viernes, 20 de junio de 2014

FLASHBACK III

-Tengo la casa sola, unas cañas y pizza. ¿Qué me dices? - Me preguntó. 

-Que me tienes ahí en menos de una hora. 

Colgué sin esperar su respuesta. Me asomé al jardín y observé a mis perras disfrutar del sol que trajo la mañana. Lola y Rumba habían tumbado a Danka y saltaban a su alrededor. Hacía un día magnífico y yo iba a pasarlo con la chica de mi vida. Aunque no os engaño, podría llover, granizar o relampaguear que sí estábamos juntas no me importaría. Si hacía calor ella me soplaría y si hacía frío me arroparía entre sus brazos. Ella era de ese tipo de personas que consiguen animarte incluso en esos días grises en los que sacar una sonrisa parece inalcanzable. 

Me metí rápidamente en la ducha. Estaba feliz, muchísimo, y comencé a cantar. Llevaba una temporada en la que era difícil arrebatarme la sonrisa, y el motivo tenía nombre propio. 

El sonido del móvil me saco de mis pensamientos cuando estaba bajo el agua. Entreabrí la cristalera de la ducha y observé la pantalla del aparato. Era Rosa. Descolgué e intenté ponérmelo cerca de la oreja, procurando que se mojara lo menos posible. 

-Malú, llevo llamándote un rato. - Me percaté de su enfado inmediatamente. 

-Estaba en la ducha, lo siento. 

-¿Y el móvil del trabajo? - Me quedé pensativa. Desde ayer por la noche ni me había acordado de él. - Supongo que lo tendrás sin batería en el fondo de algún bolso. 

-No sé... Perdona Rosa que...

-Tu trabajo no es sólo subirte a un escenario. - Me interrumpió. - Sabes perfectamente que tienes mil cosas que hacer y debes llevar siempre el teléfono disponible. 

-No te pongas así que sólo ha sido un error, joder. 

-Últimamente tienes demasiados errores. - Silencio de nuevo. Ambas tratábamos de calmarnos para no respondernos de malas formas. - Me da igual lo que tengas con Patri, incluso sabes que me cae genial, pero soy tu mánger y debo advertirte de que no puedes dejar que interfiera en tu carrera. 

-No volverá a ocurrir, perdona. 

-Bueno, yo sólo quería recordarte que en una hora hemos quedado con la discográfica para firmar el nuevo contrato. 

Mierda. Se me había olvidado por completo, pero después del enfado de Rosa no podía decírselo, así que me despedí de ella intentando aparentar normalidad. Patricia me iba a matar. Y en ese momento me sentí incomprendida. Tenía la sensación de que era la única que se había enamorado de esa forma alguna vez, y aunque no fuese cierto, me ilusionaba pensándolo y me excusaba con ello de todos mis fallos. Rosa tenía razón. Llevaba una temporada desastrosa. Llegaba tarde, me equivocaba de fechas, perdía los móviles... Y la culpable siempre era ella. Bendita culpable. A veces iba enfadada porque habíamos discutido. Otras veces iba saltando de nube en nube porque habíamos vivido algo especial. Para bien o para mal siempre estaba en mi burbuja, en mi mundo. Pensando sólo en ella. Había acaparado mi mente y todo lo que me rodeaba. 

Llegué a la discográfica y a todos los allí presentes les extrañó mi puntualidad. Mientras hablaban del nuevo contrato yo miraba la hora. Parecía que el tiempo iba cada vez más rápido y yo llegaba cada vez más tarde. Hacía una hora que debería estar en casa de mi chica. Tras firmar, por fin, pude salir corriendo del edificio. Afortunadamente Rosa se quedaba allí y no me entretuvo más. 


Llamé al timbre repetidamente. Llegaba casi dos horas tarde. Patricia abrió unos centímetros la puerta, pero no me esperaba tras ella. La dejó entreabierta y se fue sin decir nada al sillón. Estaba pensativa y de brazos cruzados. Tenía un enfado desmesurado y a mi me daba miedo hasta mirarla a la cara. Caminé a paso indeciso hasta sentarme a su lado. Tenía la mirada clavada en el fondo de la sala y me ignoraba por completo. Fui a coger su mano, pero me la apartó de golpe y se separó unos centímetros de mi. 

