domingo, 5 de octubre de 2014

NO DEJES DE SONREÍR (2x14)

-Cada uno le cuenta las cosas a quien le demuestra que estará ahí para apoyarle. - No es la frase adecuada para decirle a una suegra, y menos si le caes mal. Pero me salió decirlo porque lo veía de verdad así. Si no le cuentan las cosas a Paloma es porque no confían en ella, y tienen motivos para no hacerlo. No puedes confiar en una persona que no para de cuestionar tus planes, tus decisiones y tu forma de vivir la vida. 

-Malú... - Patri me indica con un gesto que será mejor que me calle. Y juro que me tengo que morder la lengua para poder hacerle caso. Por ella prefiero no montar un lío. 

-Tiene razón. - Ahora es Carolina la que se gana las miradas de todos. Traga saliva. Tener ocho ojos pendientes de tu próximo movimiento no es especialmente agradable. - Es verdad. Si no te contamos las cosas es porque no nos transmites la confianza necesaria... - Paloma agacha la cabeza. No distingo si está apenada o enfadada. - Mamá, piénsalo. Rara vez contamos con tu apoyo cuando tenemos problemas. Yo sé que tú eres así, y que dentro de tu personalidad no entra lo de ir aconsejando a la gente. Pero somos tus hijas, y a veces nos hubiera venido bien una frase de ánimo por tu parte. 

-¿Y me decís esto ahora? - Pregunta la mujer nerviosa y con los ojos a punto de estallar en lágrimas. 

-Ya te he dicho que puedo llegar a entender tus actitudes pero tú también tienes que comprender que busquemos en otras personas lo que no puedes darnos. 

Supongo que es duro para una madre escuchar a tu hija decir que no confía en ti. Intento ponerme en el lugar de Paloma pero no lo consigo. Aún me falta la experiencia de ser madre. Pero sí logro ponerme en el lugar de Patricia y Carolina, y me vengo abajo solo de pensar en ir a ver a mi madre y no encontrar en ella un consejo. Mi madre, que siempre ha estado a mi lado diciéndome tanto las cosas que quería oír como las que no, que a veces son las más necesarias. ¿Qué sería de mi sin Pepi sacándome de una cama repleta de lágrimas? Porque lo pienso y, en definitiva, a ella es a quien le tengo que agradecer todo lo bueno que me ha pasado. 

-La culpa de todo esto la tienes tú. - La mujer alza el dedo señalándome. Tiene una expresión de desprecio que nunca antes le había visto. Su marido, que hasta este momento no había ni pestañeado, se levanta de la mesa y se va por la puerta de casa dando un portazo. La presión de la situación le ha podido, y a mi está a punto de pasarme lo mismo. 

-¿Se puede saber por qué tengo yo la culpa de que no sepas tratar a tus hijas? - Golpeo la mesa con las palmas de las manos. 

-Nada fue igual desde que lo dejasteis. No sabes lo duro que es despertarte y ver que tu hija tiene cada día más ojeras porque el amor de su vida ya no está. La vi tanto tiempo mal que hasta se me olvidó su sonrisa. No sé si sabes que había días que ni la veía  porque se encerraba en su cuarto a llorar y a ver fotos que os habíais hecho juntas. Así solo se hacía más daño... - No estoy de acuerdo en que yo tenga la culpa de los problemas con sus hijas. Al revés, sigo sin entender su acusación. Pero debo admitir que me siento diminuta cuando me cuenta lo mal que lo pasó Patri en esos días tan negros para ambas. Lo peor es que yo también estuve así. A día de hoy lo pienso y siento que fuimos unas imbéciles al dejar ir lo nuestro, pero en ese momento tenía claro que seguir solo nos haría daño. - ¿Cómo voy a darte un consejo si no me atrevía ni a mirarte a la cara? - Ahora se dirige a la mayor de sus hijas. - Observaba tu rostro y no te encontraba a ti. Solo eras un cuerpo que respiraba porque tenía la esperanza de volver a encontrar la razón de sonreír, pero ni siquiera la buscabas. 

