miércoles, 20 de agosto de 2014

CÓMO ME ENAMORÉ DE MARTA. (FLASHBACK)


Narra Patricia. 

En la vida de todas las personas hay un momento en el que nuestra mentalidad cambia. Algo se revuelve en nuestro interior. No sabes lo que es, pero te está diciendo a gritos que lo que has sido hasta ahora no es suficiente. Te sientes diferente. Debes cambiar tu forma de ser, de actuar, o simplemente de percibir las cosas. De pronto eres otra persona. Alguien nuevo, con ideas renovadas y ganas de sentirte valioso. Supongo que hay miles de situaciones que pueden provocar este cambio en nosotros, y a mi me llegó al poco de cumplir los dieciocho. En mi familia el dinero era escaso. Me cansé de ver a mi madre llorar noche tras noche pidiéndole al cielo que le diera un trabajo. Mi padre luchaba por mantener el suyo, que no traía muchas ganancias al hogar, pero había que conformarse. Y, mientras tanto, yo tenía que ocuparme de la educación de mi hermana pequeña y de la mía propia. Tuve que ser la cabeza de familia. Limpiar las lágrimas de mi madre aguantándome las mías para no sentir que traía más problemas a la casa. Entonces llegó el cambio. Decidí que había llegado la hora de buscar un trabajo para aportar dinero a la familia. A esa edad, y sin tener aún demasiados estudios, las posibilidades disminuían. Día tras día me presentaba a diferentes empleos, y de todos recibía respuestas negativas. Cuando había perdido esperanzas me llegó información de una nueva discoteca en la que pedían trabajadores. Y me contrataron. No tenía puesto fijo: tan pronto podía estar sirviendo copas, como limpiando el baño o bailando encima de la tarima. Además el sueldo era ínfimo. El peor trabajo que me imaginaba que podía conseguir, pero lo necesitaba. La situación en casa empeoraba a pasos agigantados y tuve que aceptar ese puesto. 

-Rubia, otra ronda por aquí. 

-Voy. - Siempre era el mismo grupo de chicos. Venían todos los fines de semana a beber, meterse de todo en el cuerpo y, normalmente, llevarse a la cama a alguna chica. Dejé las copas en la barra para que las cogieran y me giré para seguir sirviendo, pero uno de los chicos tiró de mi mano. 

-Oye, rubia... - Se acercó a mi oído. - ¿Hoy también te vas a subir a bailar a la tarima? 

-Espero que no. 

Respondí lo más borde posible y seguí con mi trabajo. Siempre había chicos intentando ligar con las camareras. Es lo normal. Pero de ese grupo estaba ya cansada. Todos los fines de semana se repetía la misma historia. Por más que les rechazara seguían intentando acercarse a mi. Y yo, aunque había tenido experiencias con chicos, tenía bastante claro a esas alturas que prefería a las mujeres. En concreto esa noche estaba intentando ligarme a una chica morena que estaba al otro lado de la barra. Había venido en más ocasiones a la discoteca y me llamaba la atención desde la primera vez que la vi. Además, de vez en cuando la pillaba mirándome y compartíamos sonrisas. 

Muy a mi pesar, el jefe me comunicó que esa noche también me tocaría subir a bailar. Era lo que menos me gustaba. Incluso preferiría limpiar los retretes. Bailar me encantaba, pero con mis amigas y en la pista, no en la tarima, sola, y con cientos de babosos diciéndome de todo. En cuanto subí, los chicos de siempre se acercaron a mi, como si fueran una manada de lobos hambrientos y yo un trozo de carne. Yo me movía como podía y veía al jefe hacerme señas para que le pusiera más ganas. Esa noche me sentía con menos fuerzas de lo normal y el vitoreo de la gente me estaba agobiando. El calor me asfixiaba. Mis movimientos eran torpes y hacia tiempo que había perdido el compás de la canción. De pronto todo me daba vueltas, y lo siguiente que recuerdo vagamente fue desplomarme en el suelo. Veía a gente ir y venir, e incluso algunos chicos alargaban sus manos para tocarme. 