-Lo siento... - Susurré débilmente. Los minutos pasaban y seguíamos en la misma postura. Ella callada y yo esperando cualquier indicio de felicidad en su rostro. - He tenido que ir a firmar unos papeles y no he podido llegar antes. 

-¿Y no podías avisarme? 

Clavó su mirada en la mía rompiéndome el alma. Tenía razón y no podía negarlo. 

-Sabes que últimamente tengo mucho lío...

-Joder, Malú. No es sólo eso. ¿No recuerdas qué día es hoy? - Intenté acordarme con todas mis ganas pero no tenía ni idea. La iba cagando cada vez un poco más. En ese momento hubiese agradecido que apareciera un agujero negro que me llevara a un universo paralelo. Volvió a apartar su mirada de la mía y su cara cambió. No sólo estaba enfadada, sino decepcionada, y eso me hacía sentir más culpable aún. - Ya veo que no... 

Entonces me percaté de la pequeña caja que había en la mesa. Era el regalo que teníamos preparado hace semanas para el cumpleaños de su hermana. Era eso. Ese día su hermana cumplía años. Me llevé las manos a la boca. 

-Mierda, mierda, mierda... - Revolví mi pelo nerviosa. - Hoy es el cumpleaños de Carol. 

-Pues sí. - Se levantó alzando las manos. - Quedamos en que tu traerías la tarta pero estás tan ocupada que se te ha olvidado todo. 

Se marchó a la cocina y yo fui tras ella. No era el mejor momento, pero no pude evitar fijarme en lo guapa que iba ese día. Una trenza despeinada que le sentaba de maravilla caía por su hombro descubierto debido a la amplia camisa que llevaba. Unos pantalones cortos me invitaban a ver sus bronceadas piernas. Estaba de espaldas a mi, con las manos apoyadas en la encimera y la cabeza gacha. Me acerqué sigilosamente por detrás para entrelazar mis manos en su vientre y dar delicados besos en su nuca.
 
-Estás preciosa. - Susurré mientras me aproximaba a su oreja. 

-Malú... - Se giró, poniéndonos cara a cara, cortándome la respiración. - Sabes que es un día importante para ella, cumple dieciocho años. Yo quiero que salga perfecto, joder. Mira, rechacé un trabajo en Los Ángeles por ti, porque no quería perderte y ambas sabíamos que si me iba sería difícil continuar la relación. Y te juro que no te lo echo en cara, lo hice porque quise y lo haría mil veces más, pero creo que después de eso no te estoy pidiendo mucho si te digo que quiero que el día del cumpleaños de mi hermana llegues a tiempo y con una tarta. 

Una a una, sus palabras habían ido depositándose en mi corazón, invadiéndolo de malestar y dolor. Cada una de ellas era más cierta. Hace unos meses le ofrecieron un trabajo estable en América. El trabajo que toda fotógrafa quisiera tener. Pero ni siquiera se lo planteó. Sabía que no podría abandonar mi profesión, dejarlo todo y marcharme allí con ella. Simplemente recibí una llamada en la que me dijo: 'Me han ofrecido un trabajo en Los Ángeles pero lo he rechazado porque no me convence'. Días después me enteré de que antes de conocernos Patricia pidió ese trabajo decenas de veces y ninguna se lo concedieron. Cualquier persona hubiera aceptado ese trabajo a la primera. Cualquiera menos ella. En cuanto supe lo importante que era traté de convencerla de que no podía dejarlo pasar por mi. Pero ya era tarde. Ni ella quería irse ni le habían guardado el puesto. 'Puedo permitirme perderlo todo menos a ti, porque si no te tengo no tengo nada.' Y con esas cosas me iba enamorando día a día más de ella. Entonces, me hago una pregunta: ¿hay algún momento en el que no puedes querer más a una persona porque has llegado al máximo? Personalmente pienso que el amor sólo deja de crecer cuando una de las dos personas pierde el interés. Mientras tanto sigue aumentando, sin límites. Y, particularmente, Patricia es mi único límite. 

Una idea pasó por mi cabeza. Tenía que hacer algo para solucionar el problema que había causado y afortunadamente la bombilla de mi cerebro se había encendido. Le dije que tenía una idea, me puse mi pañuelo y gafas de sol, y bajé corriendo a la calle en busca de lo necesario para llevarla a cabo. 