Sus palabras me dejan bloqueada. Me han sorprendido. A pesar de que ha empezado hablándome a mi no soy yo la que debe responder. Es a Patri a quien mira esperando unas palabras. Mi chica está pálida, con la mirada perdida y el cuerpo rígido. Una madre, de una manera u otra, siempre intenta ayudarte. Y, quizás, los métodos de Paloma para ayudar a su hija no fueron los adecuados. Pero lo que cuenta es la intención, o eso dicen. 

-¿Y el día que te dije que quería ser fotógrafa? ¿Y cuándo corté con Marta? ¿Y esa época en la que estaba tan borracha que no sabía ni volver a casa? - Sonríe irónicamente. De esa última etapa de la que esta hablando Patri nunca he tenido mucha información. Simplemente sé que lo estaba pasando mal y se refugió en la fiesta, pero es un tema difícil del que le cuesta hablar. Quizá es de lo poco que no comparte conmigo. - No puedes echarle las culpas a Malú teniendo en cuenta que antes tampoco me dabas consejos. Pero de verdad, mamá, que eso ya lo tengo asumido. Sé que no eres así. Y lo que te pido solo es respeto hacia la chica de la que estoy enamorada. Y no quiero seguir con esta discusión porque te quiero y sé que no lo haces por joderme, pero duele. 

Patri se levanta de la mesa agitada. Está sacando fuerzas de donde no las hay para no hablar más de la cuenta y empeorar la situación con Paloma. La mujer se ha quedado en la mesa, con los ojos vidriosos y abatida por las palabras de su hija. Mi chica coge su bolso y me tiende el mío. La templanza que había mantenido al hablar con su madre va desapareciendo poco a poco y gestos nerviosos delatan que está a punto de romperse por dentro. 

-¿Dónde vais? - Pregunta mi suegra más por intentar alargar nuestra estancia en la casa que por saber la respuesta. 

-He intentado que arregléis las cosas pero con tu actitud es imposible. Ahora mismo me siento incómoda aquí, mamá. - Me levanto y me acerco a ella. Carol se sigue nuestros pasos unos segundos después y nos dice que viene con nosotras. Quedarse a solas con su madre después de la tensión que estamos pasando seria un suplicio. 

-Si sales por esa puerta no vas a volver, al menos no con ella. - Todos los pasos se frenan. También las respiraciones y el bombeo de los corazones. Me cuesta creer que una madre pueda estar diciéndole algo así a su hija. 

-No voy a quedarme con alguien que me hace elegir entre dos personas importantes. 

Sale con decisión por la puerta de la que fue su casa durante muchos años. Voy tras ella y Carolina hace lo mismo. No la veo, pero escucho sus pasos precipitados bajando por la escalera. Sin pensármelo dos veces dejo el ascensor a un lado y tomo las escaleras. Son cuatro pisos y muchas escaleras, pero la impaciencia me puede. Al llegar abajo no está, y en el portal no está. Me la encuentro al llevar la mirada a la derecha. Está al fondo de la calle, junto a su coche, rebuscando las llaves en su inmenso bolso. Cuando me acerco a ella todavía no las ha encontrado. Le paralizo las manos y cojo las llaves del bolsillo pequeño. Siempre las deja ahí. Muy mal debe estar si ni siquiera se acuerda de eso. Le hago un gesto señalándole que se siente en el puesto del copiloto y a Carolina le digo que se siente atrás. Me pongo yo frente al volante, aunque por ahora no tengo ninguna intención de arrancar. Mi chica se gira una y otra vez los anillos. Pierde la mirada en sus propias piernas. Cambio mi posición en el vehículo para orientar mi cuerpo hacia ella. Todo está en silencio aunque nada está en calma. Me atrevo a preguntarle si está bien. Sé la respuesta, pero quizás guardo una mínima esperanza de obtener una reacción positiva. Sigue el silencio hasta que lo quebranta con un sollozo al que le siguen las lágrimas devastadoras. Susurra un "no" que me acaba de descomponer. Se empapa las manos con las gotas incesantes que brotan de sus ojos. De nuevo esa mirada desolada que le había visto alguna vez. El verde de sus ojos como un bosque sufriendo una inundación. La abrazo como puedo en el pequeño coche. Mi cuello recibe la totalidad de sus sollozos. Aún no me acostumbro a tener su nariz hundida en mi hombro sin que sea para comérselo a besos. ¿Quién se acostumbraría a eso? 

