viernes, 29 de agosto de 2014

ME COMPONES Y DESCOMPONES. (2x07)

Cuando un cristal se rompe, miles de partículas salen disparadas en todas las direcciones. Se forman millones de diminutos trozos, cada uno con una forma diferente. Y se pierden. Son tan pequeños que volver a recogerlos todos y unir las partes para recomponer el modelo inicial sería imposible. Además, el golpe no sólo rompe el cristal en sí, también golpea y se clava en todo lo que le rodea. Pues así me siento yo, como ese gran cristal inicial que se ha quebrado. Destrozada y con miedo de hacer daño a quien me rodea, porque estoy segura de que si alguien intenta tratar conmigo la pagaría injustamente con esa persona. 



Tras la fiesta de cumpleaños me metí en casa, concretamente en mi cama, y dejé que el tiempo y las lágrimas arrasaran con el malestar que me invadía. Apagué los teléfonos, bajé las persianas y comí helado de chocolate como una loca. Y lo peor es que no sé en qué momento exacto llegamos a esto. ¿Cuándo los celos hacia alguien que ni siquiera conozco han puesto a temblar la estructura de nuestra relación? Soy una celosa y lo tengo asumido. Pero que prepares una fiesta para tu novia y a la mitad se vaya porque su ex se ha emborrachado no le sienta bien a nadie. Y decidí que era mejor pasar del tema y divertirme, porque no podía dejar que esa chica me arruinara la noche. Pero cuando Patri volvió y se puso a bailar conmigo cambié de opinión. No sé el motivo, pero mi cerebro volvió a tener un arrebato. ¿Acaso se creía que podía hacerme eso y que la recibiera como si no hubiese pasado nada? Juro que me apetecía besarla cada milímetro de la piel, y acabar la noche en la cama juntas, pero no podía. Quizá orgullo, quizá celos o probablemente indignación. Pero sentía que no era lo correcto. Me tragué las ganas que tenía de embriagarme de ella y me fui a casa. Sola y con los ojos humedecidos. Es de esas situaciones en las que sabes que es mejor no darle vueltas al tema, pero tu cerebro no puede pensar en otra cosa. Me encantaría saber cómo está Patri. Con ella nunca se sabe. Es de esas personas que, cuando la conoces, te das cuenta de que nunca la conocerás. Y puede sonar inconcebible, pero es así. Puede que esté llorando a moco tendido, ahogándose con sus propias lágrimas. O puede que haya preferido pasar del tema y dormir como si nada. Una parte de mi no quiere que esté mal, pero por otro lado si estuviera bien me sentaría peor. No sería justo que yo llorara por su culpa mientras ella reía. 

Suena el timbre de casa, pero lo ignoro y me tapo con las sábanas hasta la cabeza. Vuelven a llamar y mi respuesta es esconder la cabeza bajo la almohada. No quiero que nadie interrumpa mis momentos de miseria emocional. Llaman una vez más, esta vez añadiendo golpes bruscos a la puerta. Me levanto de mala gana y bajo los escalones a trompicones, deseándole la muerte a la persona que esté molestando. Abro la puerta sin ni siquiera preguntar y me encuentro a una de las personas que menos me espero.
 
-Joder, tía. Qué pintas. - Me dice directamente. Miro mi cuerpo de pies a cabeza para descubrir que tiene razón. Voy descalza, con un pantalón corto deportivo y una camiseta blanca de tirantes, con restos de helado. Llevaba una coleta mal hecha y no me veo la cara, pero estoy segura de que nadie me libra del maquillaje corrido y las ojeras. - ¿Me vas a invitar a pasar?

- No. - Suspiro. - Sólo quiero llorar y seguir comiendo hasta ponerme gorda.
 
-Bueno... Bollodrama a la vista. - Vanesa aparta mi mano del marco de la puerta y entra sin permiso. - Venga, ponme un café y cuéntame lo que ha pasado.

No me apetece preparar un café y sentarme a contar mis penas porque hace unos minutos no me apetecía ni salir de la cama. Voy a la cocina. Observo el reloj y me doy cuenta de que había perdido la noción del tiempo y del espacio, porque son más de la una y yo no sé ni en que mundo vivo. ¿Mundo? No puedo denominar así a un lugar donde no esté ella. Puede que esté dramatizando demasiado. Al fin y al cabo no llevamos separadas ni veinticuatro horas. Pero es que tengo el presentimiento de que la cosa va peor de lo que ambas esperamos. Y ojalá me equivoque y en unas horas volvamos a devorarnos la una a la otra, pero lo veo lejano. Deposito la bandeja con un par de cafés en el salón y me siento al lado de Vanesa. Se lo cuento absolutamente todo. Entre lágrimas y un dolor en el pecho que me mata. En ella sé que puedo confiar. Sus consejos son tan buenos como sus canciones. Cuando termino me abraza hasta que la respiración se me regula. 



-Sois las dos igual de tontitas. - Murmura. - Una por celosa y la otra por orgullosa. 

-¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejarlo pasar como si nada?