Un rato después se sorprendió al verme entrar por la puerta cargada de bolsas. Incluso se le escapó una risilla. Entonces me dio la sensación de que sólo existo para verla sonreír, porque la simple curva de sus labios provoca la agitación de mi corazón. 

-¿No me piensas ayudar? - Sugerí mientras cerraba la puerta de casa con el pie. Ella corrió hacia mí y me quitó un par de bolsas. 

-¿Qué es todo esto? - Depositamos todo en la encimera. 

- La he cagado, lo asumo. - Agarré sus manos y la miré fijamente a los ojos. - Sabes que soy un desastre y he llegado tarde por desorganizada. - Asintió levemente con los ojos húmedos. - Pero voy a corregirlo, y como no hay tartas buenas en Mercadona, vamos a hacerle su tarta favorita nosotras solas. 

Abrí las bolsas y fui sacando todo lo que había comprado. Harina, huevos, fresas, leche, nata, azúcar, velas... Cada cosa que sacaba aumentaba un poco más su sonrisa. 

-Eres increíble... - Afirmó con los ojos muy abiertos. 

-No, amor, increíble eres tú. - La agarré de la cintura aproximándola a mi cuerpo. - Que ya no sé cómo me aguantas. Nunca voy a cumplir horarios y tener una rutina fija como el resto de personas normales. Pero siga el horario que siga, me encantaría compartirlo contigo. 

-Bueno, no me costará romper la rutina porque sabes que no sirvo para planificar mi vida. No soy una persona muy normal... - Ambas reímos. No era una persona normal, pero eso era lo que me gustaba de ella. Nunca sabía con qué me sorprendería. Se acercó mucho más a mi, dejando nuestras bocas a milímetros. - Además, yo no quiero una vida de ensueño. Yo quiero una vida a tu lado. 

Por fin nuestras bocas se dieron el tan ansiado beso. Estar tanto tiempo sin besarnos no era típico en nosotras. Y era ese beso de después de una discusión. Beso con ganas. Con él se deja escapar todo el enfado o tristeza producido por la discusión. Con él te das cuenta de que no puedes volver a estar tanto tiempo sin probar su sabor. A veces hacen falta pequeños enfados para apreciar lo importante que es sentir a la persona a la que quieres. 



Nos pusimos manos a la obra. La hermana de Patri llegaría en dos horas. Lavamos nuestras manos y comenzamos a preparar una tarta de fresas con nata, la favorita de Carolina. Primero preparamos la mezcla del bizcocho y la metimos en el horno. Era un show vernos cocinar juntas. Cuando estuviera listo cubriríamos todo el bizcocho con nata y trozos de fresas. Mientras el horno hacia su labor, mi chica y yo cortábamos los pequeños trozos de fruta. 

-Malú. 

Cuando me giré para atenderla apretó el botón del bote de nata, haciendo que se me esparciera en la cara. 

-¿Tú eres tonta o qué te pasa? - Chillé. 

Ella no paraba de reírse para provocarme. Y yo no iba a quedarme atrás. Cogí rápidamente otro bote de nata e hice el mismo gesto que ella realizó sobre mí instantes antes. Su risa no cesaba y la situación se convirtió en un pequeño juego. Cuando apenas quedaba nata en su bote lo dejó a un lado y me agarró de las manos, impidiéndome que pudiera seguir manchándola. Nuestras miradas se buscaron para evadirse la una con la otra. Y sin que yo me lo esperara, atacó mi boca bruscamente. Un beso con pasión y sabor a nata. Me empujó contra la nevera e introdujo una mano bajo mi camisa para acariciar mi vientre mientras los besos aumentaban la intensidad. No puedo mantener el pulso al sentirla así de cerca. El aire ya escaseaba y tuvimos que separar nuestras bocas momentáneamente. Su sonrisa en aquel momento era plétórica. 

-¿Y este subidón? - pregunté. 

-Será el dulce...

Cogió una de las fresas que quedaban sin trocear y la introdujo en mi boca delicadamente. Mordió la fresa por el otro extremo, y mordisco a mordisco, fuimos recortando el espacio entre nuestros labios hasta quedaron totalmente unidos.