-Lo arreglareis... - Murmuro. 

-Llévame a mi casa. - Se seca los ojos con un pañuelo que le ha tendido su hermana. 

-No, tú te vienes conmigo. No quiero que estés sola. 

-Pero es que quiero estar sola. Además, mañana tengo que madrugar para ir a una sesión con Dani. 

No logro convencerla de que se venga conmigo, pero gracias a mi insistencia sí logro que deje a su hermana acompañarla esta noche. No me fío de dejarla sola. Las llevo a la casa de mi novia. Bajo del coche para despedirme envolviéndola fuertemente entre mis brazos. Beso delicadamente sus labios y le digo que tiene que ser fuerte. Asiente simplemente. También le digo que me llame al día siguiente por la mañana cuando se despierte. Me da igual que sean las siete de la mañana o las seis. Igualmente no creo que duerma mucho. A Carol le pido que cuide de ella y me asegura que no dejará de hacerlo. 

Vuelvo a casa sola y pensando en todo lo que ha sucedido. Si ya de por sí me parece raro que una madre no sepa dar consejos y apoyar a sus hijas, más raro aún me ha resultado ver cómo le hacía elegir entre ella y su pareja. Quizás es que yo estoy muy apegada a mi familia, pero hay cosas que no me parecen normales. Ese "la culpa de todo esto la tienes tú" se me ha quedado grabado en el tímpano continuamente. Para empezar, su falta de comunicación venía ya de antes como ya le dijo Patri. Y para terminar, ¿cómo voy a hacer yo eso sabiendo que le haría daño a mi novia? Me pueden acusar de muchas cosas en esta vida, pero no de impedir que la fotógrafa tenga una buena relación con Paloma. Es la chica de mis sueños. Y en mis sueños aparece feliz, conmigo y viviendo momentos almibarados, no llorando en un coche por mi culpa o la de su madre. 

Llego a casa y me siento más sola de lo normal. Puede que sea la sensación de vacío que ha acampado en mi interior. Cojo el móvil y me percato de las llamadas perdidas, todas de Rosa. Son las once de la noche así que decido llamarla. Esa mujer duerme tarde y se levanta pronto siempre. Me lo coge rápidamente y me consuela saber que no se ha enfadado por no poder contactar conmigo durante toda la tarde y parte de la noche. Me recuerda que al día siguiente tengo concierto en Asturias, como si lo hubiera olvidado, y que tengo que estar allí pronto porque aprovechamos para hacer una comida con unos empresarios. 

Como era de esperar por la noche no cojo el sueño con facilidad. Sigo dándole vueltas a la cabeza. Son las dos cuando recibo un mensaje de mi cuñada informándome de que el llanto ha cesado y ya está más tranquila. Están en la cama a punto de quedarse dormidas. Y con esa noticia yo también consigo cerrar los ojos y sumergirme en los sueños. La pena es que el despertador suena pronto. Muy pronto. Más de lo que debería porque tengo algo que hacer antes de partir hacia Asturias. Tras la ducha me pongo un pantalón corto y una camiseta gris sin mangas con el logo de 'Nirvana' y cojo el coche con la maleta a mi espalda. La primera parada está a poca distancia. En menos de media hora he llegado a mi destino. Es un bosque en las faldas de la montaña. Todo es verde y solo verlo da sensación de bienestar y relajación. Me encanta respirar el aire puro. Me adentro por un pequeño camino y llego a la explanada después de andar un par de minutos. La gente anda de un lado para otro, incluso hay vehículos y una furgoneta que no sé cómo habrá entrado. Todos tienen algo que hacer. Se me hace extraño palpar tanto dinamismo en un ambiente tan tranquilo como aquel. Y la veo. Está frente a Dani, hablando con él. Parece que le da instrucciones y le indica cómo posar. El cantante asiente y retrocede unos pasos para engancharse al árbol en el que le está fotografiando mi chica. Patricia se coloca la cámara en su lugar y empieza a captar las sonrisas de mi amigo. Se ha puesto ese moño que usa siempre para trabajar. Es como una manía. Dice que si no se peina así en las sesiones seguro que se le dará mal. Ante eso me río, aunque yo soy tan supersticiosa como ella. 



