jueves, 27 de agosto de 2015

ME DESBORDO (2x30)

Narra Patricia...

La llamada de Carol me deja totalmente fuera de juego. En estos momentos mi cabeza es una locura de deseos no compatibles. Por una lado quiero que lleguen las seis para verla, volver a tenerla cerca y saber qué estará pasando por su mente. Llevo desde que la vi por última vez intentando descifrar sus sentimientos. En cambio, me da miedo su actitud. La recuerdo destrozada al salir de mi casa anoche, y tenerla tan frágil entre mis manos me generaría una gran inestabilidad. ¿Qué quiere? ¿Por qué no me pide que me quede? ¿No le importa que me vaya? 

Lo que tengo claro es que en la merienda con mi hermana no vamos a resolver nuestros problemas. Ni a Malú ni a mi nos apetece montar una escena de lágrimas frente a ella, así que tendremos que fingir que todo va bien. Que nuestras vidas no están a punto de dar un giro de ciento ochenta grados. Sinceramente, creo que no voy a saber disimular. Siempre me han dicho que mis ojos hablan muchas veces incluso más que mi boca. Se me van a notar las ganas irrefrenables que tengo de abrazarla y decirle que podemos con esto y con todo lo que se nos ponga por delante. Hemos superado tantos obstáculos que ya no soy capaz de imaginarme uno que nos frene. Y ahora que las dudas vuelven a llamar a nuestra puerta, estoy decidida a no abrir. El problema es que yo no contaba con las grietas y con ese pequeño espacio que queda entre la madera y el suelo por los que cabe hasta el más pequeño de mis temores. Y de nuevo tengo que recibirlos y luchar contra ellos. Pero parece ser que está vez Malú no está de mi lado, y eso es como entrar en el campo de batalla sin escudo.

-¡Aquí estoy! ¡Puntual como un reloj! - Mi hermana me da un beso sonoro en la mejilla y entra rápidamente a casa. Siempre tiene la misma enorme sonrisa y por un momento me la contagia. Coloca en el sofá una bolsa grande que ha traído y empieza a mirar en el interior. - Por si no tenías cosas que me gustaran he traído yo comida. - Empieza a sacar alimentos a la vez que pronuncia su nombre y los va dejando en la mesa. Bizcocho, empanada, algo de fruta, jamón serrano, pan, mortadela... Pierdo la cuenta de todo lo que aparece. 

-Parece que vas a alimentar a un regimiento. 

-He cogido todo lo que he encontrado por casa. - Confiesa entre risas. - Así cada una puede coger lo que le apetezca. 

-Ya veo... Estoy segura de que nadie se va a quedar con hambre.

-Eso espero. - Coge un trozo de bizcocho y se lo mete a la boca. - Pero antes de preparar nada, me vas a contar qué te pasa. - Su comentario me pilla desprevenida. 

-¿Qué me va a pasar? - Disimulo. 

-¡Venga ya! - Exclama. - Te conozco lo suficiente como para saber que tu voz no estaba bien cuando me has descolgado el teléfono hace un rato. Además, tienes mala cara. 

-Bueno, es que no he dormido bien. - Bajo la cabeza, pero inmediatamente Carol coge mi mandíbula y me obliga a mirarla a los ojos. 

-¡Patricia! ¡Qué a mi no me puedes engañar!

-Lo sé... Pero lo tenía que intentar. - Por fin, admito que no estoy bien. Pero tampoco tengo ninguna intención de hacerle saber los motivos por ahora. 

-Cuéntame, por favor. 

-No puedo, Carol. Son cosas de trabajo. 

-Tú no te pones así por cosas de trabajo. 

-Cuando esas cosas me hacen estar mal con mi novia, sí.

Me doy la vuelta y ando hacia la cocina. Carolina me conoce, las dos lo sabemos, por eso ha comprendido que no es el momento de seguir con la conversación. Sin más, coge la comida que había dejado en la mesa y me acompaña a donde estoy para empezar a preparar juntas la merienda. 

