jueves, 31 de diciembre de 2015

SORPRESAS Y PREOCUPACIONES (2X39)

Hoy toda mi mente está centrada en un color. El verde. Concretamente el dibujado en el iris de sus ojos. Ese verde intenso que tantas veces me ha parecido digno de ser añadido a las maravillas del mundo, aunque más tarde me he arrepentido al considerarlo sobrenatural. Nada tan bonito puede pertenecer a este planeta. No solo son los ojos; es la mirada. Cada persona debería verse sometida alguna vez en su vida a una mirada como la suya para saber qué es volverse loco de verdad. Volverse loco de remate. Esa clase de locura de la que no eres consciente y eso mismo la hace peligrosa. Sé lo que es bailar en el fuego de sus pupilas y sentirme afortunada a pesar de saber que me quemo. Sé lo que es nadar en el mar de sus ojos aún a riego de ahogarme entre las olas. Sé lo que es querer cobijarme en una mirada que solo trae huracanes. Pero, ¿no es mejor pensar en lo bien que viene el fuego un día de frío? ¿Lo maravilloso de ver el mar desde la orilla bajo una puesta de sol deslumbrante? ¿Y qué hay de los abrazos en los momentos de vientos feroces? Ella siempre ha sido así. Una de cal y una de arena. Unas veces tan cadena y otras tan alas. En ocasiones tan pluma y en otras tan puñal. Pero también ha sido siempre las cinco yemas que te rozan el cabello cuando lo necesitas.



Puedo decir que el verde es el color que mejor me ha abrazado jamás. El color que más bonito sonríe invitándote a hacerlo también. El color que mejor se ríe: a carcajadas, en susurros, de manera nerviosa o de forma contagiosa. Sea como sea, lo hace llenando el espacio que le rodea. Es el color que mejor llora. Eso sí, solo para brillar con más fuerza. El color que da los abrazos que más transmiten. También el color que mejor besa: de forma frenética, lenta, mimosa o ardiente. Pero siempre destrozando las piezas del puzle. El color que mejor baila. Aunque más que bailar es volar. El color que más bonito me susurra que me quiere. Para siempre. Todos lo días, a pesar de no creer en lo eterno. Yo tampoco creo en ello, pero si sale de su boca tiene que ser verdad. El color que mejor me arropa si tengo frío y más aire sopla si me abraso de calor. En definitiva, el verde, su verde, me colorea como nunca hizo ni hará ningún otro tono.

Y todos estos pensamientos se han desencadenado en mi cabeza por el simple acto de ver una foto. No sé en qué momento me ha dado por repasar todas la imágenes de mi teléfono, pero claramente no caí en que ella era protagonista de la mayoría de ellas. En muchas ocasiones tenemos la manía de sacar el teléfono y hacernos los típicos selfies. Algunos son en casa, otros paseando a los perros, otros de los viajes... Hay incluso más de los que me imaginaba. Y, otras veces, simplemente son instantes que me apetece capturar cuando está haciendo algo y no se da cuenta. Leyendo, cocinando, inmersa en el ordenador... Como sea, pero siempre preciosa. Al llegar a unas que nos hicimos un día en la playa, no he podido evitar pasarlas más lentamente. El sol nos daba de lado pronunciando el tono de sus ojos. En ese mismo instante me he lanzado directamente desde el precipicio de sus pestañas hasta el verde de su mirada. Ha sido involuntario. Sin más, me he volcado en ellos perdiendo la noción del tiempo. Y me arrepiento en cuanto todos los "no estoy llevando tan mal la distancia" que pronuncio a lo largo del día se han roto en mil pedazos. Pedazos afilados que, por si fuera poco, me atraviesan por dentro provocando dolor en el corazón y haciéndome saborear la sal de mis lágrimas que se me cuela por los labios. De nuevo, una de cal y otra de arena. Por un lado, lloro de la nostalgia que me produce saber que ese color que tan bien me sienta no se encuentra tan cerca como debería. Pero también lloro porque, esté donde esté, me acuerdo de su mirada. La pienso como algo maravilloso que sé que volverá a mi lado. Que siempre será mi desgarro y mi caricia.