-No, tendríais que haber hablado como adultas y dejar a un lado los bailecitos provocativos. - Se me escapa una leve sonrisa al recordar cómo a Patri se le caía la baba anoche al verme en la pista. - ¿De verdad crees que Patri te engañaría con ella?

-Pues no... - Confieso. - Pero tampoco veo normal que la proteja así. Que en cuanto la vio liarse con el chico ese le faltó tiempo para salir corriendo de la fiesta y llevársela. 

-Llámala. - Me tiende mi móvil que ha cogido de la mesa. No sé qué responder. Me da miedo llamar, porque me da miedo saber cómo estará ella. - Lo que os pasa es que no habláis del tema. Pensáis muchas cosas pero no os las decís. 

Vanesa ha dado en el clavo. Cuando se trata de decirnos que nos queremos lo hacemos sin problema, hasta el punto de llegar a ser empalagosas. En cambio, cuando hay que tratar temas difíciles, nos cortamos. Las palabras no salen con toda la facilidad que deberían. Nuestros corazones hablan, pero lo que dicen no llega a salir de entre nuestros labios. 

-Llámala tú. - Se lo digo y me mira alucinada. Niega rápidamente con la cabeza y me dice que soy una cobarde. - Vane, por favor. - Pongo morritos. - Sólo tengo miedo de escuchar su voz... Tú le preguntas cómo está y, si no hay nada raro, llamo yo desde mi móvil. 

-Malú, que no. - Ella se puede negar lo que quiera, pero yo siempre me salgo con la mía. Acaba marcando su número mientras refunfuña. - ¡Hola! ¿Dónde andas? - Saluda con una sonrisa en los labios que rápidamente desaparece. - Pero rubia, ¿no empiezas el trabajo con Dani en dos días? - Silencio. Largo silencio en el que Vanesa escucha atentamente las palabras de mi chica, mientras yo empiezo a comerme los uñas y acabo clavándome los dientes en el puño. - Lo que tú veas, pero que sepas que sois las dos unas orgullosas. Deberíais dejar las tonterías y hablar. - Cruzan un par de palabras más y se despiden cariñosamente. 

-Bueno, ahora la llamo yo... - Me estiro hacia mi móvil pero mi amiga me frena. 

-No hace falta... 

-¿Por? No te entiendo. 

-Mejor habláis cuando vuelva. - Dice mirando hacia otro lado. 

-¿Cuándo vuelva de dónde? - Se aparta el pelo de la la frente y coge mis mano. Me observa fijamente los ojos con una mirada que sólo transmite dolor, miedo y dudas. 

-Prométeme que cuando te lo cuente vas a estar tranquila, no te vas a poner nerviosa y no vas a pensar cosas que no son. 

-Vanesa, te prometo lo que quieras, pero cuéntalo ya porque me estás asustando. - Traga saliva y yo noto un nudo en la garganta del tamaño de un balón de fútbol. 

-Patricia se ha ido a Valencia. 

-¿Valencia? - Se me ocurren miles de opciones en apenas unos segundos. Y confieso que cada cual me gusta menos. Me tiemblan las manos. - Haz el favor de explicarte bien. 

-Se ha ido a Valencia un par de días, hasta que empiece a trabajar, porque quiere despejarse. 

-No me jodas. ¿Y se va así? ¿Sin más? 

-Al parecer lo decidió a última hora. 

-Además, no entiendo nada. ¿Por qué Valencia? ¿Y qué va a hacer allí sola? - Hablo tan rápido que ni yo misma me entiendo. Resoplo y me seco en el pantalón las manos empapadas por el sudor. 

-Es que no va estar sola... - Masculla entre dientes. Abro los ojos y cierro el corazón con fuerza. Todo cuadra ahora. Tengo delante el por qué se ha ido sin avisar y a última hora. 

-Marta... -Asiente y le da un sorbo a su taza. 

-Malú, ya sabes cómo es Patri... Le habrá dado un venazo y se ha ido. No le des más vueltas...

¿No darle más vueltas? Es imposible. Me siento sin vida. Le pido a Vanesa que se vaya a casa. No le cuesta entender que lo que más necesito es estar sola y llorar sin compañía. Me dice que me llamará pronto para ver cómo estoy. Entonces me siento en el suelo del salón y me pongo a recordar lo que hemos vivido en las últimas horas, con la intención de aclararme y darme cuenta de por qué estamos así. Todo iba genial. Compartíamos esa falta de cordura propia de los enamorados que pocos entenderían. Y de pronto llegó Marta apartando a mi novia de mi. La chica no ha hecho nada, al menos que yo sepa, pero Patri la trata de una forma que me confunde. Luego llegó la fiesta de cumpleaños, que empezó siendo inmejorable y acabó estropeándose por peligro de inundación a causa de las lágrimas. Nos fuimos cada una a nuestra casa, yo a llorar y ella... ¿Ella a hacer planes con su ex? Estoy decepcionada. Porque lo que realmente esperaba era que apareciera en mi casa y me dijera que nunca iba a querer a nadie tanto como a mi. Me sacaría una sonrisa como otras tantas veces y nos besaríamos para olvidar los enfados anteriores. En cambio, no ha sido así. Ha preferido irse a disfrutar con Marta en vez de arreglar las cosas conmigo. Ya sabemos que, para bien o para mal, Patricia siempre sorprende. 

