Narra Patricia.
-Misifú, ven aquí. - Dije lanzando besos desde la cama de mi chica.
-¿Tanto te cuesta llamar a mi gato por su nombre? - Reprochó Marta.
-Todos los gatos se pueden llamar Misifú, es como una norma. - Me subí a horcajadas sobre su cuerpo aún desnudo. - Igual que todos los perros se pueden llamar Tobby.
-¿Entonces para qué dedico yo mi tiempo a elegir un nombre? - Sus manos se deslizaban por mi espalda mientras trataba de ocultar una sonrisa.
-La verdad es que no lo sé. - Hice como que meditaba. - Porque eres tonta. Ese tiempo tendrías que haberlo aprovechado estudiando, que en una semana empiezas los finales.
-No me lo recuerdes, cabrona. - Me atrajo hacia ella para morderme la oreja. Siempre lo hacía. Al principio me quejaba, pero más tarde acabó siendo motivo de risas. - Ya me reiré yo de ti cuando empieces con tus exámenes de fotografía...
-Ay, qué nervios. - Me dejé caer a su lado, entrelazando nuestros dedos. - ¡Sólo me queda un mes para empezar el curso!
-¡Hija, ya estamos aquí! - Gritaron desde fuera tras el ruido de unas llaves. Marta y yo nos miramos con los ojos como platos. Desnudas, con las sábanas revueltas y sin excusas preparadas para posibles interrupciones. Me levanté rápidamente a trompicones para vestirme.
-¿No decías que llegaban a las siete? - Susurré exaltada.
- Pues se habrán adelantado. - Imitó mis movimientos y en menos de un minuto ya teníamos puesta la ropa. El pelo lo llevábamos tan revuelto como la cama, pero nos faltaba tiempo para tantos arreglos.
-¿Sigues estudiando, hija? - Mi suegra abrió la puerta de golpe quitándome del susto el poco aliento que me quedaba. Nos miró de arriba a abajo y luego observó toda la habitación. Cazadas. Las madres tienen un sexto sentido para esas cosas. - Siento interrumpir, chicas. Creía que...
-¿No llegabais a las siete? - Interrumpió Marta.
- Si, pero ya sabes cómo es tu padre... - Puso los ojos en blanco. - Dice que ya está cansado de dar vueltas por un centro comercial.
-Pues ya podríais haber avisado...
-De avisar nada. Lo que tendrías que hacer sería estudiar. - Yo observaba la situación entretenida, sintiendo que no pintaba nada ahí en medio. Y así tendría que haber sido, pero Marta abrió la boca para cambiar las cosas.
- Es que Patri ha venido a por unas cosas y al final nos hemos entretenido.
- ¿Yo? - Fue lo primero que alcancé a decir. - Pero sí has sido tú la que me has dicho que estabas cansada de los apuntes y que viniera a hacerte una visita.
- Me da igual quién haya sido. - Nos llamó la atención su madre. - Las dos sois igual de culpables. - Fue a salir de la habitación, pero cuando estaba a punto de cerrar la puerta se dio la vuelta y nos miró con una sonrisilla. - Y cuando queráis intimidad sólo tenéis que pedirla y os quitáis de sustos, no seáis tontas.
La mujer cerró la puerta e hice que un cojín impactará en la cara de mi chica. Abrió la boca y los ojos en la misma medida e instantes después la tenía empujándome sobre la cama. Empujones, cosquillas y risas que seguro que se escuchaban hasta en el edificio de al lado. Cuando me di cuenta del escándalo que estábamos formando le tapé la boca con mi mano y conseguí que dejara de gritar, aunque me llevé un buen mordisco. Se sentó en mi vientre a la vez que se quitaba el pelo de la cara. Su intensa mirada se complementó con una pletórica sonrisa que me transportó a otro mundo. Su mundo.
-No le digas a tu madre esas cosas porque me va a coger manía... - Murmuré seriamente.
- A ti no se te puede coger manía. - Me dio un beso en la frente. - Besas tan bien que se me olvidan tus cagadas...
-Ya, pero a tu madre no la beso.
-Pues deberías. - Bromeó.
-Ni de coña, bastante tengo con la hija. - Pellizcó mis caderas haciendo que me retorciera.
-No hace falta que la beses, con que sonrías la tienes ganada. Como a mi.