Suena el móvil que tengo entre las manos y doy un pequeño salto del susto. Es Marta. Me limpio las lágrimas con el dorso de las manos rápidamente y descuelgo. Desde que nos vimos al irse Patricia hemos quedado en múltiples ocasiones. Nos llevamos bien. Mejor de lo que ambas nos imaginaríamos. Además, estamos metidas en un mar de problemas y dudas. Quizás hemos llegado en buen momento la una para la otra. Nos ayudamos y nos subimos el ánimo. Cuando se lo cuento a mi novia no se lo puede ni creer, pero está feliz y emocionada de que tengamos está nueva relación amistosa.

-¡Buenas tardes! - Comenta la chica. Parece que está muy alegre.

-¿Tardes? ¿Qué hora es? - Murmuro con palabras gangosas.

-Madre mía del amor hermoso. ¡Qué voz! ¿Has estado llorando? - Me sorprende lo rápido que se da cuenta de lo que pretendía llevar en secreto.

-¿Qué? ¿Qué dices?

-Venga, no me mientas. Además, no sabes ni qué hora es. - Resopla. - Eso da mucho que pensar.

-¡No! Es que estaba liada haciendo cosas y...

-¿Liada envuelta entre las sábanas llenándolas de mocos y lágrimas y comiendo helado de chocolate?

-¡Oye, no te pases! - Exclamo. - No hay helado de chocolate... - Admito casi en un exhalo.

-¡Lo sabía! Pues no te muevas de ahí que yo llevo el helado. - Al otro lado del teléfono escucho unas llaves y una puerta cerrarse. - Llego en media hora.

Cuelga sin más y me deja con los entrecortados pitidos del teléfono en la oreja. No sé si alegrarme por su visita o deprimirme. Pensaba pasarme este día, de los pocos que voy a tener de ahora en adelante de descanso, tumbada en la cama. Esperando no arrepentirme, me pongo en pie y camino lentamente hacia el baño. Tengo escasas ganas, pero mis principios me dicen que tengo que arreglarme si viene una visita. Me ducho en menos de diez minutos y menos aún tardo en vestirme. No me complico: vaquero y camiseta de manga corta. Pies descalzos. El pelo lo dejo así, sin secar ni arreglar. En lo que me entretengo un poco más es en el maquillaje. Algo suave, sin complicarme pero haciéndome sentir un poco más guapa. Miro el reloj y, tan puntual como siempre, he tardado en hacer todo eso una hora exacta. Y más puntual es Marta llamando a la puerta en ese mismo instante.

Abro la puerta y entra de golpe, sin pararse en el típico saludo o los dos besos que todo el mundo cumple por esas normas no escritas. Lejos de parecerme maleducado o descortés, me saca una sonrisa y un resoplo. Es mi forma de decir que me gustan las personas que no siguen a la mayoría y cumplen sus propias leyes. Mientras pasa a la cocina, alza las manos enseñándome un bolsa y dice que trae el mejor helado de chocolate que ha traído nunca. Sigo sus pasos y la encuentro sacando del cajón un par de cucharas. Después coge dos servilletas. Se para, piensa y coge otras dos. Unos pasos más y llaga a mi sofá para tirarse en él de golpe.

-Espero que el chocolate no manche mi sofá blanco. - Le advierto sentándome a su lado.

-No, pesada. Además, si lo hace no pasa nada. Compras otro y punto. Así lo hacéis los ricos, ¿no? - Bromea. El dinero es uno de sus recursos fáciles para picarme. Dice que, entre Patricia y yo, ganamos más en un mes que ella en toda su vida. Obviamente exagera. Ganamos mucho, nuestro trabajo nos lo permite, pero no tanto. Y lo sabe. Y lo sigue haciendo para picarme más.

-Pues lo paga la rubia, que seguramente ahora cobra más que yo. - Añado a la vez que cojo una cuchara que me sirva para degustar el helado.

