-¿En serio? - En la sonrisa que se le escapa puedo percibir la ilusión.
-Pues sí, pero pagan muy poco y tener que pelearme con otros fotógrafos no me gusta. - Comento. - Así que no sé. No creo que lo haga.
-¡No seas tonta! Tienes que venir aunque sea solo por mi.
-¿Para qué? Si cuando estás en esos sitios pasas de mi. - Ya nos ha pasado en otras ocasiones lo de coincidir en eventos y siempre sucede lo mismo. Ella va a lo suyo, yo a lo mío y, si hay algún momento que podemos pasar juntas, no lo hacemos por mantener las distancias sin correr el riesgo de que nos pillen.
-No paso de ti.
-Lo haces. Lo entiendo y no me importa, pero sabes que lo haces. - Suspira y muerde un trozo minúsculo de su postre.
-Pero esta vez no. Las cosas han cambiado. - Acerca su silla a la mía y entrelaza nuestros dedos. Me mira a los ojos directamente, tan preciosa como siempre. - Ahora estoy intentando sacar lo nuestro a la luz. Y si vas a la gala voy a estar a tu lado. No te estoy diciendo que te vaya a besar delante de todos, pero sí que no voy a ocultarme si me apetece decirte lo bien que te queda la coleta que llevarás puesta.
Definitivamente ella es la persona que mejor me conoce en en este mundo. No sólo sabe que llevaré coleta porque siempre lo hago cuando tengo que trabajar, sino que también es capaz de usar las palabras adecuadas en cada momento para convencerme de algo. Minutos después, o quizás segundos, ha conseguido convencerme de que tengo que ir a ese evento. Me da igual no poder besarla en público. Incluso me da igual si al final decide que ni siquiera hablaremos delante de la gente. No me importa porque mirarla desfilar por la pasarela marcando el ritmo perfecto con sus tacones habrá sido suficiente razón como para ir.
Salimos de nuestro restaurante favorito pasadas las tres y media. Llevamos los estómagos llenos y muchas ganas de dormir para ver si al despertar hemos tenido la suerte de que nuestra tripa se haya puesto bien. La discusión típica de "¿vamos a tu casa o a la mía?" dura exageradamente poco en esta ocasión. Ni yo a su casa ni ella a la mía. Directamente cada una se va a la suya. Me apetecería dormir la siesta abrazándome a ella y quedarme embobada con su imagen al despertar, pero no puede ser y las dos lo sabemos. Al día siguiente es el evento musical y la lista de cosas que nos toca hacer es interminable. Ella tiene que probarse ropa, ensayar la canción que tocará en directo, elegir maquillaje... Y yo tengo que preparar todo el equipo e ir a hablar con el jefe para que me explique los detalles del trabajo de los cuales no tengo ni idea. Solo acepté por Malú. Me dio igual el dinero, el tiempo y el esfuerzo. La parte negativa es que ahora estoy más perdida que un pez en un lavabo.
Hace mucho que no hacía un trabajo de este tipo. Me gusta la fotografía tranquila en la que te pones delante de la otra persona y vas captando con la cámara todos los sentimientos que una mirada o una sonrisa puedan regalarte. También me gusta fotografiar paisajes. Ir a la playa, al campo o la cuidad y embaucarte con la magia que desprenden. Una ola del mar, un jardín de Francia o las calles excesivamente transitadas de Japón. Todo tiene algo especial, una esencia, que la cámara es capaz de recoger. En cambio, fotografiar a famosos en eventos es muy diferente. Solo lo hice al principio de mi carrera para ir ganándome un lugar en este mundillo.
Para empezar, tienes que ir horas y horas antes de que empiece porque sino es imposible conseguir buenas imágenes. Tampoco es fácil soportar a algunos fotógrafos agresivos que con tal de conseguir estar más cerca del famoso son capaces de pegar puñetazos. Todos luchan por conseguir la foto que más dinero merezca. Eso es lo que menos me gusta. Yo soy fotógrafa porque me encanta y sé que no hubiera sabido dedicarme a otra cosa. Pero ellos no. Los que van a los eventos no sienten la fotografía. Lo único que les importa es que el famoso sonría a su cámara para cobrar y que su jefe esté contento.
El día del evento empieza siendo un desastre. No son ni las ocho de la mañana cuando mi móvil me interrumpe el sueño. No quiero cogerlo y no lo hago. Pero insisten y la duda de que pueda ser algo importante me come por dentro. Me giro despacio y observo la pantalla del aparato. Es un número que no conozco, así que cuelgo e intento volver a quedarme dormida. Y pasa lo que me temo que va a pasar mientras lucho por volver a conciliar el sueño: vuelven a llamar. Malhumorada descuelgo y me lo pongo en la oreja esperando un sonido al otro lado que no llega.