No sé cuánto durará lo que siento. No sé si seguimos el camino correcto. No sé a dónde vamos a llegar. Lo único que tengo claro es que mis días empiezan y acaban en ella. Estamos amando como adolescentes, que es lo que somos, sin pararnos a pensar en los porqués y las repercusiones de nuestros actos. Nada importa. Ella la caga. Yo la cago. La cagamos juntas. Pero cuando tenemos que reparar lo dañado somos una. Y volvemos al que pensamos que es el buen camino. Prácticamente todo es perfecto. Supongo que es amor eso de perdonar cualquier cosa con unas simples caricias. Aunque tampoco me he parado a pensarlo. ¿Qué es el amor? ¿Acaso podemos definir algo tan grande con simples palabras? Yo no me atrevo. El amor son sentimientos plasmados en hechos. Me limito a vivir cada momento que paso a su lado como si fuese el último porque pienso que es la mejor forma de ser feliz. También soy consciente de que a su lado me vuelvo loca. Mucho más de lo normal. En el año y medio que llevamos juntas nos ha dado tiempo a perder la cabeza en muchas ocasiones. Desde escapadas a la playa sin informar a nadie hasta salir huyendo de restaurantes por escándalo público. Porque ese era uno de nuestros juegos: ir a un lugar lleno de gente y simplemente besarnos apasionadamente, sin tapujos. Frente a la pantalla del cine, en una cama del Ikea, en la puerta de un colegio... Todos esos lugares habían sido testigos de nuestro juego. La adrenalina te sube de una forma descomunal cuando te persigue un guardia de seguridad o te grita un padre escandalizado. Sin riesgo no hay emoción, y sin emoción no hay vida.
Desde que nos conocimos en la discoteca no nos habíamos separado ni dos días seguidos. Pasábamos juntas las horas en las que el sol reina en el cielo y, en muchas ocasiones, también cuando lo hace la luna. Quizá en exceso. Yo seguía trabajando en el mismo local aunque no lo soportaba, pero en la familia se seguía necesitando mi dinero. Y Marta me acompañaba al trabajo absolutamente todas las noches. Nunca faltaba, aunque tuviera que cancelar planes para asistir. Pero decía que no era un trabajo seguro y si me acompañaba se quedaba más tranquila. Y yo no se lo impedía porque con ella en la barra me sentía mejor. Además, mi chica tenía razón: los chicos borrachos y el mundo de la noche no estaban hechos para mi. Lo odiaba. A su lado se pasaban más rápidos los minutos. Hasta que llegó el día en el que decidí que no podía depender más de Marta para salir, porque no sólo pasaba en el trabajo, sino que tampoco iba de fiesta si no era con ella. Y no era porque me molestara, sino porque me hacía sentir frágil tener que recurrir a alguien para sentirme segura en una discoteca.
-Me voy a casa. - Apartó la cabeza de sus apuntes y me miró. Se levantó y me dio un beso en los labios.
-Luego te veo en el local. - Suspiré. Tenía que decirle lo que pensaba, aunque supiera que escucharlo no le haría gracia. Cogí aire buscando desesperadamente algo de valentía y me dispuse a hablar.
-No vengas hoy. - Se separó con un pequeño paso y me observó con el ceño fruncido.
-¿Cómo?
-Quédate estudiando, no te preocupes por mi.
-Nena, no voy a estudiar por la noche. - Sonrió tímidamente. - Voy y así me despejo, no te preocupes.
- Marta. - Si no me dejaba de rodeos no conseguiría nada. Miré sus pupilas directamente. - No quiero que vengas.
-No te entiendo... - Sacudió la cabeza y se apartó de mi varios pasos. Intenté descifrar su rostro, pero no supe. Su mirada se perdía en algún lugar de la habitación. - ¿Te has cansado ya de mi?
-No es eso. - Hice un intento de acercarme a ella, pero retrocedió. - Solamente quiero hacer las cosas yo sola, sin depender de ti.
-Yo siempre he ido a tu trabajo porque sé que no te gusta y pensaba que verme allí te alegraba.
- Y así es. Pero eso no tiene nada que ver con lo que te estoy queriendo decir. Quiero ser más libre.
-¿Quieres ser más libre o quieres tener la libertad de liarte cada noche con una?
-¿Qué cojones dices? - Exclamé. - ¡Entiéndeme! ¡Pasé de hacerlo todo sola a hacerlo todo contigo!
-¡Es lo normal cuando tienes pareja!
-¡A lo mejor no estoy preparada para tener pareja! - Grité e inmediatamente me arrepentí. Ambas nos quedamos bloqueadas varios minutos con la vista perdida en en el suelo. - Sólo te he pedido una noche...
-Vete. - Dijo seca. Alcé la mano para llegar a sus labios, pero me apartó la cara. - He dicho que te vayas.
-Cuando se te pase la tontería nos vemos. - Cogí el bolso. - Que te den.
Me fui de la casa dando un portazo y sin despedirme de nadie. Sus padres me observaron alucinados cuando salí, así que supuse que la discusión se había escuchado por toda la casa. Me podía la impotencia. ¿Tan difícil es de entender que quiera superar mi miedo a salir sola? Yo lo veía como una forma de madurar, y me ponía realmente histérica que Marta se imaginase cosas que no eran. A mi también se me fue de las manos la discusión al decir que no estaba preparada para tener una pareja, pero me salió sin más. Son esas cosas que dices sin pensar y sin motivos. Pero ella tampoco había puesto mucho de su parte por comprenderme. Era la discusión más fuerte desde que empezamos a salir.
