Ayer te fuiste para cuidar a tu abuela y yo no paro de pensar en ti. No estamos en nuestro mejor momento pero sé que lo superaremos, por todo lo que hemos vivido juntas. Por todo lo que nos queda por vivir.
¿Te acuerdas del primer día que quedamos? Yo lo recuerdo todavía con todos sus detalles. Porque sólo necesitaste veinticuatro horas para poner del revés mi vida. Sin avisar y sin anestesia. Con tu habitual valentía y paso firme te entrometiste en mi día a día. Pero lo que más me abrumó fue que no me importaba. Al contrario. Estaba encantada de que hicieras mil cábalas conmigo. Quizá llegaste en el momento oportuno. O quizá, llegaras cuando llegases, hubiera caído en tus redes. En un principio pensé que sería la primera opción. Llevaba un tiempo sola y tu me dabas el cariño y la locura que me faltaban. Pero más tarde me di cuenta de que no. Que podías haber aparecido en plena gira, en Venus o en una playa del Caribe, porque yo me hubiera enamorado locamente de ti en cualquier circunstancia. Porque lo que engancha de ti es tu personalidad y tu peculiar manera de hacerlo todo, viviendo cada segundo como si se tratara del último.
Dejaste tu número de teléfono junto a esa nota que decía: "No te vas a librar de mi tan fácilmente". En un primer momento me hizo gracia y me sorprendió que te atrevieras a hacer algo así, sólo por eso ya te merecías una llamada mía. Y guardé el número, porque me apetecía utilizarlo pronto. Pero, como otras tantas veces, te me adelantaste. Me llamaste horas después y sin ninguna vergüenza te lanzaste a invitarme a comer al día siguiente. A mi me pareció perfecto. No tenía nada mejor que hacer y podría disfrutar de tu entretenida compañía.
Quedamos en un restaurante que según tú era especial. Y debía serlo, porque me tiré más de media hora buscando la calle desaparecida que indicaba el GPS. Cuando al fin la encontré, aparqué sin complicaciones. Estabas esperándome en la puerta para entrar juntas, y me regañaste por el retraso. Llevabas unos pantalones ajustados negros y esa camisa blanca que tanto me gustaba, la misma que meses después te dejaste en mi casa y nunca más recuperarías.
Pasamos dentro y me sorprendió lo que vi. Ese sitio parecía de todo menos un restaurante. Era un local amplio, con muchas puertas cerradas. En cada una de ellas había un número. Un joven camarero nos recibió y nos llevo hasta nuestra puerta. La 14. Y ahí sí que me quedé helada. Apenas me conocías pero supiste dar en el clavo. Todo allí era de ambiente árabe. Había una mesa muy bajita, rodeada de amplios cojines para sentarse. El suelo estaba tapizado con un alfombra roja impoluta. El olor del incienso y la música que sonaba allí conseguían embaucarte. Por unos segundos me imaginé en Marruecos. A tu lado. Ya empezabas a deambular por mi mente de una forma diferente.
Mientras comíamos me explicaste que cada sala en aquel restaurante tenía una temática distinta. Desde el más puro estilo americano hasta la exquisita comida francesa. Y quién me iba a decir en aquél momento que más adelante visitaría todas aquellas salas de tu mano. En la sala 3 me robaste mil suspiros, en la 16 me enamoré de tu forma de hacerte tirabuzones en el pelo cuando estás a punto de contar algo importante y en la 7 te confesé que era tarde, que había mordido tu anzuelo y si intentaba liberarme el dolor sería desgarrador.
Fue muy fácil coger confianza contigo. Eres de ese tipo de personas que transmiten confianza. Siempre tienes las palabras idóneas. Siempre sabes lo que quiero escuchar. Siempre eres tú misma.
Tras horas disfrutando de tu agradable compañía tuve que irme. Había quedado con mi madre para hacer unas compras.
-¿Dónde tienes el coche? - te pregunté mientras andábamos hacia el mío.
-No lo he traído.
-¿Y cómo vas a volver a casa?
-Igual que he venido... - Sonreíste al suelo. - En autobús.
Te dije que si querías te podía acercar a casa y aceptaste instantáneamente, como si estuvieras esperando mi propuesta.
