sábado, 26 de septiembre de 2015

Vuelo 0404M. (2x32)

No está bien. Nada de lo que he hecho está bien y ni siquiera me siento capaz de dar un paso en dirección correcta. Avanzar sin hacerme daño a mí misma o, lo que es peor, a la gente que me importa. Solo puedo imaginarme como una gran bomba a punto de explotar, envuelta en pinchos, hierros y cadenas. Ardiendo. Vibrando. Doliéndole a cualquiera que se atreva a acercarse a mi superficie incandescente. Soy como la espina de una rosa o el filo punzante de un diamante roto. Me apetece esconderme de todo el mundo para que no puedan encontrarme y nadie tenga que soportar lo que es tenerme cerca. Porque, cuanto más pasa el tiempo, más me doy cuenta de que solo hiero a quien quiero y me quiere. 

El agua de la ducha cae ardiendo sobre mi cuerpo desnudo. Aquí me metí en cuanto llegué y aquí sigo desde hace más de una hora. Necesitaba limpiarme. Depurarme tanto por dentro como por fuera. Y es que nunca me había sentido tan sucia después del sexo con ella. Me doy asco a mí misma al pensar en la forma en la que lo habíamos hecho en la cocina hace menos de dos horas. Es la primera vez que no hacemos el amor y algo me sangra por dentro. Me duele más que cualquier fracaso profesional darme cuenta de que las manos que han recorrido mi cuerpo no lo han hecho de manera sincera. No he sentido amor en sus besos. Ni siquiera me ha sonreído como siempre hace al provocar que tocase el cielo. Y ahora es infierno.

Tumbada en la cama, boca arriba y envuelta en una toalla, aún empapada por el agua de la ducha, pienso en ella. En el problema que nos acecha. Si no aparecí en la merienda fue porque no me consideraba capaz de verla sin que se me inundaran los ojos en lágrimas. El agobio me colapsó y huí. Pero volví para arreglarlo con todas mis fuerzas. Incluso por un momento, cuando la tuve respirándome intermitentemente en la boca, pensé que todo lo malo se había esfumado. Y nada más lejos de la realidad. Ahora ni sabía definir el punto en el que se encuentra nuestra relación. Me da pena el hielo que nos separa porque hace días estábamos derritiendo glaciares. Y me dan pena las cenizas a los pies de la cama porque nuestras sábanas solían estar envueltas en llamaradas de fuego. Pero ahora solo estoy yo. Fría, sola y con la desolación partiéndome el pecho.  

En otras circunstancias iría a ver a Rosa. Hablaríamos de trabajo y concretaríamos fechas de reuniones de las que más tarde me arrepentiría con total seguridad. Pero con ella tampoco está bien la situación. Probablemente también fuera error mío no contarle mis ideas de ser madre desde un principio para que se organizara el trabajo. Ahora estoy segura de que me equivoqué, a pesar de que en el momento sentí que era lo correcto. 

Y así podría seguir con una lista inagotable de fallos que apuntar a mi cuenta personal, que son el motivo de que las lágrimas desgasten mis mejillas. Por más que busco, no encuentro motivos por los que salir de casa. Ni siquiera de mi habitación. Ni siquiera de la cama. A ratos, aparece en mi cabeza la idea de buscar a Patricia. Simplemente dar con ella, besarla y pedirle que me quiera tanto como lo ha hecho siempre. Pero rápidamente cambio de opinión en cuanto recuerdo la última mirada que chocamos antes de separarnos. Solo me queda la esperanza de que sea ella la que venga diciéndome que me perdona, que la perdone o que nos perdonemos. Lo que sea que tengamos que decirnos en estos momentos. 

