Que la vida nos pone miles de obstáculos lo he vivido en mis propias carnes desde que tengo uso de razón, al igual que sé que día a día tenemos que tomar decisiones en las que no todo el mundo sale ganando. A veces incluso somos nosotros mismos los que perdemos. Sé que tan pronto puedes estar en la cúspide, como segundos después pasar a estar escondida en un lugar del que ni tú sabes las coordenadas. Y sé que por mucho que trabajes por lograr tus sueños, hay ocasiones en las que tienes que esperar el momento adecuado, el soplo de viento que te impulse por el camino que deseas. Afortunadamente, en mi vida he estado muchas veces en el punto correcto, o al menos eso pienso ahora que el mar está en calma. Para empezar, estuve fuera de clase un día en el que un amigo de mi padre me escuchó cantar. Gracias a eso he podido dedicarme a lo que me gusta durante lo que llevo de vida. No sé qué hubiera sido de mi sino. ¿Veterinaria? ¿Profesora? ¿Periodista? No tengo ni idea, porque realmente nada de eso se me da bien ni me gusta tanto como para querer dedicarle toda mi trayectoria laboral. Otro día tuve la suerte de encontrarme a Danka. Habrá a quien esto le parezca una tontería, pero en ese momento ella había perdido su casa y yo acababa de comprar la primera mía propia, lo cual me pareció una bonita señal. Como cuando dos piezas de un puzzle son unidas sin pensar que serían ellas, entre tantas otras, las que encajarían. Después, hubo un momento que me cambió la vida por completo. Creía que iba a una sesión de fotos más, pero allí me encontraría con esos ojos verdes por los que tantas veces apostaría a todo o nada de ahí en adelante. Con ella aprendería a ir desvistiéndome de todos los miedos que había acumulado en una profesión que me dejaba tan expuesta. Me hizo descubrir también que nunca puedes dar por hecho nada porque la vida te sorprende. Un día puedes tener al novio perfecto en Madrid y al día siguiente viajar a México con la persona que realmente te hace perder la cabeza. Y que quien primero se tiene que quitar los complejos y los prejuicios eres tú mismo para que el resto de personas lo hagan contigo. Entonces dará igual si sales a pasear por Madrid con tu novia de la mano o si te apetece llevarla contigo a la presentación del single. Si para ti es correcto, por mucho que a otra persona le pueda parecer mal, siempre estará bien por la concordancia entre lo que sientes y lo que haces. Al fin y al cabo, solo hay que ir viviendo los días tomando las decisiones que nos hagan más felices, ya sea a corto, medio o largo plazo.
Y otro de los grandes premios de mi vida es el que hoy cumple cuatro años. Le tengo delante dando saltos en la cama y lanzándose al cuello de Patricia para celebrar que hoy soplará las velas y desenvolverá los regalos. Ilumina su habitación con una enorme sonrisa de pequeños dientes de leche aún desordenados. Yo lo observo a un par de pasos de distancia porque me apetece guardar este recuerdo en mi cabeza. Por un lado, la chica de mis sueños. Pasarán los años y seguiré siempre enamorada de su cabello rubio, aunque esté despeinado como ahora, así como de sus ojos y de su sonrisa. Lleva una camiseta muy ancha de color gris que usa para dormir y que le sienta de maravilla. Al otro, Daniel. Cualquiera que le viera al lado de Patricia sabría perfectamente que son madre e hijo. El pequeño ha sacado los ojos de la fotógrafa, con ese verde tan impactante que embauca a cualquiera. Pero, además, el color de su pelo es aún más rubio que el de ella, llegando a teñirle las cejas de la misma tonalidad. De primeras podría pasar perfectamente por un extranjero. Él viste un pijama de pantalón y camiseta cortas plagado de muñequitas de Peppa Pig. Es rosa y lo vio en la sección de chicas mientras comprábamos un regalo pero, con suerte, ha dado con un par de madres que no van a poner ninguna pega al desarrollo de su personalidad. Lo tenemos claro desde el principio. Nuestro hijo puede ponerse ropa de color rosa, apuntarse al equipo de fútbol del colegio y luego llorar viendo cualquier película con la que se ha establecido que "los chicos no pueden llorar". Al fin y al cabo, ¿quién era yo para decirle a mi hijo que dejara ese pijama y cogiera otro azul cuando me pedía con los ojos brillantes de emoción que se lo comprara?
- ¿No te vas a unir? - Me pregunta la chica mientras coge al niño de las manos y le incita a saltar en la cama más alto cada vez. Inmediatamente corro a su encuentro, le cojo y empiezo a besuquearle. Ahora me toca a mi. El pequeño se parte de la risa por las cosquillas que provoca mi boca en su cuello. Intenta retorcerse para zafarse de mis brazos, pero su pequeño cuerpo no se lo permite.
-Para, para. - Grita riéndose a carcajadas. - ¡Mamá, dile a mamá que pare! - No solo no me lo dice, sino que además se une a esa batalla de besos y empujones tan apetecible que hemos creado para darle al día la bienvenida.