-¡Dejadla en paz, hostia! - Parecía una chica. No reconocí su voz porque no era capaz de escuchar con claridad, y la visión borrosa empeoraba las cosas. - Vamos a sacarla de aquí. - Alguien me cogió, parecían dos personas, y me llevaron entre el bullicio a los vestuarios. - Túmbala ahí y trae agua fría. 

Segundos después noté el líquido helado descender por mi cuello y mi frente. Poco a poco fue desapareciendo el mareo e iba recuperando la consciencia. Bendito el silencio que había en aquella sala. Abrí los ojos y me sorprendí al ver quién me estaba cuidando. Era la chica de la barra. Sonreí débilmente y ella me imitó. Mojó la toalla en el cubo de nuevo y la pasó por mi rostro delicadamente. Tenía los ojos de un color diferente, una mezcla entre inusual entre verde y marrón. Enganchaban. No podía dejar de mirarlos. Se debió dar cuenta porque soltó una pequeña risa que me hizo cambiar el destino de mi vista. 

- ¿Cómo te llamas? - Pregunté. 

- Me llamo Marta. 

-Encantada, yo soy...

-Patricia. - Me cortó y la miré extrañada. Sé sabía mi nombre y no pude evitar que eso me alegrase. - Tienes un jefe que grita tu nombre muy a menudo. 

- Es verdad. - Reímos. - Oye, muchas gracias por cogerme del escenario. 

-No podía dejar que esa panda de babosos se acercaran así a ti. Madre mía. - Bufó. - Cuando te has caído en vez de ir a ayudar, van a meter mano. Que asco de hombres, de verdad. - Por si me quedaba alguna duda de su sexualidad, con esas palabras acaba de confirmarme que estaba en lo cierto. - En fin, ¿estás mejor? 

- Sí, sí. Mucho mejor. - Me erguí quedando sentada frente a ella. - Ha sido un simple mareo. 

-Genial, pues lo que necesitas ahora es comer algo dulce. 

-Cogeré un zumo de la barra. 

- Te invito a un helado. - Lo dice sin más. Directa y con una sonrisa de oreja a oreja. Parece que ya sabe que le voy a decir que sí. 

-Ahora no puedo, estoy trabajando. 

-No puedes ponerte a trabajar después de lo que te ha pasado. Si hace falta hablo yo con tu jefe, pero tú te vienes conmigo. 

Y no me podía negar. Era verdad que necesitaba comer algo dulce y si era con ella, mejor aún. A mi jefe no le sentó nada bien que me fuera, es más, no me extrañaría que me redujera el sueldo por saltarme horas de trabajo. Decía que no podía dejarles tirados por un simple mareo. Marta salió en mi defensa diciendo que el golpe que me había dado en la cabeza al caer podría afectarme en un futuro. La verdad es que se puso a contarle una historia al hombre que hasta le asustó. Le dijo que ella estaba estudiando medicina y sabía de eso, que lo mejor sería que me fuese. Total, que lo conseguimos y nos marchamos de allí por la puerta trasera para no tener que soportar a la manada de lobos hambrientos. Andamos por un par de calles en busca de una heladería, pero a las dos de la madrugada todo estaba cerrado. 

-Al lado de mi casa hay una heladería que esta abierta seguro. - Comenté. 

-¿Está muy lejos? 

-No, a menos de diez minutos andando. 

-Pues vamos. 

Seguimos recorriendo las calles de Madrid hasta llegar a la heladería. No me equivoqué y estaba abierta, aunque apenas había clientes. Ella pidió una copa de helado de chocolate enorme, con siropes y diferentes complementos. Aquello parecía más grande aún al lado de mi cono de dos bolas. 