Durante toda la tarde había estado pensado en la mala idea que era hacer una reunión entre Malú, mi hermana y yo teniendo en cuenta la situación en la que nos encontramos. Pero poco a poco he ido cambiando de opinión. Las ganas de tenerla a mi lado han superado a los miedos. Es más, he llegado a la conclusión de que nos vendrá bien desconectar unas horas. Olvidar Nueva York por un rato y divertirnos. Reírnos como solemos hacer. Besarnos como siempre. Mirarnos y sabernos unidas. No sé cómo reaccionaré al verla, pero ojalá sepa sacar pecho y rozar sus labios como si no hubiera pasado nada. Tras darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que voy a intentar que disfrutemos las tres de la tarde, y cuando se vaya mi hermana hablaremos largo y tendido sobre nuestro futuro. Me gustaría evitar el tema pero al fin y al cabo, si decido irme, tengo que coger un avión pasado mañana. Y necesito su ayuda para tomar una decisión. 

-¿A qué hora va a venir Malú? - Le pregunto a mi hermana un tanto nerviosa. Ella deja a un lado el cuchillo con el que está cortando un trozo de pan y mira su reloj.

-Debe estar a punto de llegar porque me dijo que sobre las seis y cuarto, y ya son casi y media. 

-Ya sabes que solo es puntual si se trata de temas de trabajo. 

Pero pasan las siete, las siete y media y las ocho, y Malú sigue sin aparecer. Ni siquiera contesta a los mensajes o coge las llamadas. Carol ha merendado como un animal, pero a mi se me ha cortado de golpe el poco apetito que me quedaba. Doy vueltas nerviosa por la casa, miro por la ventana con la esperanza de que aparezca su coche al fondo de la calle y vuelvo a intentar llamar en incontables ocasiones. Nada. No hay respuesta. Según mi hermana, no notó nada raro cuando hablaron por teléfono. Dice que no estaba especialmente alegre, pero que se imaginaba que andaría trabajando y no le dio importancia. Llamamos a su madre y a su hermano, y ninguno de los dos tiene noticias de la cantante. Ahora todos mis sentimientos se basan en el miedo. No me quiero ni imaginar que le haya pasado algo malo.

Le pido a mi hermana que se quede en mi casa por si aparece y yo, como último recurso, pongo rumbo hacia su casa. Conduzco rápido, con prisa, y al llegar aparco en doble fila frente a su puerta y bajo corriendo para llamar. Pero al otro lado solo se escuchan ladridos. Allí tampoco está y a mi la desesperación por no saber de ella me está volviendo loca. Ya no me importa irme a China, Madrid o Nueva York. Las dudas de trabajo se han esfumado. No me importa no tener una tarde de risas a su lado. Lo único que necesito es saber que está bien, sea donde sea. 

Vuelvo a mi casa desanimada, sin respuestas ni soluciones. Le pido a mi hermana que me deje sola y, a pesar de que se niega, consigo convencerla recordándola que mañana tiene clase. En cuanto estoy sola vuelvo a llamar a su familia. Siguen sin saber nada, pero me piden que esté tranquila. Confían en que Malú sepa lo que hace y me aseguran que si seguimos sin saber de ella mañana, tomaremos otras medidas. Al colgar, rompo inmediatamente a llorar de impotencia. No puedo quedarme tranquila si no sé si la persona a la que amo está bien, y tampoco tengo ni idea de cómo comprobarlo. Y me siento peor al darme cuenta de que llevo unos días con más lágrimas en el rostro que sonrisas. No soy así. Nunca lo he sido. Me caracterizo por reírme de los golpes que me da la vida. Pero ya no puedo más. Me desborda la situación.

Son más de las tres de la madrugada cuando mi móvil reproduce el típico sonido de notificación que indica que ha llegado un mensaje. Me pilla en la cocina, bebiendo algo de agua. No he conseguido descansar ni un mísero minuto en lo que lleva de noche. Me apresuro hasta el aparato que, por fin, me trae buenas noticias. Es José. "Malú me ha enviado un mensaje diciéndome que está bien, pero que la dejemos. Que necesita estar sola." En un principio, lo que siento es alegría. Está bien y eso me arrebata una sonrisa. Pero al analizarlo, se me tuerce el gesto. Yo sé por qué necesita estar sola y cuál ha sido el motivo de su desaparición. Necesito saber qué pasa por su mente. Solo soy capaz de imaginármela llorando, con la tristeza apoderándose de cada uno de sus actos. Y, de nuevo, más dudas. ¿Por qué no quiere saber de mi? ¿Por qué no he recibido ni un solo mensaje en el que me diga que no me preocupe? ¿Por qué no me dice que me quiere y me hace recordar que eso es lo único que importa?




Narra Malú...