-Muchas felicidades, cariño. - Le digo al pequeño cuando nos cansamos de la divertida pelea y caemos rendidos los tres en la cama. En ese instante le miro y comprendo lo equivocada que estaba en ese momento de mi vida en el que creía que tener hijos no era para mi. Que si no era capaz de hacerme responsable de mis propias decisiones, de ser sincera conmigo misma, cómo iba a educar a un niño. Efectivamente, hace unos años no podría haber sido madre, pero como todo, hay que esperar el momento exacto, las circunstancias concretas y las personas indicadas. Como cuando se alinean la Tierra, la Luna y el Sol para dar lugar a un eclipse. - ¡A desayunar! - Exclamo mientras tiro de sus manos.
-Hoy no quiero ir... - Murmura entre dientes abrazándose a Patricia. - Quiero quedarme con vosotras.
-¿Te crees que mamá y yo nos quedamos en casa? ¡Nosotras también trabajamos! - Le cojo en brazos y ando hacia la cocina. - Además, tienes que llevar los pasteles que compramos ayer para tus compañeros y ponerte la corona de cumpleañero que la profe tiene preparada. ¡Es tu día!
-¿Me van a cantar el "cumpleaños feliz"?
-¡Claro! - Sonríe y se lleva el vaso de leche a los labios. - ¿Tú qué tienes hoy, Patri?
-Yo estaba pensando en quedarme en casa y vaguear como ha dicho, Dani... - Beso fugazmente sus labios y le tiendo una taza con café. - Pero como no puedo, iré a trabajar. Hoy hacemos las fotografías de promoción de esa nueva serie que te dije.
-¿Te va a dar tiempo a lo que hablamos?
- ¡Por supuesto!
Hace unos días, planificando el cumpleaños de Daniel, quedamos en que sería ella la que recogería la tarta porque yo tengo trabajo hasta las cuatro de la tarde. Además, iría a por el niño al colegio por sorpresa. Como ambas trabajamos sin unos horarios muy fijos, él se queda al comedor y después va a recogerle quien pueda, ya sea mi hermano, sus abuelos o alguna de nosotras. Al principio no nos hacía gracia ese desequilibrio y sabíamos que si fuera a un colegio privado en el que dieran clases por las tardes el problema estaría principalmente resuelto, pero elegimos uno público para evitar más diferencias de las que ya conllevaba tener dos madres famosas.
Salimos por la puerta de casa los tres juntos, pero separamos nuestros caminos para empezar la mañana. Daniel y Patricia toman un coche para llevarle al colegio y luego irse a trabajar, y yo cojo el mío para ir a ver al estudio. Estamos en pleno proceso de producción del nuevo disco y estoy muy ilusionada con él porque cada vez me puedo implicar más en la creación. Además, por mi bienestar físico y mental, había parado mi carrera unos años desde el disco que saqué cuando nació Daniel. Estaba saturada y preferí tomarme un tiempo para volver más adelante con más energía y ganas. Y ese momento ha llegado. Si en el disco anterior había podido sacar composiciones mías gracias a la colaboración de amigos de profesión, en este todas las letras son mías, y estoy orgullosa de los resultados. El miedo a exponerme en la música había desaparecido y, en gran parte, ha sido gracias a ella, como tantas cosas en la vida. Me ha animado a escribir y a enseñárselo al mundo desde que le conté mi idea. Lo que no sabe, y me estoy reservando como sorpresa hasta que el disco vea la luz, es que también hay una canción compuesta por ella. Un día, aunque no es habitual en ella, me dejó ver uno de los cuadernos en los que escribe textos. Uno de ellos era un poema y me llamó especialmente la atención, así que le hice una fotografía y me la llevé al estudio. Entre todos le pusimos música, lo convertimos en canción y ahora se ha convertido en mi canción favorita del nuevo disco. Quizás porque viene de ella, y todo lo suyo siempre es mi debilidad.
- Mamá, a las cinco en casa te dije. - Entre canción y canción, mi teléfono suena y es mi madre para confirmar datos sobre el cumpleaños de su nieto. - Patri va a ir con él a comer por ahí y yo salgo a las cuatro. Mientras llegáis todos yo decoro la casa. - Le aclaro. - El plan es que cuando lleguen Patri y él estemos todos preparados y le demos la sorpresa.
- ¿Quieres que lleve algo?
- No, no hace falta. Solo sé puntual.