-¿Quién es? - Alcanzo a preguntar aún con la voz somnolienta. Al otro lado un carraspeo y al fin un hombre empieza a hablar. Tiene la voz ronca y con el cansancio que tengo me resulta muy difícil entender sus palabras. - Disculpe. ¿Me podría repetir quién es usted y qué quiere?
- Le digo que soy Federico Méndez, su jefe durante el día de hoy. - Ya le recuerdo. Fue él mismo quién me llamó ofreciéndome el puesto. - Quería comentarle que a las nueve como muy tarde tiene que estar por aquí. Tengo que aclararle cosa sobre el evento y darle el equipo.
-¿Equipo? - Pregunto extrañada.
-Sí, la cámara.
-No, no, no. Yo solo hago la fotos con mi cámara.
-Lo siento mucho, Patricia, pero por seguridad tiene que sor con esta.
Me niego rotundamente a hacer fotos con una cámara que no sea la mía, pero no sirve de nada. Me da cientos de motivos para hacerme ver que no puede ser. Incluso me lee algún artículo con el que pretende explicarme que es obligatorio el uso de una cámara de la empresa. Y no puedo hacer nada. Si está en el contrato que firmé sin pararme a leer atentamente, tendría que hacerlo.
La discusión al menos me sirve para desperezarme. Tiro el teléfono entre las sábanas y me levanto de la cama. Al poner el pie en el suelo un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Está helado. Hace un frío tremendo a pesar de que aún no hemos llegado al invierno. Corro hacia el baño y me encierro allí con el agua ardiente de la ducha creando un ambiente de vapor que me hace entrar en calor.
Mientras me ducho pienso en lo raro que va a ser el día. Voy a ir a un evento en el que no estoy acostumbrada a trabajar y, para colmo, tendré a la mujer de mi vida a centímetros pero no podré dirigirle la palabra. Ella me aseguró que no sería así. Que me prestaría atención y que podríamos hablar delante de la gente sin problema. Pero, a decir verdad, no me lo creo. La conozco y sé que es demasiado reservada con su vida privada como para eso. Todo el mundo sabe que somos amigas y que nos llevamos bien, por lo tanto no sería raro si nos vieran hablando en el evento. Pero no estoy tan segura de que Malú lo vea con los mismos ojos que yo. Para ella cada gesto, mirada o palabra puede provocar sospechas en la gente. Y a mi me mata tener que ocultarme. Tener que aparentar que no la amo, que no la beso cada día y que no he sentido lo que es estar colgada de su cintura. Aún así, soy consciente de que estar con una de las mujeres más famosas del panorama musical español tiene sus desventajas. Lo sé y lo asumo. Aguantaría esto y mil cosas más, porque lo que realmente me mataría sería no tenerla en mi vida.
Nada más abrir la puerta de la calle una corriente de viento helado me azota la cara. Entrecierro los ojos casi involuntariamente. Salgo corriendo hasta mi coche y, una vez dentro, pongo la calefacción al máximo. Según la pequeña pantalla del vehículo hay nueve grados en el exterior, pero estoy segura de que son algunos menos. Enciendo la radio y suena una canción de Jennifer López perfecta para tararear aunque no recuerde la letra perfectamente.
Federico me espera sentado en su despacho, acompañado de la dichosa cámara y un taco enorme de papeles. En ellos pone todos los objetivos y aspectos a seguir durante el evento. Me pide que vaya lo antes posible para coger un buen sitio y captar mejores fotografías. Y, como es normal en toda revista de cotilleos, también me pide que intente hacer alguna foto polémica entre famosos. Es una de las partes negativas de ese trabajo. Por Malú sé la presión a la que están sometidos los cantantes o actores en cada evento al que van. Lo que menos necesitan es que haya algún pesado persiguiéndoles con una cámara y esperando a que cometan un error para poder fotografiarlo. Sacar dinero a costa de fallos ajenos. De eso van las cosas. Y lo odio. No pienso hacerlo. Asiento con la cabeza para complacer a mi jefe y empiezo a andar hacia la puerta.
-Y Patricia... - Me llama cuando estoy a punto de salir de su despacho. - Sé que eres amiga de Malú, así que si esa amistad nos puede ayudar para obtener una buena foto... Mejor.