 Antes de besarme de nuevo, mordió mi labio inferior, tirando de él y calentándome más si cabe. Nuestras lenguas con sabor a fresa jugaban desenfrenadas. Sus manos de deshicieron de mi camisa y las mías de la suya. Cuerpo con cuerpo. Nuestras piernas estaban perdiendo la fuerza que necesitaban para mantenerse en pie, así que nos sentamos en suelo de la cocina. Yo sobre ella, entrelazando mis piernas alrededor de su espalda. 
Quité su sujetador y la tumbé por completo. El suelo estaba frío, pero se sentía muy caliente. Con mi lengua me dediqué a limpiarle toda la nata que quedaba en su cuello. Ella alborotaba mi pelo con una mano y con la otra trataba de desabrocharme el sujetador. Hábilmente lo consiguió y cambiamos las posiciones. Mi espalda chocaba contra el suelo y tenía una pierna suya a cada lado de mi cintura. Me lanzó una pícara sonrisa antes de echarme nata sobre los pechos. Se sumergió en ellos durante un buen rato, saboreando hasta el último resto de nata que quedaba por esa zona. Su lengua ardía y mis ganas de más iban en aumento. Pero tenía ganas de que recibiera todo lo que yo podría ofrecerla. Volví a ponerla en el suelo y le bajé los cortos pantalones rápidamente. Hice lo mismo con su tanga rojo, que parecía puesto expresamente para la ocasión. Éramos como dos llamas que buscaban la fusión. Convertirse en una sola. Incandescentes y más fogosas que nunca. Nos dábamos efusivos besos mientras acariciaba su zona más íntima armoniosamente, con las yemas de los dedos. Poco a poco, y cuando noté que eso no era suficiente, pasé al siguiente paso. El pulgar acariciando la zona más sensible del cuerpo de una mujer. Los dedos anular y corazón se abrieron paso en su interior. Empezó un recital de suspiros y gritos ahogados que me enloquecían. Me perdí en las curvas de su cuerpo, que eran tan extremas que cualquier día provocarían un accidente catastrófico. Sus latidos y los míos iban al unísono. Supe que estaba a punto de llegar al clímax cuando un chillido más fuerte que los anteriores vino acompañado de sus uñas clavándose en mi espalda. Y no me equivocaba porque segundos después me inundé de ella. Dejé caer mi cabeza sobre ella y sentí su agitado corazón. A mil por hora. Mi cuerpo ascendía y descendía al compás del movimiento de su pecho. No tardó mucho en recomponerse. Sin palabras me dijo que me iba a dar una merecida recompensa y empezó un descenso de besos por mi vientre. Se deshacía de mis pantalones mientras pasaba su lengua por debajo de mi ombligo. Propiciaba mi delirio. Siguió bajando por mi cuerpo hasta llegar a su destino. Apartó mi ropa interior para descubrir lo que la joven quería ver. Sentir. Degustar. Y lentamente fue haciéndolo. Hace rato que me había dejado la razón en algún lugar de su cuerpo. Con mis manos despeinaba su cabello, que ya no tenía ni rastro de la trenza, y apretaba su cabeza contra mí. No quería que parara. Hacia mucho tiempo de nuestra primera vez, pero su lengua sobre mi piel seguía hechizándome. Y llegó. O, mejor dicho, llegué. El arqueamiento de mi columna y ella empapándose de mí. Mis respiraciones pasaron a ser muy profundas para intentar recobrar mi estado normal. Aunque mi estado normal con ella, a decir verdad, solía ser agitado.
 
-Cielo... - susurró en mi ombligo. - ¿no huele un poco raro?

-¡Mierda! - Me levanté repentinamente y ella me imitó. - ¡El bizcocho!

Abrí el horno y una bocanada de humo me cubrió la vista. Patricia agitaba unas manoplas intentando que se evaporase. Cuando lo consiguió vimos el fracaso. Una masa negra nada apetecible. 

-Pues el plan de hacer la tarta nosotras no era tan bueno...

-Mentira, era genial. - recriminé. - Lo que pasa es que entre el dulce, que te pone demasiado cachonda, y yo, que me vuelvo loca, pues claro...

-¡Vaya! Entonces la culpa es mía, no te jode... 

-Eso siempre. - La robé un pequeño pico. - Ve y compra una tarta del Mercadona, amor. 

-Qué rabia... Tanto prepararlo para que al final se nos chafe todo. 

-Mírale la parte buena. - Comencé a vestirme. - Por lo menos hemos aprovechado las fresas y la nata. 