No he pegado ojo en toda la noche y hace unas cuantas horas que he perdido la noción del tiempo. Debe ser temprano. Hace apenas minutos que se han dejado ver los primeros rayos de sol. Aparco el coche en la puerta de su casa y bajo con decisión. Tengo que verla.
El escaso sonido de las calles a esas horas consigue ponerme los pelos de punta. No se escucha nada en kilómetros a la redonda. Parece que el mundo está parado. No hay gente. No hay coches. No hay nada.

Cuando estoy ante su puerta dudo antes de llamar al timbre. Cierro los ojos, respiro hondo y pulso el botón. Pronto suenan sus pasos. Los distingo acercándose despacio hacia la puerta. Pasos que se paran. Que dudan en abrir o no. Su respiración se escucha a través de ese trozo de madera que nos separa. Y al final lo hace. Abre sin decir nada, sin ni siquiera mirarme. Se da media vuelta y camina hacia dentro. Lleva puesta una camiseta talla XXL que le cubre hasta las rodillas. Siempre las usa para dormir. Aunque tampoco tiene pinta de haber dormido mucho.


Entro y cierro la puerta. Sé que se avecina tormenta. Veo nubes negras. La tensión del ambiente me hace casi tocarlas. Pero también sé que es hora de enfrentarme a esta conversación. Resoplo un par de veces intentado contener la calma antes de entrar donde esta ella.


—¿Qué pasa Patri?


—¿Todavía te atreves a preguntármelo? Llevas dos putos días sin dar señales de vida -dice elevando el tono de voz.


No me mira. Pero puedo ver que sus ojos están hinchados y muestran evidentes señales de haber estado toda la noche llorando.


—Necesitaba despejarme. Asimilar todo lo que nos está pasando... -respondo con calma.


—Eso se llama huir, Malú. Y es de cobardes. -grita clavando su mirada en mis ojos.
Es la primera vez en todo el rato que me mira a los ojos. Y me duele la forma en que lo hace. Su mirada me atraviesa como si de un puñal se tratara. Me duelen sus palabras. La manera en que salen de su boca. Sabe dónde darme para hacerme daño. No esperaba encontrarla receptiva, pero tampoco en este plan. El momento me gana la batalla. Me supera. Y sé que ya estoy metida en esta guerra, así que no tengo miedo a continuarla.


—Patricia no me jodas... 


—¿Qué no te joda? No te dignaste a aparecer en la merienda que organizó mi hermana. Podrías al menos haberlo hecho por ella...


—No tenía ganas de ver a nadie ya te lo he dicho.


—Habría bastado con una llamada. Con saber que estabas bien. Te he estado llamando, joder.


—Me ha podido la situación Patri. ¿Qué quieres que te diga? ¡Nuestras vidas van a cambiar de la noche a la mañana! -exclamo de nuevo volviendo a reencontrarme con su mirada.


—¿Esa es tu excusa para desaparecer? ¿Y tú eres la madura?... La que no piensa ni un poquito en su novia.


—Venga ya Patri, sabes de sobra que eso es mentira. Además yo también he sacrificado muchas cosas por ti. ¡Ahora me apetecía desaparecer y punto!


Ríe sarcásticamente antes de volver a mirarme. No me gusta esa mirada. Parece estar todo el rato culpándome de esta situación.


—Ahora lo entiendo todo. Lo que pasa es que eres una egoísta. Una puta egoísta que piensa que es la única que ha renunciado a cosas por esta relación.


—Mira, déjalo. Ya veo que no tenía que haber venido -me encamino hacia la puerta con intención de irme. 


Hemos llegado a ese punto en el que somos incapaces de dialogar tranquilamente como dos personas adultas. Solo hay gritos, reproches y más gritos. Quiero terminar con esta discusión y en un momento de lucidez creo que lo mejor es irme. Sé por experiencia que cuando se pone así lo mejor es dejarla y que se le pase. Después de la tormenta siempre llega la calma, dicen.


—Eso. Huye otra vez. Total, no sabes hacer otra cosa... –vacila sin moverse sitio. 


—Te estás pasando, tía -deshago mis pasos y en un impulso inevitable la empujo hacia atrás.


Se aparta rápidamente y me fulmina con la mirada. Creo que en todos los años que llevamos juntas, nunca la había visto así. Mantiene la mirada fija en mi durante largos segundos. Y me desconcierta. Pero me desconcierta todavía más cuando me agarra ambas muñecas y me empotra contra la pared, dejándome fuera de combate.


—¿Qué yo me estoy pasando? -pregunta con tono amenazador sin quitarme la vista de encima.


Estamos tan cerca que necesito tragar saliva para mantener la compostura. Miro inevitablemente su boca. Creo que se da cuenta, porque se muerde el labio inferior con fuerza.


—¡Si, tú joder! ¡TÚ! -grito manteniendo su mirada.


Y antes de que pueda terminar la frase ataca mi boca con un beso violento. Me pilla desprevenida, pero no tardo en responder con la misma brusquedad. Saboreo su boca. La muerdo y ella hace lo mismo conmigo. Me quita la camiseta que llevo puesta y me arranca literalmente el sujetador. Y digo literalmente porque lo rompe. Pero ninguna paramos a reparar en ese detalle. Simplemente no importa.


Sin parar un solo segundo, fija su próximo blanco en mis pechos. Los muerde con ansia. Uno. Otro. Los dos a la vez. Su lengua me recorre con prisa. Intercala besos con mordiscos. Una mezcla de dolor y placer me invade entera. Me gusta. Me gusta ese lado salvaje. Esa tensión acumulada que ha terminado con la explosión de nuestros sentimientos. Sentimientos que han quedado desordenados por la casa. Igual que pronto lo hará nuestra ropa.


Me dejo contagiar por esa agresividad que me ha puesto a mil. O tal vez a algo más que eso. Me desprendo de su camiseta y la empujo sin cuidado contra la pared de enfrente. Muerdo su cuello, dejando marcas allá por donde paso. Y de nuevo nuestras lenguas batallan en una guerra donde solo puede haber un vencedor. Y nadie está dispuesto a rendirse. 


Su respiración está totalmente agitada. Necesita ayudarse de mi oxígeno para respirar. De repente deja de besarme. Me gira bruscamente dejándome de espaldas a ella. No sé cómo, pero entre empujones hemos terminado en la cocina. Me apoya violentamente contra la encimera y se deshace de mis pantalones. Estoy completamente pegada a ella. Noto su piel humedecida por el sudor. Mi nivel de excitación hace rato que ha sobrepasado los límites normales.


Vuelvo a girarme para tenerla enfrente. De un impulso me levanta y me sienta sobre el borde del mármol. Me besa con la misma efusividad del principio y se deshace de mi tanga con demasiada facilidad. Siento su mano. Sus dedos me rondan. Y ejerciendo un golpe seco con la mano derecha se introduce en mi. Sin más preámbulos. Suspiro y grito con fuerza. Con la misma que ella pone en cada una de sus embestidas.


No me da tregua. El ritmo que impone desde el primer momento es desenfrenado. Está fuera de si, y a mi me está volviendo absolutamente loca. Y lo peor es que me encanta. Busco su boca entre gemidos. Quiero ahogarlos con sus besos. Lo hago. Pero pronto esquiva mi boca para centrarse en aumentar aún más el ritmo. Y como era de esperar, estallo de placer al instante. Pero Patri no se detiene. Quiere darme más. Y no para hasta que de nuevo vuelvo a alcanzar el orgasmo. 


Estoy exhausta. Sin fuerzas. Y casi sin oxígeno. Ella está igual que yo, pero por triplicado. Su desgaste físico se evidencia con su respiración entrecortada. Apoya su frente contra la mía mientras intenta estabilizarla. Por un momento pienso que las aguas han vuelto a su cauce. Y una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi cara. Pero vuelvo a equivocarme.


—Vete -pronuncia aún sofocada.


—Patri...


—Vete Malú -repite seria.


Me bajo de la encimera. Me tiemblan las piernas, aunque no me extraña. Recupero todas las prendas que he perdido en este arrebato sexual y me visto de manera fugaz. Mi novia sigue en la cocina, apoyada donde hace solo unos minutos me ha llevado a la locura. La miro pero no me corresponde. Así que desisto en el intento y me voy dando un portazo.


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¡Hola! 

Bueno, solo quería decir que todo lo que narra Malú lo ha escrito @Apruebadeti_ . A mi me encanta como ha quedado, y estoy segura de que a vosotros también. Muchísimas gracias, Martita ;) Gracias a Marta he podido subir tan pronto. Casi la mitad del capítulo es su escena. Si hubiera tenido que escribirlo todo yo, no lo hubiera podido subir tan rápido. 

De paso aprovecho para agradeceros que sigáis leyendo la novela y os recuerdo que en Ask o Twiter estoy encantada de recibir ideas y opiniones, tanto buenas como malas. 

¡Un beso!

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