Me voy de allí sin ni quiera responder a eso. No me puedo creer lo que me acaba de decir. Ahora entiendo por qué me han llamado para trabajar en ese tipo de revista en la que hace años que no trabajaba. Lo único que quieren es aprovecharse de mi buena relación con la cantante para sacar más dinero. Y me lo ha dicho así. Sin más. Siento que soy una tonta y he mordido su anzuelo. He caído en su trampa. Me han engañado y yo estoy tan cegada que ni me he dado cuenta. Me pareció raro recibir una llamada de esta revista, incluso hubo otro par de medios que querían mi colaboración. Pero ya lo entiendo y no puedo estar más enfadada conmigo misma. Nunca he querido juntar lo personal con lo profesional y, sin darme cuenta, he estado a punto de hacerlo.
Salgo del enorme edificio y me meto en el coche dirección Madrid centro. El evento es en el Palacio de los Deportes y son ya las dos de la tarde. Tendré que comer por allí y no tardaré mucho en ir para encontrar un buen sitio, como me ha pedido mi desagradable jefe. No me apetece hacerlo y después de lo sucedido tengo aún menos ganas. Pero es mi trabajo. El error ha sido mío y tengo que asumirlo.
Al llegar al Palacio todo es un jaleo desde el principio. Enseño la acreditación cuando voy a entrar al parking y me indican dónde debo aparcar. Después, un chico joven con una camiseta publicitaria me va guiando por doscientos pasillos hasta que me deja en una sala donde ya hay algunos fotógrafos. En la parte delantera hay una alfombra verde y un panel trasero con los logos de los patrocinadores. Por allí pasarán los famosos a los que tengo que fotografiar. Me apresuro hacia la banda de tela que nos separa de esa zona y consigo estar en la ansiada primera fila. Ahora solo queda esperar horas y horas.
-¿Patri? - La persona que tengo a mi derecha toca mi hombro. Nada más verle le reconozco, a pesar de que han pasado más de diez años desde la última vez que nos vimos.
-¿Samuel? - Asiente y nos fundimos en un fuerte abrazo. - ¿Qué tal? ¿Cómo te va la vida?
-Pues no me puedo quejar, la verdad. Trabajo con una revista de música internacional y me paso el año viajando de evento en evento. - Se le ve entusiasmado mientras me informa de su vida actual. Y me encanta verle así. En el instituto ya tenía claro que se quería dedicar a esta profesión y me alegra ver que ha alcanzado su meta. - ¿Y tú? Por lo que veo eres fotógrafa, tal y como deseabas.
-¡Sí! ¡Lo conseguí! - Sonrío pletóricamente y alzo la cámara. - No puedo estar más feliz, para qué mentir. - Le comienzo a relatar sin detalles lo que me ha pasado profesionalmente desde que acabamos el instituto hasta ahora. No quiero enrollarme demasiado, pero es él quien me insiste y pregunta para saber más. Así que estoy encantada de seguir contándole cosas. De pronto, su móvil suena y se pone serio. Me hace un gesto con la mano para que le disculpe y responde a llamada. Parece preocupado por lo que le dicen al otro lado del teléfono, pero poco a poco se va destensando. Al colgar incluso sonríe levemente. - ¿Todo bien? - Me atrevo a preguntar.
-Sí, sí. Es que tengo al niño malo pero mi chica trabaja y hemos tenido que dejarle con mis suegros. Al parecer le ha subido la fiebre hace un rato. Pero dicen que ya está bien.
-No me lo puedo creer... ¡Samuel Perez, el ligón de la clase, tiene un hijo y una pareja formal! - Ambos nos empezamos a reír a carcajadas.
- Pues sí. Nunca se sabe con qué te va a sorprender la vida. ¿Y tú qué? ¿Has encontrado a alguien especial?
- Alguien muy especial, Samuelín. - Se me escapa la sonrisa tonta de cada vez que hablo o pienso en ella.
- Y no es un hombre, ¿verdad?
Se ríe antes de que me de tiempo a contestar. Asiento y me uno a sus carcajadas. Sé perfectamente por qué me ha dicho eso. Cuando teníamos unos dieciséis años Samuel era el típico chico que iba detrás de todas. Pero sobre todo iba detrás de mi. Quizás era por el hecho de que yo no le correspondía, y las cosas que parecen inalcanzables son por las que más nos apetece luchar. Cada mañana venía a decirme algún piropo. Se sentaba a mi lado, me miraba y soltaba que mis ojos eran los más bonitos que jamas había visto. Las primeras veces me reía y le seguía la bromas, hasta que un día me cansé y le confesé que era lesbiana. Aún recuerdo perfectamente la cara que se le quedó. No se lo quería creer. Se pasó todo el curso preguntándome si le estaba tomando el pelo. A esa edad yo tonteaba con chicos y chicas, pero cada vez tenía más claro que prefería a una mujer a mi lado. El paso del tiempo me ha confirmado que no me equivocaba.
