jueves, 28 de enero de 2016

ALGUIEN CON QUIEN DESAHOGARSE (2x41)

Respondo que no tengo novio. Y no le miento, pero no le aclaro que lo que tengo es una novia esperándome en Madrid. Una chica que me ha dicho que daría lo que fuera por mí y lo ha demostrado rompiendo sus propias barreras. Recuerdo en ese momento el día en que salió del armario y cómo poco a poco ha ido abriendo las puertas de un armario que tenía cerradas a cal y canto para quien no fuera de su entorno más cercano. Les costó. No olvidaré el desmayo, la duda y sus desapariciones temporales. Siempre he sido consciente de el miedo que tenía, por ello la he apoyado aunque eso implicara cohibirme en algunos aspectos. Y ahora se lo pago ocultándole a este chico nuestra relación, cuando siempre me he sentido la mujer más afortunada del planeta por estar con ella. Me tiembla el labio y estoy a punto de decirlo, pero no puedo. Me corto y simplemente bajo la mirada. Lo que ni siquiera comprendo es el porqué. Por mucho que intente aclarar el maremoto de sensaciones que me están consumiendo en este par de segundos no lo veo. No vislumbro a qué se debe que me oculte habiendo sido yo una delas portavoces de la libertad de las personas y, sobre todo, de la sinceridad. Una de las opciones que pasan por mi cabeza, por no decir la única, es que no confío lo suficiente en él. Malú es demasiado personal e importante y lo que tenemos es tan especial que no se lo quiero contar a este desconocido que me da una de cal y una de arena cuando le conviene. Aún no sé cuál de sus caras es la verdadera y cuál es la careta. Pero esta teoría se vence parcialmente cuando me doy cuenta de que Malú es una estrella de la música en España y muchas personas en las que confío incluso menos que en Nathan saben lo que tenemos. Y nunca me ha importado.

Lo que queda de cena deja de ser lo mismo. Para ser sinceros, él sigue estando igual de encantador que toda la tarde y parte de la noche, pero yo no puedo dejar de pensar en ella. Siento que la he fallado pronunciando un simple "no" a la pregunta de Nathan. Quiero irme a casa, llamarla y decirle que la quiero. Salir a la calle y gritarle al mundo que estamos juntas. Sin embargo, me quedo en el sitio y callada. Sonriendo a las historias que me cuenta el actor y de las que me entero a medias. En la mesa ya están los postres: fruta con cobertura de chocolate. Está delicioso, pero ni eso me hace poner los pies en el suelo.

-¿Me estás escuchando, Patricia? - Pregunta Nathan de repente. Levanto la cabeza de la fresa que estoy pinchando repetidamente en el plato. Hacía un buen rato que no le miraba.

-Claro. - Comento y sonrío.

-No mientas. - Se ríe. - Te he preguntado sobre tu casa de Madrid y no me has respondido.

-Perdona... - Me disculpo. - Me he distraído un momento. Mi casa de Madrid es un ático con unas vistas...

-Patri, ¿qué pasa? - Me interrumpe. - Llevas así desde hace un buen rato. ¿He dicho algo que te haya molestado?

-No, no. - No ha dicho nada que me haya ofendido. Al contrario, lleva toda la noche cuidando las palabras para no decir nada que me doliera y me hiciera abandonar su casa. Y lo hace bien. Pero, si hubiera dicho algo que me molestara, probablemente ni siquiera me enteraría porque mi mente está en un lugar y mi cuerpo en otro. - Lo siento, no tienes culpa de nada.

-¿Estás bien? - Acerca su silla a la mía y me coge de la mano. Y, en lugar de hacerme sentir más protegida, me derrumbo. No puedo evitar llorar desbordada por los recuerdos y la sensación de impotencia. Se aproxima más y me coge también la otra mano, pero sin pensarlo me precipito a su cuerpo y libero mi llanto en su hombro. Durante unos minutos no pienso en nada más que en ella. No me preocupa quién me abraza ni a quién le estoy mostrando mi cara más débil. Solo necesito hacerlo y afortunadamente hay alguien que me consuela.

-Lo siento, lo siento. No debería... - Me separo de Nathan sin despegar la mirada del suelo y quitándome las lágrimas de los ojos. - Perdona. Lo mejor será que pida un taxi.