Tengo la comida comprada y los elementos de decoración en casa, así que lo que más me preocupa es que todo el mundo llegue a tiempo. Seremos más de treinta personas entre amigos y familia, y no confío en que sean capaces de llegar antes de que lo haga el cumpleañero. Y, aunque me cuesta creer que Patricia sea capaz de acordarse de todo lo que tiene que hacer, está haciendo un esfuerzo por demostrarme que su lado más despistado hoy no está invitado a la fiesta. Ya me ha mandado varios mensajes diciéndome que ha acabado la sesión, que va a por la tarta y que no se me olvide que es la mejor novia del mundo. Aunque lo dice con un tono bromista de prepotencia, me hace estar sonriéndole continuamente a la pantalla. Yo misma me sorpendo al darme cuenta una y otra vez de que pasan los años y sigo igual de enamorada. Hemos creado una relación especial que va mucho más allá de una pareja y, aunque hayamos decidido juntas no tomar la vía del matrimonio, somos conscientes de que hace tiempo somos mujer y mujer.
- ¡Qué vienen! ¡Qué vienen! - Exclamo. Patricia me acaba de enviar un mensaje diciéndome que acaban de aparcar así que ya ni pueden tardar mucho. Todos nos escondemos y apago las luces. - No hagáis ruido.
Segundos después la puerta se abre y, cuando encienden la luz, todos empezamos a cantar al unísono el "cumpleaños feliz". Daniel abre los ojos como platos y su cara muestra una enorme sonrisa. Solo con eso ya ha merecido la pena el trajín de organización de los últimos días. Me acerco despacio con la gran tarta encendida, con el mayor cuidado posible para no tirarla y arruinar el momento. Cuando llego hasta él, me agacho y me pongo a su altura para que pueda soplar las velas.
- Acuérdate de pedir un deseo. - Le recuerda Patricia agachándose con nosotros.
- Sí, pero es secreto. - El niño asiente y, por fin, apaga las velas con un gran soplido. Como puedo, sin perder el equilibrio, dejo la tarta en la mesa que tengo al lado y le cojo en brazos para comérmelo a besos. Patri se une a nosotros y nos abraza con fuerza mientras todos los demás siguen aplaudiendo.
- ¡Dejad al niño que me lo vais a gastar! - Dice la hermana de Patricia quitándonoslo de los brazos. A partir de ese momento, empieza a pasar de mano en mano sin parar de reírse y de abrir regalos. Está feliz y, por tanto, yo también.
- No lo hemos hecho tan mal, ¿no? - Patricia pasa su brazo por encima de mi hombro y besa mi mejilla. Hemos dejado de ser el centro de atención, así que aprovechamos para compartir ese momento.
-¿Tú crees?
-Es feliz, Malú. - Responde. - Y yo también lo soy con vosotros.
A veces aún me pregunto si nuestras profesiones no hacen que la vida del niño sea especialmente complicada. Entre mi trabajo y el de Patri, llevamos una vida poco convencional, sin horarios fijos, en la que Daniel ni siquiera podía saber quién le podría recoger en el colegio cada día. Tampoco fue fácil el proceso de aceptación de que no íbamos a escondernos más, porque suponía vernos por la televisión, en las revistas, y que el niño se viera expuesto, por mucho que le taparan la cara. Además, nuestra vida se va a complicar aún más en unos meses, cuando empiece la gira y no tengamos ni idea de cómo organizarnos. Tendríamos que contratar a alguien que nos ayudara al menos a recogerle del colegio y, sobre todo, lo que tuve claro desde un principio es que no iba a perderme momentos importantes de su vida. Por eso, estábamos creando una gira distinta, con un máximo de dos conciertos por semana, de tal manera que la mayoría de la semana podría pasarla en Madrid.
Sin embargo, he de reconocer que, gracias a nuestro esfuerzo y a la ayuda de nuestras familias y amigos, Daniel se preocupa menos por todo esto que yo misma. Está contento de poder pasar mucho tiempo con sus abuelos y tíos, le encanta venir al estudio y coger los instrumentos cuando no queda otra que llevarle conmigo, o de atrapar la cámara si es con Patricia con quien tiene que ir. Si nos ve en la televisión se ríe y está orgulloso de que sus amigos le envidien por tener madres famosas. Y, sobre todo, cada decisión merece la pena cuando le veo feliz, como ahora abriendo sus regalos, y me doy cuenta de que no podría haber tenido una vida mejor ni planeándola. Tengo al mejor hijo que podría tener y a una compañera de vida que me atrapó desde el primer momento en que la vi. Son mi pilar, mi canción preferida, y sé que si estamos unidos todo lo que nos deparará el futuro será bueno.
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¡Hola! ¡Cuánto tiempo! Soy consciente de que este capítulo ya no tiene ni sentido y que a lo mejor nadie lo lee, pero lo tenía a medias, me ha apetecido acabarlo y, sobre todo, cerrar el ciclo. Escribir esta novela me ha traido muchas cosas buenas y no quería dejarla inacabada. Además, os agradezco a todos los que habéis dedicado algún momento a leerla y, sobre todo, espero que la hayáis disfrutado, al igual que yo escribiéndola. Me da mucha pena dejarlo, pero es lo que tengo que hacer. Mil gracias por leer, sobre todo. Y, para cualquier cosa, podéis hablarme por el Twitter de la novela.
Un saludo y gracias.
@NovelaconMalu