Con ese mismo mal genio llegué por la noche al trabajo. Sola por primera vez en mucho tiempo. Me temblaban las piernas al entrar. Iba a ser peor de lo que esperaba. Lo único bueno era que esa noche no me tocaba bailar en la tarima. Los minutos se sucedían y mis nervios no cesaban. Varias copas rotas y comandos mal dados eran el resultado de todo el lío que tenía en la cabeza. Se me sumó el temor a salir sola con el enfado que tenía con Marta. Me costaba pensar con claridad. Pero, a eso de la una de la madrugada, un grupo de chicas entraron al local con ganas de fiesta. Bailaban sin cesar captando las miradas de todo el mundo, incluida la mía. En especial había una chica que se movía mejor que ninguna. Era algo más bajita que yo, con el pelo negro y el flequillo hacia un lado. Era sexy a rabiar y sus movimientos no dejaban indiferente a nadie. Llevaba un top que dejaba su vientre al descubierto y unos pantalones cortos. Entre copa y copa la perdí de vista y seguí a lo mío, hasta que me dijeron que se había acabado el papel del baño y tenía que ir a reponerlo. Y al entrar al servicio me encontré a la chica de la pista. Estaba frente al espejo retocándose el pintalabios. Joder. Me dejó impresionada lo sensual que era en todo lo que hacia. Dejé el papel al lado de los grifos y me lavé las manos. A través del espejo nuestras miradas, acompañadas de una débil sonrisa, chocaron. Tenía los ojos tan oscuros que apenas se diferenciaban de la pupila. Atraían, como toda ella. Y sería la rabia que tenía con Marta, la debilidad que me provocaba la noche, el calentón que había causado esa chica en mi... No sé qué fue, pero cogí su cuello y la besé sin más hasta quedarnos sin respiración. Pondría las manos en el fuego al decir que aquella chica era heterosexual, pero de una forma u otra cayó en mis redes. Tiré de su mano y nos metimos en uno de los aseos. Allí el espacio era muy reducido y el roce de nuestros cuerpos era constante. Cada beso era más húmedo que el anterior. Introdujo una mano bajo mi camiseta hasta llegar a mis pechos y jugó con ellos locamente. Todo era muy rápido. Segundos después bajé la cremallera de su vaquero y me colé en ella, causándole un gemido de placer que intenté ocultar tapando su boca con la mía. Seguí moviendo ágilmente mis dedos en su intimidad. De pronto, me empotró contra una de las paredes y me quitó la camiseta. E hizo lo mismo que yo: se entrometió en mi sexo sin pudor. Ahora los gemidos eran de ambas. Moví mi mano con mas rapidez y poco después le hice tocar el cielo. Clavó sus uñas en mi espalda y por un momento redujo los movimientos de la mano con la que me tocaba, pero no duró mucho.
Volvió con más ganas que antes. Y, quizá por el morbo de la situación, me provocó uno de los mayores orgasmos que había tenido hasta el momento. Mordí con fuerza su hombro hasta dejar mis dientes marcados. Después se escondió en mi cuello con la respiración agitada y se rió. Reía sin parar e incluso me lo contagió. Nos pusimos la ropa que hace rato nos sobraba y, aún entre risas, abrimos la puerta. Entonces me di cuenta de lo que había hecho. Marta estaba fuera con los ojos rojos y derramando lágrimas de manera desmedida. Se fue corriendo, y yo no supe qué hacer. Me dejé caer en el suelo con la mente en blanco. No pensé, no lloré, no hablé... La presión era tanta que no supe reaccionar.
La perdí. Así fue como la cagué con Marta. Ese fue el primer día que me lié con alguien sin conocerlo de nada. Sexo sin más. Empecé una etapa de mi vida en la que necesitaba hacerlo porque era la única forma de no sentirme débil en una discoteca. No me importaban las copas de más que pudiéramos llevar, simplemente lo hacía. No sabía valorar el amor. Toda mi fe de encontrar a alguien con quién tener un futuro desapareció cuando Marta salió por esa puerta. Y por eso ahora me siento en deuda con ella. Sé que le hice daño, demasiado. Me llegó información muchas veces de lo mal que lo estaba pasando. Y también me enteré de que la noche en la que me pilló con otra estaba allí para pedirle perdón. Pero era una cobarde, o una orgullosa, y no fui capaz de volver a ella. Lo de ir de chica en chica me duró bastante tiempo aunque no me llenara el vacío que tenía dentro. Fui dejando mis recuerdos con Marta en camas, coches, o baños... Hasta que un día mencionar su nombre dejó de quemar.
Seguí con mi vida, cumpliendo mis sueños poco a poco. Me saqué un par de cursos de fotografía y conseguí que me contrataran en una revista. Y así llegó Malú, haciendo que volviera a creer en el amor con la primera mirada que cruzamos. Fue mágico. Me enamoré locamente de ella e hizo que mi vida tomara el buen camino. Y, aún no sé cómo, ella también se enamoró de mi. En poco tiempo lo estábamos compartiendo todo. Menos una cosa: nunca fui capaz de explicarle por qué se acabó mi relación con Marta. Porque me siento avergonzada de haber hecho lo que hice. Pero por otro lado agradezco todos los errores cometidos en el pasado, porque de ese modo me he ido creando a mi misma hasta llegar a ser lo que soy ahora. La experiencia ha ido formándome por dentro y estoy segura de que jamás volvería a fallar a alguien como fallé a Marta.
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