Llega un punto en el que me canso de llorar y decido empezar a tragarme las lágrimas. Duele en la garganta la presión por contener el llanto y me tiemblan las pupilas inestables. Incluso siento el pecho a punto de explotar. No puedo seguir así y, aunque lo que más me apetece es quedarme en la cama horas o vidas, necesito salir. Despejarme. Me escapo de entre las sábanas con una debilidad que incluso a mi me sorprende. Mis piernas se desplazan lentas, con todos los tendones entumecidos y provocando dolor en cada paso. Subo de golpe la persiana haciendo que los rayos del sol impacten directamente contra mi rostro. Como un acto reflejo, me llevo las manos a los ojos. Llevaba mucho tiempo sin ver la luz, ni siquiera la artificial. Ando lentamente hacia la cocina para servirme una gran taza de café con la esperanza de que esto sirva de estimulante. El móvil, que reposa sobre la encimera, tiene la pantalla encendida. Me imagino la interminable lista de personas que habrán intentado dar conmigo en todas las horas que llevo sin dar señales de vida. No me entiendo. No sé ni qué estoy haciendo. Hace días desaparecí, ahora he vuelto a hacerlo y repetiría mil veces porque la realidad es que no me apetece hacer otra cosa. La batería del aparato está al cinco por ciento, así que me precipito a coger el cargador antes de que se apague. Mi madre, mi hermano, Vanesa, gente de Sony... Todos han intentado dar conmigo sin ningún éxito. Pero hay una persona que también ha querido ponerse en contacto conmigo, y me sorprende. Es Aitor. Hace ya tiempo de la última vez que nos encontramos en la calle y quedamos para cenar. Ese día decidimos que queríamos mantener una relación, aunque fuera de amistad, porque todo lo que habíamos vivido no podía echarse al olvido sin más. Pero, entre unas cosas y otras, no volvimos a hablar. Como tantas de esas promesas que quedan en el aire esperando ser olvidadas. Uno de los motivos por los que no he querido dar el paso de volver a encontrarme con Aitor es porque me comentó que no había sido capaz de olvidarme a pesar de que estaba conociendo a otra persona. Y no quiero hacerle daño ni interferir en que retome su vida. Pero ahora ha pasado un tiempo y me apetece verle de nuevo. Formar una amistad de la que seguro que surgen muchas cosas bonitas.

-¿Tanto os cuesta dejar de hacer el tonto y no discutir por tonterías? Sal de la cama, deja de llorar y ve a dar una vuelta, hija.

Es el primer mensaje que el buzón de voz reproduce. En parte mi madre se equivoca ya que el tema por el cual Patricia y yo estamos así no es ninguna tontería. Y me da un poco de rabia que lo califique así, aunque no tiene la culpa. No está informada de la situación. Pero por otro lado me conoce. Sabe que cuando estoy mal me escondo bajo las sábanas como si estas pudieran actuar de escudo para protegerme de todos los fantasmas del mundo. Que lloro sin cesar inundando la habitación con la única esperanza de que aparezca una tabla a la que aferrarme. Pero irónicamente solo aparezco yo tirando de mis tobillos para que me ahogue entre mis lágrimas. Ella me conoce y, por ello, sigo su consejo de salir a la calle para despejarme. Me visto rápidamente. Unas mallas, una sudadera gris y unas deportivas. Cojo la correa de Danka y la llamo para ponérsela. Las dos juntas salimos a la calle para dar un paseo. No necesito nada más. Ni siquiera el móvil ni la cartera. Solo caminar todo el tiempo que haga falta para cansarme y poder dormir tranquila esta noche sin que los recuerdos de sus besos me duelan en los labios.