A la vez que cantabas los éxitos de la radio me ibas indicando tu dirección.
-Por el amor de esa mujer somos... -Cantabas divertida causando mis carcajadas. - ¡Es la siguiente calle!
No sé si notaste que podíamos haber tenido un accidente durante el trayecto, porque iba más pendiente de ti que de la carretera.
Cuando llegamos a tu portal bajaste rápidamente y te apoyaste en mi ventanilla para despedirte.
No nos besamos. No hizo falta. Tu mirada me expresó claramente tus sentimientos, y mis ojos sonreían sin mi consentimiento. Sentí un crujido, quizá fue ahí cuando saltó la primera chispa que desencadenaría en una gran llama en mi interior.
-¿Volveré a verte pronto? - Se me escapó la pregunta mientras te veía entrar en el portal. Giraste ligeramente la cabeza mostrándome una pícara sonrisa.
-Antes de lo que piensas.
Entraste al portal y me dejaste ahí, sin poder reaccionar. Me di cuenta de que lo que provocabas en mi no era una simple amistad. Era algo más. Porque yo suelo llevar el control con todo el mundo. Menos contigo. A tu lado me hago pequeña y no soy capaz tomar las riendas. No logro controlar mis actos ni el desenfrenado latir de mi corazón cuando te acercas. Y eso me asusta más que nada, porque no sé lo que soy capaz de hacer y lo que no.
Al día siguiente por la tarde había quedado con la banda para los ensayos de la gira. Faltaba muy poco para empezar los conciertos y debíamos prepararnos a la perfección. El ensayo de ese día consistiría en recordar los temas viejos y buscar la forma ideal de cantar los nuevos. Pero el destino se puso de tu parte. Por primera vez en años se me olvidó silenciar el móvil, que sonó justo cuando estaba cantando eso de: "y cada día tú, en todas partes tú." Bonita coincidencia. Mis compañeros se rieron y me gastaron alguna que otra broma. Cogí el teléfono y observé tu nombre en la pantalla. Me tembló la mano y me dio un vuelco el corazón, pero no era un buen momento y tuve que colgar. Tú, lejos de conformarte, llamaste una infinidad de veces más. Ya no lo escuchaba, pero la vibración en el bolsillo me lo hacía saber. Me moría de ganas por saber lo que querías, así que anuncié un improvisado descanso que a nadie pareció molestarle.
-¿Ha pasado algo? - no tardaste ni un segundo en descolgar.
-¡Por fin lo coges! He llamado unas quinientas veces.
-Algo había notado... - Me reí. - Bueno, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme?
-Ah sí, es muy importante...- Tus palabras presagiaban algo malo. En cambio, tu tono de voz era despreocupado. - Tenemos que vernos.
-En un par de horas estoy libre, si quieres...
-No, tiene que ser ahora. - afirmaste rotundamente.
-Estoy en un ensayo Patri, no puedo desaparecer. - Tu locura me dejó de piedra, aún no estaba acostumbrada a ella.
-Ya tendrás tiempo de ensayar, esto es más importante.
No sé qué palabras utilizaste exactamente par convencerme, pero lo hiciste. Cuando se lo comuniqué a la banda no se lo podían creer. Les pedí perdón miles de veces y me excusé inventándome a una amiga recién ingresada. Yo mintiendo al grupo. Lo impensable.
Fui a tu casa, tal y como me habías pedido. El día anterior te había llevado, así que recordaba bien la dirección.
Aparqué frente a tu portal y salí para llamar al telefonillo. De pronto, unas manos se entrelazaron a mis caderas por detrás. Solté un grito ahogado por el susto, pero sabía que eras tú. Apoyaste la cabeza en mi hombro y comenzaste a andar llevándome hasta tu coche. Fue la primera vez que me fijé en el afrutado olor de tu pelo. Ahora soy capaz de olerlo aunque no estés a mi lado.
Me introdujiste en el asiento del copiloto y adoptaste tu posición frente al volante. Quería preguntarte mil cosas pero me habías dejado muda y no era capaz de articular palabra. Ninguna de las dos hablamos durante el trayecto.