-¿Tan bien le va? - Asiento y saboreo. Marta tenía razón. Es el mejor helado de chocolate del mundo. - Joder con la fotógrafa...

-¡Dios! ¿Dónde lo has comprado?

-Es un secreto.

-¿Solo podré probarlo cuando esté depresiva y acudas a mi rescate?

-Por supuesto. - Ella también empieza a comer velozmente. Es todo lo contrario a mi. Yo prefiero coger pequeñas cucharadas y dejar que se derrita en mi boca, disfrutando del sabor pacientemente. Marta llena la cuchara hasta que se desborda y casi mastica el helado para acabarlo cuanto antes y repetir de nuevo el gesto. Al minuto tiene helado alrededor de la boca. Era inevitable mancharse, al igual que es inevitable que me ría. - A propósito, estás muy guapa para haberte pasado la mañana llorando.

-¿Qué quieres decir con eso? - Pregunto por no haber entendido al completo la intención de sus palabras.

-¡Nada! Solo que cuando yo me pongo mal y lloro acabo con ojeras, cara horrorosa, chándal y clínex hasta en las orejas. - Al imaginarme esa imagen suya me entra la risa floja. - Pero bueno, los famosos sois diferentes. Siempre estáis bellos y preparados para los fotógrafos. ¡Claro! - Exclama de pronto. - ¡Tú siempre estás guapa porque tienes a la fotógrafa en casa! Es tu truco de belleza...

-¡Idiota! - Me duele la tripa de reírme. Al final la visita me está alegrando más de lo que imaginaba. Necesitaba risas y el ambiente de comprensión que toda persona necesita. - Claro que tenía una cara horrorosa. Pero existe una cosa que se llama higiene. Cuando me has dicho que venías me he duchado y me he arreglado un poquito.

-Vale, vale. Cosas de ricos y famosos... - Susurra como si no quisiera que la escuchara pero con el claro fin de que lo hiciera y me picara un poco más. Por bromista, se lleva un pequeño golpe en el hombro que, lejos de producirle dolor, le da risa.

Pasamos un rato riéndonos y diciendo tonterías. Esas idioteces que cuando las piensas unas horas más tarde te preguntas cómo coño se te han ocurrido y dónde tenía la gracia esa unión de palabras sin mucha lógica. Quizás es eso. Que lo que más sentido tiene es lo que creemos lógico antes de parecernos una locura. Es como la decepción de esos amores en los que dejas el corazón y, tiempo después, te arrepientes de ello porque te han dejado sin el órgano que da la vida. ¿Y dónde se va sin corazón?

No tarda mucho en salir el tema de mi malestar y, como si tuviéramos la confianza de dos personas que se conocen desde la cuna, le cuento mis pensamientos milimétricamente. Lo que haría alguien ante esa situación es escuchar, asentir y, de vez en cuando, repetir palabras que pronuncia el afectado. En ocasiones extraordinarias se escapan los usuales "joder". Pero con Marta no es así. Todo lo comenta y todo lo pregunta. Y no sé si me gusta porque me ayuda a seguir contándole cosas o porque me atrae lo distinto de su reacción. Sea como sea, me encanta. Estaba cansada de hablar con gente que me llena la cabeza con "verás como saldrá bien" y "no te preocupes". Os lo agradezco mucho pero nadie sabe si saldrá bien ni puedo evitar preocuparme teniendo a la mujer de mi vida en otro continente. Marta es de decir que sí, que la vida es una mierda y que la mayor putada que te puede suceder es que no puedas estar con quien quieres, más aún si ese amor es recíproco. Y acabo la conversación ahogada en lágrimas pero desahogada. Me siento más libre y con menos peso encima. De alguna manera, hablar de sus ojos, de mis dudas y de las puñaladas que me arremete la distancia cada vez que me descuido me ayuda a sanarme.