Comíamos sin apenas hablar. De vez en cuando comentábamos lo bueno que estaba. Al fin y al cabo, ¿de qué voy a hablar con una chica a la que he visto en contadas ocasiones? Pero me gustaba cómo era. Siempre tenía buenas palabras y no ocultaba su sonrisa. 

-Bueno, cuéntame algo de ti. - Me lancé a decir. El silencio que compartíamos no era incómodo, pero me apetecía saber más sobre Marta. 

-Tengo diecinueve años. - Se metió una cucharada en la boca. - Tengo un hermano mayor. - Otra cucharada más. - Trabajo en una tienda cuando me necesitan...

-¿Y lo compaginas bien al estudiar medicina?

-¿Medicina? - Me miró alucinada y al instante se echó a reír. - Ni de coña, yo no sirvo para eso. Se lo he dicho a tu jefe para que me tomase en serio y te dejara venir conmigo. 

-¿En serio? 

-Totalmente. - Unimos carcajadas. Era más alocada de lo que parecía. - Yo sólo valgo para cuidar animales. A las personas no, son demasiado imbéciles. 

-Gracias por la parte que me toca. - Dije irónicamente. 

-Hostia perdón, pero es que a ti no te veo como a una persona. O al menos no como a una persona normal. 

-Bueno, lo estás arreglando... 

-No, mujer. Te lo explico. - Se acercó más a mí. Tanto que empecé a descubrir algunos de sus lunares más pequeños. - Tú eres... - Y no sé lo que soy, porque sonó su teléfono y nos separamos apresuradamente. Mientras ella contestaba a la llamada yo seguía con mi helado, intentando bajar del planeta al que Marta me transportó por un momento. Había tenido sus labios tan cerca de mí que se me revolucionaron las pulsaciones. - No me jodas, tía. - Parecía enfadada con la persona con la que estaba manteniendo la conversación. - Déjalo, ya me buscaré la vida. - Bufó. - ¿Y qué iba a hacer sino? Paso. Ya hablaremos. 

-¿Problemas? - Pregunté cuando guardó el teléfono en el bolso de nuevo. 

-Que tengo unas amigas un tanto idiotas. Dicen que como veían que no volvía se han ido de la discoteca. Total, que me toca volver a casa en taxi o algo. 

-¿Vives muy lejos? 

- A tomar por culo. Me voy a dejar una pasta en el taxi. 

-Puedes dormir en mi casa. - Zas. No se esperaba que le dijera eso y, a decir verdad, yo tampoco. 

-¿Vives sola? 

-Qué va... Ojalá. 

-No quiero molestar. A tus padres no les hará gracia que metas en casa a una desconocida. 

-Para empezar, no eres una desconocida. Si no fuera por ti a saber dónde hubiera acabado yo la noche. Y para terminar, en mi casa no van a decir nada. Si preguntan eres una compañera de trabajo y ya está. - Di una palmada y me levanté. - Así que no tienes excusa. ¿Nos vamos?

Aceptó y me hizo totalmente feliz. En menos de cinco minutos estábamos entrando por la puerta de mi casa. Estaba completamente a oscuras, lo que significaba que todos estaban dormidos. Normal teniendo en cuenta que eran casi las cuatro de la madrugada. Nos quitamos los tacones y pasamos intentando hacer el menor ruido posible hasta la habitación. Pero la discreción no era lo mío. Mi meñique impactó contra la pata de la mesa haciendo que se me escapara un grito. Siempre he pensado que ese dedo no tiene mayor utilidad que la de hacernos sufrir. Marta se acercó corriendo para taparme la boca y mandarme callar entre risas. Estoy segura de que mi dedo le importaba realmente poco, pero no quería que se despertaran mis padres. Entramos a mi habitación y me dejé caer en la cama de golpe tras cerrar la puerta. Había sido un día demoledor. 

-Dame una manta o algo para que duerma en el sofá. - Murmuró. 

-¿En el sofá? No voy a dejar que te rompas la espalda teniendo una cama de matrimonio. - Me reí. - Tranquila, tú en una punta y yo en otra. - Me levanté y le di un pijama. - Ponte cómoda mientras voy al baño. 