No tardamos mucho en llegar a un barrio desamparado. A pesar de que el sol aún emitía su luz con intensidad todo lo que había allí parecía escaso de color y de brillo. Dejaste el coche en el primer sitio que viste y bajamos. Te observé de arriba a abajo. Te habías puesto unas Converse blancas, un pantalón corto y una camisa amplia de tirantes con el logo de Guns n' Roses. Unas gafas de sol negras te protegían del sol. Aprovecho para decirte que odio esas gafas. Esas y todas las que te pones, porque me impiden ver tus brillantes ojos verdes, y eso debería ser delito.
Ese día parecías más joven que el anterior. Si me llegas a decir que estudiabas en el instituto me lo hubiera creído sin lugar a dudas. Y ese día también estabas más radiante si cabe. Pero lo que yo diga respecto a tu belleza no me lo tengas muy en cuenta, porque yo cada vez te veo más guapa.
Caminamos entre callejones y pequeños recovecos. Las paredes del barrio estaban rotas y llenas de graffitis. Si llego a pasar por allí sola estaría muerta de miedo. Pero te tenía conmigo y eso me calmaba. Tras varios minutos de paseo saqué un cigarro, pero no me diste tiempo a encenderlo. Lo tiraste contra el suelo para después pisarlo. No nos conocíamos tanto como para que lo hicieras y me sorprendió el gesto.
-¿Qué cojones haces? - Miré indignada los restos del cigarro que quedaban en el suelo. Iba a sacar otro del paquete, pero me lo arrebataste y lo guardaste en tu bolso.
-Fumar mata.
Fue la primera vez que te vi tan seria y no me atreví a rechistar. Nunca conseguiste que dejara de fumar, aunque sí lo hacía menos a menudo. Ya te encargabas tu solita de que mis labios rozaran más los tuyos que el papel del tabaco.
Paramos frente a una cochambrosa puerta repleta de pintadas que no inspiraba ninguna confianza.
-Es aquí. - Sacaste de tu bolso unas llaves que tenían tan mal aspecto como la puerta.
-Patricia... Yo aquí no entro.
Lo admito. Por unos segundos desconfíe de ti. Pero entiéndeme, te acababa de conocer y me llevabas a ese sitio en tan pésimas condiciones. Avanzaste un paso hacia mí y me miraste a los ojos desde muy cerca. Empezaste a hacer un recorrido con la punta de tus dedos desde mis hombros hasta mis manos.
-Confía en mi.
Lo decías tan segura que, ¿cómo iba a negarme? Tú y tu maldito control sobre mí.
Abriste la puerta provocando un desagradable ruido. No pude ver qué había en el interior porque las luces estaban apagadas. Entraste tu primero y fuiste a tientas hasta encontrar el interruptor. Cuando la sala se iluminó me quedé fascinada. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza que ahí dentro hubiera una pista de skate. Y no tenía nada que ver con el exterior. Estaba fantásticamente cuidada. Todo el suelo era de madera, al igual que las rampas. Al fondo de la sala había una barra de bar y un equipo de sonido que parecía de buena calidad.
Me cogiste de la mano para meterme en aquel sitio y poder cerrar la puerta a nuestra espalda.
-¿Y esto? - Pregunté.
-Es de un amigo. - Empezaste tu explicación mientras yo recorría el insólito lugar con la mirada. - Suele estar lleno de gente, pero me imagino que tu prefieres discreción.
-¿Me has sacado de un ensayo para traerme a una pista de skate? - mis ojos estaban desmesuradamente abiertos.
-Es que quería traerte aquí y es el único momento que estaría vacío.
-No me lo puedo creer... - Me llevé las manos a la cabeza.
-Deja de preocuparte tanto por las cosas y vive más la vida.
-No sé cómo será tu vida, pero la mía es bastante agitada y no tengo tiempo para...
Encendiste la música haciéndome callar. Abriste un armario y sacaste un par de monopatines. Viniste hacia mi y me tendiste uno de ellos.
-Regáñame luego si quieres, ahora vamos a pasarlo bien.
Sabías que luego no te iba a regañar porque ibas a hacer que me olvidara de todo lo que no fueras tú.
-¿Acaso sabes patinar? - pregunté vacilante.