-No, espera. No voy a dejar que te vayas así. - Se pone en pie y me tiende la mano. - Vamos a dar una vuelta por el jardín. - Dudo y lo nota. - Andamos un rato para que te despejes y te vas. Sin más.

Asiento y me levanto con él, pero no le agarro la mano. No sé si debería ser tan cercana aún ya que no le conozco demasiado pero por suerte me está ayudando más de lo que creía en este día. Sin hablar, salimos a su enorme jardín y empezamos a caminar. Me gustaría poder no pensar más en el tema. Estoy enamorada de Malú, la quiero y, aunque muchas veces piense en negativo, sé que lo hago porque la echo de menos. Me afecta y no puedo evitar llorar o creer que si no la tengo cerca no voy a poder ser feliz. Y, uno de los mayores interrogantes, es por qué no le he dicho a Nathan que sí tengo novia. Teniéndole aquí al lado sería tan fácil como abrir la boca y pronunciar esas palabras. Ni siquiera sería necesario girarme para mirarle a los ojos. Directamente, no tendría por qué ocultarlo. O puede que lo que no tenga que hacer es decírselo. No tenemos esa confianza.
Y, por otro lado, me come la culpa de no haber dado señales de mí a Malú en todo el día. Estoy segura de que cuando encienda el móvil tendré decenas de llamadas y mensajes en los que se intenta poner en contacto conmigo. Seguro que está preocupada y que cuando hablemos me regaña. Y no puedo llevarle la contraria porque tiene motivos para sentirse así. No entiendo qué hago aquí con este chico cuando donde quiero estar es en Madrid abrazada a mi chica.

-¿Estás mejor? - Rompe el silencio Nathan. Hace ya unos minutos que he dejado de llorar, aunque llevamos dando vueltas probablemente casi una hora. Yo mirando al suelo y el actor con la vista tendida al horizonte, caminando a mi ritmo y de vez en cuando pateando alguna porción de césped.

-Sí... - Murmuro.

-Oye, no nos conocemos mucho. - Comenta frenando sus pasos. - Pero necesito decirte que puedes contar conmigo para lo que sea. Entiendo que sea difícil confiar en alguien como yo porque soy el primero que no confiaría en mí, pero si puedo hacer algo para que estés bien lo voy a hacer. - Me deja totalmente perpleja. Todas esas palabras son las últimas que podía imaginarme saliendo de su boca. Verle así me parece tan tierno. Al fin y al cabo, es casi un niño metido en un mundo que se le queda grande.

-Gracias, Nathan. Sinceramente no sé qué hubiera sido de mí hoy si no hubieras estado tú. - Confieso. Me guste o no, es una realidad. Primero al salir del trabajo y ahora ayudándome a recomponer mis pedazos. - Me voy a ir a casa que ya te he molestado lo suficiente.

-No molestas. - Dice sonriendo. - No estoy mucho en casa, pero cuando lo hago suelo aburrirme. Te tendría que dar las gracias a ti por hacerme compañía.

-¿Me das las gracias por venir aquí a llorar? - Bromeo.

-Más o menos... - Admite entre risas. - Puedes venir aquí para llorar o para reír. Cuando quieras.

-Cuando estés. - Corrijo recordando que suele estar trabajando fuera. Asiente y resopla.

-Deja que te lleve a casa.

-Ni de broma. Ya te he molestado lo suficiente hoy. - Me quejo.

-Por favor, me quedo más tranquilo si te dejo allí.

-Es tarde, tendrás que dormir.

-No suelo dormir mucho.

-En un taxi llego sin problemas. - Voy a seguir negándome a su propuesta, pero me quedo con la palabra en la boca porque los ladridos de su perro me interrumpen. El pequeño animal aparece corriendo por una esquina y empieza a mordisquear los tobillos de Nathan. No puedo evitar reírme cuando veo al actor pegar saltitos para evitar los dientes del perro. Se agacha para cogerle en brazos y, como por arte de magia, Tod se tranquiliza y besa las mejillas de su dueño mientras este le dice cosas bonitas. - Hacéis una pareja preciosa. - Añado con risas.

-Tod es mi único y verdadero amor. - Reímos. Coge al pequeño de las patitas y se acercan a mi. - ¡Venga, Patri! Deja que Nathan te lleve a casa. - Dice el joven haciéndose pasar por el perro. Las carcajadas salen desde mi garganta cruzando cualquier barrera.

-No...