Danka y yo pasamos horas y horas por ahí. Subimos juntas a una pequeña montaña que se encuentra a menos de media hora de casa. Allí puedo soltarla cuando quiera y que disfrute del campo mientra yo me alejo de la civilización y los dolores de cabeza. El aire puro me limpia por dentro. Al cabo de un rato me pongo a jugar con mi mascota. Corremos, nos manchamos de barro y consigo sonreír un poco. Cuando quiero darme cuenta es de noche cerrada y decido que es el momento de volver a casa. Andar por las calles poco iluminadas y llenas de vacío y silencio me pone nerviosa. Siempre he sido miedica para esas cosas pero, afortunadamente, con mi trabajo siempre estoy rodeada de gente y es raro que se de esta situación. Aumento el ritmo de mis pasos y minutos después entramos por la puerta de casa. Me sorprende ver que pasan las doce. Eso quiere decir que llevo paseando toda la tarde y parte de la noche. Aunque sin lugar a dudas lo necesitaba. Me siento mucho más despejada y llena de vida, aunque también estoy cansada y llena de porquería. Me quito la ropa y me voy a meter en la ducha pero, justo en ese momento, suena mi ordenador y aparece en la pantalla la notificación de un nuevo mensaje en mi correo electrónico. Además, por el tipo de tono y el color sé que es ella la que se ha puesto en contacto conmigo. Rápidamente me envuelvo en la toalla y me siento en la cama con el portátil enfrente. No tiene asunto ni texto escrito. Es simplemente un vídeo. Intrigada, le doy al play y aparece Patri ocupando toda la pantalla con una pequeña sonrisa en los labios. Está preciosa... Pero segundos después ya estoy derrochando lágrimas sin parar. Básicamente me está diciendo que se va. Que me quiere y quiere un proyecto de futuro juntas, pero no es el momento, así que va a aceptar el trabajo en Los Ángeles. Solo espera que la entienda. Y, aunque lo siento como uno de los peores momentos de mi vida, claro que lo entiendo. Es normal que quiera aprovechar el mejor trabajo que le podrían ofrecer en toda su carrera. Yo misma le dije que la apoyaría si lo aceptaba. A lo que si me niego en rotundo es a que se vaya sin despedirse en persona. En primer lugar me apetece gritarle que es una cobarde que no se atreve a ponerse delante de mi y contarme que se va. Pero luego caigo en que es así. Se va. Y necesito volver a verla antes de que eso pase. Marco su número de teléfono pero no hay respuesta. Mierda. Espero que no sea demasiado tarde. La siguiente persona con la que intento dar es con Carolina.

-¿Carol?

-Dime, Malú. - Contesta.

-Siento si te he despertado pero necesito que me digas a qué hora sale el avión de tu hermana. -Digo velozmente.

-Tranquila, estaba despierta. A las seis de la mañana. ¿No te lo ha dicho ella?

-¿Ella? La muy idiota solo me ha mandado un vídeo contándome que se iba.

-No me lo creo. - Se extraña. - Esta tarde me dijo que se iba a despedir de ti debidamente.

-Pues al final se debe haber arrepentido. - En ese momento siento una mezcla extraña de sentimientos. Por un lado quiero pegarle una bofetada por ser tan cobarde, pero también necesito abrazarla. - Muchas gracias, Carol. Voy a ver si consigo dar con ella.

- Espero que vaya bien, Malú. ¡Suerte!

Con prisas, vuelvo a ponerme la ropa sucia que había dejado hace unos minutos junto a la ducha. No hay tiempo para elegir nuevos modelos. Cojo el móvil y la cartera, elementos que antes me sobraban, y me meto en el coche con rumbo hacia su casa. Pero no está allí. Llamo a la puerta quinientas veces y grito su nombre llamando la atención de los vecinos. Me disculpo ante ellos sabiendo que es probable que la situación aparezca en cualquier revista en los próximos días y vuelvo al coche. Esta vez me dirijo al aeropuerto. Son casi las tres de la madrugada, así que puede que ya esté allí para embarcar con tiempo. Siempre le ha gustado dejar pronto la maleta, dar una vuelta por las tiendas y entrar en el avión casi una hora antes de que vaya a despegar.

Como era de esperar, tardo casi otra hora más en llegar al aeropuerto y conseguir un sitio donde dejar el coche. Es más, ni siquiera lo encuentro y tengo que arriesgar aparcando en una plaza de minusválidos. Puede que me arrepienta cuando reciba la multa, pero no tengo tiempo de preocuparme por eso. Corro al interior y opto por echar primero un vistazo por los pasillos de las tiendas por si está allí. Lo recorro cuatro veces y nada. No hay por dónde encontrarla. El reloj indica casi las cinco y me preocupa que ya haya entrado en el avión. Intento encontrar en las pantallas su vuelo pero entre los nervios y el dolor de cabeza no soy capaz de dar con ninguno que salga a las seis de la mañana con destino a Los Ángeles.