-No mucho. ¿Y tú? - ya ibas caminando hacia una de las rampas.
-Ni la más mínima idea. - Me reí. Jamás en mi vida lo había probado. Por lo menos no me había puesto tacones aquel día.
Te subiste a una de las rampas más pequeñas. Yo te observaba muy atentamente. Contigo nunca se sabe cuál va a ser tu próximo movimiento. Pusiste un pie sobre la tabla y el otro lo dejaste en el suelo. Cuando te notaste preparada diste un impulso que te deslizó rápidamente por la pendiente. Pegaste un grito de emoción que me hizo sonreír. Parecía que llevaras haciéndolo toda la vida.
-Te toca. - Dijiste mientras me señalabas.
Ahora la que estaba a punto de dejarse caer por la rampa era yo. No parecía tan peligroso cuando te tiraste tú. Los centímetros se multiplicaban por diez desde esa perspectiva. Tu me animabas desde abajo haciendo gestos con los brazos. Me envalentoné y di un impulso que movió el monopatín. Mi grito al sentirme caer por la rampa fue bastante más ensordecedor que el tuyo. Yo no sabía frenar, pero de eso me di cuenta cuando ya era demasiado tarde. Menos mal que estabas tú ahí para pararme. Agarraste mis caderas para que las ruedas del monopatín dejarán de girar. Nuestras caras estaban a varios milímetros que iban disminuyendo lentamente. Pienso en lo dispar que es tu actitud a tu rostro. Rasgos finos y dulces, parece que nunca hubieras roto un plato pero llenas de locura todo lo que tocas, y probablemente has roto varias vajillas. Y nos besamos. Nuestro primer beso. Las mariposas que provocas en mi vientre se convierten en elefantes cuando lo recuerdo. Si me concentro mucho puedo incluso sentirlo. ¿Cuántas noches habré soñado con él? Primero era un beso tímido. Apenas un roce que me estremeció de forma sobrenatural. Mientras movíamos los labios muy despacio pusiste una de tus manos en mi cuello para hacerme sutiles caricias. Fuimos acelerando el ritmo hasta que nuestras lenguas entraron en un combate del que no saldría ningún perdedor ni ningún herido. En ese instante la comida y la bebida me comenzaron a parecer cosas secundarias en la vida. Empezaría a saciar mi sed con tus sonrisas y mi hambre con tus besos.
Cuando nos separamos abrimos los ojos casi a la vez. Te mordías el labio inferior y sonreías enorgullecida. Lo habías conseguido. Me tenías comiendo de tu mano. Entrelacé mis manos alrededor de tu cuello e hice presión para acercarte más a mí y poder repetir el beso anterior. Así estuvimos un buen rato, y créeme si te digo que podría haberme pasado horas explorando tu boca y acariciando tu cuerpo.
-Sé que me vas a volver loca... - Lo susurré en tus labios. En ese momento no era consciente de lo acertadas que habían sido mis palabras.
-Así estaremos en igualdad de condiciones. - mi guiñaste un ojo.
Desde ese día vives atravesándome el corazón con cada palabra, igual que lo hace la bala que mata al soldado en plena batalla. Así eres tú. Pasión, ternura y palabras. No palabras efímeras que se lleva el viento nada más ser emitidas, sino palabras que se cumplen, que se graban a fuego.
Aunque suene a disparate ese día también empecé a odiarte, porque tienes la capacidad de anular mis estímulos. Porque no comprendo una vida sin ti. Y eso me consume, porque sé que si alguna vez me faltas me esfumo.
Yo no he sido nunca muy de leer, pero hay unos versos de Bécquer que siempre relaciono contigo. ¿Recuerdas esa chispa de la que hablaba antes cuando se encendió la llama? Pues el poeta aseguraba: "Jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor." Y eso me hace pensar en si será cierto. Si siempre estará vivo este fuego en mi interior. Y, hasta la fecha, puedo decir que estoy de acuerdo con Bécquer. La llama ha empequeñecido y ha aumentado, pero perdura, y tengo la sensación de que lo hará para siempre. Si estás a mi lado iluminará nuestro camino. Y si te pierdo maldecirá tu ausencia y me abrasará por dentro hasta convertirme en ceniza.
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