Nos pasamos horas y horas dialogando sobre nuestra adolescencia y poniéndonos al tanto de nuestras vidas. Cuando los famosos empiezan a llegar se tiene que ir para hacer entrevistas. Se despide con un fuerte abrazo, me da su número y nos prometemos que tenemos que quedar para seguir charlando.
Actores, cantantes, periodistas, presentadores... Todos desfilan por la pasarela exponiéndose a nosotros. Nos regalan sus mejores sonrisas y sus mejores miradas. A algunos les conozco y me sonríen especialmente, lo que me beneficia para obtener mejores fotos. Y, como era de esperar, Malú es de las últimas. Pero os juro que todo el ambiente cambia cuando sale ella. Primero un silencio, como si el mundo se silenciara para admirar su belleza. Y luego la locura. Todos los fotógrafos gritan su nombre para que ella les mire. Yo, en cambio, me he quedado paralizada. Más que andar parece que vuela sobre esos tacones negros que tan bien luce. Un vestido del mismo color le marca la figura. Está increíble. Se me olvida dónde estoy y qué hago allí por unos momentos. Solo vuelvo a poner los pies en la tierra cuando me mira. Sonríe de oreja a oreja e incluso agita la mano a modo de saludo. Le correspondo con un guiño y vuelvo a mi trabajo. Fotos y más fotos. Cuando sale de la alfombra, aparecen dos famosos más poco importantes y se acaba el desfile. La busco con la mirada y no tardo en encontrarla. Está frente a una cámara de televisión con un periodista poco conocido. Me hace un gesto con la mano discretamente para pedirme que no me vaya. Asiento y espero a que acabe de entrevistarla. Mientras tanto me entretengo viendo las fotógrafos que he hecho en la pequeña pantalla de la cámara. Creo que serán suficientes como para tener contento al jefe, aunque he pasado por completo de pillar a los famosos en situaciones comprometidos. Tenía claro que no lo iba a hacer desde el momento en que me lo propuso.
-¿He salido guapa? - Levanto la cabeza y la tengo justo enfrente, con una sonrisa torcida y sus ojos alternando entre los míos y mi cámara.
-Pues como siempre... - Murmuro. Se sonroja de una manera casi inapreciable, pero yo, que conozco todas las tonalidades de su piel, lo noto. - ¿Vas a cantar en la gala?
-Sí. Mínimo canto dos canciones que tenemos planeadas. Y si gano el premio a mejor canción cantaré otra.
-Vamos, que cantas tres canciones.
-No lo sé, aún no he ganado el premio.
-Ya, pero te lo van a dar.
- No estoy yo tan segura...
-Te digo yo que sí.
Y así nos pasamos unos minutos. Discutiendo entre risas sobre una tontería tan grande como esa. Y digo tontería porque tengo claro que ese premio va a ser suyo. Solo hay que ver la espectacular canción por la que está nominada al premio.
Pero aún hay algo mejor que esas discusiones tontas típicas en cualquier pareja. Y es que estamos hablando como si nada delante de todo el mundo. Lo impensable. Al final ha cumplido sus palabras y lo está haciendo. Estoy tan feliz por ese paso que se me nota en los ojos. Puede parecer una estupidez, pero es importante. Para nosotras lo es. Incluso puedo decir que estoy orgullosa de Malú. Ha logrado olvidarse de los ojos que nos rodean, del qué dirán. Ha entendido que no es raro que dos amigas hables. Al revés. Siempre le he dicho que es más raro que me evite. La noto cómoda hablando conmigo. Como si estuviéramos solas en su casa o en la mía.
-¡Malú! ¡Nos vamos! - Le indica su mánager.
Y es entonces cuando pasa. Pasa que se despide de mi como suele hacerlo cuando estamos solas: me da un rápido beso en los labios. Es un simple roce. Estamos tan acostumbradas a ello que ni siquiera se ha dado cuenta. Como un acto reflejo. Al estar tan a gusto y cómodas conversando se nos ha olvidado lo que tenemos a nuestro alrededor. Lo que parecía ventaja se nos echa en contra. En cuanto se separa de mi la miro a la cara y me doy cuenta de que su estado anímico es totalmente diferente al de hace unos minutos. Ya no hay sonrisas ni bienestar. Está roja y no sabe qué hacer. Y yo tampoco.
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