-Disculpe, ¿me podría decir cómo llegar al avión que sale a las seis hacia Los Ángeles? - Le pido al chico que está en el mostrador de información. Asiente con la cabeza y teclea letras en el ordenador.

-No hay ningún vuelo con esas características. - Qué raro. Las manos empiezan a sudarme las manos. - El siguiente hacía allí sale a las cinco y media, puede que te refieras a ese.

-Sí, supongo que sí.

-Es por el pasillo de la izquierda. Al fondo en una puerta que pone 0404M.

-Muchas gracias.

Salgo corriendo hacia allí cada vez con menos esperanzas. Lo más seguro es que Patricia ya haya entrado y me impidan acceder a la zona de embarque. Aún así, necesito correr e intentarlo hasta el final para no quedarme con la sensación de que podía haber hecho más. Pero, por primera vez en el día, la suerte está de mi parte. Justo frente a la puerta 0404M está ella esperando a entregar el billete que le da acceso al vuelo. Doy un último acelerón y se gira cuando nota mis pasos precipitados a su lado. Lo justo para que pueda abrazarla de frente con las pocas fuerzas que me quedan. Y en ese momento lo sé. Estoy segura de que ella es el mar en el que desembocan todos mis ríos, sin importar las montañas por las que tenga que dejarme caer.

-No me vuelvas a hacer esto... - Al tenerla entre mis brazos desaparecen las ganas de pegarla por la situación de nervios a la que me ha tenido sometida. He vuelto a llorar en su hombro pero esta vez con un matiz diferente.

-Lo siento, Malú. Lo siento muchísimo. Siento si te he decepcionado o...

-Ni se te ocurra decir eso. - Interrumpo. - No me decepciona que quieras luchar por tus sueños. Al revés. Estoy feliz por ello. - Me separo un poco y la miro a los ojos. - Pero no me creo que te fueras a ir sin despedirte en persona...

-Pensaba hacerlo, te lo prometo. Pero en el último momento me vine abajo. Me dio miedo que tu no estuvieras receptiva después de la noche del otro día... - No quiero pensar en esa noche. Incluso quiero olvidarlo porque sé que ni ella ni yo éramos conscientes de lo que hacíamos.

-Ahora da igual. En serio. - Cojo sus manos por última vez en bastante tiempo. - Solo vengo para decirte que voy a mirar todas las noches y todas las mañanas nuestra foto en blanco y negro de la mesilla porque de esa forma sentiré que estás a mi lado. Vamos a guardar ahí todo nuestro amor, tal y como me has pedido en el vídeo. Es una pena que te tengas que ir ahora que poco a poco habíamos labrado un camino juntas y no tenemos que escondernos. Pero no te preocupes, amor, porque cuando vuelvas vamos a seguir con todos y cada uno de nuestros planes. Que para superar la distancia hacen falta muchas ganas y te aseguro que a mi me sobran.

-Te quiero. - Rompe a llorar en mi pecho. Pegada a mi cuerpo de esa manera parece más débil que un fino cristal. Toda la fuerza que la caracteriza se ha perdido y lo agradezco, porque a veces necesito que me demuestre que es más que un bloque de hielo. - Prómeteme que vamos a poder con esto.

-Te lo prometo.

-Y prómeteme que no va a haber ni un solo día en el que no sepa de ti. Ya sea por llamada, por Skype o el medio que se te ocurra.

-Te lo prometo, Patri. Yo también necesito saber de ti...

Una joven chica nos indica que en menos de tres minutos tienen que estar todos los pasajeros en el avión. Vuelvo a mirar a mi novia a los ojos con la nostalgia de no saber cuándo podré volver a ver aquel par de iris verdes tan de cerca. Entrelazo mis manos en su nuca y la beso. Un beso largo que ojalá pudiera tender a infinito. Un beso cubierto de lágrimas.  Se separa de mi y, tras regalarme otra de esas sonrisas que suman años de vida, desaparece por un largo pasillo. Con ella se va un trocito de mi vida, pero también noto en mi pecho una fuerza diferente: las ganas de luchar por nosotras. 


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