Finalmente, me tiende un último pañuelo y me dice que me recomponga porque no piensa darme ninguno más. Que ya he llorado lo suficiente y verme así es peor que la muerte de Chanquete en Verano azul. Y sonrío. Y al sonreír se me entreabren los ojos y me doy cuenta de que por sus mejillas también cae una diminuta gota y no entiendo la causa. Al darse cuenta de que lo he visto, la aparta rápidamente con el pulgar y sonríe. Opto por no sacar el tema ni preguntarle por ello. Me da la impresión de que no tiene ganas de comentarios y explicaciones.

-Bueno, ¿y tú con tu chica qué tal? - Pregunto cambiando de tema.

-Sinceramente, me encantaría poder decirte que mal para empatizar contigo y llorar juntas pero... - Se mira las manos y empieza a sonreír. Ahora le brillan los ojos y comprendo un poco la lágrima de antes. - Es que nos va mejor que nunca. Malú, ¡nos vamos a vivir juntas!

-¿Qué? ¿En serio?

-Te lo prometo. Ha sido ella misma la que me lo pidió ayer por la noche. Por eso te llamaba esta mañana; para quedar y contártelo.

-¡Qué fuerte! Enhorabuena, tía. - Me lanzo a ella y la envuelvo con mis brazos. Me hace mucha ilusión verla tan feliz y cumpliendo poco a poco sus propósitos. Además, he sido testigo de momentos de la relación en los que todo parecía en ruinas y a punto de deshacerse. Por eso, verlas así, me gusta tanto. - Pero, ¿y sus padres?

-Se lo ha contado ya y no les ha hecho ninguna gracia. Ya te imaginas... - Asiento. - Pero dice que le da igual. Que ya es mayorcita y que ella elige su vida. Así que en breve me mudo. Hemos decidido que iremos a su casa porque el cole en el que trabaja está cerca y yo no tengo ningún trabajo fijo... Aunque estoy buscándolo. Está muy difícil, tía.

-Lo sé... Si me entero de algún trabajo en el que puedan contar contigo te aviso.

Justo después de pronunciar mis palabras, suena la puerta. Ambas nos miramos extrañadas y Marta me pregunta si estoy esperando a alguien. Pero no. Ni espero a nadie ni quiero ver a nadie en las condiciones en las que me encuentro. Vuelven a llamar, esta vez con más insistencia. Me pongo en pie y me limpio rápido la cara con las manos frente al espejo. Tengo tan mal aspecto como esperaba. Llaman otra vez y, definitivamente, voy a abrir.

-¡Hermanita! ¿No pensabas abrir a tus hermanos favoritos?

Me quedo impresionada cuando me encuentro a mis dos chicos favoritos. Mi hermano mayor de la mano del pequeño, que se lanza a mis brazos y me cubre de besos. Entre unas cosas y otras, no les veía desde hace mucho más tiempo del que debería. Sobre todo a Josete, como le llama Patricia, que he perdido la cuenta de las semanas que hace que no le veía. José, por su parte, me da un beso en la mejilla, una pequeña colleja en la nuca y entra como Pedro por su casa. Pero para sus pasos en cuanto ve que no estoy sola.

-No sabía que tenías visita... - Murmura.

-¿Cómo lo ibas a saber si no me has dicho ni que venías? - Respondo dándole un palmada en la espalda. - Ella es Marta, una amiga. Y, como habrás podido observar, estos son mis hermanos. - Los tres se intercambian besos como se suele hacer en las presentaciones, además de decirse que están encantados de conocerse.

-Bueno, yo me voy y os dejo tranquilos. - Comenta Marta con una sonrisa en los labios.

-¿Ya? No te escapes, mujer. Que aunque no lo parezca, somos gente normal. - Bromea mi hermano.

-No, no. No quiero molestar.

-¡No molestas! Quédate a comer que hemos traído comida de sobra.

-¿Habéis traído comida? - Pregunto alucinada.

-¡Claro! Ya es casi la hora de comer y no íbamos a venir solo cinco minutos.

-¡He elegido yo la comida! - Exclama Josete. Se acerca a las bolsas que han traído y va sacando cosas. Hamburguesas, patatas, refrescos y, de postre, donuts.