-¡FELICIDADES! - Gritamos Patri y yo al unísono cundo abrimos la puerta. 
Nos lanzamos a Carol con los brazos abiertos, cubriéndola de besos. La chica era muy sensible e incluso derramó alguna lágrima. Patri y yo nos unimos a su tonto llanto. Parecíamos tres magdalenas. Era una mezcla de risas y lágrimas bastante peculiar. 

-Jo, chicas, muchísimas gracias. - Dijo mientras se secaba las gotitas que descendían por sus mejillas. 

Pasamos al salón y Patri cogió corriendo la caja con nuestro regalo. Tenía más ilusión que la propia Carolina. Estaba deseando que su hermana lo abriera porque estábamos seguras de que le encantaría. La joven empezó a abrirla con las manos temblorosas por de los nervios. 

-¡Más rápido! - Exclamó mi chica. 

-Voy lo más rápido que puedo, tata. 

Sacó el sobre que había en el interior y lo abrió con rapidez. Cuando vio lo que ponía en la hoja se quedó de piedra. Abrió los ojos como platos y se puso roja como un tomate. Incluso se le quitó la sonrisa. 

-¿Qué pasa? ¿No te gusta? - pregunté. 

-No me gusta, me encanta. -Releía una y otra vez las palabras de su regalo. - ¡Pero os habéis pasado tres pueblos! 

-Para mi hermanita todo es poco. - Patricia le dio un sonoro beso en la mejilla. 

Lo que contenía la caja era la matrícula de una autoescuela. Carol llevaba meses diciendo que estaba ahorrando para sacarse el carnet de conducir. La idea de regalárselo fue mía porque mi novia nunca se hubiera atrevido a decirme que me gastara tanto dinero en un regalo para su hermana, pero la joven se lo merecía. Había llevado el curso genial y en selectividad tenía una de las mejores notas de la comunidad. Desde que la conocí me había tratado como si me conociese de toda la vida. Era un amor de niña. Nos agradeció el regalo una y otra vez mientras nos besaba y abrazaba efusivamente. 

Dejé a las dos hermanas hablando y fui a por la tarta. Al final no tenía ni fresas ni nata. Era una de chocolate normal y corriente, pero cualquier cosa sería mejor que los restos quemados de la nuestra. Encendí las dieciocho velas, apagué las luces y entré al salón entonando la típica canción de cumpleaños. Patricia se unió rápidamente a mi canto. 



-No es mi tarta favorita, pero como me habéis hecho un regalazo os perdono. - Dijo tras soplar las velas. 

-En principio íbamos a hacerte tu tarta favorita. - Expliqué entre risas. - Pero al final tu hermana me ha entretenido y hemos tenido problemillas. 

-¿Cómo? La culpa ha sido de Malú, que ha quemado el bizcocho. 

-Pero por tu culpa. 

Me senté en las piernas de mi chica. Aparté el pelo de su cara y la atraje hacia mí cogiéndola de la nuca para darle un dulce beso. 

-Bueno, voy a por algo de beber. - Carol se dirigió a la cocina para dejarnos a solas. 

-Cielo, yo te perdono que hayas quemado la tarta. - Acariciaba mi muslo con la mano y recortaba el espacio entre nuestras caras. - Podemos quemar mil más si vuelve a ser como hoy. 

-Tú estás un poco viciosilla hoy, ¿no? 

-Ya te dije que el dulce me enciende. 

-El dulce... - Mordí su labio cuando menos se lo esperaba y se quejó mientras se lo cubría con las manos. - ¿yo no tengo nada que ver con que te calientes?

-Claro que sí, joder. Tu eres lo que más me calienta, no hace falta que me muerdas. 

-Chicas, ¿no tendrá algo que ver esto que me he encontrado en el suelo de la cocina con la tarta quemada?

Carol venía partiéndose de la risa con mi sujetador en la mano. Con la excitación y las prisas se me había olvidado ponérmelo antes. Me llevé las manos al pecho y mi enrojecimiento nos delató. 

-Hermanita, es que tienes una cuñada muy fogosa. 


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Espero que os haya gustado el FLASHBACK. Ya que estamos os agradezco que leáis  y comentéis lo que escribo, porque me encanta. 

Y en especial quiero dar las gracias a @novelateconozco  porque no sólo me da algunas ideas, sino que también está siempre apoyándome y eso reconforta. Mil gracias, presi ;)
 (Y si no leéis su novela hacedlo, porque está muy bien) jjj 

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