-Por favor...

Con la broma del perro y todas las risas que brotaron en el jardín consigue convencerme para llevarme él mismo a casa. El único requisito que pongo es no ir en moto y acepta sin rechistar. El vehículo que elige para el trayecto es, sin dudar ni un segundo, el deportivo rojo. Y admito que me hace ilusión montarme en un coche como ese porque nunca antes había tenido la oportunidad. Le doy la dirección y la introduce en el GPS para facilitar la ruta. Mientras tanto, vamos hablando de la noche y me sigue contando detalles de su vida. Afortunadamente, no saca el tema que hace un rato me hizo llorar en la cena. Y cada vez que nos aproximamos a aspectos más serios, rápidamente hace un quiebro y dice alguna tontería para que me ría. Ya no hay piques ni palabras que me puedan molestar saliendo de sus labios, sino todo lo contrario.

-Es este portal. - Indico cuando veo el bloque de edificios en el que está mi nueva casa. Es alto y de grandes dimensiones, pero no tanto como el de Madrid. El actor para el vehículo justo enfrente y baja, al igual que lo hago yo. - Muchas gracias por todo, Nathan.

-Gracias a ti por acceder a venir y hacerme pasar una gran cena.

-Me has sorprendido mucho, lo admito. - Me sincero con una sonrisa en los labios.

-Puedo seguir sorprendiéndote si quieres... - Propone. - Eres nueva en la ciudad y yo me conozco muy bien cada rincón de la zona. Te aseguro que soy un gran guía.

-Bueno, ya lo veremos... - Titubeo. - A lo mejor algún día me apetece probar otro delicioso plato de Diana.

-Cuando quieras. - Se ríe guiñándome un ojo.

Entonces, me acerco a él y le doy un abrazo a modo de despedida. No es el primero del día aunque hace unas horas no me imaginaba haciéndolo. Añado un beso en su mejilla y, después, camino hacia la puerta de acceso. La abro y me giro para comprobar que sigue ahí esperando con una sonrisa de oreja a oreja. Me despido con la mano y desaparezco definitivamente de su campo de visión.
Ya no me cuesta admitir que he pasado una de las mejores noches desde que me he mudado, a pesar de que ha sido con él. Me ha demostrado ser una persona totalmente diferente de lo que me imaginaba. Al principio se me hacía extraño tenerle delante hablando conmigo e incluso en actitud cariñosa, aunque no tardé en acostumbrarme y verle ahora de otra forma sería lo raro. Probablemente a Nathan no le parecería suficiente y no es lo que quiere, pero sé que por mi parte podríamos llegar a ser muy buenos amigos.

Nada más subir busco el móvil dentro del bolso y lo pongo a cargar. Minutos después, tal y como esperaba, saltan decenas de mensajes y llamadas perdidas. Todas de Malú. Lo primero que abro es el WhatsApp y me encuentro con muchos mensajes en los que me pregunta si me ha pasado algo y me pide que en cuanto pueda la escriba. Además, hay unas notas de voz que guardan palabras de Josete. Me pide que vaya pronto a verle y haga una fiesta de despedida. Que me echa de menos. Y ahí sí que me supera todo y vuelvo a romperme en un saco de lágrimas. De nuevo la idea de dejarlo todo y volver a mi país despierta en mi ajetreado cerebro. Limpio la humedad que resbala por mis mejillas y me dispongo a responder a mi novia. Pero me doy cuenta de que en España es por la mañana, casi medio día, así que me decanto por hacer directamente una llamada.

-Patri, ¿estás bien? - Descuelga al primer tono y con una voz realmente preocupada.

-Sí, sí. Estoy bien. Es que me había quedado sin batería y no estaba en casa.

-Joder. Llevo todo el día histérica. Llamé a tu trabajo también y me dijeron que sí habías ido como siempre pero que no lograban ponerse en contacto contigo.

-Lo siento, amor. No te preocupes más...

-¿Se puede saber dónde te has metido desde que has salido del trabajo hasta ahora? - Trago saliva antes de contestar. Ya está enfadada porque no ha tenido noticias mías durante el día y seguro que si le digo con quién he estado aumenta el cabreo.

-He ido a cenar con algunos compañeros de trabajo. - Miento. - Nos hemos entretenido y cuando me quise dar cuenta no tenía batería. Lo siento. - Cierro los ojos y me muerdo los labios con intensidad esperando nerviosa a tener una respuesta. Al otro lado se escucha un largo suspiro.

