Alzo la cabeza esperando que el sonido que ha retumbado por todo el jardín sea una simple imaginación mía, y no me da tiempo a nada más cuando observo que alguien intenta colarse en mi casa saltando por el muro de hormigón situado al lado de la puerta principal. Su melena rubia la delata. Creo que nadie podrá llegar a tener, jamás, una cabellera tan perfecta como la de Patri. Por mucho que lo intenten. Salta con una agilidad sorprendente y se sacude el pelo mientras pestañea de manera repetitiva intentando aclimatarse al cambio de luz que le ha provocado la farola que le ha ayudado a invadir mi propiedad. Me sonríe a quemarropa, sabiendo que me voy a derretir con ese gesto. Pero hoy no tiene la respuesta que ella espera y se acerca con la cabeza torcida haciendo desprender de sus ojos un brillo especial. Ese que utiliza cuando intenta convencerme de algo.
- ¿No puedes venir a horas normales? - Espeto con rabia mientras me pongo la camiseta por encima – Me has asustado, joder.
- Va cariño, te echaba de menos – Me suplica acercándose peligrosamente a mi – Además que hace mucho calor y nos podríamos meter en la piscina. Ahora no nos ve nadie.
- Métete tu. Pero la próxima vez mandas un mensaje. Es lo habitual que hace la gente cuando echa de menos a su novia.
La oigo quitarse la ropa y tirarse desnuda al agua. Sé que lo hace para provocarme, pero esta vez no puede ser. No es la primera vez que salta hacia mi jardín sin esperar a que nadie le conteste. Y no sería la primera vez que se hace daño al hacerlo. Pero su locura le impide ver la peligrosidad de invadir propiedades privadas encaramándose entre farolas y muros. Y es el miedo a que algún día caiga mal el que me hace enfadarme con ella hasta el punto de no querer verla.
De repente noto sus besos por el cuello pero mi mente decide no hacerles caso y seguir caminando hacia las escaleras que llevan a mi habitación. Pero mi cuerpo traiciona, como siempre, a mi cerebro y decide dejarle el espacio justo a sus labios para que se paseen por esa parte de mi cuerpo que sabe que me vuelve loca. Y me traiciona todavía más cuando noto que pega su cuerpo mojado a mi espalda, haciéndome notar su excitación con la punta de sus pezones. No puedo evitar girarme para fundirme con sus labios. Hoy, más que nunca, tiene la capacidad de excitarme con apenas un roce de su lengua con la mía. Y me encanta ese poder que tiene sobre mí. En apenas segundos estamos en el borde de mi cama y sin apenas milímetros de separación entre ambas. Decide girarse y tumbarse, con la mínima delicadeza posible, arrastrándome para que caiga encima de ella, clavando las rodillas en el colchón, alrededor de su cadera.
- Déjate hacer – Me susurra alejándose de mi boca.
Me quejo. En estos momentos no permito que nadie, ni siquiera ella, rompa la locura irracional que crea el baile de nuestros labios. Porque sé que habrá locuras racionales, pero también sé, que sus besos desconocen ese término. Y por mucho que después lo niegue, me encanta que lo desconozca, que bese cada parte de mi cuerpo como si fuera el último, que recorra con su lengua todos los rincones de mi cuerpo, haciéndome entrar en esa dinámica de locura irracional de la que jamás podré salir.
Sujeta mis caderas con fuerza para, sin esperármelo, levantarlas y dirigirlas hacia su rostro. Y yo no puedo hacer más que sujetarme con dificultad al cabecero de la cama. Con la dificultad de saber que en apenas segundos la humedad de su boca se entremezclará con la de mi propia excitación. Esta vez no hay tiempo para caricias, ni para susurros cariñosos, ni siquiera para los besos con dulzura previos al momento cumbre. Suelto un gemido ahogado al notar una mordedura en mis piernas. Conoce demasiado bien mi cuerpo. Tanto que sabe tocar con sus dientes el límite exacto de la frontera del placer. Antes de que mis cuerdas vocales terminen de emitir el leve sonido placentero noto como su lengua se adentra en mi sexo, moviéndola con la exactitud perfecta que solo ella sabe, con movimientos justos y certeros. Con la velocidad necesaria en ese momento. La que ella impone sin pudor. Y mi cadera comienza dejarse llevar cuando Patri decide que sus dedos también deben entrar en acción. Sin pausa. Me balanceo sobre su rostro en busca del orgasmo que sé que no va a tardar en llegar. Mi pecho suplica su presencia cuando su mano libre se aleja de él. Había estado desde un principio acariciándolo sin piedad. Al mismo tiempo siento que su otra mano se desliza saliendo de mi cuerpo. Giro ligeramente mi mirada hacia atrás, buscando una explicación. Y es en ese instante cuando veo que una de sus manos busca su propio sexo y que acompasa ambas manos. Una en su sexo, otra en el mío. Y su intento de buscar la excitación de ambas hace que me encienda mucho más. No puedo dejar de mirar como mi chica acelera los movimientos de su mano en su propio sexo y ya me da igual que siga tocándome como lo hace ahora mismo. Y son sus movimientos, su imagen... Es ella la que hace que lleguemos a la vez al paraíso que tanto ansiábamos. Y es su último suspiro el que choca con mi sexo el que hace que se me erice hasta lo más profundo de mi ser.
Me deslizo suavemente para quedarme tumbada completamente encima de ella, acompasando nuestras respiraciones todavía aceleradas. Intenta besarme en la punta de la nariz, pero aun no ha conseguido hacerlo sin rozar mi piercing de ésta. Creo que es el único beso que se le resiste. Por más que se lo repito, ella siempre piensa que me puede hacer daño si lo mueve. Y por más que lo prueba, su extraño movimiento hace que su labio inferior se pellizque con la apertura del pendiente, haciendo que una carcajada conjunta se escape de nuestras gargantas y se junte, sin permiso, con la excitación que hay flotando por las cuatro paredes de mi habitación. Una excitación que hasta el más tonto e ingenuo notaría. Diría que hasta podría palparla.
- La próxima vez, avísame – Digo mientras sujeto la mano que poco antes estaba dentro del cuerpo de Patri.
- Lo siento, yo no... - Me dice buscando mi mirada mientras el rojor se apodera de sus mejillas.
- Tonta – Le callo besándola suavemente – No sabes lo que me ha gustado verte.
Nos abrazamos y creo que ese es el paraíso perfecto. Haría mil veces el amor con ella solo por estos momentos. Por tenerla entre mis brazos tranquilamente mientras las gotas de sudor pelean por juntarse con nosotras. Lo haría por escuchar, como siempre, el “Te quiero” que rebota en las paredes y se queda ondeando hasta que decidimos callarlo con otro “Te quiero” que suena mejor que el anterior.
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