Me acerco entre la multitud. Algunos me miran y otros están tan ocupados que no se percatan de mi presencia. Cuando Daniel me ve me guiña un ojo y estoy a punto de echarme a reír porque Patri le dice que esa mirada le ha encantado. Sigo acercándome hasta que puedo abrazarla por la espalda y besar su nuca. Se tensa. Suelta la cámara y vuelve a paralizarse. Beso su hombro descubierto. No tiene ninguna duda de que soy yo. Al fin se da la vuelta y me mira. A los ojos, directamente, regalándome esa sensación que me produce por dentro. Se nota que ha llorado. Parece que le ha sorprendido mi sorpresa, incluso más de lo que yo esperaba. 

-¿Qué haces aquí? - Consigue articular palabra. 

-No podía irme de concierto sin despedirme. 

-Me encanta, cielo. Pero estoy trabajando. 

Aparece Dani, que debe haber escuchado la conversación, y nos dice que van a tomarse un descanso después de mostrarnos una mirada de complicidad. Patri, tan expresiva como siempre, se lanza a sus brazos y nos ilumina a todos con su sonrisa. Tira de mi mano y me lleva hasta una especie de tienda de campaña en la que hay guardados un montón de artilugios para la sesión. Aprovecha que no hay moros en la costa y me besa en los labios. Despacio. Agarrándome por el cuello con ambas manos. Yo la tomo por la cintura y sigo el compás que marcan sus labios. Separo lentamente nuestras bocas y sonrío ahí, aún a milímetros de su sabor y respirando su aliento. Hace tiempo que no me imagino sonriendo para unos ojos que no sean los suyos. 

-Gracias, gracias, gracias. - Susurra. 

-No me tienes que dar las gracias por nada. En realidad lo hago por mí... Necesito estar bien para la gira, y la única forma de estarlo es viéndote a ti sonreír. - Bromeo medio en serio medio en broma. Se ríe y vuelve a abrazarme. 

-Espérame hasta la hora de comer y me puedo ir contigo al concierto. 

-Ojalá pudiera... - Resoplo. - Tengo que irme ya mismo porque hemos quedado para comer con unos empresarios. Ya sabes, gajes del oficio. 

-Jo.  - Lo dice en un tono tan agudo, tan dulce y tan de niña pequeña que rompo a reír. - ¿Qué pasa?

-¿Jo? ¿En serio? - No puedo parar de reír. Se separa unos milímetros, demasiados para mi gusto, y me mira. - Cariño, con esos "jo" y en ese tono tus palabras pierden toda la credibilidad. 

-Idiota. - Se venga mordiéndome el cuello, como otras tantas veces. Y, como otras tantas veces, le echo la bronca por hacerlo. Odio que lo haga, sobre todo por las broncas que luego me llevo por parte de Rosa y de las maquilladoras que trabajan en tapar las marcas. 



-Dime, ¿qué vas a hacer hoy? 

-Supongo que meterme en la cama, ver algún película ñoña y llorar hasta que no me queden lágrimas...

-¿Y pretendes que me quede tranquila después de oírte decir esto? 

-Es la verdad. No me apetece hacer nada. - De pronto se me enciende la bombilla. La aparto de mí y cojo mi movil ante su mirada de intriga. - ¿Se puede saber qué haces? 

-Dejarte en buenas manos. Esta tarde tienes noche de chicas con tus amigas y tu hermana. 

-No, no. 

-Si, si. Dice Carolina que ella lo organiza. 

-No me apetece. 

-Ya verás lo bien que te lo pasas. Siempre dices que tus amigas son capaces de hacerte sonreír en un día gris. 

-En realidad a ti se te da mejor eso. 

-Si, ya sé que soy la mejor. - Bromeo. - Pero cállate y hazme caso. 

-Vale, pero llámame cuando acabe el concierto. - Sonrío victoriosa y beso fuertemente su mejilla. 

-Siempre lo hago. - Contemplo sus ojos de cerca otra vez. Ahora no están tan tristes ni desprenden lágrimas como hacían antes. Cambio mi mirada a sus labios, por fin curvados sinceramente. - No dejes de sonreír. 


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