-Qué bueno todo... - Susurro relamiéndome. - No sé para qué os molestáis si sabéis que tengo siempre comida en casa.

-Pero hermanita, no tienes hamburguesas de las que le gustan al enano seguro.

Acondicionamos la mesa para cuatro personas, ponemos las hamburguesas y el resto de alimentos y empezamos a comer como animales. El llanto y el malestar de antes ha hecho que tenga el estómago vacío porque, como dice mi hermano, el helado no llena. Y en este caso tiene razón. Marta se lleva tan bien con José como esperaba. Son tal para cual. Si no supiera que mi hermano está profundamente enamorado de su chica, apostaría por que hiciera pareja con Marta. Además, que ella me ha dejado claro muchas veces que no quiere nada con ningún hombre ni mujer que no sea Celia.  Contra todo pronóstico, acabamos con todo lo que hay en la mesa. Me siento súper hinchada por tanta comida. Y seguimos llenándonos por los donuts de colores que ha elegido minuciosamente mi hermano pequeño. Al finalizar definitivamente, nos trasladamos al sofá sin pararnos a recoger. Nadie tiene ganas de eso. Mi hermano pequeño se hace con el control del mando a distancia mientras los adultos nos tomamos los cafés acompañados de la charla de sobremesa.



-Malú, ¿Cuándo vuelve Patri? - Trago saliva ante la duda de Josete. Qué respuesta puedo dar a una pregunta que yo también me hago todos lo días... Mi hermano mayor y Marta dan un pequeño sorbo a sus vasos para dejar que sea yo la que diga algo.

-No lo sé... - Admito en un susurro. - Ojalá lo supiera.

-La echo mucho de menos. Ya no me llama todas las semanas para preguntarme qué tal estoy.

-No puede llamarte porque es muy caro desde el sitio en el que ella está. Casi no puedo ni hablar yo con ella. - Confieso. - Pero, ¿sabes una cosa? Me dijo que iba a venir a hacer una fiesta de despedida y, obviamente, tú estás invitado.

-¡Guay! - Dice dando una palmada.

-Toma. - Le tienda mi móvil. - Vamos a hacernos una foto juntos y se la enviamos. Además, puedes enviarle un audio diciéndole algo.

El niño acepta entusiasmado. Coge él mismo el móvil, abre la conversación de WhatsApp que tengo con ella y toma una instantánea de nosotros sonriendo para enviarla. Después, graba un mensaje en el que le dice que la quiere mucho, que quiere verla y que cuando haga la fiesta de despedida quiere que haya bebida sin alcohol para él. Finalmente, le manda un beso y lo envía. Casi se me saltan las lágrimas por el mensaje y por recordar todos los momentos vividos con Josete y mi novia.

Cuando se van ya se ha hecho de noche. Miro el reloj y compruebo que son casi las ocho de la tarde, rozando la noche. Entre todo el lío, las lágrimas y las posteriores risas no he vuelto a mirar el teléfono. Lo hago en busca de alguna señal de Patricia, pero no hay ninguna. Me extraña, ya que de alguna manera o de otra siempre sabe sacar unos minutos para decirme qué tal está. Además, ni siquiera hemos podido haber a la hora de su comida. Le hago una llamada, pero no obtengo respuesta. Me pongo a preparar algo de cenar para quitarme de la cabeza lo de mi novia. Después de tanta comida, solo me apetece algo simple. Una ensalada, para ser más exactos. Mientras, veo una película que están echando sobre una chica desesperada que quiere encontrar novio cuanto antes. Qué tontería. Siempre he pensado que cuanto más buscas las cosas, menos aparecen. Que buscar desespera y esperar hace mella.

Al acabar, me tumbo y miro de nuevo el teléfono. Nada. Sigo sin recibir noticias sobre Patricia y llego a sentirme preocupada. En todos los días que lleva fuera, no había pasado ninguno en el que no recibiera un mísero mensaje suyo. Estoy nerviosa y ya no me quedan uñas que morderme. Llega la madrugada y no hay mensajes. No hay nada. Y el vacío de la distancia se hace mucho más pesado que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario