo...

-Eso no es suficiente. - Resoplé. 

-Mi abuela ya no está, vuelvo a Madrid...

-Patricia. - Sólo usaba su nombre completo cuando lo que iba a decir era serio. - No nos engañemos. Lo de tu abuela fue la gota que colmó el vaso, pero llevábamos un tiempo en el que la relación iba mal. - Agachó la cabeza y comenzó a hacer tirabuzones en su pelo. Fijé la mirada en mis manos para seguir hablando sin distraerme con sus movimientos. - Tú querías más de lo que yo podía ofrecerte. Eres increíble... y te mereces a alguien capaz de darte lo que yo no puedo. 

Un paparazzi que se había enterado de nuestra ubicación apareció en la cafetería con la intención de sacarnos información. En parte agradecí que interrumpieran la tensa conversación que estábamos teniendo. Habíamos hablado ya muchas veces sobre eso, y nunca podíamos ponernos de acuerdo. A mi siempre se me ocurría la misma pregunta a la que nunca era capaz de responder: ¿Podemos anteponer el amor a todo lo demás? 

Con la ayuda de Patricia me mantuve serena ante el periodista. De  nuevo la misma respuesta: “Solo somos amigas". Salimos del local pero, al parecer, la tarde no acababa ahí.

-Patri, te has equivocado. Es por esa calle. – Me sorprendió la confusión de la chica. Había hecho el recorrido a mi casa cientos de veces.

-Ya lo sé. – Sonrió sin dejar de mirar a la carretera. – Pero no vamos a tu casa.

-¿Y dónde vamos?

-A la mía.

-Anda, da la vuelta. Aitor está esperándome en casa.

-Que siga esperando. – Su sonrisa desapareció unos segundos para luego reaparecer con más ganas que antes. – Tengo algo que enseñarte.

Media hora más tarde estábamos ante un bloque de edificios de estilo moderno que yo no había visto nunca.

-¿Te has cambiado de casa? – Pregunté extrañada.

-Chica lista. – Me dio un toque en la nariz con su dedo índice y abrió la puerta del portal, haciéndome un gesto para que entrase. –Adelante, señorita.

Al entrar a su casa quedé maravillada. Era un ático precioso con una ambientación moderna. La iluminación era tenue y en las paredes había fotografías en blanco y negro, seguramente tomadas por ella misma.

-Puedes cerrar la boca. – Me presionó la mandíbula hacía arriba.

-Es precioso.

-Pues no has visto lo mejor. Espérame aquí.

Subió corriendo las escaleras que conducían a la planta superior. Yo aproveché para mandarle un mensaje a mi chico informándole de mi retraso. Contestó inmediatamente con un: “Tranquila, no me voy a ir. Te quiero.” Acompañado de múltiples emoticonos sonrientes y corazones. Era imposible no sonreír.

-¡Ya puedes subir! – Chilló la joven.
Y así hice. Si la planta de abajo me encantó, la de arriba más aún. A primera vista estaba su habitación. La cama era enorme, con sábanas blancas y detalles rojos, al igual que la pared. A un lado había un armario empotrado inmenso. Y al otro, una puerta que supuse que escondía el baño. Pero lo más impactante era la cristalera de enfrente. Ocupaba una de las paredes entera y daba al exterior, donde estaba Patricia. Me encaminé a la terraza y seguí observándola. Tenía una mesita con unos cojines que servían de silla alrededor. Me asomé a la barandilla y me quedé ahí un rato, observando el entorno. Estaba a punto de desaparecer el sol por completo y las vistas eran preciosas.

-¿Te gusta? – Se puso a mi lado.

-Es increíble. – Reconocí. - ¿Ya te has ido de casa de tus padres?

-Bueno, ya sabes que siempre he querido un ático. Invertí el dinero de mis últimos trabajos en esta joya. – Dijo refiriéndose a su nuevo hogar.

-Siempre se te ha dado bien la decoración. –Sonreí.

-A ti se te dan bien otras cosas. – Esa afirmación me llamó la atención. Me volví para mirarla.

-¿Cómo qué? – Pregunté intrigada. Ella se acercó a mí.

-Se te da bien cantar, posar en las fotos, bailar, cocinar esos macarrones con varios quesos que me vuelven loca… - Las dos nos empezamos a reír. Esa comida era mi especialidad. – Y sobre todo eres experta en una cosa.

-Sorpréndeme.

-En hacerme feliz.

Y sin más me besó. Había vuelto a tocar mi punto débil. Como ya he dicho antes, sabía manipular perfectamente mis actos. Y esta vez no había un timbre interrumpiéndonos.

“Toma mi corazón,
Llénalo de fantasías,
De ternura y pasión.”


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