No sé cuanto tiempo paso ahí sentada. Ni siquiera me lo planteo. Pero si no quiero convertirme en parte del decorado de la casa necesito moverme un poco. Así que voy a la habitación para ponerme un chandal y una gorra que oculte un poco mi rostro, cojo a mis perros y me voy a dar una vuelta. Creo que ellos son los que mejor me comprenden. Cuando me ven coger las correas se abalanzan sobre mi dándome lengüetazos por todas partes y sacándome alguna sonrisa. 


No os imagináis lo desastroso que es salir de paseo con cuatro perros tan inquietos como los míos. Danka, Lola, Rumba y Chispas, el nuevo. Cada uno anda en una dirección, cruzan las correas y hacen que pierda el equilibrio. Como no me apetece ir a un sitio lleno de gente, niños y más animales, paso del parque. Ando sin prisa pero sin pausa durante más de una hora hasta que llego al inicio de la montaña. Allí hay un pequeño camino, árboles y rocas. Es un buen sitio para soltar a mis bichos. 



Les dejo correr de un lado para otro mientras juegan con la pelota, y oh me siento en una gran piedra. Entonces, en un momento de poca coherencia, se me ocurre encender el teléfono. Mensajes, llamadas perdidas, WhatsApp's, correos... Llevaba demasiadas horas apagado. Observé las llamadas perdidas en primer lugar. Mi madre, Vanesa, José, Rosa, Vero y, lo que más me hizo temblar: Patri. De las 34 llamadas perdidas, 12 eran suyas. Sacudí la cabeza, como si fuera a servir para algo, y abrí WhatsApp. Cientos de mensajes de muchísima gente me esperaban, pero mi mirada se fue directamente a su nombre. 16 mensajes suyos. Iba a abrirlos cuando me sobresaltó una llamada entrante. Mi madre. 

-Dime, mamá. - Dije con desgana. 

-¿Se puede saber dónde te has metido? - Chilla con ganas. - Llevamos desde esta mañana intentando localizarte y no nos daba señal ni el fijo ni el móvil. ¡Estábamos preocupados! Hace un rato ha ido José a tu casa a buscarte y todo...

-Vale. Para, para... - Ruego. Habla demasiado y demasiado rápido, haciendo que mi dolor de cabeza reaparezca. - Lo siento. 

-Y dile a mi nuera que tenga el teléfono a mano, porque a ella tampoco hay quién la localice. Seguro que estáis juntitas, tan tranquilas, ajenas a todo. 

-Mejor se lo dices tú si es que la encuentras...

-¿Tú tampoco sabes dónde está? - Quiere saber extrañada. 

-Sí. Bueno... Más o menos. - Pongo los ojos en blanco. - La cosa es que yo tampoco he hablado con ella. 

-¡Ay! ¿Os habéis peleado? - Masculla cosas sin sentido al otro lado del aparato. - Seguro que es por una tontería, os conozco bien...

-Mamá, no quiero hablar ahora del tema. Cuando pueda te llamo. 

Ella quiere saberlo todo pero yo no soy capa de contar nada. Se queja, pero acaba colgando de mala gana. Sabe que no va a sacarme información hasta que me tranquilice. Me llevo las manos a la cabeza. Duele tanto que parece que va a explotar. Y sé que voy a salir perdiendo pero sucumbo a la tentación y miro los mensajes de Patri. 

-"¿Cómo has pasado la noche?", "No puedo dejar de pensar en ti", "Sé que las dos estamos mal, y es por una tontería. ", "Enciende los teléfonos, cielo.", "Tengo que hablar contigo", "Me vas a odiar, pero me voy a ir un par de días. Espero que cuando vuelva podamos hablar más relajadas.", "Sabes que eres la única."

Esos eran algunos de los mensajes que intercalaba con 'te quieros'. Sabía que al leerlos me la jugaba, y así ha sido. Las heridas de mi pecho sangran a borbotones, y yo no tengo ni idea de dónde conseguir vendas o medicamentos que las curen. Ella es la única que puede hacerme sanar. Pero no está y no sé si cuando vuelva sus besos tendrán la misma eficacia. Patri tiene la capacidad de provocar en mi todos los sentimientos imaginables en sus dosis más extremas. Me compone y luego me descompone, o viceversa. Los perros se acercan, como si supieran que lo estoy pasando mal y necesito de sus mimos. Lamen las lágrimas que quedan en mis brazos y acercan sus cabezas a la mía. De pronto, los ladridos son mucho más fuertes sin razón aparente. Salen corriendo a mis espaldas. 

-Eh, parad, parad. - Dice entre risas la persona a la que están visto y les ha causado esa locura. - Sí, soy yo. 

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