-Está bien... Perdona mis formas. - Se disculpa. - Es que tenía miedo de que te hubiera pasado algo. No me acostumbro a que lleves una vida tan separada de la mía y aún no me mentalizo de que contactar contigo no es tan fácil como antes.

-No pasa nada, Malú. También es culpa mía por no estar más atenta a la batería.

Entonces, empieza la conversación que nos visita con más frecuencia últimamente. Nos echamos de menos. Nos queremos. Nos necesitamos. Lloro y ella me dice que esté tranquila porque no habrá guerra capaz de terminar con nuestra historia. Y no me lo creo cien por cien, pero no me veo capaz de llevarle la contraria por el miedo a que sea ella la que llore. Pero es que en este día me siento especialmente mal porque he hecho algo que nunca antes había hecho con Malú: decirle una mentira. Siempre he sido fiel defensora de la honestidad y de decir las verdades aunque duelan porque no me gusta que se queden dentro en proceso de putrefacción palabras que deben volar y convertirse en sinceridad. Se lo dejé claro desde el principio y fue algo en lo que ambas estábamos de acuerdo. Pero ahora he fallado nuestro pacto no escrito y la he engañado. No he sido capaz de decirle que he cenado con Nathan, al igual que tampoco fui capaz de decirle a él que tengo novia. Y, como antes, tampoco encuentro los motivos enredados en mi cabeza que me hayan hecho llegar a esto. Quizá por miedo, por no romper la tranquilidad en la que me encuentro o por no hacer daño a quien me rodea. Quién sabe. Lo único real es que yo misma me odio por ello. Siento que al por dentro se me descompone, me envenena y me hace comportarme como alguien que no soy, alguien a quien ni siquiera me parezco.

Pasan un par de días y, aunque tengo mis momentos de lucidez, sigo encontrándome igual de mal. Fingir ante el resto del mundo mis problemas se me da bastante bien, pero en la intimidad me vuelvo a derrumbar rápidamente como si un cable de mi cerebro cambiara de posición. Tengo una inestable situación anímica provocándome lágrimas en un ritmo mucho más frecuente del habitual. Y yo misma echo de menos a la Patri del pasado de la que, poco a poco, me estoy olvidando. Me cuesta sonreír y hacer mis locuras ya ni se me ocurre. Se me está apagando el motor interno y no tengo ni idea de dónde encontrar las piezas que me ayuden a ponerlo en marcha. Las ganas de quedarme aquí se esfuman y ya no hay nada que me convenza de lo contrario. Para colmo, la mentira a Malú sigue convirtiéndose en el foco de todos mis pensamientos. De hecho, esas palabras fueron seguramente las que han derivado en este tremendo malestar. Mis conversaciones con ella, a quien considero la mujer de mi vida, han decaído en fluidez y risas. Y, sin eso, me duele cada segundo.

Tres tardes después, vuelvo de trabajar cansada. Es pronto y no ha sido una jornada excesivamente intensa, pero cuando la mente esta débil se refleja en el cuerpo. El trayecto en autobús se me hace eterno y cada paso de la parada a mi bloque se resiente. Al llegar, abro el buzón para coger las cartas y subo hasta mi piso. Allí, caigo redonda en el sofá sin ni siquiera quitarme la ropa. Me duele la cabeza y me tomo un par de minutos para cerrar los ojos y tranquilizarme. Después, los abro y ojeo las cartas que anteriormente recogí. La mayoría son publicidad, hay otra del trabajo en la que me informan de asuntos bancarios y una última que llama especialmente la atención. Es un sobre rojo en el que mi nombre, sin apellidos, está escrito a mano y en cursiva. No pone por ninguna parte el origen. Delicadamente la abro para descubrir el contenido. Es una entrada de cine, por lo que pone es un pase VIP para el estreno de una película. Al leer el título caigo rápido en quién es el protagonista y, por consiguiente, entiendo qué hacía en mi buzón. Lo primero que pienso es un no rotundo a su propuesta para ir. Bastante malestar tengo encima como para meterme en un sitio como aquel. Pero no tardan el aparecer las dudas al recordar la cena del otro día. Al fin y al cabo, me sentí muy bien y, quizás, él me ayude a olvidar las tempestades que me arrasan.




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