Salí de la habitación y ella me siguió con la mirada. Le gustaba. Eso se nota. Y supongo que notó que ella también me gustaba a mí, porque lo único que me faltaba era escribírmelo en la frente. Esa chica tenía algo especial. Estaba loca, casi tanto como yo, y eso me encantaba. Marta derrochaba alegría por los poros. Positiva, risueña, dispuesta a todo... ¿Qué más se puede pedir? Cuando la veía por las noches en el local siempre me fijaba en ella. No sé. Era cómo una atracción inexplicable. Supongo que hay gente capaz de provocar esas reacciones. Y ahora que había compartido algunos momentos con ella me gustaba más aún. Y lo mejor es que la tenía en mi casa, en mi habitación, y me devoraba con la mirada casi tanto como yo a ella. Al volver a mi cuarto me la encontré tumbada en la cama, boca abajo, con poca ropa y mirando las fotos de mi cámara. Sus piernas desnudas me nublaron los pensamientos. Sólo se había puesto la camiseta del pijama. 




-Tía, ¿has hecho tú estas fotografías? - Formuló la pregunta sin ni siquiera mirarme. Y mejor, porque yo estaba haciéndole un chequeo de pies a cabeza. Tragué saliva y le dije que sí. - Pues eres increíble, deberías dedicarte a esto. 

-Ya me gustaría... - Susurré. Me tumbé a su lado mientras observaba cómo pasaba las imágenes. - Si consigo dinero el año que viene me compraré una cámara mejor y me inscribiré en un curso. 

-En serio, llegarías lejos. - Vio todas las fotos, y en ningún momento dejó de decirme lo mucho que le gustaban. - Oye, deberíamos hacernos una. - Alargó el brazo sujetando la cámara, posamos e inmediatamente pulsó. Estallamos en carcajadas al ver el resultado. Sin darnos cuenta ambas habíamos puesto la misma cara: la lengua fuera y los ojos desmesuradamente. - Menudo par de tontas somos. 

De pronto, entre risa y risa, nuestras miradas se detuvieron al chocar. La sonrisa perduraba en nuestros bocas, que ahora tenían deseos de más, y nuestros ojos decidieron que tenían un montón de cosas que contarse. Su rostro y el mío se fueron aproximando inconscientemente hasta que pasó lo inevitable. Unimos los labios. Y os juro que nunca había sentido algo tan fuerte en un simple beso. Me vibró todo el cuerpo. Su lengua al contacto con la mía fue despertando cada rincón de mi desamparado corazón, que al parecer acababa de encontrar un sitio en el que refugiarse. Y ese sitio era con ella. Porque no podía dejar escapar a una persona que en apenas unas horas había accionado unos sentimientos que, en ocasiones, llegué a pensar que nunca sentiría. Hasta el momento no había encontrado a nadie que me llegará más allá de lo físico. Como he comentado al principio, en la vida hay situaciones que te llevan a cambios. Y ella, sus besos, sus caricias... Cambiaron mi forma de sentir. 


--------------------------------------------

¡Hola! Bueno, voy a volver a explicar porque he hecho esto. Muchos on entendíais por qué Patri trae en la novela de forma tan protectora, así que he decidido explicarlo en dos flash. En el primero he explicado cómo surgió el amor, y en el siguiente (Y MÁS IMPORTANTE) explicaré por qué cortaron. 

He de decir que estos dos flash no se hubieran escrito si no fuera por la Flashgirl y la presi. La Flashgirl, porque me dio la idea de hacer un flash explicando cositas... Y la presi porque me bloqueé y me dijo cómo podía hacerlos y qué podía poner. ¡Gracias chicas!

Y los demás os vuelvo a dar las gracias por estar ahí siempre, leyendo y comentando ;)

@NovelaconMalu

No hay comentarios:

Publicar un comentario